En Villa Regina la basura domiciliaria se junta con camiones recolectores y se lleva al basural ubicado en la barda norte o al centro de transferencia en parque industrial. Los “recuperadores informales” realizan una clasificación rápida (pero incompleta) y el residuo restante es acumulado e incinerado, acción causante de las nubes tóxicas que se percibenen el cielo de la perla del valle. Hoy en Argentina, un 40% de los residuos sólidos urbanos terminan en basurales a cielo abierto.El promedio de basura generada por día en Villa Regina es de 40 toneladas. Aproximadamente 14.600 toneladas al año. Casi un kilo diario por persona. Estos números no difieren de los promedios estadísticos del resto del país.
La quema de basura, deteriora la calidad del aire que respiramos, y el polvo/ceniza que levanta el viento puede transportar a la ciudad o zonas rurales microorganismos nocivos que producen infecciones respiratorias e irritaciones nasales y oculares, además de las molestias que dan los malos olores. En otros casos, nuestros desechos son enterrados en fosas.Los residuos cuando se depositan en basurales sin ningún tipo de discriminación sobre lo que puede ser reutilizable o no, generan un gran impacto ambiental, ya que esas enormes cantidades de basura liberan gases tóxicos que contaminan el aire y los cursos de agua.
CENTRO DE TRANSFERENCIA DE RESIDUOS-PARQUE INDUSTRIAL
Para convertirnos en protagonistas y no ser simples observadores del deterioro ambiental, es importante activar con la separación de los residuos desde su origen. Debemos adquirir hábitos que contribuyan a cuidar el medioambiente y la separación de basura es una manera de hacerlo. Este trabajo diario busca reducir la cantidad de elementos que terminan en el basural. El cartón y el papel, el plástico y el vidrio son materiales reciclables. Por otro lado los materiales orgánicos (casi el 50% de los desechos diarios), son fácilmente degradables pero de mejor utilización a través del compostaje para abonar la tierra.
Se deben generar políticas, programas y campañas que incentiven: la reducción en la generación de residuos sólidos y el reciclaje. Más el trabajo sobre valores de la educación ambiental en niños, adolescentes y adultos. Incrementando la cantidad de estaciones de reciclado en puntos estratégicos, no solo de la zona céntrica sino también de barrios y colegios en todos sus niveles, es una manera simple de colaborar con la educación y conciencia ambiental de la ciudad, y por supuesto con el medio ambiente. Estas problemáticas se pueden revertir a mediano plazo si nuestros representantes trabajan la temática de manera seria y sostenida en el tiempo, y los ciudadanos nos comprometemos a ser protagonistas del cambio y no cómodos veedores.
BASURAL BARDA NORTE
DATOS
El 50% de lo que desechamos suele ser componente orgánico, sabiendo cómo tratarlo se puede aprovechar al máximo.
El 17% suele ser papel y cartón, que son materiales reciclables.
Reciclando 4 botellas de vidrio se ahorra la electricidad necesaria para mantener encendido un frigorífico 24hs.
El reciclaje genera puestos de trabajo formales
Por cada tonelada de papel que se recicla se salvan 5 árboles.
PROBLEMAS GENERALES
El consumo de energía y materiales que se utilizan para elaborar envases y productos que después desechamos. Esta energía y estos materiales con frecuencia provienen de recursos que no son renovables.
La contaminación del agua. El agua superficial se contamina por la basura que tiramos en ríos y cañerías. En los lugares donde se concentra basura se filtran líquidos que contaminan el agua del subsuelo de la que todos dependemos.
La contaminación del suelo, la presencia de aceites, grasas, metales pesados y ácidos, entre otros residuos contaminantes, altera las propiedades físicas, químicas y de fertilidad de los suelos.
La contaminación del aire, los residuos sólidos abandonados en basurales a cielo abierto deterioran la calidad del aire que respiramos, a causa de las quemas y los humos, y del polvo que levanta el viento, ya que puede transportar a otros lugares microorganismos nocivos que producen infecciones respiratorias e irritaciones nasales y de los ojos, además de las molestias que dan los olores pestilentes.
A lo largo del ciclo lectivo, 23 instituciones educativas recibieron insumos de distinto tipo a partir del convenio que la Municipalidad de Villa Regina firmó con el Ministerio de Educación y Derechos Humanos de Río Negro. En este sentido, los establecimientos beneficiados fueron las Escuelas 265, 257, 143, 85, 105, 196, 83, 52, 28, 220,…
La Dirección de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Municipalidad de Villa Regina junto a los alumnos del CEM 70 llevarán adelante un trabajo de campo que consistirá en la realización de encuestas en los barrios Belgrano y Docente para concientizar a los vecinos sobre la importancia de la clasificación de los residuos domiciliarios. La…
¿Quién es Pablo Grillo? Su nombre, de repente, repetido en titulares, copiado y pegado en medios de comunicación que replican declaraciones de la ministra de Seguridad sin pensarlo dos veces. Pablo no es su Instagram, no importa su foto con el Pepo, sus vacaciones en Brasil, ni que en sus historias destacadas haya posteos de Cristina Kirchner. Lo que importa es que Pablo, fotógrafo de 35 años, de Lanús, toma imágenes de la marcha en el Congreso y un proyectil de gas lacrimógeno le abre la cabeza.
Pablo es hijo de Fabián, que además de salir a pedir dadores de sangre en la puerta del Hospital Ramos Mejía, tiene que aclarar que “la militancia no es mala” después de escuchar las declaraciones de Patricia Bullrich. Mientras habla con la prensa, adentro está su hijo en estado crítico, peleando por su vida, con traumatismo de cráneo y pérdida de masa encefálica.
Martina, psicóloga del hospital Evita de Lanús, cuenta que Pablo tiene un compromiso muy fuerte con la comunidad. Durante la pandemia tuvo una beca de contingencia con la que trabajó allí. Colaboró con la campaña de vacunación y se hizo cargo de la recuperación de los espacios verdes del hospital. “Imaginate lo importante que es para lxs pacientes poder tomar un mate al aire libre, hasta un estanque de peces le metió”. El área de salud mental está en un sector del edificio que había quedado abandonado y Pablo intervino para mejorarla. “Llegó a parquizar y a recuperar el verde, pero no llegó a reconstruir el banquito que quería para los pacientes”.
En los alrededores del Congreso circulan y escupen agua los hidrantes, estallan las balas de goma, ya se respiran los gases lacrimógenos. Las fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich han armado un cordón varias cuadras a la redonda y van ahuyentando a la gente. Hay policías que cargan las armas y disparan contra gente que está en la vereda. Algunos salen en racimo a agarrar a los primeros detenidos. Pablo quedó sobre Hipólito Yrigoyen, frente al anexo del Congreso. Está agachado, intentando sacar una foto a un grupo de policías. Ellos gatillan antes. Uno dispara un cartucho de gas lacrimógeno apuntando al piso, a propósito, para que rebote y pegue en las piernas. Es una práctica usual de las fuerzas de seguridad. Buscan herir. La gente empieza a gritar. Se arma una ronda. Ahora Pablo está en el piso, sangra. Un colega, al lado suyo, lo asiste. “Está hecho pelota”, dice. No fue mala suerte, ni casualidad. Mientras lo atienden y esperan que llegue la ambulancia siguen las detonaciones de gases lacrimógenos y las balas de goma.
