Si alguien quisiera estudiar el rol y la figura del albacea literario, tiene en María Kodama y la familia de Juan Rulfo dos ejemplos que causaron escándalo por decisiones que se juzgan arbitrarias. Más recientemente, muy poco antes de morir, Nicanor Parra nombró a una sola de sus 6 hijos como albacea, causando previsibles desacuerdos fraternales. Otros dos ejemplos de qué se puede hacer con la obra de un artista luego de su muerte, son los de los herederos de Gustavo Cerati (con sus ex compañeros en Soda Stereo) y la familia de Luis Alberto Spinetta (haciendo click acá hay una nota con información al respecto y data sobre el último disco). Pareciera que la familia de Spinetta viene teniendo mejor criterio. Están dando a conocer grabaciones que dejó inéditas, de un modo muy similar al que se han editado ya varias obras de Fogwill.
Quienes sepan de armonía y recursos técnicos musicales, y de cómo se graban los discos, dirán si hay algo nuevo en Ya no mires atrás, el más reciente disco póstumo de Spinetta. Yo no escuché nada muy diferente a sus últimos discos en vida, solo un tono diferente en la voz, que está como más vieja y desnuda. Es que (por más que la adoración unánime que suscita Spinetta parezca negarlo) si Spinetta estuviera vivo ¿no hubiera pasado este como sus últimos discos, sin pena ni gloria, sin hits? La consabida explotación de la muerte y la nostalgia que ejerce la industria cultural para poner en valor sus catálogos hoy está más vigente que nunca, debido a que en los últimos 3 o 4 años, después de más de una década de pérdidas, las discográficas volvieron a generar ganancias, gracias al streaming principalmente. Esto cumple su función en cómo y cuánto se escucha a Spinetta hoy, por más que no lo determine totalmente. Uno diría que se exagera la calidad de la obra de Spinetta. Pero es errado pensar que se lo sobrevalora. Nadie podría exagerar su importancia y su influencia. Todas las personas que saben de música lo admiran por sus armonías, por su actitud de constante renovación, y por su inconfundible manera de cantar y de tocar la guitarra. Sin embargo, cualquiera que escuche sus discos, del primero al último, admitirá que Spinetta tanto podía acertar con una joya, como pifiarla con un bofe. Sobre todo en las letras es donde más se escamotean sus desaciertos. Sospecho que casi siempre son personas que mucho no entienden de “poesía” (es decir, de la poesía escrita y editada en forma de libros) quienes siempre dan en ponderar admirativamente el talento de Spinetta en ese rubro. Pero de cualquier manera, ahí están sus joyas para que no nos fijemos en sus traspiés: “A Starosta, el idiota”, “Camafeo”, “Jardín de gente”, “Hiedra al sol”, por nombrar solo algunas.
“Lo que sueñas y no dices tal vez será canción”
Sin embargo, aún sus letras más flojas resultan interesantes por como llegan ahí resonancias del modernismo (esos diamantes, jades y camafeos tan darianos) y el surrealismo (Artaud es la mejor manera de enseñar esa corriente en la escuela, es como un compendio de muchos de sus tópicos). En “Música popular de América” una conferencia de 1929 (disponible haciendo click acá, página 410), Pedro Henriquez Ureña detectó tempranamente que la industria cultural fortalecería lo que el llamó “la especie vulgar”, arrinconando tanto a la música culta como a la popular en ámbitos cada vez más restringidos. Así la definía: “Mientras la música popular canta en formas claras, de dibujo conciso, de ritmos espontáneos, la música vulgar -capaz de aciertos indiscutibles- fácilmente cae en la redundancia. (…)[los versos] del vulgo recogen los desechos de la poesía culta o imitan torpemente las ingenuidades del pueblo”. Sospecho que las letras de Spinetta ofrecen un buen material para estudiar cómo la música pop trabajó con materiales de la poesía libresca. Más allá de esto, si a Spinetta se lo considera un poeta es porque construyó un léxico propio y un mundo imaginario completamente singular. Es decir, una poética. Muy rápidamente, diría que esa poética se trata de basar la vida en un afán de perfección espiritual, narrado en “El anillo del capitán Beto” como una trayectoria ascensional, o como una cristalización, como el develamiento de una esencia en “Durazno sangrando”, como el sacrificio en Kamikaze, etc. Eso es lo que lo que permite considerarlo un poeta, y no su muy olvidable Guitarra Negra. Ahora que escribí todo esto puedo volver a leer todas las letras de Spinetta, y ahí si podré escribir sobre Ya no mires atrás. Aunque lo más probable es que nunca lo haga.
