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Día de la Mujer: Reconocimiento a mujeres artistas reginenses

En el marco del Día Internacional de la Mujer, la Municipalidad de Villa Regina, a través de la Dirección de Cultura, realizó un reconocimiento a mujeres artistas de la ciudad.

El acto se desarrolló en la tarde del domingo en el Minianfiteatro del Militante y contó con la presencia del Intendente Marcelo Orazi, la Secretaria de Desarrollo Social Luisa Ibarra, la Directora de Cultura Silvia Alvarado, la Directora de Turismo Katerina Iogna, la responsable del Área Mujer y Diversidad Fabiola Parra, el integrante del equipo de trabajo de la Secretaría de Cultura de Río Negro, Martín Betancourt y la concejal María Eugenia Paillapi.

En la oportunidad, la Directora de Cultura Silvia Alvarado expresó: “La historia del arte se encargó sistemáticamente, durante siglos, de ponernos a las mujeres en el rol de musas, reduciendo al anonimato y en el mejor de los casos a un segundísimo plano a artistas talentosas, muchas veces teniendo que firmar como anónimo o en otros tantos casos usar nombre de hombre, o el de sus propios maridos”.

Agregó que “gracias a una extensa y dolorosa lucha, en las últimas décadas esto cambió y se han vuelto visibles, muchas, muchísimas mujeres en su rol de artistas. Por eso hoy estamos aquí, para honrar la historia individual de cada una de ustedes, porque hacen al pasado, al presente y sobre todo al futuro de nuestra historia del arte”.

Luego, Fabiola Parra, del Área Mujer y Diversidad dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social, indicó: “Las mujeres del mundo deseamos y merecemos un futuro igualitario, un futuro que sea sostenible, pacífico, con igualdad de derechos y oportunidades”.

En este marco, las mujeres artistas reconocidas fueron: Zulema Vega, Alicia Triviño, Verónica Obreque, Romina Pino, Valentina Guerrico, Mónica Tonini, Pamela Milanesi, Silvia Zanini, Lena Díaz Pérez, Susana Zuian, Pelusa Miño, Victoria Aráoz, Valeria Fasciglioni, Silvina Sanabria, Ana Flores, Natalia Nedbala, Macarena Torino, Silvana Giustincich, Liliana Pérez, Elena Mansilla, Romina Fidelibus, Ivana Fernández, Ildegarda Saggina, Nanci Sierro, Juana Grandón, Natalia Rodríguez, Laura Álvarez, Sasha Liberatore, Antonella Liberatore, Carolina Muñoz, Micaela Álzaga, Malén Marileo, Laura Canseco, Melina Herrera, Sofía Castro, Ángeles Fuentes, Belén Moraca, Solcito del Valle, Patricia Giustincich y Marisel Bouvier.

Las expresiones artísticas estuvieron, por supuesto, presentes en el acto con el Ballet Municipal de Folclore y dos de sus integrantes: Sasha y Antonella Liberatore.

Además fue el marco propicio para la presentación de la canción ‘Mujer fortaleza, cuya autora es Laura Canseco y que contó con la composición musical de Aníbal Lagos. Fue interpretada por: Zule Vega, Solcito del Valle, Carolina Muñoz, Micaela Álzaga, Malén Marileo, Verónica Obreque, Melina Herrera, Sofía Castro y Ángeles Trinidad. Acompañó en la danza Belén Moraca.

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    Los negocios turbios de la candidata Nº2 de LLA en las elecciones de este domingo en la Tercera

     

    Mientras Milei se llena la boca hablando de “la casta” y de “los privilegios”, en la Tercera Sección electoral de la Provincia de Buenos Aires su lista está encabezada por personajes que son la definición misma de esos privilegios. Uno de los casos más llamativos es el de María “Maru” Sotolano, segunda en la boleta de La Libertad Avanza para este domingo 7 de septiembre, quien supo ser dueña de una empresa que recibió jugosos contratos directos del gobierno porteño mientras militaba en las filas del PRO.

    Por Tomás Palazzo para Noticias La Insuperable


    De la Juventud PRO a los negocios con Macri

    Sotolano, quilmeña de 44 años, es una militante PRO de la primera hora. Integrante de la Juventud que acompañó a Mauricio Macri cuando era Jefe de Gobierno, siempre estuvo bajo el ala de Jorge Macri, quien terminó por ubicarla en lugares estratégicos de las listas.

    Pero no era ninguna outsider ni mucho menos “nueva política”. Es hija del recientemente fallecido Daniel Jesús Sotolano, histórico militante radical y funcionario municipal de la Alianza en Quilmes, y construyó su carrera gracias al respaldo de los Macri.

