Diego Spagnuolo se quedó sin abogados defensores luego de la declaración de Fernando Cerimedo, quien confirmó el entramado de coimas con la droguería Suizo Argentina que lleva a los Menem y Karina Milei. La dimisión fue comunicada por los letrados a la Fiscalía a las 17:35, mientras personal del Poder Judicial y efectivos policiales abrían las cajas de seguridad que Spagnuolo y Daniel Garbellini.
Los abogados Juan Aráoz de Lamadrid e Ignacio Rada Schultze presentaron su renuncia como defensores Spagnuolo en la causa que investiga al propio presidente Javier Milei por presunta defraudación por administración fraudulenta, estafa, asociación ilícita, cohecho y negociaciones incompatibles.
En el escrito dirigido a la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 5, los letrados argumentaron “motivos personales” para apartarse del cargo de defensores. Fuentes judiciales advirtieron, sin embargo, que “renunciaron mientras se procedía a la apertura de las cajas de seguridad”.
La presentación de los abogados deja a Spagnuolo sin representación legal en un caso de alto impacto político y judicial, el mismo día en que allanaron sus propiedades por orden del juez federal Sebastián Casanello. Algunas versiones indican que Spagnuolo designaría a su propio hermano como nuevo abogado defensor.
El caso de las coimas se aceleró luego de que Cerimedo, ex colaborador de Milei en la campaña, declarara el jueves, al filo de la medianoche, ante el fiscal Franco Picardi y confirmara el relato de Spagnuolo que se destapó con la filtración de los audios de las coimas en la Andis.
En los allanamientos de este viernes en las propiedades de Spagnuolo los efectivos no encontraron documentos en la caja de seguridad del ex funcionario, aunque sí efectivo: tenía 80 mil dólares y 2 mil euros.
También se realizaron procedimientos en los barrios privados donde viven Spagnuolo y Garbellini, para indagar en el registro de visitas.
El senador bonaerense Sergio Berni volvió a sacudir el tablero político con duras críticas al programa económico del gobierno libertario y a la estrategia electoral en la provincia. A pocos días del triunfo de Fuerza Patria, dejó claro que Milei está agotado y que el país no soporta más este rumbo.
— La ciudadanía entendió que Milei está totalmente agotado, que debe cambiar el rumbo y que tiene los días contados, si no lo cambia.
Agregó:
— Hay alguna duda que la sociedad no tiene mucha más resistencia para aguantar este yugo que pesa sobre sus espaldas. Tiene mandato hasta 2027, pero hay que ver si la sociedad lo puede seguir soportando.
El legislador insistió en que, si no cambia, la sociedad lo va a echar, y advirtió que el agotamiento social frente al modelo libertario “es evidente”.
Un modelo económico que asfixia al país
Berni celebró el resultado electoral que posicionó a Fuerza Patria con una ventaja de 13,5 puntos en la Legislatura bonaerense, pero subrayó que el trasfondo es el hartazgo social con las políticas de Milei.
— Cuando el modelo económico está agotado, el candidato es lo de menos. Milei subordinó la política a un esquema que está destruyendo la industria, el trabajo, la salud y la educación. Si cree que el problema es de nombres y no del rumbo, este resultado se va a repetir.
Críticas al desdoblamiento electoral y mirada al 2027
En otro pasaje de la entrevista en el programa Esta Mañana, Berni cuestionó el desdoblamiento de las elecciones dispuesto por Axel Kicillof:
— Lograron una victoria táctica en vez de una victoria estratégica. La gran victoria debería ser el 26 de octubre.
Pidió además que el peronismo compita unido para la composición del Congreso y advirtió que la movida le da margen a La Libertad Avanza para recalcular su estrategia.
Kicillof, presidenciable del peronismo
El senador también colocó al gobernador bonaerense en el centro de la escena de cara a 2027:
— Se puso la campaña al hombro. Sus méritos son más que suficientes: es dos veces gobernador de Buenos Aires por más de 20 puntos. Axel Kicillof se ganó un lugar en la conducción del peronismo y en su futuro.
Sin embargo, aclaró que eso no significa que no deban debatir tácticas para enfrentar a Milei en cada etapa electoral.
