En la mañana de hoy se comenzaron con los trabajos para el recambio del controlador semafórico en la intersección de la Avenida Rivadavia y la Autovía de la Ruta Nacional N°22. A raíz de la colocación de dicho semáforo, quedará habilitado el giro a la izquierda para los vehículos que transitan en sentido este- oeste y deseen ingresar en la estación de servicio “PUMA”.
A través de una gestión municipal del Director de Tránsito, Mario Figueroa, con el Gerente General de Neuquén de la Empresa PUMA, Sebastián Tolche, se solicitó la adquisición de los elementos necesarios para cambiar todo el equipamiento semafórico que está valuado en $450.000.
En un multitudinario acto en el Teatro Español de Trelew, el gobernador Ignacio “Nacho” Torres encabezó este sábado por la tarde la presentación del frente Despierta Chubut, de cara a las elecciones generales que se celebrarán el próximo 26 de octubre en todo el país.
“Hoy es el primer encuentro de un frente que llegó para quedarse. Van a pasar varios gobiernos, y las futuras generaciones, a diferencia de lo que ocurrió hace no tanto tiempo, van a poder inflar el pecho, esté quien esté en el Sillón de Rivadavia, y levantar la bandera con el profundo orgullo de ser chubutenses”, expresó de manera contundente ante un salón colmado.
Ante la presencia de treinta y cuatro intendentes y jefes comunales, representantes y militantes de los principales partidos y agrupaciones políticas de la provincia, y acompañado en el escenario por la el vicegobernador de la provincia, Gustavo Menna; la diputada nacional, Ana Clara Romero; y el intendente de Trelew, Gerardo Merino, Torres encabezó la presentación del frente Despierta Chubut de cara a la ciudadanía.
Acompañaron el lanzamiento los intendentes Damián Biss (Rawson), Matías Taccetta (Esquel), Sergio Bowman (Las Plumas), Marcelo Aranda (Gastre), César Salamín (El Hoyo), Silvio Boudargham (Cholila), Iván Fernández (Lago Puelo), Omar González (Buen Pasto), Santiago Contreras (Colan Conhue), Beatriz Roa (Cerro Centinela), Fatima Avilés (Atilio Viglione), Alberto Rosas (Carrenleufú), Micaela Bilbao (Lago Blanco), Rubén Calpanchay (José de San Martín), Diego Pérez (Río Pico), Marcelo Limarieri (Gualjaina), Claudia Loyola (Camarones), Jorge Perversi (Puerto Pirámides), Víctor Candia (Paso del Sapo), Pedro Goyeneche (Lagunita Salada), Héctor Méndez (Paso de Indios), Miguel Gómez (Gobernador Costa), Juan Hassanie Silva (Ricardo Rojas), Vilma Pinilla (Facundo), Patricia Tapia (Aldea Beleiro), Jorge Seitune (Tecka), Domingo Bernardo “Jano” Rodríguez (Buen Pasto), Raúl De Domingo (Dique Florentino Ameghino), José Contreras (Epuyén), Gustavo Loyaute (Río Mayo), y Miguel Mongilardi (Alto Río Senguer).
También estuvieron presentes representantes de las intendencias de Gaiman y Rada Tilly. “Templanza y coraje” En un salón colmado, Torres expresó que “Chubut está en un momento en el que tiene un rol protagónico en el país, y lo que planteamos es coherente: queremos representantes en el Congreso que pongan a la provincia por sobre cualquier personalismo, nombre propio o bandería política; eso es lo que han hecho nuestros representantes”.
El gobernador recordó el rol clave de Chubut y de la legisladora nacional, Edith Terenzi, en el debate por la Ley de Bases, principalmente en los capítulos de Pesca e Hidrocarburos: “Fuimos a la Casa Rosada, formamos parte de la redacción de esos artículos y finalmente recuperamos lo que le correspondía a nuestra provincia, lo que hizo que, entre otras cosas, nuestro crudo se pague lo que vale y que los polímeros se pudieran importar sin aranceles, además de haber puesto en la agenda la importancia de revitalizar las cuencas maduras”.