Profesor y licenciado en Letras por la UBA. Escribe ensayos ( Recorridos, Remitente Patagonia, 2019) poemas (Poemas Cortos, Desde un tacho, 2014) y cuentos (Tarde de amigas, 2013).
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“¿Qué es ser un hombre para vos?”. En una habitación enorme y algo oscura, con ventanas esmeriladas o directamente opacas, tres computadoras de escritorio encendidas y un metegol tirado en un rincón, una mujer joven y un adolescente están sentados frente a frente. En el medio, una mesa grisácea, un vaso de cartón con chocolate caliente que pronto volará de un manotazo y un sandwich que apenas tendrá un mordisco. La cámara no deja de girar en círculos. Están siendo observados por un sistema de videovigilancia y, si todo se pone demasiado tenso, los policías pueden entrar. La perito Briony Ariston (interpretada por Erin Doherty) sostiene la pregunta con diferentes enfoques: quiere saber cuánto y qué comprende Jamie Miller (Owen Cooper) sobre el femicidio que cometió. No espera una respuesta concreta o argumentada: intenta descifrar cómo la masculinidad, ese cúmulo de ideas y mandatos, afecta a Jamie.
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El efecto de percepción que genera Adolescence, la serie que estrenó Netflix el 13 de marzo y de la que todos hablan, es atrapante y es posible explicar algo del por qué. El principio constructivo es el del plano secuencia. Esto significa que cada capítulo se desarrolla con una continuidad espacial y temporal donde la cámara filma lo que sucede sin cortes. Lo atractivo está dado así por desplazamientos acrobáticos (drones, grúas, pasillos, escaleras) que acompañan distintas situaciones de tensión creciente y diferentes puntos de vista. Estos movimientos nos hacen pensar en los laberintos o los videojuegos en primera persona. Desde el Doom hasta el GTA, estos juegos son bases de la educación del carácter masculino: sirven para conectarse en red de manera simultánea y, desde una imitación cada vez más mimética de la realidad, enfrentarse y “asesinar” a otros jugadores. Lo magistral en esta serie es que, además, esos planos secuencia están situados en momentos particulares y explosivos que colaboran con un relato elíptico. El paso del tiempo y su omisión narrativa son fundamentales para dejar al espectador unir cabos entre los sucesos y sus protagonistas.
El primer capítulo muestra un operativo policial espectacular para capturar a Jamie, un adolescente de 13 años, que duerme en su habitación. Es la madrugada inmediatamente posterior a la noche del femicidio.
Este episodio termina con un giro reflexivo sobre la violencia con una maestría técnica comparable a la de otros cineastas que se destacaron en ese asunto: Michael Haneke en Caché (2005), cuando con una cámara de video sobre la fachada de una casa nos hace preguntarnos sobre la naturaleza de esa imagen y su veracidad; y Gus Van Sant en Elephant (2003), cuando para contar la masacre de Columbine elige filmar a los adolescentes perpetradores con planos que recorren los pasillos de la escuela secundaria, como si se tratara de un videojuego en primera persona. Mediado por la pantalla de una computadora, vemos el asesinato de Katie registrado por una cámara de seguridad. Allí es posible preguntarse junto con Eddie Miller (Stephem Graham), el padre del acusado en la ficción y guionista de la serie en la realidad, si lo que estamos viendo es verdad. El hombre queda atónito: las imágenes le muestran a su hijo asesinando a puñaladas a una compañera de escuela. Como espectadores también nos sorprendemos con este nuevo giro de la cámara y su reencuadre. Por un instante, desconfiamos de las imágenes.
