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Día de la Mujer: Reconocimiento a mujeres artistas reginenses

En el marco del Día Internacional de la Mujer, la Municipalidad de Villa Regina, a través de la Dirección de Cultura, realizó un reconocimiento a mujeres artistas de la ciudad.

El acto se desarrolló en la tarde del domingo en el Minianfiteatro del Militante y contó con la presencia del Intendente Marcelo Orazi, la Secretaria de Desarrollo Social Luisa Ibarra, la Directora de Cultura Silvia Alvarado, la Directora de Turismo Katerina Iogna, la responsable del Área Mujer y Diversidad Fabiola Parra, el integrante del equipo de trabajo de la Secretaría de Cultura de Río Negro, Martín Betancourt y la concejal María Eugenia Paillapi.

En la oportunidad, la Directora de Cultura Silvia Alvarado expresó: “La historia del arte se encargó sistemáticamente, durante siglos, de ponernos a las mujeres en el rol de musas, reduciendo al anonimato y en el mejor de los casos a un segundísimo plano a artistas talentosas, muchas veces teniendo que firmar como anónimo o en otros tantos casos usar nombre de hombre, o el de sus propios maridos”.

Agregó que “gracias a una extensa y dolorosa lucha, en las últimas décadas esto cambió y se han vuelto visibles, muchas, muchísimas mujeres en su rol de artistas. Por eso hoy estamos aquí, para honrar la historia individual de cada una de ustedes, porque hacen al pasado, al presente y sobre todo al futuro de nuestra historia del arte”.

Luego, Fabiola Parra, del Área Mujer y Diversidad dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social, indicó: “Las mujeres del mundo deseamos y merecemos un futuro igualitario, un futuro que sea sostenible, pacífico, con igualdad de derechos y oportunidades”.

En este marco, las mujeres artistas reconocidas fueron: Zulema Vega, Alicia Triviño, Verónica Obreque, Romina Pino, Valentina Guerrico, Mónica Tonini, Pamela Milanesi, Silvia Zanini, Lena Díaz Pérez, Susana Zuian, Pelusa Miño, Victoria Aráoz, Valeria Fasciglioni, Silvina Sanabria, Ana Flores, Natalia Nedbala, Macarena Torino, Silvana Giustincich, Liliana Pérez, Elena Mansilla, Romina Fidelibus, Ivana Fernández, Ildegarda Saggina, Nanci Sierro, Juana Grandón, Natalia Rodríguez, Laura Álvarez, Sasha Liberatore, Antonella Liberatore, Carolina Muñoz, Micaela Álzaga, Malén Marileo, Laura Canseco, Melina Herrera, Sofía Castro, Ángeles Fuentes, Belén Moraca, Solcito del Valle, Patricia Giustincich y Marisel Bouvier.

Las expresiones artísticas estuvieron, por supuesto, presentes en el acto con el Ballet Municipal de Folclore y dos de sus integrantes: Sasha y Antonella Liberatore.

Además fue el marco propicio para la presentación de la canción ‘Mujer fortaleza, cuya autora es Laura Canseco y que contó con la composición musical de Aníbal Lagos. Fue interpretada por: Zule Vega, Solcito del Valle, Carolina Muñoz, Micaela Álzaga, Malén Marileo, Verónica Obreque, Melina Herrera, Sofía Castro y Ángeles Trinidad. Acompañó en la danza Belén Moraca.

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  • El BCRA demolió al juez Salmain por autorizar una venta de 10 millones de dólares cuando regía el cepo

     

    El Banco Central presentó un escrito demoledor contra el juez federal Gastón Salmain por autorizar a un fideicomiso a comprar 10 millones de dólares en plena vigencia del cepo cambiario para pagar deudas financieras en el exterior. Es por esta conducta que este martes el cuestionado magistrado fue citado para ser indagado por cometer varios delitos. Acto al que no concurrió tras notificar que se encontraba internado en el Sanatorio Mater Dei donde le diagnosticaron un cuadro de vértigo periférico y le prescribieron 72 horas de reposo.

