El radicalismo porteño espera por Martín Lousteau mientras se prepara para enfrentar una de las elecciones más complejas en los últimos tiempos. Empieza a sonar el nombre de Lucille Levy, ex presidenta de la FUBA, para encabezar la lista de legisladores.
Contadora y licenciada en Administración de la UBA, Levy no es una figura muy conocida, pero podría capitalizar las multitudinarias marchas en favor de la universidad pública: hoy en consejera académica de la universidad.
La “renovación generacional” es una de las cuestiones que analiza la mesa chica de la UCR porteña para las elecciones de mayo. Son Daniel Angelici y Emiliano Yacobitti quienes lideran el partido que preside Martín Ocampo.
A pesar de los rumores, Angelici jugará todas sus fichas en la lista radical. Tiene una ventaja: ninguno de los legisladores porteños que le responde tiene que renovar su banca.
Aún no está claro qué rol tendrá Lousteau. Se habló de la posibilidad de un frente con Horacio Rodríguez Larreta, pero la cuestión no avanzó. Larreta es un problema para el radicalismo, comparte un electorado muy similar al del centenario partido.
Dos años después de tener al propio Larreta contra las cuerdas, en 2017 Lousteau se presentó en las elecciones nacionales con un armado muy similar al actual y obtuvo 12 puntos. Hoy los más optimistas esperan la mitad de esa cifra.
Además de Larreta, el otro inconveniente de la UCR se llama Leandro Santoro, de presente peronista y corazón radical. Otro candidato que pesca en la misma pecera.
Martín Tetaz también asoma como postulante, aunque corre de atrás. Su padrino es Juan Nosiglia, ex legislador e hijo del Coti, hoy alejado de la conducción del partido. Tetaz debe renovar su banca de diputado, algo que parece complicado por estos días.
Quienes no le guardan simpatía se burlan de su última actividad, una charla con Raúl Alfonsín mediante Inteligencia Artificial. “Se pasó los últimos 5 años diciendo que había que dejar atrás a Alfonsín”, recordó un dirigente de la UCR
Agustín Rombolá, el presidente de la juventud porteña del radicalismo, es otro que estaba en carpeta para encabezar, pero en los últimos meses sus acciones bajaron.
Milei parecía todo iniciativa. La oposición un repliegue perpetuo. Pero la actual parálisis presidencial, multiplicada por su entrega al FMI, obliga a recalcular la economía de las fuerzas. La debilidad del gobierno alineó la oposición parlamentaria, la protesta social y un sindicalismo que convocó el tercer paro general. La impotencia de las mayorías nunca es simétrica con la de los poderosos. Esta última es un simple caer, como la bolsa, hacia el 0 de un excel. La impotencia de las mayorías, por el contrario, es siempre una fuerza vital impedida, es una potencia obstruida, que en la activa tensión que su obstrucción promueve, va cultivando las memorias, los saberes, las energías y las estrategias para su activación futura. Una que quiere amanecer en estas, las más oscuras semanas de la ultraderecha criolla.
Un poder que no puede
Nunca en su historia la humanidad pudo tanto. Y, sin embargo, nunca estuvo tan en riesgo como en nuestro tiempo. Potencia e impotencia como las dos caras de una moneda que hoy gira en el aire: podemos tanto que no podemos nada. Como si una desmesura de escala nos hubiera tornado desproporcionados respecto a nosotros mismos. Esa contradicción marca una época de prepotencia quebradiza y de parálisis frenética. La violencia y la imposibilidad atenazan, desde los extremos, el efectivo poder de decisión sobre nuestras vidas. Crisis climática y gobiernos neofascistas son las dos manifestaciones más elocuentes de esa contradicción: nuestro poder sobre la naturaleza es tan grande que desencadenamos poderes que amenazan destruirnos; las ultraderechas vienen a satisfacer un deseo desesperado de orden y jerarquía, y su ascenso sólo está produciendo convulsión, caos y anomia.
“Antropoceno” y “nuevas derechas” son fenómenos concurrentes de un tiempo de hiperconcentración del poder y de los recursos, ambos reunidos en un recalentamiento de la guerra a nivel global.
