PLAZA DE LOS PROCERES: Su Historia Urbanística y Representación Política

Cambios de nombres, dos plazas unificadas y un pequeño botánico urbano.

La superficie que hoy ocupa la Plaza de los Próceres era parte del proyecto fundacional de Villa Regina en 1924, tal como se observa en el plano original. Con el paso de los años, este espacio verde cambió su nombre y su fisonomía, convirtiéndose en testigo silencioso de la evolución política y social de la ciudad.

Los Orígenes: Una Plaza Sin Nombre.

En el plano proyecto de 1924 solo figuraba como «Plaza», sin denominación específica. La imagen que estimamos no supera el año 1930 nos permite extraer varias conclusiones reveladoras:

La idea de reservar un espacio para dos plazas se mantuvo desde el origen, aunque durante los primeros años solo existió como concepto sin materialización. Se observa que el terreno había sido desmontado, pero no había indicios de parquización.

La calle 25 de Mayo continuaba y cortaba el rectángulo oriental hasta la subida a la Estación de Trenes, que era considerablemente más amplia que la actual calle San Martín. Además, no se apreciaban edificaciones más allá de la calle Italia.

Plaza 6 de Septiembre: Un Nombre Político

Solo siete años después de su concepción, el espacio adquirió su primer nombre, vinculado a un acontecimiento político nacional que marcó una época. El 6 de septiembre de 1930, el presidente electo Hipólito Yrigoyen fue derrocado por un golpe cívico-militar encabezado por José Félix Uriburu, dando inicio a lo que la historia conoce como la «Década Infame».

En 1931, cuando el Territorio Nacional de Río Negro era gobernado de facto por Federico José Uriburu (sobrino del presidente golpista), se conformó en Villa Regina la primera Comisión de Fomento, embrión del actual Poder Ejecutivo y Legislativo municipal. Sin embargo, la C.I.A.C. (Compañía Ítalo Argentina de Colonización) seguía dominando gran parte de las decisiones locales.

Los Primeros Pasos de la Parquización.

El 31 de agosto de 1931, en proximidad del primer aniversario de la revolución uriburista, se propuso oficialmente denominar a la plaza con el nombre de «6 de Septiembre» (Acta N° 40 de la Comisión de Fomento).

Los meses siguientes fueron de intensa actividad:

Diciembre de 1931: Se empadronó la plaza en la Inspección de Riego para asegurar su mantenimiento. El comisionado Italo Raffaelli propuso suprimir el trazo diagonal que atravesaba el espacio para proceder a su formación y embellecimiento. Aunque algunos vecinos solicitaron revisar la medida, se mantuvo la decisión, dejando solo un sendero peatonal de tres metros de ancho. (Acta N° 54 y N° 55 C.d.F)

1932: El año de la consolidación: La C.I.A.C. donó oficialmente los terrenos al Municipio en mayo. Se construyeron puentes y conductos para el riego, se adquirieron plantas ornamentales, 20 kilos de semilla de pasto inglés para el césped, y se instalaron dos columnas de hierro fundido para el alumbrado público. También se colocaron 63 metros de cordón de piedra en las esquinas. (Actas N° 62,70,73,76 y 77 C.d.F)

1934: Se autorizó la instalación del primer kiosco comercial en la esquina este de la plaza, entre la Avenida Cipolletti y la calle que salía de la Estación, al Sr. Lanseano García. (Acta N° 113 C.d.F)

El Homenaje a los Próceres.

El 11 de agosto de 1934 marcó un hito en la historia de la plaza. La Comisión de Fomento organizó un Homenaje al General José de San Martín que incluyó la designación de una calle con su nombre, precisamente la que partía de la estación, cruzaba la Plaza y se extendía por varias manzanas del pueblo. (Acta N° 115 C.d.F)

20 de junio de 1939: Se inauguró el mástil de la enseña patria, emplazado entre las dos plazoletas. Por primera vez desfilaron soldados argentinos de la Compañía del Regimiento 10 de Infantería de Montaña Reforzado, al mando del general Edelmiro J. Farrell (quien posteriormente sería presidente de facto entre 1944 y 1946). El mástil, de 15 metros de alto y 570 kilos de peso, fue donado por YPF por iniciativa de la Biblioteca Popular Mariano Moreno.

