La Dirección de Cultura de la Municipalidad de Villa Regina informa que están abiertas las inscripciones a dos nuevos talleres que se dictarán en la biblioteca ‘El Progreso’:
*Costura sustentable: lunes de 16 a 18 horas con la profesora Camila Barreiro
*Reciclado para niños: viernes de 15 a 17 horas con el profesor Nicolás Sandoval
Para informes, dirigirse al celular 2984 246428.
Por otro lado, también se reciben inscripciones al taller ‘Rimas hip-hop’. En este caso se dictará los lunes de 15 a 16 horas en la plaza del barrio 25 de Mayo y también los lunes de 16 a 17 horas en el Oratorio Buen Pastor. Las clases están a cargo de Josías Contreras.
En este caso, las inscripciones se reciben en la Escuela de Arte (Brasil 91). Informes al 2984-650817.
Durante el mes de mayo se conmemoró en todo el mundo la “Semana del Parto Respetado” bajo el lema: «Menos intervenciones, más cuidados». Se intenta sensibilizar para promover la modalidad del parto humanizado ante prácticas que son antinaturales y que violentan a la mujer y al bebé. También, se busca visualizar la ley 25.929 (aprobada…
Hoy comienza la tercera y última semana de la colonia de invierno destinada a niños y niñas de entre 5 y 10 años organizada por la Dirección de Deportes de la Municipalidad de Villa Regina. La actividad se desarrollará durante lunes, miércoles y viernes según el siguiente cronograma: *14 a 15,30 horas: concentración Plaza de…
Mauricio Macri se fue con las manos vacías de Olivos. Se encontró con un Milei agrandado por el triunfo electoral que le explicó que hizo «todo bien» y por eso los argentinos y Trump lo «premiaron» con su renovado respaldo.
La cita se había pautado cuando el gobierno se imaginaba una derrota o un empate con el peronismo y sufría el pico de la corrida contra el peso. Los diez puntos que sacó la Libertad Avanza en las elecciones cambiaron todo. De inmediato, en el entorno del Presidente coincidieron que ya no era necesario entregarle parte del gabinete a Macri.
Macri se sintió «ninguneado» porque en el medio de la cena estallaron las renuncias de Guillermo Francos y Lisandro Catalán, absorbiendo la atención de Milei. «No hay nada que contar», dijo de malhumor a la salida del encuentro, cuando lo consultó uno de sus hombres más cercanos.
Como anticipó LPO, Milei no le ofreció nada a Macri porque en el gobierno entienden que cederle ministerios al PRO se vuelve complicado porque, luego, cuesta echar a los ministros. Se evaluaba ofrecerle algunos lugares en segundas o terceras líneas, pero por ahora, ni eso.
En la cena, Macri intentó moderar el exitismo de Milei y le dijo que no desperdicie esta oportunidad de la Argentina. «No sabemos si va a haber otra, con Estados Unidos apoyando, no tiremos los penales afuera», le pidió Macri a Milei, según comentó a LPO un dirigente macrista al tanto de lo conversado.
No desperdicies esta oportunidad de la Argentina, no sabemos si va a haber otra, con Estados Unidos apoyando, no tiremos los penales afuera.
Como el resultado del encuentro fue malo, en el PRO explicaron que «Macri no quiso hablar con la prensa para no joder». Sin embargo, el relevo de Francos por Manuel Adorni impactó en el partido amarillo. «Poner a Adorni en lugar de Francos es como si nosotros hubiéramos puesto a Fer de Andreis en lugar de Marquitos Peña», dijo uno de los hombres de Macri. No observan que esté en los planes de los hermanos Milei mejorar la calidad de la gestión, como venía reclamando Macri y hasta Milei había sugerido, en su momento más complicado.
Pero la falta de ofertas impactó de lleno en los bloques de Macri en el Congreso. «Tenemos 20 diputados, nos van a necesitar», advirtió a LPO un diputado del PRO.
La cuenta resulta amenazante porque La Libertad Avanza tendrá a partir de diciembre poco más de 80 bancas propias, dependiendo de la fórmula con que se calculen, pero se necesitan 129 legisladores para el quórum y la mayoría simple que requiere la aprobación de leyes, como el Presupuesto o las reformas con las que viene amagando la Casa Rosada.
