¿POR QUÉ UNA MUJER NO PUEDE DIRIGIR LA IGLESIA CATÓLICA?

¿POR QUÉ UNA MUJER NO PUEDE DIRIGIR LA IGLESIA CATÓLICA?

¿CUÁLES SON LAS RAZONES DOCTRINALES Y LAS IMPLICACIONES DE PODER EN LA RESTRICCIÓN DE QUE UNA MUJER LLEGUE AL TRONO DEL VATICANO? Algunas de las religiones más influyentes del mundo, como el judaísmo, el islam y el catolicismo, podrían tener muchas diferencias en su manera de interpretar los textos sagrados y de cómo concebir al…

El invierno y el humo 

 

La escena es breve pero brutal. En la nueva temporada de The Last of Us, el silencio de la nieve lo cubre todo: una blancura extrema —casi litúrgica— en la que la quietud parece promesa de paz. De pronto, del subsuelo congelado, brotan cuerpos infectados, monstruos agazapados bajo la pureza engañosa del paisaje.

Doce años después de la llegada de Jorge Mario Bergoglio al trono de Pedro, esa escena regresa como imagen incómoda. ¿Qué se oculta bajo la blancura del símbolo Francisco? ¿Qué monstruos agazapados no han sido nombrados, ni enfrentados, ni exorcizados por este papado que prometió renovación?

En 2013 escribí, también para Anfibia, que la Iglesia parecía ese borracho que busca las llaves no donde las perdió sino donde hay más luz. ¿Dónde buscó la Iglesia de Francisco sus respuestas? 

Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa, en marzo de 2013, la Iglesia Católica atravesaba no solo una crisis interna sino un verdadero invierno civilizatorio. El desencanto con las grandes instituciones, el descrédito de los relatos salvíficos, la aceleración del tiempo digital y el colapso ecológico dibujaban un mundo que ya no buscaba respuestas en los altares. La jerarquía eclesiástica, atrapada entre su obsesión doctrinal y su incapacidad de escuchar el rumor del mundo, parecía ir perdiendo no sólo fieles, sino relevancia simbólica. En esa atmósfera de derrumbe, la figura de Francisco emergió como una promesa: un pastor que hablaba de misericordia, un jesuita que caminaba sin oropel, un argentino que traía el Sur al corazón de Roma. Pero la crisis no  no cedió: los escándalos de encubrimiento siguen emergiendo, las juventudes abandonan los credos institucionales y el discurso eclesial parece cada vez más ajeno a los dilemas del presente.

Cuando Bergoglio fue elegido Papa, la Iglesia Católica atravesaba no solo una crisis interna sino un verdadero invierno civilizatorio. La figura de Francisco emergió como una promesa. Pero la Iglesia no es un solo hombre.

Conviene no caer en la trampa de las simplificaciones. La Iglesia católica no es un bloque homogéneo, sino un entramado denso de culturas, poderes, sensibilidades y resistencias. Conviven en ella quienes exigen reformas profundas y quienes sueñan con restauraciones litúrgicas decimonónicas; obispos que arriesgan el cuerpo junto a los pueblos y cardenales que blindan privilegios; curas de barrio que abren sus parroquias a las disidencias y jerarcas que aún niegan los abusos. Esas múltiples iglesias dentro de la Iglesia tensionan cualquier intento de transformación. El papado de Francisco ha navegado —a veces con astucia, a veces con titubeo— entre esas fuerzas contrapuestas. Y aún así no es él quien las inventó, ni quien podía desactivarlas por decreto. La Iglesia no es un solo hombre.

No sería justo decir que nada cambió. Francisco llegó a una institución devastada por el descrédito, corroída por los escándalos de abuso sexual, perdida entre intrigas curiales y desconectada de la calle. Enfrentó, desde el inicio, una resistencia feroz dentro del propio Vaticano: cardenales que lo desobedecen, medios católicos que lo acusan de hereje, sectores que aún sueñan con restauraciones litúrgicas y morales. Y aun así, logró abrir grietas. Cambió el tono: menos condena, más compasión. Cambió la geografía: puso a los márgenes en el centro, habló de migrantes, de la Amazonía, de la Tierra como casa común. Cambió, incluso, el rostro del papado: menos púrpura, más calle. Convirtió la palabra “misericordia” en bandera y se atrevió a incomodar al capital financiero y al extractivismo, al denunciar “la economía que mata”. Pero cada paso hacia adelante parece haber venido acompañado por una red de contención interna, una especie de freno eclesiástico que ralentiza o revierte el impulso transformador.