Junio de 1939 – Inauguración mástil
La Plaza dividida por la calle San Martín, con el mástil en el centro.

1942: Año de los bustos: Se inauguraron los bustos del General San Martín (17 de noviembre) y de Domingo Faustino Sarmiento (11 de septiembre), este último donado por el Centro de Maestros «Elevación».

La Unificación: Nace la Plaza de los Próceres.

La decisión tomada en reunión, del día 6 de marzo de 1972, del entonces Concejo Vecinal Asesor, recién toma forma legal el 4 de octubre de 1973, cuando mediante la Ordenanza 025/73, se oficializó un cambio que ya había ocurrido en el corazón de los vecinos. Las hasta entonces separadas Plazas San Martín y Sarmiento se unificaron bajo el nombre de «Plaza de los Próceres», denominación que ya era popular entre los habitantes.

Diario Río Negro – Año 1972
Diario Río Negro – Año 1974 – (Todos los árboles recién plantados)

Dos años después, en 1975, la Ordenanza 100/75 completó la transformación urbana al denominar «Hipólito Yrigoyen» (solicitud presentada por la Juventud de la UCR de VR) a la calle que semi-circunvalaba la plaza hacia el este. Así desapareció definitivamente la calle 6 de Septiembre, cerrando un ciclo histórico.

La Renovación del Siglo XXI

En noviembre de 1996, coincidiendo con el 72° aniversario de Villa Regina, la Municipalidad emprendió una ambiciosa remodelación de la Plaza de los Próceres. La Ordenanza 114/96 respaldó una intervención que buscó equilibrar la modernización con la preservación del patrimonio histórico.

Las mejoras incluyeron la reconstrucción de la fuente principal —ahora circular, de menores dimensiones y con juegos de agua iluminados de surgencia alternada—, la construcción de una pérgola de dos tramos circulares con doce columnas concéntricas, y una sección de escalinatas hasta el mástil.

Un Espejo de la Historia Argentina.

La Plaza de los Próceres no es solo un espacio verde urbano; es un libro abierto de la historia argentina del siglo XX. Desde su bautismo en honor a un golpe de Estado hasta su transformación en homenaje al Libertador y al Gran Maestro, este lugar refleja las tensiones políticas, los cambios sociales y la evolución democrática de nuestro país.

Hoy, cuando los reginenses pasean por sus senderos o descansan bajo sus árboles, caminan sobre décadas de historia que conectan el pasado con el presente político-social, convirtiendo a este espacio verde en un verdadero archivo viviente de la memoria colectiva.


FUENTES: Actas Comisión de Fomento, Hechos y Realidades Reginenses (Franco González). Imágenes: Diario Río Negro y Silvia Zanini.

COLABORACIÓN: Noelia Melania Rodríguez.

Mayo 2025.

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    Una inversora bielorrusa se suma como querellante y expone aún más el parate escandaloso de la causa $LIBRA

     

    Se suman más denunciantes a la estafa «difundida» por Milei.

    Por Tomás Palazzo para NLI

    Una mujer de ciudadanía bielorrusa decidió presentarse como querellante en la causa federal contra Milei, su hermana Karina y el círculo íntimo que promovió el token $LIBRA. Asegura haber perdido más de 1,7 millones de dólares después del mensaje oficial que difundió el propio Milei desde su cuenta institucional.

    La denuncia que llegó desde Bielorrusia

    Según la información publicada por Juan Alonso en su cuenta de X, la mujer bielorrusa afirmó haber perdido 1.768.079 dólares tras la caída repentina del token $LIBRA, promocionado públicamente el 14 de febrero desde la cuenta oficial de Milei, con tilde gris y condición de funcionario nacional.

    La presentación asegura que la inversora confió en la “legitimidad institucional” que otorgaba la figura presidencial al proyecto cripto. En la querella se adjuntaron las transacciones en la Blockchain que demuestran cómo sus compras masivas se transformaron en un quebranto millonario cuando Milei retiró su apoyo.

    Representada en Argentina por el abogado penalista Nicolás Oszust, la mujer se constituyó como querellante en Comodoro Py, en el expediente donde también litiga la querella de Martín Romeo. La causa está a cargo del fiscal Eduardo Taiano y del juez Marcelo Martínez de Giorgi.

