María Moreno y su propio carnet de rareza

María Moreno y su propio carnet de rareza

 

El morbo tiene reservado un lugar especial para nosotros los enfermos y compartimos espacio con los accidentados; que a ver cómo se la arreglan con el trauma, que qué es lo que pueden con las nuevas circunstancias, hasta dónde llega el límite de lo humano, qué contorno tiene la dignidad, cómo hace eso que hace o cómo hará eso que tendrá que hacer. 

Este lugar del morbo se despliega en dos líneas narrativas que operan en simultáneo; una se encuentra en la superficie y está envuelta por un campo de energía luminoso y afirmativo, su propósito es demostrar aliento aunque huela más a indigestiones y muelas podridas que a respaldo y contención. La segunda merodea sagaz por el crepúsculo interno, su secuencia argumental tiene sed de castigo y exterminio. 

Lo que cautiva de este espectáculo siniestro no es el camuflaje del subtexto que disimula lo perverso. Es decir, no se trata de un instrumento del relato. Cautiva porque ver al otro remar en su mierda deja en evidencia los privilegios propios, es una forma de distancia y contraste, un regocijo canalla que aparece cuando se observa a los demás haciendo malabares para soportar el dolor. 

 Sus ojos son el ojo de la cerradura que mira y te hace mirar en simultáneo, pero ojo que este libro no es un espejo donde reconciliarse ni un tratado de paz con el infierno personal.

Así de implacable es este morbo, un magnetismo narcotico. Debe tener una modulación particular para no perder el tono de la lástima, la empatía y la superación, principios constitutivos del régimen de la resiliencia. Y como no podía ser de otra manera, para esto hay muchos títulos: porno inspiracional, absolución cristiana, enjuague moral, etc. etc. Los todavía sanos en calidad de testigos frente a los sobrevivientes aguardan inquietos por algún remate: la cura, la rehabilitación o la muerte, un rito de paso de un estado a otro que alivie las conciencias y restituya el orden que la enfermedad desacomoda. 

Pero María Moreno no le da el gusto a cualquier sádico. Estamos hablando de un cortocircuito. En La Merma no hay acatamiento sino decepción: quien busque una respuesta sosegadora, un bálsamo progresista en torno a la identidad o una declaración de sufrimiento que haga brotar misericordia, no tiene idea dónde se ha metido, y saldrá de su último libro con más frustración que consuelo. 

Esto no es un halago para vos, María. Mi admiración, digo, no es de tan tonta calidad, sino más bien un aviso para ustedes que están leyendo sobre aquello que se sostiene sin asco durante todo el libro: la enfermedad hace otras cosas además de amenazar, humillar o producir lamento. 

En este nuevo coágulo de la historia, la enfermedad vuelve al corazón del debate político pero ahora la cordura perdió eficacia como instrumento discursivo.

Pero sería bien inocente suponer una voluntad de decepción, como si La Moreno fuera de las que recurren a ademanes literarios y piruetas estilísticas para merecer tal o cual etiqueta. Su elaboración del artificio nunca ha tenido que ver con la distancia estéril de la etnografía bajo un régimen temático, sino con hacer aparecer las vidas y las cosas que, con rigurosidad, ilustra a partir de los efectos que surten los encontronazos en su propio cuero. 

En La Merma la veracidad no importa en tanto copia fiel de la realidad porque lo que a ella la calienta es la ficción. Tampoco importan las expectativas del lector porque no le debe nada a nadie más que a sus fijaciones. 

La Moreno es una degenerada, y eso no es un procedimiento sino un atajo para entrarle al morbo por el agujerito del costado sin tanta sarasa moral. Sus ojos son el ojo de la cerradura que mira y te hace mirar en simultáneo, pero ojo que este libro no es un espejo donde reconciliarse ni un tratado de paz con el infierno personal. La Merma se aventura a contrabandear lo sucio y problemático que vibra en las bajas frecuencias de la vida con el calor de una carcajada guasona liberándote de tus deudas con la coherencia. Aún así, no hay ánimo alguno de reparación. 

