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Apertura de la muestra ‘Improntas reginenses’

A partir de este miércoles 3 se podrá visitar en el Galpón de las Artes la muestra ‘Improntas reginenses’ de María Cristina Bay. La apertura de la misma será a las 20 horas.

Con su impronta  Bay muestra  un variado universo de sutiles y exultantes colores, colmados de riqueza visual y expresiva revalorizando y exhibiendo sitios y lugares emblemáticos de la localidad.

María Cristina Bay nació en Capital Federal pero vivió y estudió de maestra en Banfield.

Emigró a Río Negro y se instaló en Villa Regina adoptando la identidad reginense desde 1974. Aquí concreta sus sueños familiares y proyectos de vida personales, siempre con una actitud comprometida con lo educativo, en lo laboral/sindical y en lo social, especialmente en la militancia feminista por los derechos de las mujeres y las disidencias.

Sus primeras incursiones en la pintura fueron en un atelier por los años 70 y tomó clases con el profesor Norman Tornini, fundador de la Escuela Municipal de Arte, hito fundamental en nuestra historia cultural.

Participante de varios talleres y seminarios de Arte, hoy es alumna del Taller de Pintura artística de la Escuela Municipal de Arte a cargo del profesor Claudio Grossi.

En “Improntas reginenses” su deseo es mostrar, junto a sus compañeras de taller, imágenes que recrean lugares emblemáticos de Villa Regina y homenajear a quien le debemos su nombre.

La muestra se completa y complementa con la participación de cuatro artistas locales invitadas: Elsa Blatner, Pelusa Miño, Mariana Payllalef y Ana Tralamil, quienes acompañan a Cristina en el recorrido visual de ‘Improntas reginenses’, presentando también paisajes, retratos y temática costumbrista de la ciudad.

La muestra  cuenta con el apoyo de  la Dirección de Cultura de Villa  Regina y con la coordinación de Grossi Claudio para la exhibición y disposición en sala de la misma.

Podrá ser visitada hasta el viernes 26 de noviembre los días viernes de 18 a 21 horas.

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  • La Patagonia del Tío Sam

     

    Sam Altman es uno de los creadores de la marca ChatGPT. Mira a cámara con los ojos tan abiertos como puede, delante de un pequeño escaparate iluminado por LEDs tenues y cuidadosamente arreglado para el anuncio institucional que está haciendo. Promete una revolución tecnológica sumando a Argentina a su proyecto llamado “Stargate”. En el anuncio elogia a Milei y al pequeño fondo que será su socio local en la instalación de un megacentro de datos en la Patagonia, que podrá usar hasta 500 MW y que requerirá una inversión publicitada de hasta US$ 20–25 mil millones. Detrás suyo se ve una serie de libros. El más legible es Anthem, la novela corta de Ayn Rand, en la cual imagina el futuro más distópico que los techbros y libertarios pueden concebir: uno en que el colectivismo ha triunfado completamente y la intervención estatal es total. En su historia, cualquier forma de la individualidad es ilegal y no hay forma del pronombre “yo”, solo hay “nosotros”. La cara de Sam Altman parece retocada. Como las cuentas de OpenAI y Altman no hacen eco del anuncio, en twitter la gente duda de si es un video real o si está hecho con IA.

    Demian Reidel llora. Vuelve a apretar play y vuelve a llorar. Ve el anuncio varias veces, y una y otra vez, se vuelve a emocionar. El actual presidente de Nucleoeléctrica Argentina, compañía estatal a cargo de las centrales nucleares locales, es físico egresado del Instituto Balseiro. Los dos años que se desempeñó como asesor presidencial de Javier Milei impulsó esta agenda. Es su primer hito de gestión, y viene de la mano de uno de los magnates estrella de Silicon Valley. Acaba de lograr una pequeña victoria en la agenda que impulsa hace dos años: convertir a la Patagonia en un nodo regional de datacenters. O sea, entregar la mayor cantidad posible de territorio, energía y aguas disponibles a nivel nacional para que grandes centros de procesamientos de datos se instalen en nuestro país. El sueño es lejano, fantasioso e irreal. Incluye una ciudad nuclear, con reactores alimentando el complejo. Pero Reidel logró una carta de intención y un anuncio de Altman en persona. Es el primer resultado que el gobierno de La Libertad Avanza logra a pesar de todos sus viajes, reuniones y declaraciones de alineamiento con los magnates del sector. 