Dentro del Congreso, la oposición logró el quorum para tratar la quita de facultades a Milei y Martín Menem decide levantar la sesión. Hay piñas entre libertarios que quieren sesionar. Todo es confusión. En los hechos, mientras afuera reprime a la gente, adentro el oficialismo decide cerrar el Congreso cuando está a punto de perder una votación.
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Faltan quince minutos para las cinco de la tarde, hora fijada para una movilización que será masiva. Hinchas con camisetas de varios equipos ocupan la plaza y las calles aledañas desde temprano. La convocatoria transversal de hinchas de fútbol se convirtió en un hecho político de enorme trascendencia. Estacionado sobre la avenida, un motorhome azul decorado con imágenes y simbología maradoniana: es el proyecto @pelusaporelmundo, de Lucas y Estefanía, una pareja que, junto a sus hijxs, recorre las rutas homenajeando al ídolo. Por la ventanilla, unas manos infantiles sostienen un cartel con una frase de Maradona: “Hay que ser muy cagón para no defender a un jubilado”. Las palabras de Diego circularon como leitmotiv principal en las redes y entre los grupos de hinchas; la legitimación de la causa en la voz del máximo ídolo deportivo nacional. Desde su muerte, Maradona aparece cada vez con más frecuencia como intérprete de reclamos sociales y causas populares.
A Rúben Cocurullo, uno de los fundadores de la agrupación Jubilados Insurgentes, la idea no lo convencía del todo al principio. Pero ahora, después de hablar con lxs compañerxs, está entusiasmado con la participación de hinchas y clubes. Aunque tiene tres stents, todos los miércoles, desde hace ocho años, da la vuelta al Congreso junto a otrxs adultxs mayores. Antes de formar Jubilados Insurgentes fue parte de Jubilados Autogestionados, y mucho antes del Partido Socialista, cuando era vecino de Alfredo Bravo. Cuenta que lo echaron del partido por ser “demasiado zurdo”. Rubén es anarquista. Tiene 77 años y milita desde los 17. “La gente cree que ir a votar es suficiente, pero si no hay participación ciudadana nada cambia”, dice.
“Al principio en el Congreso éramos 17 compañeros nomás, y tres o cuatro que venían de la Mesa”, dice Rubén, que se refiere a la Mesa Coordinadora de Jubilados y Pensionados, creada en respuesta al surgimiento de las AFJP en 1993. “Nos miraban como a unos locos, nos tiraban los coches encima, la policía nos cuidaba para que pudiéramos dar la vuelta”. Después vinieron las “toneladas de piedras”, los palazos y los gases, el protocolo antipiquetes. Y lxs jubiladxs fueron lxs primerxs en romperlo con su ronda de los miércoles. Rubén dice que Patricia Bullrich es su secretaria de prensa, porque desde que asumió salen en todos los medios y no para de sumarse gente.
La bandera roja de los Jubilados Insurgentes estuvo en el 8M, pero para la marcha Antifascista del primero de febrero, encabezada por el colectivo LGBTIQ+, llevaron una con letras de colores. A Rubén le entusiasma más que se sumen las hinchadas y los clubes a la movilización que la CGT: “Algunos serán barras pero la mayoría son laburantes. Los Jubilados Insurgentes somos todos trabajadores, no tenemos dirigentes, somos autogestionados. Yo sé que la Constitución dice que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, pero a mí no me representan, ni los que están en el Estado ni los traidores de las centrales obreras”. Aunque tiene 43 años de aportes como técnico electromecánico, cobra la mínima y hace changas para llegar a fin de mes: “Yo pensé: ‘me jubilo y disfruto de mis nietos’, pero cada vez laburo más”. En Argentina casi el 50% de los adultos mayores cobra el haber mínimo.
La Ley de movilidad jubilatoria 26.417 de 2008, sancionada durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se aplicó a partir del 1 de marzo de 2009 para lxs beneficiarixs del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA). Las jubilaciones empezaron a actualizarse automáticamente dos veces por año en base a una fórmula que contemplaba los salarios y la recaudación impositiva. En 2017, bajo la gestión de Mauricio Macri, se modificó el cálculo con la Ley Nº 27.426, que establecía actualizaciones trimestrales según una fórmula que tenía en cuenta inflación y salarios (70% del incremento de la inflación del trimestre y el 30% del aumento de los salarios privados de ese mismo período). Bajo la gestión de Alberto Fernández el Congreso aprobó la Ley 27.609,en la que el cálculo surgía de la sumatoria del 50% del aumento trimestral en la recaudación de la ANSES y un 50% por la variación salarial del mismo período. En este último caso, se utilizaban los datos del INDEC o del Ministerio de Trabajo.
En marzo de 2024 el gobierno de Milei modificó nuevamente el cálculo a través del DNU 274/24, que estableció actualizaciones mensuales sólo por inflación y una recomposición por única vez de 12,5% en abril de 2024. Hubo un proyecto de reforma presentado por los Diputados en septiembre que mantenía el esquema de actualización por inflación, pero le sumaba un incremento adicional para compensar la inflación correspondiente de enero y proponía que la fórmula también tuviera en cuenta los salarios. Pero fue vetado por el presidente.
Walter Arrighi, abogado, consultor en temas previsionales y exsecretario del Ministerio de Seguridad Social de la Nación entre 2007 y 2010, sostiene que siempre se habla de cambiar los indicadores de movilidad jubilatoria, pero que lo central es la sustentabilidad del sistema basado en tres ejes: la aceptabilidad social, la viabilidad financiera y la factibilidad política. Según el último informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) las jubilaciones constituyeron un factor central en el ajuste del gasto público de 2024:
Virginia Fernández trabajó como licenciada en enfermería y educadora clínica durante cuarenta años: “Siempre tuve un estándar de vida relativamente cómodo, pero cuando me jubilé descubrí que caía en un abismo, aunque mis aportes fueron importantes, perdí poder adquisitivo de una manera drástica”. Se jubiló a los 60 pero siguió trabajando hasta los 64, facturando para la misma empresa. Hoy, con 70 años, está usando sus ahorros para pagar los impuestos, los remedios y el supermercado. “Me imaginaba la jubilación como un período con mucha fuerza vital, haciendo lo que no podés cuando trabajás 10 horas por día: estudiar, viajar, estar con mis hijas, darme algún gusto, poder hacerle un regalo a mis nietos”. Virginia fue militante en los setenta, siempre le interesó la política, pero recién se incorporó a Jubilados Insurgentes con el gobierno de Milei: “Quedarse en casa rumiando bronca enferma. Nuestros haberes nunca se recompusieron después de la devaluación de enero del 118%, empezaron a faltar medicamentos en el PAMI, a negarse los turnos. Hay que salir a pelear”, dice.
