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FORÚNCULOS DEL ALMA O DESPUÉS DEL INCENDIO

Si las letras también se quemaron y nos quedamos mudxs, ahora nos toca regenerar las hojas de verduzcas expectativas, las indescifrables ramificaciones de los deseos, el tronco mocho de la responsabilidad y las raíces enterradas del porvenir.

Sobrevolaron helicópteros y teros, mientras alguien observaba cómo una nube embarazada de la más pura y divina agua celestial huía asustada hasta los desconocidos confines de un árido principatagónico del paralelo 42.

No es fácil describir el después cuando al mirar la montaña los árboles ya no están, los pájaros no cantan, la casa se esfumó por un ardiente soplido, o la angustia crece ante una flameante incertidumbre que no para de crecer…

Sin embargo, llegaron los bomberos al centro del Bolsón y los fervientes aplausos no pararon. Bomberos que supieron domar, escalar y apagar un monstruo fogueante de casi cuarenta metros de altura, y tan ancho que su cuerpo se medía en kilómetros. Y sí, después del incendio los aplausos debían continuar…

Porque después del incendio ya no hay cámaras, y la información no se expande con las miradas o los ecos de catastróficas noticias, y, ni siquiera, por los cínicos turistas apilados como en un autocine sacándole fotos a las avionetas o a la opaca tristeza que emanaba como el hollín de una abandobada chimenea de las padecientes montañas.

Después del incendio empezamos a olvidar el tóxico humo de la negligencia, empezamos a respirar los resquicios de un escándalo que se evapora con la brisa de la mañana siguiente, empezamos a dormirnos en los laureles de un desfiladero de autos que llegan como hormiguitas viajeras por una ruta 40 demasiado gastada…

Después del incendio, ¿vendrá el incendio de otro incendio? ¿Caerá granizo celeste y blanco? ¿Lloverán pingüinos? ¿Se inflará la inflación con putrefactas inflamaciones o forúnculos del alma? ¿Se abrirán las puertas del Edén para dejar filtrar las cloacas citadinas? ¿Saltarán los semáforos de alegría? ¿O seguirá todo igual antes que la nada sea lo mismo de siempre?

Portada: Antonio Guedes Ardiles, cenizas humanas 

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