El marxismo hablaba de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, y el desbalance entre lo que las primeras habilitaban y lo que las segundas contenían producía las distorsiones de las que derivaban fuerzas destructivas tanto de la naturaleza como de la sociedad: la guerra como punto de llegada de este espiral de fuerzas mal canalizadas. “Antropoceno” y “nuevas derechas” son fenómenos concurrentes de un tiempo de hiperconcentración del poder y de los recursos, ambos reunidos en un recalentamiento de la guerra a nivel global. El poder sobre la naturaleza, el poder sobre la sociedad, es más grande que nunca. La impotencia que atraviesa el temple mayoritario de este tiempo no deriva de una falta de poder, sino de su concentración destructiva en cada vez menos manos. La IA instala la misma sensación de omnipotencia y vulnerabilidad: hay mucho poder, pero no es nuestro. En este contexto, poder e impotencia se entrelazan de maneras múltiples y siniestras, generando figuras rabiosas de manía y depresión.
El acelerador roto
Expresión fiel de este tiempo extraño, Milei y su gobierno parecían sacudirnos de la modorra de impotencia exasperante en que nos había dejado la gestión de Alberto Fernández. La fascinación que generó el primer año de Milei era la fascinación ante el retorno impensado, como en un contragolpe, de la “política como herramienta de transformación de la realidad”, ese mandato que supo ser el gran valor del kirchnerismo en los primeros años del siglo y que fuera traicionado por el propio kirchnerismo en su último paso por la gestión. Con Milei asistimos a la recuperación de la política por vía de una exasperación de la antipolítica, y esa paradoja generó un desconcierto y una efervescencia que nos mantuvieron en vilo y hechizadxs todo el primer año de este gobierno. La estrategia implacable de acelerar en toda curva, de duplicar toda apuesta, de permanente provocación y de fuga hacia adelante aunque no hubiera norte claro, reinstaló, de la mano de un gobierno que decía entregarlo todo al mercado, la idea de la eficacia y el primado de lo político, la certeza de un decisionismo con tintes mesiánicos, que era todo lo que había faltado en el gobierno anterior. Parecía que podía llevarse todo por delante, que nada se resistía a su audacia y que ninguna bala le hacía mella.
Hoy, cuando la invulnerabilidad del gobierno es cuestionada desde todos los frentes, se deja ver que esa audacia inagotable no brotaba sino de la fuente límpida de su debilidad, y que la aceleración como política era menos un plan a largo plazo que el permanente aplazamiento de un cortoplacismo sin norte. La agenda se convirtió en espuma hipnótica y la velocidad era sólo el modo de mantenerla en estado de espuma permanente. Sí: atribuimos demasiado rápidamente al gesto aceleracionista la fortaleza de la iniciativa y la capacidad de hacer, sin atender a la impotencia que se escondía detrás del gesto, y que comandaba sus movimientos más histriónicos y frenéticos. La crisis del aceleracionismo libertario le llega con la velocidad justiciera de su propia lógica: “lo mismo, pero más rápido” era, también, chocarla antes de tiempo.
Rebeldía resignada
La emergencia de las nuevas derechas se maceró en un clima social que combina de manera confusa y explosiva sentimientos contradictorios. Por un lado, hay una certeza de que las cosas van mal, de que la historia no puede seguir así, y el hartazgo con lo dado alienta transformaciones y prepara estallidos sordos. Hay, en este sentido, un humor arisco y rebelde que lo impregna todo, una ansiedad y fastidio que da el tono a la violencia que circula entre nuestros nervios y las redes. Por el otro lado, hay una resignación ante la ausencia de perspectivas de transformación real, y nadie cree que realmente pueda cambiar algo de fondo. Cunde, en este sentido, un agobio cínico que impide ver en las perspectivas de cambio más que una máscara de lo mismo y una simple renovación de temporada del discurso de un amo que ya no es puesto en cuestión verdaderamente.
La crisis del aceleracionismo libertario le llega con la velocidad justiciera de su propia lógica: “lo mismo, pero más rápido” era, también, chocarla antes de tiempo.