Poco antes de su elección, cuando aún Benedicto XVI era el Papa — renunció estando yo todavía en Roma— me hospedé en la Domus Internationalis Paulus VI, la misma residencia en el centro de la ciudad donde Jorge Mario Bergoglio pasó sus últimos días como cardenal antes de entrar al cónclave. Desde mi cuarto —una celda austera, casi monacal, con una ventana que dejaba entrar apenas el murmullo del Vaticano— me preguntaba, y aún me lo pregunto, por qué el Cardenal Gianfranco Ravasi me había invitado a dar la conferencia magistral en el Sínodo de la Cultura, que en esa edición estaba dedicado a la juventud. Qué lugar imaginaba para una antropóloga latinoamericana, mujer, crítica, en un espacio acostumbrado al monólogo clerical. En esos días, el aire estaba cargado de expectativa: se hablaba de renovación, de escuchar otras voces, de abrir las puertas a los márgenes. Era difícil no dejarse tocar por ese clima. Hoy, desde la distancia, me asalta una pregunta más difícil: ¿seguirá vigente ese impulso?, ¿qué fue lo que realmente se abrió y qué se volvió a cerrar con más fuerza?

Más allá de los muros vaticanos, las mujeres dejaron de esperar permiso. Teólogas, activistas, místicas, defensoras del territorio, madres que denuncian abusos, lesbianas católicas, religiosas feministas: todas ellas desbordan el molde eclesial.

Aunque Francisco impulsó gestos relevantes y cambios simbólicos que no deben minimizarse, queda a deber en temas cruciales. Tres asuntos, en particular, me parecen ineludibles si queremos pensar su pontificado más allá de la simpatía o el desencanto: el lugar de las mujeres en la Iglesia —sistemáticamente relegadas a funciones decorativas o asistenciales—; el silencio persistente del Vaticano frente a las violaciones de derechos humanos en regímenes como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua; y, quizá más inquietante aún, la escasa reacción frente al crecimiento global de liderazgos autoritarios que reivindican una política de fuerza, castigo y supresión de derechos, muchas veces en nombre de valores cristianos. 

La pregunta, ahora que llega a su fin con su pontificado, es cómo asumirá la Iglesia esos desafíos en un mundo cada vez más urgido de posiciones claras.

La Iglesia católica hizo de la mujer un ícono: madre, virgen, mártir, santa. La exaltó en los vitrales y la ha silenciado en los sínodos. Construyó una teología de la femineidad idealizada —misericordiosa pero obediente, amorosa pero sin voz— que le permite sostener una estructura profundamente patriarcal sin renunciar al gesto de la ternura. Francisco, con su tono pastoral, ha reiterado esa visión: el elogio constante a las “abuelas de la fe”, a las “madres que rezan”, a las “mujeres que sostienen la Iglesia”. Pero esa retórica no se tradujo, todavía, en una transformación profunda del poder eclesial. Aunque sería injusto no reconocer ciertos avances. 

Bajo el pontificado de Francisco, mujeres laicas han sido nombradas por primera vez en puestos de responsabilidad en el Vaticano: desde 2021, la hermana Nathalie Becquart es subsecretaria del Sínodo de los Obispos —con voz y voto, un hecho inédito— y en 2022 el Papa nombró a tres mujeres en el Dicasterio para los Obispos. También se designó por primera vez a una mujer como gobernadora de la Ciudad del Vaticano y creció la presencia femenina en áreas estratégicas como la economía y la comunicación. En el reciente Sínodo, su participación aumentó significativamente, tanto en número como en funciones. Son señales importantes, sí, pero todavía excepcionales. Grietas en una estructura que se resiste a ceder el poder y que sigue entendiendo la participación de las mujeres como delegación, no como co-gobierno.

