Sobre la viralización de los sueldos de funcionarios reginenses.
Voy a iniciar este texto aclarando que lo que voy a decir no va a ser de mucha empatía teniendo en cuenta el contexto nacional, provincial y local; pero si ponemos el foco en los sueldos de los políticos no solucionamos nuestros problemas. El foco de discusión tienen que ser los sueldos de los y las trabajadores. Lo que está totalmente desfasado de la realidad es el sueldo de los demás por lo que el de los representantes reginenses termina por parecer una tomada de pelo.
La discusión hay que ponerla en los sueldos miserables que ganan los trabajadores promedio. En Regina, sin pruebas pero sin dudas, el promedio de sueldo no supera las 75 lucas que es el monto medio de un empleado de comercio. Una familia tiene que juntar arriba de 100mil para no estar bajo los límites de la pobreza. Y es por eso que el contexto amerita el debate sobre los sueldos de los funcionarios porque los números son chocantes porque la gran mayoría de la población no los conoce.
Pero lo que hay que debatir, insisto, es el sueldo tuyo, el de monotributistas, docentes, hospitalarios, rurales, empleados de comercio, trabajadores informales. Esos son los sueldos que están totalmente desajustados. Ahí es donde esa planilla de sueldos que viajó por redes se convierte en una patada en la cara en un mañana de invierno a primera hora.
El sueldo promedio de los 20 funcionarios que más cobran es de 274mil pesos (restar un 20% de carga impositiva). El intendente cobra 489mil. Un concejal ronda las 200 lucas. El sueldo promedio en Regina está debajo de los 75 mil pesos (sin pruebas pero sin duda).
Lo que también debemos discutir y exigir como reginenses, es la relación precio y calidad de lxs funcionarixs que llegan al poder. Y es ahí, donde estaré de acuerdo con aquellos que opinan que los números están (también en ese sentido) algo desajustados. Que los estamos pagando caros. Y la muestra clara es que la gran mayoría no se ha formado para estar conforme a lo que el puesto demanda.No hay preparación previa. Hay oportunismo. Me gusta el concepto del paracaidista, y en política hay por demás, ahí a la espera de caer paradito como un gato.
El otro debate interesante que se desprende de esto es para qué se hace política. ¿Para qué o por qué deciden hacer política? Cuándo fue que se dejó de hacer política desde su concepción, la de ser un funcionario público. Cuándo, cómo, por qué se perdió la política como una función pública y se convirtió en un espacio donde uno quiere trabajar porque sabe que va a tener un buen sueldo, porque sabe que va a tener un sueldo por encima de cualquier actividad privada promedio.
Y acá llego al requerido (internamente) y debatido (socialmente) cobro del plus de dedicación funcional. Hacer política es justamente eso, una dedicación funcional, o al menos debería serlo o eso entendí desde chiquito. Más aún, si esos son los sueldos. Por lo que directamente debería desaparecer.
Algo más que se desprende y que es un tema que trabajamos recurrentemente en #LaTapa es la cuestión de los datos públicos. La viralización de la planilla de sueldos, no es ni un escrache ni una filtración, es un trabajo periodístico con su respectiva carga política, pero estos mismos no dejan de ser datos públicos por lo que debieran estar con acceso abierto para cualquier ciudadano.
Sin embargo, a la gente no le interesa lo que gana un funcionario, pero tiene lógica que la irrite, porque como decía, esos números son inalcanzables para el ciudadano reginense de a pie, y la relación precio/calidad no está ajustada. No se genera empleo, no hay un plan industrial, las calles veredas y luminarias no están en condiciones, los barrios periféricos están a la deriva, la inseguridad crece, no es una ciudad con accesibilidad para personas con discapacidad, no hay acceso a la tierra. Digamos que vinieron a poner “linda a Regina” y todavía no le pegaron una ducha.
El mecanismo por el cual se regula el sueldo del intendente está estipulado por Carta Orgánica (CO). El intendente es quien lleva adelante la paritaria para negociar el aumento de los sueldos de los empleados municipales. Ese aumento es el mismo que percibe el intendente y en función de su sueldo se determina el de los demás funcionarios y funcionarias.
Por ejemplo, el Presidente del CD no puede cobrar más del 75% de la dieta del intendente, los y las concejales no más del 65%, y los y miembros del tribunal de cuentas no más del 45%.
