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LA MAMÁ DE PAPÁ NOEL

A una depurada etiología de los escrúpulos debe seguir una diagnosis irónica de las sumisiones de la normalidad

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego

Nicolás de Bari o de Mira había nacido el 15 de marzo de 270 dC., hoy conocido como Papá Noel. El inicio del medioevo y las postrimerías del imperio romano marcarían una búsqueda de trascendencia, cuyo aval estaba enmarcado en el cristianismo reinante.


Sin embargo, la cuestión fundamental de su elección a la devoción por Dios estuvo guiada por el deseo materno. Sí, su madre quería que él fuese sacerdote como su tío (el obispo de Mira); al contrario, su padre deseaba que fuese marinero y comerciante. La psicoanalista Graciela Giraldi se apoya en Lacan y nos brinda una reflexión al respecto:

Jacques Lacan graficó al deseo de la madre con la boca abierta del cocodrilo que busca engullirse su cría. En tanto que el padre del niño como hombre, es el que puede introducir el palo que traba su boca, dándole una salida al niño. De allí la importancia de que cada mujer no sea toda madre. Y que su deseo diverja hacia un partenaire sexuado, que no sea el niño. * (1)

¿Será que Nicolás quedó engullido por el deseo materno?

El péndulo del deseo, Alex Stevenson

Sabemos que Nicolás devino obispo y luego santo por sus supuestos milagros. Sin embargo, ¿habrá podido cuestionar el deseo materno? ¿Qué lugar ocupó el deseo paterno?


Nicolás se enroló en el sacerdocio a los 19 años, pero antes, tanto la madre como el padre no pudieron ver su elección de vida, ya que fallecieron producto de la peste que acechaba en esa época.

Cristina Calganini se pregunta sobre el deseo materno:


¿Cuál es la transmisión esencial que esperamos opere la función materna? ¿Podemos pensar que con el deseo alcanza para hacer de
barrera al estrago materno? ¿Podríamos plantear a la posición femenina de la madre como garantía para que la función supuesta opere eficazmente? *(2)

Volviendo a la madre de Papá Noel, la identificación del deseo con un ideal nos llega de este tío obispo, inclusive, esto se encuadra en una identificación más englobante de un contexto histórico en donde el saber ligado al poder estaba guardado celosamente dentro del claustro religioso, y en donde la mujer estaba relegada al silencio y a la figura de la virgen santa, por un paternalismo aplastante de odio, pudor y rechazo al cuerpo y a la autonomía femenina.

Ahora bien, ¿qué es el deseo (en general) para el psicoanálisis? José Barrionuevo y Magalí Sánchez nos dan una pista:

El deseo en el sentido psicoanalítico, el deseo inconsciente, es en cambio siempre propio de cada sujeto y no de la especie, y, a diferencia de la necesidad, no tiene que ver con la supervivencia y la adaptación. Es un deseo que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho y en su surgimiento mismo está motorizado por la pérdida. *(3)

Algunos movimientos del deseo, Oscar Domínguez

Por otro lado, la función de este Papá Noel está regulada en el hecho de dar o regalar a los niños, y esto lo contrapone a la pérdida. Cuenta la historia que Nicolás, les regaló a unos niños que sufrían violencia por parte de sus progenitores, unas monedas de oro que les dejó adentro de unos zapatos. Pero, este Papá Noel sacerdote perdió sus dotes religiosos, y se convirtió en el regordete canoso y barbudo que hoy conocemos. Entonces,

¿Cómo sucedió esta conversión de sotana ascética a una vestimenta roja y blanca que promociona la Coca Cola?

Esta conversión parece que sucedió cuando los holandeses fundaron New York, y transformaron la historia de San Nicolás en Santa Claus. Sin embargo, aquí, en el hemisferio sur nos cuesta imaginar a Papá Noel de pantalones cortos y chancletas, con musculosa ajustada al cuerpo, andando en sulky. Aun así, tomamos ese festejo, como puede ser también el Black Friday o Halloween y lo adoptamos culturalmente, capturamos el deseo del otro como propio en un movimiento sin fin, pero ahí, justo en los bordes siempre huidizos del deseo, el cuerpo nos muestra sus límites.