Pero más allá de los muros vaticanos, las mujeres dejaron de esperar permiso. Teólogas, activistas, místicas, defensoras del territorio, madres que denuncian abusos, lesbianas católicas, religiosas feministas: todas ellas desbordan el molde eclesial. No buscan ser incluidas como una concesión, sino cuestionar de raíz la teología del poder que sostiene la exclusión. Aquí no se trata de aplausos morales o reconocimientos simbólicos, lo que se requiere es una transformación política de fondo. 

Recuerdo una imagen: Jueves Santo, cárcel de mujeres de Rebibbia, Roma. Francisco arrodillado, lavando los pies de las presas. Algunas lo miran con desconfianza, otras bajan los ojos, una llora en silencio. El gesto, profundamente humano, conmueve. Rompe la tradición —hasta entonces solo varones eran parte del rito— y abre una importante fisura. Pero luego la puerta se cierra, la ceremonia termina, las mujeres vuelven a sus celdas, y el poder eclesial regresa a su curso. La escena que resume el dilema: el Papa que toca los pies de las olvidadas, pero no les entrega la palabra. El gesto está ahí, indeleble; lo que falta es la transformación que lo haga durar.

La opción por la diplomacia silenciosa fue otra de las marcas del pontificado. En Cuba, Francisco fue clave en la mediación que permitió reanudar las relaciones con Estados Unidos y la liberación de presos políticos. Pero frente a las denuncias de represión, censura y persecución de disidencias prefirió el tono neutro, el llamado abstracto al diálogo. En Venezuela, incluso tras los informes demoledores de la ONU sobre violaciones sistemáticas de derechos humanos, no hubo condenas explícitas. En Nicaragua, donde el régimen de Daniel Ortega encarceló y luego expulsó a figuras religiosas, incluido el obispo Rolando Álvarez, el Papa apenas esbozó llamados genéricos a la paz. El riesgo de esta prudencia es alto: en un mundo hiperviolento, la omisión también habla.

El Papa lava los pies de las olvidadas, pero no les entrega la palabra.

Mientras el mundo se endurece, la palabra papal se ha vuelto más suave. En tiempos donde líderes como Trump, Bukele o Milei convierten la política en espectáculo punitivo, exaltan la violencia como virtud y erosionan derechos conquistados —especialmente los de mujeres, migrantes, disidentes y pueblos indígenas—, el silencio del Vaticano pesa. No es sólo omisión: es una renuncia a la dimensión profética del catolicismo, esa que alguna vez supo denunciar a los faraones de turno.

Francisco habló de justicia social, de cuidado del planeta, de una economía al servicio de la vida. Pero evitó confrontar, con nombre y apellido, a quienes instalan regímenes autoritarios que recortan libertades en nombre de valores cristianos o de una moral restauradora. La Iglesia, que podría ser un contrapeso ético, se repliega en gestos, mientras el poder se vuelve más brutal.En The Last of Us, bajo la nieve se oculta el peligro, la amenaza, la vida contaminada que aguarda su momento. En la Iglesia, quizá también algo late bajo la superficie: no el monstruo, sino el conflicto no resuelto, las preguntas sin pronunciar, las voces todavía silenciadas. El invierno civilizatorio sigue su curso. Bajo esa intemperie, la Iglesia católica navega entre tensiones irresueltas, silencios estratégicos y gestos que no siempre alcanzan. Y el humo —ese antiguo símbolo de continuidad— anunciará en los próximos días si la Iglesia que emerja de ese cónclave dará continuidad a lo empezado por Francisco o, por el contrario, optará por un repliegue: un retorno a formas más cerradas, jerárquicas y restauradoras. Una era de desafíos se asoma en el horizonte: con la muerte de Francisco, ¿se abrirá una nueva etapa o se clausurará, otra vez, el camino de lo posible?

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Desvaticanizar la Iglesia

 

La misión de Francisco estuvo en la zona de lo imposible: debió enfrentar un proceso en el que el catolicismo perdía gravitación histórica mientras era cuestionado tanto por diversas vetas de la cultura secular, como por la expansión de otros grupos religiosos en áreas de nueva y vieja evangelización católica.