Virginia insiste en que no se trata sólo de las reivindicaciones de lxs jubiladxs. “Nosotros somos trabajadores, queremos que los jóvenes entiendan que la jubilación no es una cosa de viejos, porque lo que les está pasando a ellos con las suspensiones, con los cierres de fábricas, con los despidos, pone en verdadero riesgo su futura jubilación. La nueva reforma laboral legaliza la informalidad, nos afecta a nosotros y también a ellos, los futuros jubilados”. Dice que desde las organizaciones agradecen el apoyo de todos los sectores, también de hinchas y clubes, pero que no tienen que ir a ayudarlos o cuidarlos. “Tienen que venir a pelear, cada uno por sus reivindicaciones, desde los hinchas a los que les quieren meter las sociedades anónimas, hasta los trabajadores despedidos, desocupados o precarizados”.
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La Coordinadora de Hinchas, que ocupó un lugar relevante en la convocatoria de apoyo a los jubilados, se organizó en la década pasada, con los primeros intentos para implementar las sociedades anónimas deportivas (SAD). En los clubes es un foco de conflicto que el gobierno libertario ahora profundizó con el mundo del fútbol argentino, y también con lxs hinchas. La excepcionalidad argentina de los clubes como asociaciones civiles es motivo de orgullo para los socios de esas instituciones. La primera avanzada, sin éxito, había ocurrido durante el gobierno de Macri, y fue lo que motivó la conformación de organizaciones como la Coordinadora. La discusión por la privatización de los clubes volvió a poner en guardia a hinchas y a otros actores del fútbol —la AFA en primer lugar—, que reivindican a los clubes como espacios fértiles de vida democrática. En ese sentido, la participación de hinchas en la marcha se amparó en muchos de los valores que se promueven desde los clubes: la solidaridad, el barrio, la familia.
“No son solamente hinchas de fútbol los que empezaron a venir. El miércoles se convirtió en una tribuna de denuncia, son muchos los sectores que se acercan a tomar el micrófono y a contar lo que les está pasando”. El tema, para Virginia, es uno solo: resistir la destrucción de la clase trabajadora, desde abajo y al costado de la burocracia sindical: “Hay que coordinar las luchas, queremos que éste sea el lugar adonde vengan. Y están viniendo cada vez más, estamos contentísimos”. Cuando la hinchada de Chacarita se acercó por primera vez a la movilización —después de que la policía gaseara y le pegara a un jubilado que iba siempre con su camiseta— las agrupaciones temieron que la hinchada quisiera monopolizar el acto, o que llegaran barras a generar disturbios: “Resulta que no”, dice Virginia, “fue una experiencia hermosa, estuvieron acompañándonos, no asumieron el protagonismo. Y no solamente estaba la hinchada de Chaca, también estaba la gente del Garrahan, del Bonaparte, los trabajadores de Shell, de Praxair”.
La historia de la gestión de la violencia en el fútbol en Argentina es monocromática: todos los gobiernos han apelado invariablemente a medidas prohibitivas y represivas para intentar garantizar el gobierno de la seguridad en los estadios. Saturación policial, vallados, encapsulamientos y cámaras de vigilancia refuerzan la premisa de que, para la mirada del Estado, el hincha es siempre un sujeto peligroso que debe ser controlado y nunca un sujeto de derechos que debe ser cuidado. Basta con recordar que en los estadios de Primera División está prohibido el público visitante desde hace 11 años.
Como ministra de Seguridad del gobierno de Macri, Patricia Bullrich hizo de la seguridad deportiva un área relevante de su gestión. Sintetizado en la fórmula de “guerra a las barras bravas”, su trabajo se basó en un fuerte marketing securitario alrededor del fútbol, en la definición de las barras como parte del “crimen organizado” y en la incorporación de nuevos dispositivos de control a un espacio ya hipervigilado como los estadios de fútbol. Su principal medida fue la adopción del Derecho de Admisión por parte del Estado a través del dispositivo “Tribuna Segura”, una herramienta administrativa antes reservada a los clubes con la cual las agencias públicas de seguridad deportiva asumieron la potestad de prohibir el ingreso de lxs hinchas a las canchas. La cantidad de personas con derecho de admisión creció paulatinamente año tras año y hoy son cerca de 13 mil, entre las que hay desde barrabravas condenados por asesinato a hinchas que orinaron en lugares indebidos, o prestaron su carnet de socio a un amigo. Delito y desviación se mezclan en un listado al que es sencillo ingresar pero complejo salir.
Para un hincha no hay castigo más cruel que privarlo de ver a su equipo. Así, la sombra del Derecho de Admisión operó como herramienta eficaz en los últimos años para agencias de seguridad y policías en su relación —siempre vigente, nunca confesa— con las barras bravas. El lunes, cuando la convocatoria de los hinchas se masificó, Bullrich amenazó con “medidas especiales” y “cambios legislativos” para quienes protagonizaran disturbios. A través de una modificación ad hoc de la resolución de “Tribuna Segura”, el Ministerio de Seguridad amplió el radio de influencia del Derecho de Admisión: de circunscribirse a “eventos deportivos” pasó a penar a quienes afectaran la seguridad “en el marco de una manifestación o congregación en la vía pública o en lugares abiertos al público en general”. La herramienta ideada para controlar un problema social —la violencia en el fútbol— y pacificar los estadios se convirtió de la noche a la mañana en un dispositivo a la medida del gobierno para combatir la protesta social.
El día anterior a la movilización Raúl Roverano también estuvo en el Congreso, llegó a su casa a las diez de la noche, después de asistir a la conferencia del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Aunque se jubiló con más de 35 años de aportes —pasó por la Comisión Nacional de Energía Atómica, el Garrahan, y el Ministerio de la Salud de la PBA—, se va a quedar trabajando hasta medianoche. Dice que todos los gobiernos apelaron a las cajas de jubilaciones para resolver sus problemas, y que ellos lo denunciaron en el gobierno de Cristina, de Macri, y de Fernández, pero que con Milei es aún peor. “Cada uno superó al anterior en la presión que nos meten a los jubilados, cada vez que modificaron la manera de establecer el haber inicial y las actualizaciones lo hicieron para peor”. La frase “con la fórmula del gobierno anterior estaríamos mejor” es una constante, dice Raúl. El problema de las jubilaciones son los aportes, pero también los salarios: “Si el salario de los trabajadores es una porquería, no hay aportes para el sistema jubilatorio. La lucha de los trabajadores es nuestra lucha, y viceversa, el tema es que nadie piensa en la jubilación cuando es jóven”. Raúl cree que se empieza a entender que es transversal, ve nuevos sujetos sociales acercándose a los reclamos de lxs jubiladxs, no sólo lxs hinchas sino también lxs trabajadorxs de fábricas recuperadas, o de la salud: “Estamos más cerca que nunca de conseguir esa masa crítica que va a desnudar que este es un gobierno opresor, que esto no es democracia. No es protejamos a los viejitos, es defender el sistema jubilatorio de todos”.