La combinación de ambas tonalidades afectivas en un mismo sentimiento de época viene generando formaciones de compromiso aberrantes: formas enrarecidas y deseos distorsionados que la ultraderecha supo capitalizar como nadie. La figura del “outsider” y del “antisistema” representado por magnates o títeres de magnates ultrarricos, es la figura de compromiso perfecta entre ambos lados del pathos presente. Si Mark Fisher captó muy bien un lado de la ecuación con su “realismo capitalista”, y los efectos de impotencia y depresión que éste implicaba, le faltó sin embargo capturar la dimensión revulsiva y vibrante que comenzaba a movilizarse el mismo año en que publica su libro, 2016: el “realismo capitalista” del neoliberalismo zombie fue mutando a este capitalismo punk en el que toda la furia sin sentido es puesta a trabajar para el sostenimiento de estructuras insostenibles de reproducción social. Así entendemos también lo que “la rebeldía se volvió de derechas” significaba: nada menos que identificar a la rebeldía con la movilización violenta de las fuerzas de la resignación, transformar a la revuelta en un momento activo de la adhesión afectiva con lo dado. El resentimiento neofascista es el producto de estas fuerzas oscuras que componen nuestro tiempo, y que habilitan la extraña alianza entre ultrarricos y ultraprecarizados en un proyecto que enlaza pulsiones antisistema y consolidación de un deep establishment recargado: todo tiene que revolucionarse para que todo siga igual –pero acelerado, intensificado.
La pregunta que se impone: ¿cómo se sale de este círculo de rebeldía y resignación en que nos han paralizado las nuevas derechas?
Insensatez y resentimientos
“Adolescencia”, la exitosa serie inglesa, suscitó una saturación tan grande de comentarios y discusiones, una necesidad tan masiva de hablar de ella, que podemos considerarla síntoma de algo que desborda su tema más explícito. Más allá del tópico de las “masculinidades”, la explosión de comentarios se puede interpretar también como efecto del modo tan sugerente en que expresa este clima de época, más general, de fuerzas impedidas y de acciones fallidas. El relato entrelaza la impotencia de los padres para entender, la de los adolescentes para relacionarse, y la de ambas generaciones para comunicarse, manteniendo en el centro vacío que imanta y reúne estas formas de impotencia contemporánea al asesinato como signo mayor de aquellas imposibilidades, es decir, como actuación violenta y convulsiva de la imposibilidad de actuar.
El “realismo capitalista” del neoliberalismo zombie fue mutando a este capitalismo punk en el que toda la furia sin sentido es puesta a trabajar para sostener estructuras insostenibles de reproducción social.
Las distintas fracturas tematizadas en la serie redundan en la pregunta por el quiebre entre deseo y acción como signo de nuestra época. El asesinato, como pasaje al acto más que como acto, funciona como revés perfecto de la impotencia y su manifestación más precisa. El pasaje al acto, en cuanto acción estrepitosa suscitada por una fractura simbólica, expresa bien lo que ofrece el neofascismo como compensación por la imposibilidad de actuar que produce y reproduce a cada paso: la violencia de la acción es proporcional a su incapacidad de cambiar nada. O mejor: el deseo reaccionario de no cambiar nada en un contexto que no da para más, se ve instrumentado a través de la movilización neofascista de violencias que garanticen agitación en medio de la inmovilidad, y que a través de la agitación consoliden la impotencia.
El gobierno de Milei fue, en su primer año, un gran pasaje al acto colectivo (el famoso “salto al vacío”), en el que la ausencia de mediación rigió una violencia que permitió descargar toda la impotencia que nuestra sociedad había acumulado a lo largo de años de frustración económica y política. Las nuevas derechas en general vienen siendo ese pasaje al acto en el que sociedades desarticuladas descargan su resentimiento en un espasmo de furia. No debería sorprender que una tal política, sostenida en tan frágiles supuestos, agote su potencia tras la expresión violenta de su propia impotencia. Una vez desplegada, no sobreviene un cambio en el campo simbólico, sino la angustia y la frustración, incrementadas. Y la necesidad de entender, es decir, de poner algún límite.
Milei, el limitado
Hay un impasse en el aceleracionismo neofascista. El reordenamiento imperial está quebrando la “internacional reaccionaria” según viejos y nuevos clivajes coloniales. Esa fragmentación está teniendo un alto costo para los neofascismos bananeros como el nuestro, al que de pronto se le recuerda que la internacional neoconservadora, esa que se reúne periódicamente en la ahora famosa CPAC, no era una coalición o alianza política ni un frente ultraconservador, sino la aceleración del coloniaje, la fuga hacia delante de un imperio en crisis. Por eso se viene produciendo esta extraña paradoja de que el triunfo de Trump en vez significar el apuntalamiento del gobierno de Milei implicó el inicio su desmadre: de la ingeniería del caos al caos de su ingeniería, puntualmente desde la asunción de Trump. El rosario de errores no forzados inicia apenas tres días después de su toma de poder, con el discurso de Milei en Davos del 23 de enero. Desde entonces hasta esta semana negra no paró de derrapar, y si hasta hace poco parecía que ante la aceleración las curvas se le enderezaban mágicamente, ahora no hay curva que no se coma.