    Se sospecha que los 10 millones de dólares comprados a precio oficial fueron vendidos por el fideicomiso al valor blue lo que generó una suculenta ganancia por la diferencia de cambio. El fideicomiso lo explotaba el financista rosarino Fernando Whpei quien hoy está en prisión domiciliaria por distintas causas penales, una de ellas una extorsión a un par de agentes bursátiles en coordinación con el ex juez federal Marcelo Bailaque.

    A Salmain ahora los fiscales federal Federico Reynares Solari y Juan Argibay Molina le imputarán cohecho pasivo agravado, vale decir haber cobrado o esperar cobrar un soborno por su gestión, agravado por ser magistrado. Lo que sospechan los acusadores es que la coima era del 10 por ciento de la ganancia, unos 200 mil dólares, a cambio de su fallo favorable. También están acusados el lobista del Poder Judicial Santiago Busaniche por haber intervenido en la maquinación de esta jugada, quien este miércoles se negó a declarar en su indagatoria por esto, y Whpei quien deberá pasar por el juzgado en 24 horas. A Salmain además del cohecho le van a atribuir el delito de prevaricato, que significa impulsar una resolución que se sabe injusta. 

    Piden la detención del juez federal Salmain de Rosario por una maniobra en favor de un polémico financista

    Respecto de esto último el escrito del BCRA contra el juez es demoledor. Sus abogados dicen que el juez comete todo tipo de irregularidades procesales al dictar una sentencia que no tiene fundamento. Lo más fuerte que dicen es que no está verificado el carácter genuino de la operación que Whpei pidió con la cautelar y a la que Salmain le dio curso. Y que no hay verosimilitud en el derecho invocado por el magistrado para sustentarla. Le están diciendo que lo que hizo es un mamarracho, un puro acto de fuerza, sin ninguna base de respaldo.

    Fernando Whpei

    Alegan que Salmain no le avisó al fiscal de la cautelar con la que impone al BCRA a vender los dólares para que defina si su decisión es pertinente. Que la resuelve a una velocidad inaudita en favor de Whpei. También que hace un análisis errado al otorgar la medida pasando por encima de la Carta Orgánica de la entidad en lo que respecta a dar acceso al mercado de cambios para la compra de moneda extranjera. Y que no se acredita que ninguna entidad autorizada por el Banco Central, como es condición, autorice a los fideicomisos de Whpei a cursar la operación.

    Dice el BCRA que Salmain que se otorgó acceso al Mercado de Cambios, sin la conformidad previa del BCRA, que requiere la normativa para cursar pagos de servicios de capital e intereses de endeudamientos financieros con el exterior cuando el acreedor es una contraparte vinculada al deudor. Que el juez invirtió la carga de la prueba, poniendo en cabeza del Central la obligación de probar los argumentos de Whpei y no al revés. 

    Imputan al rugbier ligado a los servicios por el caso que acorraló al juez Bailaque

    Indican que la sentencia contraria lo dispuesto por la Ley de Medidas Cautelares y no repara en el incumplimiento de los recaudos previstos por la normativa legal vigente para admitir las medidas cautelares que se intentan contra el Estado, lo que lo vuelve un acto judicial inválido.

    Se sospecha que los 10 millones de dólares comprados a precio oficial fueron vendidos al valor blue, lo que generó una suculenta ganancia. Lo que sospechan los investigadores es que la coima para el juez era del 10 por ciento de la ganancia, unos 200 mil dólares

    En diciembre de 2023 Whpei pidió una medida cautelar innovativa para que autorice a Attila Fideicomisos SRL a acceder al mercado libre de cambios y utilizar los fondos en pesos del Fideicomiso privado Double True para comprar dólares estadounidenses, a vender por el Banco Central hasta completar la suma de 10 millones de dólares. Eso se hacía para cancelar financiamientos en moneda extranjera de «DB ACF Netherlands BV» de los Países Bajos, suscriptos en noviembre de 2018.

