Sociedad

  • La sangre de Lugones

     

    El 25 de junio, el ministro de Salud, Mario Lugones, recibió un inesperado mensaje de Whatsapp. Eran las 12.35 del mismo día que los trabajadores del Hospital Garrahan —médicos, enfermeros, camilleros, administrativos— se movilizaron acompañados por familias de pacientes en contra de los recortes del gobierno. El mensaje que leyó el funcionario de la palma de su mano decía:

    Querido Mario!! Cómo estás? “Hermanos” nos dijimos un día, el del cumple de tu mamá, Catalina… mi mamá también. Yo aquí, queriendo entenderte. Pensé y pienso mucho. Estoy por publicar esta historia que te quiero compartir, absolutamente real. Acá voy:

    Somos los papás de Ignacio Vásquez (Nacho, para todo el Garrahan). En 1988 nuestro tercer hijo tuvo un accidente y en la recuperación resultó infectado de VIH, tenía 2 años. Vivimos sin saberlo hasta que a sus 6 años, en 1993, tuvo una varicela que no se le iba y nuestro pediatra nos recomendó ir al Garrahan. Ahí tuvimos el TREMENDO diagnóstico y comenzó una nueva vida para nosotros. Y nuestro largo camino allí. Estábamos 20 días en el hospital, salíamos dos semanas y teníamos que volver a internarnos. Así fueron esos 12 años en los que se sucedieron innumerables situaciones. Aprendimos a vivir con la enfermedad como familia y saber valorar lo IMPORTANTE de la VIDA y el AMOR.

    No era un mensaje cualquiera. Se lo había enviado Raúl Vásquez, un familiar muy cercano. Le escribió al ministro con la esperanza de ayudar a frenar los recortes y tratar de entender porqué hacía lo que hacía. Raúl era hermano de María Marta Vásquez, la esposa de César Lugones, hermano menor de Mario. Más tarde publicarían ese texto para respaldar a quienes habían tratado de curar a su hijo Ignacio durante doce años, hasta los 18, cuando murió.

    Lugones le mandó una respuesta que se balanceaba ambiguamente entre el afecto y el cinismo:

    Me acuerdo muy bien de todo lo que escribís. Y coincido con que el personal del Garrahan es de primera, por su entrega, su amor a la profesión, y su afán de superación!!! Abrazo muy pero muy grande.

    Unos días antes, el ministro había sido imputado por irregularidades en el manejo del hospital, a partir de una denuncia de Elisa Carrió, líder de la Coalición Cívica; algo que se sumaba a los múltiples pedidos de renuncia por el ajuste que llevaba adelante.

    A Mario y Raúl los unían sus hermanos, la historia que había detrás de ellos y el hueco que les había quedado. Una historia familiar que el funcionario de Milei dejó a un costado y que siempre prefirió omitir en su discurso público y su accionar político.

    César y María Marta no estaban más. El 14 de mayo de 1976, un grupo de tareas de la Marina y de la Policía Federal entró al departamento de ambos en Parque Chacabuco a punta de pistola y se los llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Desde ese día nunca más se supo de ellos.

    ***

    El viernes 6 de abril de 2018, Mario Lugones llegó alrededor de las 11 al predio de la Universidad Nacional de Luján y se perdió entre las personas que estaban en la sala. Era uno más entre tantos otros. Su rostro todavía no era conocido. Faltaban seis años y medio para que Javier Milei lo designara ministro de Salud. Ese día en Luján pasó desapercibido, casi nadie reparó en él, excepto José Vásquez, hermano de Raúl y de María Marta, a quien no veía hacía mucho tiempo.

    “No cesaron, se los llevaron”, escuchó Mario sentado en una silla al lado de José, a quien le palmeó la pierna varias veces, como una muestra de cariño. La frase retumbó en ese cuarto durante toda la mañana. La Asociación de Trabajadores de la UNLU había elegido ese lema para homenajear a los seis trabajadores de la universidad que fueron detenidos y desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. Ninguno de ellos había abandonado su trabajo. Dejaron de ir porque los secuestraron. Y era el momento de rectificar sus legajos.

    Los familiares de Oscar Peralta, Mónica Mignone —hija de Emilio Mignone, fundador del CELS— y María Marta Vásquez subieron al escenario a recibir los legajos físicos rectificados. Todos estaban visiblemente emocionados. Algunos no podían contener las lágrimas. Otros se quedaron con el nudo en la garganta. Eran épocas ásperas en lo político, en especial en el terreno de los derechos humanos. Por el lado de Elvira Ellacuria de Del Castillo, otra de las desaparecidas, no asistió nadie. También recordaron a Hilda Vergara, que había sido estudiante.