***

Cuerpos amontonados, cuerpo de obra, corporalidades y disidencias, cuerpos en fuga, cuerpa, cuerpe, cuerpo con x, cuerpo con arroba, cuerpo con guión bajo, corporalidades, corporrealidades, cuerpito, teoría del cuerpo, poéticas del cuerpo, oye tu cuerpo pide salsa, acuerparse, poner el cuerpo, poner la cuerpa, soma, esqueleto, cuerpos en disputa, máquina, fábrica, flujos. El gesto de decir “cuerpo” está vaciado de sentido. Si solo nombrarlo fuese suficiente para exonerarse de toda alienación, alcanzaría con decir dolor para rajar del sufrimiento. Si digo morfina ¿aliviaré? Pero como a ella nunca le importó la obsecuencia con la época, La Merma tampoco es un facsímil de los discursos buena onda de turno que repiten consignas a lo pavo, pese a que la severidad que acontece en su biografía haría tambalear a todo guapo colgado de luchas colectivas mangueando compasión. Hace rato venimos viendo cómo, por mucho menos, cualquiera se sube al podio para dar cátedra de sensibilidad social, violencias y padecimientos, encaprichados por volverse referentes, funcionarios, gerentes.

Este libro llega en un estado de fragilidad de la vida singular, social y global sin parangón: montañas de cadáveres desbordando de las pantallas, formas de explotación laboral moleculares, alteraciones técnicas y digitales de la psiquis, solapamientos temporales, nuevas formas de fascismos, velocidades de cálculo inalcanzables para la mente humana, bellezas hiperbólicas, mecanismos de tortura imperceptibles, anatomías transformadas con precisión milimetrica. Hasta el gobierno nacional reclama protagonismo en la agenda de la eugenesia global cagando a palos a jubilados, cortando antirretrovirales y medicamentos oncológicos, escupiendo a todo aquel que se parezca al más sano y cuerdo de todos, nuestro presidente elegido democráticamente. 

La Moreno es una mala sobreviviente. A lo largo del libro se nota que agradece estar viva pero lo hace con una mueca socarrona y desabrida que desmantela la tragedia.

En este nuevo coágulo de la historia, la enfermedad vuelve al corazón del debate político pero ahora la cordura perdió eficacia como instrumento discursivo. Las ultraderechas se mofan de la normalidad desde su empoderamiento psicofarmacológico instalando un orden donde los putos, los raros, las travas, los negros, los viejos, las minas y los enfermos somos basura de descarte. ¿Quién queda en sus filas? ¿A quién llevarán a Marte? 

Si treinta años atrás el cuerpo era un campo de batalla -siguiendo a Butler- hoy estamos frente a un escenario de devastación atiborrado de esquirlas, pedazos de órganos por acá, cachos de subjetividad por allá. Como si cada trozo de nosotros fueran los soldaditos minúsculos de la Batalla de Curupaytí pintada por “El Manco”, nuestra carne y persona visten uniformes rojos y merodean desorientados por ahí. 

No podemos saber a ciencia cierta si la guerra ya pasó aunque la destrucción sea evidente. En el segundo párrafo de la página veintiséis de La Merma, Moreno escribe: “la mayor transgresión al modelo de belleza humano es quebrar el principio de simetría”. Me pregunto si existe algo más asimétrico que una derrota. Pero a pesar de que el cuerpo real, ontológico y lingüístico sea una batalla perdida, insiste en hacer otra cosa con ese desastre y lo lleva a cabo desplazando al cuerpo del sintagma escritura como centro de sentido; en ventilar la finitud de sus posibilidades como vida funcional versus la permanencia del relato a sabiendas de su cafisheo cruzado. Lo hace sin rendirle pleitesía al monumento de la literatura.