    Pero su “historia política” no se entiende sin su costado empresarial. En 2008 fundó junto a su hermano Cristian y a un socio de origen chino la firma FEMAC International SRL, una sociedad de amplio espectro que incluía construcción, importación y exportación, consultoría y, sobre todo, servicios de limpieza y mantenimiento edilicio.

    La misma María Sotolano figuraba como socia gerente, con poder de dirección y representación durante toda la vida de la sociedad.


    Los contratos “a medida”

    Los favores no tardaron en llegar. En octubre de 2014, el gobierno porteño invitó a FEMAC a cotizar en una contratación directa. Resultado: la empresa de Sotolano se quedó con un contrato del Ente de Turismo para “servicios de limpieza integral y mantenimiento edilicio” junto con aire acondicionado.

    Al año siguiente, en julio de 2015, otro contrato todavía más jugoso: el Ministerio de Desarrollo Económico de la Ciudad le adjudicó a FEMAC $1.823.880 por el mantenimiento del aire acondicionado en el Centro Metropolitano de Diseño y El Dorrego.

    Y por qué no algún gastito extraordinario también como para acrecentar el número, como el otorgado a través de la DISPOSICIÓN N.° 118/DGTALET/15.

    Todo esto sucedía mientras Sotolano construía su carrera política en el PRO y su hermano Cristian, casualmente, aparecía como generoso aportante de campaña.


    Del negocio privado al desastre público

    Luego del festival de contratos, Maru Sotolano dio el salto al municipio de Quilmes, cuando el cocinero devenido intendente Martiniano Molina la designó al frente de la Secretaría de Desarrollo Social. Su gestión fue, como la de todo el gobierno de Molina, un verdadero fracaso, recordado por la falta de asistencia a los sectores más postergados del distrito.

    Más tarde, recaló como concejal, siempre de la mano de Jorge Macri. Ahora, Milei la presenta como “renovación” y “anticasta” en su boleta, como si su currículum no estuviera plagado de contratos directos, acomodos y favores políticos.

     

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  • Un cordobés en el fuego de Nepal

     

    Fotos: Juan Data

    Logré salir de Katmandú la tarde del jueves 11 de septiembre. El aeropuerto – de instalaciones antiguas, sin túneles ni mangas para los aviones – estaba particularmente abarrotado de gente intentando irse: hacía tres días que los vuelos habían sido cancelados, y algunos pasajeros llevaban este tiempo durmiendo ahí. Los militares habían cerrado las instalaciones y puesto barricadas cuando empezaron los rumores de que los manifestantes tomarían también el aeropuerto. El parlamento ya ardía. Yo había estado dos días antes en el centro de la ciudad. Lo había visto todo. 

    Llevaba quince días en Nepal. Estaba intentando hacer un video documental sobre un tema muy distinto: es un país donde conviven el budismo y el hinduismo, dos mundos religiosos muy diferentes pero que convergen y han dado lugar a la aparición del budismo nepalí, casi una religión propia, muy mezclada con la vida cotidiana. Hay templos en cada esquina y la gente profesa y vive una vida muy tranquila y respetuosa. Es un país muy seguro. Esos principios, extrañamente se hicieron sentir incluso cuando explotó la protesta, con toda su violencia. 

    La mañana del lunes 8 estaba en el barrio de Tamel, donde se encuentran la mayoría de los hoteles y comercios. Yo mismo me hospedaba ahí. Al principio todo transcurría como un día normal. Quería registrar el festival kumari, una de las pocas veces en que la niña diosa de Nepal sale de su palacio y se la puede ver. Estaba grabando en la calle esperando ese momento y de pronto me di cuenta: alguno cerró la puerta, otro bajó la persiana, y en un rato habían cerrado todos los negocios de golpe. La gente hablaba por los teléfonos con cara de preocupación. El movimiento se volvió diferente. Le pregunté a una persona, que no hablaba mucho inglés, y me dijo: the protest, the protest. Ahí entré a Google y vi las noticias y me enteré de todo. En ese momento ya empezaban los enfrentamientos en el Parlamento. 

    Era inimaginable lo que ocurriría después. No daba la sensación de que fuera a pasar a mayores, pero volví al hotel frustrado porque la niña kumari nunca salió y tenía la sensación de que no iba a poder hacer mi registro. Ahí vi en las noticias que el conflicto había empeorado: después del mediodía y la tarde empezaron a circular los primeros videos de los enfrentamientos y la represión. A la noche se confirmó el dato de 19 manifestantes muertos y más de 300 heridos. Decidí salir a la calle al amanecer, la historia que iba a contar de Nepal era otra. 