    Mario esperó su turno algo inquieto y un tanto apesadumbrado, aunque no era la primera vez que participaba de un homenaje así. Sentía algo distinto, indescifrable. Se encontraba en un lugar totalmente ajeno para protagonizar un hecho de suma intimidad. En cuanto lo llamaron, se acomodó el saco azul petróleo, respiró hondo y se preparó para que le entregaran el legajo de su hermano César Amadeo Lugones.

    —Esperá que me salga la voz —dijo Mario, con un micrófono en la mano.

    Se paró frente al público con su estampa de flaco desgarbado, el bigote blanco tapándole la boca apretada y dudosa. A su espalda, una imagen en sepia de los seis desaparecidos. Estaba en un ámbito que no era el suyo. No era el mundillo de los negocios de la salud, ni el del empresariado, al que sí pertenecía hacía tiempo. Estaba ahí para hablar de su hermano y de su historia, la de toda su familia. Se dispuso a recordar un tramo de su vida que, en algún punto, le resultaba ajeno. Las palabras le salieron raras y mezcladas:

    —César era bueno. Nosotros somos cinco hermanos buenos. El bueno era César —hizo una pausa, tomó un sorbo de agua y siguió con su atropellado discurso—. Mi papá era médico. Mi mamá era ama de casa. No venimos de una familia peronista. La religión era algo que se practicaba como en los años 50, 60. Mi papá era un ateo practicante. Cuando ya éramos grandes, ya estábamos todos casados, bueno… teníamos veintipico años, pero César era veterinario, mi hermano Quique era profesor de educación física, nos encontrábamos los domingos a comer en mi casa. Todos teníamos ideas políticas distintas, pero todo se discutía y se hablaba —recordó, mientras se deslizaba de un lado hacia el otro con el legajo de César en la mano.

    En el salón lo escuchaban atentos. Mario siguió balbuceando un rato más. Al pasar, mencionó a su abuelo paterno, Ambrosio Lugones, quien fue intendente del partido de Rivadavia y desapareció misteriosamente de la localidad bonaerense de América, en 1921, sin dejar rastro alguno. En ese instante, a sabiendas o no de la asociación en la que había incurrido al mencionar a los dos miembros de su familia que están desaparecidos —aunque por razones diferentes—, Mario se aferró con más fuerza a la carpeta que contenía la historia laboral de su hermano. En esos papeles estaban algunas huellas del recorrido que César había hecho hasta que lo capturaron.

    Foto: gentileza ATUNLu

    ***

    Los Lugones y los Vásquez dejaron de ser una familia en el momento en que Mario se sumó a la gestión de La Libertad Avanza para transformarse en la cara visible del ajuste al Hospital Garrahan. A esa altura, Lugones era mucho más que un ministro del Gobierno que libraba una batalla cultural contra la memoria colectiva —hizo añicos la política de derechos humanos, vapuleó a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y justificó la “lucha contra la subversión” desde los altos estamentos—; se había convertido en el instrumento principal de los libertarios para hacer lo que ni siquiera su antecesor en el cargo, Mario Russo, había querido. En menos de un año de gestión, su ministerio puso en jaque al principal establecimiento pediátrico del país, achicó el hospital de salud mental Laura Bonaparte, recortó la asistencia a las personas con discapacidad y quedó envuelto en denuncias por el fentanilo contaminado y sospechas de pago de coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis).

    Lugones abandonó su bajo perfil, por primera vez en su vida, en el momento en que aceptó el cargo. Su hijo Rodrigo —socio y amigo de Santiago Caputo, el principal asesor de Milei y encargado de la estrategia comunicacional del Gobierno— empujó a su padre a ocupar un rol primordial en la administración de La Libertad Avanza. El poderío del ministro de Salud creció tanto en los últimos meses que a más de uno en el Gobierno le llamó la atención que apareciera en primer plano junto al mandatario la noche del 7 de septiembre último, después de la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires, y que formara parte de la comitiva presidencial del reciente viaje a Nueva York.

    Santiago Caputo y Rodrigo Lugones —que actualmente vive en España— se conocieron en la consultora de Jaime Duran Barba. Luego se alejaron del ecuatoriano y armaron su propia consultora, Move Group. Desde allí trabajaron para diferentes empresas y partidos políticos. Con Milei, vieron la oportunidad perfecta para dar un gran salto, el que les permitió incidir directamente en las políticas de gobierno.