    En menos de 24 horas, el 5 de diciembre de 2023 Salmain otorgó la cautelar sin haberle dado vista al fiscal que era lo pedido por el BCRA. Ese mismo día Whpei presentó un escrito para que se aclare una parte de la sentencia. Salmain lo hizo en menos de una hora, lo que los abogados del Central, irónicamente, llamaron una «Aclaratoria Express».

    Lo más llamativo sucedió horas después cuando Whpei pidió que se le notificara la sentencia a Reca Compañía Financiera, que es la entidad que le daría acceso al mercado de cambios, lo que el juez libró 28 minutos después de ingresado su pedido. El BCRA le pidió que se abstuvieran de cumplir la sentencia hasta que quedara firme. Pero Salmain rechazó el reclamo. «las medidas cautelares resultan ser de cumplimiento inmediato», dijo.

    El Consejo de la Magistratura inicia el proceso para destituir al juez Salmain 

    La semana pasada, de modo unánime, la comisión de Disciplina del Consejo de la Magistratura resolvió que se analice en la comisión de Acusación que preside el senador Luis Juez esta medida cautelar con que Salmain ordenó al Central vender 10 millones de dólares al cambio oficial al fideicomiso Attila controlado por Whpei. Este trámite puede terminar en el juicio político y la destitución de Salmain.

    Whpei, que desde el 7 de octubre declara como imputado colaborador u arrepentido, reveló toda esta trama de corrupción de la que él mismo forma parte y delató las razones verdaderas de la conducta de Salmain, que para los abogados del BCRA es incomprensible como acto jurídico.

    Fuentes judiciales indican que el BCRA podría actuar como querellante por lo que está contenido en el descalificador texto que sus abogados redactaron contra el juez. Ahí le dicen que el otorgamiento de la cautelar «lesiona el interés público ya que afecta las reservas del país, que están destinadas a proveer estabilidad monetaria y financiera y al pago de los compromisos en moneda extranjera, tanto derivados del intercambio comercial, como de honrar el pago de la deuda externa, en contra de la limitación impuesta por el art. 9 de la Ley 26.854».

     

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  • Argentina (re)sentida

     

    Durante un tiempo en que viví en un refugio de montaña, cada mañana despertaba cuando aún era de noche en el invierno austral y, parado frente a la ventana de mi cabaña de madera, solo veía niebla.

    Sabía que a un lado y al otro de esa nube echada en el paisaje había un bosque milenario. Sabía que bajo esa estepa de agua condensada solían pastar once vacas y que en el fondo del paisaje oculto se erguía la cordillera, como un límite y como una promesa. Pero la incertidumbre sobre lo que sería alumbrado por el rayo del sol igual persistía. El misterio de cada mañana me impulsaba a sentarme ante la máquina y escribir. La luz del sol, si el sol se dignaba, lograba con cierta rapidez hacer desaparecer la neblina. Y a medida que la deshacía, se podía confirmar la existencia de un mundo allí atrás. El mismo mundo, aparentemente. Lo más interesante era ver qué atisbaba uno de ese mundo perdido tras la cortina de incertidumbre antes de que la niebla se desvaneciera por completo. Buscar con paciencia la forma, el sentido de la luz en el horizonte —la existencia imaginada del bosque, los animales, las montañas lejanas— me hacía sentir la certeza de que estaba allí.

    Durante un tiempo usé este recuerdo, convertido en una metáfora básica pero muy concreta, para conversar sobre el futuro con los estudiantes, en la universidad. Vuelve ahora al escribir sobre por qué este libro, por qué estos textos, qué intentamos atisbar en un tiempo que se siente como la niebla que precipitó la noche: el ascenso al gobierno de un proyecto de ultraderecha, hace apenas dos años, en diciembre de 2023.