    ***

    La compañía de Altman se ha convertido rápidamente en uno de los gigantes tecnológicos. Este año, la creadora de ChatGPT lanzó, en alianzas con otras empresas del sector, el proyecto Stargate. Un despliegue a nivel global de datacenters que representa un incremento en su capacidad de procesamiento de datos, específicamente orientados a estar a la altura de  la demanda que la inteligencia artificial genera. Esta demanda no solamente es en poder de cómputo y procesamiento, sino que también ha empujado la utilización de energética e hídrica de la infraestructura digital. De acuerdo a la Agencia Internacional de Energía, los centros de datos consumieron el 1.5% de la electricidad mundial en 2024 y se espera que esa cifra se duplique para 2030. Las incertidumbres sobre cómo, y sí estos cambios pueden darse al ritmo esperado son enormes. 

    Los anuncios oficiales se refieren a enormes cantidades de “energía renovable, líneas de alta tensión, fibra óptica y acceso a agua fría”. Pero hablar de semejante  disponibilidad de agua en una zona de estrés hídrico tiene implícito una noción fundamentalmente violenta: si la garantía es que habrá agua para enfriar servidores ¿qué pasará con las personas? ¿Y con el resto de actividades humanas, agrarias, productivas que dependen de una manera u otra de la disponibilidad del agua? Una investigación de Bloomberg reveló que a nivel global los datacenters ya consumen 560 mil millones de litros de agua, y que dos tercios de los centros de datos son construidos en zonas de estrés hídrico.

    Lejos de un sueño digital de ciencia ficción, los enormes galpones con miles de filas de servidores (al fin y al cabo la vieja CPU, pero optimizada) poco beneficio dan a las poblaciones cercanas o regionales. Si bien durante la etapa de construcción se requieren algunos empleos, la mano de obra que insume un centro de datos de estas características es escasa. La lógica del sector intenta realizar la mayor cantidad de operaciones de forma remota, por lo cual dependiendo del nivel de automatización la cantidad de empleo estable puede variar entre 50 y 150 personas. Por otro lado, la producción de insumos necesarios está localizada en Asia y la transferencia tecnológica y formación de técnicos nacionales es casi nula en este tipo de centros de datos. Es más lo que requieren del territorio que lo que dejan. 

    ¿Y qué pasa con toda esta energía? Se procesan enormes cantidades de datos y bits. Operaciones matemáticas complejas, en fracciones de un nanosegundo, que atraviesan placas de sílice, arena y minerales que mentes brillantes de la humanidad supieron refinar y optimizar en la suma del conocimiento técnico. De todo ese pequeño aleph de potencia, finalmente sale exportado el video de un perrito, una receta de avocado toast, o el meme de un presidente de extrema derecha.  De toda esa potencia, de toda esa energía concentrada, los circuitos se sobre calientan y es para la refrigeración necesaria que se utilizan volúmenes de agua realmente masivos. Agua que se usa para bajar la temperatura a la cual llegan los procesadores después de ser atravesados por toda la actividad digital. 

    Fue durante la última tendencia global de imitar a Studio Ghibli que OpenAI chocó con su capacidad de operación. Comenzó a rechazar peticiones para evitar que “se derritan los chips”, ya que había récord de usuarios solicitando copiar el estilo que el estudio japonés supo construir con los años. En simultáneo, OpenAI lanzó Sora, una aplicación destinada a crear una red social exclusivamente utilizada para videos generados por IA. La empresa espera competir así con TikTok y Meta, que ya había anunciado que en Facebook se permitió que los bots controlados por IA interactúen entre ellos. La tendencia es avanzar hacia más feeds, más contenido, más remix. Niveles cada vez más altos y acelerados de recombinación de elementos existentes para derivar en destellos de atención. 

    Estos centros de datos utilizan en todo el mundo miles de millones de litros al año, y generan enormes tensiones sociales allí donde se instalan. La otra red que atraviesa la Patagonia está hecha de cuencas y ríos. Ríos andinos muchos, que bajan desde los glaciares y van hasta el mar, garantizando la vida a lo largo de su recorrido. Estas cuencas de bajo estrés incluyen ríos que en los últimos años han tenido bajantes históricas y ciudades que compiten por caudales. El confuso anuncio del proyecto Stargate no aclara ni menciona el origen del agua, la energía o dónde se posicionará. Nada sabemos de concesiones hídricas existentes, o si el agua será la misma que usan las personas y poblaciones de la Patagonia. Cuando la nube deja de ser digital, se puede llevar el agua de nuestros ríos y glaciares.