    Cuando Caputo consolidó el “triángulo de hierro” con los hermanos Milei se quedó con el control de áreas claves: la SIDE, el ministerio de Justicia y la Unidad de Información Financiera. Desde las sombras, Rodrigo desplegó una gran influencia en la administración libertaria, especialmente en lo referido a la privatización de empresas del Estado, pero su máximo logro fue colocar a su padre al frente del ministerio de Salud. No cualquiera estaba dispuesto a sentarse en esa silla. Milei quería implementar lo que había promocionado en su campaña presidencial: dejar la salud en manos del sector privado. Antes, era necesario reducir al mínimo la estructura pública.  

    —A Lugones lo trajeron para romper todo el sistema de salud público y para eso van a desfinanciar a todos los hospitales —cuenta un ex funcionario de la cartera sanitaria. 

    Mario Lugones pasó de pedir fondos al Estado para el Sanatorio Güemes durante la pandemia a transformarse, cuatro años después, en el principal interlocutor del Gobierno con las prepagas, con las cuales tuvo idas y vueltas y finalmente las terminó favoreciendo. Desreguló todo el sistema de las obras sociales, a las que conocía de cerca por haber sido parte de OSECAC. Y quedó al mando del PAMI, la ANMAT y la Andis, tres organismos cuyo funcionamiento se encargó de reestructurar, perjudicando así a jubilados, a consumidores de medicamentos y a personas con discapacidad, respectivamente. En cada uno de ellos le explotaron escándalos, de los que siempre intentó tomar distancia. De los sobreprecios en la compra de pañales para adultos y de lentes intraoculares, al igual que de las coimas en la ANDIS, no se hizo cargo. Del fentanilo contaminado tampoco, aunque sí habló públicamente sobre el tema y hasta se animó a llorar. “Me pongo muy mal cuando hablo de esto porque soy médico y es un atentado a la gente”, dijo en una entrevista a TN.   

    —Su único fin es bajar el gasto y los controles y tirarle todo por la cabeza a las provincias —señaló alguien que conoce a Lugones de otras épocas.

    La pelea que encabezó contra los trabajadores del Garrahan lo dejó muy expuesto. Aún así, también en este caso, evitó ser quien diera las explicaciones por los desbarajustes en su área. En su lugar, mandó a su mano derecha, la viceministra de Salud, Cecilia Loccisano —exesposa de Jorge Triacca, ministro de Trabajo durante la presidencia de Mauricio Macri—, que aseguró que no se estaba desfinanciando el hospital y que la lucha de los pediatras, enfermeros y trabajadores de la salud respondía a “fines partidarios”.

    ***

    Cuando Mario Lugones se recibió de médico en 1972 en la Universidad de Buenos Aires, su hermano César militaba en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores, junto al sacerdote tercermundista Rodolfo Ricciardelli. Un año después, ya como veterinario, César empezó a trabajar en la Universidad Nacional de Luján, en la materia Ecología General. Para ese entonces, ya estaba en pareja con María Marta Vásquez y era amigo de Mónica Mignone. Los tres habían misionado en Cushamen y eran parte del Movimiento Villero Peronista. Allí conocieron a los curas jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, ambos secuestrados tras el golpe de Estado y luego liberados.

    César llegó a la universidad de la mano de Emilio Mignone —quien se desempeñó como rector entre 1973 y 1976— y al poco tiempo fue elegido delegado de los docentes auxiliares. Como para tantos otros jóvenes de esa generación, la militancia era un modo de vida. Dentro y fuera de su trabajo, su objetivo era el mismo: luchar contra las injusticias en cualquiera de sus formas.

    —Siempre estaba de buen humor, era muy claro para explicar, pero sobre todo era una persona muy comprometida —dice Analía Gómez, profesora, historiadora y autora de una investigación que da cuenta de los vaivenes de la Universidad Nacional de Luján, la única que fue cerrada durante la dictadura y recién reabrió sus puertas el 30 de julio de 1984.

    En la cartelera de la universidad todavía hay fotos de César con María Marta Vásquez, con quien se había casado y planeaba tener hijos. Después de dos embarazos perdidos, María Marta se volvió a ilusionar. Estaba embarazada de nuevo. A César le preocupaba que las cosas volvieran a salir mal. La madrugada del 14 de mayo de 1976, cuando los secuestraron, esas cavilaciones se diluyeron.