    Argentina (re)sentida no solo indaga en el horizonte de las afectividades y las subjetividades políticas en esta era de liderazgos ultra y explotación deliberada de las emociones, sino que también ensaya un gesto de relectura. Vuelve sobre lo vivido —el malestar, la rabia, la ilusión, la tristeza— no para clausurarlo, sino para re-sentirlo. Para permitir que ese sentir, cruzado por otros lenguajes y otros prismas de análisis, hable en un nuevo registro. Intenta atisbar un mundo que sabemos allí afuera, al que tenemos que mirar con paciencia persistente para lograr despejar, aunque sea un poco, la bruma de la época.

    No es lo mismo hablar de afectos que de emociones. Esa distinción, que puede parecer técnica o filosófica, tiene consecuencias políticas concretas. Los afectos, como propone entenderlos Brian Massumi, son intensidades que atraviesan el cuerpo antes de que puedan ser codificadas por el lenguaje. Son fuerzas preindividuales, precognitivas, que no están aún atrapadas en la gramática del yo.

    No es lo mismo hablar de afectos que de emociones. Esa distinción, que puede parecer técnica o filosófica, tiene consecuencias políticas concretas.

    Corresponden a eso intuitivo, prepersonal, que podrían ser los instintos básicos biológicos, una especie de carga genética que nos lleva a reaccionar de tal o cual modo ante ciertas situaciones, personas, detalles. Las emociones, en cambio, son ya interpretaciones, formas sedimentadas del sentir, organizadas por el lenguaje, los rituales, las normas.

    Son, como diría Sara Ahmed, tecnologías sociales que distribuyen lo sensible: quién puede enojarse, quién puede tener miedo, quién aborrece a qué, qué cuerpos generan empatía y cuáles rechazo.

    En esa operación se construyen regímenes emocionales: configuraciones históricas de lo que es esperable sentir, de cómo debe circular el afecto en una sociedad. Ahmed señala que las emociones no son privadas ni interiores: se pegan a los cuerpos, se contagian, organizan el mundo. Una política de la emoción no actúa solo sobre las conciencias, sino sobre las reacciones, los reflejos, las memorias corporales. Es por eso que lo que François Dubet llama pasiones tristes —resentimiento, hartazgo, desconfianza— no son simples síntomas del malestar social, sino estructuras emocionales que el sistema necesita para funcionar. Emociones que nos sujetan, que nos atan a lo que detestamos, que nos vuelven cómplices de lo que nos daña.

    Laurent Berlant retoma esta idea desde otra perspectiva y propone el concepto de “optimismo cruel”: vínculos afectivos con objetos o promesas que ya no funcionan, pero a los que seguimos aferrados porque nos ofrecen un sentido de continuidad. La familia, el trabajo, la nación, el futuro.

    Incluso la esperanza. En ese marco, el afecto no es solo lo que sentimos, sino también lo que nos mantiene ligados a formas de vida agotadas.

    Vivimos entre la exaltación del yo y su agotamiento. En un tiempo que aplaude la singularidad mientras impone métricas, que vende autonomía mientras nos obliga a volver algorítmica la emoción. Las subjetividades que habitan este presente no están simplemente agotadas: están atrapadas en una coreografía de rendimientos, precariedades maquilladas de libertad y pasiones que deben parecer gestionadas, jamás desbordadas. Nadie se muestra frágil. Nadie está fuera de control, excepto que lo esté registrando para su transmisión en vivo. Nadie fracasa a menos que pueda convertir el fracaso en contenido exitoso. Las emociones se ordenan como una paleta de productividad: entusiasmo, resiliencia —otra palabra que llegó a su límite de sentido—, mindfulness. Hasta la tristeza se vuelve storytelling si es rentable.

    Las subjetividades que habitan este presente no están simplemente agotadas: están atrapadas en una coreografía de rendimientos, precariedades maquilladas de libertad y pasiones que deben parecer gestionadas, jamás desbordadas. Nadie se muestra frágil.