“Esa pelea la dio Chubut, y de la mano de nuestros representantes en el Congreso de la Nación”, ponderó. “Hay que apoyar medidas que son buenas, y tener la templanza y el coraje suficiente cuando hay medidas que atentan contra los intereses de nuestra provincia, independientemente de quién esté en el gobierno nacional”, señaló Torres.
“Cuando uno está convencido de que está peleando por algo justo, no importa lo que haya enfrente o la conveniencia electoral, sino que lo único que importa en este momento importante, es defender a los chubutenses por sobre cualquier bandería política, y eso lo hicimos con firmeza y coraje, demostrando que el que grita más fuerte no necesariamente es el que tiene la razón; incluso, en ocasiones la razón nos la dio la propia Justicia”, expuso el Gobernador, recordando a su vez que “ese primer planteo que hicimos ante la Justicia derivó, finalmente, en el desendeudamiento más grande en la historia de la provincia para con el Gobierno Nacional”.
“A nosotros nos tocó gobernar en un contexto extraordinariamente complejo, con un precio del dólar bajo y una caída importante en la coparticipación; incluso, con un precio del barril muy bajo. Y en ese contexto y con una deuda que era una bomba financiera que ponía en jaque a la provincia, en paralelo a ese desendeudamiento histórico, logramos avanzar y ejecutar obras que muchos decían que eran imposibles, y que eran paradigma de la corrupción y de la desidia.
En este momento, se está ejecutando la Doble Trocha entre Trelew y Madryn después de 20 años y de que se la hubieran ‘robado’ más de cinco veces”, sostuvo el Gobernador ante el aplauso de los presentes. “Tenemos que tener la convicción de que acá no hay líderes mesiánicos”, añadió Torres, resaltando que “en este escenario está el 90 por ciento de los intendentes de la provincia”.
“Ante el individualismo y los discursos de odio, en Chubut demostramos que hay espíritu colectivo, donde toda la provincia tiene la capacidad de unirse para dar estas batallas que son lo másImportante para las futuras generaciones”, continuó Torres, señalando que “acá tenemos muchos partidos y un frente que representa a todos los chubutenses de bien, que queremos sentar los cimientos de una provincia pujante, y para defendernos tenemos que tener centralidad”.
“Nosotros no tenemos nada que ver con La Libertad Avanza, somos oposición, y los cobardes que crean que acomodándose van a sobrevivir, lo cierto es que esa mediocridad los va a llevar a pasar sin pena ni gloria, porque la historia la escriben los que se animan a dar las peleas que hay que dar”, expresó de manera contundente el Gobernador.
“Hoy es el primer encuentro de un frente que llegó para quedarse. Van a pasar varios gobiernos, y las futuras generaciones, a diferencia de lo que ocurrió hace no tanto tiempo, van a poder inflar el pecho, esté quien esté en el Sillón de Rivadavia, y levantar la bandera con el profundo orgullo de ser chubutenses”, manifestó.
“Chubut despierta para decirle ‘basta’ a la desidia y a la corrupción, y para animarse a que escribamos nuestra propia historia, enviando al Congreso de la Nación a los representantes que necesitamos para defender a nuestra provincia”, aseguró Torres, y concluyó: “Tenemos la oportunidad de dejar atrás años de desidia y escribir nuestra propia historia como chubutenses”.
Ana Clara Romero, agradeció la multitudinaria presencia “de quienes siguen respaldando este proyecto, que no es electoral sino un proyecto de provincia, desde el cual nos supimos parar todos desde el primer momento” y remarcó que “en 2023, gracias al liderazgo de Nacho Torres, mostramos que un Chubut diferente era posible, y que los chubutenses tenemos noción, convicción y compromiso por lo nuestro, y que sabemos pelear con eso”.
La diputada reconoció “el respaldo de cada uno de los intendentes presentes, que conocen sus calles, sus comunidades y que saben lo que significa despertarse en Chubut todos los días con un nuevo desafío, por eso nadie de Buenos Aires va a venir a decirnos lo que tenemos que hacer, porque eso lo vamos a resolver nosotros, porque tenemos liderazgo y proyecto claro: sabemos que Chubut no tiene techo”.