    César fue el tercer hijo de Mario Lugones (padre) —que murió diez días antes de su secuestro— y Catalina María Cassinelli. Con su desaparición, la vida de los Lugones jamás volvió a ser la misma. Pasó a integrar el listado de desaparecidos del informe “Nunca Más” —elaborado por la Conadep—, el mismo que Milei denigró casi un mes atrás con el eslogan de campaña “kirchnerismo nunca más” con el único fin de librar una batalla cultural contra la memoria colectiva.

    Catalina se involucró en la búsqueda de César hasta donde pudo. A mediados de 1976, le envió una carta al interventor militar de la Universidad Nacional de Luján, Héctor Tommasi, para remarcar que su hijo no había vuelto a su trabajo porque había sido “secuestrado de su domicilio por un grupo de hombres armados”.

    En menos de dos semanas, Catalina se había quedado viuda y sin un hijo. Unos meses después, los militares también asesinaron a su cuñada, Mercedes Lugones, de 72 años. Su familia estaba sumida en una tragedia colectiva sin precedentes. Ella y sus otros cuatro hijos —Mario, Eugenio, Fernando y Alicia (una sobrina a la que crió)— se habían convertido en familiares de dos víctimas de la dictadura.

    Si miraban para atrás, encima, se topaban con el infortunio de ser descendientes (algo que algunos ponen en duda) del poeta Leopoldo Lugones y de su hijo Polo Lugones, el comisario que impulsó el uso de la picana eléctrica como método de tortura durante la década infame. Y como si fuera poco, en una jugarreta del destino, años después, la hija de Polo, Susana “Piri” Lugones, sería secuestrada, torturada con picana y asesinada en la ESMA.

    Con todo el historial familiar a cuestas, Catalina tenía por delante una misión que no era fácil: averiguar qué había sucedido con César. Quiénes y a dónde se lo habían llevado, y qué había pasado con su cuerpo. Las dificultades para ponerse al frente de esa búsqueda no obedecían tanto a cuestiones anímicas como prácticas. Ella estaba dedicada ciento por ciento al cuidado de su hijo menor, Fernando, que tenía una discapacidad intelectual.  

    El 6 de agosto de 2014, a los 91 años, Catalina declaró en la megacausa ESMA.

    —Es la primera vez que declaro —dijo la madre de César, con la voz quebrada. 

    —¿Qué significa, para vos, poder estar declarando? —le preguntó el abogado de la querella.

    —Se lo debo a mi hijo porque nunca lo pude hacer; me pongo muy nerviosa, lloro, pero ahora que estoy vieja lo tengo que hacer realmente —respondió.

    —¿Podés describirnos y decirnos quién era tu hijo? —le repreguntaron.

    —Era el tercer hijo varón. Fue un chico muy alegre, muy charlatán, muy cariñoso —contestó Catalina.

    Entre sollozos, continuó evocando a César.

    —Mi hijo tenía 26 años, hoy tendría 65. Pienso cómo sería. Hoy sería el mismo César de siempre porque no iba a cambiar. Yo lo veo que me pregunta “por qué, mamá”, y yo no sé qué contestarle. Será porque fue demasiado altruista, porque fue demasiado solidario, porque fue demasiado generoso, porque tenía ideales, pero tampoco le puedo decir eso porque yo le inculqué todo eso. En mi casa se le inculcó que fuera una persona de bien, que tuviera ideales, que fuera generoso, altruista, solidario. Me vuelve a preguntar y no sé qué responderle. Sólo le digo que lo sigo queriendo como el primer día y que lo extraño enormemente. Ahora yo me pregunto por qué y lo único que consigo es un silencio brutal, vergonzoso y culpable —concluyó.   

    Catalina siempre fue muy cercana a la familia de su nuera María Marta Vásquez, incluso después de su secuestro y el de César. Todos eran una gran familia. Con la desaparición de los dos jóvenes, las vidas de los Lugones y los Vásquez quedaron entrelazadas para siempre; tanto es así que emprendieron juntos el camino para encontrarlos. Para aplacar los pesares, Catalina y Marta Ocampo de Vásquez —mamá de María Marta— hicieron un acuerdo entre madres: la primera se ocuparía de Fernando, sin que eso significara desatender la situación de César; y la segunda se dedicaría por completo a buscar información que las ayudara a saber qué había pasado con sus hijos. Con el tiempo, Marta se integró a Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora y se convirtió en su presidenta hasta que falleció en 2017.