Jorge Bergoglio era consciente del esclerosamiento del catolicismo, que también es el clericalismo de la religión romana centralizada y vertical que pretendían blindar sus predecesores, especialmente Wojtyla y, sobre todo, Ratzinger. Hasta el papado de Francisco al catolicismo le fue imposible asumir las agendas de autonomía subjetiva que crecieron a partir de la segunda mitad del siglo 20. Pero también le resultó difícil competir por los pueblos contra la máquina nomádica de la religión evangélica que avanza —pese a lo que todos sus contradictores creen— sin plan centralizado y sin más propuesta que la interpretación libre de los evangelios. El catolicismo enfrentó la modernidad y sus conflictos, de clase y de sujeto, como cuestiones teóricas a partir de la visión de hombres que se pretendían desencarnados. Y en parte lo eran: los sacerdotes, y en especial los Papas, no tenían familia ni trabajo y seguro estaban en paz con la idea de su inmortalidad. Francisco no era ajeno a esa situación pero era consciente de sus determinaciones.

El papado de Francisco intentó ser una práctica transformadora más que una reforma total del dogma.

En ese contexto, el papado de Francisco intentó ser una práctica transformadora más que una reforma total del dogma. Que la Iglesia Católica no sea solo los sacerdotes, que los sacerdotes estén más conectados con la realidad de sus comunidades. El caminar juntos que le propuso a través de la sinodalidad a la Iglesia para reflexionar sobre su misión no era un cambio desde arriba como el que teóricamente surgiría de un concilio: era más “moderado”, pero al mismo tiempo más profundo. Sobre los más diversos puntos, en distintos momentos, el Papa dio indicaciones que fueron discutidas, pero dejan los sedimentos de una transformación en curso. En el arco que va de su ya famoso “quién soy yo para juzgar” a su encuentro con los jóvenes donde amonesta la cerrazón de la Iglesia a la diversidad, de sus encíclicas sobre la fe, la fraternidad universal y la ecología a las disposiciones sobre la participación de los laicos y las mujeres en el culto y en la vida del Catolicismo o sus intervenciones sobre los conflictos internacionales, está la siembra de un planteo de cambio que ya trajo frutos.

La tarea de Francisco consistió en cuestionar el carácter romano y específicamente vaticano de la Iglesia Católica para que pueda ser lo más universal posible. Es una tarea dificilísima porque a pesar de las simpatías que desató entre progresistas no católicos —ampliando parcialmente la relevancia del catolicismo para la vida pública de algunos países—, causó reacciones negativas en el mundo católico y, a veces, indiferencia en los mundos populares donde el sentimiento religioso muchas veces pasaba por otras agendas y por otros nudos.

Francisco entendía que lo importante no eran los espacios de poder, sino los procesos que podían sacudir las murallas para dar lugar a una renovación de los sujetos.

Esto vale específicamente para que los progresistas que repudiaron a Francisco el día de su nominación como Papa y hoy practican una proximidad sincera —aunque en muchas ocasiones sea cosplay de catolicismo— hagan un proceso de reflexión: los valores del papado están en la dimensión específicamente religiosa, en la dinámica del catolicismo, donde lo que importa no es exclusivamente el posicionamiento del papa frente a la disputa entre conservadores y progresistas en Europa o en América Latina. Aunque en esta dirección Francisco tomó una diagonal que muchos no esperaban: actualizó y fortaleció los lazos entre cristianismo y humanismo de forma tal que una parte de los logros de su papado fue devolverle repercusión y consistencia a una Iglesia que venía de padecer la erosión de su imagen por todo tipo de escándalos.

El habitante de Santa Marta sabía que se enfrentaba a un clero que se iba a refugiar en la tradición para boicotearlo. También sabía que se enfrentaría a una oposición de élites que encuentran en el cristianismo un obstáculo para sus proyectos de guerra y acumulación. Y creo que reconocía que la experiencia religiosa popular le quedaba cada vez más lejos al catolicismo (si entendemos por popular el pueblo realmente existente y no el pueblo imaginado por el plebeyismo sin pueblo).

Francisco tomó una diagonal inesperada: actualizó y fortaleció los lazos entre cristianismo y humanismo. Así le devolvió repercusión y consistencia a una Iglesia que venía de padecer la erosión de su imagen por todo tipo de escándalos.

