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El Intendente Orazi hizo entrega de un teléfono para la Comisaría 5ta

En la reunión que mantuvo el intendente, Marcelo Orazi con los Jefes de la Policía en la jornada de ayer, se delinearon distintas cuestiones para fortalecer un trabajo en conjunto, que garantice mayor seguridad para los y las vecinas de la ciudad.

Mejorar el sistema de comunicación entre el ciudadano y la policía, realizar más patrullajes y reactivar los corredores seguros, fueron los ejes planteados para trabajar a partir de ahora.

Esta mañana, Orazi, se acercó a la Comisaría 5ta, dejando a disposición de la misma, una línea telefónica que funciona sin riesgo de sufrir robos de cables, ya que cuenta con sistema satelital.

En los próximos días, se hará entrega del mismo aparato en la Comisaría 35 de nuestra ciudad.

#ReginaResponde#Seguridad#VillaRegina#OraziIntendente#EliseoGonzales#Comisario

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  • Las pymes de Santa Fe advierten sobre el derrumbe del empleo industrial por la apertura de importaciones

     

     Un informe del Observatorio de Importaciones de la Asociación de Pequeñas y Medianas Empresas de Santa Fe -APYME- arrojó datos alarmante sobre el impacto de la apertura indiscriminada de productos extranjeros en el entramado productivo de la provincia. 

    Según el relevamiento, desde noviembre de 2023 a la fecha cerraron más de dos mil empresas de las cuales 225 son manufactureras que son las que producen el famoso valor agregado; transforman las materias primas en productos terminado que requiere altos grados de inversión y trabajo calificado.

     Según el relevamiento, desde noviembre de 2023 a la fecha cerraron más de dos mil empresas de las cuales 225 son manufactureras 

    El aumento indiscriminado de las importaciones y la recesión terminaron detonando el entramado industrial con la particularidad de que las más afectadas fueron las grandes empresas que se redujeron en un 9,1% y las pequeñas cayeron un 5.2% mientras que las medianas registraron un crecimiento del 2.4%, dice el informe.

    Los conflictos en Acindar, Celulosa, Vassalli, en las lácteas Verónica y Sancor, entre otros, reflejaron la delicada situación que afecto a pesos pesados de la industria y que se comenzó a extender a otras metalúrgicas, en la rama alimenticia y las textiles.

     [La industria volvió a caer en septiembre y los empresarios advierten: «se van a apagar las máquinas»]

    Las cadenas que más unidades productivas han perdido, según el Observatorio, son Materiales para la construcción (19), Maquinaria agrícola (16) y Calzado (15). Además, cerraron 12 empresas de Línea blanca, lo que representa el 18,5% del total provincial, señala el trabajo de APYME.

    Un párrafo aparte requiere la situación de la maquinaria agrícola donde la provincia de Santa Fe es vanguardia en diseño y fabricación. Con la revolución científico-tecnológica en el campo y la irrupción de la siembra directa, la provincia se convirtió en uno de los principales clúster en la producción de maquinarias adaptadas pero ahora se encuentra amenazada por la importación de equipos usados habilitados por un decreto de Sturzenegger.  

     Fuentes del Ministerio de Producción de Santa Fe consultadas por LPO relativizaron los datos y aseguraron que en la provincia hay unas 6 mil pequeñas y medianas empresas registradas y una caída de dos mil significaba el cierre de un tercio de las empresas. 

    Pero el principal problema que advierte el informe es por el incremento del 86% de las importaciones de bienes finales o de consumo respecto a enero 2024 mientras que los bienes intermedios significó un 27%.  la importación de insumos para la producción y la industria fue mucho menor que el de productos terminados.

     [Se multiplican los conflictos gremiales en el Cordón Industrial del Gran Rosario

    Los industriales señalan que el ingreso indiscriminado de productos de consumo terminados destruye la producción local y el empleo. De hecho, el relevamiento indica que en Santa Fe, el empleo registrado cayó un 2% respecto a noviembre de 2023, lo que equivale a 12.456 trabajadores menos.

    El sector más afectado es el de la industria manufacturera con una pérdida del 4,8% de empleos representando el 53% del total de los puestos perdidos. A su vez, las cifras representan el 8,2% del empleo total de la provincia y el 39% del empleo manufacturero.

    Según un informe previo del Observatorio presentado en septiembre pasado, detallaron un aumento en la importación de pollos de 424,6% – Leche en polvo de 688,9% – Heladeras en un 1190,1% – Lavarropas el 5146,1% – Pulverizadoras un aumento de 842,4% mientras que la importación de tractores creció el 1184,4%.