El mes entrante hay un aumento a empleados municipales, que surge del reclamo que obedeció al acuerdo en la paritaria 2021, allí se había acordado un aumento del 46% aunque sujeto a un reajuste de acuerdo al índice inflacionario, que terminó superando el 50%.
Esa diferencia porcentual mayor al 5% la van a percibir en el mes de junio con los sueldos de mayo, como explico en el párrafo anterior, también compete a los sueldos de funcionarios, concejales y miembros del tribunal. Será un buen momento para demostrar que escucharon la demanda social, que tienen empatía con sus votantes, que entienden el reclamo de la ciudad que administran, que se ocupan del cuidado de la economía interna del municipio (que tiene un déficit mensual importante). Por decreto el intendente puede tomar esta decisión. No percibir ese aumento superior al 5% en sus haberes ni en el de los demás funcionarixs. ¿Tendrán ese gesto?
Encima ya se empezó a agitar el avispero político. Falta más de un año para las elecciones pero las movidas políticas, como esta de viralizar sueldos, ya empezaron. Los sondeos, las internas y los posicionamientos en los distintos partidos, se perciben.
A la gestión de Orazi le costó hacer pie, sin tener más frentes que el de gobernar y gestionar, siendo oficialista en la provincia y recibiendo en varias oportunidades fondos y obras de Nación (no obviamos la pandemia, que fue un gran obstáculo), ya con miras en las elecciones 2023 la oposición le empezó a mover el piso y además se ganó la interna de JSRN por darle la espalda al “brujo”, aunque de a poco se empieza arrimar a la mesa local de JSRN y es algo lógico si piensa en la reelección. Así pareciera que son demasiados los frentes como para no descuidar ninguno mientras resta 1/4 de gestión.
Todo lo que vivimos a partir del 26 de febrero de 2025 se inscribe en la lógica de una tragedia en dos tiempos. De un fatal bioshock primero y de una búsqueda de explicaciones después.
¿Cómo entender la decisión del suicidio de nuestra hija Margarita, de 22 años?
Nada de lo que nos pueda pasar de ahora en más a su papá y a mí va a reparar el efecto devastador de lo que comenzó ese miércoles con aquella llamada, cuando el policía Alvarenga nos informó que durante la madrugada Margarita había sido encontrada muerta. Siete horas después ya habíamos atravesado los 900 kilómetros que separan Carmen de Patagones, de donde somos, de la comisaría 37 de Palermo. Entonces, nuestra desesperación por saber quedó suspendida ante la urgencia de las actuaciones policiales y los trámites de la morgue. Recién tres días después nos permitieron retirar el cuerpo para su sepultura.
Ella
Margarita era ilustradora, conocida en las redes sociales desde 2017 como Bachatota y antes como Bechita Suaj.
Cuando dijo por primera vez que quería ser artista todavía usaba chupete. Ahora los libros y cuadernos que quedan en su habitación muestran la evolución de sus técnicas para dibujar, primero a mano, con tableta después. Seres humanos, caballos, personajes de series. En su placard siguen sus trajes de cosplay, los recuerdos de convenciones y figuras de animé, la colección de remeras. Conservan su olor.
A medida que Margarita crecía fuimos conociendo la naturaleza de las plataformas y comunidades digitales, con gustos parecidos de series, mangas y animés. Se divertía. Vendía ilustraciones a pedido. Colaboraba en streamings. Jugaba en línea. Enseñaba y aprendía técnicas de dibujo. Tenía seguidores. Hacía amigos.
La experiencia en Doomverse, Discord, Reddit, Youtube, Twitch, Facebook y Twitter tuvo su antecedente en DeviantArt. Ahí ejercía una subjetividad alternativa a nuestras percepciones de padres analógicos y agigantaba su personalidad temeraria y su humor corrosivo.
Su identidad online — con más de cuatro mil seguidores — convivía en sincro con una carrera universitaria en la Universidad de Palermo (iniciada en la virtualidad de la pandemia) y con su vida familiar de pueblo patagónico.
En ese presente de realizadora, ilustradora y streamer, en mayo de 2024 la alcanzó su primera cancelación o funa, como decimos en la Patagonia. La segunda, en diciembre. El hostigamiento continuó: casi al final del verano, el 25 de febrero del 2025, Marginada, ansiosa y sin tiempo de duda, Margarita decidió su final.
