La propuesta ‘Elegí pescado, elegí Río Negro’ del Ministerio de Producción y Agroindustria tuvo una gran recepción por parte de los vecinos reginenses, quienes desde temprano se acercan al predio ferial ubicado frente a la Plaza de los Próceres. En este espacio tienen la posibilidad de adquirir pescados y mariscos de calidad a precios promocionales.
El Intendente Marcelo Orazi recorrió el sector, dialogó con los responsables de la iniciativa y destacó que esta campaña contribuye a acercar este producto a la dieta diaria de los vecinos.
En el lugar pueden comprar pez gallo, merluza, cazuela, hamburguesas, langostinos y mejillones.
Ante la condena a Cristina, el Movimiento Evita salió a jugar fuerte. Emilio Pérsico instaló la palabra resistencia en la reunión del PJ. Junto con La Cámpora y el espacio de Juan Grabois son los sectores más radicalizados frente a la moderación que proponen desde el Frente Renovador por un lado, y desde el entorno de Axel Kicillof por el otro.
Desde que se rompió la relación entre Cristina y Axel, el Movimiento Evita intentó hacer equilibrio entre ambos sectores. Pero la condena a la ex presidenta cambió todo. Pérsico se amigó con Cristina Kirchner y se acercó a la sede de Matheu del PJ para dejarlo claro ante todos.
El fallo radicalizó la posición de Pérsico y varios dirigentes peronistas que estuvieron con él en la sede del PJ, confirmaron a LPO que repetía una frase tremenda: “La pradera está seca, es hora de incendiarla”.
“Pérsico cree que La Cámpora se va a radicalizar y va a confluir con Grabois y la izquierda de Myriam Bregman y él apuesta a sumar al Evita a ese polo”, afirmó a LPO uno de los dirigentes peronistas que habló con el líder del Evita en las últimas horas.
La pradera está seca, es hora de incendiarla.
Por eso, como reveló LPO, en la cumbre de la sede del PJ que reunió a todos los peronistas hoy alejados de la orgánica partidari, Massa cruzó la idea de Grabois de llamar a la abstención en las próximas elecciones y pidió armar un gran frente “peronista”. El ex candidato presidencial no comparte la idea de radicalizar hacia la izquierda, como respuesta al fallo contra Cristina.
Cristina junto a Leo Grosso y Jorge Costales en el acto en el PJ por las víctimas de la masacre de José León Suárez.
Como sea, una de las figuras claves de este acuerdo entre Pérsico y Cristina es Mariel Fernandez, intendenta de Moreno, referente del Movimiento Evita, apadrinada por Máximo. Mariel se pronunció contra el desdoblamiento de las elecciones bonaerenses que impulsó Kicillof.
Otro vínculo es Leonardo Grosso. Este diputado es dirigente del Evita y le disputa al ministro bonaerense, Gabriel Katopodis, el municipio de San Martín. Que estuviera sentado al lado de Cristina para inaugurar el acto en conmemoración de los fusilamientos de José León Suarez fue un mensaje que no pasó desapercibido en la provincia de Buenos Aires.
Un importante dirigente de La Cámpora analizó en diálogo con LPO que el acercamiento del Evita a Cristina responde a la necesidad de recuperar su identidad. “La reacción del Evita al gobierno de Milei fue quedarse quieto. De hecho ningún dirigente de ese espacio enfrentó causas por comedores truchos o manejo de planes”, afirmó a LPO.
Como sea, Persico es ahora uno de los dirigentes más activos en la nueva “resistencia” que el kircherismo impulsa ante la “proscripción” de Cristina.
“Somos parte de la organización de la gran marcha del miércoles, que creo que será muy grande. Estamos hablando con gobernadores, intendentes, sindicatos. Queremos que sea una de las movilizaciones más importantes de los últimos tiempos en Argentina”, afirmó a LPO un dirigente del Movimiento Evita.
La primera jornada de festejos por el 97° aniversario de Villa Regina fue un éxito: el anfiteatro Cono Randazzo estuvo a pleno con la Peña aniversario y también fueron convocantes otros espacios, como el paseo gastronómico y el predio ferial. El Intendente Marcelo Orazi participó de la degustación de productos de mar organizado por la…
La tierra tembló. Eso sentimos, hace 10 años, el 3 de junio. O nosotras temblamos, atravesadas por la furia y la alegría, ante una multitud que aparecía y desbordaba, trazando una experiencia feminista que aún no decía del todo ese nombre sino que apenas lo insinuaba. Porque en esas multitudes callejeras que recorrieron varias decenas de ciudades de la Argentina, los declarados feminismos eran una parte y no el todo. Una suerte de núcleo incandescente, un carbón a la espera, que no dejaría de encenderse con el aire callejero y contagiar en un incendio de proporciones.