    Fuentes del Ministerio de Producción de Santa Fe consultadas por LPO relativizaron los datos y aseguraron que en la provincia hay unas 6 mil pequeñas y medianas empresas registradas y una caída de dos mil significaba el cierre de un tercio de las empresas.

    En la cartera se preguntaban si el observatorio de APYME había contemplado el cierre de emprendedores y comercios. Lo cierto es que los datos que se contrastan con los del Ministerio de Trabajo no advirtieron una baja de dos mil pymes en Santa Fe.

     

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  • ¿Por qué funciona el discurso anticomunista?

     

    En la campaña electoral de 2023, los gritos vehementes de Javier Milei denunciando el “zurdaje comunista” generaron incredulidad y hasta risas. ¿A quién le hablaba?, ¿a quién convocaba con ese discurso antiguo? pensamos muchos. Un asombro similar produjeron las declaraciones de Donald Trump, que en 2019 denunció el “Green New Deal” (la propuesta de un nuevo acuerdo ecologista) como “un Caballo de Troya para el socialismo en Estados Unidos”. Más lejano aun pudo parecer el lema “Comunismo o libertad” usado en la campaña electoral de 2021 por Isabel Díaz Ayuso, la actual Presidenta de la Comunidad de Madrid. Y desde luego, está el caso de Jair Bolsonaro, uno de los pioneros en reavivar la tradición anticomunista. Hasta hace poco tiempo, en su dispersión y heterogeneidad estas menciones podían parecer trasnochadas o anacrónicas, dada la desaparición del horizonte del comunismo soviético. Sin embargo, esos candidatos han llegado al poder. Entonces: ¿trasnochados ellos o ingenuos nosotros?

    Estos líderes forman parte de una lista más larga de quienes, con mayor o menor vehemencia, reclaman contra la conspiración comunista, socialista o colectivista que aqueja al mundo. De la ecología a las políticas de género, de los impuestos al cuidado humanitario de inmigrantes, o la educación sexual, hoy muchas de las causas y valores de la renovación de la cultura democrática de las últimas décadas han sido tachados de comunistas, como un avance totalitario y opresor. En el caso de los sectores ultraliberales, la educación y la salud públicas –y todas las políticas redistributivas o progresivas– son consideradas nuevas formas de comunismo. Así, la gran familia de las nuevas derechas parece estar viviendo otra vez la Guerra Fría, más cerca del delirio paranoide que de algún enfrentamiento real con opciones anticapitalistas.

    ¿Anacrónico?

    El primer dato a considerar es que el anticomunismo de estos líderes no es una novedad; tiene una larga historia de persecución política y pensamiento conspirativo que atraviesa todo el siglo XX de Occidente y que se remonta incluso a décadas anteriores a la Guerra Fría, al menos hasta la Revolución Rusa de 1917. Lo mismo sucede con la historia de estas derechas: la novedad que representan tiene profundas raíces en la historia del conservadurismo y el nacionalismo de cada país y a escala global (1). Por tanto, el anticomunismo es tan antiguo como la historia de las derechas que hoy tratamos de entender. Pero esto no significa que el fenómeno actual sea la mera continuidad de ese pasado o que pueda pensarse como la simple reverberación del fascismo de entreguerras. Hay en las derechas radicales una novedad indiscutible en la manera en que disputan sus intereses bajo el juego político de la democracia liberal, al mismo tiempo que la socavan por dentro, tal como han señalado agudos observadores (2). ¿Cuál es la novedad de su anticomunismo? ¿Por qué y para qué movilizar imaginarios en apariencia old fashioned, especialmente para las jóvenes generaciones a las que se dirigen?

    Se suele decir que el anticomunismo es un discurso anacrónico, en un mundo donde, desde la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética (1991) el comunismo no existe más como opción política. Por esa razón, el componente antimarxista de las nuevas derechas suele ser relegado como un dato más de una retórica florida. Esta perspectiva tiende a descartar el problema, considerando como una mera estrategia discursiva al elemento ideológico que organizó buena parte del conflicto político del siglo XX. La dificultad reside en entender “comunismo” en términos geopolíticos literales, como si solo se refiriese al mundo soviético, a los partidos comunistas en Occidente o a la defensa de un modelo anticapitalista. Y tal vez ese no sea el ángulo más productivo para pensar el problema. La pregunta es, más bien, otra: ¿qué están diciendo cuando dicen “comunismo”, y qué potencial político tiene hoy volver a movilizar este término?