El gobierno de Milei fue, en su primer año, un gran pasaje al acto colectivo.
Hay un impasse, hay una nueva fragilidad del gobierno que obliga a aprovechar este momento, y que compromete nuestra responsabilidad ante esta ventana de fragilidad, esta disfunción del acelerador libertario. La debilidad del gobierno alineó las fuerzas de la oposición parlamentaria, la protesta social y la agenda sindical, en una semana que acaso sea la más oscura para Milei desde su llegada al poder. El parlamento parecía definitivamente domado por el gobierno, y después del fracaso del pliego de los jueces de la semana pasada en la cámara alta, esta semana la cámara de diputados, más sojuzgada aún, le aprueba una comisión para investigar el criptogate. La protesta social se viene articulando en torno a la lucha de los jubiladxs de una manera que logró integrar distintas luchas y a la vez poner en cuestión el show represivo-punitivista del gobierno. El sindicalismo, que dormía el sueño de los (in)justos, convoca el tercer paro general al gobierno de Milei, y aunque “general” suene irónico en un país con casi la mitad de lxs trabajadores en la informalidad, expresa el grado de debilidad oficial, y ayuda a articular una semana de duros reveses al gobierno, en un mismo golpe contra los libertarios al poder.
Milei es lo ilimitado, lo desorbitado, lo desmesurado del capital desencadenado y sin freno ni contención. “Ponerle límites a Milei” equivale a negarlo, a anularlo, pues su esencia es canalizar esa carencia de límites de un neoliberalismo en crisis que acelera para demorar su muerte. Un Milei con límites es el fin de Milei, aunque su persona siga estando al frente del ejecutivo.
A la intemperie
Hoy la sensación es la de un suspenso tenso entre dos impotencias: el gobierno parece haber estropeado su máquina, sin haber perdido su poder, y la oposición parece estar despertando, sin tomar el toro por las astas. Pero ya fue sugerido: la intemperie es letal para el poder, mientras que para la resistencia es su hábitat natural, donde se cultivan sus memorias y se gestan sus estrategias.
La unidad que necesitamos no es sólo la unidad del peronismo. Necesitamos, en mil dimensiones, restaurar los puentes rotos entre deseo y acción, desplegar el músculo de una imaginación política renovada, sin la que no habrá unidad ni proyección del campo popular. Pero sin la unidad del peronismo, la rearticulación más amplia del campo popular se vuelve una ilusión. El peronismo es hoy la única herramienta electoral viable para derrotar al mileísmo en las urnas. Su interna, esta vez, no se da mientras son gobierno, pero esperemos que no sea tan dañina para el pueblo como lo fue la anterior. Y está claro que el poder para zanjar esta interna se concentra en una sola persona. No será la historia la que defina el lugar de Cristina en sus páginas, sino las decisiones que ella misma tome en estas semanas.
Milei es lo ilimitado, lo desorbitado, lo desmesurado del capital desencadenado y sin freno ni contención. “Ponerle límites a Milei” equivale a negarlo, a anularlo.
Queda pendiente la pregunta por las relaciones entre el movimiento popular que abra un futuro distinto y la tradición peronista, un movimiento anclado, en su imaginario y sus propuestas, en una sociedad industrial que este siglo XXI está dejando cada vez más atrás. Sin embargo, no hay dudas de que hoy se necesitan mutuamente. Mientras el peronismo resuelve su interna, por arriba, un movimiento social multiforme dirime, por abajo, la primera línea del enfrentamiento con la ultraderecha. Universitarixs, diversidades, mujeres, jubiladxs, hinchas. Sus rostros son conocidos y cercanos, y sus acciones refutan el clima de impotencia, diseñando múltiples articulaciones de deseo y acción en un contexto de violencia creciente. Por supuesto que ese movimiento múltiple ve en el peronismo una herramienta clave para articular políticamente su lucha. Pero sabe que la mejor manera de fortalecer esa herramienta es desbordarla por todos lados, en la acción, en el deseo, en la imaginación.