Cristina Kirchner y la causa Vialidad
Por último, Berni rechazó un eventual indulto para Cristina Kirchner y pidió que la Corte Suprema revise su condena en la causa Vialidad:
— Cristina no se merece un indulto. Le negaron que la Corte vea su caso, y no hay una sola prueba directa en su contra.
El senador insistió en que la verdadera reparación es que el máximo tribunal revea la injusticia cometida.
El ser humano está ante una tentación irresistible. En todo momento, a sólo un prompt de distancia, puede dejar en manos de una máquina aquello que parece ser su esencia: la capacidad de pensar. Como sucede ante todo shock que cambia de repente el mundo tal como se lo conocía, pronto aparece un ejército de tempranos adoptantes que, ante el temor de llegar tarde a la fiesta, se adaptan de manera acrítica. Algunos argumentan que con la IA tendremos mucho más tiempo libre, que seremos mucho más productivos y que trabajaremos menos horas por día. Otros dicen que la IA no va a generar desempleo porque los modelos no reemplazan a las personas, sino que tienen un efecto “aumentativo” (así se habla hoy) y nos vuelve a todos mucho más capaces. Aquellos aficionados por la historia sentencian que cuando aparece una nueva tecnología, surgen miedos sobre el futuro de la humanidad; y eso es lo que pasó con la Internet, la televisión, la máquina de coser, la imprenta y hasta con la escritura.
¿Y si ahora sí es diferente? Por primera vez, la capacidad más intrínsecamente humana puede tercerizarse. Internet permitió la circulación de información de manera más rápida y descentralizada, pero ella debía ser producida por humanos. Algo parecido ocurrió, siglos atrás, con la imprenta. La inteligencia artificial, en cambio, “piensa” por nosotros. A decir verdad, no es claro que los Large Language Models (LLMs), como Chat GPT o Gemini —chatbots de IA generativa que son el foco exclusivo de este artículo—, puedan pensar, pero sí es seguro que, en muchos casos, nos relevan de la necesidad de hacerlo. Esto es un desafío para el desarrollo de aquellas capacidades que consideramos esenciales a nuestra condición humana. Advertir a tiempo no debe confundirse con un retardatario acto de ludismo. No se trata de romper los servidores del Chat GPT para salvar a la civilización, ni de frenar este cambio tecnológico. El punto es reflexionar sobre algunos cambios que, según nuestra experiencia, genera este shock.
Los cambios que trae la IA, evidentes en el espacio universitario, ameritan ser cautelosos. Si bien es una herramienta en extremo potente para obtener resultados a toda velocidad, es dudoso que tenga algo para aportar al desarrollo de capacidades que consideramos críticas. Así como la calculadora no nos ayuda a aprender a sumar y restar, la IA de los LLM no nos ayuda a aprender a escribir, analizar o razonar. En un clima de tecno-optimismo que se irradia desde Silicon Valley, muchos plantean que los docentes debemos preparar a los estudiantes para desarrollar nuevas formas de pensar adaptadas a la nueva herramienta. Es una idea ingenua: la IA está específicamente diseñada para que los humanos no debamos lidiar con las complejidades del pensamiento. Y esta tecnología evoluciona a una velocidad tal que cada aprendizaje respecto de cómo sacarle mejor provecho pronto queda obsoleto, porque requiere cada vez menos información para responder a nuestros pedidos.
Así como la calculadora no nos ayuda a aprender a sumar y restar, la IA de los LLM no nos ayuda a aprender a escribir, analizar o razonar.
Hay habilidades que quizá estemos dispuestos a dejar de entrenar ahora que existe la IA. Pero identificar las capacidades tal vez prescindibles —¿quizá en un futuro no haga falta saber de ortografía?— también nos permite reflexionar sobre los aspectos de la formación humana a los que no debemos renunciar. La educación universitaria no sólo transmite conocimiento, sino que también cultiva la capacidad de análisis y razonamiento. Invita a las y los estudiantes a preparar la mente para “ir y venir”: entre los conceptos y las observaciones, entre el conocimiento existente y las ideas propias, entre distintas miradas. Los prepara para unir puntos, encontrar patrones y relacionar elementos que parecen desconectados. El docente universitario busca motivar a los estudiantes en el ejercicio de cartografiar y sintetizar el mundo. Para ello, es necesario desarrollar la creatividad y la autonomía intelectual, de forma tal que los estudiantes puedan en el futuro auto-educarse en el uso de herramientas y métodos que hoy aún no existen.
