La emocionante historia de dos niños neuquinos y un trasplante inédito

La emocionante historia de dos niños neuquinos y un trasplante inédito

 

Dos niños neuquinos, en la misma habitación en el hospital Italiano, luchando por su vida protagonizaron un trasplante inédito en Latinoamérica.

Felipe tenía apenas un año, pero ya sabía lo que era pelear por su vida. Había pasado más de la mitad de sus días en una cama de hospital en Neuquén. Su corazón estaba fallando y cada latido era una cuenta regresiva. Su mamá, Pamela, lo miraba dormir aferrado a los cables y monitores, con una mezcla de ternura y angustia. No había mucho por hacer, más que esperar. Esperar por ese gesto de amor inmenso que es la donación. Esperar por alguien que dijera “sí”, incluso en el momento más doloroso de su vida.

Lo que Felipe no sabía —y quizás nunca sabrá del todo— es que su historia estaba entrelazada con la de otro pequeño, también de Neuquén: Luca. Tenía dos años y una sonrisa que había conquistado a todos los médicos del hospital. También venía luchando. Lo habían trasplantado del hígado y estaba en plena recuperación. Los días eran largos y difíciles, pero su familia tenía esperanzas.

Las dos familias, a 1200 kilómetros de Neuquén, abrazadas a la vida de sus hijos. Foto: gentileza Pamela Domínguez

Dos niños luchando por su vida, en la misma habitación

El destino, que a veces se presenta con formas inexplicables, quiso que estos dos niños compartieran habitación. En el hospital Italiano de Buenos Aires, Felipe y Luca convivieron entre juegos improvisados, canciones suaves para calmar las noches y el ir y venir de médicos, enfermeros y padres que empezaban a conocerse entre sí. Paula y Nicolás, los papás de Luca, se cruzaban con Pamela en los pasillos. Las charlas comenzaron tímidamente, pero pronto se convirtieron en compañía. Había una conexión invisible entre esas dos familias, que todavía no sabían que estaban a punto de quedar unidas para siempre.

Pero la salud de Luca empezó a deteriorarse. Un virus —el citomegalovirus— se alojó en sus pulmones y, pese a todos los intentos, los médicos no pudieron revertir el daño. Luca fue conectado a ECMO, una máquina que suplantaba el trabajo de sus pulmones y su corazón, pero el cuerpo ya no respondía.

Los padres de Luca, de la pérdida irreversible a la vida de Felipe. Foto: gentileza Pamela Domínguez

La decisión de donar los órganos

Cuando los médicos confirmaron el paro cardiorrespiratorio y explicaron que no había posibilidad de recuperación, Paula y Nicolás tomaron una decisión que sólo puede explicarse desde un amor inmenso: decidieron donar los órganos de su hijo. En medio de ese dolor insoportable, pensaron en otros niños. Pensaron en la vida que podía continuar a través de Luca.

“En ese momento tan difícil, lo único que nos sostuvo fue saber que algo de Luqui podía seguir viviendo”, recuerda Paula. Lo que no sabían era que ese «algo» sería su corazón… y que iría directo al pecho de Feli, ese bebé que había sido su compañero de cuarto, ese niño con quien compartieron canciones, abrazos y silencios.

Un trasplante inédito en Latinoamérica

Fue un trasplante inédito. El procedimiento se llama donación en asistolia, y hasta ese momento no se había realizado nunca en Latinoamérica. Supone que los órganos se extraen después de que el corazón deja de latir, pero en un tiempo crítico y bajo un protocolo riguroso. La Ley de Trasplantes argentina lo permite, y el Incucai lo llevó adelante con la autorización de los padres. Era un proceso burocrático, sí, pero por sobre todo era un acto de humanidad pura.

El corazón de Luca no viajó lejos. No cruzó provincias ni países. Se quedó en el mismo hospital, en la misma planta, en la misma habitación. Fue para Felipe.

Pamela lo supo enseguida, aunque la ley impide revelar oficialmente la identidad del donante. Pero lo supo. Lo sintió. Y lloró.

El corazón guerrero de Felipe

“Feli tiene el corazón de un guerrero. Ahora late fuerte, con una energía que parece multiplicada. Sabemos que Luqui está con nosotros en cada latido. Es una mezcla de emociones: felicidad por la vida que sigue, y dolor profundo por la vida que se fue”, cuenta.

Desde entonces, Felipe inició un camino de recuperación. No es fácil. Estuvo meses postrado, su cuerpito debe aprender a moverse otra vez. A caminar. A respirar sin asistencia. Pero hay una fuerza en él que lo empuja. Como si su corazón llevara dentro dos voluntades: la suya y la de Luca.

Paula y Nicolás, por su parte, decidieron hablar. Decidieron contar lo que pasó no solo como una historia de amor y despedida, sino como un mensaje. “Es muy importante hablar de donación pediátrica. Hay muchos papás que están esperando. Muchos chicos que pueden vivir gracias a otros. Hay que sacarse el miedo, y entender que donar también es amar”, afirma Paula, con la voz entrecortada pero firme.

Hoy, Felipe sonríe. Juega. Mira con esos ojos grandes como si entendiera todo. Y quizás lo haga. Tal vez, en lo profundo de su alma, sepa que su vida es posible gracias a otro niño. A un ángel llamado Luca.

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