Esta mañana, y tras las gestiones realizadas por el Intendente Marcelo Orazi, comenzaron los trabajos que lleva adelante Vialidad Nacional Distrito Río Negro en el sector de ruta nacional 22 y Pioneros, donde está ubicado el semáforo.
Las tareas, de acuerdo a lo explicado desde el organismo nacional, consisten en el fresado sobre la autovía, quitando las ‘crestas’ que se forman por el ahuellamiento o deformación en la cinta asfáltica, y se extenderán hasta el sábado.
Se indicó que se trata de un trabajo provisorio para mejorar las condiciones de transitabilidad, hasta que se concrete la obra mejorativa que va desde Chelforo hasta Godoy y que incluye en ese lugar una losa de hormigón, además de bacheo superficiales y profundos y sellado de fisuras.
Esta obra se encuentra en el proceso previo a la licitación.
Recordemos que días atrás el Intendente Orazi había elevado una nota al Jefe de Distrito Gustavo Casas en la que solicitó el mantenimiento y/o reparación de la cinta asfáltica que presenta desniveles y ondulaciones, fundamentalmente en la intersección de ruta 22 y Pioneros. “Le menciono que dado el importante deterioro que presenta ha causado accidentes en ese punto estratégico de la ciudad”, indicó el jefe comunal en la nota.
Estos temas también habían sido planteados por Orazi en diciembre pasado en la audiencia que mantuvo con Casas en Viedma.
Rauly Martínez navegado por Matías Giménez, fue el ganador absoluto del #RallyFiestaProvincialDeLaVendimia. Los últimos campeones, repitieron la supremacía de ayer y ganaron la segunda etapa, su clase y la general En la premiación, el Intendente Marcelo Orazi, aprovechó para agradecer a la AVGR por la organización, a cada uno de los binomios y equipos. Destacó, además,…
El peronismo definió que la marcha del miércoles se hará a Plaza de Mayo, luego de que la Justicia decidiera que Cristina Kirchner no vaya a Comodoro Py a ser notificada de su prisión domiciliaria, plegándose al pedido de la Casa Rosada que operó Santago Caputo, como reveló LPO en exclusiva.
Por eso, ni bien este martes se conoció la decisión de los jueces del TOF 2 de concederle la prisión domiciliaria vía zoom para desactivar la marcha del miércoles como pedía el Gobierno, en el kirchnerismo confirmaron que habría una “movilización sin marcha” a Comodoro Py, es decir, una concentración frente al departamento de la ex presidenta en Constitución., ya que la justicia se plegó al pedido de la defensa de Cristina y desactivó la orden que se presente en los tribunales federales esposada
Pero con el correr de las horas, el kirchnerismo decidió hacer la marcha igual, sólo que cambiando el destino. Como creen que una marcha sumará más gente que una concentración en un punto fijo, este martes analizaban tanto la alternativa de movilizar a Plaza de Mayo como la de plegarse a la marcha que los jubilados hacen cada miércoles al Congreso.
Finalmente se decidió que la marcha sea a las 14 a la plaza más emblemática para el peronismo. Esto representa un golpe directo a Javier Milei, que buscó desalentar la convocatoria, como anticipó LPO en exclusiva.
El kirchnerismo decisió marchar a la Plaza de Mayo en un golpe directo a Milei. Incluso evalúan montar una pantalla gigante en la Plaza para emitir un discurso de Cristina por videollamada. “Es el discurso de su vida”, dijeron a LPO en el Patria.
En el kirchnerismo evalúan montar una pantalla gigante en la Plaza para emitir un discurso de Cristina por videollamada. “Es el discurso de su vida”, dijeron a LPO en el Patria.
“Cristina no va a poder saludar desde el balcón, lo que venía haciendo tomando un mínimo contacto con tanta gente que viene a saludarla a acompañarla”, dijo Mayra Mendoza, confirmando que los jueces decidieron endurecer las condiciones de detención de la ex presidenta.”La justicia dispuso que no puede hacerlo. Les molesta la sonrisa”, agregó la intendenta de Quilmes.