Debería ser claro que esta capacidad de ir y venir, propia del pensamiento, no es sólo un medio, sino un fin en sí mismo. ¿Acaso alguien duda de que la capacidad de generar una idea a partir de la articulación de conceptos y observaciones nos constituye como personas, aunque sea más fácil llegar a esa idea por medio de un veloz pedido a la IA? Es sólo cuando razonamos por nosotros mismos que vivimos los anhelos, las frustraciones, los entusiasmos, las decepciones y los placeres involucrados en formar ideas. Esta experiencia no puede ser delegada, porque es inherentemente emotiva y sentida. Aprender a pensar no es sólo aprender a utilizar herramientas, sino también aprender a conocerse, a relacionarse con uno mismo y, sobre esta base, a relacionarse con otros.
La IA es un atajo para muchas cosas. Pero para entrenar el pensamiento no hay atajos: la educación universitaria es un proceso de gestación necesariamente lento. Toma tiempo. Quien durante su paso por la universidad tercerice el trabajo de pensar probablemente deje pasar una oportunidad difícil de recuperar. La educación tiene una base emocional ineludible: aprender desafía y frustra, pero también, y por eso mismo, es gratificante. La educación es un proceso emocional porque uno aprende en la relación con otras personas.
No se trata de romper los servidores del Chat GPT para salvar a la civilización, ni de frenar este cambio tecnológico. El punto es reflexionar sobre algunos cambios que genera este shock.
Por su propio diseño, la IA remueve las frustraciones y desafíos propios del razonamiento y el análisis. Y es un tipo de interacción que tiende a darse en el aislamiento. Eso puede ser útil en muchos casos, pero es un peligro si, por priorizar la eficiencia, dejamos de atravesar la complejidad intelectual, afectiva y social involucrada en el pensamiento. Una educación que busca linealmente obtener resultados se erosiona a sí misma. Ante herramientas cada vez más autonomizadas de la necesidad de intervención y control humanos, esa educación se volverá más superflua. La IA no está diseñada para resolver un eslabón en un proceso complejo: está concebida para resolver el proceso entero.
Cuando los niños ya han aprendido a hacer las operaciones matemáticas elementales, en la escuela se los habilita a utilizar la calculadora para resolverlas. La utilidad de la herramienta es clara: el principal desafío de resolver un problema matemático es identificar las operaciones necesarias para hacerlo. Delegar la resolución de las operaciones en una herramienta preserva ese desafío. En cambio, si una herramienta resuelve la totalidad del problema, el estudiante se vuelve por completo ausente. En realidad, la “herramienta” ya no es tal, porque anula el propósito del ejercicio: que el estudiante aprenda. Lo mismo ocurre hoy con la IA en todo tipo de experiencias educativas.
Imaginemos a dos estudiantes que usan IA de manera distinta. El primero es Juan, que está en el último año de la licenciatura en Ciencia Política. Tiene un examen domiciliario de la materia política comparada en el que la profesora pide que las y los estudiantes escriban un ensayo de cinco páginas que responda en qué medida la masificación de plataformas como Tik Tok y X contribuye a explicar la llegada al poder de líderes de la nueva derecha en América y Europa. Juan trabaja ocho horas diarias y necesita recibirse rápido. Llega cansado a casa y a la noche abre la versión gratuita de Chat GPT. Pega la consigna del examen sin más y recibe, en menos de un minuto, un ensayo de una página. Vuelve a promptear: le indica al chat que el ensayo es muy corto, que necesita uno de cinco páginas. Obtiene, ahora sí, su ensayo largo. Lo lee por arriba, lo corta y lo pega en un documento y lo envía por mail.
A la profesora le alcanza con una rápida mirada para detectar que el nivel de escritura es muy superior al que Juan mostró en sus exámenes presenciales: los conectores son perfectos, hay varias oraciones elegantes, la estructura del texto es sólida (hay una introducción clara, un desarrollo y una conclusión). El texto es asertivo de un modo en que rara vez lo es un estudiante universitario, lo que genera la sensación de que quien escribe sabe de lo que habla. La profesora observa también que muchos de los datos y de los argumentos en el ensayo no tienen relación con la bibliografía del curso. Hay múltiples datos incorrectos y citas a autores que no existen, al tiempo que otros que sí existen en realidad jamás escribieron lo que se cita en el ensayo. Con la certeza de que Juan no escribió el texto, pero sin herramientas para probar su sospecha, la profesora lo reprueba con un dos.