Elsa Rodríguez Romero es docente y directora del Posgrado de Actualización en Derecho Previsional de la UBA-AABA. Dice que Argentina es uno de los países con mayor grado de litigiosidad a nivel mundial por la cantidad de juicios que hacen los jubilados, no por hechos, como sucede en otros países, sino por las cuestiones numéricas que hacen a la previsión social. El sistema previsional espeja el mercado laboral y el sistema tributario. Históricamente siempre hubo una concatenación entre salarios y jubilaciones, explica Romero, la movilidad busca que la jubilación mantenga en el tiempo el valor adquisitivo de cuando se la otorgó por primera vez. “El problema es que dependiendo del año en que se haya jubilado la persona, si el haber inicial fue mal calculado, por más que sea correcta la movilidad que te den, se va a arrastrar el atraso y la realidad es que los haberes iniciales se hicieron mal durante décadas”. La abogada coincide con Raúl en que cada reforma de movilidad de las últimas décadas fue para peor: “Si la fórmula combinaba A y B, cuando A empezaba a subir la disminuían o la quitaban”. La movilidad se cambia para poder pagar menos cuando la cuenta empieza a dar bien.
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Hinchas y trabajadores pobres, en un país pobre, con jubilados pobres. Entonces, la represión feroz para pasar y mantener el ajuste. Un policía empuja a una jubilada de bastón. Ella cae al piso de espaldas, se golpea la cabeza. Se llama Beatriz Bianco, tiene 87 años y ningún efectivo se acerca para asistirla. Minutos después, la imagen de un cráneo en carne viva. La represión es previa a todo, originaria, visceral. Aunque la convocatoria era a las cinco, como todos los miércoles, ya a las cuatro de la tarde las arterias que conducen al Congreso están colapsadas. Hay banderas LGBTIQ+, de sindicatos, whipalas, veteranos de Malvinas en uniforme, jubiladas con máscaras improvisadas con bidones de agua, limones y cuchillos de plástico, y muchas, muchas camisetas de fútbol.
En el relato de medios afines al discurso oficial, la deslegitimación de la convocatoria se basó en calificar a los asistentes de “barrabravas”. Caracterizadas, como señala el antropólogo José Garriga, por la fiesta, la violencia y los negocios, en los últimos 20 años las barras bravas aparecen cada vez más vinculadas a las economías informales y criminales. La oposición entre “hinchas comunes” y “barras” viene siendo recorrida por la seguridad deportiva estatal para marcar la frontera entre el hincha legítimo y el ilegítimo. Sin embargo, esa presentación esquemática que vincula a todo hincha organizado con un barrabrava es demasiado simplista para reflejar la complejidad de la organización de lxs hinchas argentinxs. Dentro de cada club hay muchas formas de agrupamientos: peñas, subcomisiones de hinchas, agrupaciones por barrios, agrupaciones temáticas, grupos no orgánicos. Está la barra, y están lxs hinchas independientes. Todos esos perfiles estuvieron representados en la convocatoria. La novedad hoy fue la participación de hinchas con camisetas de diferentes y múltiples equipos de Primera y del Ascenso, alrededor de una causa común que habilita la pregunta, muy incipiente, de si se está frente a la posible conformación de un movimiento transversal de hinchas de fútbol.
En un texto de los años 2000, Mariana Galvani y Javier Palma caracterizaban a la policía en el mundo del fútbol como a la “hinchada de uniforme”. Lxs autorxs señalaban que policías e hinchadas compartían valores y prácticas alrededor del uso de la violencia, y que estas últimas percibían a la policía no como una institución estatal encargada de brindar seguridad a los ciudadanos sino como una “tercera hinchada” contra la que había que combatir. Su investigación tuvo lugar en los años ochenta y noventa, cuando la represión policial en las canchas argentinas era moneda corriente y estaba naturalizada como parte de la experiencia de ir a un estadio. De hecho, según datos de “Salvemos al Fútbol”, el 25 por ciento de las muertes vinculadas al fútbol hasta inicios de los 2010 tuvo participación de la policía.
Actualmente los estadios en Argentina son lugares más pacíficos que décadas atrás, pero la relación entre las hinchadas y la policía sigue siendo conflictiva.
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Para las diez la bruma venenosa alrededor del Congreso se había disipado, pararon los estruendos y el ruido de las balas de goma, se escucharon los últimos estertores de cacerolazos, y la noche se hundió en el silencio. El reportero gráfico Pablo Grillo, de las radios Latina y FM La Tribu, que sufrió una fractura de cráneo después de ser alcanzado por un tubo de gas lacrimógeno está muy grave en el hospital. Según información de la Red Federal por los DDHH, la lista de detenciones convalidadas hasta las 00 hs alcanza a 132 personas. Lxs Jubiladxs Insurgentes están bien, pero cuenta Virginia que a una de sus compañeras, Ana Tapia, tiene cinco perdigones en la pierna izquierda y uno en la derecha. Apenas se pudo parar volvió a su casa en subte, no quiso demorar a lxs voluntarios. “Que atiendan a gente con lesiones de más gravedad”. Rubén dice que están todxs un poco gaseadxs pero ya en casa. Raúl cuenta que se fueron con algunxs compañerxs al obelisco, espera que el próximo miércoles puedan “hacer la actividad de siempre y planear la del 23”, día en que el Gobierno de Javier Milei dejará definitivamente sin efecto la moratoria previsional.
La Dirección de Turismo y la Dirección de Deportes de la Municipalidad de Villa Regina informan que la propuesta denominada ‘Bicicleteada rural’ se reprograma para el viernes 29 a partir de las 19 horas. Se mantendrá el circuito previsto inicialmente, con punto de encuentro en la Oficina de Turismo y una recorrida por el entorno…
Cada vez que les hacía la pregunta que los incomodaba, de los maestros solo recibía ceños fruncidos, mofletes colgantes, bocas cerradas. Jamás una respuesta. Eran los finales de la década del cincuenta y Alex —todavía se llamaba Alex— era un niño curioso en una isla olvidada y empobrecida, donde cada vez había menos personas.
Allí el futuro y el pasado se parecían: borrosos, opacos, impensables. Nadie le contestaba cuando él preguntaba lo que quería saber: ¿qué había aquí antes?
El presente, por esos años, parecía estar en pausa. Mil personas vivían amontonadas en torno a un pequeño caserío abúlico, que descendía desde una loma en pendiente hacía la inmóvil bahía gris. Otros mil isleños vivían desparramados en el campo. Para cubrir toda la isla había siete policías y cuatro médicos. Gobernaba, aburrido, un virrey enviado desde Londres que vivía en la única casa grande. Algunas familias jóvenes, las que podían, empezaban a irse a buscar mejor suerte. Algunas a Australia, otras a Nueva Zelanda. Nadie se iba a Inglaterra, porque la corona no les reconocía la nacionalidad británica. Para los isleños, el mundo exterior era una quimera.
Los padres de Alex habían nacido en las islas. Sus abuelos habían nacido en las islas. Sus bisabuelos, en cambio, habían llegado de afuera. Hasta ahí lo que él sabía. Había escuchado los relatos familiares: los bisabuelos llegaron de Irlanda en 1849 para trabajar en el campo. Irlanda, sabía Alex —le habían dicho—, era otra isla, cruzando el mar a casi doce mil kilómetros de su hogar. Era una distancia inimaginable. Imposible de franquear. Era como recorrer cincuenta veces sus propias islas de punta a punta. También sabía que los abuelos paternos habían llegado de Escocia. Otro lugar infinitamente lejano y desconocido. Quizás —habrá pensado alguna vez Alex de niño— quizás el mundo exterior era cuento y no existía.