Cristina en el balcón de su departamento en Constitución.
Algunos sectores igualmente quieren machar a Comodoro Py, pese a que no existirá la caravana que imaginaban antes de la decisión judicial.
El gremio ATE, de los estatales, convocó a un paro general y se movilizará a Comodoro Py para pedir el juicio político a la Corte.
La marcha se sostiene junto a todo aquel que no se resigna a vivir sin la libertad de elegir a Cristina o a quien se le cante las pelotas, quien no se resigna a vivir en un régimen ilegítimo de Milei.
En tanto que Juan Grabois dijo que se sostiene la marcha a los tribunales de Retiro. “Se sostiene junto a todo aquel que no se resigna a vivir sin la libertad de elegir a Cristina o a quien se le cante las pelotas, quien no se resigna a vivir en un régimen ilegítimo de Milei, la oligarquía y los supremos hijos de p*** (sic)”, tuiteó el ex candidato a presidente.
Nunca lo había pensado así, pero quizás eso es lo bueno de estos balances bobos: la posibilidad de llegar, tan cerca de la conclusión, a ciertas conclusiones. Hacerse un panorama general. Nunca lo había pensado así: es probable que nada haya hecho, en mi vida, tanto como leer. Quizá dormir, ese momento de no ser. Pero mientras sí soy, calculo o quiero creer que leo, digamos, unas diez horas cada día. Entre los diarios de la primera mañana, los mails y apuntes y los artículos que reviso y que preparo en la segunda y, ya por la tarde, esas horas de escribir lo que estoy escribiendo –que es leer realmente. Y todo el tiempo, en cualquier momento –en el baño, en la cama justo antes de dormirme, en la comida cuando como solo, en el sillón del tedio posprandial, en los buses y los aviones y los metros y los desayunos de los hoteles y las salas de espera de los médicos– la lectura. No se me ocurre ninguna otra actividad que haya hecho tanto, que haga tanto. Si algo hice en mi vida fue leer.
(Buscarle algún sentido
a esos dibujos. Esperar
que su silencio me hable, que me diga
eso que guardan para mí.)
Quizá por eso tenía tanto apuro: se ve que quería hacerlo. Aprendí solo: entre las primeras imágenes que recuerdo se cuela un gran cartel callejero que miro desde el asiento trasero del auto de mis padres y trato de leerlo, les pregunto por una letra que no entendí o si lo que he leído es lo que dice. El coche debía ser el citroën dos caballos que compraron primero: en esos días, incluso para un médico ya relativamente exitoso como empezaba a ser mi padre Antonio, acceder a un coche era un cambio sustantivo, un ascenso evidente. En esos días mi padre compartía una clínica psiquiátrica con un par de colegas, mi madre estaba terminando los estudios que mi nacimiento y el de mi hermano habían interrumpido –y yo, visiblemente, intentaba leer.
Sé –supongo– que aprendí así, mirando los carteles de la calle, las tapas de los diarios en mi casa, preguntando. Hacia los cuatro o cuatro y medio ya leía y escribía: nada me fue más fácil, nada me importó tanto. Pero no tengo registro de esos principios –¿cómo puede ser que no sepa cómo fue que aprendí lo decisivo?– ni mucho de esos años: deben haber sido más o menos tranquilos, imagino. Más jardín de infantes, más areneros y cantos y cuentitos, todo eso que se va acumulando sin que sepamos cómo, y nos va armando. Somos, al fin y al cabo, el resultado de un proceso ignoto.
(Pero que un día podremos releer y tratar de escribir, inventarlo bajo el pretexto del recuerdo)
Desde entonces, mi relación con el mundo está hecha de palabras dibujadas. No solo que lo piense con palabras –eso se llamaría escribir– sino que lo percibo a través de sus palabras, lo entiendo o no lo entiendo gracias a sus palabras, sigo sus palabras. Lo leo, de formas tan variadas.