    No hace falta volver al monasterio para entender cómo se domestican los afectos. El capitalismo contemporáneo ha desplazado la culpa religiosa hacia la autoexplotación emocional. Ya no hay cielo que alcanzar, pero sí versiones de uno mismo que deben mejorar constantemente. En “¡Vos podés!: economía de la insatisfacción permanente”, Paula Sibilia describe este deslizamiento como una mutación del ideal puritano: del sacrificio silencioso al espectáculo del bienestar. Una moralidad hipócrita ha sido reemplazada por una sinceridad obligatoria. Decir “estoy cansado” no es un acto de vulnerabilidad, sino una consigna que debe traducirse en acción, en reinvención, en un compromiso de mejora constante.

    Pero este régimen emocional no opera solo sobre los cuerpos individuales. Como señala Moira érez en “Afectos punitivos”, hay una gramática afectiva que organiza la legitimidad de lo que se puede sentir. Una política del mérito que autoriza ciertos sentimientos a unos y los niega a otros.

    En esa distribución desigual, el afecto se vuelve también dispositivo de poder. Los que transgreden no deben ser comprendidos. La empatía está vigilada. El castigo, legitimado. El que las hace las paga, y los que las pagan no tienen derecho a odiar (solo a ser odiados). La emocionalidad, administrada por un régimen moral que se disfraza de sentido común.

    Mariana Luzzi y María Soledad Sánchez observan con precisión en “¿Todos quieren ser millonarios?” cómo ciertas palabras clave del presente —autonomía, libertad, flexibilidad— se han convertido en máscaras elegantes de una precariedad estructural. Es una sensibilidad que transforma la falta en virtud: se celebra la independencia mientras se sufre la soledad, se elogia la autogestión mientras se fracasa sin red, se naturaliza la incertidumbre mientras se improvisa la existencia con aplicaciones de reparto, billeteras virtuales y cuentas en redes sociales. La plataformización del trabajo encarna esa sensibilidad: “ser tu propio jefe” como forma de evitar nombrar al nuevo patrón algorítmico. El abandono por repulsión de un fordismo ya imposible. Libertad para elegir horarios, sí, pero también para no tener descanso, para trabajar sin contrato, sin seguro, sin cesar. En este contexto, el lenguaje financiero se vuelve lenguaje emocional. Las apps enseñan a invertir mientras prometen calma. El algoritmo sugiere: diversificá tu CV, tu universo, tus pasiones, tus vínculos, tus deseos. El horizonte de sentido ya no es la comunidad, sino la subsistencia personalizada.

    En el texto que cierra esta compilación, Micaela Cuesta completa la disección de la subjetividad de estos tiempos con un bisturí afilado por Max Weber: este nuevo espíritu del capitalismo digital recicla el moralismo protestante, ya no con la figura de Dios, sino con la de la autodeterminación. Si no prosperás, es porque no elegiste bien. Si sufrís, es porque no supiste gestionar tu tiempo. El autor de “(No) hay alternativa”, Luis Ignacio García, nombra este clima como “agobio cínico”. Una saturación afectiva que paraliza, una sobrecarga de estímulos contradictorios que no permite elaborar ni transformar. 

    El cinismo, entonces, no es solo defensa: es sistema. Como ha mostrado Alejandro Grimson en Paisajes emocionales de las ultraderechas masivas, la sensibilidad política contemporánea no puede entenderse sin los desplazamientos del sentir colectivo. Antes que los discursos, son las emociones las que anticipan los giros del poder, moldeando la gramática íntima de lo político. Lo que García describe es más que una coyuntura política: es un clima afectivo que se ha vuelto paisaje. Un encierro en la hiperestimulación que convierte el futuro en amenaza, el presente en aceleración y el afecto en residuo de mercado. Una civilización que corre sin moverse y que exige sonreír mientras arde. Un neoliberalismo zombi, sin proyecto y sin alma, que sigue administrando el tiempo, los cuerpos y el lenguaje como si la falta de horizonte fuera su programa. Mark Fisher —tan revisitado en estos tiempos— lo habría leído como el triunfo de lo que llamó “impotencia reflexiva”: ya no imaginamos otra cosa. 