    Feminismo, género, diversidades sexuales, raciales o religiosas, educación sexual, cambio climático, migraciones, islamismo, redistribución del ingreso, protección de las minorías y de los sectores sociales más vulnerables… La lista de ideas, proyectos o sujetos tachados de “marxismo cultural” o “socialismo” –según las declinaciones de cada profeta– muestran, de una punta a la otra del mapa global, que “comunismo” designa hoy los valores del llamado mundo “progresista” de las últimas décadas (“woke”, en su versión despectiva). En otros términos, el anticomunismo es una declinación a la antigua del actual antiprogresismo, con la diferencia de que hoy la disputa se produce dentro del capitalismo y con variaciones muy relativas. Sin embargo, en esas variaciones relativas, que parecen marginales dentro del capitalismo, se juega la vida de millones de personas. Al apelar a la potencia simbólica del término “marxista” o “comunista”, los líderes de derecha buscan recuperar la fuerza mayor de ese combate en el Occidente liberal (de todas maneras, la evocación no es igual en todos, y de hecho algunos líderes, como Marine Le Pen o Giorgia Meloni, no recurren tanto a la batería discursiva anticomunista). En cualquier caso, todos defienden el mismo sentido antiprogresista que los vehementes antimarxistas Santiago Abascal o Javier Milei.

     

    Antiprogresismo

    El segundo dato clave –ya muy conocido– es que el antiprogresismo es hoy el centro de la batalla cultural de las nuevas derechas globales, que en cada país adquiere sus propios contornos –antiperonista y ultraliberal en Argentina, islamobófico y antimigratorio en Europa o Estados Unidos–. Esa guerra cultural de la “internacional reaccionaria” parte del supuesto de que la izquierda, a pesar de su fracaso en la construcción del socialismo, se impuso en el terreno cultural. La verdadera lucha debería apuntar, para las fuerzas conservadoras, a la hegemonía del progresismo que destruye la sociedad occidental con su pensamiento “políticamente correcto” (3). Por eso mismo, se presentan como la rebelión contra un sistema que suponen conquistado y dominado por el progresismo y la izquierda. Por muy anacrónico que parezca, el anticomunismo es coherente y está en el corazón del proyecto ideológico de las nuevas derechas.

    El anticomunismo propone respuestas fáciles en un mundo atravesado por miedos, incertidumbres y sentimientos de disolución social.

    Una mención aparte merece el combate contra el feminismo y la “ideología de género”, combate que va más allá de sus élites dirigentes. ¿Por qué el feminismo y la diversidad sexual están en el centro de la disputa y de la denuncia anticomunista sobre el “marxismo cultural”? En la actual configuración de las democracias liberales, pocas cosas –o casi ninguna– representan una amenaza real al orden social. Sin embargo, el feminismo, en su impugnación antipatriarcal (que incluye el cuestionamiento del orden heterosexual como norma), conserva un poder subversivo y antisistema que no tiene ningún otro factor del progresismo actual (independientemente de las corrientes dentro del feminismo). Así, estas derechas, que se proclaman antisistema, luchan en realidad por la preservación de un orden social blanco, masculino y colonial que sienten socavado. Tal como lo hacía el anticomunismo del pasado, que veía el orden occidental en peligro e imaginaba conspiraciones paranoicas de la Casa Blanca a la Casa Rosada, de los hippies a las guerrillas, de las minifaldas al peronismo. Es aquí, en la lucha por la preservación del sistema, donde la impugnación de “marxista” o “comunista” aplicada al feminismo encuentra todas sus resonancias pasadas.

    Si bien la batalla cultural antiprogresista unifica a las nuevas derechas radicales, sus diferencias no son menores, especialmente en cuestiones como la economía y el nacionalismo. Estas variaciones indican, también, que el florecimiento de fuerzas radicales de derecha debe ser explicado en función de procesos y tradiciones locales –y no meramente como una “ola global”–. Es aquí donde el anticomunismo de Milei adquiere su rasgo distintivo: no se trata de la impugnación de las agendas culturales del progresismo biempensante, sino de la destrucción de todo resabio de políticas orientadas a las grandes mayorías sociales entendidas como formas de estatismo y colectivismo. Se trata de la gestión desnuda en favor de los intereses del tecno-capitalismo concentrado internacional. Con ello, el neoliberalismo argentino –en la versión iracunda de Milei– retoma una larga tradición de nuestras derechas. Basta con evocar la última dictadura para constatar que las derechas fueron tan anticomunistas como neoliberales y autoritarias, y que su principal oponente fueron las políticas estatistas, keynesianas y redistributivas, en general asociadas al peronismo y al kirchnerismo. Desde luego, esto parece dejar a Milei lejos del proteccionismo de Trump, pero muy cerca de la defensa compartida del tecno-capitalismo. En todo caso, el anticomunismo neoliberal de Milei se alinea cómodamente con el de Bolsonaro o José Kast.