La amenaza del macrismo tiene su peso. Milei ya pasó por la experiencia de sufrir reveses tanto en el Senado como en la Cámara Baja cuando Macri se fastidiaba por su destrato. Le pasó cuando le rechazaron en el Congreso el decreto por los fondos extra para la SIDE, después que Macri organizara un zoom con diputados de su bloque y gobernadores de Juntos para bajar la orden del rechazo, una hora antes de la sesión.
Poner a Adorni en lugar de Francos es como si nosotros hubiéramos puesto a Fer de Andreis en lugar de Marquitos Peña.
Por eso, un legislador de los que continuará en la bancada de Cristian Ritondo tras el recambio parlamentario se atrevió a plantear que Macri no dramatizó la ruptura del bloque que le asestó Patricia Bullrich, por instrucción de Milei, justo antes del encuentro. Esa decisión implicó un mensaje directo a Macri: el gobierno no aceptará el recambio de Martín Menem por Cristian Ritondo en la presidencia de la Cámara de Diputados.
«Macri ya venía pidiendo que rajaran a los bullrichistas y se había calentado cuando Sabrina Ajmechet borró de su biografía de X que era diputada PRO», contó el diputado.
Ajmechet, de hecho, mandó un resentido mensaje de despedida al grupo de WhatsApp del bloque. «Me hubiera gustado que el PRO bancara en parte mi candidatura, en vez de decir públicamente que no me habían puesto. Pero es la realidad, mi lugar en la lista me lo dio exclusivamente LLA, el PRO se ocupó de hacerlo público y tiene sentido, por lo tanto, que me pase al bloque de ellos», se justificó.
El que había roto el hielo fue el bullrichista Damián Arabia, que transparentó el nivel de agresividad que hay con Macri. «En lo personal, de este bloque, del presidente del bloque y de cada uno de ustedes, tengo solo cosas positivas para decir. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de la conducción del partido, del que fui expulsado», escribió.
En momentos de alta volatilidad como el actual, existen en el mercado porteño algunos instrumentos que permiten cobrar una renta periódica en dólares, invirtiendo pesos. Para eso, hay que combinar Cedears -un instrumento que permite a los argentinos comprar acciones de Wall Street- y obligaciones negociables, es decir deuda emitida en dólares de las empresas.
De acuerdo a Valentino Ramos, asesor financiero en Bull Market Brokers, lo más seguro es comprar Cedears de compañías globales de máxima calidad, como McDonald’s (MCD), que aporta previsibilidad gracias a un negocio anclado en franquicias, lo que le permite sostener un dividendo anual en dólares cercano al 2,3%.
En esa línea, Ramos también recomienda Coca-Cola (KO), que ofrece una rentabilidad por dividendos del 2,9% y se consolidó históricamente como una de las empresas más consistentes del mundo, con pagos que crecen año a año desde hace décadas.
Para completar la cartera de Cedears, Ramos mencionó de otros dos gigantes del consumo masivo.
«PepsiCo (PEP) complementa este bloque defensivo con un rendimiento más alto, cercano al 3,8% anual. Su diversificación entre bebidas y snacks le otorga una resiliencia particular, algo especialmente valioso en un contexto internacional cambiante», señaló.
PepsiCo (PEP) tiene un rendimiento alto, cercano al 3,8% anual. Su diversificación entre bebidas y snacks le otorga una resiliencia particular, algo especialmente valioso en un contexto internacional cambiante.
«Mientras que Procter & Gamble (PG), con un yield estimado de 2,6%, suma la fortaleza de un negocio centrado en productos esenciales como higiene, limpieza y cuidado personal, sectores que mantienen demanda estable incluso en ciclos económicos menos favorables», agregó Ramos.
Con estos Cedears, un inversor argentino puede recibir pagos de dividendos en dólares en enero, marzo, abril, junio, julio, septiembre, octubre y diciembre.
Un campo petrolero de Vaca Muerta, donde operan varias compañías que emitieron deuda en dólares.