Pareciera que no le excita esa cosa autorreflexiva y anodina del escritor mirando su práctica o la paja de esas literaturas del yo que rebalsan en las librerías y de tan iguales parecen mimetizarse con edictos policiales. Además de los otros, sus excesos también han sido la cultura de masas, los medios hegemónicos de información, los expulsados de la historia oficial del mundo, cualquier otra cosa que no se corresponda con los berretines de los grandes temas legalmente importantes para las autoridades intelectuales. Me refiero a que el agotamiento del tópico cuerpo también está puesto en consideración para sus elucubraciones. María impugna su propia verdad, enferma la escritura, infecta y contamina su propio canon pero ese gesto no es el corte de cinta que inaugura su nueva identidad bajo la luz radiante y colorida del testimonio; ella es una desequilibrista en esta cuerda floja y recta de obviedades desde siempre, aunque ahora tenga su propio carnet de rareza. 

***

Si tanto hemos discutido el lugar de víctima, La Merma viene a desbarajustar el lugar de sobreviviente y acá aparece de nuevo la decepción. Como era de esperarse, La Moreno es una mala sobreviviente. A lo largo del libro se nota que agradece estar viva pero lo hace con una mueca socarrona y desabrida que desmantela la tragedia, y no suelta la queja porque ella bien sabe que organizarla en el lenguaje es la arteria para que devenga en protesta. 

Al comienzo de la página ciento cinco se pregunta por qué no pensó en su madre. Pero, ¿reconocer una ausencia no es una forma de aparición? ¿No habíamos quedado en eso? Sin embargo se toma el tiempo para evocar a la madre de Virginia Woolf, otra mostra como ella con la que conversa desde siempre. Cincuenta años antes de que Orlando y la Señora Dalloway escandalicen los corsarios, Julia Stephen ya estaba empecinada con la relación entre cuerpo y justicia social. En su Tratado sobre enfermería toma la sábana como significante del dolor y plantea una política de la disposición y la textura para fabricar una mínima dignidad a sus pacientes. Desde la atención microscópica a las migas en la cama hasta el cuidado del pelo, la madre de la Woolf propuso una ética del cuidado que resuena de fondo en la internación de la Moreno como terreno de sospecha. 

Y aunque María Moreno sepa por vieja, por diabla y por enferma, también tiene miedo. Reconoce que se está rompiendo y en vez de lamentarse, se sorprende al descubrir que posee un cuerpo.

Luego del bar, la noche, los antros, las manifestaciones, La Moreno vuelve al hospital y aunque este ya sea considerado paisaje recurrente de la literatura universal, no se detiene en los chalecos de fuerza foucaultianos, ni en las salas de espera chejovianas, ni en el quirófano lombrosiano. Ella okupa la cama como unidad básica con su secuaz Lamborghini flotando en el lugar. Insiste en el problema metafisico de la sábana ya no exclusivamente como territorio de disputa erótica, sino como un velo horizontal que, más que correrlo para echarle luz a lo reprimido, precisa ser alisado para atenuar la tortura de los pliegues producto de una noche revoltosa. Una cama bien tendida recompone la estructura simbólica que el dolor destruye, la sábana es la carne del fantasma.

Y aunque no sea lo que la Bastilla para el Marqués de Sade en Los 120 días de Sodoma, el Basavilbaso de Moreno se parece más al Hospital Británico de Viel Temperley o lo que el Neuropsiquiátrico de Oliva para Jorge Bonino pero con olor al área de infectología del Rawson. El paladar de la institución de encierro estimula la lengua y hace salivar desde una poética del síntoma hecha de la jerga biomédica hasta una gramática de protestas con y en contra del sistema de salud haciendo una maraña de posiciones donde no hay ni malos ni buenos, solo circunstancias que ella atraviesa en dirección oblicua. 

En La Merma se la siente silbar bajito y con la espesura de su nueva velocidad. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”, una cita tatuada en la nuca que se asoma por encima de su nuevo vehículo eléctrico en el que se aleja tartamudeando sin ritmo. 