Sobre la designación y la no designación de Martín Betancour como responsable del área de cultura en Villa Regina. El intendente reginense Marcelo Orazi confirmó mediante un posteo en redes que Martin Betancour no iba a asumir el cargo de Secretario de Cultura de la ciudad, luego de corroborar la sentencia firma del Ministerio de…
Exitosa primera presentación del Campeonato Nocturno 2020, actividad que nuevamente significó la apertura de las competencias del automovilismo regional.Acompañada por un gran marco de público y una inmejorable noche de verano; los pilotos participantes ofrecieron, en las cinco categorías participantes, verdaderos espectáculos en la pista del kartódromo del Moto Club Reginense (Gral. E. Godoy –…
En menos de 72 horas, la relación transatlántica cambió de naturaleza y todo parece indicar que los ucranianos han perdido la guerra. El 12 de febrero de 2025, el flamante secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, dio inicio a las negociaciones de paz en Ucrania. Ya desde un comienzo cedió ante las dos principales exigencias de Moscú: la no adhesión de Kiev a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la ratificación de las “nuevas realidades territoriales”, es decir, la anexión de cuatro regiones ucranianas a Rusia, así como también de Crimea. Al día siguiente, tras una larga conversación telefónica con Vladimir Putin, el presidente Donald Trump anunció su intención de reunirse con su par ruso en Arabia Saudita –sin los ucranianos ni los europeos– y expresó su deseo de que pronto se organicen elecciones en Ucrania. Finalmente, el 14 de febrero, en un discurso pronunciado en una conferencia en Munich, el vicepresidente estadounidense, más que abordar la cuestión ucraniana, reprochó a los dirigentes europeos el hecho de que deshonraran las aspiraciones de sus propios pueblos restringiendo la libertad de expresión en las redes sociales o anulando las elecciones en Rumania por supuestas injerencias rusas (1).
Semanas antes, Trump había lanzado una ofensiva comercial al aumentar los aranceles a las importaciones de Canadá, México y la Unión Europea, y también había expresado sus intenciones anexionistas sobre Groenlandia (2). Sin embargo, de ahora en adelante, ya no se trata tan sólo de manipular a sus “aliados” para que compren más armas o para equilibrar la balanza comercial. Al declarar que Estados Unidos no les concedería garantías de seguridad ni a Ucrania ni a las tropas europeas que pudieran desplegarse para hacer cumplir un eventual alto el fuego, Trump inevitablemente sembró dudas sobre la solidaridad estadounidense en caso de un ataque al territorio de un miembro de la OTAN. Sin su contrapartida de seguridad, el vínculo transatlántico se parecería más bien a una completa relación de dependencia.
No obstante, desde 2022, Estados Unidos ha “invertido” un promedio de 35.300 millones de dólares por año en Ucrania (3). Mucho más que los 3.000 a 5.000 millones de dólares que Washington destinó cada año a Israel antes del ataque del 7 de octubre de 2023 y el equivalente a casi la mitad de los gastos militares anuales para Afganistán entre 2001 y 2019 –un esfuerzo para financiar una ocupación militar y operaciones directas–. El nivel de apoyo a Ucrania se sitúa, por lo tanto, en algún punto intermedio entre la ayuda brindada a un aliado histórico en Medio Oriente y el compromiso de una intervención directa en el campo de batalla en su propio nombre. Pero a Trump poco le importa todo eso: la guerra en Ucrania no es la de Estados Unidos, sino la de su antiguo rival Joseph Biden…
Errores de cálculo
Evidentemente, la magnitud de la ayuda occidental llevó a Kiev a cometer un error y la alentó a rechazar la negociación. En la primavera boreal de 2022, incluso antes de que Occidente le proporcionara su apoyo militar, la resistencia ucraniana podía enorgullecerse de haber frustrado la operación de cambio de régimen fomentada por el Kremlin y de haber minimizado las pérdidas territoriales. Después de cuatro semanas de combates, los beligerantes estaban cerca de llegar a un acuerdo. En Estambul, Kiev aceptó un estatus de neutralidad –es decir, renunció a adherirse a la Alianza Atlántica– y confirmó su intención de no dotarse de armas nucleares. A cambio, buscaba conseguir la retirada voluntaria de Moscú de los territorios que había ocupado desde el 24 de febrero. Sin embargo, Kiev necesitaba garantía de seguridad por parte de los líderes occidentales, quienes se la negaron. Boris Johnson se convirtió en el portavoz de la posición occidental durante una visita a la calle Bankova, sede de la Presidencia ucraniana. El Primer Ministro británico afirmó que nunca firmaría un acuerdo con Putin. Por eso, lo que ofrecían no eran garantías, sino armas (4).