“Nuestro gobernador fue muy claro de entrada: no vamos a ‘pedir limosna’ a Nación, sino a exigir lo que nos corresponde por derecho”, finalizó Romero. “Consolidar lo que se ha logrado” Por su parte, el vicegobernador de la provincia, Gustavo Menna, remarcó que “venimos con mucha fuerza a ratificar que estamos de pie, en un frente cada vez más amplio y con la conducción firme de Nacho, que vino a cambiar la provincia y demostrar que las cosas se pueden hacer distinto”.
Además, planteó que “hoy el desafío es importante: consolidar todo lo que se ha logrado en este tiempo, en el que avanzamos con Ficha Limpia, Extinción de Dominio, Boleta Única, Código Electoral y transparencia en la obra pública”.
“Mientras en muchos lugares del país estos son temas que se discuten, en Chubut tenemos a un Gobernador que, a poco de haber asumido, se plantó de manera férrea cuando quisieron venir a avasallar los derechos de la provincia”, señaló el dirigente, criticando “a muchos gobernadores anteriores que se ponían de rodillas ante el gobierno nacional y declamaban ‘federalismo’ pero renunciaban a juicios en la Corte, mientras que acá logramos bajar una deuda que había dejado la gestión anterior, porque hubo firmeza jurídica y política para plantarse y decir ‘hasta acá, no más’; y hoy vamos a seguir consolidando ese camino”.
“La provincia recibe hoy inversiones turísticas después de 10 años, y eso es porque hay un equipo que trabaja para esos logros”, sentenció el Vicegobernador, quien llamó a la militancia y a la dirigencia política “a ponerse espalda con espalda, como lo refleja este acto, porque la unidad es necesaria para demostrar que nosotros no hacemos distinciones a la hora de mostrar el interés común por los habitantes de la provincia”.
Gerardo Merino, intendente de Trelew, resaltó que “toda la provincia de Chubut está representada en este día tan especial, en un espacio verdaderamente plural” y recordó la construcción del espacio “a partir de un largo camino que recorrimos durante años, pensando en el desarrollo de nuestras ciudades y en el futuro de la provincia”. “Hoy tenemos representación legislativa a nivel municipal, provincial y nacional”, expresó el jefe comunal, poniendo en valor el rol de Ana Clara Romero en el Congreso de la Nación, y de Gustavo Menna al frente de la Legislatura de Chubut.
La interna entre Lule Menem y Santiago Caputo que explotó por el armado de las listas en Corrientes y reavivó una espesa denuncia contra el candidato libertario, Lisandro Almirón, por presunto reparto irregular de bienes decomisados por la Aduana.
LPO explicó que el armador de Karina Milei quiso hacer caer el acuerdo de la Rosada con Gustavo Valdés, el gobernador correntino, pero Santiago Caputo finalmente negoció una candidatura de Carlos “Camau” Espínola en la lista del radical.
Lule buscaba que Lisandro Almirón fuera ungido al menos como candidato a vicegobernador de Juan Pablo Valdés, el hermano del mandatario. Finalmente decidió presentar lista aparte con Almirón.
Minutos después de que La Libertad Avanza de Corrientes anunciara que se presentaría con lista propia, desde el gobierno de Valdés reflotaron una denuncia que salió a la luz semanas atrás en el programa Odisea de Carlos Pagni.
En ese programa, el periodista Francisco Olivera reveló que una serie de organizaciones sin fines de lucro con vínculos directos con La Libertad Avanza, fueron beneficiadas en Corrientes y otras provincias con donaciones millonarias en artículos electrónicos, indumentaria y hasta repuestos aeronáuticos, gestionadas directamente desde la Secretaría General de la Presidencia, a cargo de Karina Milei, por obra de Lule Menem, funcionario de esa área. Los bienes repartidos habrían sido decomisados por la Aduana, amparados en la Ley de Rezago Aduanero.
