La maratón de Ramiro Faleroni: del sobrepeso a la libertad de correr
Ramiro Faleroni tiene 34 años y nació en María Susana, un pequeño pueblo de Santa Fe de apenas 3.500 habitantes. Desde chico convivió con el sobrepeso: era el típico “gordito” de la escuela, aunque siempre se las arreglaba para hacer deporte. Ese exceso de kilos lo acompañó durante toda su vida, como una sombra.
A lo largo de los años probó dietas, una tras otra, todas con el mismo resultado: fracaso. En 2010 se decidió a intentarlo con más fuerza: caminaba dos veces por día y consiguió bajar casi 40 kilos. Sin embargo, la pandemia lo devolvió a su punto de partida y alcanzó los 183 kilos, su peso máximo. Fue entonces cuando entendió que necesitaba una ayuda más contundente. El año pasado se sometió a una cirugía bariátrica. Tenía hipertensión, apnea de sueño y resistencia a la insulina. “Ese fue el empujón que necesitaba para empezar de nuevo”, confiesa.
El camino hacia la transformación no fue inmediato. Primero vinieron las caminatas, diez kilómetros que parecían enormes, y después los primeros pasos de trote. Una cuadra, luego dos, luego tres. Poco a poco descubrió algo que jamás se había permitido: correr. Su primera carrera oficial fue de 4 km en Rosario. Ese día, al cruzar la meta, sintió que había nacido un nuevo Ramiro.

Correr le cambió la vida. Mejoró su respiración, su resistencia y su ánimo. Lo más importante, dice, es lo que pasa en la cabeza: “Me ordena, me despierta, me da claridad. Es mi cable a tierra”. Como vive en un pueblo, sus recorridos son siempre entre campos, caminos solitarios o al costado del cementerio. La música se convirtió en su compañera inseparable para ponerle ritmo a paisajes monótonos.
Los cambios no fueron solo físicos. Durante años se frustró con algo tan cotidiano como la ropa: nunca encontraba talles, nunca podía elegir. Hoy, en cambio, entra a un local y compra lo que quiere. “Eso también es libertad”, dice con una sonrisa. Entrenar cuatro veces por semana se volvió parte de su vida y le devolvió la paz mental que tanto buscaba.
El sueño ahora es grande: correr un maratón. Hace unos meses lo veía imposible, pero ya completó los 21 km de Buenos Aires y hoy, cuando sale a entrenar, menos de 8 km le parecen pocos. “Todo es un proceso, granito a granito. Estoy convencido de que si me lo propongo, lo voy a lograr”.
El recuerdo de aquella carrera en Buenos Aires todavía lo estremece. Durante meses se repitió la imagen de cruzar la meta. A veces, en medio de los entrenamientos, se emocionaba hasta las lágrimas. Y cuando llegó el día, la emoción fue más grande de lo esperado. En el último kilómetro, en un gesto de liberación, se sacó la remera y corrió así hasta el final. “Fue algo espontáneo, no lo pensé. Esa foto la miro una y otra vez. No caigo todavía, pero sé lo que significa: todo el esfuerzo resumido en un instante”.
Ramiro también aprendió a mirar la obesidad de otro modo. Durante años creyó que era algo normal, pero hoy la define sin rodeos: una enfermedad. Una condición que lo limitó en lo físico y en lo social, que lo obligó a usar máquinas para dormir, a ocultar su cuerpo, a resignar calidad de vida. Su padre murió de un infarto a los 60, también por obesidad. Esa herencia genética fue, para él, un llamado de atención. No quería repetir la misma historia.

Lo que no esperaba era convertirse en una inspiración para otros. Cada día recibe decenas de mensajes en redes sociales. Personas que le dicen que gracias a él dieron el primer paso, que su video los animó a intentarlo. “Con que a una sola persona le sirva, yo ya gané”, asegura.