A semanas del suicidio me senté a leer las casi doscientas páginas del expediente judicial, que incluye el puntilloso informe de su autopsia. Esa lectura de detalles me permitió salir de la parálisis y darle un marco racional, poner en palabras lo que el horror nos sustrajo a Gabriel, su papá, y a mí. El expediente fue derivado a la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional N° 37. En junio nos permitió tomar vista de la libreta donde Margarita explica en modo de despedida su decisión.
En veintitrés micropáginas de una libretita, mi hija expresa con letra y sintaxis prolija un marco ético y estético antes de decidir arrojarse de una terraza. Afirma que no es un asesinato ni un accidente, sino un acto deliberado. Presumo que ese mismo día, en medio de un solsticio de energía, quiso explicar, sobre todo a sus amigos de las redes, el hartazgo que la invadía por ser víctima de acusaciones y hostigamiento. Señala sus malas juntas con decepción.
En la libreta, no tanto mi preciosa Margarita sino Bachatota, expresa que lo perdió todo. Que se siente sola. Se culpa a sí misma. Da nombres. Al leer, me pregunto si este fue un factor determinante en su incapacidad para soportar su conciencia.
Sus interacciones de las redes sociales indican que Bachatota fue acusada de encubrir a Brany, una amiga señalada de pedofilia, y de mantener cercanía con un usuario llamado Hogo, acusado de abuso y de haber provocado el suicidio de una chica trans. Aunque no lo acusa directamente de su decisión, hace una declaración significativa sobre Jerry, el streamer con quien colaboraba a través de ilustraciones: “si el Jerry me hubiera tratado bien (…) no lo odien”. Esta afirmación, hecha después de una lista de personas importantes para ella, sugiere que el trato de Jerry (que primero la defendió de acusaciones pero luego se desvinculó de ella) contribuyó a su estado emocional, a su desilusión.
Pide también que reembolsen las comisiones pagadas por las ilustraciones que no completó y que la policía investigue en sus redes sociales el acoso que padeció. Hasta la fecha los oficiales de justicia realizaron pericias parciales de la computadora y teléfono, y no parece haber otro tipo de actuaciones.
En aquella visita de junio, cuando aportamos un testigo que padeció acoso extremo del mismo grupo de odiadores, en la Fiscalía nos dejaron entrever lo difícil que es probar la instigación al suicidio a través del acoso y el hostigamiento en las redes sociales.
La funa
La funa es un artificio de las comunidades de las redes para cancelar la reputación de alguien. Proviene de fünan que en mapudungun, la lengua mapuche, significa podrido o echado a perder, algo o alguien que queda abandonado de todos, sufriendo deterioro, sin derechos y sin dignidad. El mecanismo nace como práctica social en Chile, cuando se crea la Comisión Funa iniciada por Acción, Verdad y Justicia (H.I.J.O.S.-Chile) para denunciar públicamente a torturadores, asesinos y cómplices de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Ese “escrache”, como protesta social, fue adoptado también por los familiares argentinos. Pero aquella idea de funa no tiene nada que ver con esta turba digital que publica injurias y calumnias que, como verdades absolutas, marginan sin que la víctima tenga derecho a la defensa.
Nueve de cada diez jóvenes fueron víctimas de mensajes de odio en redes, según UNICEF Argentina. En la campaña ElSilencioSeSienteHate busca empoderar a las y los testigos de hateo, lograr que se involucren, conozcan los impactos de estas situaciones en la salud mental y dar herramientas para intervenir y generar conciencia entre pares.
En la vida paralela de las plataformas, el odio es casi una forma de interactuar. Los contenidos ofensivos tienen nula moderación y llevan al insulto, a la cancelación, al acoso y a la exposición de información privada como prácticas de “castigo” por comportamientos “cuestionables” o por expresar opiniones críticas. No hay tiempo apacible y de acuerdos. Se trata de la remasterización del señor de las moscas donde la libertad subvierte en maldad de anónimos. Su reputación asciende si logran desacreditar a otras personas o al menos causarles daño para alejarlas.
El empleo de este mecanismo en redes sociales tiene severas implicaciones a partir del ejercicio del “derecho” de una horda que decide hacer justicia por cuenta y riesgo. Instigar al suicidio de una persona se relata como un logro alcanzado. O se cuestiona como externalidad del tipo: “se te fue la mano”. La velocidad de las interacciones entre funados y funantes se mide en likes y comentarios, en wikipedias colaborativas tendenciosas, videos explicativos que con aparente intención de racionalidad justifican una vocación delictiva al vulnerar el derecho a la dignidad de las personas con impacto directo en la psiquis, en su reputación y en la vida misma.