Más que un técnica literaria, su monólogo interno es un artefacto auditivo que viene refinando desde siempre en retratos y crónicas pero esta vez redirigido hacia ella misma. Y aunque María Moreno sepa por vieja, por diabla y por enferma, también tiene miedo. Reconoce que se está rompiendo y en vez de lamentarse, se sorprende al descubrir que posee un cuerpo. Renuncia al pasaporte de humanidad que es la bipedestación porque caminar nunca fue importante para ella y la perturba reconocer la escritura como un trabajo profundamente manual al ver su diestra paralizada. Y ahí recuerda que la usa para sostener, para excitar, para lavarse, aunque ahora nada de eso importa si no funciona su mano util de diez dedos y curiosamente eso trae alivio, al menos para mí.

Cualquier otra cosa que haga saltar el destino irrevocable de la anatomía humana en su devenir robot, es que a La Moreno no le queda bien el grillete de autómata.

Amigarse con la decadencia de la salud debe ser de las tareas más ásperas de la vida y a veces un consuelito sublingual viene bien, aunque al cabo de un rato se diluyan sus efectos. Admito que la imagen del garfio mucho no me calienta, se me hace medio chongo y adornado, como juguete de un Barbanegra para principiantes alardeando Swarovski y sofisticación de estaño. En cambio me imagino su dedo del fuck you bueno como una cerbatana que escupe dardos hirviendo, como un estoque, un catéter que hurga por dentro, una punta para cuidarse en el yire. Cualquier otra cosa que haga saltar el destino irrevocable de la anatomía humana en su devenir robot, es que a La Moreno no le queda bien el grillete de autómata. 

El léxico hospitalario tiene un latiguillo para el ACV: “time is brain”. Pero el bisturí al igual que la escritura es un instrumento de paciencia y ella lo sabe aunque la prisa haya sido la velocidad de su educación sentimental, y no la azota cualquier rebenque; así se peina, así escribe, así señala cada tecla con ese dedo dildo manicurado y coleando. 

Igual, se rescata del eterno sueño y toma perspectiva de sus aparatos corporales disponibles junto a la ritmología de sinapsis entre ellos para lograr construir una oración. Dice: “He renunciado a mis excesos barrocos y a mis enumeraciones caóticas rococó. He llegado a la síntesis por un déficit, no por voluntad. Y he ganado lectores: ahora soy transparente, mientras que mi habla se vuelve, a veces, infranqueable”. Se burla de la economía gramatical que deambula paranoica por los borradores de quienes escriben especulando con las extensiones porque sabe que su desmesura está concentrada en cada punto, en cada coma, en cada letra. 

En vez de refunfuñar y colgar los guantes como haríamos la mayoría, ella se da vuelta e inventa otra cosa con lo que hay, no sin antes eludir los aplausos de la novedad, de la superación, de la piedad, pirándose por el callejón de la acidez prepotente y la ironía escatológica. Claro, no podía ser de otra manera, ella es la primera en asquearse con la idea de un “Método Moreno” aunque el asco ya no sea lo mismo luego de que La Moreno exista. Imagino que nada le debe producir más escozor que la descendencia cristalizada en idolatría literaria por la que tanto trabajan algunos machos de la zona o los vitoreos ProVida que higienizan su supervivencia cuando la informan que sigue escribiendo como antes.

Y ahora María, que solo sos tu lado izquierdo y sabés lo que es cargar con esta lepra, ahora que finalmente pertenecés a un grupo vulnerable y hablás en primera persona y no en nombre de otros como un alma bella bienpensante, ahora que finalmente llegan los premios y los reconocimientos y que en el fondo todos sabemos que se deben a tu silla de ruedas y no a vos, ¿no te parece que el mundo de los raros también es un poco aburrido? Vamos, entre enfermos no nos vamos a pisar los recetarios.

Foto: Carlos Surghi

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  • Brenda, Morena y Lara: las preguntas que faltan

     

    1. La carroña mediática otra vez: la banalización de las vidas populares y la construcción de la indiferencia

    La indiferencia con la que suele castigarse a las personas más acuciadas por las políticas de desmantelamiento de la vida como las que hoy se reivindican, cada tanto se ve sacudida.