    Esta tensión no es solamente propia de nuestro país. Las ciudades de Estados Unidos donde están alojados un cuarto de los servidores del mundo enfrentan las mismas tensiones. En Los Dalles, Oregon, las comunidades llevaron a Google a tribunales para que revelara cuánta agua estaba usando. Algo similar pasó a nuestros vecinos de Uruguay: allí Google quiso instalarse durante la peor crisis hídrica de los últimos 74 años. Mientras las personas tenían que comprar bidones de agua mineral para no beber agua de baja calidad y salinizada, el propio Ministerio de Ambiente admitió que el proyecto de Google iba a insumir 7,6 millones de litros por día, aproximadamente el consumo de 202.898 hogares.

    La investigadora Yawei Zhao acaba de estudiar lo que llamó “la frontera digital urbana”. Provincias empobrecidas de China que recibieron repentinamente centros de datos que cambiaron las dinámicas locales y el comportamiento urbano. Energía barata y tierras subsidiadas que abrían las puertas a nodos que reproducen desigualdades socioambientales donde se instalaron. Nuevas versiones de viejas dinámicas, en las cuales las poblaciones de centros urbanos se benefician de los costos ambientales que son sacrificados en áreas rurales. Zhao identifica que los lugares donde se instalan estos centros de datos se convierten en “vehículos metabólicos” para la infraestructura digital.

    Esto se da mientras el actual gobierno se encuentra en pleno desguace del Estado. A medida que la estructura de instituciones que otorgaba algún tipo de regulación se demuele, hay una creciente privatización del agua de hecho. Concesiones laxas, privatizaciones, permisos y otras regresiones ambientales de importancia. Las tensiones sobre el uso del agua no se resuelven o gestionan, sino que se tercerizan hacia el mejor comprador. Reducir al mínimo la cantidad de resistencia social, política y regulatoria para privatizar la mayor cantidad de agua de hecho.

    El video publicado por Altman para anunciar el proyecto menciona como socio local a la compañía Sur Energy. El fondo, descrito por Altman como empresa líder en el sector energético, no tiene proyectos de energía vigentes ni conocidos en el futuro. El “joint venture con un cloud developer” no tiene historial o experiencia en la construcción u operación de proyectos energéticos o informáticos de esta magnitud. De hecho al momento del anuncio, periodistas ya habían descubierto que la empresa no tiene ni página web, ni cuenta de Linkedin. 

    Aún así el anuncio contempla dos fases de construcción e implementación de entre uno y dos años, para un proyecto de 100 MW. El despliegue de infraestructura para así incluiría líneas de alta tensión, subestaciones, transformadores o torres de enfriamiento. A su vez, obra civil especializada y puesta en marcha de alta complejidad en cada etapa. El sector de los datacenters ni siquiera cuenta con un marco regulatorio para la actividad. Los plazos californianos parecen tener poco realismo local.

    Una palabra clave en todo esto parece ser “hasta”. Anunciar una inversión de hasta veinticinco mil millones de dólares permite hacer crecer las acciones de OpenAI y la credibilidad en un gobierno en crisis sobre su capacidad de atraer inversión extranjera. La promesa que hace dos años Reidel mantiene sobre una Patagonia digital parece tener al menos un mínimo producto viable. La probabilidad es que menos sea “una de las mayores iniciativas de tecnología e infraestructura energética en la historia de Argentina” sino sea una promesa vacía para generar valor accionario por un lado y porotos electorales por el otro. Los memoriosos recordarán anuncios similares, como las megainversiones en hidrógeno verde en la Patagonia. 

    Dentro del ámbito de la especulación digital también recuerda más a 2022, una granja de bitcoin prometió prosperidad y criptoriquezas a la ciudad de Zapala. El proyecto, a cargo de FMI Minecraft Mining, iba a funcionar con energía del megaproyecto de fracking Vaca Muerta. Mientras quienes viven en la zona continúan sin tener energías seguras en sus hogares,  1000 MW de energía iban a ser utilizados. El proyecto nunca se llevó a cabo y no hay evidencias públicas ni anuncios que expliquen el destino del proyecto.  

    A pesar de lo poco realista del proyecto, la realidad es que esto puede sentar un precedente peligroso en el desembarco de emprendimientos de enorme consumo hídrico en zonas donde el agua no abunda. La probable tensión social que un proyecto de estas características en la Patagonia, el costo hídrico y energético que debería asumir estructuras tan complejas.

    El RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones) aparece como factor clave en esta ofensiva. Es el andamiaje legislativo y jurídico que garantiza a estas inversiones que las tensiones en torno al agua serán resueltas hacia su lado. De acuerdo a investigaciones del Observatorio del RIGI, el mismo estructura una arquitectura legal que no sólo otorga enormes exenciones fiscales, financieras y soberanas, sino que también elimina cualquier tipo de regulación que limite, desde una perspectiva ambiental, el acceso al agua que pueden tener estos proyectos netamente extractivos. En ese sentido, el RIGI también considera insumos esenciales para los proyectos como “no susceptibles a restricciones regulatorias previas”. O sea declara al agua, la energía el transporte o el procesamiento como más allá de otras leyes  o normativas. 