    Las calles del barrio de Tamel estaban vacías. Las persianas de los negocios bajas. No parecía la misma ciudad que yo había visto durante los últimos quince días. Me hizo acordar a la pandemia. Pero había una diferencia: la señal de protesta era prender fuego en las esquinas, y en muchos lugares habían quedado fogatas o brasas, con o sin gente alrededor. Caminé en soledad hasta una de las pocas avenidas anchas de Katmandú, donde ya se veían grupos grandes de gente que avanzaban encolumnados en una dirección clara: el Parlamento. Ahí vi también a los primeros policías, llegando a la plaza Durban, que es la principal de la ciudad. Me metí entre la multitud, como uno más de ellos.

    Yo había hablado con muchos nepalíes que mencionaban el tema de la corrupción, pero no parecía algo a punto de explotar. Y menos que fuera a explotar con los jóvenes a la cabeza. Porque ningún joven me había hablado de esto. El primer choque fue cuando llegamos a una esquina donde había un grupo de unas doscientas personas prendiendo fuego un muñeco en un palo con la cara del primer ministro, K. P. Sharma Oli. El ánimo estaba realmente caldeado. La actitud de la policía era extraña: estaban ahí, pero no intervenían. Esa quietud era consecuencia del revuelo que generaron las diecinueve muertes del día anterior. Pero en el Parlamento fue distinto. 

    Antes, frente a la fogata donde quemaban el muñeco del primer ministro había un puente, un paso peatonal en el que la gente se amontonaba para mirar lo que pasaba. De un momento a otro empezaron a caminar.

    —¿Qué están haciendo? —le pregunté, en inglés, a uno.

    We are going to fight.

    Decidí seguirlo. Ya éramos alrededor de trescientas personas. Fue una caminata muy tensa, de media hora; una suerte de procesión. En algunos puntos del trayecto había grupos de policías. Todavía no se producía ningún enfrentamiento, pero se notaba la bronca. Entre los manifestantes, había algunos más enardecidos que insultaban a las fuerzas de seguridad y se les querían ir encima, mientras que otros los contenían. Ahí estaba algo de ese budismo nepalí. No iban a hacer destrozos ni catarsis porque sí: tenían un objetivo claro y hacia allí iban. Cruzamos cinco puntos de la ciudad donde había esos grupos de policías quietos, con sus escudos alzados, como a la espera. 

    Cuando llegamos al Parlamento, que ocupaba toda una manzana en el barrio de New Baneshwar el ambiente se sentía como una zona de guerra. Todo lo que podía prenderse fuego estaba en llamas. A lo lejos se escuchaban disparos. Una enorme columna de humo negro venía de un auto incendiado  en la puerta del frente del edificio legislativo, y dificultaba la visibilidad de la escena. 

    Me animé a registrar y empecé a filmar y sacar fotos. 

    El parlamento tiene tres entradas: una al frente —la principal— y dos a los costados. En los laterales, los manifestantes más pacíficos. Eran los sectores más dialoguistas. En la principal, otro grupo de manifestantes iba al choque. Era evidente que querían entrar al edificio. Allí no había diálogo. Había piedras, gases lacrimógenos y balazos. Hasta que llegó el punto de quiebre de toda protesta: la policía empezó a retroceder. Había muchísimos manifestantes y muy poca policía para contenerlos. Rodee el edificio hasta una de las entradas laterales para intentar tener un testimonio de los que estaban más tranquilos. En el frente y en los costados rompían las paredes con caños y arietes. Ahí los propios manifestantes me pidieron que no los filmara. Otro me dijo que se estaba por poner peligroso y me relegué al lateral del edificio. Desde allí pude escuchar un alarido de alegría, como si alguien hubiera hecho un gol y cientos de personas lo estuvieran gritando. Los manifestantes ya corrían dentro de la explanada frontal del  Parlamento. Entraban al edificio por el frente y por uno de los costados, todo al mismo tiempo. 

    Unos minutos antes había renunciado el primer ministro.

    La versión que circulaba, mientras yo estaba ahí, era que Sharma Oli se había ido a Dubai. Después se dijo que estaba resguardado en un cuartel militar al norte de la ciudad, desde donde mandó, al otro día, un comunicado.

    El parlamento estaba vacío cuando entraron los manifestantes.  Al rato salieron a las corridas con papeles oficiales, con cuadros, con sillas. Festejaban y exhibían las butacas de los legisladores como si fueran trofeos. 142 de los 275 escaños del Parlamento los ocupaban legisladores de la Alianza de Izquierda, sostenida por los cuatro partidos principales del país: el Partido Rastriya Swatantra, el Partido Jana Tamajbadi, y dos ramas del Partido Comunista, una maoista y otra marxista leninista, que es la que lideraba Sharma Oli. 