En el caso correntino, el informe apuntó directamente a Almirón y su esposa, Laura Peralta Marcoré, que es la vicepresidenta del partido libertario en la provincia. “Esto es una operación política”, se defendió Almirón luego del programa de Pagni. Como la Aduana la controla Santiago Caputo, los libertarios correntinos creen que la información provino de sus huestes.
La Municipalidad de Villa Regina puso en marcha el concurso de precios 07/2021 destinado a la provisión de materiales para recambio de luminarias a tecnología LED en Plaza de los Próceres, Plaza de los Inmigrantes y Plaza La Estación. La fecha de apertura de las propuestas será el 10 de agosto a las 11 horas…
La participación en el Concurso es gratuita y podrán participar estudiantes regulares de instituciones educativas de nivel medio, tanto privadas como públicas, de la Argentina. La convocatoria permanecerá abierta hasta el 20 de septiembre. Link de inscripción en la siguiente nota.
La semana que viene se pondrán en marcha los trabajos para dotar de los servicios de agua potable, red eléctrica y alumbrado público al loteo Barazzutti. Así se lo confirmó el responsable de la empresa INGOO SRL Ernesto Pasaron al Intendente Marcelo Orazi en una reunión que mantuvieron en la mañana de este martes. Las…
Nunca lo había pensado así, pero quizás eso es lo bueno de estos balances bobos: la posibilidad de llegar, tan cerca de la conclusión, a ciertas conclusiones. Hacerse un panorama general. Nunca lo había pensado así: es probable que nada haya hecho, en mi vida, tanto como leer. Quizá dormir, ese momento de no ser. Pero mientras sí soy, calculo o quiero creer que leo, digamos, unas diez horas cada día. Entre los diarios de la primera mañana, los mails y apuntes y los artículos que reviso y que preparo en la segunda y, ya por la tarde, esas horas de escribir lo que estoy escribiendo –que es leer realmente. Y todo el tiempo, en cualquier momento –en el baño, en la cama justo antes de dormirme, en la comida cuando como solo, en el sillón del tedio posprandial, en los buses y los aviones y los metros y los desayunos de los hoteles y las salas de espera de los médicos– la lectura. No se me ocurre ninguna otra actividad que haya hecho tanto, que haga tanto. Si algo hice en mi vida fue leer.
(Buscarle algún sentido
a esos dibujos. Esperar
que su silencio me hable, que me diga
eso que guardan para mí.)
Quizá por eso tenía tanto apuro: se ve que quería hacerlo. Aprendí solo: entre las primeras imágenes que recuerdo se cuela un gran cartel callejero que miro desde el asiento trasero del auto de mis padres y trato de leerlo, les pregunto por una letra que no entendí o si lo que he leído es lo que dice. El coche debía ser el citroën dos caballos que compraron primero: en esos días, incluso para un médico ya relativamente exitoso como empezaba a ser mi padre Antonio, acceder a un coche era un cambio sustantivo, un ascenso evidente. En esos días mi padre compartía una clínica psiquiátrica con un par de colegas, mi madre estaba terminando los estudios que mi nacimiento y el de mi hermano habían interrumpido –y yo, visiblemente, intentaba leer.
Sé –supongo– que aprendí así, mirando los carteles de la calle, las tapas de los diarios en mi casa, preguntando. Hacia los cuatro o cuatro y medio ya leía y escribía: nada me fue más fácil, nada me importó tanto. Pero no tengo registro de esos principios –¿cómo puede ser que no sepa cómo fue que aprendí lo decisivo?– ni mucho de esos años: deben haber sido más o menos tranquilos, imagino. Más jardín de infantes, más areneros y cantos y cuentitos, todo eso que se va acumulando sin que sepamos cómo, y nos va armando. Somos, al fin y al cabo, el resultado de un proceso ignoto.