    En esa búsqueda también se involucraron activamente Eugenio Lugones, Carlos Vásquez —otro hermano de María Marta— y Emilio Mignone. Los tres trabajaron juntos para encontrar pistas sobre el destino de César, María Marta y Mónica Mignone, que fue secuestrada de la casa de sus padres la misma noche que sus amigos. 

    Mario, el mayor de los hermanos Lugones, se mantuvo al margen. Ya se había recibido de cardiólogo y estaba en pleno salto profesional del Hospital Argerich al Sanatorio Güemes, donde desembarcaría hasta quedar al frente de ese establecimiento y su fundación. Muchos años después, empezaría a tejer algunos vínculos políticos, entre ellos con el sindicalista Luis Barrionuevo y el dirigente radical Enrique “Coti” Nosiglia, quien también tiene una hermana desaparecida. Sorprendentemente, recién bajo un gobierno negacionista como el de Milei —en el que la vicepresidenta, Victoria Villarruel, reivindicó más de una vez el accionar de las fuerzas armadas durante la dictadura y seis diputados libertarios visitaron a genocidas en la cárcel—, Mario se animó a ponerse el traje de funcionario.

    El día siguiente al secuestro de César, fue Eugenio —que actualmente vive en Alemania— quien se dedicó a indagar. Buscaba reconstruir sus últimas horas y su destino final. Se convirtió así en el sabueso de la familia. Aunque pensaban muy diferente, el vínculo entre los dos hermanos era muy bueno. Uno de los mayores cuestionamientos que César le hacía a Eugenio era su amistad con el sacerdote Christian Von Wernich, ex capellán de la Policía Bonaerense, quien años después sería condenado por delitos de lesa humanidad. César le había advertido a su hermano que el cura era un “reaccionario de mierda”, luego de un viaje que habían compartido los tres en auto desde la Ciudad de Buenos Aires al cementerio de América, con motivo del sepelio del padre de los Lugones.

    Después de la desaparición de César, Eugenio acudió a Von Wernich para que lo ayudara en la búsqueda de su hermano. Habló varias veces con quien había sido su amigo, pero no obtuvo ninguna precisión. Pronto empezó a sospechar que podía estar vinculado al secuestro, algo que nunca puedo confirmar.

    En 2007, Eugenio declaró en el juicio contra el cura genocida, quien finalmente fue condenado a reclusión perpetua por 31 casos de torturas, 42 privaciones ilegales de la libertad y 7 homicidios. En ese momento, recordó que Von Wernich le había asegurado que César estaba vivo. Con el correr del tiempo, le aconsejó que lo mejor era que se olvidara del tema. Su hermano jamás apareció.

    Eugenio no se olvidó. Buscó a su hermano en todos lados. Habló con Von Wernich, como con tantas otras personas más, para saber qué había sucedido. Intentó sacarle provecho a sus contactos del ámbito militar —antes del golpe de Estado había sido profesor de natación en la ESMA—, pero ninguno pudo darle alguna pista para localizar a César.

    Mario Lugones, el hermano mayor, el futuro ministro, jamás se involucró en la búsqueda. 

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    Junto a su par de Economía, Luis Caputo, el ministro Lugones es quizás uno de los funcionarios que más avanzó con las reformas que el Presidente quería llevar adelante. Eso explica, en parte, el lugar que Lugones tiene en el Gobierno. Pero no es lo único. Incluso dentro del gabinete nadie se atreve aventurar las razones por las que ganó poder en el tablero libertario. ¿Es acaso el representante de la pata invisible de quienes están afuera de la administración —como su hijo Rodrigo— y aún así poseen una gran capacidad de influencia en la toma de decisiones? ¿O simplemente es el fusible necesario para garantizarle ganancias exorbitantes al sector privado de la salud?

    —Mario era el cardiólogo de mi viejo y vieja. Era como un hermano —reflexiona Raúl Vásquez—. Cuando me enteré que se convirtió en ministro de Milei se me cayó un ídolo. Para mí era un buen tipo. Sigo sorprendido con sus dos caras. La que prima hoy es la más siniestra.

    La entrada La sangre de Lugones se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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    BALDAZO DE AGUA FRÍA PARA MILEI: Bessent aseguró que no habrá fondos frescos, sólo un swap

     

    El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, ratificó su respaldo a la gestión de Milei pero descartó tajantemente el envío de dinero nuevo a la Argentina. El mercado festejó temprano, pero el entusiasmo se desplomó en minutos.

    Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable

    El gobierno de Milei volvió a recibir un respaldo en palabras, pero no en hechos. El secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, cercano a Donald Trump, utilizó sus redes sociales para renovar su apoyo a la administración libertaria y al ministro Luis “Toto” Caputo. Sin embargo, a las pocas horas, en una entrevista televisiva, aclaró que no habrá fondos frescos para la Argentina y que lo único que se firmará será un swap de monedas.

    El tuit que ilusionó al mercado

    “En los días que vienen espero que el equipo del ministro venga a Washington para avanzar significativamente con nuestras discusiones en persona acerca de las opciones para darles el apoyo financiero”, escribió Bessent en su cuenta de X.

    El funcionario aseguró que el Tesoro “está totalmente preparado para hacer lo que sea necesario”. Ese mensaje fue rápidamente celebrado por Caputo y produjo un rebote inmediato en los bonos argentinos, que llegaron a subir cerca de un 2%.

    Pero la euforia duró poco.

    La marcha atrás en vivo

    Minutos después del posteo, Bessent habló con la cadena CNBC y le bajó el tono a su propio anuncio. “Sólo para que quede claro: les estamos dando un swap, no estamos poniendo dinero en la Argentina”, declaró.

    La semana pasada, señalan desde LPO, el funcionario había deslizado que, además del intercambio de monedas por unos 20 mil millones de dólares, se evaluaba un crédito del Fondo de Estabilización del Tesoro y hasta la compra de deuda argentina. Estas opciones implicaban inyectar fondos frescos, algo que ahora negó con contundencia.

    Fisura en el equipo de Trump

    La corrección pública de Bessent no fue casual. Según reveló La Política Online, el anuncio inicial de ayuda directa a Milei desató una tormenta interna en el círculo de Trump.

    Los sojeros norteamericanos reaccionaron furiosos porque, mientras Milei eliminaba retenciones beneficiando a China, el ex presidente prometía asistencia a la Argentina. A esto se sumó la secretaria de Agricultura, que envió un mensaje directo a Bessent marcando su desacuerdo, y las resistencias del propio secretario de Estado, Marco Rubio, que semanas atrás había pedido tomar distancia de Milei y rechazar cualquier rescate.

    Geopolítica y “estado fallido”

    Intentando justificar el cambio de postura, Bessent ensayó una explicación geopolítica: “America First no significa America Alone”. Según el funcionario, la movida busca apuntalar a Milei como “el único aliado de Trump en la región”, en un contexto donde “muchos gobiernos se movieron hacia la izquierda”.

    El cierre de su intervención encendió aún más alarmas: “No queremos otro estado fallido como Venezuela”, dijo, dejando claro que el interés de Washington no es económico sino estratégico.

    Otra ilusión fugaz

    La novela dejó a Milei y a Caputo con una foto incómoda: el apoyo ruidoso en redes sociales, pero la plata nunca aparece. Mientras tanto, el gobierno sigue apostando al relato del respaldo internacional, aunque en la práctica lo que llega son swaps, promesas difusas y más condicionamientos.

     

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    Espert, Machado y los aportes turbios: Bonacci rompió el silencio y apuntó contra su propio exsocio político

     

    El exconcejal rosarino y dirigente de UNITE, José Bonacci, habló por primera vez de los supuestos vínculos entre José Luis Espert y el narcotraficante Federico “Fred” Machado durante la campaña de 2019. En un testimonio cargado de resignación, Bonacci se desligó por completo de la trama y apuntó directamente contra Nazareno Etchepare, a quien acusó de ser el responsable de los aportes privados que habrían financiado al hoy diputado de La Libertad Avanza.

    Por Tomás Palazzo para Noticias La Insuperable


    “¿Nunca una buena para nosotros?”

    ¿Nunca una buena para nosotros? Qué cosa, che. Está complicado”, confesó Bonacci, exarmador político de Espert en 2019, cuando fue consultado por los presuntos vínculos entre el libertario y “Fred” Machado, empresario aeronáutico acusado de narcotráfico.

    La frase no fue casual. Bonacci cargó las tintas contra quienes, según él, manejaron las finanzas privadas de aquella campaña: Nazareno Etchepare, el mismo que —de acuerdo a su relato— habría acercado a Machado al entonces candidato liberal.


    “Yo no estaba, yo solo lo salvé de la proscripción”

    Bonacci aseguró que su rol llegó recién a días del cierre de listas: “Yo en realidad al inicio de la campaña no estaba presente. Conforme a lo que informa Sebastián Lacunza, que en febrero se hubiese juntado con Machado, yo en ese momento no estaba”.

