Deseamos un mundo, o muchos mundos, donde las infancias puedan ser pensadas en su pluralidad, en sus diferencias y singularidades. Reconocer a las infancias desde las múltiples vidas que construyen ese tiempo tan particular. Elogiarlas. Abrigarlas. Escucharlas. Albergar y expandir sus deseos.
Pensar y sentir las infancias en su fragilidad requiere de tiempo hondo disponible, de cuidados y ternura. El tiempo de la infancia es tiempo presente. Es un aquí y un ahora. Y es en este tiempo que hay niñeces que cuidar para que no pierdan su infancia. Cuidar este tiempo de vida, estas vidas, estos mundos posibles.
Hoy relanzamos la Campaña En un mundo justo las niñas no son madres, para seguir interpelando, aguijoneando, arriesgando otras promesas de destino. Esta campaña es un acto de politización de los cuidados porque cuidar lejos está de ser mera responsabilidad individual, es un derecho de todas, todes y todos.
En un mundo justo las niñas no son madres es también una apuesta de profunda responsabilidad social desde la certeza de estar a(r)mando mundo feminista.
Las queremos vivas de risa, vivas jugando. Las queremos niñas, no madres. Necesitamos extender y dar alojo a los tiempos de la infancia.
En un mundo justo, se cuida a las niñas de la tortura del abuso y las violaciones.Por eso mismo, en un mundo justo, las niñas no son madres.
En un mundo justo, los estados y sus gobiernos protegen y expanden buen vivir para las infancias. Promueven y garantizan que sus vidas estén libres de violencias. Las salvan de los malos tratos; del hambre, de la falta de vivienda,de la falta de agua, de la falta de necesidades básicas, de la falta de acceso a la educación y a la salud, del irrespeto a su identidad.
En un mundo justo los estados y sus gobiernos garantizan todos los derechos de la niñez, los escritos y los que están escribiendo con desenfado y provocación las niñeces en su cotidianeidad. ¡Las niñeces merecen vivir ese mundo justo!
Para acompañar la campaña podés:
-Difundir los materiales impresos y publicaciones de nuestras web y redes sociales:
Web: socorristasenred.org
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Facebook: Socorristas en red – feministas que abortamos)
Twitter: @socorristasarg
Sumarte al twitazo del viernes 14 de agosto, 11 hs.
En un mundo justo las niñas no son madres. Las queremos: #VivasYJugando.
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A horas de la elección que definirá las nuevas autoridades, Gimnasia y Esgrima de La Plata le notificó a Federico Sturzenegger que quedó fuera del padrón por una deuda de cuatro meses y no podrá ir a votar este sábado.
Por estatuto, los socios tenían tiempo hasta el último minuto del jueves para ponerse al día con el pago de cuotas.
La medida se oficializó recientemente cuando el ministro de Desregulación no canceló una deuda de $105.000. Esa situación interrumpe la participación en los comicios del funcionario de Javier Milei que en reiteradas ocasiones manifestó sus ideas vinculadas a la privatización institucional.
Según TyC Sports al no haber pagado por cuarto mes consecutivo la cuota social, el club lo considera como una suerte de renuncia a su condición de socio y deja de figurar en el sistema, al menos hasta que abone la totalidad de la deuda y regularice su situación.
En febrero de 2024, el ministro -por entonces asesor de Milei- había sido abucheado en la cancha del Lobo cuando subía las tribunas para ver el clásico con Estudiantes. «Sturzenegger la puta que te parió», le gritaron los hinchas cuando intentaba sentarse en la platea como suele hacer hace décadas. «Forro, hijo de puta, devolvenos todo lo que te robaste», le gritó un anciano.
Sturzenegger venía planteando su respaldo a la iniciativa del gobierno de permitir las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) en los clubes de Argentina. «Soy de Gimnasia y si no traemos capitales, no sé dónde estamos. La AFA tiene que adaptarse», dijo en agosto de 2024.