Nada nos parece más natural que un mundo descripto por un conjunto de veintitantos signos. Y, sin embargo, hace cien años, cuatro de cada cinco personas no los conocían: no leían, no escribían. Esa forma, que ahora nos resulta tan banal como comer o conversar, no existía para la mayoría. Y los signos que llevaban palabras –los nombres de las calles, los negocios, los diarios, los contratos, los libros, los misales– estaban reservados a los otros. No sé si alguna forma de aprehender y de ordenar el mundo creció tanto en tan poco tiempo.
(Alguna forma de igualdad, en ese tiempo.)
Para mí, en cualquier caso, siempre fue la única. Yo leo –y por eso, a veces, escribo. Pero leo, sobre todo.
(Escribir, está claro, es leer descuidado.)
A veces me aburría. Me recuerdo vagamente diciendo meaburro meaburro meaburro con el tono más aburrido que podía lograr a mis cinco o seis años. Mi padre Antonio se permitía incluso un chiste malo a mi costa: ¿Sabes cuál es el animal al que hay que entretener para que no cambie de sexo? El burro, para que no sea burra –¿o será para que no se aburra? Hasta que terminé de entender que la lectura podía llevarme a cualquier parte y nunca más tuve miedo de aburrirme: en el peor –en el mejor– de los casos, siempre podía leer algo. De pronto me sentí autónomo, autosuficiente, todopoderoso: los libros me ofrecieron eso, que no siempre fue bueno.
Había empezado a leer y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Entonces sí, leer era estar en otra parte, ser otro, vivir vidas lejanas. En esos días, cuando leía las aventuras de Sandokán en la Malasia me subía a esos veleros frágiles, peleaba contra maharajás que cabalgaban elefantes, comía perro en fondas de Malaca. Leer era vivir, entonces.
(Escribir, está claro,
es leer descuidado. No seguir
al pie de la letra cada letra, permitirles
que se vayan ordenando de otros modos.
Escribir es romper
lo que está dado.)
En 1962 yo ya tenía un hermano y un recuerdo. Mi hermano Gonzalo nació en febrero: dejé de tener un cuarto para mí solo o unos padres para mí solo pero no parece que me haya afectado demasiado; quién sabe. Y un recuerdo: cuando él nació, mis padres –para que no creyera que perder es pura pérdida, otra vez el helado– me regalaron una cámara de fotos. Era una carcasa de plástico negro que se llamaba Agfa Gevaert, usaba rollos gordos de 12 fotos cada uno. Hay objetos que te marcan y construyen.
(No hay bien que por mal no venga, parecía ser la idea: un sistema de compensaciones que se me instaló. Después, durante todo el resto de mi vida, debí buscar, para cada revés, algo que lo contrapesara: no siempre lo encontraba, por supuesto.)
Hacer fotos. En una época en que los chicos no teníamos ningún acceso a ninguna tecnología, no manejábamos ningún aparato –apenas, si acaso, podíamos prender o apagar la luz si nos dejaban–, apretar un botón y hacer un clic y que ese gesto se transformase en un papel con una imagen blanco y negro que, semanas más tarde, mi madre Martha me traería de la farmacia o el laboratorio, era sublime.
(No recuerdo juguetes. Me imagino que tendría juguetes, pero no los recuerdo. Un camión rojo de plástico o goma, pesado, con volquete y un nombre que quizá fuera duravit. Unos ladrillitos de plástico que se encastraban los unos en los otros para dejarte armar una casa muy precaria, mis ladrillos. Quizás algunas piezas de madera, pero no estoy seguro; quizás algunos soldaditos, pero tampoco. Casi no recuerdo juguetes. Es un lugar común, pero aún así: la cantidad de juguetes que tenían los chicos de entonces podía ser –en circunstancias parecidas– 50 o 100 veces menos que la que tienen los de ahora. Lo cual podría darme bruta envidia si no fuera por el argumento que me salva: nos obligaba a imaginar. No nos daban todo imaginado. Aunque quién sabe: para eso, claro, eran los libros.
