Capitanich llamó a “reventar las urnas” para ponerle freno al saqueo y la humillación social
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Capitanich llamó a “reventar las urnas” para ponerle freno al saqueo y la humillación social

 

En un encendido discurso de más de una hora, Jorge Capitanich repasó su legado de gestión, pidió perdón por errores del pasado y lanzó un llamado urgente a la ciudadanía para frenar con el voto el avance de un gobierno al que calificó de irresponsable, corrupto y autocrático. “Les están sacando el plato de comida de la boca a los pobres”, denunció.

Por Walter Onorato

Desde Resistencia, pero con el corazón puesto en la pulseada nacional, Jorge Capitanich volvió a ponerse al frente de la batalla política. En un discurso transmitido vía streaming desde la Facultad de Ingeniería de la UNNE, el exgobernador chaqueño no se guardó nada. Habló de memoria, de futuro, de errores, de ampollas y de dignidad. Pero sobre todo, denunció sin eufemismos a quienes, desde el poder, están hundiendo al pueblo argentino en un pantano de ajuste, endeudamiento y miseria.

Su blanco inmediato fue el gobernador Leandro Zdero, a quien acusó de encabezar “un gobierno irresponsable” que transformó el superávit fiscal en un agujero negro de déficit y parálisis. Pero su crítica se proyectó más allá del ámbito provincial. Porque cuando Capitanich habla de “autocracia”, de “privatizaciones encubiertas” y de “salarios de hambre”, hay un destinatario inevitable en esa interpelación: Javier Milei.

El discurso fue algo más que un cierre de campaña. Fue, en los hechos, una proclama política contra el experimento libertario que hoy tiene a la Argentina rehén de los mercados financieros y de un dogma destructivo disfrazado de libertad. En ese marco, Capitanich pidió usar el voto como herramienta de defensa, como grito de dignidad y como freno a lo que definió como “la humillación organizada de los sectores populares”.

“Les están sacando el plato de comida de la boca”, bramó en referencia al deterioro brutal del poder adquisitivo y el achique de la política pública. Con tono encendido, denunció que mientras el pueblo come salteado, el gobernador chaqueño embolsa más de 8 millones de pesos por mes entre sueldo y viáticos. “Que publique su recibo”, desafió con los dientes apretados.

El exmandatario no se limitó a denunciar. También hizo autocrítica. Con humildad poco común en la dirigencia política, pidió perdón por los errores de sus gestiones anteriores, por lo que no supo o no pudo hacer, por quienes “usaron su buena fe”, y hasta por quienes se sintieron defraudados. Lo hizo desde el corazón, no desde la calculadora. “No necesitamos cargos, estamos acá por ustedes”, aseguró, con voz quebrada y el semblante de quien sabe que no hay épica sin dolor.

Capitanich apostó a la memoria como vacuna contra el engaño. Llamó a votar con memoria, a recordar lo construido en años de gobierno, las obras iniciadas —hoy paralizadas o simplemente inauguradas como ajenas por la actual gestión—, y las decisiones que garantizaron dignidad y desarrollo para muchos chaqueños. “Nosotros defendemos la libertad. No ellos, que son autócratas”, disparó, en un juego de palabras que desnudó la contradicción entre el discurso libertario y la práctica autoritaria que Milei y sus aliados despliegan desde la Casa Rosada.

Si algo tuvo el discurso fue crudeza. Capitanich no apeló al eufemismo ni al cálculo. Denunció con nombre y apellido el “despilfarro, la corrupción y el endeudamiento irresponsable” de la actual gestión chaqueña. Pero el mensaje fue más amplio: fue un alegato contra un modelo que privatiza hasta el aire, que quiere disciplinar al pueblo con hambre y que concibe la política como enemiga del mercado. “La esclavización de los trabajadores” fue otra de sus frases más potentes, que se coló como daga directa al corazón del mileísmo.

En ese sentido, lanzó una serie de propuestas legislativas que muestran otro camino posible: economía ambiental, desarrollo productivo, energía soberana, conocimiento aplicado. Ideas que contrastan con el vaciamiento institucional y el odio a la ciencia que predica el actual gobierno nacional. En cada frase, Capitanich buscó mostrar que hay proyecto, que hay alternativa, que no todo es ajuste, motosierra y venganza de clase.

Uno de los momentos más vibrantes de su intervención fue cuando citó a El Eternauta para reivindicar el compromiso con el pueblo. “Se construye amor con el pueblo cuando tenés ampollas en los pies y callos en las manos. Cuando el pueblo sufre, no hay lugar para la comodidad”, dijo. Allí, el mensaje se volvió más que político: se volvió ético, casi existencial. Porque lo que está en juego, según Capitanich, no es una elección más, sino el alma misma del país.

También le habló a la militancia, a la que pidió “reventar las urnas” este 11 de mayo, como único modo de frenar la consolidación de un régimen que —según sus palabras— manipula al electorado con listas colectoras y prácticas turbias. Y dejó un mensaje tan poderoso como realista: “Después de 16 meses, espero que el desencanto sea visible”. Esa frase, simple pero devastadora, captura el estado de ánimo de una sociedad agotada de promesas rotas, de verdades falseadas y de un presidente que se presenta como antisistema mientras gobierna para los mismos de siempre.

En esa línea, Capitanich advirtió que las tarifas públicas aumentan sin freno, que las redes sociales se han convertido en armas de manipulación masiva, y que hay que discutir en serio leyes como la de Ficha Limpia, pero con criterios de verdadera transparencia y no como herramientas persecutorias del adversario.

Frente a un país que se cae a pedazos bajo el peso de la motosierra, Capitanich aparece como uno de los pocos dirigentes que todavía se animan a hablar con claridad, a reconocer errores sin entregarse al derrotismo, y a convocar al pueblo no desde el marketing, sino desde el cuerpo. Desde el barro. Desde la historia.

La elección del 11 de mayo en Chaco será provincial, sí. Pero también será un termómetro del malestar nacional. Un ensayo de resistencia frente a un gobierno nacional que está arrasando con la educación, la salud, el trabajo, la soberanía. Capitanich lo sabe y por eso su mensaje trasciende fronteras: lo que está en juego no es sólo una banca, sino el rumbo de un país.

Mientras Milei se sacude la Constitución como si fuera un trapo sucio y Zdero se pasea entre ruinas maquilladas de gestión, Capitanich planta bandera. No promete milagros. No vende humo. Pero sí ofrece algo que hoy escasea: memoria, humildad, compromiso y una verdad incómoda para el poder.

Porque en tiempos de cinismo y crueldad, decir que el pueblo sufre ya es, en sí mismo, un acto de rebeldía.

 

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