En el club, ninguna lista avala el modelo de privatización de clubes. Gimnasia elegirá este sábado su nueva conducción entre cuatro candidatos: Carlos Anacleto (Usina Tripera), Daniel Onofri (Arriba Gimnasia), Toto Pueblo (Gimnasia Somos Todos) y Diego Patiño (Unir a Gimnasia).
Gimnasia atraviesa una profunda crisis económica que complica la práctica de todas las disciplinas deportivas y llega hasta el plantel de primera división de fútbol, que no tiene agua caliente en las duchas.
La crisis arrastró la gestión del actual presidente Mariano Cowen quien no se presentó por la reelección y parte de su estructura apoya al candidato de Unir a Gimnasia, Diego Patiño.
El plantel de Las Lobas difundió un comunicado en el que expuso la falta de pago de los sueldos de agosto, septiembre y octubre. Tras recibir solo una parte de la deuda, advirtieron que podrían tomar medidas si Gimnasia no normaliza la situación.
En las últimas horas, el equipo de vóley femenino Las Lobas difundió un comunicado en el que explicaron la delicada situación salarial que atraviesan desde hace meses y que motivó su decisión de hacer público el reclamo. Según detallaron, el club mantiene impagas las remuneraciones correspondientes a agosto, septiembre y octubre
En tanto, el sindicato Utedyc Seccional La Plata movilizó hoy a la sede del club para denunciar el incumplimiento del pago de los salarios correspondientes al mes de octubre. La situación afecta a trabajadores y trabajadoras de todas las sedes y derivó en la continuidad de una medida de fuerza.
El Gobierno celebró un superávit financiero de $517.672 millones en octubre. Pero al mirar el número de cerca, el truco simple: esconde debajo de la alfombra los intereses de la deuda, justo la partida que más crece.
Los números oficiales muestran que el Sector Público Nacional mantiene las cuentas en terreno positivas, incluso con superávit financiero, el más difícil de conseguir.
Pero la fachada se vino abajo en seguida. Los especialistas advierten que el gobierno cuenta del gasto total, solo aquello que efectivamente se pagó, sin sumar la deuda flotante. Y que, además, esconde intereses de deuda debajo de la alfombra.
«Si salimos de la medición caja de las cuentas fiscales, y a los intereses pagados le sumamos los intereses capitalizados que se traducen en más deuda, el resultado financiero acumulado a octubre es un déficit de 2,3% del PIB», publicó en el economista Nicolas Gadano en X.
El planteo de Gadano es aceptado por propios y ajenos. «No había forma de mostrar una foto robusta sin reordenar los devengados. La contabilidad no miente, pero permite ciertos encuadres», justificó un ex funcionario del ministerio de Economía y agregó «el superávit es la joya de la corona del oficialismo; si falla, se cae todo el andamiaje discursivo».
Si salimos de la medición caja de las cuentas fiscales, y a los intereses pagados le sumamos los intereses capitalizados que se traducen en más deuda, el resultado financiero acumulado a octubre es un déficit de 2,3% del PIB.
La frase expone el corazón del problema: el relato del superávit parece fuerte, pero se apoya en una arquitectura contable que exige cada vez más creatividad con los números, forzados por una realidad que no acompaña.
Ocurre que la recaudación cae mientras los intereses de deuda aumentan por encima de la inflación. Según el IARAF, el superávit primario nacional cayó 16% interanual en términos reales. La recaudación de octubre fue de $11,9 billones, bajó un 2,4% real respecto de 2023.
Y el superávit financiero se derrumbó 25%. No hay magia: hay menos recaudación y más intereses. Por eso, bien calculado el déficit financiero volvió con fuerza.
El golpe vino por los dos frentes: por un lado Bienes Personales, que mostró la mayor caída, efecto del blanqueo del año pasado y de la rebaja del régimen especial que todavía impacta en la base imponible. Y por el otro, retenciones, debido a la liquidación anticipada de divisas para sostener el tipo de cambio antes de las elecciones, que dejó un bache que ahora se nota.
Mientras tanto, el gasto en intereses de la deuda, contabilizados sin los capitalizados que se esconden «debajo de la línea», subieron 4,3% real.