Cuando empezó a averiguar sobre el pasado supo que en 1849, cuando llegaron sus bisabuelos, hacía apenas dieciséis años que los cincuenta tripulantes de la goleta Clio habían instaurado la colonización británica de las islas. Y hacía ocho que había llegado el estrambótico Richard Moody —militar, ingeniero, arquitecto y músico— enviado por la reina a oficiar como primer gobernador de aquel páramo hostil e indeseable en el fin del mundo.
Pero en la Infant Junior School, la única escuela de las islas, que se había inaugurado a principios de 1950, nadie le contestaba a Alex cuando insistía con la pregunta de qué había en sus islas antes de 1833. La historia parecía empezar ahí.
La bahía de Puerto Argentino a mediados del siglo XX.
El padre de Alex era marino y se llamaba Cyril Betts. Y su madre, su pobre madre que atendía la casa y no quería problemas, había sido bautizada con un nombre que antaño no generaba dramas, pero luego fue la peor palabra que los isleños podían escuchar. La madre de Alex se llamaba Malvina. Malvina Goss.
A finales del siglo XIX Malvina era un nombre bastante popular. En 1881 acababa de nacer la hija menor del estanciero James Felton. Los Felton estaban construyendo el hotel que en el siglo XXI sería el más grande de las islas. El estanciero bautizó a la niña y a su proyecto por igual: Malvina Felton se llamó ella y Malvina House el hotel. Más: en 1906 había nacido Malvina Bolus, que en su juventud dejó las islas y se mudó a Canadá, donde fue una reconocida escritora. Y aunque seguro habrá habido algunas otras niñas ignotas con el mismo nombre, pocos recordaban en las islas que la primera en portarlo había sido Malvina Vernet Saenz, la hija del gobernador argentino Luis Vernet.
Siete años después de independizarse de España, en 1823, el gobierno porteño había enviado a Vernet con la misión de instalar una colonia para cazar lobos marinos y procesar sus pieles y aceites. Su hija, nacida en 1830 en aquel ambiente frío y pegajoso, fue la primera mujer en el mundo en llamarse Malvina. Vernet la bautizó por el nombre que las islas arrastraban desde el período de dominio francés. En 1764, al llegar, el explorador Antoine de Bougainville las llamó Iles Malouines, en honor al gentilicio de los tripulantes de su barco: todos eran de la ciudad portuaria de Saint Malo.
Tres años después, cuando los españoles le compraron el territorio a Francia, en vez de rebautizar las islas, castellanizaron Malouines y quedó Malvinas.
En 1833 los británicos expulsaron a Vernet y a su familia de las islas, pero el nombre quedó y se esparció entre algunas niñas que quedaron marcadas por the M-word —como dicen hoy los isleños que no quieren decir la mala palabra— como un sutil recordatorio del pasado negado.
Para Malvina Betts no fue un problema hasta que los argentinos empezaron a reclamar la soberanía usando aquel viejo nombre español. Con los años, la madre de Alex empezó a usar el diminutivo de Mally, y eso le ahorró usar la palabra maldita.
Antiguos documentos del registro civil en el museo de Malvinas.
Alex fue el quinto hijo de los ocho que tuvo Malvina. Había nacido en 1947. Yo lo conocí en el otoño de 2019. Ya se llamaba Alejandro, por supuesto: hacía treinta y seis años que había escapado de las islas. En 2020, cuando me enteré de su muerte, recordé lo que me dijo cuando le pregunté si alguna vez había pensado en volver a Malvinas:
—No —dijo esa tarde Alejandro estirando sus brazos cortos con las muñecas juntas y hacia arriba—. Si llego a ir para allá me meten preso.
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Apellido y nombre: Betts, Alexander Jacob. Cabello: canoso. Piel: blanca. Ojos: azules. Altura: 1,60. Peso: 63 kilos. Señas particulares: no tiene. Idiomas: inglés y castellano.
La identificación que los militares argentinos le habían emitido en mayo de 1982 cuando ocuparon las islas daba esos datos de Alex, destacando que era bilingüe. El castellano lo había aprendido esquilando ovejas.
En las islas no había escuela secundaria así que lo que seguía después de la primaria era el trabajo. Cyril y Mally enviaron a Alex a una estancia en el campo, que era propiedad —como casi todas— de un terrateniente británico que no vivía en Malvinas. Allí convivió con peones que nombraban en español a los puntos geográficos, a las partes de los caballos y a las herramientas de trabajo. Decían que así habían pasado de generación en generación. Eran las palabras que usaban los gauchos y los españoles antes de la colonización británica y, al igual que el nombre Malvina, se habían quedado entre la gente. Durante la década del sesenta Alex trabajó en la estancia, y luego fue carpintero y mayordomo. Todo mientras estudiaba la carrera de contador por correspondencia en la Universidad de Londres.
Durante esa década del sesenta, mientras Alex trabajaba y estudiaba, tres veces cayó del cielo algo extraño. Y su curiosidad por el mundo exterior fue en aumento.
En 1964 aterrizó en la pista del pequeño hipódromo, a las afueras del pueblo, un avión Cessna 185: una sola ala larga sobre el techo y una hélice en la trompa. En el costado llevaba inscripto el nombre de Luis Vernet. Borrado de la historia, para los isleños no significaba nada. Del interior del avión bajó agazapado, como si fuera un extraterrestre, su único tripulante. Miguel Fitzgerald. El aviador argentino de treinta y ocho años era un aventurero que ya había volado por Estados Unidos, Japón y Filipinas. En el suelo malvinense plantó una bandera celeste y blanca, dejó una proclama escrita reclamando el territorio y se escapó de vuelta al cielo antes de que lo atraparan los lugareños.
Dos años después, el 28 de septiembre de 1966, otro avión argentino aterrizó en el hipódromo. Esta vez era una nave de Aerolíneas Argentinas que viajaba de Buenos Aires a Río Gallegos con treinta y cinco pasajeros. Fue secuestrado en pleno vuelo por un comando de dieciocho jóvenes estudiantes y sindicalistas que desviaron su trayecto hasta las islas. Una vez allí, desplegaron siete banderas celestes y blancas y tomaron de rehenes a los isleños que se acercaron a ver qué pasaba. El Operativo Cóndor tenía como objetivo capturar la casa de gobierno de Malvinas y se ejecutó con pésimos cálculos. Los secuestradores permanecieron cuarenta y ocho horas atrincherados en el hipódromo, asediados por la policía local hasta que negociaron su rendición. El avión volvió al continente pero los miembros del comando estuvieron detenidos en las islas algunos días y luego fueron enviados por mar a Río Gallegos.
La tercera irrupción fue todavía más extraña. A fines de 1968 un avión bimotor Grand Commander aterrizó en la calle Eliza Cove Road, en la parte alta del pueblo. Al comando venía, otra vez, Miguel Fitzguerald. En esta aparición lo acompañaban Héctor Ricardo García, dueño del diario Crónica y del avión, y el periodista Juan Carlos Navas. Se habían lanzado a la aventura dispuestos a contar su llegada a las islas, nadie sabe muy bien cómo ni por qué. No duró mucho. Llegó la policía de las islas y detuvo a los tres argentinos, que fueron declarados inmigrantes ilegales y deportados de vuelta al continente.