La segunda estudiante es Bianca, compañera de Juan. Al no tener que generar un ingreso propio, ella se dedica a tiempo completo a la universidad. Hasta hace un año, leía entre el 70 y el 90 por ciento de la bibliografía obligatoria de todas las materias, pero durante 2025 se volvió una usuaria sofisticada de Chat GPT. Pidió a su familia que le pagaran una suscripción a la versión Plus, que cuesta 20 dólares por mes. Argumentó que este LLM era una herramienta clave para su desarrollo profesional. El uso de IA cambió sus hábitos: pasó a leer sólo el 30 por ciento de la bibliografía y a estudiar lo restante a partir de resúmenes —imperfectos, pero satisfactorios— que el chatbot produce en minutos cuando ella le carga las lecturas del curso.
Chat GPT no está diseñado para resolver un eslabón en un proceso complejo: está concebido para resolver el proceso entero. Si una herramienta resuelve la totalidad del problema, el estudiante se vuelve por completo ausente.
Hacia el final del cuatrimestre, Bianca regresa a casa con la consigna del examen y se pone a trabajar con la IA. Sabe promptear, incluso usa un “ingeniero de prompts” (una instrucción escrita que guía al propio modelo de IA a generar o refinar otros prompts para obtener, al fin, mejores resultados). Frente a la ventana del GPT Plus, a diferencia de Juan, Bianca no pide el ensayo final de un saque, sino que usa varios prompts para encuadrar. Le indica al modelo que recupere los resúmenes bibliográficos producidos durante los últimos meses de cursada y que produzca el ensayo con calma. Que espere antes de escribir. Sabe, por experiencia, que la palabra “esperar” en un prompt mejora el rendimiento de la IA cuando hay que trabajar temas complejos.
Como tiene la versión premium, Bianca pide al GPT que lance un deep research para buscar bibliografía adicional y artículos periodísticos de países como Hungría y El Salvador, con el fin de ilustrar con casos el ascenso de las nuevas derechas en América y Europa. Veinte minutos más tarde, GPT le devuelve una respuesta: unas diez páginas de texto, escritas con un tono de autoridad en la materia, y unas doce referencias en notas al pie. Los papers que cita existen, no hay alucinaciones. Bianca indica a la IA que espere una vez más antes de escribir y le formule lo que el LLM llama “preguntas estratégicas”. Al iterar, ella especifica a la máquina que el tono del ensayo debe ser asertivo pero acorde a la escritura de una estudiante de licenciatura. Una vez obtenido el texto de la IA, Bianca al fin lo edita, agrega modos de escribir más propios de ella y quita algunas pocas alucinaciones.
Bianca calcula que dedicó seis horas a desarrollar el examen, en contraste con los cinco o seis días que demoraba antes de utilizar IA. Siente que hoy su productividad vuela. La IA “la aumenta”. Está orgullosa por cómo usa Chat GPT, de un modo que sus compañeros, como Juan, ni siquiera imaginan que es posible. Se saca un nueve. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría durante los primeros años de su licenciatura, Bianca terminó la materia sin haber leído el 70 por ciento de la bibliografía, sin haber hecho el esfuerzo de diseñar una arquitectura lógica para su ensayo, sin haber generado un argumento creativo y sin escribir una sola página.
La idea de “aprender a usar IA” como parte de la educación universitaria es en muchos casos un slogan de época, vacío de sentido.
¿Qué refleja este contraste? Primero, los niveles de sofisticación en el uso de la IA. Segundo, y más importante, que ninguno de los dos estudiantes recorre el proceso de aprendizaje. La estudiante “sofisticada” logra avanzar en su carrera, pero aprende casi tan poco como el estudiante más “básico”. El punto del contraste es, en este sentido, que la idea de “aprender a usar IA” como parte de la educación universitaria es en muchos casos un slogan de época, vacío de sentido. El supuesto buen uso de la herramienta suele ser apenas una forma más refinada de evitar el trabajo esencial al proceso de aprendizaje. Un atajo, por más largo que sea, sigue siendo, siempre, un atajo.