    En estas semanas la participación expresada en contra del proyecto político que reivindica la crueldad, la criminalización de la solidaridad y el saqueo de recursos como todo horizonte, fue burlada bajo la apreciación “ojalá caguen en un balde toda la vida”. Un cliché violento que banaliza la vida de los sectores populares y les refriega lo que les deben y les quitan a diario, mientras les niegan atributos suficientes para discutir sobre el rumbo del país.

    Ahora, el asesinato múltiple, cruel y despiadado de tres jóvenes mujeres genera atención mediática. Y, otra vez, la profundización del estigma se vuelve el deporte comunicacional favorito. El crimen -cruel, irrumpe- hace fosforecer la precariedad y la desesperación con que se emprende la vida cuando ocurre lejos de las necesidades más elementales satisfechas. Pero no para comprender mejor o revisar cuánto del no reconocimiento de esas vidas explica estos desenlaces, sino para reforzar las interpretaciones que insisten en afirmar que hechos tan espantosos como ser víctimas de un femicidio feroz se explican pura y exclusivamente por lo que las víctimas eran, hacían o no hacían.

    No hay nada de azaroso en la vigencia de la estigmatización disfrazada de noticia frente a algunas muertes, las de las mujeres, las de los pobres, las de las atrevidas que se atreven a gozar de bienes y consumos que no están pensados para ellas, las de quienes son construidas como responsables exclusivas de la forma en que son asesinadas.

    Así como el mito clasista de que cagar en un balde explicaría las decisiones políticas de los sectores más castigados por la profundidad destructiva de las políticas del momento y no esas mismas políticas explícitamente dañinas, muertes como las de Brenda, Morena y Lara siguen habilitando discursos que echan mano del trillado “algo habrán hecho, en algo habrán andado”. Ante sus muertes, la carroñera mediática se empeña en explicar la falta de competencia de sus víctimas para evitarlas: nunca es suficiente cuidado, nunca se está en el lugar adecuado.

    Otra línea narrativa al servicio de la impunidad es la que opera adjudicándoles la condición de víctimas propiciatorias, víctimas que “se lo buscaron”, maximizado por el encuadre en la figura criminalizante del momento, “las viudas negras”, una expresión con potencial peyorativo sin igual. 

    Todas esas caracterizaciones prejuiciosas no esclarecen nada sobre lo que ocurrió, sólo explican cuánta impunidad es capaz de proveer una discursividad construida de espalda a las preguntas que importan, una mueca de periodismo que se rehúsa a hacer su tarea cada vez que deja de lado preguntas que nos podrían acercar otras explicaciones.

    Las preguntas que faltan son las que explican porqué otra vez estamos con el gastado cuento en torno a las víctimas. Tampoco será muy productivo ni transformador limitarnos a señalar la incorrección misógina de esas narrativas.

    La irrupción de un crimen tan cruel y extremo no deja de ser una oportunidad para hacernos preguntas distintas.

    Hay que politizar, rescatar en toda su dimensión estos cuerpos que la necropolítica reduce a cosas, a lo sumo a noticias, negando la humanidad que portaron y pulverizando con ello muchas otras vidas a las que se les recuerda a diario que no importan. Como lúcidamente propone Sayak Valencia: “La importancia de un cuerpo muerto no se reduce a una imagen de dos segundos en una tarde de zapping televisivo. La carne y sus heridas son reales, generan dolor físico a quien las padece (…). Necesitamos liberar al cuerpo de los discursos mediales que lo espectralizan” y pensar cómo activar más allá de las expresiones rabiosas.

    2. Lo complejo no quita lo sexista

    Existe también una urgencia en invitarnos a “complejizar” advirtiendo que aquí hay otros elementos -el narco  (por cierto, reducido a expresiones racistas y sesgadas), las nuevas subjetividades, la cultura del consumo, la catástrofe social, etcétera etcétera– como si reclamar que la violencia sexo–genérica del caso sea considerada, fuera un problema.