(Pero que un día podremos releer y tratar de escribir, inventarlo bajo el pretexto del recuerdo)
Desde entonces, mi relación con el mundo está hecha de palabras dibujadas. No solo que lo piense con palabras –eso se llamaría escribir– sino que lo percibo a través de sus palabras, lo entiendo o no lo entiendo gracias a sus palabras, sigo sus palabras. Lo leo, de formas tan variadas.
Nada nos parece más natural que un mundo descripto por un conjunto de veintitantos signos. Y, sin embargo, hace cien años, cuatro de cada cinco personas no los conocían: no leían, no escribían. Esa forma, que ahora nos resulta tan banal como comer o conversar, no existía para la mayoría. Y los signos que llevaban palabras –los nombres de las calles, los negocios, los diarios, los contratos, los libros, los misales– estaban reservados a los otros. No sé si alguna forma de aprehender y de ordenar el mundo creció tanto en tan poco tiempo.
(Alguna forma de igualdad, en ese tiempo.)
Para mí, en cualquier caso, siempre fue la única. Yo leo –y por eso, a veces, escribo. Pero leo, sobre todo.
(Escribir, está claro, es leer descuidado.)
A veces me aburría. Me recuerdo vagamente diciendo meaburro meaburro meaburro con el tono más aburrido que podía lograr a mis cinco o seis años. Mi padre Antonio se permitía incluso un chiste malo a mi costa: ¿Sabes cuál es el animal al que hay que entretener para que no cambie de sexo? El burro, para que no sea burra –¿o será para que no se aburra? Hasta que terminé de entender que la lectura podía llevarme a cualquier parte y nunca más tuve miedo de aburrirme: en el peor –en el mejor– de los casos, siempre podía leer algo. De pronto me sentí autónomo, autosuficiente, todopoderoso: los libros me ofrecieron eso, que no siempre fue bueno.
Había empezado a leer y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Entonces sí, leer era estar en otra parte, ser otro, vivir vidas lejanas. En esos días, cuando leía las aventuras de Sandokán en la Malasia me subía a esos veleros frágiles, peleaba contra maharajás que cabalgaban elefantes, comía perro en fondas de Malaca. Leer era vivir, entonces.
(Escribir, está claro,
es leer descuidado. No seguir
al pie de la letra cada letra, permitirles
que se vayan ordenando de otros modos.
Escribir es romper
lo que está dado.)
En 1962 yo ya tenía un hermano y un recuerdo. Mi hermano Gonzalo nació en febrero: dejé de tener un cuarto para mí solo o unos padres para mí solo pero no parece que me haya afectado demasiado; quién sabe. Y un recuerdo: cuando él nació, mis padres –para que no creyera que perder es pura pérdida, otra vez el helado– me regalaron una cámara de fotos. Era una carcasa de plástico negro que se llamaba Agfa Gevaert, usaba rollos gordos de 12 fotos cada uno. Hay objetos que te marcan y construyen.
(No hay bien que por mal no venga, parecía ser la idea: un sistema de compensaciones que se me instaló. Después, durante todo el resto de mi vida, debí buscar, para cada revés, algo que lo contrapesara: no siempre lo encontraba, por supuesto.)
Hacer fotos. En una época en que los chicos no teníamos ningún acceso a ninguna tecnología, no manejábamos ningún aparato –apenas, si acaso, podíamos prender o apagar la luz si nos dejaban–, apretar un botón y hacer un clic y que ese gesto se transformase en un papel con una imagen blanco y negro que, semanas más tarde, mi madre Martha me traería de la farmacia o el laboratorio, era sublime.
(No recuerdo juguetes. Me imagino que tendría juguetes, pero no los recuerdo. Un camión rojo de plástico o goma, pesado, con volquete y un nombre que quizá fuera duravit. Unos ladrillitos de plástico que se encastraban los unos en los otros para dejarte armar una casa muy precaria, mis ladrillos. Quizás algunas piezas de madera, pero no estoy seguro; quizás algunos soldaditos, pero tampoco. Casi no recuerdo juguetes. Es un lugar común, pero aún así: la cantidad de juguetes que tenían los chicos de entonces podía ser –en circunstancias parecidas– 50 o 100 veces menos que la que tienen los de ahora. Lo cual podría darme bruta envidia si no fuera por el argumento que me salva: nos obligaba a imaginar. No nos daban todo imaginado. Aunque quién sabe: para eso, claro, eran los libros.