Por su parte, Pedro Moreyra, director de Guardian Capital, enfatizó en la importancia de comprar obligaciones negociables (ON) para cobrar dólares todos los meses.
«Estos títulos proporcionan una tasa fija anual, y depende el título, pagan cupones de manera trimestral o semestral. Un inversor puede armar una cartera que contenga varias ON, de manera que cobre un cupón todos los meses del año», afirmó.
«En últimos días varias empresas argentinas emitieron un récord de USD 3.150 millones en deuda externa, impulsadas por la baja del riesgo país. Si las perspectivas macro permanecen constructivas, y continúa la compresión del riesgo país, mejoraría también el perfil crediticio de las empresas argentinas, y podrían acceder a tasas más competitivas. Por tanto, es un mercado que puede crecer aún más», agregó Moreyra.
Las obligaciones negociables proporcionan una tasa fija anual, y depende el título, pagan cupones de manera trimestral o semestral. Un inversor puede armar una cartera que contenga varias ON, de manera que cobre un cupón todos los meses del año.
Para Moreyra, la clave está en escoger los créditos con mejor calificación y en sectores con buenas perspectivas de crecimiento. Y si son negocios a los que les «entran dólares», mejor.
Por este motivo, destacó los bonos de empresas como YPF, Tecpetrol, Pampa Energía, Pluspetrol, IRSA y Vista Energy.
De esta manera, combinando Cedears y bonos corporativos, los inversores argentinos, sin abrir cuenta en el exterior, pueden generar un flujo de fondos periódico en dólares que represente una tasa anual de entre el 5% y el 7%, aproximadamente.
Todo lo que sobra, molesta y ocupa lugar va a parar al ropero de mi hijo.
Sus cosas entran en una valija que lleva y trae cada semana desde la casa de su madre. Cuando llega, las acomodamos en los estantes de la izquierda. El resto del ropero lo usamos para guardar abrigos, frazadas, recuerdos y un montón de objetos inútiles de los que todavía no nos podemos despegar. Pueden estar allí varias temporadas hasta que pierden por completo su sentido y, por fin, los tiramos a la basura o los donamos.
Mi hijo lo llama “la otra dimensión”. Dice que me vio meter cosas que nunca salieron, como su primera pileta de lona. El ropero se la comió. Dice que es como la habitación del pensamiento abstracto de la película Intensamente, un lugar a donde van a parar los residuos de la memoria antes de borrarse para siempre de la vida de alguien.
Cada tanto la puerta se abre. A veces porque necesitamos algo. Otras, porque hacemos espacio en la casa y nos vemos obligados a mandar cosas a la otra dimensión.
Este es un momento de hacer espacio. En unos meses nacerá Helena y el estudio, el lugar que armamos para trabajar desde que llegamos a esta casa, se va transformando de a poco en la habitación de una niña.
Anoche entró un frente frío. A las once y media se descolgó una tormenta imponente. Sofía se recostó en el sillón y se tapó con una manta. Vicente todavía estaba despierto y quiso salir a la galería a ver cómo caía la lluvia. Abrí las puertas y las ventanas para dejar pasar el aire fresco y me dispuse a mandar cosas a la otra dimensión. En el piso, sobre la alfombra con dibujos infantiles, acomodé de un lado lo que debía entrar y de otro lo que debía salir. Carpetas, archivos, libros, diarios viejos, juguetes en desuso.
En el fondo semivacío del ropero reconocí el bulto azul envuelto en una bolsa transparente. Un bulto que me acompaña desde hace ocho años, cuando mi hijo era un bebé. Sobrevivió a cada digestión de la otra dimensión: diez mudanzas, dos separaciones.
Abrí el paquete. Metí la mano, saqué uno por uno los trapos y los estiré en el espacio libre del piso: el saco de pana azul, la gorra de visera dura, las insignias doradas.
–¿Es un disfraz?
Vicente estaba parado en la puerta con los pies mojados.
–Es un uniforme.
–¿De policía?
–Sí.
–¿Del nono?
–No, no es de mi papá.
–¿Salió de la dimensión?
