BIENVENIDOS A CARNENTINA
Por estos lados, la única batalla es llegar a fin de mes, mientras unos pocos continúan en sus castillos de cristal. Yo no construyo castillos ni en la tierra ni en el aire. Vivo en esta jungla en donde todos carnean a todos…
Argentina no es el nombre más adecuado. Prefiero Carnentina, país que te manduca sin tapujos, arrancándote los pedazos muy despacito… Es cierto, en Carnentina pululan las carnicerías, los carniceros y los carnentinos. Un típico carnentino te mastica con sus afilados colmillos, te va devorando de diferentes maneras: con tenedor y cuchillo los más educados, con una sierra de carpintero los más taraditos, con guantes blancos los estudiosos del mercado, y a mano limpia los que les encanta chupar los huesos.
Por suerte tengo osteoporosis. Es así. No hay que ser muy idealista en Carnentina, porque los ideales también son unos desaforados carnívoros, te tragan sin dientes y con una boca bien abstracta.
Tampoco hace falta ser muy astuto para darse cuenta que, en Carnentina, les gusta mucho la carne. A mí también me gusta mucho, aunque me cae pesada, sobre todo si está cruda y es el duro matambre de algún empresario alimentando en paraísos fiscales.
Varias veces intenté hacerme vegetariano, pero no pude, sentía una carencia de fuerzas abrumadora, y hasta una pérdida de la identidad bursátil. Creo que la identidad bursátil es común a todos los carnentinos, el discurso de los números que suben y bajan por la montaña rusa de los medios lo demuestra; números desfigurándose en un sangrado a chorros entre montañas de carnes en descomposición, dando vueltas por los aires, entrando en los oídos, saliendo por las bocas y los culos más refinados.
El símbolo vegetal de ese país llamado Carnentina no es la flor del ceibo, aún siendo bien roja como la carne roja. En Carnentina la planta carnívora representa prolijamente a los carnentinos.
Carne, carne, ¿qué más se puede decir? Carne, carne y más carne…
Imagen de portada : Oda Jaune