Y en cambio, según me contaron muchos años más tarde, tenía preocupaciones infrecuentes en un chico de cinco con miedo de dormirse con la luz apagada que necesitaba una lamparita en un rincón o una encendida en el pasillo, y que, justo antes de ese momento horrible en que su madre apagaba y se iba, intentaba retenerla con preguntas:
–Má, ¿cuál es la diferencia entre socialismo y comunismo?
Nadie es más o menos que su tiempo y su entorno.)
Empezaba a ser yo.
¿Cómo sabe alguien cuándo empieza?
¿Se puede decir –o pensar– que alguien empieza?
En esos días también me hice de Boca. O sea: empecé a “ser de Boca”. Lo conté, décadas después, en la primera página de un libro que se llama Boquita: “No recuerdo muchos recuerdos anteriores. En diciembre de 1962 mi abuela Rosita me había llevado a pasar unos días en Mar del Plata: un hotelito en Playa Grande. En su baño compartido encontré un diario: yo estaba aprendiendo y leía todo lo que se me cruzaba. No sé si ese diario sería del día o de una semana antes; sí que, mientras me demoraba sobre el inodoro, leí el relato emocionado de cómo un tal Antonio Roma atajaba el penal que le pateaba un tal Delem y le daba a un equipo que se llamaba Boca Juniors la chance de salir campeón. Yo debía saber lo que quería decir campeón –porque fue en ese momento, de puro triunfalista, cuando decidí que iba a hacerme de ese cuadro.
En esos días los equipos eran instituciones sólidas: Roma Silvero y Marzolini, Simeone Rattin y Silveyra fueron un mantra que susurré en tantos recreos. En esos recreos descubrí que ser de Boca era algo que podía compartir con otros –que me hacía cómplice de otros chicos, que nos daba una causa común– pero que algunos de mis mejores amigos se transformaban de tanto en tanto en enemigos porque eran de ese equipo que se llamaba River. En esos recreos descubrí que uno se hacía de un equipo: no es poca cosa, hacerse. Y que, ya hecho, uno no era hincha de un equipo: uno era de un equipo. No es poca cosa, ser.”
Ser de Boca fue uno de mis rasgos de identidad más decisivos durante varios años. Aunque, entonces, eso no suponía casi nunca “ver” a Boca. Ser y ver eran tan diferentes: durante décadas, los seguidores de un equipo de fútbol lo seguíamos a través del relato de otros. Los que iban a la cancha eran una pequeña minoría. No había, por supuesto, todavía, fútbol en la televisión, y la gran mayoría canalizaba su “ser de” escuchando cómo te lo contaban en la radio o leyendo cómo te lo contaban en los diarios. Millones eran fanáticos de algo que solo conocían por interpósitas personas –y palabras. Yo también. Mi padre Antonio todavía no nos llevaba a la cancha y yo, si acaso, miraba en el diario si “mi equipo” ganaba o perdía y, algún domingo por la tarde, raro, empezaba a escucharlo en radio Mitre, Bernardino Veiga.
Pero –ya queda dicho– leía. Leía y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Hubo, entonces, un episodio que me entregó a mi historia.
Mis muertes
1963
La primera vez pudo haber sido
–la primera última vez pudo haber sido–
en esos giros y giros y
más giros, el horror
de ese coche que gira,
que salta y se desliza y se deshace,
víctima desbocada del azar, la lluvia, ese momento
en que entendés que ya no sos lo que eras
sino quién sabe qué,
hoja en el viento, pelusas en el aire, gota
en un estanque: nada. El coche
daba vueltas y vueltas en el campo, vueltas
y más vueltas en sí mismo, retumbaban
los gritos y grititos y mi madre y mi padre, yo
tenía seis años y leía: en el asiento
delantero de ese coche que daba vueltas y más vueltas
como un trompo idiota, yo
leía, trataba de leer, intentaba leer
mi Sandokán de la Malasia. El coche
al fin paró: seguíamos vivos.
Salimos, chapoteamos, nos abrazamos
incrédulos, lloramos;
mi libro había volado, lo encontré
en el barro. Mi libro, puro barro,
era la historia.