    El malestar que se había acumulado durante el último tiempo era porque muchos de los líderes de esos partidos y sus familias vivían una vida de lujos y riqueza, mientras el resto del país la pasaba mal. Había circulado un video sobre los Nepo-Babys, hijos e hijas de los principales dirigentes ostentando ropa, relojes, autos y viajes increíbles. Por eso, la semana anterior a las protestas Sharma Oli había prohibido el uso de 26 redes sociales en el país, entre las que se contaban Facebook, Instagram y TikTok. El lunes, después del primer día de protestas, levantó la prohibición, pero ya era demasiado tarde. 

    Después de arrasar el edificio, los manifestantes se dispersaron con distintos objetivos. Seguí a un grupo que se dirigía a la jefatura de Policía. Unos minutos después toda la policía de Nepal corría para salvarse; huían mientras los manifestantes prendían fuego la sede policial y saqueaban las armas. Los vi saliendo de la comisaría con ametralladoras, escudos y chalecos. Por primera vez sentí miedo. Había en ellos, igual, una extraña calma. Como si tuvieran muy claro lo que querían hacer. No se supo después de alguien que hubiera usado las armas. Una vez que pudieron tomarse esta suerte de revancha frenaron. Muchos levantaban escudos de la policía en señal de victoria.

    Decidí que había visto suficiente, ya entrada la tarde, y empecé a regresar. Pasé por la puerta del canal de televisión oficial. También tomado. Volví caminando solo hacia el barrio de Tamel, por calles cada vez más vacías a medida que me alejaba del centro de las protestas. Podía ver en las redes las noticias que desde Katmandú recorrieron el mundo: el incendio de las residencias privadas de los funcionarios, los presos escapando de las cárceles, la muerte de la esposa del ex primer ministro Jhalanath Khanal: ya eran al menos 25 víctimas.

    Llegué de vuelta al hotel y llamé a mis padres para avisarles que estaba bien. Y que tenía hacía rato un pasaje de avión a Taipei que debía salir, supuestamente, al día siguiente. Empecé a ordenar mi cabeza. A ver lo que había registrado y pensar qué iba a hacer. Porque hasta el momento lo que se sabía es que habían prendido fuego la ciudad, que no había primer ministro, no había policía. Y no sabía si iba a poder salir del país. 

    Esa noche subí un reel explicando lo que estaba pasando y fui a dormir agotado. La noche de Nepal es la mañana de Argentina. Cuando me desperté el reel había circulado un montón y había un montón de medios queriendo hablar conmigo. En Nepal viven solo ocho argentinos, y casi no había turistas porque estábamos en temporada baja. 

    Cuando salí a la calle, el Ejército había tomado el control de la seguridad nacional. Por suerte el barrio de Tamel –la mayoría son hoteles– estaba bastante tranquilo. Si el día anterior parecía pandemia, este parecía otra cosa, con vehículos militares patrullando la ciudad. Toque de queda. Todo cerrado. El único movimiento fue la celebración de Inda Jatra, en honor a un dios hindú en el que se hace una procesión, se exhiben máscaras y figuras talladas. Eso te da la pauta de la importancia que tiene ahí la religión. Salieron, hicieron su ritual y volvieron al toque de queda. Y el ejército respetó esto. No prohibió a la gente hacerlo. 

    En la calle ya no había taxis y la gente del hotel me consiguió un auto privado que me llevó al aeropuerto. Pasé por varios puestos de control y barricadas. Varias aerolíneas habían suspendido sus servicios. Algunas estaban retomando. Mi vuelo de Air Asia, increíblemente, estaba en horario. 

    Mientras dejé Nepal, el país vivió una elección inédita en el mundo. 

    La organización cívica Hami Nepal reunió cien mil participantes en un servidor de Discord y organizó una elección para proponer una salida al conflicto. Eligieron a Sushila Kakri, una mujer de 73 años, activista contra la corrupción y ex presidenta del Tribunal Suprema para guiar una transición de seis meses hacia un reordenamiento institucional. Hami Nepal llevó la propuesta a los militares, que aceptaron su nombramiento al frente de un gobierno interino que funcionará sin la cámara de representantes. 

    El domingo, desde Taiwán, subí a Youtube un video de lo que pude registrar en esas cuarenta y ocho horas históricas. Ahora, el futuro es una incógnita.

    La entrada Un cordobés en el fuego de Nepal se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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