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SINERGIA Y MEDICINA FUNCIONAL

Sinergia es una palabra que se utiliza en muchos ámbitos, tanto en términos de medicina como de relaciones entre personas. Significa “cooperación” y se utiliza para nombrar a la acción de dos o más causas que generan un efecto superior al que se conseguiría con la suma de los efectos individuales.
Desde una perspectiva social-vincular, la diversidad que nos caracteriza da la oportunidad de lograr sinergias. Si trabajamos en equipo y tenemos un objetivo, meta o sueño en común, podríamos lograr un mejor resultado, una creación potenciada.

Tomando el concepto de sinergia y aplicándolo al ámbito de la salud, es debido a la sinergia que existe entre los distintos órganos del cuerpo, las sustancias (que produce y que requiere) y sus funciones, que el ser humano es capaz de realizar todas sus capacidades, desde respirar hasta correr una maratón.
La teoría de sistemas, de forma muy simplificada, sirve para describir un sistema, que puede ser un conjunto de acontecimientos que se influyen mutuamente o interactúan. Según Fritjof Capra, ésta es un intento para explicar los todos en función de la relación entre sus partes y no en función de las partes aisladas. Aquí puede considerarse que los organismos vivos pueden describirse como modelos de organización.

Otro ejemplo acerca de la integración y el ser humano es la Teoría de los cinco elementos, teoría constituyente de la Medicina Tradicional China, que explica cómo es la relación entre la Naturaleza y nuestro organismo, vinculando movimientos, energías, órganos, emociones, sabores, elementos.

Así como en Oriente la Medicina Tradicional China o la Medicina Ayurveda asisten a la salud de las personas desde su filosofía integrativa, en Occidente se ha desarrollado intensamente la medicina alopática, convencional e individualista; aquella que en general utiliza fármacos específicos para tratar problemas específicos, que muchas veces tienen efectos secundarios en otros órganos a los que, en caso de tratarlos, también recibirán un nuevo fármaco específico para resolver ese nuevo síntoma específico o “aislado” y así sucesivamente.

Una buena noticia es que también en Occidente se está desarrollando, implementando y expandiendo la Medicina Funcional, basada en ciencias de la nutrición, genómica y epigenética  y que puede describirse como la aplicación clínica de la biología de sistemas.

La Medicina Funcional, integrativa, ofrece un enfoque del cuidado del paciente que considera la salud y la enfermedad como parte de un continuo en el que todos los componentes del sistema biológico humano interactúan dinámicamente con el entorno, produciendo patrones y efectos que cambian con el tiempo. Busca identificar y abordar la causa raíz de la enfermedad de manera personalizada y específica para cada paciente,  reconoce que el “entorno” de un paciente no se limita a lo físico y a exposiciones bioquímicas, sino también a las condiciones sociales y sus interacciones (Institute of Functional Medicine).

El diagnóstico integrado, personalizado que brinda la Medicina Funcional es diagramado por un grupo de especialistas de la salud que trabajan en conjunto y con el paciente. Buscar y atender la raíz que desencadena un síntoma difiere muchísimo de atacar específicamente UN síntoma, mediante la incorporación de un fármaco específico para favorecer una reacción específica, con las ya nombradas posibilidades de desencadenar nuevas reacciones que probablemente sean tratadas también específicamente si de medicina alopática se habla, ignorando las interacciones de la causa del síntoma con el todo.

La aparición de la Medicinal Funcional abre el juego para atender nuestra salud en mayor concordancia con nuestra Naturaleza, integrando muchos más aspectos que una dolencia específica, promoviendo un mejor estilo de vida e incorporando como requisito clave mantener hábitos saludables. Es un enfoque que crea salud, que previene enfermedades.

Aquí este enfoque está comenzando, y creo que desde el lugar de “paciente” es importante que todos comencemos a incorporar esta “idea colectiva” del “asunto” de la salud, dejando de lado la mirada sesgada que existe cuando sólo pretendemos sanar/aquietar/silenciar un síntoma específico, en un lugar específico, con un fármaco específico que ignora la mágica sinergia del cuerpo humano. Somos mucho más que un síntoma, el cuerpo nos habla e integra todas las variables que le influyen, somos Mente, Cuerpo y Energía.