    Es un clima afectivo que se ha vuelto paisaje. Un encierro en la hiperestimulación que convierte el futuro en amenaza, el presente en aceleración y el afecto en residuo de mercado. Una civilización que corre sin moverse y que exige sonreír mientras arde.

    Bifo Berardi añadiría que tampoco la deseamos, que hay un “colapso del deseo”. Berlant diría que seguimos aferrados a lo que nos daña porque nos enseñaron a no esperar nada mejor. En ese territorio, la furia existe, pero se dispersa. La rebeldía se desarma en estallidos que no se organizan. La resignación no inmoviliza del todo: habilita una sobrevida irónica, agotada, que se representa a sí misma como si fuera resistencia. Lo siniestro —como advierte García— es que esta “solución de compromiso” entre esperanza rota, odio útil y deseo colapsado es exactamente el combustible que la ultraderecha supo convertir en poder electoral. 

    Lo más inquietante no es el daño, sino el afecto que lo sostiene. Y en ese espejo roto asoma la pregunta que García deja encendida: ¿cómo se sale del círculo de rebeldía y resignación en el que nos han paralizado las nuevas derechas? Tal vez no sea cuestión de inventar una nueva épica, sino de volver a una pregunta que olvidamos: ¿qué queremos desear ahora?

    Javier Milei no gobierna con verdades: gobierna con ficciones. Lo que sus seguidores abrazan no es solo un programa: es un régimen afectivo. Sebastián Carassai lo señala con precisión en “La lengua libertaria, eco de una nueva sensibilidad política”: el mileísmo es el punto de encuentro entre dos sentimientos opuestos —nada puede cambiar, nada puede seguir igual— y esa tensión genera una “solución de compromiso enloquecedora”. La ultraderecha ha logrado apropiarse de ese desgarramiento afectivo, construyendo una promesa emocional allí donde otros solo ofrecían datos, razones, estadísticas o tecnocracia; o lo que es peor: una narrativa, como si la sola existencia de relato garantizara la transformación antes que consolidarla y volverla conservadora. Milei no gobierna desde la razón ilustrada, sino desde una sensibilidad contradictoria que, aunque a veces resulte inaceptable según las coordenadas de “nuestro mundo”, es necesario comprender en su fuerza esencial: la de una ilusión que adquiere una materialidad política imposible de ridiculizar sin consecuencias. Aquí, una de las trampas: si el progresismo desprecia la ilusión de los otros, si se regodea en desenmascarar el hechizo ajeno sin atender al propio desencanto, pierde. No alcanza con refutar. No basta con denunciar el error o el engaño.

    Hay que imaginar una nueva ilusión colectiva. Pero también eso se ha vuelto problemático. ¿Puede la imaginación transformarse en un imperativo político? ¿Podemos exigirnos imaginar cuando el presente nos agota, nos seca, nos vuelve irónicos, cínicos, expertos en sobrevivir sin esperanza? ¿Puede ser la imaginación un deber? ¿No traiciona el imperativo la propia lógica de su posible existencia quitándole todo misterio al acto de crear?

    Hernán Borisonik lo sugiere con lucidez en “Contra la desimaginación: hacia una erótica del futuro”: la política contemporánea no fracasa por falta de argumentos, sino por falta de erotismo del porvenir. Observa que el porvenir no ha sido abolido, sino modulado por las lógicas del algoritmo. Ya no se trata de una promesa común, ni de un relato compartido.