En una entrevista que dió al inicio de su papado frente a Antonio Spadaro, intelectual jesuita y director de la revista Cívitas, Francisco confesó su predilección por Michel de Certeau (jesuita, etnólogo, historiador, lingüista y practicante del psicoanálisis), uno de los más importantes analistas culturales del siglo 20. Francisco se inspiraba en la figura de De Certeau, que a su vez se inspiraba en la del fundador de la orden jesuita en su relación de distancias y amores cada vez más intensos respecto de Dios, la Iglesia y el propio papado.

Y de la misma manera que el fundador de la orden y que el intelectual francés, Francisco entendía que lo importante no eran los espacios de poder, sino los procesos que podían sacudir las murallas para dar lugar a una renovación de los sujetos y los repertorios. En esa entrevista definió su papel en la historia de la Iglesia Católica: disparar procesos sin detenerse en especulaciones sobre hasta dónde llegaría el impulso. Lo hizo promoviendo el lío y haciéndose par de sacerdotes cuya vida conocía muy profundamente en sus dramas y vicisitudes. El impulso de Francisco era como el de San Ignacio de Loyola, el impulso del caminante herido movilizado por una falta y dispuesto a ser atravesado por algo más grande que él. Una tarea infinita a la que se entregó para poder pasar la posta de un proceso cuyo sentido no podemos determinar todavía.

La Iglesia Católica es apostólica y romana. Y esos términos no son gratuitos ni inocuos. Lo más profundo de su legado está en la tentativa de desvaticanizar la Iglesia, de hacerla menos romana y más llena de humanos y ciudadanos. Una Iglesia de pastores.

Mal haríamos en hacer un balance en términos de las categorías más inmediatas con las que se quiere establecer el significado de su obra: hay que salir del argentino-centrismo y del progre-centrismo para poder entender el sentido más profundo del proceso iniciado por Francisco. La Iglesia Católica es apostólica y romana. Y esos términos no son gratuitos ni inocuos. Lo más profundo de su legado está en la tentativa de desvaticanizar la Iglesia, de hacerla menos romana y más llena de humanos y ciudadanos. Una Iglesia de pastores (que sólo por ser pastores podrán tener olor a oveja).

Todavía no podemos saber hasta dónde puede llegar la dinámica iniciada por Francisco porque eso es lo propio del tiempo, que para Francisco y para San Ignacio de Loyola era el ámbito de manifestación del Espíritu Santo. Hay que ver entonces el registro específico de la intervención de Francisco (y no el de Bergoglio): el de la tentativa de liberar al Espíritu Santo de su cárcel romana. Como me lo hizo observar Néstor Borri, Francisco no falleció el domingo de resurrección sino un lunes cuya fecha coincide con la fundación de Roma. Si su tentativa toca profundo en la vida del catolicismo, su obra habrá sido un éxito. Y si hay algún grado de éxito, su humanismo habrá triunfado por consecuencia y por añadidura.

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LPO en GPS: “El gobierno festeja que el FMI lo obligó a hacer lo que no quería hacer”

LPO en GPS: “El gobierno festeja que el FMI lo obligó a hacer lo que no quería hacer”

 

En la sección de La Política Online en GPS, el programa de América, Ignacio Fidanza analizó junto a Rolando Graña el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la elección en la Ciudad y la provincia de Buenos Aires.

“El gobierno tiene una habilidad extraordinaria para presentar como un gran triunfo todo lo no quería hacer”, dijo el director de LPO y siguió: “Pero además querían mantener el tipo de cambio fijo y no querían sacar el cepo. Eso lo querían hacer después de las elecciones. Pero se quedaron sin plata y fueron desesperados al Fondo. Allí les impusieron el programa que estamos viendo”.

“Les reconozco que lo vendieron como un mérito propio”, aseguró Fidanza y agregó que “ahora es volver al viejo plan”.

No obstante, aseguró que el gobierno mejoró en las encuestas y que pelea el segundo puesto en la Ciudad. “Es lo que tienen. Que algo cambie para que nada cambie”, dijo.

Milei quiere dejar como legado la destrucción del periodismo 

“No fue un gobierno muy riguroso en la elaboración de planes. Reprodujeron el mismo tipo de populismo cambiario de los últimos años con un discurso de otras características. Y con ajuste”, dijo.