–Sí, salió de la dimensión.
–¿Y lo vas a tirar?
Sobre el piso, miré los trapos que alguna vez fueron parte de la ropa de trabajo de un represor, un hombre ya muerto que dirigió un centro clandestino y una patota de policías dedicada a secuestrar y asesinar gente durante la última dictadura militar.
Hay una tarjeta con su nombre pegada en la parte interior de la gorra: Raúl Pedro Telleldín. Hace mucho quise hacer un libro sobre él; me acerqué a sus hijos, entrevisté a militares y a policías condenados por crímenes contra la humanidad, escuché a sus víctimas y junté decenas de expedientes. Pero nunca pude escribir una línea y el proyecto quedó archivado, como el uniforme.
Foto: Santiago Salguero
Vicente acomodó la gorra en donde imaginó una cabeza. Es- tiró una manga del saco, dibujó una silueta. Se lo quedó mirando. Parecía la piel usada de una serpiente. El cuero de una bestia.
–Es áspero –dijo–. Poneteló. Dale, pa, poneteló.
3.
Esta mañana pasó mi viejo.
Venía de trabajar, uniformado. El pantalón pinzado, los zapatos negros lustrados (ya no usa borcegos) y la camisa celeste que le ajusta cada vez más la panza. La pistola metida a presión en el cinto. Nunca se baja del auto sin el arma. Aunque no tenga el uniforme puesto, aunque vista short y remera, el bulto está ahí, como un órgano más de su cuerpo.
Esta vez trajo pañales para el acopio y galletas para la merienda de Vicente. Tomó dos mates y dijo que estaba apurado. Sus visitas son así: fugaces, intempestivas, incómodas. Antes de irse, le mostré el cuarto en construcción. Entre los ajuares, estaba el uniforme. Lo saqué para mostrárselo, quería ver su reacción.
Inspeccionó las insignias.
–Era de un jefe –dijo–. Cuando eras chico tenías una gorra como esta para jugar ¿te acordás? Era del Tata.
–Sí.
–¿Y esta también fue del Tata?
–No. Esta es mía.
4.
Busco entre las cajas importantes los archivos de mi investigación. Si voy a deshacerme del uniforme, debería tirar también estos cuadernos, estas fotos, el disco en el que almaceno horas de entrevistas. En una de las libretas tengo anotada la fecha en que el uniforme llegó a mí: sábado 3 de octubre de 2015. Acababa de cumplir 32 años. Vivía en Buenos Aires. Trabajaba en una agencia de noticias. Vicente era bebé. Todavía no me había separado de su madre. Tenía un proyecto: escribir un libro. Un libro sobre un policía, un asesino, un conspirador. No esperaba terminar cuidando su ropa.
Foto: Santiago SalgueroFoto: Santiago Salguero
En la libreta, al lado de la fecha, anoté: llueve en Castelar. Y llovía, posiblemente, en todo Buenos Aires. El olor a asfalto mojado entraba por las ventanas hasta esa oficina tapizada de libros, en la planta alta de la casa, en la que hablé durante dos horas con Carlos Telleldín, hijo de Raúl Pedro Telleldín. Detrás de él, un televisor de cincuenta pulgadas mostraba lo que filman nueve cámaras de seguridad: habitaciones vacías, dos perros mojándose en el patio, un policía custodiando la entrada; en la cocina, una mujer caminaba con un bebé en brazos.
–No te vas a ir ahora… Te vas a cagar mojando –dijo en un momento y dio por terminada la entrevista.
Eran las siete de la tarde. La estación de tren quedaba a cinco cuadras y la lluvia no paraba. Decidí esperar.
–Hacés bien. Bajemos que me quiero sacar esta mierda.
Aflojó el cinto de su pantalón y se perdió escaleras abajo. Lo seguí por salones que olían a madera fina, hasta que llegamos a la cocina que un rato antes había visto minúscula en uno de los cuadros del televisor.
Carlos me dejó solo con la mujer que aupaba el bebé. Joven, morena, alta, por lo menos dos cabezas más que él. Imaginé que debía ser Roxana, su octava esposa. Un rato antes me había hablado de ella. “Tiene 20 años”, había dicho con cierto orgullo. Carlos tenía 54. El bebé debía ser Tomás, su décimo hijo.
