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Acto de la Policía en el Polideportivo CUMELEN

En el día de hoy, en el Polideportivo CUMELEN, se realizó el acto de entrega de Jerarquías a los oficiales y suboficiales de la Zona II, dependiente de la Unidad II, que fueron promovidos y que prestan servicios en las comisarías, subcomisarías y destacamentos desde Cervantes hasta Chichinales.

El acto fue presidido por el Secretario de Gobierno, Guillermo Carricavur, acompañado por la Secretaria de Desarrollo Social, Luisa Ibarra, y el Director de Tránsito y Protección Civil, Mario Figueroa.

También se hicieron presentes, la Presidente Interina del Concejo Deliberante, Claudia Maidana y los Concejales Silvio Rodríguez, Carlos Rodríguez y María Eugenia Paillapi.

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  • No sos vos, es el peso

     

    Una niña entra en un dormitorio durante la hora de la siesta. La persiana está baja. A pesar de eso, algo de luz se cuela en la habitación. Un hombre duerme en una cama de dos plazas, ronca fuerte. 

    —Pa, ¿me das un peso?

    Mientras le pregunta, le toca el hombro para despertarlo. El hombre se asusta, pregunta qué pasa. Ella repite:

    —¿Me das un peso?.

    —Sí, sí. En el bolsillo de mi pantalón está la billetera. Sacá de ahí. 

    La nena saca un billete azul con la cara de un hombre de bigotes frondosos de un lado y la imagen del Congreso argentino del otro. 

    Es enero de 1992. Cada dólar vale un peso.

    ***

    Una mujer toma el celular, abre TikTok. Aparece un video de Rosalía tomando mate. “Es como comerse un campo”, dice después de beber un sorbo. La mujer sonríe mirando la pantalla,  luego abre el buscador de la aplicación y tipea “dólar”. El algoritmo le devuelve una colección de videos de personas vaticinando a cuánto cerrará el dólar en 2025; cuánto espacio ocupa un millón de dólares en billetes de 100; la comparación entre un fajo de diez mil dólares y cinco millones de pesos a un tipo de cambio de 500 pesos (el video fue publicado el 13 de julio de 2023). 

    Es diciembre de 2025 y cada dólar vale 1.460 pesos.

    ***

    En el medio no sólo pasaron casi 34 años, pasó 196.043% de inflación acumulada. 

    Ciento-noventa-y-seis-mil-cuarenta-y-tres por ciento. Lo repito porque no lo puedo creer. Le pedí el cálculo a Juan Manuel Telechea, que tuvo que reconstruir el dato, entre otras cosas, porque las cifras del Indec entre 2007 y 2016 no son confiables, así que hay que empalmar series estadísticas. Un número que sólo pueden estimar economistas que se dedican a estudiar (y escribir sobre) el tema, como Juan. 

    Tremendo. No me puedo recuperar de la impresión que me provoca el dato, sobre todo porque las fechas elegidas no son al azar. El 1 de enero de 1992, el peso reemplazó al austral como moneda de curso legal en la Argentina. Esto quiere decir que, en sus 34 años de historia, el peso lleva acumulada una inflación de casi 200.000%, mientras que el dólar acumula alrededor de 2.500% en sus 225 años. 

    Podría seguir haciendo comparaciones que nos rompan la cabeza. Es imposible no pensar cómo hicimos —y cómo hacemos— para vivir en este mar de incertidumbre. ¿Cuánto cuestan las cosas? ¿Cuánto vale nuestro trabajo? ¿Cuánto podemos comprar con lo que ganamos? ¿Cuánto cuesta vivir? Demoledor.

    Sin dudas, estos demenciales niveles de inflación son los que cimentan la falta de confianza en nuestra moneda. La historia nos demuestra una y otra vez que hay una abrumadora probabilidad de que, si en lugar de apostar al dólar apostábamos al peso, hubiésemos perdido como en la guerra. Así que si sos de las personas que ahorran en dólares, no te preocupes: no sos vos, es el peso. 