También habló de la escalada de violencia del gobierno hacia el periodismo. “Hay varias obsesiones en este gobierno: una es el odio al periodismo. Es una convicción, una táctica y una estrategia. Milei quiere dejar como legado un país sin periodismo”, dijo.

Respecto de la provincia de Buenos Aires, Fidanza explicó que ya existe un acuerdo entre La Libertad Avanza y el PRO a pesar de Macri. Dijo que hoy, Diego Santilli, Cristian Ritondo y Guillermo Montenegro tienen un acuerdo cerrado. “No lo presentaron porque si lo presentaban entra en crisis el bloque de diputados nacionales del PRO y eso impacta sobre la gobernabilidad”, dijo.

 

Ahora agitan la candidatura de Magario para enfrentar a Cristina

Ahora agitan la candidatura de Magario para enfrentar a Cristina

 

Mientras se termina de definir la suspensión de la PASO en la provincia, la posibilidad de una candidatura de Verónica Magario como candidata por la Tercera comenzó a ganar volumen en las últimas horas.

Por un lado, el nombre de la vicegobernadora aparece como una posibilidad para enfrentar a Cristina Kirchner, quien persiste en sus intenciones de encabezar la lista del sur del conurbano.

Sin embargo, también mencionan a la vice desde Avellaneda, como candidata para enfrentar a la presidenta del PJ. Esto en caso de que no se logren los consensos mínimos para una lista de unidad.

LPO contó un encuentro entre Magario y Cristina. La reunión fue apenas tres días después que se revelara la posibilidad de una candidatura de la ex presidenta en la provincia. La vicegobernadora sabe que Cristina es la única que puede disputarle el control de La Matanza.

Magario se reunió con Cristina para evitar una derrota en La Matanza

Por la noche del lunes, el intendente de Ezeiza, Gastón Granados, salió a promover la candidatura de Cristina en las redes. “En la Tercera, la sección más peronista de la provincia, la lista que nos represente debe ser encabezada por la mejor de nosotros: Cristina diputada provincial”, escribió.

En la 3 Sección, la más peronista de la provincia, la lista que nos represente debe ser encabezada por la mejor de nosotros:@CFKArgentina Diputada ProvincialCon su liderazgo construiremos la victoria el 7 de septiembre, para seguir defendiendo los derechos de los bonaerenses.

— Granados Gastón (@GranadosGaston) April 21, 2025

La posibilidad de una candidatura de Cristina obligó a varios actores políticos de primera línea a salir a pelear un lugar en para la Legislatura. También trascendió una eventual candidatura de Sergio Massa por la Primera enfrentando quizás a Gabriel Katopodis, a quien se lo menciona como posible candidato del axelismo.

LPO contó además que la jugada llevó a los libertarios a jugar fuerte. Por la Tercera Milei piensa en Leila Gianni como candidata para enfrentar a Cristina, mientras que por la Primera lanzaron a rodar el nombre de Diego Santilli.

Cristina Kirchner.

En el Movimiento Derecho al Futuro, la fuerza política de Kicillof, anotaron una fecha: el 29 de julio. Ese sería el día en que deberían cerrar las alianzas. Esa noche quedará definido si Cristina y Kicillof van juntos o separados en la elección de la provincia.

En el armado de Kicillof ensayan un plan B por caso no se logre llegar a un acuerdo. La primera opción era inscribir el Frente Grande, el partido de Mario Secco. Sin embargo, trascendió que el intendente de Ensenada no tiene el control total sobre ese armado electoral. Complicaciones propias en la aventura de disputar el poder en el peronismo.

Hubo contactos con Fernando Rozas, titular del partido Unión Celeste y Blanco, un sello con el que Francisco De Narvéz le ganó a Cristina en 2009.

Pero además fue clave para que Milei pueda competir en la provincia en 2023. El ahora Presidente no contaba con una estructura propia y cerró -vía Carlos Kikuchi- un acuerdo con Rozas para contar con un andamiaje electoral que les permita a los libertarios dar la pelea en la provincia.