De esa mañana saqué un mito:
mi iniciación a la lectura, mi opción
por la lectura. Si leer
te distrae tan cerca de la muerte, pensé
mucho después, leer
vale la pena. Ahora, cerca,
escribo. Y otras veces
me pregunté si entonces
el azar y los giros me mataban, a quién
habrían matado. Yo,
seis años, yo ¿me hubiera muerto?
¿O se habría muerto un chico que recuerdo
vagamente, la posibilidad de tantos yo
que ninguno es real, ninguno
verdadero?
Uno que no era yo
se habría matado,
uno que nunca sabría quién
se moría entonces, uno
que no sabía que se moría, uno
que no sabía qué se moría, uno
que no era yo porque yo
no habría existido nunca.
Por eso es que lo llaman
accidente, por eso
es que lo olvido.
Por eso, sobre todo,
lo recuerdo.
(Pero falló y seguí unos años más
hasta que la siguiente.)
II.
Con perdón: uno tiene sobre sí mismo mitos. Las formas en que se piensa cuando nadie lo ve, nadie lo escucha. Las formas en que se piensa cuando está solo de verdad.
Aquel libro, el que salió volando, también era de la Colección Robin Hood: tapas duras amarillas con un dibujo como de historieta, contratapa con una lista de otros títulos, páginas de un papel basto, de un papel oscuro, impresión más o menos. La Colección Robin Hood había empezado unos veinte años antes y ya tenía docenas de títulos, pero yo me empecinaba en los de Emilio Salgari y Julio Verne –que mi madre por supuesto me compraba feliz, como compraba, en su embarazo, aquella droga. Aquel libro que voló se llamaba A la conquista de un imperio, uno de Sandokán. Mompracem era, entonces, mi lugar en el mundo: me gustaban más que nada esos piratas audaces justicieros, la idea del marginal con poder que ayuda a los más impotentes. Sandokán, Kammamuri, Tremal-Naik y, sobre todo, el portugués Yáñez todavía dan vueltas en mi mente. Y los thugs y Mariana y el rajah de Sarawak y la Perla de Labuán y todos esos. Mi osito Gurubito, en esos días, pasó a apellidarse Yáñez. Para seguir ahí no tuvo más remedio que formar parte de mi mundo nuevo.
También me compraban otros libros para chicos: hacia mis cinco tenía el Lo sé todo –nombre sarcástico pensado sin sarcasmos, una enciclopedia en 12 tomos infantiles que incluían desde los mitos babilonios hasta la ciencia más moderna entonces– y unos volúmenes de Monteiro Lobato, un comunista brasilero, igualmente didácticos: Perucho y Naricita me enseñaban las cosas más diversas. Y había otros que también me gustaban, por supuesto, menos “apropiados”: ni sé cuántas veces leí Jack & Jill, una novela romántica de chicos de Louise May Alcott, que escribía para mujercitas, o las Aventuras de Marco Polo, o Tom Sawyer o Robinson Crusoe. Había, ya entonces, demasiados libros, y la única solución era enfermarse. Circulaba una ristra de trastornos –paperas, sarampión, rubeola, escarlatina– que todo chico debía tener y en general tenía. Se parecían: cinco o seis días acostados, algo de fiebre, no muchos dolores, galletitas de agua con jamón cocido, si acaso arroz, la gran chance de leer doce horas por día. Enfermarse era una fiesta, todavía.
(Y alguna vez habría que hacer una historia sobre el papel de la enfermedad en la formación de los escritores. Con frecuencia, los mejores son los que, chicos aún, tuvieron que pasarse mucho tiempo encerrados, mucho tiempo en la cama, y allí “no tuvieron más remedio” que leer.)
Israel e Irán están en una guerra frontal sin precedentes que no tiene indicios de pausa, llevando al extremo la tensión en Medio Oriente, ante la atenta mirada de Estados Unidos, Europa, Rusia y China.
Pero al margen de las implicancias geopolíticas, otra batalla se libra en un tablero paralelo: la supervivencia política del primer ministro de Israel, Benjamín Netanhayu. El premier israelí volvió al poder gracias al acuerdo con el sector más ortodoxo de la derecha israelí que lo empujó a posiciones menos tolerantes con Palestina y lo acercó a una lógica de guerra.