Es por eso que lo analistas remarcan que el ajuste empieza a encontrar sus límites. Con una recaudación que afloja, intereses que suben, retenciones que recortan su aporte y un enfriamiento de la actividad que ya se siente en varios rubros, la narrativa del superávit limpio empieza a enfrentar nubarrones.
Claudia Rodríguez deja caer la frase con cierta ambivalencia. Sostiene un cuaderno en la mano sin mirarlo. Uñas anaranjadas, voz honda, coqueta, así se presenta ante un público integrado por alumnxs de literatura latinoamericana, estudios de género y sexualidad, profesorxs universitarios y activistas LGBT que se acercaron a escucharla. Hoy no está en Santiago de Chile, donde vive, sino Estados Unidos, en una universidad pública de Nueva York.
Soy el profesor anfitrión aquí en Stony Brook University, esta universidad pública de Nueva York. Lxs alumnxs presentes han cursado mis materias sobre lo trans y lo queer/cuir en América Latina, han leído la obra de Claudia, hemos hablado de ella. Pero no es lo mismo hablar de ella que escucharle hablar por sí misma. Y ese es el punto: un acto de presencia. Esa presencia es política, aquí, ahora. Es político nombrarse travesti en este contexto -en la era de Trump y en tierra de Trump-. Estoy ansioso, anticipo preguntas, burocracia repentina, el problema del idioma, del cuerpo. Tengo miedo de que nos vean fumando un cigarrillo (está prohibido fumar en el campus). Tengo miedo de que no digan nada, de la indiferencia. Pero exhalo. Ya está.
– Soy poeta travesti chilena. Y monstrua resentida- continúa la invitada.
Rodríguez es la figura emergente de la escena cultural trans y travesti de su país. Su trabajo activista se enfoca en la prevención del VIH en comunidades periféricas. Y su trabajo performático, en la hipocresía patriarcal, la violencia de género, lasupuesta multiculturalidad del Estado chileno. En Santiago, a Claudia se la puede ver parada en una esquina, bajo la sombra del Cerro Santa Lucía chusmeando con una amiga, riéndose de clientes viejos o recordando la historia del activismo travesti local. También se la puede cruzar en una marcha feminista vestida de monja, de Pamela Anderson o de la Estatua de la Libertad con una pancarta: “Para las travestis reales el Estado no puede existir”. Es autora de fanzines y libros de poesía como Cuerpos para odiar y Dramas pobres. Algunos de sus textos fueron llevados al teatro, como la autobiográfica Vienen por mí que la actriz y escritora Camila Sosa Villada estrenó en Córdoba, Argentina. Es una de las voces del libro Travesti, una teoría lo suficientemente buena (Ed.Muchas Nueces), entrevistada por Marlene Wayar.
En su obra, el cuerpo travesti se monstrua (así, como verbo) a través de reconfiguraciones plásticas y peligrosas. El peligro es ese cuerpo, peligro latente pero omnipresente. “Ser travesti es ser una muñeca para los hombres que odian a las mujeres”, escribe Claudia. Estos aforismos abundan tanto en su poesía como en sus reflexiones cotidianas. Es su forma de contextualizar la memoria que bifurca y desdobla en cuerpos inertes, degollados. Cuerpos de mujeres travestis que, como ella dice, “murieron sin haber escrito ni una carta de amor”.
La artista chilena fue invitada por el Instituto de Humanidades de Stony Brook University a participar del simposio Unnatural: Gender, Ideology, and the New Latin America (Antinatural: género, ideología y la nueva América Latina).
Stony Brook forma parte del sistema de universidades públicas del estado de Nueva York. Queda a dos horas en tren desde Manhattan, en un suburbio de familias tipo: blancas, burguesas. Es conocida por sus programas en ciencias exactas, por su hospital y por la escuela de medicina. Las humanidades aquí quedan relegadas a un segundo plano de importancia -y de financiamiento-. Stony Brook es una universidad popular, con aranceles accesibles; por eso muchos de sus estudiantes son hijos de inmigrantes latinoamericanos y asiáticos.