Alex no entendía nada.
Miguel Fitzguerald en el avión Cessna 185 con el que viajó a Malvinas.
Desde el mundo exterior sólo parecían llegar chiflados, que codiciaban aquel lugar del que cada vez más isleños se escapaban, agotados de la inanimada vida del Atlántico Sur. Un centenar había emigrado en esa década y cien más lo harían durante los setenta.
Para agregar aún más confusión, apenas cuatro años después de la segunda aventura de Fitzgerald, Alex vio, junto a los demás isleños, aterrizar muy campantes a las autoridades del gobierno argentino que llegaron para inaugurar la pista de aterrizaje de la aerolínea LADE junto al gobernador británico. Todos muy amigos y sonrientes. Un grupo de niños de las islas fueron llevados de viaje en avión de la empresa estatal argentina a conocer el continente. El mundo exterior existía. Se podía ir y se podía volver. Lo habían contado los niños.
Casi nadie se había enterado en las islas de las discusiones diplomáticas: Argentina y Gran Bretaña habían firmado una declaración conjunta que ponía en suspenso la discusión de la soberanía y avanzaban en busca de acuerdos comerciales y migratorios. Inglaterra quería ceder la soberanía y Argentina avanzaba por la vía de la diplomacia y el comercio. Había instalado una oficina de YPF y Gas del Estado, una de LADE —todas con la bandera celeste y blanca flameando en cielo isleño— y había mandado maestras que enseñaban castellano a los niños a través de la radio.
Gracias a su manejo del idioma, Alex se hizo amigo de los argentinos que llegaron a las islas por esos años. También consiguió un puesto como administrativo en la oficina de LADE.
Las islas y el continente estrecharon lazos con esos nuevos compromisos y negocios. A ese paso, a principios de los setenta, se esperaba recuperar la soberanía argentina. El destino hubiera sido lo que más tarde Gran Bretaña acordaría con Hong Kong en la Declaración Conjunta de 1984, que resolvió la transferencia definitiva de la soberanía a China a partir de 1997. Pero no fue así. En Malvinas poco se sabía de los años oscuros que se avecinaban en el continente. Los años de la dictadura y del terror. De las torturas y las desapariciones. Lo supieron cuando, en su último arrebato, los militares argentinos estiraron sus tentáculos al mar y la sangre llegó a las islas.
***
El modo en que el destino de Alex se torció al poco tiempo puede leerse casi en espejo con el de uno de sus mejores amigos: Terry Peck, quien con el tiempo se volvería su némesis.
Terry y Alex defendían juntos la retaguardia de los Mustangs, uno de los equipos de la discreta liga de fútbol amateur de las islas. Terry, con 43 años se mantenía en forma. Era un grandote de espaldas anchas y pelo negro que exudaba confianza. Había practicado boxeo y se había entrenado en la Boy’s Brigade en los sesenta. En los setenta había sido jefe de policía de las islas por un par de años y después se había ido a trabajar en una planta empacadora de carne en Ajax Bay. Tenía un carácter díscolo e impulsivo, que no le impidió más tarde triunfar en la política local. Cuando la guerra interrumpió la vida cotidiana, acababa de ser electo para integrar el Consejo Legislativo.
Terry, con su porte y su carácter, era el arquero de los Mustangs. Alex era el primer marcador central. A sus 35, era más menudo y retacón. Con un flequillo castaño —ya encanecido, según su identificación— que caía como un pequeño toldo sobre la frente. Las cejas gruesas, la boca como un punto y la cara en forma de pera. Por aquellos años su vida ya había dado más de un vuelco. La estabilidad que había ganado trabajando en LADE después de rebotar en distintos empleos durante su juventud, no la tuvo en su vida personal. Su esposa Candy, con quien se había casado en 1968, se enfermó y murió en 1977. Un año después se casó con Rosita, una chilena con quien tuvo dos hijas, y de quien se divorció al poco tiempo. Desde entonces, Alex vivía en la casa de su madre. Durante esos años, y aprovechando la buena relación con el continente, Alex comenzó a solicitar y recibir en forma privada archivos y documentos de la Academia Nacional de Historia Argentina, que le permitieron estudiar en secreto el pasado que le habían ocultado durante su infancia y juventud en la escuela y en la casa.
Mientras tanto, cada fin de semana Terry y Alex jugaban juntos en la cancha del pueblo, siempre húmeda y rápida. Pero después del 82 se detuvo el fútbol y también la amistad. Terminaron enfrentados entre ellos y con los demás isleños. Ambos tuvieron que partir a exilios diferentes.
Cuando las fuerzas argentinas tomaron el pueblo en abril de 1982, y aún se pensaba que era poco probable que enviaran algún rescate desde Inglaterra, los isleños vivieron más de un mes de incertidumbre, en el que los militares intentaron argentinizar las islas de golpe: cambió el sentido de la circulación de los vehículos —ahora por la derecha y no por la izquierda, como era el modo británico— se instaló el peso argentino como moneda local y en las calles se empezó a hablar casi a la fuerza el idioma castellano. Rebautizaron al pueblo, que dejó de llamarse Port Stanley y desde entonces fue Puerto Argentino. Por lo demás, durante todo abril la vida argentinizada fue de relativa tranquilidad.
Un mural con imágenes de la guerra en el Museo de Malvinas.
Una mañana, Alex fue a buscar a Terry con una idea:
—Tenemos que ir a Buenos Aires a hablar con Galtieri.
—¡¿Qué?! —le contestó Peck incrédulo.
—Te estoy hablando en serio —le insistió Alex—. La mayoría de los funcionarios se esfumaron. Tenemos que armar una mini comisión para tratar de arreglar la situación allá. Vos vienes como concejal, yo como trabajador de una empresa estatal argentina. Tenemos que dialogar. Yo puedo conseguir el traslado gratis con una aeronave, pero tendríamos que hablar con un oficial superior para que nos abra la puerta para llegar a Galtieri.
Terry le dijo que lo iba a pensar hasta la tarde. Pero Alex no sabía que su amigo ya había estado mascullando en soledad sus propios planes. Tampoco sabía que esa había sido la última vez que se verían.
Peck no le contestó nunca a Alex y a los pocos días se presentó solo ante Mario Benjamín Menéndez en el búnker que había montado en la Casa de Gobierno después de despachar al gobernador Rex Hunt de vuelta a Londres. Le dijo al gobernador argentino que se ofrecía a representar a los isleños que quedaban en Malvinas para negociar la organización del pueblo. Menéndez rechazó la propuesta. Entonces, Terry, frustrado y contrariado, se subió a su moto y escapó al campo. Vivió a la intemperie durante casi un mes hasta que se enteró, a mediados de mayo, que los soldados ingleses habían llegado a Bahía San Carlos. Acudió al lugar y se convirtió en guía de los militares británicos que habían venido a defender las islas. Como había tenido entrenamiento en su juventud, pidió sumarse a las fuerzas que la noche del 11 de junio atacaron Monte Longdon, antes de entrar por primera vez a Puerto Argentino y recuperarlo. Fue el único civil que participó de aquel enfrentamiento.