Más allá del deseo materno, su aparición en Navidad lo sigue ligando con la figura de Cristo y su nacimiento. Ambos, Papá Noel y Jesus son prototipos de hombres sólos que andan sembrando milagros por doquier.

Por último, podemos resaltar que, todas las festividades religiosas están ordenadas según el calendario creado por el papa Gregorio XIII en 1582. En consecuencia, ya hace muchísimos años que nuestras vidas están reseteadas por los tiempos de la festividad religiosa…

¡Aguarden! Un sulky se aproxima…

El deseo-Mi madre, mi madre, mi madre. Salvador Dalí

JUANETE AL PIE DE PÁGINA

Si un cura flaco, meditabundo, de paso lento, lampiño, terrenal, austero, y sobrio se transforma en un gordo simpático, barbudo, que anda en trineo, dadivoso, y carismático… Entonces, ¿porqué una manzana no se podría convertir en triciclo y una alfombra en destornillador? Habría que hacer un viaje en el espacio del tiempo, o si se quiere a la inversa de lo planteado en pretérita instancia para comprender la reformulación de los acertijos escondidos debajo de las tuercas perdidas de un paquidermo, o en todo caso, ignorar las artimañas de los ciclos lunares que quedaron guardados en la espalda del fruto prohibido a punto de caer. Por eso, no es por casualidad que la araña teja redes para moscas desprevenidas, o bien que un ataúd abra y cierre su boca de inframundo para comunicarnos que: no es imperioso hacer buñuelos en días tan tristes como fríos mientras el parlamento es decorado con lucecitas de navidad.

Referencia bibliográfica

(1)
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-47443-2015-01-08.html

(2)
https://www.elsigma.com › la-madre…
Resultados de la Web
La madre: entre el deseo y el goce | Introducción al Psicoanálisis …

(3)
https://www.psi.uba.ar › archivoPDF
deseo y fantasma – Facultad de Psicología – UBA – Universidad de …

Pintura de portada: Fra Angélico, detalle de la pintura La historia de San Nicolás. 
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    ¿Algo puede ser verdadero si nace de una mentira?

    Lloré cuatro veces con La maravillosa. Leí este libro como si su autora me hablara, como si en un viaje largo al sur me contara la historia, mientras vamos sorteando la infinita largura del camino, la pampa húmeda llorada por su historia y la de todos los hijos mal queridos del mundo, la meseta patagónica y el dolor más crudo del desierto conocido, el borde de la cordillera, abismal aunque hermoso, la condena de la geografía insular sobre el niño o la niña atrapados en la montaña materna.

    Esta novela consigue algo muy difícil, hacernos soportables el infierno de un desquicio que vuelve, como la voz materna que se fragua en el dolor del hijo, como esa ruptura del pacto humano de la existencia misma de la especie, donde lo biológico se impone como una cárcel: serás el rehén de quien te parió, cuya moral no le permitirá arrepentirse de su maternidad, la reproducirá y la volverá a sacar lustrosa para conseguir el perdón del hijo, el amor del hijo, la piedad del hijo, el agradecimiento, porque soy tu madre. Ese soy tu madre es condena y en este libro es exilio, es ruptura y es reconstrucción lejos del nido carcelario que se fungió como mandato social y modo de salvación de su creador, creadora en este caso.

    La autora se mueve, es una desplazada temprana. La niña que observa cómo el volumen —en todo sentido de volumen— de Sandra, la madre recreada en la estepa previa a la cordillera austral, aumenta con el tiempo y con la crueldad, mueve los ojos, siempre dispuestos a ver, vivaces ojos de pájaro que planea el mundo sin permitirle al mundo que la toque. Esa mirada es inaugural en la novela, novela tramposa como la madre, porque engaña desde su mención novela para ocultar su matriz crónica visceral. Las mañas de la Maravillosa mutan en Erika Halvorsen volviéndose virtud de un modo misterioso. 

