En Las Grutas los acantilados se están «disolviendo» debido a la filtración de aguas cloacales. Lo detectó un estudio. Es una erosión química, que producen las aguas negras, el agua dulce que escurre hacia el barranco también hace lo suyo. La falta de inversión es la ciudad costera es una constante, la semana pasada una fuerte pero corta tormenta inundó la ciudad balnearia, otra muestra de falta de planificación concreta e inversión en servicios e infraestructura.
El estudio determinó que no sólo existe erosión mecánica, que surge de acciones externas (naturales y humanas). Sino también una erosión química, que provoca que la roca se disuelva por dentro. De manera conjunta vuelven más veloz el proceso erosivo. «Las filtraciones en el barranco tienen una importante carga bacteriana de origen fecal. Y esto surge a partir de la toma de muestras tanto del agua que filtra de ellos como de la que está a sus pies, en la playa», indicó la evaluación.
La piedra que forma la gruta es una arenisca arcillosa carbonatada. Un 40% de su composición son minerales que contienen carbonato de calcio, debido a la alta presencia de restos marinos.El ingreso de aguas residuales acidifica la roca, y el carbonato se disuelve. Lo que queda en pie permanece “poco cementado”, con poca compactación.
Aseguran que en otros lugares con una composición rocosa como la de Las Grutas en los que un análisis determinó el mismo grado de afectación, años después ocurrieron terribles hundimientos.
Consecuencias
Hundimiento de los acantilados.
Derrumbe de las construcciones ubicadas sobre ellos (entre las bajadas 0 y 1).
Desaparición de las grutas que le dan nombre a la ciudad.
Pérdida de calidad paisajística, porque la roca irá formando feos racimos blancuzcos.
El estudio fue realizado en 2021 por el geólogo Renzo Bonuccelli, la bióloga Maite Narvarte y el docente e investigador Juan Francisco Saad, profesionales de la escuela superior de ciencias marinas de la Unco.
Sigue generando repudio la decisión de cerrar el Hogar Municipal La Esperanza para ubicar en ese edificio municipal la Casa de Abordaje Integral, como suele pasar en estos casos donde parte de la sociedad no está de acuerdo con una decisión del ejecutivo local, las redes sociales fueron el medio y el termómetro donde se canalizaron los reclamos y las expresiones contrarias a dicha decisión.
En 1933, mientras el mundo se sacudía por la crisis y Argentina intentaba sostener su economía agroexportadora, el gobierno conservador de la llamada Década Infame firmó el Pacto Roca–Runciman: un acuerdo que dejó al país arrodillado frente a los intereses británicos y consolidó una dependencia económica que duraría décadas. Fue presentado como una “solución”, pero terminó siendo un símbolo de subordinación colonial en plena era de pactos secretos, fraudes patrióticos y negocios turbios entre políticos criollos y los frigoríficos británicos.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable
Un país en crisis y un acuerdo a medida del imperio
Tras el derrumbe del comercio mundial por la crisis de 1929, el Reino Unido decidió publicar sus “preferencias imperiales”: un sistema para privilegiar a sus colonias en el intercambio comercial. Argentina no era colonia, pero dependía de vender carne a Londres. El gobierno de Agustín P. Justo envió entonces a su vicepresidente, Julio A. Roca (h), a negociar con los británicos. Del otro lado estaba Walter Runciman, presidente del Board of Trade británico.
El resultado fue un contrato bilateral desequilibrado que entregaba ventajas a los frigoríficos británicos, garantizaba su control absoluto del comercio cárnico y sometía al Estado argentino a condiciones humillantes.
La famosa frase que marcó a fuego la entrega
En medio de esas negociaciones, Roca declaró que «la Argentina es, en lo comercial, una parte integrante del Imperio Británico». La frase —registrada por la prensa de la época y señalada por Cornejo Linares en su análisis histórico— se convirtió en la marca indeleble del pacto como símbolo de sumisión(1).
¿Qué decía realmente el Pacto Roca–Runciman?
Detrás de los formalismos diplomáticos, el acuerdo establecía medidas que hoy serían inadmisibles para cualquier país que aspire a la soberanía económica:
1. Cuotas de carne y favoritismo explícito
Argentina solo podía exportar a Gran Bretaña un 85% del cupo preexistente, mientras que el resto quedaba bajo control directo de los frigoríficos británicos(2).
2. La CADE y los ferrocarriles: beneficios sin control nacional
El pacto aseguraba la continuidad de los privilegios de los ferrocarriles británicos y permitía ajustes tarifarios que perjudicaban al comercio interior.
3. Exenciones impositivas y garantías extraordinarias
Los capitales británicos obtenían beneficios fiscales y operativos, mientras el Estado argentino asumía obligaciones sin recibir contrapartidas equivalentes.
4. Un control total sobre la cadena cárnica
Los frigoríficos británicos quedaron con el 90% del negocio de la exportación de carne. El resto del mercado siguió en manos de un pequeño grupo local asociado al poder conservador.
La reacción nacional: del escándalo a la resistencia
El pacto generó un repudio inmediato. El senador Lisandro de la Torre encabezó la denuncia parlamentaria más famosa de la época, demostrando cómo el acuerdo favorecía a los frigoríficos extranjeros a costa del interés nacional(3). Su investigación derivó en el escándalo de las carnes y en el asesinato del senador Enzo Bordabehere en pleno recinto, un episodio que retrata hasta qué punto el poder económico estaba dispuesto a defender sus privilegios.