    Y esta generalización no es una conclusión de una charla de café o de sobremesa de un domingo familiar: estas intuiciones empezaron a ser medidas por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), que este año empezó a publicar el Índice de Confianza en la Moneda (ICM). En la última medición, encontraron que un 41% de las personas encuestadas no cree que el Gobierno pueda estabilizar el peso vs. un 36% que confía en que sí. El 23% restante no está convencido, pero le dejan el beneficio de la duda.

    Para decirlo fácil y sin vueltas: la mayoría de la gente piensa que el peso es una criatura indomable. 

    El estudio de la UNSAM también dice que usamos el peso para las transacciones cotidianas, como comprar y vender o poner precios, pero nos quedamos en dólares cuando tenemos que “ahorrar” o expresar precios que necesitamos resguardar de las recurrentes crisis argentinas. 

    Pienso: ¿cuándo empezó esta bendita costumbre nacional de refugiarnos en una moneda emitida por otro país? Quiero encontrar algún paper que lo haya estudiado seriamente. Lo encuentro en la página del Banco Central. Resulta que correr al dólar para aplacar el vendaval de la inflación arrancó en 1975, con el Rodrigazo, cuya velocidad descomunal de aumento de los precios hizo saltar la dolarización de las carteras de inversión del 34% entre 1964-1974, al 65% entre el 1975 y 1988. 

    Pero el aumento desenfrenado de los precios no es sólo un problema de la economía. La inflación también es una variable de la política. La conclusión de esta tragedia nacional es obvia: la culpa es de los políticos. Desde 1983, ningún gobierno consiguió construir una estabilidad duradera del peso. Ni siquiera Carlos Menem, que durante casi una década mantuvo la ilusión del uno a uno a costa de incubar el 2001. Gracias, capo, dejá. Mejor ni ayudes.

    Así que es justo decir que los argentinos creemos más en el dólar que en los políticos. Alguien se va a enojar con esta frase, y la verdad es que no me importa. Pero voy a repasar: Alfonsín se fue antes de que se terminara su mandato en medio de un bardo astronómico; Ménem intentó con la convertibilidad a costa de destruir la economía real; De la Rúa, bueh, para que repetir lo de 2001; los cinco presidentes en una semana nos legaron el default y la pesificación asimétrica; Kirchner recuperó la economía post colapso pero dejó en gateras el aumento de los precios que empezó a acelerarse después; CFK decidió sostener la actividad económica a costa de tolerar más inflación (y desmantelar el sistema estadístico oficial para no hablar del asunto); a Macri se le disparó el dólar y todo se fue al carajo; Alberto quedó atrapado entre una pandemia, una guerra y una lucha política interna descomunal y la inflación llegó a 1020% en su mandato. 

    Me van a disculpar la impertinencia, pero el dólar es lo más estable que tenemos. 

    Igual, paren. Vuelvo a leer el informe y hay un dato central que estoy pasando por alto. La confianza/desconfianza en el peso es también una cuestión de clase, porque las personas más favorecidas son las que más se abrazan al billete verde. Compran dólares, arman canutos, los guardan en el colchón o en la caja de seguridad y no reinvierten en la economía real. Esa creación de valor de la economía argentina está agazapada en los márgenes del sistema financiero argentino, esperando por un próximo viaje o una compra al contado de alguna cosa cara, como un auto o un inmueble. Qué espectacular sería si esa capacidad de ahorro nacional se convirtiese en inversión que financie el crecimiento de nuestra economía, ¿no? Al final, hay una manera de mirar al mercado financiero con buenos ojos y no únicamente como un reducto de timba de cryptobros que quieren ser millonarios en dos minutos. En fin, lo dejo como deseo en el arbolito de Navidad.