Terry Peck armado para el combate.
Alex, por su parte, hacía rato que se quería ir de Malvinas y en 1981 ya tenía iniciados los trámites para un traslado a la oficina que LADE tenía en Ushuaia. El papeleo aún no había avanzado cuando empezó la guerra. Al enterarse de lo que había hecho Terry, Alex abandonó la idea de entrevistarse con Galtieri, y acudió a colaborar directamente con las tropas argentinas.
Betts sostuvo la idea de que era aeronáutico civil de la Fuerza Aérea Argentina, y que iba a seguir ahí. Los militares argentinos le encomendaron hacer la distribución de gas en el pueblo y otras tareas de logística. Los isleños lo acusaron de traidor.
Cuando se fueron los argentinos, después de 72 días y con más de 900 muertos entre ambos bandos, quedaron los soldados británicos. Y entre ellos, Terry Peck, que era ya un héroe condecorado. En los años siguientes se embriagó en su propia mística. A fines de julio convocó a una reunión en el gimnasio local donde acudieron 150 personas. Les dio una arenga para recuperar la autoestima y entregarse sacrificialmente a las tareas de organización para reconstruir el pueblo. Peck tenía un irrefrenable deseo de liderazgo y de respuesta popular. Retomó su actividad como consejero y viajó a Bahamas y al Reino Unido a representar a las islas en la Conferencia del Commonwealth. Pero se equivocó: en el mundo exterior explicó todo lo que había que hacer y lo poco que estaban trabajando los otros consejeros. Para peor, publicó desde el extranjero una carta diciendo esto mismo en el Penguin News, el periódico de las islas. Y así empezó a ganarse enemigos internos.
A mediados del 83 organizó un operativo de limpieza para retirar chatarra y restos de guerra. Se sumaron 175 civiles y militares. Pero Peck no podía con su genio y al día siguiente se quejó públicamente por la falta de compromiso de los demás isleños que no habían ido. El esperaba una multitud aún mayor.
Peck publicó al poco tiempo otra carta en el Penguin News reclamándole al gobierno que no se sabía dónde estaba el dinero enviado por Inglaterra destinado a la construcción de caminos. En el 84 se peleó con sus compañeros consejeros, renunció a su cargo, se separó de su esposa y amenazó con irse a vivir a Escocia. Pero se terminó yendo al campo a trabajar en una estancia en Goose Green. En el 85 se arrepintió y en las elecciones se presentó otra vez como candidato a la Asamblea. Esta vez casi nadie lo votó. Quedó fuera y comenzó un exilio interior en el campo, donde terminó recluido hasta que murió de cáncer en 2006.
Alex vivió la posguerra con una intensidad parecida. Ocho días después de la rendición argentina, abandonó las islas en una barcaza junto a seis trabajadores de YPF y un periodista uruguayo. Se fue dejando a su exesposa Rosita y a sus hijas Magalí y Zoe, que en el 87 partieron de las islas para instalarse en Gales. Quedó su madre, a quien volvió a ver solo una vez en su vida, cuando ella cumplió setenta años y fue de visita a Córdoba. Alex nunca conoció a sus nietas. Con el resto de su familia tuvo escasísimo contacto.
Cuando llegó al continente, LADE le reconoció el traslado y Alejandro —se había castellanizado el Alex de manera inmediata— fue destinado a Córdoba para trabajar en una oficina del Aeropuerto Internacional de Pajas Blancas.
En noviembre de 1982 el gobierno argentino lo llevó a una conferencia en la ONU cuando se retomó la defensa diplomática por la soberanía de las islas. Con él viajaron otros tres isleños. Reinaldo Reyd, un santacruceño que había vivido en las islas desde la década del sesenta. Se había casado allí, pero había sido expulsado de las islas durante la guerra al ser acusado por los militares de espía argentino. Además de Susan Cutts y Barbara Minto, dos isleñas casadas con argentinos que habían trabajado en las islas y se habían ido a vivir al continente antes de la guerra. Todos reclamaron a favor de la soberanía argentina.
En diciembre del 82, el gobierno le reconoció a Alejandro Betts la nacionalidad argentina y fue noticia en el Penguin News. Betts acudió varias veces al Comité de Descolonización de las Naciones Unidas acompañando al gobierno. En marzo de 1984, el Penguin News tradujo y publicó una entrevista que le hicieron en una revista argentina, donde Alejandro decía que los isleños “estaban un poco desubicados en ser leales a la reina” y que “sería mejor si pensaran por sí mismos”.
Alejandro Betts en las audiencias por la soberanía de Malvinas en 1982.
Seis meses después, Alejandro envió una extensa carta al periódico de las islas explicando las razones por las que para él las Malvinas eran argentinas. Graham Bound, el editor del periódico, la publicó en tres partes que salieron en las ediciones consecutivas del Penguin News durante octubre de ese año. Como respuesta, una catarata de agravios y contraargumentaciones poco felices se publicaron durante los meses siguientes entre las cartas de los lectores.
Alejandro Betts se convirtió en el enemigo público número uno de los isleños. Un grupo de vecinos publicó una declaración en la prensa local y la envió al continente diciendo que Alejandro nunca había estudiado la historia argentina y que se había ido de las islas porque tenía una relación extramatrimonial con Santina Toranzo. Santina era una cordobesa que había viajado a las islas en 1981, cuando tenía 27 años, a trabajar como niñera en la casa del Comodoro Héctor Chilovert, titular de LADE. Allí conoció a Alejandro, se enamoraron y se casaron más tarde en Argentina.
***
El 27 de abril de 2019 subí 35 kilómetros por las sierras chicas de Córdoba desde la capital provincial y llegué a Agua de Oro, el pueblo que Alejandro Betts había elegido para vivir en el continente. No nos conocíamos. Le había escrito para entrevistarlo y él me citó para aquel día a las cinco de la tarde en el café Pan Caliente. Yo llegué dos horas antes, y pude recorrer el pueblo donde se había exiliado el argentino de Malvinas. Era un amontonamiento de construcciones de piedra, madera, chapa y vidrio a ambos lados de una larga ruta que se estiraba sobre la pendiente pronunciada hacia lo más alto de la serranía. Ninguna de las casas y negocios parecía tener menos de treinta o cuarenta años. Los carteles, pintados a mano, anunciaban ofertas de verduras, de helados, de estadía. Los quioscos, como en los pueblos chicos, tenían nombres de personas. El silencio y la siesta desierta me recordaron a la soledad de Puerto Argentino. Aunque a esa hora en Agua de Oro sólo se escuchaba el viento, era un viento diferente al de las islas. Seco y terroso. Ni frío ni caliente. Persistente, pero apenas te bamboleaba un poco la ropa. A diferencia del viento de las islas, que te empuja. El de las islas es un viento frío y bruto. El de Agua de Oro era ligero y apenas molesto. El de Malvinas un rugido, el de Córdoba un silbido.