Escribíamos en Facebook, todavía nos llamábamos por teléfono para sostener una conversación, no existían los grupos de Whatsapp y Twitter mantenía una atmósfera en la que se podía respirar. Con esas herramientas, más las notas escritas apasionadamente en los pocos medios que las publicaban, se fraguó una insurrección, una fractura en el acontecer político.
Era el último año de Cristina Fernández de Kirchner en la presidencia, ya sin ninguna esperanza de continuidad de ese proyecto nacional y popular. Faltaba poco para que empezara el invierno, el duelo electoral sería en octubre. Nadie hablaba de esto el 3 de junio de 2015, lo único que se repetía era Ni Una Menos. Una consigna que ya tenía su pequeña historia, un cartel con el que se fotografiaron todos y todas, desde actrices de cine hasta el jefe de la Policía de la Ciudad o Lionel Messi. Había sido también la nominación de una maratón de lectura en el jardín del Museo del Libro y de la Lengua contra los femicidios que se habían acumulado en el verano, cuerpos arrojados en basurales, envueltos en bolsas negras, cuerpos adolescentes, de niñas, de jóvenes.
Ni una menos, dijimos entonces, porque había desbordado el hartazgo también frente al tratamiento mediático de estos femicidios que en las redes empezó a reproducirse como denuncia hacia los títulos estigmatizantes: la fanática de los boliches que no terminó la secundaria, la que fue vistiendo un short a una entrevista de trabajo, las sospechadas de siempre, aun asesinadas.
Ni Una Menos, una cuenta imposible que resta de la vida y suma a las estadísticas. También una pregunta que cruzó la organización de esa primera concentración y atravesó como una cuerda, a veces enredada y otras tensa, los diez años que pasaron desde entonces: ¿Cómo hacer de la politización de un duelo compartido por esas víctimas (que hasta entonces se contaban en privado) una acción rebelde y no sólo un reclamo que, desde el protagonismo de las familias dolientes, homologara el pedido de justicia con el de una falsa seguridad y un mayor punitivismo?
Al final, ese 3 de junio cuando la manifestación desbordó en Buenos Aires y en todas las capitales, ciudades y pueblos del país —también en otros países de América Latina— lo que primó fue el aquelarre colorido que ya se venía gestando en los llamados todavía Encuentros Nacionales de Mujeres. Banderas políticas, territoriales, de colectivas feministas, organizaciones sociales, centros de estudiantes, sindicatos, grupos artísticos, performáticos, tambores; también, y como novedad que no sería fugaz sino que empezaría a nutrir una nueva lengua política callejera desde entonces, las consignas pintadas a mano en cartones o sobre el cuerpo, la piel del torso, las manos, los rostros. En el escenario, aunque sin acuerdo unánime de las organizadoras —un grupo eclécticto de periodistas, intelectuales, artistas, escritoras, activistas que habían participado de la lectura en el jardín del Museo del Libro y de la Lengua—, estuvieron los pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito que en 2015 cumplía diez años. Los desacuerdos tenían que ver con el temor de que palabras como “aborto” o “educación sexual integral” desgajaran a la multitud. Un año después, esas demandas estarían en la primera fila de las manifestaciones masivas que irían empujando su potencia una a otra como los ríos de montaña a los cauces del valle.
La fuerza callejera fue una corriente vibrante, como si en ese suelo compartido los pies pisaran más firmes, las espaldas se acomodaran, el brazo de la compañera, de les compañeres, fue sostén, garra y goce común. Ahí estábamos, diciendo masivamente ¡Basta! Al orden jerárquico de los géneros, a las violencias naturalizadas, al ninguneo de las voces que pedían escucha. Nadie se fue cuando terminó el acto, seguían llegando grupos a la Plaza de los Dos Congresos cuando otros ya se habían ido y ni el frío sacaba las ganas de quedarse, ahí, con otres.
Desde aquella primera vez el llamado a la calle fue reescrito: Ni una travesti menos, Ni una menos en las cárceles, Ni una migrante menos. O sin las putas, no hay Ni Una Menos. Esa apropiación interseccional, que marcó desde el inicio la diferencia con el arquetipo “mujer” y la apelación a que esa mujer es “tu hermana, tu madre, tu hija”, no se detuvo ni dejó de interpelar y reactivarse a lo largo de estos diez años. Amplió el movimiento, narró la opresión colonial, racista, cisexista, heteronormada, patriarcal, clasista. Era un terreno de combates, entre la búsqueda de una interseccionalidad ensanchada y el esfuerzo de los sectores conservadores —dentro y fuera del movimiento feminista— para interpretar un sentido monolítico, en el que la única demanda válida sería la crítica a la violencia femicida, presentada como pura y carente de politicidad.