    Según explicó, su función se limitó a evitar la proscripción de Espert, que carecía de un sello partidario para competir. “Yo tuve la responsabilidad de presentar candidaturas, boletas y distribuirlas con recursos estatales. Nada que ver con aportes privados”, aclaró.


    El avión de Machado y la desprolijidad liberal

    Una de las bombas de Bonacci fue la referencia al avión privado de Machado, utilizado por Espert:
    “Ese avión nunca me dijeron que lo estaban usando. No podíamos hacerlo figurar como aporte de campaña cuando tal cosa no existía. Hubo muchos grados de desprolijidad en ese momento”.

    Con ironía, subrayó que mientras el Estado obliga a declarar los aportes partidarios, Espert omitió rendir los gastos privados que lo beneficiaban personalmente.


    “Estaban desesperados por ver una moneda”

    Para Bonacci, el problema fue la lógica de rentabilidad que atravesó toda la campaña liberal:
    Estaban desesperados por ver una moneda. Ante eso, nos dedicamos solo a lo político y a los aportes estatales de campaña, que se rindieron en su totalidad. Pero no nos metimos en ese lugar para no cometer el error de los liberales, que no saben con quién se sientan a tomar café ni de dónde vienen las monedas”.


    Etchepare, Spagnuolo y la rosca del dinero

    El dirigente de UNITE fue contundente al desligarse del entramado económico:
    “Si hubo aportes privados, corrían por cuenta y orden de Etchepare, que fue quien trajo al aportante de campaña. Fue el gestor de la reunión con Machado”.

    Incluso recordó a otro operador liberal: “A Spagnuolo lo conocí en campaña, y el tipo estaba desesperado por hacer una moneda. Decía que tenían que darle un cargo. Cuando no hay militancia, la política se convierte en negocio. Y eso es lo que veo en los liberales”.


    El cuadro final

    El relato de Bonacci expone una vez más el costado oscuro de La Libertad Avanza, donde la política se mezcla con aportes opacos, avionetas sospechosas y dirigentes más preocupados por “hacer una moneda” que por construir un proyecto real.

    Mientras Milei se esfuerza por defender a Espert ante las acusaciones, las propias voces que lo acompañaron en el pasado revelan la precariedad y la improvisación con la que los libertarios entraron a la política: sin militancia, sin cuadros y con los bolsillos abiertos a cualquiera que trajera dólares frescos.

     

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    A 50 años de la pelea que conmovió al mundo: Alí vs. Frazier, el “Combate del Siglo”

     

    El 1° de octubre de 1975, Muhammad Alí y Joe Frazier protagonizaron en Manila la tercera y última batalla de su rivalidad, conocida como el “Thrilla in Manila”. A medio siglo de aquel choque brutal, la historia recuerda no solo un combate de boxeo, sino un episodio que definió a toda una época.

    Por Ignacio Elfratini para Noticias La Insuperable


    Manila, el infierno en un ring

    La pelea se llevó a cabo en el Araneta Coliseum de Quezon City, Filipinas, bajo un calor sofocante que rozaba los 40 grados. Alí llegaba como campeón mundial de los pesados, pero con un rival enfrente que ya lo había vencido en 1971, en el mítico Madison Square Garden de Nueva York. El combate fue presentado como el “Thrilla in Manila” y la expectativa era planetaria.

    Alí y Frazier: enemigos íntimos

    La rivalidad iba más allá del deporte. Alí, opositor a la Guerra de Vietnam, desafiante y mediático, simbolizaba un espíritu rebelde. Frazier, trabajador incansable y sin tanto brillo fuera del ring, era visto por muchos como su contracara. El contraste de estilos —el juego de piernas y la velocidad de Alí contra la potencia y el aguante de Frazier— convirtió cada enfrentamiento en una guerra psicológica y física.

    El desarrollo del combate

    Desde el primer round, la pelea fue un festival de golpes. Alí intentó imponer su jab y movilidad, pero Frazier avanzaba sin cesar, conectando ganchos demoledores. Con el correr de los asaltos, ambos quedaron exhaustos, castigados, al borde del colapso.

    En el round 14, después de casi 40 minutos de furia, el entrenador de Frazier, Eddie Futch, decidió detener la pelea. Frazier quería seguir, pero ya no podía ver con un ojo y estaba al límite. Alí, tambaleante, levantó los brazos en señal de victoria. Luego confesaría: “Fue lo más cerca que estuve de morir en el ring”.

