Jugar a la pelota

Jugar a la pelota

 

Este perfil empieza con un puntinazo para arriba y sigue con un largo poema escrito en prosa. El puntinazo es de Marquinhos, el central de Brasil, en la puerta de su área grande, a los diez minutos y 23 segundos del partido que su equipo juega contra la Selección Argentina por las Eliminatorias que acaban de terminar. El poema, luego, tendrá dos versiones. La primera empieza en ese mismo momento, cuando Marquinhos cree que el peligro ha pasado y la pelota le cae a Nicolás Otamendi, zaguero argentino, en la mitad de la cancha, cincuenta metros más allá. Ésa es la versión aumentada, que acá abreviaremos rápido: en ella, hasta los 11 minutos y 23 segundos, habrá 20 pases sin que roce la pelota un solo jugador de Brasil. Otamendi y Enzo Fernández la pasarán cuatro veces cada uno. Leandro Paredes, Rodrigo De Paul y Cristian Romero lo harán tres. A Nicolás Tagliafico, Alexis MacAllister y Emiliano Martínez (el arquero) les tocará hacer un pase a cada uno. El perfil, mientras tanto, es sobre cómo piensa el fútbol un hombre que en la jugada no aparecerá nunca: Lionel Scaloni, su entrenador. Es el 25 de marzo de 2025 en Buenos Aires y Lionel Messi está viendo el partido por televisión.

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“Entonces —le cuenta Scaloni a Jorge Valdano, también campeón del mundo, en su programa Universo Valdano, unos meses después del torneo en Qatar— empecé a mostrarles a los chicos jugadas en las que juntaban más de diez pases. ¿Por qué? ¿Qué pasaba? Porque vi que cada vez que hacían diez pases la jugada terminaba en una situación de gol. O gol, o situación de gol. Les ponía un video: ‘Miren, ¿ven? Más de diez pases, situación de gol’. Y otra vez: otra jugada, otro video. ‘¿Ven? Es esto’. Obviamente, pases sin franeleo, pases con sentido. Pero siempre, siempre, alrededor de la pelota. Eso es lo fundamental”.

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Ahora van 20 pases en 56 segundos. Hubo cuatro segundos en los que la pelota no fue de nadie, fue del cielo, entre el puntinazo de Marquinhos y cuando Otamendi la controló. El brasileño la había reventado porque Thiago Almada quiso entrar en diagonal al área, desde la izquierda, tirando una pared con MacAllister (que estaba de espalda al arco), y ahí apareció el bombazo para despejar. Hay que recordar esto: un jugador entra patinando como enganche mientras un compañero parado de 9 lo espera para rebotar. De aquí hasta que termine el poema, Almada tocará la pelota solamente una vez más.

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“Paredes juega bien, De Paul juega bien. ¿Qué significa jugar bien? Jugar bien significa que se junten, que se asocien –insiste Scaloni–. Si les pedimos velocidad o pases de 30, 40 metros, no, eso no va relacionado con lo que puede hacer esta Selección. Nosotros necesitamos juntar muchos pases para que la cosa salga”.

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Muchos pases, muchos, un montón: con el que Cuti Romero le acaba de dar al Dibu Martínez, ya son 20. Y acá es donde empieza la segunda versión, el poema abreviado. La pelota está ahora en el área chica y hay un brasileño que va a apretar: se llama Vinicius y juega en el Real Madrid. Es el minuto 11 con 23 segundos. Hace un minuto —entero, enterito— que no la toca ningún jugador de Brasil.

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“Yo no me identifico tanto con un sistema —intenta definir su estilo el entrenador en una charla con AFA Estudio—, en cambio sí lo hago con un jugador al que le guste la pelota, que no tenga miedo, que no le queme. Es el fútbol que nos gusta a los argentinos: intentar jugar. Contra Holanda, por ejemplo, en el Mundial, el 2-2 ya era un premio para ellos; los penales, psicológicamente, eran suyos también, y ¿qué hicieron los chicos? Siguieron atacando. Es eso: jugar. Sea cual sea el momento, intentar jugar”.