Y en cambio, según me contaron muchos años más tarde, tenía preocupaciones infrecuentes en un chico de cinco con miedo de dormirse con la luz apagada que necesitaba una lamparita en un rincón o una encendida en el pasillo, y que, justo antes de ese momento horrible en que su madre apagaba y se iba, intentaba retenerla con preguntas:
–Má, ¿cuál es la diferencia entre socialismo y comunismo?
Nadie es más o menos que su tiempo y su entorno.)
Empezaba a ser yo.
¿Cómo sabe alguien cuándo empieza?
¿Se puede decir –o pensar– que alguien empieza?
En esos días también me hice de Boca. O sea: empecé a “ser de Boca”. Lo conté, décadas después, en la primera página de un libro que se llama Boquita: “No recuerdo muchos recuerdos anteriores. En diciembre de 1962 mi abuela Rosita me había llevado a pasar unos días en Mar del Plata: un hotelito en Playa Grande. En su baño compartido encontré un diario: yo estaba aprendiendo y leía todo lo que se me cruzaba. No sé si ese diario sería del día o de una semana antes; sí que, mientras me demoraba sobre el inodoro, leí el relato emocionado de cómo un tal Antonio Roma atajaba el penal que le pateaba un tal Delem y le daba a un equipo que se llamaba Boca Juniors la chance de salir campeón. Yo debía saber lo que quería decir campeón –porque fue en ese momento, de puro triunfalista, cuando decidí que iba a hacerme de ese cuadro.
En esos días los equipos eran instituciones sólidas: Roma Silvero y Marzolini, Simeone Rattin y Silveyra fueron un mantra que susurré en tantos recreos. En esos recreos descubrí que ser de Boca era algo que podía compartir con otros –que me hacía cómplice de otros chicos, que nos daba una causa común– pero que algunos de mis mejores amigos se transformaban de tanto en tanto en enemigos porque eran de ese equipo que se llamaba River. En esos recreos descubrí que uno se hacía de un equipo: no es poca cosa, hacerse. Y que, ya hecho, uno no era hincha de un equipo: uno era de un equipo. No es poca cosa, ser.”
Ser de Boca fue uno de mis rasgos de identidad más decisivos durante varios años. Aunque, entonces, eso no suponía casi nunca “ver” a Boca. Ser y ver eran tan diferentes: durante décadas, los seguidores de un equipo de fútbol lo seguíamos a través del relato de otros. Los que iban a la cancha eran una pequeña minoría. No había, por supuesto, todavía, fútbol en la televisión, y la gran mayoría canalizaba su “ser de” escuchando cómo te lo contaban en la radio o leyendo cómo te lo contaban en los diarios. Millones eran fanáticos de algo que solo conocían por interpósitas personas –y palabras. Yo también. Mi padre Antonio todavía no nos llevaba a la cancha y yo, si acaso, miraba en el diario si “mi equipo” ganaba o perdía y, algún domingo por la tarde, raro, empezaba a escucharlo en radio Mitre, Bernardino Veiga.
Pero –ya queda dicho– leía. Leía y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Hubo, entonces, un episodio que me entregó a mi historia.
Mis muertes
1963
La primera vez pudo haber sido
–la primera última vez pudo haber sido–
en esos giros y giros y
más giros, el horror
de ese coche que gira,
que salta y se desliza y se deshace,
víctima desbocada del azar, la lluvia, ese momento
en que entendés que ya no sos lo que eras
sino quién sabe qué,
hoja en el viento, pelusas en el aire, gota
en un estanque: nada. El coche
daba vueltas y vueltas en el campo, vueltas
y más vueltas en sí mismo, retumbaban
los gritos y grititos y mi madre y mi padre, yo
tenía seis años y leía: en el asiento
delantero de ese coche que daba vueltas y más vueltas
como un trompo idiota, yo
leía, trataba de leer, intentaba leer
mi Sandokán de la Malasia. El coche
al fin paró: seguíamos vivos.