    Cuando estaba punteando algunas ideas para escribir esta nota tiré el tema en la redacción del Buenos Aires Herald. Como sospechaba, la mayoría de mis compañeros valoran el dólar por la “estabilidad” que tiene. “¿Les molestaría que deje de existir el peso?”, les pregunté. La cosa se dividió: algunos dijeron que valoraban la estabilidad y otros que no querían perder soberanía. 

    —Una moneda estable es lo que quisiera. Pero no quiero que sea de otro país porque perdés soberanía. O sea a costa de qué conseguís la estabilidad.

    —La contrapregunta de eso sería cuánta estabilidad te cuesta esa soberanía. 

    Yo soy de las que piensan que tener una moneda nacional es fundamental como instrumento de política económica. Y también creo que el sistema político argentino tiene que entender que hay una demanda legítima de la sociedad de vivir con más tranquilidad. Si me preguntan a mí, el que mejor entendió esto hasta ahora es Javier Milei. Su programa económico paga costos altísimos a nivel social y no acumula reservas (lo cual en nuestra historia nos demostró que es un gran problema), así que tengo muchas críticas a sus decisiones, pero sí le reconozco el acierto del diagnóstico.

    Vuelvo al informe de la UNSAM. “A medida que disminuye la confianza social en la moneda, también se debilita la confianza en el futuro del país, es mayor el pesimismo respecto del bienestar de las nuevas generaciones y cae la expectativa del progreso material propio”, dice casi al final. Lo dicho: hay una dimensión política de la inflación. 

    Keynes decía que “la importancia del dinero surge esencialmente de que es un eslabón entre el presente y el futuro”. Me gusta esa frase porque me hace pensar que la política es ese eslabón que nos permite proyectar. La política es un ejercicio de imaginación, así que mientras podamos imaginar alternativas, la salida siempre es posible. En el fondo soy una optimista tóxica. 

    Para cerrar este texto rarísimo, una última cosa. La niña de la primera escena soy yo y eso que conté es mi primer recuerdo relacionado con el dinero. Y la mujer del celular también soy yo, intentando pensar cómo escribir de una forma más amena algo tan técnico como un índice económico. La decisión fue escribir como persona, no como periodista. En definitiva, siento que estamos todos en la misma: intentando sobrevivir a pesar del maremoto. Nos deseo mucha suerte. 

    La entrada No sos vos, es el peso se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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    Mastropietro, el fantasma que Milei, Bullrich y sus amigos no quieren que veas

     

    La caída del circuito clandestino de retornos en ANDIS está dejando al descubierto una trama que llega al corazón del mileísmo, del macrismo y del negocio aeronáutico privado. Entre viajes a Miami, “errores” operativos de Bullrich y un celular evaporado frente a la PSA, el empresario Sergio Mastropietro vuelve a ser la pieza clave que todos intentan esconder.

    Por Ignacio Álvarez Alcorta para NLI

    Un circuito que nace en ANDIS y termina en Baires Fly

    La investigación por los retornos y sobreprecios dentro de la Agencia Nacional de Discapacidad ya no es una causa más: desde que estalló la denuncia de Diego Spagnuolo —el mismo que supo ser íntimo de Milei— quedó expuesto un sistema donde los laboratorios y droguerías derivaban millones en efectivo hacia las empresas aéreas Baires Fly y Baires Jet, justificándolo mediante la insólita fórmula contable de “compra de kilómetros nacionales”.

    Noticias La Insuperable ya había mostrado cómo Mastropietro operaba como engranaje central del entramado: era quien aparecía en chats, anotaciones y contactos bajo el apodo “Serginho”, articulando movimientos junto al operador Miguel Ángel Calvete, una de las manos derechas del presidente de ANDIS, Diego Spagnuolo. Todo esto desembocó en la causa $Libra, donde el propio Milei quedó comprometido tras promocionar públicamente la criptomoneda hoy investigada por estafa, y donde dos imputados intentaron apartar al abogado de los damnificados para trabar el expediente, intento desestimado por la Corte Suprema según reveló Página/12.