    Es al revés, no es necesario renunciar a la dimensión de género y la consideración de esas formas de violencia para asumir todas las cuestiones en juego que concurren a este verdadero escenario del horror. Es insuficiente pensar en el asesinato de Brenda, Morena y Lara solo como un crimen de género, pero sin esa dimensión tampoco es cierto que vamos a comprender todo lo que hay en juego.

    El femicidio es hoy una figura legal. Y aunque socialmente se suele asociar con la muerte de una mujer, eso no es exactamente así. Lo que lo caracteriza es la mediación de violencia de género, algo que puede concurrir con muchos otros móviles o formas de ejecutar –que no son lo mismo– que un crimen pueda tener y que, vale la pena insistir, es contextual, no se reduce al vínculo entre víctima y victimario.

    De allí que descartar la figura de femicidio con argumentos del tipo “el móvil fue un robo previo”, no ayuda a comprender. De hecho, los protocolos y recomendaciones internacionales sí exigen encuadrar como femicidios las muertes de mujeres por razones que ya deberían ser obvias. Eso no significa que siempre haya femicidio cuando matan a una mujer, pero sí que hay que considerar esa posibilidad.

    Para descartar hipótesis hay tiempo.

    Pero hay más: es muchísimo lo que desconocemos acerca de lo que alguien ha dado en llamar “los sexismos en el submundo”, en referencia a la forma en que las asimetrías y desigualdades de género operan también allí donde las desigualdades son brutales -y por qué no– en el ámbito del delito organizado.

    Las economías ilegalizadas, sin matices ni anclaje en sus condiciones reales, facilitan la asimetría y hacen que el sometimiento y la esclavitud sean recursos del sector de los que nos desentendemos (porque total quienes están inmersos son alcanzados por las etiquetas de lo delictivo y reducidos a ese universo).

    Así, se subrayan asimetrías propias de los regímenes de estatus, asegurando que quienes padecen ciertas intemperies estén disponibles a bajo costo y con una funcionalidad que excede largamente la dimensión económica.

    En su informe sobre Crimen Organizado y violencia contra mujeres, niñas, niños y adolescentes en Centroamérica (2023), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) reconoce la incidencia directa de la desigualdad de género al sostener que “mujeres, niñas y adolescentes están en riesgo acentuado de ser víctimas de violencia de género por parte de pandillas, maras y otros actores del crimen organizado, o como consecuencia de las políticas de lucha contra el crimen (…) Se ven particularmente expuestas a ser captadas, son llevadas a cabo por estructuras criminales dominadas por hombres, con jerarquías machistas y prácticas de extrema violencia”. Y agregan que a pesar de esa evidente incidencia del género en las conductas de los grupos criminales, esa relación sigue sin analizarse en profundidad y que “no existe un marco conceptual desarrollado que esclarezca una relación entre la violencia contra las mujeres y el crimen organizado”. En otras palabras, no hay razones para desalentar la inclusión de las dimensiones de género para comprender qué pasó.

    Entre nosotros, estaría muy bien mirar hacia Rosario, habitualmente enfocado por sus conflictividades ligadas a la criminalidad organizada. Enfoque que suele contentarse con la militarización del territorio como respuesta a todo. Sin embargo, este triple femicidio horrendo que puede parecernos novedoso por su irrupción en los medios nacionales, no es una novedad en lugares donde ya existen múltiples investigaciones de muertes de mujeres en contexto de crimen organizado encuadradas bajo la figura de femicidio. En Rosario entre 2014 y 2024 hubo 172 muertes de mujeres en contexto de crimen organizado. De hecho, las escaladas en las estadísticas de muertes violentas se explican también por el ensañamiento hacia el cuerpo de las mujeres, algo que ni los análisis periodísticos ni las políticas de demagogia punitiva suelen considerar.