    La denunciante apuntó contra Karina Milei, Manuel Adorni y los desarrolladores del token, entre ellos Hayden Mark Davis, Mauricio Gaspar Novelli, Manuel Terrones Godoy y Sergio Morales, por los presuntos delitos de estafa, cohecho y negociaciones incompatibles con la función pública. También pidió que se investigue la responsabilidad penal de todos los funcionarios que promovieron $LIBRA, cuya demanda colectiva en el Distrito Sur de Nueva York menciona 75.000 damnificados internacionales.


    Una causa que no avanza y un conflicto que huele a escándalo

    Pese a la magnitud del perjuicio económico, la cantidad de damnificados y el impacto internacional del caso, en Argentina la causa avanza a paso de tortuga. Y no es casual.

    Tal como reveló Noticias La Insuperable, la investigación está prácticamente paralizada mientras el hijo del fiscal, Federico Nicolás Taiano, pasó a trabajar como “Expert Consultant” para la firma del exagente de la CIA Frank Holder, uno de los nombres clave asociados al universo de operadores que orbitan alrededor del escándalo de $LIBRA.

    El detalle no es menor: el salto laboral del hijo del fiscal se produjo justo mientras la causa se frenaba y mientras se beneficiaba a los imputados con decisiones judiciales sensibles, como la liberación de bienes.

    La situación plantea un conflicto de intereses monumental, inédito en una causa de semejante volumen político y económico. El fiscal Taiano —quien debería impulsar la investigación— tiene a su propio hijo trabajando para uno de los actores centrales del entramado, según publicó NLI en sus investigaciones de las últimas semanas.


    Cuando la Justicia mira para otro lado

    En los hechos, la causa $LIBRA parece avanzar con más fuerza en el exterior que en los tribunales argentinos:

    • En Nueva York, la demanda colectiva sigue su curso con miles de damnificados.
    • En Cataluña, inversores europeos también iniciaron acciones.
    • En Buenos Aires, mientras tanto, los avances son mínimos y las medidas de prueba se demoran sin explicación convincente.

    Para los querellantes, la combinación de pérdidas millonarias, demoras procesales y vínculos cruzados entre funcionarios judiciales y operadores privados configura un caldo de cultivo perfecto para la impunidad.

    La llegada de la mujer bielorrusa no solo amplía la dimensión internacional del caso: también vuelve más difícil justificar por qué en Argentina todo sigue trabado.


    Un escándalo global con epicentro en la Rosada

    La maniobra asociada a $LIBRA expone una trama que mezcla política, negocios cripto, operadores cercanos al poder, exagentes de inteligencia y funcionarios que usaron su investidura para avalar un esquema que hoy investiga la Justicia.

    Que una ciudadana bielorrusa haya decidido litigar en Comodoro Py —y que existan miles de casos similares en el exterior— habla de la magnitud del escándalo. Pero que en Argentina la causa esté detenida mientras el hijo del fiscal trabaja para uno de los implicados directos solo confirma lo que el sentido común indica: la Justicia está mirando para otro lado.

    Con cada nueva querella, con cada dato que se suma y con cada irregularidad procesal que aparece, queda más claro que el caso $LIBRA no es solo una estafa financiera. Es un síntoma del modelo de poder que Milei instaló y que hoy intenta sostener en silencio, aunque las víctimas sigan apareciendo desde Buenos Aires hasta Bielorrusia.

     

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  • El tiempo violentado

     

    Desde hace dos años vivimos con un ruido persistente. Es el bajo continuo de una casa en demolición. Un crujido que viene de estructuras que creíamos sólidas y que ahora se desmoronan. Junto al estruendo del Estado atacado hay otro sonido más sutil pero constante: el del tiempo violentado. El pasado se convierte en arma, el futuro es secuestrado, y el presente se vuelve eterno e inmutable. Es un fenómeno global, pero en Argentina toma forma concreta en el gobierno de Javier Milei. Desde que asumió en 2023, el presidente de la motosierra y sus acólitos han hecho de los historiadores y de su disciplina un blanco preferencial de sus ataques. Buscan instalar una Historia plana y maniquea mediante la “denuncia” de supuestas manipulaciones y tergiversaciones previas del pasado.

