LA MERITOCRACIA QUE NUNCA FUE: Estudio científico revela que la desigualdad social altera el cerebro infantil y deteriora la salud mental
La ciencia pone en claro la desigualdad de la carrera del mérito.
Por Tomás Palazzo para Noticias La Insuperable

Un estudio publicado en Nature Mental Health por el King’s College de Londres acaba de confirmar con imágenes de resonancia magnética lo que muchos sospechaban: la desigualdad social se mete en el cerebro de los niños y condiciona su futuro. El hallazgo derrumba de raíz una de las banderas favoritas de las derechas neoliberales: la “meritocracia”.
Desigualdad que cambia el cerebro
El trabajo, realizado con más de 10.000 niños estadounidenses de entre 9 y 10 años, demostró que vivir en sociedades desiguales altera la superficie cerebral y las conexiones neuronales, incluso en hijos de familias acomodadas. La desigualdad, por sí misma, genera estrés crónico, eleva el cortisol y deteriora funciones ligadas a la memoria, la atención, el lenguaje y la regulación emocional.
En palabras de Divyangana Rakesh, investigadora principal: “No se trata solo del ingreso familiar individual; se trata de cómo se distribuye el ingreso en la sociedad”.
Meritocracia: un mito funcional a los poderosos
El dato científico dialoga de lleno con las críticas de filósofos como Michael Sandel, autor de La tiranía del mérito, y con la denuncia original de Michael Young en The Rise of Meritocracy (1958). Ambos mostraron que la meritocracia, lejos de garantizar igualdad de oportunidades, genera humillación y resentimiento social. En sociedades con enormes brechas, hablar de “mérito” se convierte en una burla: los ganadores se atribuyen virtudes que muchas veces son simples privilegios de cuna, mientras los perdedores cargan con la culpa de un fracaso predeterminado.
La idea de que “todo depende del esfuerzo” se desmorona cuando la neurociencia revela que la desigualdad modifica estructuralmente el cerebro infantil. ¿Cómo competir en igualdad si el punto de partida está biológicamente condicionado por la brecha social?
El círculo vicioso de la desigualdad
El sistema meritocrático, presentado como sustituto de las aristocracias de sangre o riqueza, en realidad instala una “aristocracia del talento” que consolida nuevas brechas. Como señalan las investigaciones, las sociedades más desiguales son también las que más dificultan la igualdad de oportunidades, reforzando el círculo vicioso: desigualdad que altera cerebros → peores condiciones de desarrollo → imposibilidad real de competir bajo reglas justas → más desigualdad.
Los datos del estudio son contundentes: los niños que crecieron en estados más desiguales (Nueva York, California, Florida) exhibieron cortezas cerebrales más pequeñas y conexiones neuronales menos eficientes que aquellos que crecieron en lugares más igualitarios (Vermont, Minnesota, Wisconsin). El “mérito”, en esos casos, nunca puede ser parejo.
Milei, el ajuste y la farsa del mérito
La evidencia científica llega justo cuando Milei y sus aliados invocan la “meritocracia” para justificar ajustes salvajes y la destrucción de políticas redistributivas. Pero lo que enarbolan como ideal es, en realidad, un mecanismo de legitimación de privilegios: si los pobres no llegan, es porque “no se esforzaron”, no porque la desigualdad estructural les deformó hasta el cerebro desde la infancia.
La ciencia muestra lo contrario: la desigualdad social no solo es injusta, es biológicamente dañina. Hablar de meritocracia en ese contexto no es solo una mentira política; es una crueldad disfrazada de moral.
Justicia social como política de salud cerebral
El estudio concluye que reducir la desigualdad fortalece el neurodesarrollo y mejora la salud mental colectiva. En otras palabras: redistribuir la riqueza no es un capricho ideológico, sino una estrategia científica para garantizar sociedades más sanas y justas.
La meritocracia, tal como fue concebida, era una distopía. Hoy, la neurociencia confirma que en sociedades desiguales es simplemente una farsa imposible. La única vía para hacerla creíble sería construir primero igualdad real: algo que Milei y el neoliberalismo desprecian, pero que la biología y la justicia social reclaman a gritos.