En el segundo capítulo, a los tres días del crimen, dos policías buscan pistas en la escuela donde estudiaban víctima y victimario. Este episodio empieza con las fotos de Katie en el frente de la escuela y termina con un vuelo hasta el lugar del crimen, donde también hay flores y fotografías. En primer plano se ve el rostro de Eddie que, conmovido, sigue intentando comprender la violencia.
En el tercer capítulo, siete días después del crimen, Briony Ariston entrevista a Jamie en un centro intermedio entre el reformatorio y la cárcel. Es el episodio de la pregunta clave: “¿Qué es ser un hombre para vos?”. Al abandonar la sala, Briony confirma que fue su última visita. El cuarto y último capítulo, trece meses después del crimen, Eddie se desplaza entre la casa familiar y una ferretería, para finalizar en la habitación de Jamie, el mismo lugar donde comenzó la historia.
La continuidad de los espacios colabora con una trama que se vincula también con las responsabilidades: la violencia no está escindida de la manera que tenemos de vincularnos y habitar los espacios, está latente en todos esos lugares y se puede manifestar en cualquier momento. En una sala de interrogatorio, en el patio de la escuela o en el estacionamiento de una ferretería de una cadena comercial. De manera similar, la continuidad espacial ayuda a percibir la proximidad de los vínculos familiares, escolares y las amistades. Esto muestra que todos forman parte de la misma comunidad involucrada.
Esa forma de construir el espacio narrativo permite ver el rostro de Eddie cuando desnudan y requisan a su hijo en la comisaría, cuando reconoce el lugar del crimen al final del segundo capítulo o cuando se enfrenta a su camioneta vandalizada (para complejizar más la trama, con una inscripción en aerosol que remite a la pedofilia, lo que nos hace preguntarnos a quién está destinado el insulto). ¿Hay algo peor para “un hombre” que le “toquen” a su familia o a su camioneta?
Eddie es un hombre común que, por imposición, se va desarmando. Se despoja progresivamente de un mundo que le resultaba seguro y sostenido. Y este proceso se da con arrebatos de violencia que podrían pensarse desde la incapacidad de expresar los sentimientos que impone la norma de la masculinidad. Esos ataques de furia indican también que la sociedad en la que viven estos varones es la misma: la de la burla, el acoso como práctica sistemática y la demostración de poder por medio de la fuerza y la violencia. Lo interesante de la serie es que además permite ver la fragilidad de Eddie en numerosas situaciones emotivas.
Seguir la trayectoria de Eddie tiene la ventaja de entrar a la pregunta sobre la paternidad de manera directa. ¿Cómo paternar y asumir la responsabilidad de educar varones en este mundo digital donde se impone un machismo acérrimo que busca ir contra el feminismo, como si estos fueran términos equitativos de una supuesta lucha, y no lógicas de pensamiento que buscan cuestionar o no el poder tal como está dado? ¿Cómo permitir el trazado de otros modos de subjetividad en un mundo controlado por varones blancos millonarios que, acompañados por el poder político, imponen lo que se puede ver en las redes sociales? ¿Cómo construir, reflexionar y debatir social y colectivamente sobre modelos de masculinidad que no operen en base a la adquisición fácil del dinero, el culto del cuerpo trabajado en el gimnasio (y no en el deporte colectivo) y la objetivación de las mujeres?
Eddie llora por su hijo, quizás por no haberlo escuchado a tiempo. Ese dolor, que en la intimidad se manifiesta como llanto y en público como ira, es índice de una vulnerabilidad que a los varones no nos enseñan habitualmente a elaborar.