A cambio de ese sello ingresaron a la Legislatura unos ocho diputados que rompieron con Javier y Karina Milei al día siguiente de la PASO de agosto. Hoy ese bloque articula como aliado de Kicillof para proyectos en los que el gobernador necesita votos.

LPO contó que el acuerdo del peronismo con ese sector era que el propio Rozas ocupe un asiento en el directorio del Banco Provincia. El bloque cumplió su parte, pero el Senado nunca votó los reemplazos en mandatos vencidos.

 

Orsi sufre su primera crisis tras la renuncia de una ministra que declaró su casa en un baldío

Orsi sufre su primera crisis tras la renuncia de una ministra que declaró su casa en un baldío

 

Yamandú Orsi tiene su primer escándalo desde que asumió el gobierno el 1 de marzo. La ministra de  de Vivienda y Ordenamiento Territorial de Uruguay, Cecilia Cairo, renunció a su cargo por no tener declarada su casa.

Según informaron los medios uruguayos, Cairo tuvo que reconocer que su vivienda está desde hace décadas en un predio sin regularizar a nivel catastral y en el domicilio declarado hay un terreno baldío. 

“Conversé con el presidente y presenté mi renuncia al cargo de ministra de Vivienda y Ordenamiento Territorial. Quiero agradecerle la confianza y el cariño que me ha dado”, escribió Cairo en un comunicado difundido en redes sociales.

En su defensa, la exfuncionaria dijo que “los lugares para nosotros son circunstanciales, pero las causas no”, además de reafirmar su compromiso contra “la pobreza y la injusticia”.

Lula, Boric, Yamandú y Petro acordaron relanzar la Unasur para aislar a Milei

La casa en cuestión que está sin regularizar, se ubica en un terreno de unos 1.500 metros cuadrados del barrio Pajas Blancas, en la periferia oeste de la ciudad de Montevideo, y está constrída sobre un predio que ante la Dirección Nacional de Catastro está inscrito como terreno baldío, por lo que paga desde 2002 una contribución inmobiliaria inferior a la que debería como vivienda, además de no abonar otros impuestos.

Cairo intentó defenderse argumentando que su prioridad fue la crianza de sus tres hijos, además de prometer pagar la deuda y regularizar el terreno, pero legisladores de los opositores Partido Nacional y Partido Colorado pidieron la renuncia de Cairo, al adelantar que de mantenerse en el cargo harían la interpelación en el Parlamento.

La casa en cuestión que está sin regularizar, se ubica en un terreno de unos 1.500 metros cuadrados del barrio Pajas Blancas, en la periferia oeste de la ciudad de Montevideo, y está constrída sobre un predio que ante la Dirección Nacional de Catastro está inscrito como terreno baldío, por lo que paga desde 2002 una contribución inmobiliaria inferior a la que debería como vivienda, además de no abonar otros impuestos

Pero Yamandú aceptó rápidamente la renunció y nombró otro funcionario. La decisión rápida del presidente uruguayo tuvo como misión frenar el enojo interno del Frente Amplio por este caso.

En ese sentido, el Secretariado Ejecutivo del Frente Amplio (FA) se reunió este lunes por primera vez luego de la primera crisis política del gobierno de Yamandú Orsi. 

Según publicó La Diaria con fuentes del partido, la conclusión es que Orsi salió “fortalecido” en su liderazgo, dado que logró tomar la decisión que se creía correcta, sopesando las distintas posiciones existentes entre los dirigentes del oficialismo, principalmente del Movimiento de Participación Popular (MPP), el sector al que pertenecen tanto Cairo como Orsi.

En Uruguay creen que Orsi puede mediar entre Lula y Milei 

Muchos en el FA reconocían que Orsi había sido el “candidato de la victoria”, pero que debía estrenarse en un momento político complicado, como lo fue este, con una de las referentes más importantes del MPP. “Estaba la duda de cómo era gobernando, pero demostró ser un toro experimentado”, comentó una fuente que participó del Secretariado.

Diferentes fuentes coincidieron en que el tono de la reunión fue “tranquilo” y que no hubo pasaje de facturas, como sí habría sucedido, señalaron, si el encuentro hubiera sido la semana pasada, con el tema aún leudando. El asunto fue “dado por terminado”, especificaron, en línea con lo que se dijo públicamente.