2. De la represión al paro
Los efectos inmediatos de ese acontecimiento multitudinario —que marcó el ingreso al activismo feminista de muchísimas jóvenes— fueron un crecimiento exponencial de las denuncias de violencia por razones de género y un desborde masivo en el siguiente Encuentro Nacional de Mujeres, en octubre de 2015, en Mar del Plata. La sed por seguir sosteniendo la conversación que se había abierto de manera incandescente y convulsionada a través de la consigna Ni Una Menos fue evidente. En las calles de la ciudad aparecieron grupos neonazis llamando a su propio orden a esas mujeres invasoras, y por primera vez en 29 años consecutivos de Encuentros, la marcha de cierre fue ferozmente reprimida: gases, balas de goma, detenciones dentro de la Catedral de la ciudad. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, era también candidato a presidente por el peronismo. Hoy es funcionario del gobierno libertario neofascista.
Al año siguiente, ya con Mauricio Macri y su sueño neoliberal en el poder, la represión en Rosario, la sede del 30º Encuentro Nacional de Mujeres, creció en brutalidad y criminalización. Las requisas en las rutas, tanto para llegar como para salir de la ciudad, fueron burdas e incesantes: se buscaban aerosoles como prueba de delito. A este Encuentro asistieron unas cien mil personas.
Menos de una semana después de terminado, el 19 de octubre de 2016, el Primer Paro Nacional de Mujeres volvió a tomar las calles de todo el país y las réplicas se organizaron en Bolivia, Chile, Perú, Uruguay. En Italia nació Non Una di Meno que se sostuvo como un movimiento masivo a escala nacional hasta 2020. En las marchas feministas en Chile, Uruguay, México, España se entonó “Ni una menos” y “Abajo el patriarcado se va a caer/ se va a caer”. Aquí en Buenos Aires, la última frase del documento que se leyó en esa jornada fue el grito “¡Vivas nos queremos!”, para retomar el temblor que había producido en Ciudad de México. La fuerza del movimiento se internacionalizó.
Aquella huelga feminista fue convocada como respuesta a un femicidio, también como demanda al fin de la moratoria previsional que había amparado sobre todo a quienes habían trabajado sin salario en tareas de cuidado toda la vida. Retomaba la tradición de la huelga de las escobas a principios del siglo XX, la de las putas de San Julián en respuesta a la matanza de trabajadores rurales en Santa Cruz en 1922; a la vez conectaba con las protestas en Polonia ese mismo 2016 para frenar reformas impulsadas por el gobierno de ultraderecha que restringían o directamente cancelaban el acceso al aborto legal. De esa alianza transnacional, tejida gracias a un uso activista de la plataforma Facebook, a la que se sumaron lenguas y territorios insólitos, fuerzas sindicales y agrupamientos feministas, nació el Paro Internacional de Mujeres en 2017.
La herramienta del paro, en nuestro país sobre todo, no fue meramente simbólica sino que tomó formas diversas e interpeló a las centrales obreras que resistieron —sobre todo las conducciones completamente masculinizadas— un llamado a huelga que no habían convocado. Las trabajadoras sindicalizadas y las secretarías de género de los distintos sindicatos se vieron respaldadas por el movimiento feminista. Se involucraron de inmediato en la imaginación de las distintas formas de “parar”. Se gestaron asambleas en los lugares de trabajo, ceses de tareas para participar de la movilización, la consigna “trabajadoras somos todas” fue una síntesis para narrar y demandar por las inequidades en las múltiples formas de trabajo no pago y trabajo informal, reclamando a la vez el acceso para todas y todes al sistema previsional. Se formó el “bloque sindical feminista” que desde entonces motoriza los 8M, consiguiendo persistencia y transversalidad en las alianzas que contradicen a las dirigencias.
Si la ola del primer Ni Una Menos había tocado las orillas de México, Perú y España en 2016, cuando en esos países sucedieron grandes movilizaciones con la misma consigna, la huelga feminista tuvo la potencia de mover el mundo complejizando las preguntas en torno al trabajo. ¿Quiénes pueden hacer huelga? ¿Las trabajadoras sexuales pueden? ¿Migrantes con trabajo informal? ¿Las travestis recién llegadas a la ciudadanía? ¿Las amas de casa con niñes a cargo, quienes cuidan a personas mayores o enfermas? Y si las mujeres, travestis, trans paran, ¿trabajan los varones, cuidan los varones? ¿De eso se trataría “apoyar” las luchas?
La potencia de ese primer paro feminista en 2017 no pasó inadvertida para el gobierno neoliberal de entonces. La misma ministra que hoy despliega la salvaje represión contra jubilades, fue responsable de la que se desató al cierre de la movilización feminista. Veinte jóvenes fueron detenidas violentamente y al voleo. Ninguna de las causas que se abrieron contra ellas encontraron razón alguna para seguir su curso en la Justicia y al año siguiente fueron desestimadas.