    La reemplazan con una puesta en escena de símbolos imperiales romanos, con imágenes y retóricas de evidentes reminiscencias fascistas, como se pudo ver en los estandartes de las agrupaciones de las “Fuerzas del Cielo” y en la misma escenografía del reciente acto de cierre de campaña en Rosario de La Libertad Avanza. Reviven el “Día de la Raza” para blanquear su racismo elitista y homenajean a represores como si fueran héroes, como hizo recientemente la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, durante un acto de la Policía Federal: en un solo movimiento, reinstaló la figura de Ramón Falcón, represor y asesino de obreros a comienzos del siglo XX, y la de Alberto Villar, uno de los organizadores de la Triple A y seguramente responsable del asesinato de muchos compañeros de militancia de cuando la ministra era una revolucionaria montonera en los setenta. Son operaciones banales, pero para nada ingenuas. Abrevan en el pasado para hacer una cuidadosa selección de momentos de la historia en los que se reconocen y anclan su relato fundacional. Momentos en los que se emocionan y con los que se encandilan, lo que les permite correr argumentalmente —sin demasiada precisión— la frontera del “comienzo de la decadencia argentina”.

    Reviven el “Día de la Raza” para blanquear su racismo elitista y homenajean a represores como si fueran héroes.

    Frente a este embate, la pregunta no es solo cómo defendernos, sino cómo recuperar el potencial político de pensar un sentido para la Historia mientras todo parece derrumbarse. ¿Para qué sirve? La respuesta no puede ser un lamento. Tiene que ser una trinchera. Giuliano da Empoli, en su libro La era de los depredadores, describe un mundo donde los señores de la tecnología ya no necesitan ni a la “casta” política ni al Estado. Tampoco a la Historia ni a la democracia. No es que no usen el pasado, sino que, además de maleable, lo vuelven algo volátil. Los sectores dominantes apuestan por memorias difusas que les permiten reescribir la Historia y reactivar las pasiones antidemocráticas del siglo XX. Los gurúes tecnológicos hacen de su ignorancia histórica una estrategia de marketing. En ese cruce entre la nostalgia distópica y la amnesia digital, pensar históricamente se vuelve un acto de resistencia. No como un mero refugio, sino como una forma de recuperar su condición de herramienta política. Preguntarse por el pasado es, en el fondo, preguntarse por el futuro. ¿Qué sociedad queremos? ¿Cómo la construiremos? ¿Qué utopías imaginaron otros antes que nosotros? ¿Cuáles son las nuestras?

    Para responder, necesitamos afilar nuestras herramientas conceptuales y convertirlas en gestos de insubordinación. Investigar, enseñar y escribir Historia implica la práctica de un anacronismo consciente. En la disonancia, en lo incomprensible y exótico, anuda la pregunta por la realidad en la que vivimos, y cómo enfrentarla. Anacronismo que no es para juzgar el pasado con los ojos del presente (lo que sería un error analítico), o tomarlo sin más como brújula (lo que sería un endiosamiento), sino para traer al presente discusiones y proyectos aún inconclusos y ver qué formas tienen hoy nuestros propios sueños. El anacronismo no es un error metodológico. Es una estrategia para mostrar que el pasado es un territorio en disputa. Una tierra viva, hecha de capas de luchas y conflictos que, a veces, tiembla. Y cuando la hacemos temblar, desde nuestro pequeño lugar, tratamos de revalidar la idea de que tenemos que pensar en los usos que le damos al pasado. No se trata de traer sin más, nostálgicamente, las luchas del pasado, los nombres respetados y queridos, sino el gesto rebelde, el principio básico de la indignación, que movió a las mayorías populares a lo largo de la historia.

    ***

    En primer lugar, la crítica histórica debe ser anticlimática. Debe oponerse al clímax vacío del “momento histórico” agonal en el que nos quieren hacer creer que vivimos, y a la promesa de un destino manifiesto que, “esta vez sí”, alcanzaremos, obviamente si aceptamos “la única solución posible”: ser de derechas, ser como ellos. Consideran, como expresó en un reciente tuit Agustín Laje, uno de los propagandistas cercanos a Milei, que están ganando la “batalla cultural”: “Qué lindo que se ha puesto todo (…) Pensar que, hace dos décadas, cuando iba al colegio, decir que no eran 30.000 te costaba una sanción; el Che era un santo laico que estampaba camisetas; Néstor y Cristina encabezaban una revolución ‘nacional y popular’ (…) y decir que uno era de derecha, en cualquier rincón, era tabú (…) «Veinte años después nos cagamos en las mentiras del setentismo, y afirmar que no fueron 30 mil se convirtió en un lugar común; ya nadie usa las remeras del Che: el socialismo revolucionario ya no está de moda (…) La agenda woke está en crisis, y la juventud occidental empieza a girar rápidamente a la derecha”. 