    La mirada se desplaza para crear el paisaje emocional que marcará la historia hasta el final, sin darnos respiro, sin permitirnos la pausa de la literatura emocional fememina-feminista, el acostumbramiento a un modo lírico contemporáneo que ha cundido en la última década hasta lograr la saturación. La mirada de Halvorsen,  mirada amplia, de cóndor rey, es un refugio para ella y logra sacarla de las entrañas de su memoria para volverla no testimonio victimizante, no llorería latinoamericana, sino inteligencia salvaje; he allí la clave de todo lo que nos ocurrirá junto a ella a lo largo de esta crónica descomunal: una vida, la suya, seis vidas de hijos, hermanos, un padre, una madre imposible de asir, de abrazar, de querer.

    Es la mentira entonces la que da inicio a la historia. La mentira de la forastera que llega al pueblo perdido, al pueblo minero, con los críos de sus primeros años en la gran ciudad y ya seducido el vikingo que le dará dos hijos más. En el camino se deshará de uno, y fundará el mito, la mentira que llevará la sordidez de su propia humanidad al delirio de un pasado lleno de lujo y de glam. El cuarto hijo tiene un origen especial, un origen que la hará a ella sospechosa de una aventura mayor, la escena estelar de una vida que se dejó atrás: ella, que en su documento se llama Rosa aunque elija el Sandra para ser única entre todas las pueblerinas, ella, la única, es Rosa. Rosa, la maravillosa. Porque fue su amante, la de Sandro, porque fue con él con quien engendró al cuarto de sus hijos, porque fue Sandro, el gitano, el que la sedujo y compuso ese disco, todo ese disco, pensando en ella, en su cuerpo, en su boca, en su sabor.

    Sandra, Rosa, la maravillosa, se hizo a sí misma mostra. Una mostra antes de las mostras que ahora están de moda, porque ni Moria Casán existía cuando esta mostra se inventó. Aunque la Casan pudo haber inspirado su invención, porque el vikingo se calentaba con la Casán, y ella lo sabía. Se calentaba con ese tipo de mujerona, la guitarra argentina de los setenta, la que inspiró las caderas siliconadas de nuestras traviarcas, la que hizo el cuerpo de Lohana así de voluptuoso. La maravillosa se fundió con el hierro y los metales bajos de un pasado prostibular que diluyó en el oro de una invención: ella fue la mejor, ella fue la que entraba sin pagar por la puerta grande de Mau Mau con su mascota atada a un lazo, una leona cachorra que la enaltecía como la domadora de hombres que supo ser. Y ese apellido patricio que su padre, el que la abandonó a los cinco años, le dejó: era la hija única de uno de los hijos de Pedro Vicente Nolasco del Corazón de Jesús Ibáñez Anchorena.

    La maravilla de esta novela es su personaje siniestro, una verdad nacida en la mentira, una verdad hecha de la memoria de la hija menor. No veo en las primeras huellas de su venta la mención explícita a que esto es una historia real, pero deberían sopesarlo, autora y editorial, para darle a su existencia el sentido total que merece una novela de no ficción. La maravilla es también el ritmo que nos acercará no solo a Erika Halvorsen —crecida en la estepa, venida a la capital—, sino a quien quedó condenada a sostener la madeja familiar hasta hoy.

    La autora sobrevive a la soledad, a la madre que pinta esa habitación de rojo carmesí, que pinta los muebles de algarrobo con el mismo rojo sangre, a los ojos pintarrajeados de la maldad. Lo hace a la expectativa de que un día la mate, los mate. Pero al mismo tiempo es cuidada por sus dos hermanos mayores, sometidos al trato de los entenados, de los criados de las estancias por la propia madre, una a cargo del hogar, el otro a cargo del campo. Cuando los padres se van de vacaciones a vivir la vida bohemia y glamorosa de la gran ciudad, ellos se quedan solos, a cargo de esos adolescentes, de 15 y 13, en medio de la inmensidad. Y así sobreviven a un incendio. Porque Erika es la bebé y sus pañales de tela se prenden fuego secados en la chimenea. Los padres llegan de las vacaciones y se enteran allí de la tragedia que no fue. Los hermanos están seguros: su madre los prefería muertos. 