    Lo que aparece es una proliferación de microfuturos: breves, predecibles, adaptados al comportamiento de cada quien. No hay proyecto, hay predicción. Ya no se trata de desear lo imposible, sino de optimizar la expectativa. Como advertía Fisher: la cancelación del futuro no llega con su desaparición, sino con su normalización. El drama ya no es la ausencia de un horizonte, sino su estandarización: un menú de caminos repetidos, todos disponibles, todos iguales. Lo más trágico no es que no podamos cambiar el mundo: es que dejamos de necesitar cambiarlo. La política se torna administración de estímulos. Y la tristeza se convierte en un tono de fondo: ni duelo ni revuelta, apenas un murmullo que acompaña el rendimiento.

    Entonces, ya no se trata solo de tener razón. Se trata de conmover, de producir un temblor, de invitar a una escena sensible del futuro. Se trata, quizás, de producir eso que es difícil de definir pero existe: el tremor interno e involuntario en un lugar escondido del cuerpo. El progresismo que no erotiza el mañana está condenado a quedarse en la queja.

    Ya no se trata solo de tener razón. Se trata de conmover, de producir un temblor, de invitar a una escena sensible del futuro.

    Crear regímenes de ilusión alternativos no implica mentir, sino producir afectos nuevos para habitar lo que vendrá. Y eso exige arte, lenguaje, cuerpos, sensibilidad. Una gramática nueva de lo verosímil como invención política. Esto no implica posicionarse en la cómoda y refractaria vereda de los que desprecian el progresismo per se, seguros de que el tono de época los aplaude porque la vara de la crítica esta baja; como todo, en nuestra flaca conversación política se lo denigra en pos de un supuesto neoprogresimo. Este, otra vez iluminado, vendría a ser uno con el dedo en alto, cual dicroica dirigida en un cuarto blanco. Aquí, además de ofrecer un diagnóstico, una lectura de este tiempo, buscamos otras formas de iluminar el porvenir.

    Antes de que el presente se volviera domesticación del futuro, hubo un momento de oscuridad en el que aprender a ver fue también aprender a esperar.

    Rossana Reguillo lo recuerda y propone aprender a “atravesar la noche a la luz de una luciérnaga”. Insistir con la propia presencia cuando la niebla es espesa, persistir como cuerpo visible cuando el sistema produce distracción, cinismo o desvío. Esa imagen —aunque algunos puedan leerla como optimismo desembozado— guarda aún hoy una potencia: iluminar no como acto espectacular, sino como forma de interrumpir la normalidad opaca. Una conversación que enciende. Una mirada que corta el flujo. Un gesto menor que rompe la administración de los afectos. Quizás haya algo en esa insistencia corporal, en ese estar aunque no se vea, que explique también la vibración secreta de este libro.

    Porque si el afecto puede ser captura, también puede ser fuga. Las filosofías del proceso —como la de Deleuze— nos ofrecen esa vía del pensamiento. El afecto, antes que estado, es variación. Movimiento. Umbral. Acontecimiento. Lo que ocurre entre los cuerpos antes de que sepamos qué es. Esa visión nos libera de la trampa del yo como centro y del lenguaje como cárcel. Nos permite pensar el afecto como potencia, como lo que todavía no ha sido fijado por el orden. De pronto, si profundizamos hacia lo filosófico se produce una grieta interesante en la trampa a la que estamos sometidos, una fuga que este libro intenta mirar.

    Una afectividad crítica, como la que proponemos aquí debe ser capaz de abrir grietas, de ensayar otros modos de estar afectados. 

    Argentina (re)sentida trabaja como una suerte de pedagogía sensible: no pretende enseñar desde la certeza, sino desde el temblor compartido. Una invitación a re-sentir sin repetir. A volver a mirar con otros ojos, a desobedecer la gramática emocional heredada sin negar lo vivido. Se trata, en ese sentido, de ensayar otros modos de estar afectados. No para abolir la tristeza o el dolor, sino para alojarlos sin repetir la captura. Para habitar lo que vibra antes de volverse mandato. Ese intersticio, ese antes microcelular, existe.