El gran beneficio del shock de la IA es dejar caer un adoquín sobre las arrogancias de la universidad: empuja a los profesores a ya no dar nada por sentado bajo la comodidad de sus togas doctorales. La IA nos obliga a pensar ya mismo en un futuro universitario que tardaba en llegar y nos deja la pregunta incómoda de qué aspectos de la universidad han perdido vigencia y debemos dejar morir. Nos lleva a volver al origen y reflexionar sobre lo esencial del proceso educativo.
Pero subirse a una ola de entusiasmo para preguntarle a la propia IA cómo cambiar la universidad, y así dejar de pensar el problema con nuestros tiempos de humanos, no nos va a conducir a algo mejor. En la medida en que quienes formamos parte del mundo universitario sigamos compitiendo por estar lo más adaptados que se pueda al cambio tecnológico, terminaremos sacrificando la educación al entrenamiento técnico. Y uno no particularmente complejo. Quien se sienta inteligente por haber aprendido a promptear con astucia y a entregarle un número creciente de sus procesos cognitivos a un modelo, pronto descubrirá que cada día piensa un poco menos. Lo que la IA no puede hacer es atravesar el proceso formativo propio de quien aprende. Promptear no es pensar. Educar es, esencialmente, formar: generar las capacidades que nos hacen autónomos y capaces de entendernos con otros. Son las capacidades indelegables que le dan sentido a nuestras actividades y, en definitiva, a la vida misma.
La IA nos obliga a pensar ya mismo en un futuro universitario que tardaba en llegar y nos deja la pregunta incómoda de qué aspectos de la universidad han perdido vigencia y debemos dejar morir.
El tecno-escepticismo no es deseable porque cae en el conservadurismo: prescribir soluciones prohibicionistas en el aula no parece ser el mejor camino. Pero tan cierto como eso es que el tecno-optimismo nos lleva hacia la rendición de nuestras capacidades críticas y reflexivas ante la lógica de la eficiencia y el resultadismo. Si bien hoy proliferan los descubridores de virtudes de la IA para cada una de las actividades humanas, muchas de ellas no se adecuan a esa lógica. En el apuro por no quedarnos atrás del cambio tecnológico, corremos el riesgo de rendirnos a una herramienta que, con un uso irrestricto, amenaza con empobrecernos intelectualmente. La carrera por adaptarnos a la novedad nos hace perder de vista que si no la utilizamos con espíritu crítico, la IA puede convertirnos en seres menos pensantes, menos reflexivos y menos autónomos. En definitiva: menos humanos. En esa búsqueda febril por aumentar la productividad y hacer goles fáciles, pagamos un precio demasiado alto y cedemos, alucinando un prompt y una iteración a la vez, algo mucho más valioso.
Quizás desde siempre, pero seguro desde la recuperación de la democracia en 1983, la universidad transitó momentos de crisis. Oleadas de ajuste, transformaciones en la ley que la rige, intentos de arancelamiento, ahogos presupuestarios. Una serie de fechas coincidentes con acciones de lucha marcan su condición precaria, siempre amenazada, pero también el saber de la fortaleza que se forja en la resistencia.
Pero nunca desde entonces se la hostigó como ahora. Nunca se la acusó de perseguir a quienes piensan distinto, ni mucho menos de ejercer una educación monológica y acrítica. Como en un juego de espejos, hoy el perseguidor acusa al perseguido y quien dice “verla”, poseer una verdad revelada, adjudica al otro profesar un dogma en el seno de sus claustros.
¿Qué se juega cuando está en juego la continuidad de la universidad? Ensayemos una respuesta en cinco pasos que afirman y desarman, en su discurrir, una tesis. Se trata de una práctica más o menos habitual para quienes hacemos de la docencia no solo un trabajo sino también una forma de vida.
No es tu universidad, es el sistema
Cuando algo que nos cobija y atraviesa pende de un hilo solemos reaccionar defensivamente. Buscamos razones, más o menos objetivas, para destacar el valor de aquello que está en riesgo y exponerlo como algo relativamente mejor de lo que produce el vecino. Nos enredamos entonces en discusiones sobre las ventajas objetivas de invertir en tal o cual centro (carrera, programa o Universidad), apelamos a métricas, buscamos números que respalden la eficiencia de los desempeños observados.