    Esto se combina con los ataques directos y frontales a las instituciones estatales que daban asesoramiento técnico y político sobre la gestión del agua. El ataque frontal contra la Ley de Glaciares, el desguace del Instituto Nacional del Agua, del Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento, del Organismo Regulador de Seguridad de Presas, de ACUMAR, o las intenciones de privatizar AySA, la nueva licitación para las represas hidroeléctricas estatales y la nueva licitación para el control del Río Paraná, se combinan con la criminalización de la protesta y de quienes defienden al agua y al ambiente en este contexto.  

    Mientras tanto, a nivel local, hay más preguntas que certezas. La fuente hídrica, el caudal concesionado, la estacionalidad, los vertidos y las salmueras derivadas— bajo criterios posibles de “cero agua” y su alto costo energético derivado. Si efectivamente habrá trazabilidad para garantizar el origen renovable de la energía o si se le irá bajando el compromiso ambiental a medida que avance el tiempo, así como la capacidad real de la red o el almacenamiento posible. Que incorpore límites por sequía y priorización de usos; y, finalmente, una revisión sobre la soberanía de los datos cuando el datacenter y la plataforma operan bajo control transnacional.

    Mientras las grandes empresas tecnológicas vuelven a prometer futuros de abundancia, los límites naturales y terrestres parecen volver a traerlos a la realidad. Su creciente interés en la minería del fondo marino, o en el sueño de la minería espacial, responde a una disputa por la materialidad que sostiene al mundo digital. Su alineamiento con la extrema derecha estadounidense, y ahora también argentina, es también una declaración sobre sus intenciones sobre los bienes naturales y de vida, de los cuales depende la industria, pero también la humanidad. Los tecnocapitalistas no son negacionistas de los límites terrestres y planetarios. El negacionismo climático y ecológico es una estrategia discursiva y política para avanzar en la privatización de cada vez más áreas de la vida y del sistema tierra. Pretenden avanzar sobre el control de los bienes vitales y materiales. En ese sentido no buscan frenar la crisis climática, sino gobernarla y gestionarla a su favor. 

    Lejos de ser inmaterial y etérea, la inteligencia artificial y la nube intervienen de forma cada vez más directa sobre nuestro mundo. En el libro The Age of AI, el mismísimo Kissinger proponía como estrategia posible saturar la red de desinformación y contenido basura, a tal punto que fuera indistinguible para una persona promedio orientarse sobre qué es real y qué no. Y que las IAs pueden convertirse en el único mediador, que defina y distinga para nosotros lo real, y por ende en herramientas de poder. 

    Entonces ¿cómo gestionar la tensión? La oferta de tercerizar trabajo cognitivo en una sociedad hiperdemandada es más que tentadora, y con argumentos morales y éticos no alcanzará para entablar una discusión real. Pero no deja de ser necesario eximirnos de un mediador que confiesa su instrumentalización política y su alineamiento con las fuerzas de la extrema derecha global. ¿Qué nociones de agua, de ecología o de vida puede llegar a reproducir un software programado por gente que piensa como Altman o Reidel? 

    En contextos de sequía, y con cada vez más inestabilidad climática, hay potencia en pensar otras formas del agua. Encontrar y conectar con patrones de lo hídrico para más allá de lo instrumental. Que construyan nuevas institucionalidades, pero que también renueven las formas sociales de gestión y diálogo con nuestras cuencas. Incorporar entonces el pensamiento hídrico, la visión de cuenca, la escucha de nuestros glaciares, que hablan desde el pasado, en movimientos y ritmos de la inmanencia, y sostienen la trama de la vida en la Patagonia. Para recomponer nuestro vínculo con lo hídrico, para potenciar culturas marítimas y ribereñas, pero que puedan desbloquear otras posibilidades del porvenir y de futuros ecológicos para nuestro país. 

    La entrada La Patagonia del Tío Sam se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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    Alto guiso

     

    La Argentina transita con irracionalidad la añoranza del bienestar y la resignación a la pérdida y la renuncia ilimitadas.

    Por Jorgelina Áster para Noticias La Insuperable

    Habrá quienes todavía recuerden los quince pesos que en 2011 un hincha de Lanús afirmaba que le eran suficientes para preparar un “alto guiso”. La cifra actualizada con datos del Indec nos daría la suma aproximada de seis mil para este año, aunque la realidad de almacén o supermercado se rían de estadísticas e índices.