    3. La crueldad es desigual

    Estado social ausente y crimen organizado: alianza letal

    Las escenas que vemos en la tele y que nos conmueven y atraviesan a través del horror tienen que ver con el reflejo de la ruptura del tejido social. Mataron a tres. Hoy hay tres menos, tres familias que están rotas y va a haber muchas más si no componemos el tejido social que está quebrado y, a la vez, si no nos hacemos cargo de que algo así no le pasa a cualquier mujer. Acá no hay buenas o malas víctimas, acá hay femicidios. Pero las pobres son los sujetos descartables. Sus vidas están arrasadas por la precariedad, hacen lo que pueden con lo que tienen a su alcance. 

    La destrucción de las tramas sociales que hacían de lo común una condición de posibilidad de la vida, asumiendo umbrales mínimos de dignidad atados a la sencilla razón de que más allá o más acá todos y todas somos personas, no es un fenómeno nuevo. No perdamos de vista que la profundización de esos daños sea una política de Estado porque no es lo mismo ver el problema de un Estado inútil, incluso un Estado corrupto o torpe, que considerar al Estado como promotor explícito de la destrucción. No es lo mismo un gobierno inoperante, que un gobierno con vocación de asfixia y exterminio.

    Estas organizaciones llevan un largo tiempo desplegándose en territorios empobrecidos, que van mutando y que hacen de la clandestinidad, la precarización de la vida, la ridiculización de la participación política y la deslegitimación de la intervención estatal en la garantización de necesidades básicas, activos claves para la expansión de sus negocios tan millonarios como criminales.

    Los debates maniqueos no ayudan. Sobran las muestras de cuán funcional a la expansión de dinámicas cada vez más violentas son la clandestinidad y la criminalización, sin matiz alguno. Y la persistencia en azuzar el fantasma del narcotráfico como si las condiciones en que opera no tuvieran nada de apoyo en el prohibicionismo imperante, también demora la posibilidad de habilitar otras conversaciones. Por ejemplo, ¿cómo juegan categorías como la raza, la clase y el género en estas economías?

    Colocar estas muertes violentas en un contexto más amplio de reflexión sobre lo que el mercado ilegalizado de drogas y otras economías criminalizadas implica en clave de género, clase y raza es urgente. ¿Qué nos dice otra vez un caso en el que velozmente se asocian narcotráfico y criminalidad sexista violenta?

    El cemento de alianzas de este tipo es la criminalización como principal respuesta. Abandonada la dimensión social de la política, las muecas de ese Estado al que se dice querer destruir se concentran en avanzadas represivas  de las vidas. Sin criminalización y estigmatización no sería tan sencillo llevar adelante políticas de desemantelamiento de la vida como las que proponen.

    Proclaman apuntar al crimen organizado pero se ensañan con la organización social y abandonan a la sociedad. Allí están las estadísticas oficiales de este país en materia de lucha de contra las drogas: un marginal número de procedimientos mediatizados frente al aluvión de casos de narcomenudeo y otras formas de criminalización de la susbistencia.

    Allí están también las políticas de pánico moral y constante asedio a las trabajadoras sexuales que las condena a la exposición diferencial ante la violencia que siempre se fortalece con la ilegalidad y la clandestinidad: ni reconocimiento jurídico, ni amparo frente a la brutalidad y la corrupción policial. Este caso extremo de violencia no está desconectado de las persecuciones vecinales, de las burlas mediáticas, del hostigamiento policial que sufren a diario las personas expuestas a la clandestinidad. 

    No podemos demorar mucho más una conversación sobre el trabajo sexual que considere las condiciones materiales y la voz de las involucradas, sin que la imposición dogmática ni la romantización dominen la escena.

    Sabemos que la frontera entre legalidad/ilegalidad de los mercados es pura artificialidad. Las intensas y múltiples velocidades con que circula el capital borronean ese contorno. La insistencia en mantener esa distinción como si fuera ontológica –tal como ocurre a diario en los países que como la Argentina lanzan guerras al narcotráfico y al mismo tiempo incentivan la volatilidad del capital o el endeudamiento masivo-, se vuelve complicidad.