    No son buenos tiempos para pensar a la Historia y al pasado como lo que son: conceptualizaciones densas, la acumulación de procesos sociales, con sus flujos y reflujos. Al achatar el tiempo, intentan quitarle a la Historia su razón de ser: no se puede aplicar la crítica a algo que cambia todo el tiempo o es plano.

    El pasado está allí para avisar que quizás se apresuren en cantar victoria. Más allá de esa provocadora fanfarronada, la historia en sus distintas formas puede mostrar que la experiencia humana es lenta, compleja, llena de idas y vueltas, pactos oscuros y victorias pírricas. No hay fechas fundacionales puras, sino procesos largos donde lo nuevo convive con lo viejo, donde las revoluciones terminan administrando lo que juraron destruir. En esa complejidad está su fuerza: desactiva los relatos épicos y simplificadores. Si los poderosos la banalizan y la convierten en cotillón, nosotros, los estigmatizados, no podemos darnos ese lujo. Frente a la voluntad monolítica del nazismo, hubo quienes resistieron. Frente al discurso estigmatizador contra los sindicatos, por ejemplo, es en la historia donde encontramos tanto ejemplos de dignidad, como la certeza de que cada vez que los más débiles se dividieron, los poderosos avanzaron sobre ellos. Puede decirse que son cuestiones de sentido común, pero en un momento en que alguien puede afirmar algo y contradecirse en minutos, balbucear explicaciones insuficientes para salir indemne de una denuncia por corrupción, no está de más recuperar una idea: frente a tantas certezas y verdades tajantes, frente a tanta fragmentación condenatoria (“mandriles”, “comunistas”, “kukas”, wokes”), la mera duda y la argumentación son anticlimáticas y, en el mediano plazo, poderosas. ¿Cuántos de quienes abrazan “las ideas de la libertad” sabrán que se la deben, en gran medida, al enorme sacrificio de “los comunistas” que resistieron en la Europa ocupada o fueron parte del Ejército Rojo?

    No son buenos tiempos para pensar a la Historia y al pasado como lo que son: conceptualizaciones densas, la acumulación de procesos sociales, con sus flujos y reflujos. Al achatar el tiempo, intentan quitarle a la Historia su razón de ser: no se puede aplicar la crítica a algo que cambia todo el tiempo o es plano. En segundo lugar, y en un presente perpetuo, debemos aprender a ser anaeróbicos, a vivir como si existiera el tiempo histórico, cuando la realidad y la política en las redes lo niegan. Todo es instantáneo: tanto que pasado, presente y futuro son lo mismo. En consecuencia, debemos ser como bacterias que sobreviven sin oxígeno en ambientes hostiles, necesitamos mantener viva la conciencia del tiempo. Separar pasado, presente y futuro en un contexto que los mezcla y los niega. Esto es tan vital como respirar, y sin esa división en tres tiempos, no hay experiencia histórica ni política posibles. ¿Hacia donde proyectar, si las líneas del presente y el futuro se superponen hasta ser la misma?

    En tercer lugar, y sobre todo, debemos ser anamnésicos. Recordar no como un acto de nostalgia, sino como exploración de lo humano. Ver cómo otros enfrentaron sus circunstancias y construyeron caminos hacia los futuros que imaginaron. La anamnesis no es solamente el “rescate del olvido”, sino que es un prolijo trabajo de selección de temas y preguntas orientados por una mirada política. Hay una tarea en recuperar palabras que la ultraderecha reaccionaria se ha apropiado hasta vaciarlas de significado: “libertad”, la más notoria de ellas. Pero ¿qué es un proyecto político sino un pensamiento apoyado en una tradición de lucha y de ideas, adaptadas a su tiempo? 