3. Vaivenes de la marea
Como todo movimiento plural y masivo, este nació con sus propios dilemas. El grito común Ni Una Menos, el airado y generalizado reclamo contra la expansión de la violencia femicida, se tradujo también en posiciones como el reclamo de mayor “seguridad”, con la exigencia correlativa de punición y castigo que, en la imaginación escueta del presente, es sinónimo de cárcel y de condenas perpetuas. Ante estas posiciones políticas punitivistas y securitistas, el desafío y el esfuerzo desde el colectivo Ni Una Menos estuvo puesto en narrar públicamente la violencia machista como clave de una estructura desigual, histórica; capaz de enmascarar sus razones económicas y políticas en la presunta “naturalidad” de las relaciones familiares, en la razón biológica de los cuerpos.
A la vez, el enorme dispositivo de audibilidad que fue la puesta en común masiva de las marcas de la violencia por razones de género habilitó la revisión de cada vida, el reconocimiento de viejas y nuevas humillaciones o padecimientos que dio lugar a una lógica de cancelaciones que parecían encontrar en ese modo del castigo la única reparación posible. Otras consignas se masificaron al calor de la marea que cada vez más se reclamaba feminista: Yo te creo, hermana o No nos callamos más, pasaron de sacar del silencio y la naturalización a las relaciones abusivas, los micromachismos y otros grados de violencia sexual a convertirse en una herramienta punitiva que expandió los escraches en escuelas secundarias, en universidades, en ámbitos de trabajo, en las redes sociales; además de en los estrados penales. Hubo condenas y cancelaciones, sin posibilidad de réplica ni capacidad de diálogo, revisión ni recapacitación. ¿Cómo remontar el miedo y el control que surgió en los vínculos y en las tramas grupales afectivas?
Quienes integramos este movimiento, el que se vinculó a ese grito común, no dejamos de ser parte de la querella, no abandonamos el esfuerzo de pensar modos alternativos de justicia y de retomar, en la conversación pública, la crítica al punitivismo y la posibilidad de imaginar y practicar justicias alternativas. En 2017, el femicidio de Micaela García fue usado para tratar, en el Congreso de la Nación, la propuesta de aumentar penas y modificar su ejecución para personas acusadas de delitos graves, como el narcotráfico o la violencia de género. Allí dijimos: ¡No en nuestro nombre! Porque sabíamos que a la vez que se producía esa deriva punitivista de nuestras demandas, se nos solicitaba, una y otra vez, que cumplamos cabalmente con el rol de víctimas, víctimas puras, sin voluntad ni agencia política. Es imprescindible volver a plantear una discusión: porque el núcleo que parecía encontrar las soluciones a problemas estructurales en el atajo del castigo, no dejó de teñir la experiencia de los feminismos masivos, como una suerte de baldón, de obstáculo, de límite para construir una política emancipatoria.
Esa efervescencia feminista que ya no dudaba en decir su nombre también vivía fuera de la calle: en los barrios, en las organizaciones sociales, en los sindicatos, en las universidades, en las escuelas, en los partidos políticos, en las casas. En muchos de esos espacios se discutía cómo organizarse y cómo marchar. También se debatía la distribución de poder y de las tareas militantes dentro de las organizaciones. El trabajo no pago de los cuidados, la demanda de salario para las cocineras de los comedores populares —la enorme mayoría ellas— se plantó en el centro de las demandas comunes.
Las asambleas feministas fueron más que una instancia de discusión sobre las formas de habitar la calle en una fecha u otra: allí se cosió durante años una transversalidad difícil, no exenta de conflictos y diferencias, compleja y radicalmente política, que no se conformaba en la imagen aliviadora de la sororidad. Hicimos política. Ese hacer nunca cesó desde entonces.
Y se extendió, mutante y díscolo, en un proceso que buscaba esquivar todo encierro en un nicho llamado agenda de género. Porque hubo asambleas y ollas populares en los barrios, tramas organizativas territoriales, movilizaciones por la desaparición de Santiago Maldonado, alianzas con obreras en lucha por los despidos en Pepsico o con activistas mapuche en el sur del país. Feminismos devino, para nosotrxs y muchxs otrxs, en el nombre de una búsqueda alternativa y confrontativa con la lógica neoliberal en sus muchos frentes en el empecinado deseo de diseñar y experimentar otras formas de vida.