Con estos hostigamientos, Margarita quedó expuesta al escrutinio de los grupos y comunidades con opiniones divididas. Fue atacada y amenazada. Estresada, ansiosa, revivió en diciembre la situación traumática de mayo. En el medio rindió finales, viajamos, vino a Patagones, se juntó con amigos reales, cocinó mucho, leyó, pintó.
A través de hilos de Twitter, el usuario Alan, que se trataría de un adolescente, arrogándose con otros participantes un rol de juez la acusa de cometer delitos sin haber verificado la existencia (o falta) de pruebas y justificaciones, a pesar de que la dinámica general se presenta como un conflicto marcado por hostilidad y contradicciones.
Este estado de intolerancia perpetua, de beligerancia en aumento que se agita con denuncias cruzadas, información, dibujos o capturas de chats, se propaga exponencialmente con hordas que si antes simpatizaban ahora odian hasta destruir.
Previo al sepelio, nuestra Universidad publicó en sus redes sociales un sensible obituario para acompañarnos a Gabriel y a mí. Inmediatamente, ese posteo se llenó de mensajes de acoso y burlas de parte de nicknames que, suponemos, son los que hostigaron a nuestra hija. Una estrategia de la comisión de estos delitos es la velocidad con la que se eliminan datos para sortear las eventuales acusaciones por compartir información falsa o mitigar el daño de las consecuencias perjudiciales. Sin embargo, a veces no suele ser suficiente ni tan rápido el autobaneo para rectificar la situación.
En su última obra, finalizada en la noche del 25 de febrero, Margarita expresó con símbolos los efectos del odio, los dos bandos o personajes duales que ocultan mensajes a otros pero intercambian información entre ellos. Aunque heridos, sostienen el cuerpo de la pequeña presa muerta, atravesada por las flechas de ambos en el centro y, abajo, la margarita caída.
La OMS declara que el suicidio en sus distintas formas representa un problema de salud global, ya que se encuentra entre las diez principales causas de mortalidad general y entre las tres primeras causas de muerte en adolescentes y adultos jóvenes. Provoca una tragedia para individuos, familias y comunidades. La cifra es alarmante: por año, se suicidan 800 mil personas.
Mientras que en países como Gran Bretaña, Japón, Holanda y Alemania hay políticas activas sobre la prevención del suicidio y hasta Ministerios de Soledad, en Argentina — donde es la principal causa de muerte en jóvenes de entre 15 y 24 años — , los recortes presupuestarios en áreas del Estado afectan directamente la implementación de la Ley 27.130 de Prevención del Suicidio y las estrategias de abordaje, como la línea 0800 y los programas de prevención y atención.
Nosotros sin Margarita
La muerte de una hija, el mayor de los traumas, no tiene una forma propia de ser nombrada: esto nos arrincona mucho más hacia la soledad de la experiencia, la ansiedad y la tristeza.
A su papá y a mí nos queda mirar el mundo como lo hacía Margarita: de una forma valiente, desprejuiciada, curiosa. Hablamos de ella, la percibimos en el aire, en el gato del cementerio, en la música y en sus zapatillas, que ahora uso.
Sin nada que perder, confiamos en los rituales necesarios para honrar su vida, su memoria, su dignidad. Vamos semanalmente a terapia, tomamos medicación, nadamos. Reconocemos la mirada evitativa, la conspiración del silencio de amigos y compañeros de trabajo que no quieren incomodarnos, no saben qué decir. Delphine Horvilleur, una de las tres rabinas de Francia y autora de Vivir con nuestros muertos, explica que no hay maldad en eso, que es el efecto secundario del afecto humano mejor compartido: el miedo. Experta en duelos, Horvilleur escribe que los finales brutales pueden reducir toda la existencia, “mejor decir todo lo que fue y podría haber sido, mucho antes de decir lo que ya no será”.
En nuestro duelo dedicamos tiempo a la investigación académica, es el trabajo que nos gusta y al que le agregamos valor.
El peligro de la brutalidad de la tragedia por la muerte de una hija es que se confisque el relato de nuestras vidas, plena de ella misma y que excede su desenlace.