    A pesar de estar atravesados por la inopia, veríamos con asombro la fortuna que le costaría a una familia tipo alimentarse a puro guiso al considerar el ingreso medio del país. La IA, con benevolencia, ofertas y terceras marcas, calcula poco más de nueve mil pesitos para cuatro porciones de un guiso enano. Un jubileta solitario podría recalentarlo, si aún tuviese gas, y oblar cerca de dos dólares por porción.

    La magia del ajuste, el sinceramiento dolarizado de tarifas, el reacomodamiento de los precios relativos, el repliegue del Estado, las virtudes de los monopolios que antaño no sabíamos apreciar, el innegociable déficit cero y la mar en coche de las libertades libertarias de licuadora y motosierra nos han devuelto a las piadosas costumbres de agradecer a las fuerzas del cielo los alimentos y besar el pan aunque las panaderías estén en vías de extinción.

    Vuelto en contra

    La retórica libérrima, a voz e improperio al cuello, nos ha librado, por otra parte, del vicio del lugar común: si alguien dijera, por ejemplo, la trillada frase “no llegamos a fin de mes”, confiado en la contundencia que supo tener esta figura, comprobaría de inmediato que un viejo aliado de la retórica de entrecasa se ha vuelto en contra.

    Enalteciendo la literalidad, con procaz soberbia, los corifeos del libre mercado esgrimirían que a fin de mes llegan todos aunque ya en los últimos días del periodo en cuestión no se entreguen al derroche al que los había acostumbrado el populismo que pregonaba la envidia propia de la justicia social.

    Y tras cartón caería una lluvia de cifras improvisadas, indicadores improcedentes e infamias porcentuales en el marco de una procacidad de alta frecuencia que, hasta ayer nomás, hubiera hecho ruborizar a un camionero.

    Pero en un contexto en el que cualquier funcionario puede agitar, sin rubor, el fantasma del comunismo sin considerar que vive en el siglo XXI, que el lugar común tradicional sea tergiversado para convertirlo en boomerang contra el que lo usó no debería sorprender en absoluto.

    Hasta el lugar común, ya desvalorizado en el terreno de la retórica, entonces, ha perdido su valor práctico. Igual que el bienestar, el salario y los derechos, ingresa a la lista de pérdidas que empobrecen al sector más numeroso de la sociedad argentina. Todo un símbolo de lo que representa el pozo sin fondo de la renuncia ligada a la irracionalidad programática.

    No faltará el comedido que, con la mejor de las intenciones, dijera que esta pérdida traerá más beneficios en favor de la oratoria de entre casa que heridas al entendimiento. A la irracionalidad organizada hay que combatirla con un aliado de calidad, es decir: un lenguaje tan enriquecido como original, rematará el cándido bienintencionado.

    Pero para quienes miren con la lente del símbolo o desde la perspectiva del despojo, perder hasta lo que nadie hubiese osado considerar oneroso es casi lo mismo que, en amplísimo sentido, encontrarse a las puertas del  reino de la miseria espantosa.

    Del guiso enano al besapán

    Que el alto guiso se haya convertido en delicia gourmet y que mentar la ventaja alimentaria que representa vivir en el país que podría nutrir sin esfuerzo a cientos de millones de personas haya perdido fuerza argumental explican el irrefrenable impulso que hoy nos tienta a besar el pan, algo que solo se evocaba para ilustrar penurias de guerra o desesperantes tiempos de posguerra.

    Mientras quienes se presume progresistas aceptan el imperio del economicismo delirante pero intentan encontrar razones que expliquen por qué llegamos a caer en la trampa de los extremistas reaccionarios, se impone el olvido de las estaciones del camino que nos trajo hasta acá. Cualquiera diría que nunca antes se le entregaron las llaves del reino a derechas rancias.

    Hasta el cercano oropel del cambio parecería no haber existido. Nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. Se impone tácitamente que desde fines de 2015 a fines de 2019 tuvimos un republicanismo impoluto solo empañado por las desventuras que nos contagió la lira turca y que el menos que mediocre albertofernandismo hubiera tenido la exclusiva de hacer saltar la liebre que nos condujo a la celada.

    Cuando todo lo que no es derechismo recalcitrante es populismo y jamás se habla de populismo ni extremismos de ultra derecha, la miseria pasa a ser consecuencia natural. Se lamenta vivir en un país agobiado por la deuda pero no se osa señalar a quienes la tomaron ni a los que le sacaron el jugo que hoy nos condena al guiso reseco, enjuto y enano.


     

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