La sombra larga del pacto
Aunque algunos defensores lo justificaron como una medida “pragmática” en tiempos de crisis, el Pacto Roca–Runciman selló un modelo de dependencia y consolidó la hegemonía británica sobre la economía argentina durante buena parte del siglo XX.
Esa estructura recién comenzó a resquebrajarse con las políticas de industrialización por sustitución de importaciones y la consolidación de un Estado planificador a partir del peronismo, que rompió la lógica colonial que el pacto había cristalizado.
Un espejo histórico para el presente
Recordar el Pacto Roca–Runciman no es un ejercicio académico: es revisar el adn de los modelos de entrega, los alineamientos automáticos y las subordinaciones externas que, cada cierto tiempo, vuelven a aparecer disfrazadas de modernización o “necesidad económica”.
Referencias
1) Cornejo Linares, R. Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas, análisis del período 1930–1933.
2) Rouquié, Alain. Poder Militar y Sociedad Política en la Argentina; capítulo sobre acuerdos comerciales en la Década Infame.
3) Cámara de Senadores, Debates Parlamentarios de 1933–1935: Intervención de Lisandro de la Torre en la Comisión Investigadora de Carnes.
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A simple vista, «La muerte de Marat» parece apenas la escena congelada de un asesinato. Pero cuanto más se la observa, más se abre un pasadizo inquietante: dobleces, símbolos y silencios que Jacques-Louis David sembró como un rompecabezas para detectives del arte. Y en cada pista, una verdad más profunda sobre la Revolución Francesa… y sobre él mismo.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable
El lienzo que respira suspenso
Hay obras que miramos. Y hay obras que nos devuelven la mirada. En esa segunda categoría vive «La muerte de Marat» (1793), el cuadro más perturbador y célebre de Jacques-Louis David. Una pintura que —como recordaría Baudelarie al ver su helado dramatismo— parece contener un alma suspendida.
El revolucionario Jean-Paul Marat, acuchillado en su bañera por Charlotte Corday, yace quieto, casi sereno. Un cuerpo enmarcado por un vacío monumental, donde parece no haber nada… pero donde ocurre todo.
Porque detrás de esa calma engañosa, David escondió un sistema completo de duplicaciones: dos plumas, dos cartas, dos mujeres fantasma, dos firmas, dos fechas. Un mundo doble, como si cada objeto llevara su sombra acusadora.
Las dos manos: entre la vida y la muerte
La primera pista está donde menos lo esperamos: las manos.
La derecha, la de escribir, cuelga inerte como la del Cristo de Caravaggio o la figura devastada de la Piedad de Miguel Ángel. La izquierda, rígida por la muerte, aprieta una carta teñida de sangre.
Una sostiene una vida que se escapa. La otra se aferra al engaño que lo mató.
Entre ambas, David instala un péndulo: Marat no está vivo ni muerto… está en tránsito.
Las dos plumas: ¿el arma verdadera?
David no coloca una pluma. Coloca dos. Una en la mano de Marat, aún húmeda de tinta. Otra, en la caja que funciona como escritorio improvisado.
La segunda apunta directamente al pecho herido del periodista. David deja flotando otra pregunta: ¿Lo mató Corday o lo mataron sus palabras? En plena Revolución, la pluma podía cortar más hondo que un cuchillo.
Las dos cartas: dos voces, dos fantasmas
Las cartas abren el núcleo dramático del cuadro.
En la que sostiene Marat, David reproduce la manipulación de Corday: “Basta con que yo sea muy infeliz para tener derecho a tu amabilidad.”
Bajo esa misiva traicionera, la nota que el propio Marat escribía antes de morir: una promesa de ayuda a una mujer pobre, primera aparición del papel moneda revolucionario en la pintura occidental.
Dos cartas, dos mujeres: Corday, la asesina. La viuda desamparada que Marat buscaba socorrer.
Dos fuerzas femeninas en disputa, como en las antiguas alegorías del vicio y la virtud. Pero ahora, con la República como tablero.
Dos firmas: el artista también se vuelve sospechoso
Todo cuadro termina con una firma, pero David deja dos.
Una es la de Corday, reconstruida por él mismo al copiar su carta. La otra es la suya, tallada como si fuera piedra: “A Marat, David.”
No firma el cuadro. Firma la escena del crimen.
Como Caravaggio, que escribió su nombre en la sangre de San Juan Bautista, David se inserta en el asesinato —no para confesarlo, sino para declararse heredero político de Marat.
Dos fechas: el tiempo desgarrado
Debajo de la firma aparece la última duplicación: Qué año es, ¿1793 o “el Año Dos” de la Revolución?
David superpone ambos tiempos y borra parcialmente el calendario cristiano. El tiempo viejo se disuelve. El tiempo revolucionario empuja desde abajo.
Como Botticelli en su «Natividad mística», David inscribe la hora de una revelación… pero aquí no hay ángeles ni apocalipsis: hay República.
El gran truco: convertir un asesinato en mito
La suma de duplicidades no confunde: construye.
David transforma el baño humilde en un altar laico. El cuerpo enfermo, en un mártir. El crimen, en una liturgia revolucionaria.
Y al mismo tiempo, se inmortaliza junto a él. Porque si Marat es el Cristo de la Revolución, David es su evangelista.
El frío que queda en el aire
Por eso “La muerte de Marat” sigue perturbando, más de dos siglos después. Porque no muestra solo a un hombre asesinado. Nos muestra cómo se fabrica un mito, cómo se manipula una escena, cómo un artista puede transformar un instante sangriento en un símbolo eterno.
Baudelaire lo dijo con algo de espanto: “En el aire frío de esta habitación… un alma se cierne.”
Y sigue ahí. Esperando que volvamos a mirar.
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