Unos minutos después volvió vestido con un jogging y un buzo gris. Traía una caja con recuerdos debajo del brazo. Nos presentó.
–Él es periodista. Pero no vino por la AMIA, quiere hablar sobre mi papá.
Roxana hizo un gesto de alivio.
El atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) que en 1994 mató a 85 personas, es el motivo por el que el apellido Telleldín se hizo tristemente famoso. Carlos fue el hombre con más acusaciones en esa causa, que sigue impune. En 1994, cuando se dedicaba a reducir autos robados, Carlos fue detenido, acusado de vender la Trafic usada como coche bomba para volar la AMIA. Pasó más de una década preso sin ser juzgado. En la cárcel, estudió derecho. Cuando lo conocí, me dijo “puedo robar un estéreo y no voy en cana, con todos los años que me deben”. En 2020 fue absuelto por ese delito. Ya no vende autos robados. Maneja un gran estudio jurídico y en el ambiente le dicen el rey de los sacapresos. “A mí me metieron en la causa AMIA los enemigos de mi padre que estaban en la SIDE”, repite cuando puede.
Raúl Pedro Telleldín, el papá de Carlos, fue militar, fue peronista, fue policía y dirigió una de las mayores máquinas de exterminio que haya conocido la historia de Córdoba. A mediados de 1975, un año antes del golpe cívicomilitar en Argentina, asumió el mando del Departamento de Informaciones de la Policía, el D2. Manejaba una dotación de hombres y mujeres crueles, que tenían la misión de exterminar opositores, especialmente de izquierda. Su sello fueron las bombas: mandó a explotar oficinas públicas, redacciones de diarios, comercios, casas particulares y hasta las tumbas de sus propias víctimas. En el D2, ubicado a metros de la plaza principal de Córdoba, fueron torturadas cerca de dos mil personas, muchas de las cuales están desaparecidas. Allí dentro, Telleldín era “El Uno”. Así lo llaman, todavía, quienes fueron sus subordinados. Murió en un accidente de autos en 1983. Lo velaron a cajón cerrado. Décadas después, se rumoreaba que seguía vivo, camuflado en otras identidades.
Escuchaba su nombre en cada juicio por delitos de lesa humanidad que me tocaba cubrir como periodista. Parecía misterioso, conspirador y frío. Pero nadie sabía demasiado. Me atraía la idea de que siguiera vivo, camuflado en otra vida; aunque, por los años que habían pasado desde su muerte, era improbable.
Sobre Raúl Pedro Telleldín quise escribir un libro. Un libro periodístico, un libro molesto, porque “si no molesta, no es periodismo”, decíamos por ahí.
Si pienso ahora en todas las molestias que me trajo, ese día no me habría llevado el uniforme a mi casa.
Era la segunda vez que me entrevistaba con Carlos Telleldín. Para ganarme su confianza, le había dicho que yo también era hijo y nieto de policías.
–Nos vamos a entender –contestó.
Estábamos en su casa, mirando una caja con recuerdos de la que sacó un retrato de Perón dedicado al “camarada y amigo Telleldín”.
–Vení, mi amor. Escuchá así aprendés. ¿Sabías que Perón le regaló a mi papá su carnet de la CGT de los trabajadores?
¿Sabías que mi papá fue su custodio, mi amor?
Roxana miró sorprendida. Yo tampoco había escuchado ese dato antes. Carlos hablaba de su padre con una admiración desbordante. Estaba, aseguraba él, en sus antípodas ideológicas. Lo consideraba un criminal. Pero no cualquier criminal: un criminal que obedecía órdenes, y de muy pocas personas: las pocas que estaban por encima de su cargo.
–Mirá esta foto, este chiquito de acá soy yo, y ese es mi papá. Ese uniforme que tiene puesto lo tengo guardado acá en casa, ¿o no mi amor? También tengo unas armas reglamentarias suyas que me gané en un juicio sucesorio.