Salimos, chapoteamos, nos abrazamos
incrédulos, lloramos;
mi libro había volado, lo encontré
en el barro. Mi libro, puro barro,
era la historia.
De esa mañana saqué un mito:
mi iniciación a la lectura, mi opción
por la lectura. Si leer
te distrae tan cerca de la muerte, pensé
mucho después, leer
vale la pena. Ahora, cerca,
escribo. Y otras veces
me pregunté si entonces
el azar y los giros me mataban, a quién
habrían matado. Yo,
seis años, yo ¿me hubiera muerto?
¿O se habría muerto un chico que recuerdo
vagamente, la posibilidad de tantos yo
que ninguno es real, ninguno
verdadero?
Uno que no era yo
se habría matado,
uno que nunca sabría quién
se moría entonces, uno
que no sabía que se moría, uno
que no sabía qué se moría, uno
que no era yo porque yo
no habría existido nunca.
Por eso es que lo llaman
accidente, por eso
es que lo olvido.
Por eso, sobre todo,
lo recuerdo.
(Pero falló y seguí unos años más
hasta que la siguiente.)
II.
Con perdón: uno tiene sobre sí mismo mitos. Las formas en que se piensa cuando nadie lo ve, nadie lo escucha. Las formas en que se piensa cuando está solo de verdad.
Aquel libro, el que salió volando, también era de la Colección Robin Hood: tapas duras amarillas con un dibujo como de historieta, contratapa con una lista de otros títulos, páginas de un papel basto, de un papel oscuro, impresión más o menos. La Colección Robin Hood había empezado unos veinte años antes y ya tenía docenas de títulos, pero yo me empecinaba en los de Emilio Salgari y Julio Verne –que mi madre por supuesto me compraba feliz, como compraba, en su embarazo, aquella droga. Aquel libro que voló se llamaba A la conquista de un imperio, uno de Sandokán. Mompracem era, entonces, mi lugar en el mundo: me gustaban más que nada esos piratas audaces justicieros, la idea del marginal con poder que ayuda a los más impotentes. Sandokán, Kammamuri, Tremal-Naik y, sobre todo, el portugués Yáñez todavía dan vueltas en mi mente. Y los thugs y Mariana y el rajah de Sarawak y la Perla de Labuán y todos esos. Mi osito Gurubito, en esos días, pasó a apellidarse Yáñez. Para seguir ahí no tuvo más remedio que formar parte de mi mundo nuevo.
También me compraban otros libros para chicos: hacia mis cinco tenía el Lo sé todo –nombre sarcástico pensado sin sarcasmos, una enciclopedia en 12 tomos infantiles que incluían desde los mitos babilonios hasta la ciencia más moderna entonces– y unos volúmenes de Monteiro Lobato, un comunista brasilero, igualmente didácticos: Perucho y Naricita me enseñaban las cosas más diversas. Y había otros que también me gustaban, por supuesto, menos “apropiados”: ni sé cuántas veces leí Jack & Jill, una novela romántica de chicos de Louise May Alcott, que escribía para mujercitas, o las Aventuras de Marco Polo, o Tom Sawyer o Robinson Crusoe. Había, ya entonces, demasiados libros, y la única solución era enfermarse. Circulaba una ristra de trastornos –paperas, sarampión, rubeola, escarlatina– que todo chico debía tener y en general tenía. Se parecían: cinco o seis días acostados, algo de fiebre, no muchos dolores, galletitas de agua con jamón cocido, si acaso arroz, la gran chance de leer doce horas por día. Enfermarse era una fiesta, todavía.
(Y alguna vez habría que hacer una historia sobre el papel de la enfermedad en la formación de los escritores. Con frecuencia, los mejores son los que, chicos aún, tuvieron que pasarse mucho tiempo encerrados, mucho tiempo en la cama, y allí “no tuvieron más remedio” que leer.)