“¿Qué es ser un hombre para vos?”
Cualquiera que se enfrente a esa pregunta tendrá un río de imágenes disponibles para construir un modelo propio de hombría. El problema es estar inmerso en una sociedad cuyas fuerzas conservadoras tienden a volver a los moldes de antaño, plagados de mandatos y fundamentos vinculados a la fuerza, la no vulnerabilidad o a la idea de ser proveedor. Si ser un hombre fuera tan sólo cumplir con determinados rituales, tener determinadas características emocionales y una esencia biológica indiscutible, la cuestión estaría cerrada y no existiría la posibilidad de pensarse por fuera de estos parámetros. Pero no hay una respuesta del todo individual ni del todo universal a esta pregunta. ¿Qué se supone que es ser un hombre según los códigos de la masculinidad hegemónica?
Para Jamie, ser un buen jugador de fútbol hubiera sido una buena respuesta. Su padre se frustraba al ver lo malo que era su hijo en la cancha, incluso en el arco. Miraba para otro lado, tenía que soportar las burlas de los otros padres. Jamie tampoco tuvo buena suerte con el boxeo.
No es que haya una causalidad entre la frustración deportiva y el crimen, pero sí parece haber una conexión entre la desmotivación del padre, la falta de comunicación con su hijo, tal vez el cansancio de la exigencia laboral y el hermetismo paulatino que genera un mundo hiperconectado a las redes sociales y la violencia. Padre e hijo parecen alejarse confundidos por no saber cómo responder a la exigencia de los rituales de que los hombres deberían hacer. Eddie fue un niño violentado por su propio padre que se propuso no repetir la historia con su propia descendencia. ¿Cómo es posible, entonces, que su hijo, criado de manera amorosa, haya cometido un femicidio? ¿En qué fallaron? ¿Qué faltó?
De manera paralela, la serie muestra la faceta paternal de Luke Baskombe (Ashley Walters), uno de los policías que lidera la investigación. Esa paternidad (que no había sido deseada) se enfrenta a un golpe de conciencia cuando es su propio hijo, también adolescente, quien le pide hablar en privado. Cuando están solos en una oficina de la escuela, el chico le explica los códigos y el significado de los emojis de Instagram que quizás lo ayudarían a entender el móvil del femicidio. Le muestra un posteo en donde se ve el emoji de píldora roja que significa “ver la realidad” y le explica el significado de los colores de los corazones que aparecen allí. Lo que subyace es el llamado a la manosfera: una red de sitios web, posteos y redes sociales que promueven la misoginia, el giro de extrema derecha y la oposición al feminismo. El hijo de Luke también explica la regla del 80/20, una teoría adoptada por estas comunidades de varones, que postula que el ochenta por ciento de las mujeres se interesan sólo en el veinte por ciento de los hombres. De manera abiertamente misógina, estos grupos culpan a las mujeres de su “fracaso sexual” y justifican el uso de la violencia hacia ellas. En el posteo que el hijo de Luke menciona, Katie llamó incel (la denominación inglesa que se traduciría por “célibe involuntario”) a Jamie, lo que resultaría una afrenta importantísima para alguien que sostiene ese modelo tradicional y agresivo de masculinidad.
Algo de esa lógica de la comunidad de la manosfera se puede veren el cuarto capítulo, en el personaje del trabajador de la ferretería que se acerca a Eddie para manifestarle su apoyo y su creencia de que Jamie es inocente. No sólo por lo que dice (le propone armar un grupo: “Seríamos muchos”) sino por su lenguaje corporal.
La confusión de Luke durante la charla con su hijo muestra la clara brecha generacional. Todo un mundo paralelo con códigos que los adultos desconocen y que se arman en torno al culto a cierto tipo de masculinidad y, por ende, a cierto tipo de argumentación del odio.
Este padre se da cuenta de ese abismo entre los dos. Abandona su trabajo por un rato y lo invita a comer unas papas fritas antes de volver a casa.