La discusión por el derecho al aborto legal, que tomó impulso en 2018 cuando el 8M de ese año el Paro Internacional convocó 800 mil personas sólo en Buenos Aires, se amplió con esa politicidad que había tomado las casas, los trabajos, los barrios, los lugares de estudio. La discusión fue mucho más allá de las decisiones personales sobre el propio cuerpo y consideró otras dimensiones. La dimensión de una autonomía que no se realiza en el vacío sino en la comunidad, la defensa de proyectos vitales que hacen a la justicia social, el derecho al goce, a la salud pública, a la equidad, que el deseo cuente y no el mandato de maternar o paternar; y también el reconocimiento de las diversas identidades de género con capacidad de gestar.
El aborto legal se consiguió como un derecho social y no sólo personal. Aunque lo personal sigue siendo político. El grito de autonomía “mi cuerpo, mi decisión” no era una mera afirmación individualista sino el llamado a dar fin a una sujeción que se tramaba con otras. No lo era para nosotres y quizás sí para una interpretación liberal, que lo dejó en disponibilidad para unos usos que hoy son la cruel inversión de la trama sensible en la que el grito surgió.
Es esa capacidad de los transfeminismos —dicho así para nombrar su interseccionalidad— de poner en disputa desde la distribución de la riqueza hasta el proyecto vital de cada quién, la que está en la mira del gobierno libertario que pone en el núcleo de su acumulación de poder a la batalla cultural. Destruir el Estado desde adentro, como prometió Milei en su campaña, implica desarticular también la conversación, el movimiento callejero, el lenguaje, la diseminación de la política transfeminista en el foro público pero también en el íntimo que hasta 2020 se radicalizó a la vez que se masificó. Privatizar los cuidados, cargar sobre las familias en términos tradicionales los costos del ajuste —¿quién salva del hambre a jubilados y jubiladas o quiénes organizan los imprescindibles cuidados sino las familias?—, instalar la idea de sacrificio con un horizonte de futuro cada vez más lejano, la de autoritarismo e individualismo contra toda idea de comunidad, reponer la autoridad de lo masculino como la ley del más fuerte. La ruptura del lazo social y la estigmatización total de un movimiento emancipatorio tan aguerrido como gozoso es necesaria para instalar un proyecto económico en el que sólo hay promesas para favorecer y legitimar el extractivismo, la timba financiera y la acumulación de unos pocos mientras que a las mayorías solo nos queda sortear las horas para sobrevivir hasta el fin del día.
4. ¿Quiénes somos?
La fuerza que se desplegó bajo el nombre de feminismos, muchas veces definió su quehacer como cuestión exclusivamente de mujeres. En parte porque en cada ámbito necesitaba sacudirse desigualdades, violencias naturalizadas, presiones, bloqueos que vienen de muy atrás. Esos feminismos masivos, que portaban la novedad de su escala, arrastraban como un río innumerables afluentes: estaban en su seno los Encuentros Nacionales de Mujeres, los cuerpos festivos y rabiosos en cada cierre, los activismos de las lesbianas y su insolencia en las calles, la furia travesti, los saberes que se habían gestado y transmitido en los grupos de lectura, las asambleas de las piqueteras en el Puente Pueyrredón que buscaron así su voz política dentro de las organizaciones.
El separatismo pudo ser la táctica que surgió para poblar las calles y dirimir discusiones sin que se nos impongan modos de organización y toma de decisiones propias de estructuras verticalistas, partidarias, sindicales, movimientistas. La apuesta radical por la horizontalidad, la práctica de buscar consenso y no dirimir las diferencias por votación, la tradición asamblearia fueron una dinámica heredada de los Encuentros Nacionales de Mujeres, pero también de los movimientos de base nacidos en los años noventa que agitaron el estallido del 2001 y las asambleas populares que surgieron en muchos barrios.
La asamblea fue la forma de organización privilegiada del movimiento feminista. En ellas no participaban varones cis, e incluso la presencia de masculinidades trans es señalada todavía con incomodidad. El fantasma que se agita y que clausuró tantas veces cualquier discusión al respecto es la posible presencia de un abusador. “Una compañera encontró a su abusador en una marcha”, se escuchó en una discusión previa al 8M este mismo año 2025, una formulación difícil pero repetida, con el adjetivo posesivo “su” como si hubiera un abusador para cada quien, que exhibe a la vez la ilusión de un espacio seguro y al separatismo como modo de exclusión punitiva, que desconoce la interseccionalidad porque no ve otra distinción que la de género.