    En el corazón del esquema, siempre, Sergio Mastropietro: empresario aeronáutico, operador político, experto en aparecer donde hay dinero y desaparecer cuando aparece la ley.


    Bullrich, PSA y Migraciones: la puerta abierta para que se pierda el celular

    La tercera pieza del rompecabezas la contamos cuando se reveló lo que ya parece un patrón: cada vez que Mastropietro puede quedar acorralado, un organismo controlado por la derecha lo ayuda —casual o deliberadamente— a escabullirse.

    El sábado 15, el empresario volvió de Miami en un vuelo privado. El juez Sebastián Casanello había ordenado un procedimiento básico: incautar sus dispositivos electrónicos al pisar Aeroparque. Pero lo que debería haber sido un trámite se transformó en un escándalo.

    La PSA no actuó. Migraciones no actuó. Lo dejaron salir.

    Cuando finalmente fueron a buscarlo, Mastropietro entregó una explicación que, de tan absurda, resulta casi ofensiva: dijo que su celular había quedado “en otro lugar” y que había “desaparecido”. Con ese teléfono se hubiera reconstruido el flujo de dinero negro, los contactos, los vuelos, los favores y los nexo con Baires Fly, MACAIR, Calvete, Espert y el entorno íntimo de Milei.

    El resultado: La Justicia nunca recibió el teléfono.

    Bullrich apuntó a la PSA. La PSA apuntó a Migraciones. Migraciones a la PSA. Pero la consecuencia es única y decisiva: el Estado —otra vez— le evitó un problema a Mastropietro.


    El empresario que une a Milei, Macri, Machado y Espert

    Nada de lo que aparece en esta trama es nuevo. Mastropietro ya figuraba en el caso Skanska, donde su empresa Sol Group emitía facturas truchas desde una dirección que funcionaba como club de ajedrez. Allí ya asomaban nombres recurrentes: Baires Fly, la ruta de la efedrina, Jaime, Romano, el triple crimen.

    Después vino la sociedad con Federico “Fred” Machado, hoy detenido en Texas por narcotráfico y fraude, con quien compartió vuelos, domicilios, sociedades y operaciones vía el fideicomiso Aircraft Guaranty Corporation, usado para lavar dinero a través de aviones en Estados Unidos.

    Y, como si hiciera falta agregar otro puente, está José Luis Espert: desde ese mismo fideicomiso salió el giro de US$200.000 que recibió en 2019 tras una reunión facilitada por Mastropietro.

    La frutilla del postre es su paso como presidente de Avian, la heredera de MacAir, la empresa aérea de la familia Macri. Allí compartió negocios con Carlos Martín Cobas, funcionario de Macri obligado a renunciar por incompatibilidades en el caso Avianca, además de integrar la offshore LETS FLY US LLC.

    Todo esto compone una línea temporal de dos décadas en las que Mastropietro siempre estuvo donde el macrismo o el mileísmo necesitan operadores, vuelos, triangulaciones y discreción.

    Y cada vez que una causa lo roza, desaparece: desaparecen sus dispositivos, desaparecen las órdenes, desaparecen los controles.


    Un fantasma útil para el poder

    Si hay algo que esta historia confirma es que la protección política no es un invento, sino una práctica sostenida. La Corte frena intentos de dilatar la causa. La PSA deja escapar un celular clave. Migraciones mira para otro lado. Y Milei promociona públicamente una criptomoneda hoy investigada por estafa.

    En el centro de todo, como siempre, Mastropietro: el hombre que viaja, triangula, opera, y cuyos teléfonos —como por arte de magia— se pierden justo cuando la Justicia está por recuperarlos.

    Una vez más, el Estado les abrió la puerta.
    Y el fantasma volvió a desaparecer.

     

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