***
El encuentro busca generar un diálogo sobre el impacto de la vuelta de la derecha en América Latina en la política y en el arte. Y cómo esta vuelta que no es nueva se viraliza y se siente tanto en los espacios públicos como en las relaciones interpersonales, en la intimidad.
También exponen Denilson Lopes, especialista en literatura y cine de la Universidad Federal de Río de Janeiro, y Gabriela Arguedas, filósofa feminista experta en bioética de la Universidad de Costa Rica. Todxs hablan de la coyuntura vista desde las ciencias sociales y las humanidades, y también desde la investigación académica y las experiencias personales.
Lopes, el académico carioca, se refiere al deseo de los encuentros cotidianos (inter e intra-generacionales) como un modo tenue pero poderoso de construir redes de afecto. Pone de ejemplo el cortometraje Bailão (de 2009, dirigido por Marcelo Caetano) para explicar cómo, en la sutileza de lo mundano, de los espacios entre la casa y el trabajo, residen otras posibilidades de una sociabilidad si no utópica, fugazmente luminosa, centelleante, en devenir. Pienso en la pista de baile de un bar gay cualquiera, un martes. Pienso en una conversación. Una pausa. Una mirada.
Por Skype y desde Costa Rica, Arguedas (cuyo vuelo de American Airlines se retrasó por una falla mecánica) le apunta a la denominada ideología de género. Se remonta al siglo XVIII, traza la historia filosófica, se enfoca en el neointegrismo católico y en el fundamentalismo pentecostal. Explica: estas dos formas de pensamiento no sólo rechazan los esfuerzos recientes en materia de derechos LGBT, sino que también repudian la soberanía individual, legado de la tradición intelectual de la Ilustración. Quedé impresionado no sólo por la destreza interdisciplinaria de Arguedas, sino por el trabajo político que nos queda por delante. ¿Cómo apelar a los derechos de un colectivo disidente cuando, precisamente, es el individuo quien recibe derechos dentro del sistema legal en la modernidad? ¿Cómo no caer en la quimera de la protección estatal?
Entonces, Claudia. Con las uñas anaranjadas, con su cuaderno como escudo, ¿de qué tiene que hablar? Su intervención comienza con una paradoja que es, a la vez, una reflexión sobre las expectativas culturales, académicas e institucionales y un intento por sintetizar un deseo. Hay en ese “tener que” una postura política ante la obligatoriedad discursiva, ante la aparición de una travesti en público, ante la mirada pegajosa que solicita. Nos provoca a indagar el cuerpo, el deseo y la política a través de una teorización transfeminista que se basa en un recuento de su propia trayectoria activista y poética. Tras una pausa, dice:
– Aprendí del feminismo que hay que poner el cuerpo.
Esa apuesta por un feminismo experimental -cuestiones que guían la obra de Rodríguez- nos interpela como público: ¿cuánto cuerpo hemos puesto y cuánto estamos dispuestos a dar? ¿Qué puede el cuerpo, este cuerpo mío?
La pregunta me transporta a 2015, cuando la vi por primera vez en Chile. Claudia actuaba en Cuerpos para odiar: emergía de la penumbra, se mostraba etérea pero contundente, vestida de blanco, cabello rubio quemado. Interpelaba al público:
— ¿Quieren show?
No era una pregunta retórica. ¿Qué quieren del cuerpo travesti? ¿Qué quieren que les diga?
La inquietud de una alumna me devuelve a Stony Brook. Le pide recomendaciones para seguir pensando la intersección entre la literatura escrita por mujeres y la violencia epistémica. “No te podría decir. No soy mujer, soy travesti”, responde la chilena. Y arroja un ejemplo de su política feminista: hablar desde ese cuerpo encarnado, ese lugar específico. Dejar de pensar en universalizaciones para figurar desde su ontología (si me permiten la verborragia, Claudia propone una ontopoética travesti).