    La adolescencia de la narradora es el primer escalón de la libertad. La anorexia y la depresión la harán caer, su cuerpo caerá. El diagnóstico la llevará a donde la madre debió siempre estar: un loquero. Pero ese salir en una ambulancia del pueblo perdido es crucial. Es el cuerpo y su malestar lo que la hará libre, de a poco, en el camino que viene a hacer a la ciudad donde el mito monstruoso se concibió. Y a medida que ese proceso lento y persistente ocurre, uno no puede creer que a pesar de la condición perversa de esa madre poderosa, la narradora siga en el lazo, los hermanos sigan en el lazo, ya aventurados a encontrar la verdad, como paso ineludible para la liberación. El deseo de una madre suficientemente buena es lo que nos ata a la cordura, por eso hasta la más pérfida de las madres tiene, posee, goza de impunidad. No hay en este mundo un lazo más poderoso e imposible de desarmar: no hay refugio posible para la larga mano de mamá.

    Si dije al comienzo que lloré cuatro veces con este libro, mentí. Porque al avanzar se me volvió un hábito volver a llorar, ya no como un acontecimiento especial, sino como parte del proceso que es atravesar la historia siendo uno el que está allí. Quienes han sido víctimas de maltrato infantil, quienes han querido que mamá se muriera, que desapareciera de la faz de la tierra, quienes han sentido que no podían quererlas pero lo han logrado, se refugian en esta novela como en lo alto del árbol al que escapaban para que no los pudieran encontrar. Esto significa según las estadísticas mundiales que en esta tremenda vindicación de Erika Halvorsen se puede refugiar buena parte de la humanidad. 400 millones de niños aterrados es la última cifra que divulgó Unicef. Erika sobrevivió escondiéndose silenciosa de las garras de esa mamá. No estando disponible para saciar su crueldad. En brazos de sus hermanos y de su padre. En brazos de sus amigos de la ciudad, de sus amigos, sobre todo y también.

    En esta venganza pública y maravillosa no hay titubeos ni dudas porque la autora cuenta con un ejército de niños, sus seis hermanos, aunque uno ya no esté. Son todos los miembros de ese clan los que deciden ajusticiar a la madre para poder quererla. Son todos y cada uno de ellos los que escriben la historia a través de Erika. Y son todos los que se preocupan por la madre cuando la madre comienza a decaer y necesita atención. Todos, pero sobre todo Erika, que no descansa pensando cómo protegerla de su decadencia, pero también cómo proteger a los demás para que nadie quede otra vez a expensas de la mostra y su monstruosidad. La menor de los hijos de Sandra ha nacido con una misión.  Y esa misión comienza a culminar esta noche, aquí, en Artlab, el templo que nosotros mismos elegimos como si fuera nuestra Mau Mau, donde bailamos los viernes, donde nos refugiamos cada vez que podemos. Las sincronías salvajes se imponen cuando la verdad emerge: es así. Y entonces resulta ser que ya muerta y enterrada, la inmensa Rosa, la maravillosa, el día en que su historia se convierte en un hito literario —que debería ser el destino de este libro si la crítica existiera más allá de los clichés— cumple años. Porque ella, como Erika, era de libra, signo de aire y cardinal. Feliz cumpleaños, Maravillosa, es mucho lo que has dejado. Tus cinco hijos sobrevivientes, tus nietos, tu memoria de creadora infinita, de exacerbada, de descomunal. Te merecés esta novela. Lo has escrito todo también vos.

    La entrada La difícil tarea de matar a la madre se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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