La centralidad otorgada al sujeto mujer no esquiva un aroma biologicista o esencialista: las mujeres serían las portadoras de otra racionalidad, otra sensibilidad y otras prácticas por el solo hecho biológico de ser mujeres, como si esa asignación diferencial no fuera, precisamente, el molde provisto por la lógica del binarismo. Esa esencia estaría vinculada a una situación persistente de ser receptoras pasivas u objeto de daño, por eso la facilidad con la cual se fue conformando la condición de víctima, y más aún, buena víctima, que organiza el debate público. Y no decimos, por supuesto, que no haya daños enormes que tramitar ni que la lógica patriarcal no se inscriba como herida y humillación en nuestras historias, cuerpos y sensibilidades. Pero sí hay que señalar que la centralidad de las víctimas como voces incuestionables, incapaces de mentir o dañar se convirtió en una especie de renuncia a la consideración crítica y elaboración común de los problemas, y socavó la búsqueda de alianzas.
Pero, en el proceso político de nuestros feminismos masivos, en sus dispositivos de construcción, en marchas y asambleas, los tejidos fueron transfeministas. Nunca fueron hechura solo de mujeres cis, sino un ámbito de confluencia y tejido junto a lesbianas, travestis y trans que empujaron las discusiones entre 2018 y 2019 acerca del nombre del Encuentro Nacional de Mujeres hasta lograr transformarlo en Encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, intersexuales y no binaries. Nombrar es parte de un esfuerzo de tejido y de reconocimiento: la heterogeneidad es constitutiva y no un horizonte a alcanzar.
Sin embargo, la nominación descriptiva amplía y restringe a la vez. Siempre quedan cuerpos y experiencias afuera. Lo que dio fuerza y voz al principio trajo el nudo de un problema, de un menoscabo, porque relega la posibilidad de una política de alianzas e interpelaciones que pueda plantear una pelea contra el neoliberalismo entre todxs y para cualquiera. ¿Se puede construir un movimiento emancipador levantando fronteras de género? ¿Sostenido en jerarquías de víctimas? ¿No era propuesta del movimiento “cambiarlo todo” cuando tuvo la habilidad de plantarse como sujeto político para disputar la misma categoría de trabajo?
5. Hacia un frente antifascista
El camino de la institucionalización del movimiento feminista, transitado entre 2019 y 2023, con la vuelta de un gobierno autoproclamado nacional y popular, fue consistente con la construcción de una agenda que se definía alrededor de las cuestiones de género. La experiencia de la pandemia fue un parteaguas que retrajo no sólo la movilización feminista sino todo tipo de movilización popular. Provocó una intemperie de nuevo tipo, la que surge de la ausencia de un horizonte abierto a distintas posibilidades de vida, para suplantarlo con la lógica de la amenaza médica, económica, social.
Como contracara, aún en ese contexto hubo experiencias feministas resistentes, que pensaron el territorio y los modos de habitar. En los barrios, las cuidadoras comunitarias, las que sostuvieron la olla popular y desafiaron a la fuerza el aislamiento dieron la vida sin metáforas. Ramona, en la Villa 31 fue emblema, denunció la falta de agua en el barrio cuando la recomendación era lavarse las manos ante cualquier contacto. Murió de covid, dejó dos hijos discapacitados. Las medidas de aislamiento desnudaron las grietas de clase y muchas trabajadoras esenciales fueron aquellas cuyo trabajo no era reconocido como tal.
La pandemia dejó un cansancio en los cuerpos que aún se siente en la acumulación de los trabajos rentados y los de cuidado no pagos, también en la resistencia dentro de los hogares cerrados donde la violencia machista encuentra sus más amplias condiciones de posibilidad. Ahí también hubo redes desafiando el aislamiento, las redes que nos sostuvieron y que siguen apañando en los territorios.
Muchos de los feminismos se institucionalizaron de distintos modos, no sólo pasando a integrar las oficinas públicas, sino en el marco de lógicas académicas, periodísticas y culturales que nos reconocían una “cuota” al modo del nicho o el cuarto propio. Una vez más, lo que ampliaba posibilidades o transformaba los campos de visibilidad, también producía nuevas restricciones y desplazamientos.
Pero el sujeto poderosísimo de los transfeminismos, el que encarnó peleas y transformaciones que no dejarían a nadie incólume, el que fue capaz de inventar símbolos y ensayar otra lengua, el que hizo política del deseo y puso en práctica una idea de libertad efectiva y encarnada, el que estuvo en las luchas obreras, imaginó la transversalidad sindical, quiso construir otros modos de vida, ese sujeto pasaría a ser señalado como el enemigo público del régimen neo autoritario y fascista. No el único, pero uno de sus enemigos más denigrados. Porque su campo de enemistad es vasto e incluye a las personas que trabajan en el Estado o se dedican a la ciencia o son docentes, las que se han jubilado, las existencias trans, las personas discapacitadas, las disidencias sexuales, les migrantes. Es un gobierno que construye su legitimidad desde la exaltación de la crueldad y el odio, y esa gritería altisonante es la que acompaña una profunda modificación de la estructura social argentina, buscando hacerla aún más desigual.