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    El León de San Marcos: ¿un viajero chino disfrazado de símbolo veneciano?

     

    Un nuevo estudio publicado en la revista Antiquity sacude la historia de Venecia: el mítico León de San Marcos, emblema de la ciudad, no sería un león veneciano sino un “inmigrante” chino que habría llegado a Europa gracias al padre de Marco Polo.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable


    Un símbolo eterno, pero lleno de misterios

    Millones de turistas levantan la vista cada año en la Piazza San Marco para admirar la escultura del león alado que custodia la laguna desde lo alto de su columna. Sin embargo, ese bronce que los venecianos convirtieron en bandera de su república mercante no nació como símbolo cristiano, ni siquiera como león.

    La pieza carga cicatrices de una vida anterior: orejas recortadas, alas añadidas, cuernos eliminados. Apenas un documento de 1293 da fe de su existencia, cuando ya estaba maltrecho y en reparación. Ni el taller, ni el escultor, ni la fecha de instalación son conocidos.


    De la cuenca del Yangtsé a la Serenissima

    El arqueólogo Massimo Vidale, de la Universidad de Padua, coautor de la investigación, lo explica con prudencia: “No sabemos cuándo llegó a Venecia, ni quién la modificó”. Pero las pruebas de laboratorio son contundentes: los isótopos de plomo analizados en una restauración de 1990 revelan que el cobre utilizado procede de la cuenca del río Yangtsé, en China.

    Es decir, el bronce que hoy mira hacia la laguna veneciana no tiene origen mediterráneo, como se suponía.


    Un zhenmushou con pasaporte veneciano

    La sorpresa va más allá: el “león” podría ser en realidad un zhenmushou, criatura híbrida de la dinastía Tang (618-907 d.C.), usada como guardiana de tumbas. Hocicos leoninos, orejas puntiagudas, melenas en llamas, alas unidas al torso y hasta rasgos humanos. La nariz bulbosa del León de Venecia coincide con esas piezas orientales conservadas en museos.

    Lo que hoy se presenta como un emblema cristiano de poder habría sido alguna vez un vigilante de ultratumba en la China medieval.


    ¿Un recuerdo de familia de los Polo?

    La hipótesis más pintoresca conecta la historia con la familia más célebre de Venecia: los Polo. Niccolò y Maffeo, padre y tío de Marco, viajaron hacia 1265 a la corte de Kublai Kan en Khanbaliq (la actual Pekín). Allí pudieron encontrarse con la escultura.

    En una Venecia que ya había adoptado al león como símbolo, los Polo habrían tenido la “idea algo audaz” —como dice el estudio— de reconvertir al zhenmushou en un León Alado de San Marcos. Una operación de reciclaje cultural que, vista de lejos, funcionaba de maravilla.


    Entre saqueos, guerras y Napoleón

    La columna que sostiene la estatua tampoco tiene un origen tranquilo: se cree que fue saqueada en Constantinopla hacia 1261, cuando los venecianos arrasaron Bizancio.
    Más tarde, el león volvió a viajar: en 1797, tras la derrota de la República, Napoleón Bonaparte lo desmanteló y se lo llevó a París. Solo regresó en 1815, recompuesto como pudo.

    El símbolo eterno de Venecia fue, en realidad, un trotamundos de bronce, arrancado de su tierra, rebautizado como león y puesto a custodiar una ciudad que no era la suya.


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    Hoy, bajo las palomas de la Piazza San Marco y los flashes de los turistas, el León sigue allí. Pero después de este hallazgo, su mirada ya no es solo la del guardián veneciano. También es la de un viajero oriental, un zhenmushou disfrazado, que cruzó mares y guerras para convertirse en el ícono de una de las ciudades más bellas del mundo.

     

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