Desapareció y volvió al rato. En una bolsa trajo el uniforme y un sable. Lo estiró sobre un sillón; el saco de pana azul, la chaqueta más fina, la gorra con las insignias doradas de la Policía de Córdoba. Fue la primera vez que vi el uniforme.
–A este me lo pidió la Presidenta para llevarlo al museo de mi papá.
–¿Cristina Kirchner?
–Sí, ella. A través de Eduardo Valdés, el embajador del Vaticano. Él era amigo de mi viejo, se conocían del peronismo
–¿Y para qué lo quería?
–Qué sé yo… para llevarlo al museo de mi viejo, supongo.
Carlos le decía “el museo de mi viejo” al Archivo Provincial de la Memoria, el espacio para la promoción de los derechos humanos y para recordar a las víctimas del terrorismo de Estado, montado en el edificio donde funcionó el D2.
–Pero si querés te lo doy a vos. Donalo de manera anónima al museo. Tocá, lo tengo rebien cuidado.
Lo extendió, abrió una manga sobre el respaldo del sillón.
–Poneteló –le propuse.
–¿Qué?
–Sí, dale. Probateló.
–A ver, mi amor, ayúdame.
Se sacó el buzo, comenzó a meterse de a poco en el traje.
Las mangas le ciñeron, el forro cedió, se rajó.
–¡La concha de la lora, estoy más gordo que mi viejo! Me acuerdo que lo iba a ver a los desfiles y me parecía que estaba embarazado del panzón que tenía.
Roxana tuvo que ayudarle a quitárselo.
–La concha de la lora… Tomá –dijo–, llevateló, donalo de manera anónima.
Esa noche volví a casa con el uniforme. Para que no estorbe, lo metí en el ropero que estaba en la habitación de Vicente. A su madre, mi pareja por entonces, le prometí que sería provisorio.
Cuando viajé a Córdoba, dos semanas después, llevé el uniforme al Archivo Provincial de la Memoria. Recuerdo que me recibió la directora y una investigadora que solía consultar como fuente. Recuerdo que conté cómo lo había conseguido, expliqué que estaba investigando sobre Telleldín y que, para eso, hablaba con su familia y con policías que lo habían conocido. Sentía que estaba haciendo un aporte; además del uniforme, tenía documentos y podía, creía yo, conseguir información importante. Recuerdo los gestos de las dos mujeres, las muecas de repugnancia que hacían a medida que avanzaba en mi explicación. Una me cortó en seco. “Acá recordamos a las víctimas, no es un museo de criminales”.
Me sentí un estúpido. No supe qué decir. Cuando salí del edificio, con el uniforme en la mano, cuando pisé el empedrado del Pasaje Santa Catalina, me enfrenté a las miradas de las víctimas del D2, que me juzgaban desde las fotos en blanco y negro que hacen de memorial.
Entre todas, distinguí la cara del subcomisario Ricardo Fermín Albareda.
5.
La noche que murió, la noche del 25 de septiembre de 1979, Albareda salió a eso de las diez de la Dirección de Comunicaciones de la Policía de Córdoba y subió al Peugeot 404 blanco. Lo esperaban Susana Montoya, su esposa, y sus hijos Mónica, Fernando y Ricardo, de meses.
Sofia Beran
En el trayecto, dos autos lo cercaron. El “Chato” Calixto Flores y Hugo Britos, policías del D2, iban en uno. Raúl Pedro Telleldín y su lugarteniente, Américo Romano, en el otro. A punta de patadas, lo arrancaron del Peugeot y lo metieron a uno de los autos.
Después, manejaron unos cuarenta minutos por una ruta de curvas y laderas hacia el norte de Córdoba, hasta llegar al Chalet de Hidráulica, uno de los centros clandestinos del D2, escondido en una península del lago San Roque, rodeada de agua, oculta entre una arboleda de pinos y eucaliptus.
Albareda se había hecho policía a los 19 años, cuando salió de la escuela. Como su padre, como su abuelo, como sus hermanos. Vocación y mandato familiar, son cosas que a veces se confunden.