Europa deberá pagar la reconstrucción de Ucrania y, al mismo tiempo, afrontar los costos de su seguridad.
Por un tiempo fue posible creer que dicha apuesta resultaría exitosa. Tras una primera contraofensiva, en noviembre de 2022, Kiev recuperó la ciudad de Jersón, ubicada en la orilla derecha del río Dnieper. Se desató la euforia. La palabra “negociaciones” se volvió tabú. No alinearse con los objetivos ucranianos –es decir, recuperar por la fuerza las fronteras de 1991– equivalía a firmar un pacto con el diablo. Los grandes medios de comunicación occidentales respaldaron el decreto ucraniano de octubre de 2022 que prohibía las negociaciones con Putin, a quien buscaban llevar ante la justicia internacional por crímenes de guerra (5).
Sin embargo, la segunda contraofensiva ucraniana de junio de 2023 resultó en una derrota. En los medios de prensa, los estadounidenses expresaron su descontento: Kiev habría escatimado demasiado sus hombres para privilegiar ataques tácticos dispersos a lo largo del frente en lugar de enviar soldados en masa a los campos de minas rusos con la esperanza de traspasar las defensas del adversario y cortar el puente terrestre entre Rusia y Crimea (6). Bajo la presión de Washington, Kiev redujo la edad de reclutamiento de 27 a 25 años en abril de 2024, pero en diciembre se negó a bajarla a los 18 años. Así, la apuesta hecha en base a las exhortaciones occidentales fracasó trágicamente. Tanto el costo humano –cientos de miles de muertos y heridos– como los sacrificios exigidos a la sociedad fueron en vano (7).
Como lógica consecuencia, durante el mismo período, Rusia experimentó una suerte inversa. El inicio de su “operación militar especial” resultó un fiasco. Los servicios de inteligencia rusos sobrestimaron los apoyos con los que contarían tanto por parte de la población como dentro de las élites ucranianas. El Ejército se estancó en los barrios periféricos de la capital ucraniana y fracasó en su intento de tomar el control del país. El Kremlin decidió entonces concentrar su dispositivo militar en el Donbass y Crimea. Concebida inicialmente como una expedición relámpago, la guerra fue cambiando de escala y de naturaleza. La movilización forzada decretada en septiembre de 2022 provocó una ola de protestas y exilios.
Atrapada en su propia guerra, Rusia agravó su situación en materia de seguridad. Su “operación militar especial” tenía como objetivo, por un lado, prevenir que Ucrania se rearmara –antes de que Kiev recuperara por la fuerza las regiones separatistas prorrusas– y, por otro lado, poner un freno a la expansión de la OTAN hacia el Este. No obstante, unos meses después del inicio del conflicto, Rusia enardeció el patriotismo de un adversario que recibía un flujo continuo de armas y que contaba con el respaldo de una Alianza Atlántica reforzada con dos nuevos miembros: Suecia y Finlandia, que limitan con la zona ártica, estratégica para Moscú. Los dirigentes europeos reforzaron los batallones enviados al flanco oriental de la alianza, incluida Francia, que hasta entonces se oponía a una presencia permanente. La fuerza de reacción rápida de la OTAN cuadruplicó su número de efectivos; también continuó la construcción de la nueva base antimisiles estadounidense en Polonia, en donde los norteamericanos elevaron su presencia militar a 10.000 soldados. Lejos de calmarse, en Rusia las preocupaciones respecto de la seguridad se intensificaron por no haber previsto la fuerza y la unidad de la reacción occidental. Empero, al apostar por la consolidación de sus defensas detrás del Dnieper, Rusia logró estabilizar el frente. Los avances territoriales, como la toma de Bajmut en mayo de 2023, se consiguieron a costa del sacrificio de numerosas tropas, en un país ya golpeado por su crisis demográfica.