Hoy Ramiro sabe que la clave estuvo en dejar atrás las excusas. Ni el frío, ni el calor, ni un cumpleaños, ni un asado podían desviarlo de su meta. Esa constancia lo llevó hasta donde está. Y ahora, mientras se prepara para su próximo desafío, lo resume con la misma convicción que lo guía desde el primer día: sí, se puede.
Aquí parte del diálogo que tuvimos:
¿Qué desafíos enfrentaste al correr con sobrepeso?
“Siempre probé dietas y todas fracasaban. En 2010 me puse las pilas, caminaba dos veces por día y logré bajar casi 40 kilos. Pero con la pandemia volví a subir hasta llegar a 183 kilos. Ahí entendí que solo no podía y el año pasado decidí hacerme una cirugía bariátrica. Tenía hipertensión, apnea de sueño, resistencia a la insulina. Fue el empujón que necesitaba para empezar de nuevo”.
Después de la operación, comenzó con caminatas cortas. “Nunca había corrido. Para mí correr era imposible. Empecé con una cuadra, después dos, después tres… hasta que me anoté en mi primera carrera de 4 km en Rosario. Ese día fue un antes y un después. Lo logré, y desde ahí no paré más”.
¿Qué cambios positivos trajo el running a tu vida?
Ramiro habla de la salud, pero sobre todo de la mente. “Me despeja, me ordena. Es mi cable a tierra. Correr me devolvió la respiración, la resistencia, la energía. Hoy pienso: ¿cómo podía vivir antes así? Además, está la ropa, algo que parece banal pero que duele. Antes tenía que conformarme con lo que había, nunca encontraba mi talle. Ahora entro a un local y elijo lo que quiero. Eso también es libertad”.
¿Qué disfrutás más de salir a correr?
“La mente. Salgo y se me aclara todo. Vivo en un pueblo chico, corro entre campos y caminos solitarios. El paisaje siempre es el mismo, entonces la música me acompaña, me da ritmo, me motiva. Es como viajar aunque esté en el mismo lugar”.
¿Cuál es tu sueño hoy?
Ramiro se emociona al pensarlo. “Soñar en grande: correr un maratón. Hace unos meses parecía imposible, pero ya corrí 21 km en Buenos Aires. Y ahora salir a correr menos de 8 km me parece poco. Todo es un proceso, granito a granito. Estoy convencido de que si me lo propongo, lo voy a lograr”.
¿Qué sentiste al cruzar la meta en los 21 km de Buenos Aires?
“Todavía lo miro y no caigo. Durante meses me repetía en la cabeza ‘cruzar la meta’. Y cuando pasó, lloré. En el último kilómetro me saqué la remera, no sé por qué, lo sentí. Corrí así hasta el final, con la panza rebotando, libre. Fue un acto de liberación. Esa foto la miro todos los días, más de cien veces, y cada vez me emociona. Porque sé lo que costó llegar ahí”.
¿Qué significa para vos la obesidad?
“Es una enfermedad, aunque durante años la viví como algo normal. Te va limitando de a poco. Te complica dormir, compartir vacaciones, elegir qué ponerte. Y lo peor es la salud: hipertensión, apnea, diabetes. Mi papá murió por obesidad a los 60. Yo no quería repetir esa historia. Por eso decidí cambiar”.
¿Qué consejo le darías a alguien que quiere empezar?
“No soy nadie para dar consejos, pero sí aprendí algo: si deseás algo de verdad, lo vas a lograr. Yo puse la meta por encima de todo: frío, calor, cumpleaños, asados. Nada me frenó. La constancia es la clave. Y cuando la meta llega, es lo más hermoso que te puede pasar”.
Ramiro sabe que su historia inspira. Decenas de mensajes le llegan a diario en redes sociales: personas que, gracias a él, dieron el primer paso. “Con que a una sola persona le sirva, yo ya gané. Esa es la victoria más grande. Porque ahora sé que sí, se puede”.
Espero que les haya gustado esta edición especial de El Diario de Vanesa y ¡nos encontramos en la próxima!
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