La jornada termina. Los alumnos se dispersan (y me confesarán después que fue el evento más comentado del año académico). Nos quedamos Claudia y yo para la cena celebratoria (de rigor). “¿Querés ostras?”, le digo, y me imagino en aquella escena inicial de Una excursión a los indios Ranqueles, cuando Mansilla se jacta de su colonialismo gustatorio, de sus ostras y de su tortilla de huevos de avestruz. Viene el camarero —un inmigrante salvadoreño—, y toma nuestro pedido:
– Quiero la carne —dice Claudia—. Pero cruda.
***
Como somos amigas (la Claudia me mujerea mucho), después del evento nos escapamos del pueblito de Stony Brook. Ella se queda a pasar unos días en mi departamento en Brooklyn. No tenemos mucho planeado, pero en algún momento ella pide:
– Quiero ir adonde la Marilyn sacó su fotografía.
No me lo tiene que explicar. Conozco la imagen de Marilyn Monroe en The Seven Year Itch. La referencia no es gratuita. En su poemario del 2016, Dramas pobres, Rodríguez escribió: “A veces me parezco a la Marilyn. Cuando tomo el cigarro y miro fijamente al pasado; me vuelvo a levantar, a sentirme travesti y minotaura”. Y en Cuerpos para odiar, Rodríguez protagonizó a La Marilyn. Es que Monroe es una suerte de sombra para ella, una figura trágica, modelo imperfecto de una femineidad mediatizada, decadente, monstruosa.
Aquella foto histórica se tomó en la esquina de la calle 52 y Lexington Avenue. Vamos. Pero no hay nada material para reconocer aquella escena, ni una placa ni flores ni olor a Chanel Nº 5. Hay que ir como si fuera un ritual solo para iniciadas, como si la búsqueda de ese espacio, cual soplo de viento fortuito, tuviese que ser también fugaz, tentativa.
De vuelta a mi casa, Claudia sube al Facebook la foto que le saqué. El álbum se titula: “Una travesti pobre en Nueva York”.
El sábado vamos al Central Park. Es el primer día soleado de la primavera de Nueva York. El pasto todavía está mojado, frío, pero igual nos sentamos a ver los cuerpos que, en su transitar líquido, poliforme, reflejan el ansia del encuentro.
Más tarde vamos a sacarnos otra foto, esta vez con la Estatua de la Libertad, aquella mujer tan sola. Tan travesti. Caminamos hacia la última punta de Manhattan, donde el mar Atlántico chapea contra un muelle que en el siglo XIX servía como batería militar y antes como mercado de esclavos. Entonces divisamos una masa humana que, frente a la bolsa de valores, se aferra al Toro (de bronce) de Wall Street, el Charging Bull. Nos dejamos llevar por el bullicio. Hay familias de turistas que se sacan una foto, mejor dicho, que se turnan para sacarse la misma foto. Varias manos encima de los cuernos lustrosos, sonrisitas. Claudia señala con la mirada: “Quiero con el poto”. Obvio. Con el poto del Toro de Wall Street. Se para al lado y, providencialmente, una pareja de argentinos me pregunta:
– ¿Querés que les saque la foto con las bolas?
– No. Con el poto.
Nos miran. Claro, para ellos el poto no significa nada; o quizás entienden, por el contexto, que poto es culo, ano, orto, pero igual nos miran desconcertados con el desdén del falogocentrismo y el gesto irónico de la travesti.
“Podría ser la portada de mi siguiente libro”, sugiere Claudia. Nos reímos. Y sí, ¿por qué no? Necesitamos una potopolítica, propongo. Potopolítica: liberación del ano, política marica-travesti-torta de los (malos) usos del cuerpo, expresión del deseo antinatural, legado del pecado nefando.
En realidad, Rodríguez lleva rato pensando en la lógica anal, en el precioso ano del hombre, como señala uno de sus poemas:
Una loca dijo:
Ser travesti es ser degenerada como los hombres,
estar dispuesta a todo pero en secreto, para que no
duden del hombre, para que no se diga del hombre
que le gusta por el poto. La lengua en su poto y los
dedos de una travesti.