Antes del salvaje ataque terrorista de Hamas a Israel, el premier estaba contra las cuerdas producto de una reforma judicial que le daba a su gobierno la capacidad de intervenir casi sin contrapesos en la Justicia. Esto provocó marchas masivas contra el gobierno que lo forzó a suspender el proyecto de ley en medio de una caída importante de la imagen.
Con el comienzo de la guerra contra Hamas en la Franja de Gaza, la política israelí se alineó detrás de su liderazgo pero con el correr de los meses eso fue cambiando. No obstante, Netanhayu parece entender mejor que nadie la importancia de la seguridad en la sensibilidad de los israelíes y con ese respaldo sostiene un escenario de confrontación en Gaza, El Líbano y ahora Irán.
Sin embargo, una encuesta del Canal 12 de Israel en mayo reveló que el 61% de los ciudadanos quiere poner fin a la guerra y ver a los rehenes liberados, mientras solo el 25% apoya la extensión de los combates y la ocupación de Gaza.
El liderazgo de Netanyahu atraviesa una crisis de legitimidad interna, por un lado tiene la presión judicial y política adentro de Israel, pero también en este último tiempo tuvo un aislamiento internacional, producto de la gestión de la guerra en Gaza.
La politóloga y especialista en Medio Oriente, María Constanza Costa, dijo a LPO que “el liderazgo de Netanyahu atraviesa una crisis de legitimidad interna, por un lado tiene la presión judicial y política adentro de Israel, pero también en este último tiempo tuvo un aislamiento internacional, producto de la gestión de la guerra en Gaza”.
El edificio de la televisión pública de Iran tras el ataque de Israel.
“Vimos cómo los países europeos intentan generar una crítica a lo que sucede en Gaza, sobre todo a la situación de crisis humanitaria. Después tiene las tensiones adentro de su coalición, con los partidos ultra-ortodoxos que amenazan con abandonar el gobierno en relación a la aprobación de la ley que los exima del servicio militar. Eso le podría haber provocado una crisis parlamentaria y unas elecciones anticipadas. Finalmente terminó no sucediendo, pero también da cuenta del momento interno en el que está su liderazgo”, agregó Costa.
Es muy pronto para hablar de una recomposición del liderazgo de Netanyahu. Sí creo que puede reforzar esta narrativa de unidad nacional, esta idea de que Israel está bajo una amenaza existencial.
“No creo que el ataque contra Irán permita recomponer su liderazgo. Sí creo que puede reforzar esta narrativa de unidad nacional, esta idea de que Israel está bajo una amenaza existencial. Y eso le puede permitir dejar la política de lado, enfocarse en la defensa de Israel y recuperar cierto control del relato oficial. Lo que ocurra va a depender mucho de que logre el apoyo de Estados Unidos”, señaló la especialista.
“Hay que esperar a ver si Estados Unidos decide apoyar a Israel en una suerte de guerra total o si, en cambio, decide seguir apostando a una conversación diplomática con los iraníes. Por eso, me parece que puede haber un reforzamiento de la base política de Netanyahu, pero no una recomposición de su liderazgo. Está cercado internamente, tiene un debilitamiento de su coalición de gobierno y de sus alianzas internacionales”, apunto.
Costa también analizó el efecto de los misiles iraníes que lograron eimpactar en zonas de Tel Avic, causando decenas de muertos. “La cuestión de que haya víctimas en Tel Aviv puede generar ciertas críticas por fallos en la defensa, porque hay misiles que lograron impactar en zonas residenciales y dejaron decenas de civiles muertos, pero lo cierto es que la cúpula de hierro funciona. Creo que de todos los misiles que envió Irán solo lograron penetrar alrededor de un 10 o un 20%. Realmente esa idea de que Netanyahu es un garante de la seguridad, si bien está siendo cuestionada, genera una unidad temporal pero no cesa la presión que puede tener Netanyahu en el largo plazo”.