Creemos que ese tipo de argumentos y datos -necesarios, sin duda- podrán inclinar un poco la balanza en favor de lo “nuestro”. Y quizás en una coyuntura distinta eso tenga valor y deba ser expuesto. Más aún, tal vez nos debamos esos balances de largo aliento de cara a la sociedad. No estaría de más realizar un ejercicio crítico y autorreflexivo de todo lo que las universidades hicimos bien y de aquello en lo que fallamos.
Claro, en ese ejercicio no deberían desestimarse los pesos y responsabilidades desiguales que condicionan y exceden el funcionamiento de la propia universidad. No está de más decirlo: la universidad hace de la autonomía su bandera porque nunca fue ni puede ser completamente autónoma. No solo por motivos de índole financiera, presupuestaria, sino también y sobre todo, porque trabaja -voluntaria e involuntariamente- con los sujetos, las creencias, los rituales, los prejuicios, las convicciones e ideologías que alumbra la sociedad de la que ella como institución y sus integrantes como miembros formamos parte. La fragmentación interna, la atomización, el carácter parcial de alguno de sus reclamos, un celo excesivo por lo que hacen “los otros” y la adhesión a veces acrítica a la lógica de la competencia, son un síntoma de esa pertenencia histórico-social.
No estaría de más realizar un ejercicio crítico y autorreflexivo de todo lo que las universidades hicimos bien y de aquello en lo que fallamos.
El ejercicio crítico en estos casos es doble: el ingreso a sus pasillos supone lidiar no solo con esas cargas y apegos ideológico afectivos que vienen con los estudiantes sino también con aquellos que pesan sobre quienes ejercemos la docencia, ninguno ajeno a los de la propia institución (y de la sociedad). Un título docente te habilita para lidiar con fragmentos de mundos y objetos soportados en un saber que encuentra validez en una comunidad de expertos y pares, pero no así con todo “lo otro” que irrumpe en pasillos y aulas.
Menos aún se nos prepara para relacionarnos con interlocutores para los cuales estos argumentos son prescindentes, a quienes las razones los tienen sin cuidado porque custodian un dios, el mercado, que es ciego y sordo a las sustancias socioéticas y los órdenes normativos (legales y morales) que nos orientan. Cuando esos órdenes están interdictos, la defensa de cada una de las instituciones en juego (por separado y respaldada en datos) se vacía de sentido. No solo porque no son las buenas o malas razones de su existencia lo que es objeto de juicio, sino porque no es esta o aquella institución la que se abisma sino el sistema.
En un tiempo fuera de quicio, que se sustrae al juicio crítico-reflexivo, se yergue el peor de los fantasmas: la eliminación, la clausura, el fin del sistema universitario todo. En este escenario debemos enfrentarnos a algo que no sabemos hacer: confrontar con quien desestima las razones (argumentos) de los otros para convencerlo de que no solo tenemos razones sino que además ellas son muy valiosas. Lo que se rifa en ese ida y vuelta perverso no es solo el sistema universitario sino un sistema de creencias que desde la modernidad organiza nuestras prácticas: la racionalidad o, bien, la razonabilidad.
En un tiempo fuera de quicio, que se sustrae al juicio crítico-reflexivo, se yergue el peor de los fantasmas: la eliminación, la clausura, el fin del sistema universitario todo.
Eso que ocurre, que nos ocurre, le sucede a todos quienes se ven ahogados financieramente, desasistidos institucionalmente o desde el punto de vista sanitario, asfixiados presupuestariamente, despedidos de sus lugares de trabajo, desamparados. El lugar que deja vacante la razonabilidad lo ocupa la crueldad.
No es el sistema, es el derecho
Si acordamos con la idea de que no es esta o aquella o mi universidad la que está en jaque sino el sistema universitario junto a otros sistemas (de salud, de ciencia -básica y aplicada, de retaguardia y avanzada- del campo del cuidado y la reproducción, de la seguridad y la protección social), podemos ahora desdecirnos parcialmente y afirmar que tampoco, en rigor, es el sistema el que está siendo asediado sino una serie de derechos conquistados a partir de años y años de trabajo y de lucha: el que nos toca es el derecho a la educación, pero solo podemos levantarlo en un concierto de derechos afectados, cuidando que cada afectación no se cargue la dignidad ni el deseo de seguir sosteniendolos.