Mientras ascendía, comenzó a estudiar ingeniería electrónica, en 1969. Así que para 1979, tenía una foja de servicio impecable y estudios avanzados. En una semana iba a cumplir 38 años y pronto asumiría como comisario, lo que le abría la oportunidad de quedar a cargo de la Dirección de Comunicaciones.
Su oficina quedaba en la Casa de Gobierno. Por sus manos, durante 16 años, pasaron los télex del sistema de comunicación que llegaban desde la presidencia, también gran parte de la comunicación interna de la Policía.
Albareda tenía también, desde 1970, una identidad secreta, clandestina. Era “Pablo”, en el aparato de contrainteligencia del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Desde su lugar, tuvo un rol clave en el trabajo de contrainteligencia del ERP, sobre todo para adelantarse a los procedimientos del D2. Por eso, desde que asumió, en 1975, Raúl Pedro Telleldín se obsesionó con el traidor que trabajaba desde las entrañas de la fuerza. Para octubre de 1976, ya no quedaba casi nada de la estructura del ERP. En enero de 1978 fueron secuestrados Ester Felipe y su marido Luis Mónaco, último contacto de Albareda con la estructura. Y hasta la noche del 25 de septiembre de 1979, estuvo solo, quizás esperando la caída.
El fulgor plateado del lago y el monte oscuro hacia la ruta era todo lo que veía esa noche, desde la galería del Chalet de Hidráulica, el centinela Ramón Roque Calderón. Le decían Kung Fu y era guardia estable del chalet desde septiembre de 1976. Los faros de dos autos abrieron la negrura del campo y Calderón pudo ver a sus superiores avanzar hacia la casa: adelante Telleldín; detrás, un hombre alto, delgado, que daba pasos con letargo, como si estuviera herido o muy borracho. Los otros lo empujaban para que avanzara. Divisó que el hombre vestía uniforme de la Policía con insignias doradas de un superior; subcomisario o comisario.
–¿Quién es el carteludo? –preguntó Calderón.
–¡No pregunte! –lo cortó Telleldín.
Con alambre, ataron a Albareda a una silla de madera. Los tobillos a las patas, los brazos detrás. Quizá escuchó las olas del lago azotándose contra algún acantilado. Quizás escuchó grillos anunciando el calor. O quizás la mente se le nubló con los primeros golpes y entonces fue el principio del fin.
Calderón había oído gritar a cientos de torturados en los tres años que llevaba custodiando el Chalet de Hidráulica: era el llanto de los que no saben qué va a ser de su vida, como el que le escuchó clamar a Albareda esa noche, cuando comenzaron a torturarlo. Pero siempre, declaró Calderón en el juicio que se hizo en 2009, se quedó afuera. No quería ver. Esa noche no pudo.
–Venga, Kung Fu, quiero que vea algo –lo llamó Telleldín–. Quiero que sepa qué pasa con los traidores.
Una por una, Telleldín arrancó las insignias de los hombros de Albareda, hasta degradarlo por completo. Después pidió una botella de whisky y un botiquín. Cuando lo tuvo, sacó un bisturí, rajó el pantalón por la mitad, agarró los testículos de Albareda.
–Si caminás, si tenés los pies en la tierra, es gracias al peso de las bolas –le dijo–. Pero ahora te las corto y te vas al cielo.
Y con un golpe de bisturí lo capó.
Para callar los alaridos del hombre, Telleldín metió la parte amputada en su boca y comenzó a coser los labios. Agarró la botella y tiró un chorro de whisky en la herida.
Nadie decía nada en el semicírculo de ojos. “Era El Uno” explicó Calderón, “y El Uno te mataba”.
Una hora más tarde, después de hacer fuego, después de comer un asado, Telleldín ordenó cargar el cuerpo de Albareda en el baúl de un auto, y se fueron.
Empieza a levantar la temperatura, se acerca la primavera, toma mayor protagonismo el turismo en la costa atlántica y el pintoresco balneario de Las Grutas aparece como destino. La villa tiene mucho más que ofrecer que sus hermosas playas paradisiacas de aguas templadas. Como todas las primaveras el Avistaje de Fauna Marina es el foco…
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