En hebreo, shakul es la palabra para nombrar la pérdida del hijo, y es una referencia vegetal de la rama vendimiada amputada de su fruto. Aunque no tenga sentido, se emparenta con el esfuerzo de la RAE por instituir huérfilo como la condición de los padres sin sus brotes.
Nos cuesta aceptar que en su querida vida tenía el compromiso de la misión de dejar atrás el universo, de haber sentido y dicho la última palabra, de haber realizado su último propósito sin nada pendiente.
Pienso en la libreta y me imagino la despedida de puño y letra, como dice el expediente. ¿Habrá sentido paz después de tanta ansiedad generada por la funa? Pienso en el propósito de su vida, si creyó que llegaba nada, como dice Borges, o que no, que sencillamente no pudo con eso.
Después del shock
Sus padres, después del shock, tratamos de vivir en una existencia descolocada que incluye análisis, charla con el rabino Diego Elman sobre la importancia de los rituales, bendición en un templo evangélico, zoom con papás duelantes de la Red Empesares. Aunque en parte seguimos atascados en el misterio, en una niebla mental, como conscientes en un mal sueño, hay algo, muy pequeño, un milímetro del trámite del trauma que se movió: por eso puedo escribir este testimonio.
Como en El salto de papá, de Martín Sivak, la explicación posiblemente se escurra y precise de una caja de herramientas instintiva y propia, con pistas y culpas, sobre la decisión de nuestra amada hija, hoy con otro tipo de presencia.
Ofelia Fernández tiene casi la misma edad que mi Marga. En el documental “¿Qué le pasa a nuestra generación? Cómo ser feliz” ensaya que, desde 2010, con la instalación de la cultura de like de Facebook y el Iphone 4 con cámara frontal para selfies, la distancia entre lo que los padres suponíamos riesgoso y lo que la virtualidad proponía a los niños y jóvenes fue en aumento. Porque no se sabía, “y se tuvo que llegar a este extremo para corregir esta miopía”, dice Ofelia. Explora el fenómeno social y tecnológico de una generación que se siente atrapada, rota, ansiosa en/por las redes sociales como parte de un modelo de negocios amasijante del tiempo y la información, con externalidades de altas tasas de depresión instigadas por la vida digital.
Menos mal que tenemos memoria del crecimiento de Margarita. De cuando se hizo grande, distinta. De la pandemia configurante de rituales de pertenencia híbridos que mellaron a las juventudes y a la vida universitaria. Entonces, las redes sociales se enseñorearon con discursos de odio y hostigamientos como los que recibió mi Marga. Su identidad fue arrebatada por el mal de época de una soledad de hiperconectados.
Como fondo de pantalla de su monitor, Gabriel tiene un dibujo que Margarita le hizo en enero: una nena con un corazón y un TKM. “Ya que no me dejás verlos, haceme un dibujo”, le había dicho.
En estos nueve meses de duelo nos contactaron algunos de sus amigos digitales y reales. Sus compañeros de la universidad, que supieron por las redes sobre lo sucedido, compartieron fotos de reuniones donde se la ve divertida, en comunidad. Algunas universidades argentinas postpandemia comenzaron a incorporar las problemáticas de salud mental como parte de sus políticas de bienestar estudiantil.
¿Cómo no supimos leer lo que le pasaba a Margarita? No espiarla, no invadirla, era respetar y afianzar su confianza de espíritu libre. Ella no vio dónde se estaba metiendo y nosotros menos todavía. «Ahora vas a duelar», te dice gente que no está en el asunto. Al caer, Margarita paró el reloj de todos los que la amamos. No podemos abrazarla, mirarla dormir, ni reirnos con ella. La congoja nos asalta varias veces al día y así, angustiados, esperamos los avances en la causa judicial.
Pensar en el futuro parece catastrófico. Las nuevas generaciones necesitan una intervención multifacética y una reorientación de la realidad. Y a los padres duelantes nos adviene el servicio, esa dimensión religiosa que expresa la voluntad de lograr un mejor vivir para los que quedan, incluyéndonos: en esa intersección me quiero quedar. La paz, un anhelo. Quizá se concrete en bendecir la vida de la hija que como ser humano transitó un valle de sombras, en agradecer su memoria y legado. El amor es más fuerte que la muerte. Ahora, horriblemente, lo sé.
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