Agua de Oro tiene casi la misma cantidad de habitantes que tiene hoy Puerto Argentino. Son 1.918, en una superficie de 140 kilómetros cuadrados. Los 2.100 del pueblo malvinero están apretados en un rincón minúsculo de 5 kilómetros cuadrados. En el pueblo cordobés Alejandro era un vecino famoso. No sólo por sus orígenes, sino porque se había dedicado intensamente a la política. Su historia con Santina Toranzo no duró mucho y se separó otra vez. Casi toda su energía vital estaba en la política y en la causa Malvinas, que defendió hasta su último día. Lo que no le duró el amor le duró la militancia.
Ni bien llegó al continente se afilió a la Unión Cívica Radical. Fue concejal entre 1983 y 1987, y secretario de gobierno de la municipalidad entre el 85 y el 95. Después se candidateó sin éxito a intendente y a parlamentario del Mercosur. A sus 71 años, era un exempleado municipal jubilado, pero activo. Había escrito cuatro libros sobre Malvinas y daba charlas y conferencias sobre el tema en distintas provincias.
Alejandro Betts en Agua de Oro en la segunda década de los 2000.
A las cinco en punto entré al salón del Pan Caliente. No menos de diez clientes tomaban su café o compraban facturas para volver al ruedo tras despertarse de la siesta. Alejandro estaba sentado en una mesa al fondo, junto a la ventana. El flequillo castaño que era como un pequeño toldo se le había ido para atrás y se le había vuelto blanco y etéreo, igual que sus cejas gruesas. Como en las viejas fotos que había visto, la boca era un punto y la cara en forma de pera, ahora reblandecida por los años. Llevaba un polar azul, jogging y zapatillas de deportes. No leía nada. No tomaba nada. No miraba el celular. Ahí esperaba.
Cuando me vio llegar y yo le estiré el brazo, él me saludó con un acento británico que lo hacía escucharse como la imitación caricaturesca de un inglés. Las yes y las doble eles como íes, las erres dichas casi como una doble ve, las des apenas pronunciadas, los acentos puestos más de una vez en la sílaba equivocada, algún artículo fuera de lugar. Sobre todo aquello, una capa de la musicalísima tonada cordobesa. Por su historia y ahora por sus formas, Alejandro Betts me dio la impresión de ser un sujeto único e irrepetible.
Charlamos durante un par de horas, en las que me contó gran parte de la historia que he escrito en estas líneas, y que he matizado con otros testimonios y archivos. Me corrigió un par de veces, cuando le dije cosas que él no compartía.
—Yo no me considero un exiliado —dijo en su tono cordobritish—. No existe el exiliado entre el territorio continental y las islas. Yo no me fui de mi patria, porque las Malvinas son argentinas. Pero bueno, no puedo volver. Allá ellos saben mejor que yo como es mi vida, que todo el tiempo estoy con el tema de Malvinas en la sangre. Creo que nunca voy a poder sacarlo completamente del sistema —remató con el artículo fuera de lugar.
Hablamos de las islas y le dije que me había impresionado el modo en que se habían reconstruido después de la guerra, y le pregunté qué opinaba él:
—Es que en el 82 cambió la mentalidad de los lugareños —me dijo—. Que no son tantos, son minoría. Apenas el 42% de la población. Pero los hijos de los nuevos colonos británicos, que han llegado en los últimos veinte o treinta años, tienen una formación muy superior. Y están en la recolonización permanente de las islas.
Y es verdad: después de la guerra los isleños llevaron adelante un proyecto de desarrollo sostenido en la venta de licencia para la pesca, que estaba sin explotar, con la cual lograron financiar un Estado que garantiza salud y educación gratuita para los isleños, incluida la universitaria. Los jóvenes isleños van a estudiar al Reino Unido. Allí donde los nativos tienen que endeudarse para pagar sus estudios, ellos llegan completamente financiados con dinero de las islas.
Desde 1986 la pesca —que se hace con recursos naturales que están en disputa— aumentó los ingresos públicos en un 500%, asegurando la autosuficiencia de las islas en todas las áreas, excepto defensa y asuntos externos, que siguen a cargo de la corona británica. La población volvió a crecer, muchos que se habían ido comenzaron a regresar, les reconocieron la nacionalidad británica y empezaron a recibir inmigrantes de otras colonias inglesas, de países africanos y latinoamericanos.
Los isleños se hicieron millonarios con los recursos naturales que se encuentran en disputa con Argentina.
Hoy Malvinas está repleta de chilenos, peruanos y filipinos. Como bien me había marcado Alejandro, más de la mitad de sus habitantes actuales han llegado de otros países.
También hablamos de la guerra, y él me dijo que hubiera cambiado el curso si los ingleses lograban hacer cabecera de playa. Que aunque en el ejército británico eran todos profesionales, y en altamar estaban fuertes, se les iba a complicar muchísimo ante el fuego nutrido que viniera de cualquier dirección si hacían base.
—Ellos —dijo otra vez con el acento inglés hablando de los ingleses, como si estuviera hablando de otros— eran toda gente que toman el servicio militar como un trabajo, son altamente entrenados. Con un concepto de guerra que hay que ganar o ganar, no importa el medio. Uno va para ganar y listo. Así y todo, nuestros combatientes los tuvieron… pero así eh…
Alejandro hizo un gesto acercando el dedo índice y el pulgar. Un gesto como de cortito. Y empezó a hablar más lento y más bajo:
—Era realmente increíble —dijo ya casi sin voz, mientras los ojos azules se volvían rojos y acuosos—. Increíble —dijo por último, como si fuera a desinflarse. Pero siguió—. Era la entereza de los chicos nuestros. La autoestima de estar defendiendo su patria. Yo todavía estoy defendiendo mi patria, macho.
Lo último lo dijo como si lo hubieran dicho ellos y como si lo estuviera diciendo él.
Y ahí se quedó nuestra conversación.
Esa tarde Alejandro me acompañó caminando hasta la pequeña terminal de micros y nos despedimos con un abrazo en la vereda. Fue la primera y la última vez que hablamos.
Nueve meses después, en enero de 2020, Alejandro se mudó a Ushuaia, la ciudad que la ley argentina reconoce como capital de las Malvinas. Había sido convocado por el gobierno provincial para sumarse al equipo de la Secretaría de Malvinas, Antártida e Islas del Atlántico Sur. A las pocas semanas le diagnosticaron un tumor en la médula espinal. Lo operaron, pero su cuerpo no resistió mucho más.
Alejandro tuvo un fuerte lazo con Ushuaia, a pesar de haber vivido casi toda la posguerra en Córdoba. Aunque le habían reconocido simbólicamente la nacionalidad argentina en 1982, recién le entregaron su documento nacional de identidad en 2014. Allí figuraba como domicilio Hebe 1, Puerto Argentino, Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur, Tierra del Fuego.
[Una primera versión de esta historia se publicó en la revista cordobesa El Sur días después de la muerte de Alejandro Betts en 2020].
‘Puerta a la Vida’ es un espacio de abordaje integral de las adicciones que depende de la Secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad y es integrante además de la red CRAIA (Centros Rionegrinos de Abordaje Integral de las Adicciones) de la provincia que pertenece a APASA (Agencia para la Prevención y Asistencia del Abuso…