    Dentro de estas variaciones nacionales, algunos argumentos de orden geopolítico explican los tópicos anticomunistas de manera más concreta, sin los efectos anacrónicos que parecen tener en boca de líderes como Milei. El caso más claro es Trump y su batalla por la supervivencia del poder imperial estadounidense frente a China. Ello le permite, sin excesivos retorcimientos históricos, identificar su enemigo en el “comunismo oriental”. De la misma manera, su electorado de origen latino vota entusiasta la condena a la “troika de la tiranía”, tal como la llamó su Consejero de Seguridad Nacional en 2018, John Bolton, a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por la misma razón estratégica pero en sentido inverso, en Hungría Viktor Orban dejó de lado su discurso anticomunista –que asociaba la Rusia de hoy con la Unión Soviética– para pasar a una cercanía más pragmática con Vladimir Putin.

    Significante vacío

    Volvamos a nuestras preguntas de partida: ¿por qué y para qué movilizar el imaginario anticomunista? Si, una vez más, dejamos de pensar el comunismo en términos literales, surge un último elemento clave: el potencial político-simbólico del discurso anticomunista en su larga historia. Con mayor o menor pregnancia según los países, “comunista” ha funcionado también como un potente significante vacío negativo, capaz de ser llenado con los más diversos contenidos y sujetos, como un otro absoluto, peligroso y amenazante. Tanto es así que Alice Weidel, la dirigente de la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD), puede permitirse decir que Adolf Hitler era un “comunista”.

    La noción de significante vacío es particularmente útil para entender el peso del anticomunismo en Argentina, donde –salvo algunos momentos– no ha habido fuerzas de izquierda importantes, a diferencia de países como Brasil o Chile, donde el comunismo evoca miedos históricos bien reales. En Argentina “comunista” es, entonces, un sentido a ser llenado, que sirve para polarizar y designar un otro peligroso que pone en riesgo “nuestro” orden social y moral, nuestra comunidad. Es, por ello, un enemigo absoluto que debe ser eliminado (4). En la historia argentina, la denuncia del “peligro rojo” ha servido para generar miedos sociales y justificar la persecución de trabajadores, partidos de izquierda, peronistas y antiperonistas, mujeres, jóvenes, gays o artistas “transgresores”, cuyas prácticas, ideas o deseos parecían hacer tambalear el orden occidental y cristiano. Movilizado con fines instrumentales o con auténtica convicción ideológica, “comunista” o “marxista” ha funcionado en boca de las derechas como designación automática de un culpable de todos los males. Así, el anticomunismo finalmente propone certezas y respuestas fáciles en un mundo atravesado por miedos, incertidumbres y sentimientos de disolución social y amenaza sobre la comunidad de pertenencia. Esta potencia simbólica es la que sigue funcionando en el apelativo “comunista” aplicado en el presente. Por eso mismo, la pandemia de Covid –epítome máximo de la disolución final por venir– fue también un momento de renacimiento del anticomunismo.

    Es entonces este gran poder performativo de la acusación de “comunista”, tan sedimentado históricamente en el mundo occidental, lo que permite que las nuevas derechas –herederas al fin y al cabo de largas tradiciones conservadoras– sigan utilizando el término para arremeter en su batalla cultural. Sin duda, la movilización antiprogresista ha logrado dar una nueva vida al “miedo rojo” para las generaciones desencantadas de nuestro tiempo.

    1. Para el caso argentino, véase: Sergio Morresi y Martín Vicente, “Rayos en un cielo encapotado: la nueva derecha como una constante irregular en Argentina”, en Pablo Semán (coord.), Está entre nosotros, Buenos Aires, Siglo XXI, 2023.
    2. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, Barcelona, Ariel, 2018; Steven Forti, Democracias en extinción, Barcelona, Akal, 2024.
    3. Pablo Stefanoni, “Las mil mesetas de la reacción: mutaciones de las extremas derechas y guerras culturales del siglo XXI”, en J. A. Sanahuja y Pablo Stefanoni (eds.), Extremas derechas y democracia: perspectivas iberoamericanas, Madrid, Fundación Carolina, 2023.
    4. Ernesto Bohoslavsky y Marina Franco, Fantasmas rojos. El anticomunismo en la Argentina del siglo XX, UNSAM, 2024.