    La anamnesis nos da la posibilidad de encontrar en el pasado señales de que nada es permanente, de que todo orden puede cambiar. Sobre todo, pensar históricamente no es visitar un santuario, sino prepararse para una batalla. Exhumamos para interrogar, no solo para venerar. La lucha contra la desmemoria es también contra el olvido de las ideas que movilizaron a otras personas antes que a nosotros. Olvido que, gradualmente, llevará a que no nos reconozcamos capaces de construir nuestros propios proyectos; que podemos elaborar nuestro plan de acción en función de un futuro.

    ***

    Hace poco, ante las denuncias del gobierno sobre “adoctrinamiento” en escuelas, circulaba en broma la idea de que, si tan eficaz hubiera sido ese trabajo de propaganda, los libertarios no habrían ganado las elecciones. En ese chiste subyace una idea tan limitada como la de los libertarios sobre el uso político de la historia. Les ha parecido a muchos que con instalar ciertas fechas, recuperar algunos lugares para la memoria, era suficiente. Y eso fue un gran error que llevó a una ritualización excluyente. De allí que los simpatizantes de LLA se sientan excluidos y ahora simplemente piensen en reemplazar el clavo que sacan con otro (obviamente, verdadero). El ejercicio de la memoria histórica es algo vivo, el pasado no es una religión. A los luchadores se los recuerda luchando. A los seres humanos, por su imaginación, su razón, su capacidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto. Por sus posicionamientos éticos, construidos a partir de una imaginación de sociedad. Por sus proyectos comunitarios. Porque un ser humano, antes que nada, es alguien a quien no le da todo lo mismo. Y por eso decide. Decide, por ejemplo, decir que no. El acto más profundo de resistencia.

    Sin aislarnos, debemos abstraernos. Bajar de la rueda, practicar cierto analfabetismo digital, volver a la carne y el hueso. Nos arrastraron a un campo de juego donde podemos perder todo lo que nos hace humanos. Frente a la virtualización de la existencia y la distorsión digital del tiempo, la memoria se ancla en lo corpóreo.

    La batalla también es en los cuerpos. Sin aislarnos, debemos abstraernos. Bajar de la rueda, practicar cierto analfabetismo digital, volver a la carne y el hueso. Nos arrastraron a un campo de juego donde podemos perder todo lo que nos hace humanos. Frente a la virtualización de la existencia y la distorsión digital del tiempo, la memoria se ancla en lo corpóreo. Es el hueso que no se disuelve, la herida que cicatriza pero no desaparece, el abrazo que perdura. La Historia no se escribe solo en papeles; se inscribe en los cuerpos. En el cansancio del maestro que siembra en el aula. En los gestos cotidianos que tejen comunidad. Volver a la carne y el hueso es resistir el desarraigo. Es recordar que la patria es un territorio compartido por seres que sienten, aman, luchan y construyen.

    La batalla por la memoria se libra en dos frentes inseparables: la reflexión serena y la acción urgente. Y sucede en bibliotecas, universidades y aulas, allí donde se examinan fuentes y se practica la anamnesis contra el olvido programado. Un telegrama, una factura, una minuta pueden revelar la mecánica de decisiones que cambiaron vidas. Este trabajo silencioso, riguroso, es la base de toda afirmación creíble. Y es el que hoy se subestima.

    Debemos “embarrarnos”. Porque la batalla en redes es la manifestación actual de la batalla en las calles. En plazas, asambleas, aulas como ágoras, donde la Historia se socializa, se discute, se convierte en herramienta para leer el presente e imaginar futuros. Abandonar cualquiera de estos frentes es claudicar. La investigación sin anclaje en lo cotidiano está al borde de la erudición estéril, de lógica endogámica. A lo sumo, preserva, pero no construye. La calle sin archivo es presente efímero, manipulable, sin profundidad. Nuestra tarea es conectar ambos territorios. La calle da sentido al archivo; el archivo da profundidad a la calle.

    ***

    Recuerdo a mis estudiantes del Colegio Nacional en 2021, en plena pandemia, escribiéndose cartas para leer cuando terminaran su quinto año. Sin saberlo, realizaron una acción profundamente histórica. Le hablaban al futuro; inscribieron su presente en una línea de tiempo que proyectaban hacia adelante. Afirmaron, recién salidos de la pandemia, que habría un “después”. Que el tiempo seguiría. Hoy, al abrir esos sobres, imagino algunas de las preguntas que les surgieron. ¿Dónde estaba entonces? ¿Qué recorrí desde aquel adolescente encerrado? ¿Siguen vivos mis deseos? ¿Qué quiero construir ahora? Ese diálogo entre lo que fuimos, somos y queremos ser es el núcleo de la conciencia histórica. Pero para poder entablarlo, necesitamos que la experiencia del tiempo vuelva a ser multidimensional.