***
Si tuviera que nombrar qué nos une a Claudia y a mí diría: el deseo. La forma del deseo, de pensar el deseo, de buscar en sus contornos un territorio propio-compartido a partir del cual nos sentimos cómplices en nuestros respectivos proyectos (de vida, artísticos, políticos, cotidianos). Tenemos, por así decirlo, un trasfondo común a pesar de las muchas cosas que nos diferencian. Y de ese trasfondo surge la necesidad no solo de pensar el cuerpo (individual, colectivo) en estos tiempos de fascismo, sino de poner en práctica la consigna que aprendimos (las dos) de Perlongher: “Lo que queremos es que nos deseen”.
No me sorprende, entonces, cuando Claudia me pregunta: “¿Dónde está el deseo?”.
Salimos del MoMA y vamos a tomar el subte hacia Brooklyn. Seis de la tarde, Midtown. Zona de negocios, de bancos, de trámites pero no del deseo, o por lo menos, del tipo de deseo que queremos ver. “Quizás -me dice- el deseo tiene horario.” Pero en la ciudad que nunca duerme los horarios son flexibles. El deseo también. “Mira que todos andan del mismo color azul marino. ¿Cuál es el color del deseo?” Tal vez tiene en mente una naturaleza muerta de Cézanne, las imperfecciones que se dejan ver en la forma, en el toque, imperfecciones que enmascaran los píxeles de la reproducción digital. Es la búsqueda lo que se deja ver en persona, la búsqueda de la expresión, que es otra manera de decir: el deseo.
Durante el simposio, Lopes había sugerido que el arte puede ser un lugar de encuentros. No lo entendí, y quizás todavía sigo sin entenderlo. Igual, pienso, el arte no escenifica encuentros. El arte es el encuentro. Como el encuentro también es arte.
Por ejemplo: estábamos sentadas en un salón del MoMA. Hablábamos de la muestra fotográfica de Lee Friedlander “Letters from the People” (Cartas del pueblo). Claudia pregunta: “¿Por qué no hay nada en español?”. Miro. “Hay todo un mundo ausente aquí”, dice. Otro pueblo, quizá. Las fotos son de números y letras, graffitis, signos sacados de contexto, combinados para crear otro contexto —un ensamble-. Tiene razón, pienso, pero el fotógrafo busca algo también. Quizás no sabe leer los códigos subterráneos. De repente escucho: “Can you move?”. Nos miramos. Me doy vuelta. “Can you move?”, de nuevo. Es una chica de veintitantos años, rubia, europea. Se interrumpe nuestro encuentro con otro inesperado. “Quiere que nos quitemos de la banca”, le digo a Claudia. Nos pide dejarle el asiento para poder sacarse una foto. Nos corremos un poco. Saca una selfie, nosotras de periferia.
En alguna foto de Instagram estarán nuestras miradas de reojo reflejadas en los retratos de Friedlander, miradas que sirven de trasfondo para el registro fotográfico de una turista europea en el MoMA. Se me ocurre: cuando nos desplazamos se generan otras posibilidades de encuentros, otras constelaciones afectivas y corporales, a pesar de la relación de poder evidente. Luego Claudia me dice: “No hay que buscar hablar desde el centro. La periferia debe nombrar la periferia”. Sonrío. Sí, desde ahí, desde la periferia se pone el cuerpo.
Me sacude la claridad de su pensamiento. Es que había pensado al proponer el simposio, confieso, que serían mis alumnxs y no yo el sujeto de la irrupción de Claudia en el escenario cotidiano. Yo, como sujeto indígena, nunca me he imaginado céntrico en este país genocida. Pero me doy cuenta que mi propio transitar centro-periférico, mi deseo marica, mi piel, mi ciudadanía sexual, dependen precisamente de discursos encarnados, entrelazados, de tensión epistémica. Mejor dicho: me doy cuenta porque ahora lo siento en mi propio cuerpo, junto a Claudia, travesti monstruosa, cuando nos dejamos llevar por el arte del encuentro. No puedo dejar de imaginar, así, que nuestros cuerpos, en un eco luminoso, marcan no sólo coordenadas de pertenencia o de exclusión sino también, y sobretodo, zonas de deseo siempre en movimiento.