Tel Aviv tras ataque de Irán.
“La oposición suspendió temporalmente sus críticas al gobierno y se centró en un discurso de seguridad nacional y el derecho de Israel a defenderse, pero en el futuro tienen la intención de reemplazar a Netanyahu”, añadió.
“Pero insisto, la clave de si la guerra con Irán fortalece o no el liderazgo interno de Netanyahu, va a tener que ver con la decisión que tome Trump de apoyarlo o no. Si bien viene marcando cierta distancia, lo vimos también en la última gira que hizo por el Golfo, donde no visitó Israel, aunque todo el tiempo se encargó de señalar que es un socio estratégico. Sin el apoyo de Estados Unidos, esta esta regionalización del conflicto no es posible que Israel lo pueda sostener de manera unilateral”, apuntó Costa.
Por su parte, el sociólogo Kevin Ary Levin, planteó a LPO que “el liderazgo de Netanyahu, por ahora, queda fortalecido. Todo indica que esto es una guerra que es popular. Para muchos israelíes la cuestión de Irán es una amenaza que cuelga sobre sus cabezas hace ya muchos años. Y esto aparece también reforzado desde el 7 de octubre del 2023, cuando la explicación oficial del ataque fue que jamás había sido el ejecutor, pero que esto habría sido imposible sin la influencia iraní, sin el financiamiento y el apoyo político”.
El liderazgo de Netanyahu, por ahora, queda fortalecido. Todo indica que esto es una guerra que es popular. Para muchos israelíes la cuestión de Irán es una amenaza que cuelga sobre sus cabezas hace ya muchos años. Y esto aparece también reforzado desde el 7 de octubre del 2023, cuando la explicación oficial del ataque fue que jamás había sido el ejecutor, pero que esto habría sido imposible sin la influencia iraní, sin el financiamiento y el apoyo político
Para Ary Levin “hay muchos aspectos que hay que tener en cuenta para entender la decisión (de atacar Irán). Creo que la cuestión de cómo esto lo impacta internamente es un factor para tener en cuenta, pero no es necesariamente la causa principal. Creo que su supervivencia política es un factor y esto apaga las discusiones internas durante un tiempo, pero que también es muy característico que teníamos una apuesta difícil”.
“También tiene que ver con un pesimismo creciente que escuchamos de parte de Estados Unidos sobre la marcha de las negociaciones, que también tiene que ver con una posición debilitada de Rusia, que no está en condiciones de intervenir directamente en este sentido y abrir un nuevo frente de guerra, pero independientemente de la intencionalidad o no, que es muy difícil de determinar, la consecuencia es que Netanyahu ve su autoridad prolongada, por estos días no era la reforma judicial su principal amenaza, sino la discusión sobre la participación de los jóvenes ultraortodoxos en el servicio militar, lo cual está dando muchos problemas al interior de la coalición y también es un tema donde la mayoría de la opinión pública israelí está en un lugar opuesto a lo que el gobierno viene haciendo”, añadió.
Por último, sobre las víctimas civiles que está sufriendo Israel, Kevin Ary Levinio, sostuvo que “esto impacta, estamos viendo un daño a la población israelí sin precedentes y creo que esto también va a impactar en la población en el sentido de un desgaste mucho más rápido y que el apoyo popular al principio de la guerra y de casi toda la oposición tenía que ver con un manejo de la guerra en Gaza que en esta guerra está siendo muy diferente y creo que eso va a hacer que si esta guerra se extiende, muchos empiecen a dudar sobre si el timing y la decisión en sí fueron correctas. A partir de la primera muerte en la ciudad Ramatgan, creo que ahí tuvimos un momento bisagra y si esto sigue va a haber un cambio notable”.
El orden es amor. En esa acción (ordenar) dejamos un mensaje muy claro: cuando ordeno, cuido, cuando cuido me siento en un clima de agradecimiento y cuando agradezco me permito abrirme a la abundancia, que siempre esta disponible pero depende de dónde esta nuestra perspectiva anclada. Esto se aplica en cualquier ámbito, por ejemplo: si…
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