En coyunturas de crisis, como la que atravesamos, solemos caer con facilidad en la tentación de la jerarquía, de establecer la prioridad de un derecho sobre otros en un escenario de escasez en disputa. ¿Los recursos son escasos o la redistribución es deficiente? En un país desigual, donde pocos tienen mucho y muchos muy poco, no parece haber un problema de “escasez” sino de brutal injusticia.
No es el derecho, es el saber
En esta serie de ataques a los derechos se trata de horadar un deseo y un opaco saber: el de participar de la cosa común, pública, que habilita la experiencia de ese saber siempre en fuga. El saber que se aprende cuando se conversa, se pierde tiempo, se escucha anécdotas, se lee en voz alta, se asiste a reuniones, se está con y junto a otres.
Ese saber no puede decirse más que en impersonal porque lo que se produce en ese entre no reside en ninguna de las partes del diálogo ni en algún tercer lado sino en ese encuentro que se genera entre quienes habitamos con pasión un mismo espacio, y una misma vocación, colmado, a su vez, por las generaciones pasadas que imaginaron a las futuras.
En rigor, no es el sistema el que está siendo asediado sino una serie de derechos conquistados a partir de años y años de trabajo y de lucha.
Quizás es ese saberse con otros, ese saber que juntos se piensa, se vive y se siente mejor, el que está siendo atacado. Ese saber de la limitación de cada individuo aislado, de su carácter fragmentario, de su prematuridad, de su deuda histórica con quienes le antecedieron en el tiempo y de su complicidad responsable con los que están por venir. La tarea de la universidad es también la de recordar ese saber.
No es el saber, es la igualdad
Cuando se ataca ese resistido saber se atenta contra aquello que nos iguala en tanto seres humanos: nuestra vulnerabilidad y común exposición a los otros, en el sentido de la muerte pero también del deseo, como decía Butler. No solo somos iguales en inteligencia, iguales en dignidad, sino también en precariedad. Asumir ese registro de la igualdad forma parte de la tarea colectiva, del saber acumulado, del derecho habido, del sistema construido.
Sin esa asunción no podríamos realizar aquella otra crítica: si bien todos somos precarios, esa precariedad está desigualmente distribuida en nuestra población. No todos estamos igualmente expuestos al daño, a la exclusión, a la muerte violenta.
Quienes han ocupado en la historia una posición subordinada en el campo del dinero, del poder, o del saber corren, sin duda, peor suerte. Reconocer la igualdad (en esos distintos niveles) y hacer de ella una cuestión es tarea de la universidad; una tarea tanto más urgente en una coyuntura que hace de la desigualdad el resultado legítimo de una “justa” competencia entre individuos.
No es la igualdad, es la libertad
Insistamos: no es tan solo ese sabernos iguales, precarios, interdependientes en sentidos múltiples lo que está en juego sino y, en último término (aunque no en última instancia) aquello que nos hace libres: el conocer nuestras determinaciones para anteponer entre ellas y el impulso animal un pensamiento, un concepto, un valor, una mediación.
Y, como intentamos demostrar hasta aquí, eso solo es posible colectivamente al amparo de instituciones que velen por la verdad de aquello que nos determina y puedan delimitar aquello que, más allá de cualquier esfuerzo individual o colectivo, cae por fuera de las posibilidades de control. Son estas instancias las que producen autonomía subjetiva y capacidad de autogobierno.
Sin universidades, sin derechos, sin saber, sin igualdad, no hay libertad. Sin libertad no hay autonomía, sin sujetos autónomos no hay democracias. ¡Viva la universidad, viva la libertad!
La política hídrica y sanitaria de la administración de Milei atraviesa un desplome histórico. Según datos oficiales, hasta agosto de 2025 la inversión nacional en agua potable y alcantarillado fue de apenas $58.157 millones, frente a los $1,2 billones ejecutados en el mismo período de 2023. La caída real alcanza un 95,2% y golpea de lleno a un servicio esencial para la salud pública.