    Una de mis alumnas, al terminar de leer, me dijo: “Abracé a quien era entonces”. No es solo una metáfora. Es prueba de que el tiempo no es una línea recta, sino un diálogo permanente. Ese abrazo a través del tiempo es lo que hacemos cuando enfrentamos críticamente el pasado colectivo. Es negar esta realidad plana que nos quieren imponer como única.

    En un presente que busca clausurar el porvenir, vendernos consumo y resignación, afirmar que el futuro existe —y que podemos moldearlo— es revolucionario. La Historia no mira solo hacia atrás. Es un bucle, un eco que viaja en todas las direcciones. Interpretamos el pasado para habitar críticamente el presente y abrir la posibilidad de un futuro distinto.

    Más allá del sueldo mezquino, más allá de la derrota coyuntural de los valores que defendemos, el oficio de la Historia es sostener ese espacio de posibilidad. Ese lugar donde un pibe, en una escuela fría o en una casa humilde, pueda no solo imaginar su futuro, sino empezar a construirlo. Y lo hace preguntándose por su lugar en el tiempo, por lo que vino antes, por lo que puede venir después.

    Nuestra derrota más profunda no sería aceptar un relato histórico falso. Sería renunciar a la capacidad de imaginar y luchar por los futuros posibles que están ahí, como semillas dormidas en las lecciones del pasado. Porque en el teatro de lo político, la crítica al adversario se ha vuelto un ritual cómodo: un exorcismo que nos absuelve de toda culpa. Nos reunimos para denunciar al otro, ese espejo deformado de nuestros propios errores, y en esa condena encontramos una identidad rápida, sin esfuerzo. Pero esa práctica, tan común, es en realidad una forma de evasión. Al poner todo el error en el enemigo, evitamos mirarnos a nosotros mismos. La energía que debería ir a la introspección se gasta en fabricar monstruos externos. Y aunque eso genera el calor efímero de la indignación, nos deja vacíos, atrapados en un presente sin salida.

    Nuestra derrota más profunda no sería aceptar un relato histórico falso. Sería renunciar a la capacidad de imaginar y luchar por los futuros posibles que están ahí, como semillas dormidas en las lecciones del pasado.

    La autocrítica, en cambio, es incómoda. Nos obliga a sacarnos la armadura de la lucha partidaria y mirar de frente nuestros errores, nuestras complicidades, nuestras oportunidades perdidas. Duele, porque rompe la narrativa heroica que nos contamos. Señalar al otro nos confirma en nuestra virtud; mirarnos al espejo nos enfrenta a nuestra fragilidad. Esta reticencia no es ingenua: es la defensa de un aparato ideológico que teme más a la disolución interna que a los ataques externos. Prefiere la solidez de un relato incuestionable a la riqueza inestable de la revisión.

    El verdadero desafío no es solo superar esa comodidad de criticar al otro. Es redirigir esa energía hacia la imaginación del futuro. Porque si nos obsesionamos con el enemigo, nos volvemos reactivos. Definimos nuestro horizonte en oposición, nunca en afirmación. Si logramos reducir esa lógica de espejos, liberaremos una energía que puede alimentar algo mucho más difícil y más valioso: la imaginación. No como evasión utópica, sino como construcción política concreta. Diseñar instituciones, vínculos sociales, sentidos comunes para un porvenir que aún no existe.

    Ahí es donde la autocrítica se vuelve fértil. Limpia el terreno y nos permite construir, con humildad y audacia, sobre cimientos verdaderos. En este presente que quiere borrar las huellas y cerrar los caminos, la Historia —con sus herramientas críticas y su capacidad de recordar— no es un lujo académico. Es el terreno donde se libra la batalla más importante: la batalla por la posibilidad misma de un mañana.

    Y en ese abrazo a través del tiempo, en esa obstinación por la memoria, en ese cuestionamiento vital sobre nuestra trayectoria en el mundo, está la esperanza que nos impide rendirnos.

    La entrada El tiempo violentado se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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