En ese contexto, en un verano caliente, el presidente tiró su metralla discursiva en Davos desatando una caza de brujas contra la comunidad LGTBINBQ+, acusandola de “pedófila”. La respuesta inmediata fue un nuevo proceso de amasado asambleario y transversal que dio lugar a otra movilización que fue fiesta rabiosa y encendida, la del 1 de febrero del 2025, la Marcha del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+: dos millones de personas en las calles de todas las ciudades del país y muchas del mundo. Un acontecimiento de la magnitud y la contundencia del 3J de hace años, gestado sin estructuras partidarias, ni sindicatos ni federaciones; aunque también se convocaron a la calle.
Si el 3J había surgido en los últimos tramos del gobierno más democrático que recordemos, la marcha del 1F fue la advertencia callejera de que hay que disputar contra el nuevo orden autoritario. La movilización encontró sus palabras comunes y parió una novedad.
Un año entero de crueldad neofascista, de instigamiento al odio, de declarada intención desde el gobierno nacional de convertir en descartables a determinados grupos, a algunos cuerpos, se topó con una resistencia que se había acumulado en el mismo tiempo, una militancia marica, tortillera, trava, marrona, rota, anticarcelaria, migrante, trans; que llegaba a las marchas directo de la noche y con sus códigos, que armó otra composición de cuerpos y experiencias cuir.
Estas existencias díscolas fundaron una experiencia de lo común y, a la vez, fueron capaces de interpelar por afuera de cualquier identidad para recuperar el lazo social, para hacer de la hospitalidad también un grito de guerra: no nos vamos a abandonar ahora, nadie va a echar a esa tía trava de la mesa, no vamos a ignorar a ese pibi no binarie que resiste en la escuela los aires de violencia que intenta imponer la ultraderecha en el poder. A ese llamado se acudió porque hubo necesidad de reconocerse en un mismo lado de la historia: el antifascismo. En Buenos Aires, en la mayoría de las ciudades y pueblos de Argentina, en los países limítrofes, en ciudades de Norteamérica y Europa.
No faltaron —ni faltan— voces que advertían que el régimen actual no puede denominarse estrictamente fascismo, pero la discusión no es teórica ni historiográfica: se trata de encontrar la clave con la cual confrontar un gobierno que no cesa de declarar la guerra contra gran parte de la población y que moviliza, para hacerlo, todas las fuerzas sensibles de la hostilidad y el odio. Se trata también de remover en la memoria histórica colectiva las muchas herramientas de resistencia que alimentaron los antifascismos. Se trata sobre todo de llamar a todxs lxs que no defienden el arrasamiento de la vida que supone esta nueva fase del capitalismo a unirnos.
Por todo eso es necesario un frente antifascista y antirracista, capaz de recoger los hilos de nuestros tramados feministas y transfeministas, de la festiva y airada insistencia mostri, del movimiento LGTBINBQ+ que alumbró este 1F. Con cada grupo, cada persona, cada sensibilidad, cada organización que se sintió convocada.
Son tiempos difíciles. De esos en los que nos preguntamos, nos murmuramos unxs a otrxs, cómo resistir. Revisar estos diez años, recuperando todo lo que aprendimos y también los debates irresueltos, las diferencias irreconciliables, los errores, los procesos, desde nuestras fuerzas y de los obstáculos que las menguaron, es parte de ese esfuerzo. Recorrer nuevamente un territorio y una historia, para encontrar los carbones encendidos, las migas desperdigadas, las palabras no dichas, los sueños no realizados.
Es nuestra insistencia seguir dando pelea contra el capitalismo voraz y tecnológico del segundo cuarto del siglo XXI que recién empieza. Pelea que cuando se formula desde los transfeminismos no es sólo contienda, es también la posibilidad de diseñar, al mismo tiempo que se lucha, otras formas de vida, más comunitarias, menos heteronormadas, que confronten con la política del descarte, que invente modos no mercantiles ni opresivos de interrelación con les otres, todes los seres vivientes, con la tierra, el agua y el aire que respiramos. Una contienda en la que se pueda bailar con placer y también con rabia, pelear con goce y con inteligencia colectiva, acariciar la utopía que nos hace tanta falta para hacer del mundo un lugar en el que todes podamos vivir, soñar, investigar, aprender, jugar, comer rico y con muchos colores, descansar, desear, gozar. Recuperar la militancia alegre, el entusiasmo por lo que el futuro pueda traer.
Recordamos, colectivamente, los meandros de esos ríos profundos de los que somos parte. Lo hacemos para soñar también de modo colectivo. Y volver a empezar. Cada vez, otra vez.
Axel Kicillof decidió poner en pausa la interna del peronismo y armó una comitiva de intendentes y ministros para estar en la sede porteña del Partido Justicialista y respaldar a Cristina Kirchner ante un inminente fallo de la Suprema Corte por la causa Vialidad.