Buenos Aires, en situación crítica
Si en el plano nacional el recorte es alarmante, en la provincia de Buenos Aires el panorama directamente roza lo escandaloso: sólo se destinaron alrededor de $300 millones, un 99,9% menos que en 2023. En un distrito donde la urbanización y la densidad poblacional exigen una planificación sostenida, semejante desplome implica dejar a millones de bonaerenses expuestos a servicios deficientes y riesgos sanitarios.
Obras paralizadas: de la expansión al abandono
La baja inversión, señalan desde EnOrsai, impacta de lleno en la ejecución de proyectos. Durante la gestión de Alberto Fernández se iniciaron 2.540 obras vinculadas a agua y cloacas, de las cuales el 62,4% fueron completadas. Milei, en cambio, apenas puso en marcha dos: una finalizada en Concordia y otra, en San Justo, que permanece paralizada.
Peor aún, las 855 obras heredadas quedaron en un limbo: el 79,7% presenta menos del 10% de avance respecto a 2023. En territorio bonaerense, de 444 obras recibidas, sólo 46 se concluyeron y más del 85% están prácticamente detenidas.
Promesas que se evaporan
La magnitud del ajuste evidencia que no se trata de un simple problema de gestión, sino de una decisión política: priorizar otros gastos sobre la infraestructura básica. Para igualar la inversión de 2023, el Gobierno debería destinar hasta fin de año $1,9 billones, mientras que en Buenos Aires harían falta $879 mil millones adicionales.
El Censo 2022 había mostrado avances históricos en el Conurbano: el 87,4% de las viviendas contaba con baño con inodoro y el 57,8% estaba conectada a la red cloacal. La parálisis actual amenaza con frenar esa expansión y poner en riesgo el mantenimiento de lo ya construido.
Salud pública en retroceso
El acceso al agua potable y al saneamiento es un pilar básico de la salud colectiva. La combinación de presupuestos mínimos y obras detenidas genera un retroceso alarmante, comprometiendo la calidad de vida de millones de argentinos y argentinas.
Mientras el Gobierno insiste en discursos de eficiencia y motosierra, la realidad de los barrios muestra caños oxidados, cloacas colapsadas y familias que vuelven a depender de camiones cisterna o pozos ciegos. El saneamiento, que debería ser prioridad, se diluye entre recortes y desidia.
Sandra Pettovello tuvo un jueves rápido y furioso en el que encadenó y publicitó cuatro reuniones con sectores del sistema para mostrarle a Javier Milei que ella también puede hacer política.
La ministra de Capital Humano quedó afuera de la mueblería que armó Karina Milei para no echar a los Menem y Sebastián Pareja. No entró a la mesa federal, ni a la mesa política ni a ningún otro enser de la carpintería de emergencia que provocó la paliza del domingo.
Pettovello ya venía mascullando su disgusto por distintos rincones, pero este jueves decidió que no alcanzaba con los murmullos de la intimidad y fue directo a Twitter a etiquetar al mismísimo Presidente. Es una conducta que suele tener para llamar la atención del Jefe de Estado, como la de un chico que le tironea el camisón a la madre para pedirle una porción extra de helado.
La ministra etiquetó cuatro veces a Milei para mostrales sendas reuniones. La primera con Gabriel Mraida, el ministro de Desarrollo Humano y Hábitat de Jorge Macri, un rival de Karina.
Pettovello construyó un vínculo con la Uocra
La segunda con Gerardo Martínez, el titular de la Uocra. La tercera con los representantes de la Fundación Idea, para trabajar en el próximo Coloquio. Y la última con el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Martín Rapallini.
De ese modo, encadenó en cuestión de horas una parva de reuniones sindicales, industriales, interjurisdiccionales y con el Círculo Rojo para dejar expuesta a Karina, que no tiene esa agenda. También dejó expuesto al propio Milei, que tampoco.
Pettovello arrastra una dura interna con la hermana del presidente que se agravó en las últimas semanas con la crisis de las coimas. La ministra fue quien empujó un año atrás la denuncia contra los Menem por un contrato megamillonario con la droguería Suizo Argentina.
La denuncia, en ese momento archivada, ahora se convirtió en un misil teledirigido a Karina, que como anticipó LPO quiere a Pettovello afuera del gabinete y si es con pocos modales mejor.