    Una forma que proponemos aquí de mirar el futuro dialoga con la propuesta de Rossi Braidotti: abandonar esa concepción del sujeto individualizado y restaurar una ética de la interdependencia: cuerpos en relación, afectos compartidos, precariedades reconocidas. No se trata de volver al trabajo protegido ni de romantizar el caos, sino de construir formas de vida que no se definan por la marca personal sí por el lazo que resiste a ser monetizado.

    Los objetivos de vida —tener una casa, irse de vacaciones, no morir de hambre— no han desaparecido. Pero los caminos que se prometen para alcanzarlos se han vuelto tan delirantes como crueles. Lo que este libro propone es desmontar la trampa: analizar el presente con sus contradicciones, con sus zonas grises, con el deseo todavía latente de vivir sin que el algoritmo dicte el ritmo ni la moral nos imponga la culpa. De los diagnósticos implacables a lo posible más allá del fracaso, sería su point.

    Esa fragilidad deseante, esa mínima experiencia de plenitud no administrada, puede ser el inicio de otra temporalidad. No una épica, sino una grieta. No un sistema, sino un instante.

    Sobre el final, Micaela Cuesta propone, en este clima de extenuación administrada, “La felicidad  pesar de todo”. Una figura que proviene más de la filosofía que de la sociología, su metier, pero una figura radical: la felicidad como interrupción. No un objetivo a alcanzar. No un estado permanente, mucho menos una promesa de mercado. Una felicidad que aparece como desvío, como ráfaga, como síntoma de que algo —por breve que sea— se salió del guion. Esa felicidad sin indicador ni moral de rendimiento vibra como el reverso de la lógica del sacrificio que organiza nuestras vidas. No se produce, no se gestiona: ocurre. Y cuando ocurre, interrumpe lo fatal del adormecimiento generalizado.

    El neoliberalismo sacrificial organiza las emociones de un modo que justifica la desigualdad o impone un cinismo resignado. También administra el tiempo. Borra el futuro como horizonte compartido y lo reemplaza por ciclos de ansiedad, de rendimiento, de urgencia sin relato. Pero mientras haya experiencias de felicidad —aunque no duren, aunque no rindan, aunque no se vendan— habrá pulsión utópica. No se trata de prometer un mañana, sino de sentir que aún podría haber uno.

    Esa sospecha, esa fragilidad deseante, esa mínima experiencia de plenitud no administrada, puede ser el inicio de otra temporalidad. No una épica, sino una grieta. No un sistema, sino un instante. Y a veces, con eso alcanza.

    Tal vez esa sea la forma más honesta de persistir: no negar la bruma. No hacer de ella una metáfora del vacío, sino del umbral. Porque en esa niebla que se posa sobre lo visible —como una promesa sin garantías, como una presencia aún sin forma— late todavía el futuro. Un futuro que no se alumbra con certezas ni programas, sino con sensibilidad compartida, con imaginación persistente, con afectos que no se resignan a ser gestionados.

    La niebla no niega la existencia de un mundo. Solo la posterga. Exige tiempo. Exige compañía. Exige una mirada capaz de sostener la espera sin cinismo, sin anestesia. Este libro no despeja el horizonte, pero señala que debe haber alguno. Lo apunta con palabras, con preguntas. Lo ilumina a la manera de las luciérnagas: por instantes, con delicadeza, sin espectáculo. Y en esa intermitencia quizá se aloje la promesa de lo que aún no sabemos decir, pero ya empezamos a sentir juntos. Eso hace Argentina (re)sentida: no despeja la niebla, pero la habita. La re-significa. La atraviesa con ideas que vibran en medio de la opacidad. No para disiparla del todo, sino para encontrar ahí —en su espesura— una forma posible de futuro junto a otros. 

    La entrada Argentina (re)sentida se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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