El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada.
Si bien Rusia mostró debilidades militares, la resiliencia de su economía resultó sorprendente. El Banco Central había acumulado suficientes reservas para asumir una confrontación financiera con Occidente. Logró sostener eficazmente el rublo y salvar su sistema bancario a pesar del congelamiento de sus activos en Europa y Estados Unidos. En cuanto a las sanciones energéticas, terminaron volviéndose en contra de los propios impulsores europeos: el aumento de los precios del gas compensó la pérdida de los volúmenes enviados al Viejo Continente, dando tiempo a Rusia para reorientar sus exportaciones de hidrocarburos hacia Asia (8). El fracaso de la estrategia de aislamiento se volvió evidente porque, si bien Moscú se vio obligada a recurrir a “Estados parias”, como Corea del Norte o Irán, para obtener armas o soldados, la realidad es que no le faltaron socios económicos interesados en sus descuentos energéticos. Los países que forman el núcleo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vieron con preocupación la ofensiva punitiva financiera de Washington contra uno de sus miembros y profundizaron de forma preventiva su cooperación para reducir el uso del dólar en sus intercambios. En 2024, BRICS acogió a cinco miembros nuevos, entre los que destacan los Emiratos Árabes Unidos, un actor clave en las nuevas rutas del petróleo ruso (véase el artículo de págs. 12-14).
¿Acercamiento al hermano menor?
Al elegir negociar cara a cara con Moscú, Trump le ofrece una vía de escape al Kremlin. El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada. Las concesiones, por ahora sólo verbales, resultan vertiginosas: reanudación de las negociaciones sobre el desarme, promesa de reincorporación al G7 y, a largo plazo, levantamiento de las sanciones. Aunque el Presidente estadounidense trate de morigerar estas promesas en las próximas semanas, la solidaridad transatlántica parece estar ya profundamente deteriorada.
Estas declaraciones podrían cerrar la era geopolítica que comenzó en 1949. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó la Alianza Atlántica para imponer su influencia a la mitad de Europa, mientras que la otra mitad se alineaba primero con el bloque soviético y luego se unía al Pacto de Varsovia en 1955. Sin embargo, a fines de la década de 1980, el último líder soviético, Mijail Gorbachov, al frente de un país agotado por la carrera armamentista, se comprometió con una serie de concesiones unilaterales y desordenadas: aceptó la reunificación de Alemania y su adhesión a la OTAN sin obtener garantías escritas sobre la no expansión de la alianza occidental en Europa del Este. De este modo, el antiguo instrumento de seguridad sobrevivió a la Guerra Fría, y la Unión Europea, al expandirse, permaneció firmemente vinculada a Washington. Aunque en 1989 y 1990 se llegó a considerar por un momento la posibilidad de implementar un nuevo sistema de seguridad, no surgió ninguno alternativo tras la disolución de la URSS en 1991. Si bien el conflicto ruso-ucraniano tiene en parte su origen en esta oportunidad perdida, su resolución negociada está provocando una reconciliación ruso-estadounidense a espaldas de Europa.
En Munich, el vicepresidente James David Vance incluso señaló una nueva dirección estratégica de Estados Unidos: “A Putin no le interesa ser el hermano menor en una coalición con China” (9). ¿Se trata del regreso a la estrategia de triangulación que había puesto en marcha el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971 al acercarse al “hermano menor” (en ese entonces, China) para aislar mejor al enemigo principal (la URSS)? Si este es el “plan”, Trump tendrá dificultades para romper el eje Rusia-China. Pekín, si bien se molestó por el hecho consumado de la invasión rusa y le ha reprochado a Moscú su abuso de la amenaza nuclear, no le ha retirado su apoyo. China suministra de manera discreta tecnologías necesarias para el complejo militar-industrial ruso, al mismo tiempo que profundiza su cooperación militar con Moscú. Aunque desequilibrada, esta relación se basa en una fuerte frustración compartida respecto de un orden internacional dominado por Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría.