    Un duelo que marcó la historia

    La trilogía Alí-Frazier se convirtió en un capítulo inmortal del boxeo. La primera pelea, en 1971, quedó en la historia como el “Combate del Siglo”, con triunfo para Frazier. La revancha en 1974 fue para Alí, preparando el terreno para la definición en Manila.

    A 50 años, aquella tercera batalla sigue siendo sinónimo de entrega absoluta y de la dimensión humana en el deporte. No hubo vencedores morales: Alí ganó, pero los dos dejaron parte de su vida en ese cuadrilátero sofocante.

    Legado cultural y deportivo

    Más allá del boxeo, el Alí-Frazier de Manila simboliza la lucha de dos visiones del mundo, el choque de personalidades y la capacidad del deporte de reflejar tensiones sociales y políticas. Alí se consolidó como una figura universal, mientras que Frazier, aunque siempre a la sombra, ganó el respeto eterno de fanáticos y especialistas.

     

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    NO LA VE: Milei defendió a Espert y descalificó la denuncia narco como “chimento de peluquería”

     

    El líder libertario salió a respaldar al diputado de su espacio, José Luis Espert, tras conocerse su vinculación con un empresario detenido por narcotráfico. Para Milei, todo es “una operación mediática” y acusó al kirchnerismo de ser “una banda de forajidos”.


    Un escándalo que incomoda a La Libertad Avanza

    En plena campaña electoral, el oficialismo quedó envuelto en un nuevo frente de tormenta: las denuncias que señalan al diputado bonaerense José Luis Espert por sus vínculos con el narco detenido Federico “Fred” Machado.

    Lejos de tomar distancia, Milei eligió blindar a su candidato y minimizar el hecho. En declaraciones a A24, aseguró que se trata de “otra operación” para “ensuciar” a su espacio político y descalificó la acusación como un simple “chimento de peluquería”.


    “Que avance la Justicia”

    Cuando el periodista le recordó que la denuncia no era un rumor sino parte de una causa abierta en Estados Unidos, Milei titubeó y se limitó a responder: “Que avance la Justicia”.

    A la vez, puso en duda los tiempos de la investigación, señalando como “sospechoso” que aparezca justo en plena campaña electoral.


    Comparaciones y ataques

    El libertario comparó la situación con viejas denuncias contra Enrique Olivera en 2007 y Francisco De Narváez en 2009, sosteniendo que estas maniobras se repiten “cada vez que hay elecciones”.

    No se quedó ahí: volvió a apuntar contra el kirchnerismo, al que acusó de ser “la franquicia electoral del socialismo del Siglo 21”. En esa línea, sentenció que recurren a estas prácticas porque “son una banda de forajidos”.


    El trasfondo: Espert y Machado

    La controversia gira en torno a la relación de Espert con Machado, detenido en causas de narcotráfico y con vínculos empresariales en la región. La denuncia, que circula en el ámbito judicial estadounidense, conecta al legislador con sectores del crimen organizado, aunque desde La Libertad Avanza la califican como una maniobra política.


    Operación o realidad incómoda

    Más allá de la defensa cerrada de Milei, lo cierto es que el tema pone en el centro del debate la relación entre la política y el narcotráfico en la provincia de Buenos Aires.
    Mientras el oficialismo insiste con el libreto de la conspiración mediática, la causa avanza en tribunales internacionales.

     

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    BOCHORNOSO: Una «metida de Pato» que puso en riesgo la detención de Pequeño J

     

    La ministra casi hace que se escape el supuesto actor intelectual.

    Por Roque Pérez para Noticias La Insuperable

    En horas de la tarde de ayer, la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, sorprendió en las redes confirmando la detención en Lima de uno de los sospechosos clave del brutal asesinato de Lara Gutiérrez, Brenda Delgado y Florencia Ibáñez.

    Se trataba de Matías Ozorio, señalado como la mano derecha del narco “Pequeño J” y presunto autor material de los femicidios.

    Pero lo que todos desconocíamos era que la captura se había producido cerca del mediodía y que la noticia había sido guardada bajo siete llaves, pues Ozorio era pieza clave para la detención de Pequeño J.

    El celular de Ozorio conectaba con el de su jefe, que también se encontraba en Perú. Patricia Bullrich, intentando desesperadamente llevarse un logro en esta causa, publicó irresponsablemente la captura y eso aceleró todo el proceso que, por suerte, gracias a la policía bonaerense que trabajaba coordinadamente con la del Perú, se pudo llevar con éxito.