“¡Te acaba de golpear una chica, idiota!” se escucha en el patio de la escuela secundaria. La sensación es caótica, la cámara gira en 360 grados mientras se arma un grupo alrededor de la trifulca que intenta registrar la escena con los celulares. Jade, la amiga de Katie (la adolescente asesinada), empujó y tiró al suelo a uno de los posibles cómplices del femicidio. ¿Es posible contener o acompañar a estos niños que viven en un mundo cuya violencia de alternancia entre la virtualidad y la realidad parece haberse ido de las manos incluso de los adultos? Esa pregunta me surge al ver las escenas de la escuela donde los chicos se escapan, corren y esquivan a las autoridades. ¿Cómo crecer en un mundo manejado por los likes y el registro constante de cada experiencia? ¿Cómo tramitar la ira? ¿Cómo frenar la viralización de la intimidad?
La serie no se propone dar pistas sobre los modos de acción, pero sí evidencia los puntos de quiebre donde estas cuestiones se vuelven problemáticas. Esa obsesión de los adolescentes varones por ciertos modos de considerar la masculinidad (desde una posición de superioridad) estalla en el pánico a ser llamado incel, esa supuesta afrenta de Katie que parece haber marcado a fuego a Jamie y colaborado con el motivo del crimen. Esto lleva a preguntarse sobre el acompañamiento de los adultos y las instituciones frente al entendimiento de los adolescentes de todo aquello que tiene que ver con los cambios físicos, los acercamientos sexuales y los ritmos que constituyen una ética amatoria. Educación Sexual Integral. ¿Nos suena?
El problema de la iniciación sexual no es nuevo como problema en nuestras sociedades occidentales. Lo que sí es nuevo es el acceso ilimitado a la información, que no se puede procesar de manera independiente. Ni siquiera los adultos sabemos cómo irnos a dormir sin el scroleo de imágenes que poblarán nuestro inconsciente y, por ende, nuestros sueños. En muchos casos la cuestión no es la prohibición o el control del acceso, se trata de la moderación, de calmar la compulsividad.
¿Se tratará de acompañar? ¿Cómo? ¿Con qué herramientas? Pienso en la escucha lenta, el acompañamiento sensible y la reflexión compartida. Y también pienso si estos podrían ser los puntos clave del armado de esquemas de cuidado que no son los pilares de lo que se asocia a ser un hombre. El cuidado vinculado a la masculinidad no es algo que nos enseñaron. Nuestros padres son los que no nos permiten llorar y, en general, dan el ejemplo con el silencio, antes que con la palabra. Como cuando Jamie llama por teléfono al suyo, le desea feliz cumpleaños y le cuenta que va a declararse culpable. Eddie simplemente deja de hablar.
“Debería haberlo hecho mejor” dice este padre al final de la serie,antes de abrazar al oso de Jamie en su habitación. La sensación de vacío colma un último primer plano cerrado, así, muy cerca de Eddie. Y nosotros también quisiéramos que lo que pasó sólo hubiera sido un mal sueño.
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2 comentarios
Muy buena nota! Coincido en casi todo. Particularmente arranque siendo fan del flaco y terminé adorando a Charly, creo que este último tiene una vigencia constante y cambiante a lo largo de los tiempos; su poesía es siempre popular y contemporánea. Del “flaco” te faltó Bajo Belgrano de Jade que es el disco que mas nos marcó a los que vivimos el advenimiento de la democracia en el 83.
Gracias Fabián por leer y comentar!
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Muy buena nota! Coincido en casi todo. Particularmente arranque siendo fan del flaco y terminé adorando a Charly, creo que este último tiene una vigencia constante y cambiante a lo largo de los tiempos; su poesía es siempre popular y contemporánea. Del “flaco” te faltó Bajo Belgrano de Jade que es el disco que mas nos marcó a los que vivimos el advenimiento de la democracia en el 83.
Gracias Fabián por leer y comentar!