    La forma banal en que se nos habla y se nos invita a discutir sobre mercados criminales suele operar como preludio a la militarización de nuestras ciudades y territorios. Más aún cuando el Estado Gendarme es la única respuesta de un Estado que reivindica la destrucción del tejido social al que sofoca con criminalización y hambre.

    La preocupación declamada frente a las organizaciones criminales, rara vez encuentra eco en otra cosa que no sea más patrullas, más control social, los mismos resultados una y otra vez. En este punto, discutir los efectos del prohibicionismo es clave porque ese despliegue militar refuerza la dinámica criminal en la gestión de los territorios.

    Solo es posible comprender la escala de este triple femicidio si lo conectamos con estos hechos de extrema violencia y ostentación sádica del poder de administrar la vida, con la destrucción de los lazos, la aniquilación de lo común y el ensañamiento con los más abandonados que se expresa en las formas de dirigirse a las personas, en el desfinanciamiento de las políticas de subsistencia y en la demonización de las formas de organización política articuladas en torno a la solidaridad y la asistencia mutua. Brenda, Morena y Lara fueron asesinadas en ese entramado: nombrarlas es un modo de recordar que este tejido social desgarrado aún puede rehacerse si decidimos que sus vidas no fueron desechables.

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  • Insólita defensa de Karina que afecta la autoridad presidencial: “Sin Karina no hay Milei”

     

    Los libertarios lanzaron una insólita campaña para defender a Karina Milei en medio del escándalo de las coimas, en la que admiten abiertamente que el presidente no puede funcionar sin la hermana.

    Por medio de una intensa catarata de tuits en redes, tanto de los trolls como de funcionarios karinistas como Santiago Oría, los libertarios quisieron instalar que “sin Karina no hay Milei”.

    “Javier es Karina, Karina es Javier”, es el título del posteo del cineasta presidencial. “No hay fenómeno Milei, no hay La Libertad Avanza, no hay Presidencia y no hay revolución liberal de derecha sin Karina Milei”, dice Oría.

    No sin una cuota de negligencia, Oría pegó al presidente a la suerte de Karina, acorralada por el caso de las coimas que destapó Diego Spagnuolo y por la paliza que recibió La Libertad Avanza en la provincia bajo su conducción.

    “Ella es la persona que más cuida y seguirá cuidando al Presidente, no solo en lo institucional sino también en lo humano, garantizando que pueda llevar adelante su misión sin distracciones ni vulnerabilidades”, publicó el troll Escuela Austríaca, que fue retuiteado por el propio Milei.

    Es una manera de admitir que el presidente no puede ejercer la presidencia de manera normal si no tiene a la hermana a su lado. De hecho, Milei está muy nervioso por los pedidos para que corra a Karina, ya que cree que en realidad lo están atacando a él.

    La explosión del caso de las coimas y la derrota catastrófica en la provincia dividieron a las propias bases libertarias. Como se puede ver públicamente en las redes, un sector pide abiertamente correr a la secretaria general de la presidencia de la toma de decisiones. Eso es un mero reflejo de la interna de carne y hueso que se vive en la Rosada: no sólo Santiago Caputo sino otros funcionarios importantes piden sacar a la hermana del centro del gobierno.

    Lo sucedido en los días posteriores a las elecciones va en sentido contrario: Karina creó una mesa para licuar el poder de Caputo en la campaña, ascendió a Lisandro Catalán como ministro político y reporta a su ala y siguió al frente de la campaña libertaria con un acto timorato en Tucumán junto a Martín Menem, otro de los apuntados por la crisis del gobierno. 

    JAVIER ES KARINA, KARINA ES JAVIEREl establishment despiadado de este país cruel quiere romper a Karina porque quieren romper a Javier.Javier es el ÚNICO agente de cambio real que existe en Argentina. No hay otro señores. Todas las demás fuerzas políticas son la destrucción o… pic.twitter.com/AYlrUDVlEr

    — Santiago Oría (@Santiago_Oria) September 13, 2025

     

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