El gobernador encabezó desde las 15 en Casa de Gobierno un encuentro con intendentes del Movimiento Derecho al Futuro, su línea interna dentro del peronismo bonaerense. Sin embargo, apenas terminó esa reunión se subió a una camioneta y viajó hasta el partido donde hablaría la ex presidenta.
Esa comitiva -conformada por tres vehículos- la integraron Verónica Magario, los intendentes Julio Alak (La Plata), Andrés Watson (Florencio Varela) y Mario Secco (Ensenada). Además viajaron los ministros Carlos Bianco, Andrés Larroque, Gabriel Katopodis, Cristina Álvarez Rodríguez y Walter Correa.
El perfil de la comitiva es curioso. Secco, Bianco y el Cuervo Larroque son quienes alientan con mayor fuerza una ruptura definitiva con Cristina. Por otro lado, Magario, Alak y Watson mantienen canales abiertos con la ex presidenta. LPO adelantó un fuerte contrapunto entre Watson y Secco minutos después de que Cristina confirmara su candidatura por la tercera. Mientras el primero planteaba que había que bajar el tono de la confrontación para buscar la unidad, el intendente de Ensenada lo confrontaba con la necesidad de romper.
Pero además, hubo un giro en la posición del gobierno con el correr de las horas. Temprano, desde Casa de Gobierno planteaban que enviarían una comitiva integrada por dirigentes de segundas líneas del MDF. Allí estarían Victoria Montenegro, Daniel Gollan, Hugo Yasky, Adrián Grana y Juan Marino.
En la sede del PJ, Kicillof fue ubicado en la primera fila. A su izquierda la intendenta de Moreno, Mariel Fernández y Teresa García, ex funcionaria del gobierno bonaerense que dejó el cargo en malos términos con el gobernador y con Carlos Bianco. A su derecha, la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, y Sebastián Maturano, de la Fraternidad.
No estamos logrando interpretar eso que está pasando en la base social. Esto requiere una discusión profunda, pero lo único que escucho es ‘qué lugar me toca en la lista’. Déjense de joder de una vez por todas.
Cristina llegó a la sede de Balvanera a bordo de un automóvil que atravesó un grupo de militantes que la hizo derivar en la puerta de la sede partidaria. En su discurso cargó contra el “partido judicial” y caracterizó a la Corte Suprema como “guardia pretoriana del poder económico”. Además, dijo que es “muy importante movilizarse”, una frase que fue considerada por la militancia como un llamado a apoyarla desde las calles ante una posible detención.
Luego volvió a hablar desde la vereda para que la escuchen los militantes que habían llegado a la sede del PJ. Allí habló del bajo nivel de participación en las últimas elecciones y pidió que el peronismo vuelva a interpelar a los sectores más humildes. “No estamos logrando interpretar eso que está pasando en la base”, dijo y lanzó críticas hacia la interna del peronismo. “Esto requiere una discusión profunda, pero lo único que escucho es qué lugar me toca en la lista. Déjense de joder de una vez por todas”, planteó.
También hubo críticas al gobierno de Javier Milei. “Bastó que anunciáramos una candidatura para que se desataran los demonios. ¿Por qué? Porque este modelo tiene fecha de vencimiento, este modelo se agota”, dijo y siguió: “Lo sabemos porque es una copia de lo que hizo (José Alfredo) Martínez de Hoz, de lo que hizo la convertibilidad durante los ‘90 y que se sostiene durante un tiempo con este dólar barato y esta suerte de estabilidad en los precios”.
Además, hizo referencia a sus dichos en el acto que llevó a cabo en Corrientes hace dos días y se refirió a la posibilidad de ser detenida. “Estar presa es un significado de dignidad”, dijo.
“Soy una fusilada que vive”, dijo sobre el final, parafraseando la frase que da inicio al libro Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, que tiene como temática los fusilamientos de José León Suárez que conmemoraba el peronismo en la actividad de este lunes.
La escuchaban los jefes de las bancadas peronistas en la Legislatura bonaerense, Teresa García y Facundo Tignanelli; el presidente de la bancada de Unión por la Patria en la Cámara de Diputados, Germán Martínez. Los intendentes Gastón Granados (Ezeiza), Federico Otermín (Lomas de Zamora), Gustavo Menéndez (Merlo), Nicolás Mantegazza (San Vicente), Leonardo Nardini (Malvinas Argentinas) y Federico de Achával (Pilar), entre otros.
El Frente Renovador también envió delegados. Se pudo ver a la diputada Cecilia Moreau, al diputado provincial Rubén Eslaiman y al intendente de Bolívar, Marcos Pisano.
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