     

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    Norton pide concurso de acreedores: el vino argentino, en crisis bajo el ajuste de Milei

     

    La histórica bodega mendocina Bodega Norton se presentó en concurso preventivo de acreedores para intentar sobrevivir a la debacle económica. Detrás del comunicado empresarial y las palabras de compromiso, late un drama más profundo: la caída del mercado interno y la contracción de las exportaciones desde la llegada de Milei al gobierno.

    Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable

    La noticia sacudió a la industria vitivinícola. Bodega Norton, una de las más emblemáticas de Mendoza, anunció que se presentó en Concurso Preventivo de Acreedores, una medida legal que busca evitar la quiebra mientras se reestructura la deuda. En un comunicado, su CEO Tomás Lange sostuvo que la decisión apunta a “asegurar los puestos de trabajo y la continuidad de la operación”.

    El mensaje intenta transmitir calma, pero el trasfondo revela un sector acorralado por la política económica del gobierno libertario, que combina apertura importadora, dólar atrasado y recesión profunda en el consumo interno. La bodega, fundada en 1895 en Luján de Cuyo, acumula 130 años de historia y presencia en más de 70 países, pero ni su prestigio pudo escapar del ajuste.


    El ajuste llega a la copa

    Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), en los primeros nueve meses del año las ventas de vino en el mercado interno cayeron un 2,5%, mientras las exportaciones se desplomaron un 6,3% respecto del mismo período del año anterior.

    Los números hablan por sí solos: la recesión impulsada por las políticas de Milei no solo vacía las mesas populares, sino también las copas. Aunque septiembre mostró un leve repunte mensual del 4,4%, los bodegueros coinciden en que el problema estructural es mucho más grave. La pérdida del poder adquisitivo, los aumentos tarifarios y el desplome del turismo interno golpean el corazón de las economías regionales.


    Un país que se desindustrializa

    El economista Javier Merino, especialista en el sector, advirtió a comienzos del año que “para ser competitivo y rentable hoy es necesario vender menos cantidad a un precio mayor”, algo inviable en un contexto donde el dólar exportador no compensa los costos internos dolarizados. El modelo libertario, obsesionado con la apertura indiscriminada, deja a los productores atrapados entre la inflación y el tipo de cambio planchado, mientras el mercado global ofrece menos oportunidades y mayor competencia.

    La vitivinicultura mendocina —que representa el 90% del vino comercializado en el país— es una de las actividades más integradas al tejido productivo local. Cada bodega sostiene a decenas de familias, trabajadores rurales, proveedores y cooperativas. Cuando una empresa del tamaño de Norton cae en concurso, todo el ecosistema económico regional tiembla.


    El espejismo del “libre mercado”

    Mientras Milei insiste en que su plan “de shock” traerá prosperidad futura, las economías regionales comienzan a resentirse visiblemente. El vino argentino, símbolo de identidad nacional y de exportación con valor agregado, se enfrenta a un presente de cierres, despidos y endeudamiento.

    El contraste no podría ser más brutal: mientras el gobierno celebra la supuesta “vuelta al superávit” recortando inversión y consumo, empresas centenarias deben pedir auxilio judicial para no desaparecer.


    La patria se defiende también con vino

    Bodega Norton asegura que “continuará trabajando con el mismo espíritu de esfuerzo y excelencia que la caracteriza desde hace 130 años”. Pero la realidad que enfrenta el sector vitivinícola muestra que ni la excelencia ni el esfuerzo alcanzan cuando el Estado se retira y el mercado manda.

    En tiempos donde Milei repite que “no hay plata”, la caída de Norton es algo más que un problema empresarial: es la metáfora líquida de un país que se desangra por dentro, donde la desindustrialización y el ajuste se sirven, esta vez, en copas vacías.

     

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    COMUNICADO DE LA COMUNIDAD CIENTÍFICA Y UNIVERSITARIA DE RIO NEGRO: Conscientes de la catástrofe socio ambiental y energética que enfrenta la Humanidad, quienes formamos parte de la comunidad científica y universitaria de Río Negro, investigadoras, estudiantes, docentes y personal no docente, graduadas de las universidades nacionales e institutos terciarios de la provincia de Río Negro,…

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