¿Y Europa?… Europa se encuentra en la peor situación posible: ya debilitada por la crisis energética que ella misma provocó al renunciar –a petición de Washington– al gas ruso barato y pronto golpeada también por la guerra comercial decretada por la Casa Blanca, ahora se ve obligada a gestionar en soledad las consecuencias del revés occidental en Ucrania. Mientras la confrontación con Rusia alcanza un nivel incandescente y sus arsenales se han vaciado en favor de Kiev, Europa se prepara para aumentar de forma urgente su gasto militar, lo que implica comprar armamento estadounidense. Washington le exigía un “reparto de la carga” de la financiación de la alianza. Ahora la carga es doble: pagar la reconstrucción de Ucrania (que, a esta altura, Rusia deja de buena gana en manos de la Unión Europea) y, al mismo tiempo, asumir su propia seguridad. El gasto parece simplemente inasumible para los presupuestos europeos y augura nuevas divisiones.
1. Benoît Bréville, “Liquidación electoral”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2025. 2. Philippe Descamps, “Affoler la meute”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2025. 3. “Ukraine support tracker”, Kiel Institute for the World, 2024. 4. Samuel Charap y Sergueï Radchenko, “¿Podría haber terminado la guerra en Ucrania?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2024. Volodimir Zelensky se esfuerza en negar el papel que habría desempeñado así Johnson; véase también Shaun Walker, “Zelensky rejects claim Boris Johnson talked him out of 2022 peace deal”, The Guardian, Londres, 12 de febrero de 2025. 5. Véase, por ejemplo, “Soutenir l’Ukraine pour assurer la paix”, Le Monde diplomatique, 10 de enero de 2023. 6. Alex Horton y John Hudson, “US intelligence says Ukraine will fail to meet offensive’s key goal”, The Washington Post, 17 de agosto de 2023. 7. Hélène Richard, “Ucrania, una sociedad dividida por la guerra”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2023. 8. Hélène Richard, “Sanciones de doble filo”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2022. 9. Bojan Pancevski y Alexander Ward, “Vance wields threat of sanctions, military action to push Putin into Ukraine deal”, The Wall Street Journal, Nueva York, 14 de febrero de 2025.
Antes de que sea inaugurada la Estación Solar en la Plaza “Primeros Pobladores”, ya se produjeron roturas en las instalaciones. Los botones que proveen de agua, tanto caliente como fría, fueron forzados, por lo que se tuvo que realizar la reparación de los mismos. Pedimos a los ciudadanos que cuiden y respeten los espacios públicos…
Este jueves, la Sala III de la Cámara Contencioso Administrativo Federal ordenó a Aerolíneas Argentinas a entregar los datos relativos a los gastos en materia de publicidad y propaganda durante el primer y segundo semestre del año pasado.
El fallo surge a partir de la demanda que inició la periodista de Perfil Giselle Leclercq, a quien la compañía estatal le denegó esa información cuando la requirió en septiembre pasado.
El argumento para negarse a dar a conocer esos números había sido que el pedido “constituía información comercial cuya revelación y/o divulgación podría perjudicar el nivel de competitividad o lesionar intereses de la compañía”.
En primera instancia, el Gobierno tuvo un fallo favorable que, ahora, fue revocado por el tribunal integrando por Sergio Fernández y Jorge Morán, que consideraron que “los límites al derecho de acceso a la información pública deben ser excepcionales”.
En septiembre pasado, LPO reveló que, pese a la promesa de pauta cero de Javier Milei, Aerolíneas Argentinas gastó más de 400 millones de pesos en publicidad oficial a esa altura de 2024.
Eso se hizo a través de los funcionarios que Santiago Caputo ubicó en el área de comunicaciones de la empresa estatal y, como hizo el asesor de Milei con las otras cuentas de publicidad estatal que maneja, colocó en el medio a una consultora que cobra jugosas comisiones.
De acuerdo al fallo al que tuvo acceso LPO, los magistrados de la Sala III de la Cámara señalaron que “corresponde revocar la sentencia” de la jueza de primera instancia y ordenaron “la entrega de la información en cuestión, aplicando, en su caso, procedimientos de disociación cuando se trate de información válidamente alcanzada por cláusulas de confidencialidad en los términos exigidos por la Ley N° 25.275”.
Previamente, el dictamen fiscal había señalado que la solicitud de la periodista “no refiere a la estrategia comercial y de marketing de la compañía, sino a los gastos de publicidad”.
Y agrega que el secreto comercial invocado por Aerolíneas Argentinas respecto a su estrategia comercial “no guarda vinculación con el objeto pretendido en autos referido a su actividad publicitaria”.