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El pase 21 es uno que cualquier profesional podría dar. Presionado por Vinicius, Dibu Martínez se la da a Otamendi. Van 11 minutos y 27 segundos y la pelota fue apenas desde el área chica hasta el borde izquierdo del área grande. Hace un minuto y un segundo Otamendi la había tocado por primera vez, y ahora que la vuelve a tener, su equipo, Argentina, está parado más atrás, mucho más atrás, treinta metros más atrás: acaso haya sido eso lo que envalentonó a un delantero rival (Raphinha, que juega en el Barcelona) a irlo a apretar. Otamendi, mientras camina, le pasa la pelota a Tagliafico. Entre ellos hay aproximadamente 15 metros —podría montarse un hermoso café boutique ahí— y solo ese rival. Entonces Tagliafico se la da a  Enzo Fernández —que está de espaldas, a 70 metros del arco de Brasil—, y mientras ahora son tres visitantes los que ahogan, son cuatro los argentinos que buscan salir. Enzo la rebota rápido para Almada, que se la devuelve, y se la da a Otamendi, rápido, de primera, otra vez.

Más que una jugada, los movimientos parecen a veces un ejercicio de hipnosis, un baile tribal. Es una obra extraña. El zurdazo de Messi a México duró cinco segundos, el sombrerito de Di María en el Maracaná fue de ocho, el contragolpe a Francia se estiró hasta diez. Los hits son todos tiktokeros. El baile de Messi al croata Gvardiol, por ejemplo, había sido experimental: 13 segundos. Ahora van un minuto y 11 segundos. Y acaso Brasil crea que estamos donde comenzamos, pero no.

Cuti Romero recibe el pase 27 (de Otamendi) aún en el área grande, y el 28 es el que le da fuerte, rasante —pero también digamos esto, sencillito, recto, a menos de diez metros—, a Rodrigo De Paul. Es el minuto 11, con 40 segundos. Si congeláramos el partido en este momento y tres amigos brasileños lo estuvieran viendo en una tele mediana colgada en la pared de un bar, al menos dos de ellos le gritarían a esa tele que es ahora: ahora, ya. De Paul está en su campo, recibió la pelota de espaldas, hay cuatro argentinos atrás de su línea (los centrales, Paredes y Tagliafico allá) y, cuando gire, tendrá a Matheus Cunha (Manchester United) pegando un pique para puntearle la pelota desde atrás y a dos rivales adelante, como búfalos, esperándolo: Rodrygo (Real Madrid) a su derecha y Joelinton (Newcastle) de frente a él. Los amigos no lo saben, lo sienten aunque no lo saben, sería inverosímil que se hubieran puesto a contar, más atentos esa noche a sus cervezas y la alteración, pero ya van un minuto y 13 segundos que Brasil, su Brasil, el Brasil de toda la vida, no toca la pelota. Y ahora son tres contra un argentino. Un triángulo amarillo, y en el centro, encima, el cancherito de ellos, ese De Paul. Es ahora. Corran ya.

Sin embargo, De Paul avanza. Es el primer jugador local que agarra la pelota y conduce, acelera, la cubre (frente a Cunha), la toca tres veces y va para adelante, sabe, como los superhéroes, que es inmune, nadie se le puede acercar. Rodrygo está atento al pase a Molina (el lateral, que todavía no tocó la pelota) y Joelinton y André, los dos volantes centrales, retroceden para cubrir a MacAllister y Almada, que se les pusieron atrás. De Paul avanza, entonces, como si estuviera hecho de radioactividad.

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“En los entrenamientos hacemos un ejercicio que llamamos ‘11 contra 0’ —cuenta Scaloni en Clank!, el programa de entrevistas que el periodista Juan Pablo Varsky tiene en YouTube—, que es atacar sin rival. No ponemos a nadie adelante. Los jugadores van moviendo la pelota según el lugar en el que están sus compañeros. Atacan de memoria, sin rival”. También en Clank! profundizará sobre ese duelo contra el equipo invisible Lisandro Martínez, el zaguero del Manchester United, quien —como Messi— también está mirando el partido por televisión: “El 11 contra 0 tiene todo: conexiones, pases, movimientos, ver cómo te perfilás. De ahí viene nuestra fluidez. Sabemos cuándo ponerla de un lado al otro, cuándo la pelota es cruzada, cuándo atacar. Es un ejercicio que no se hace en los clubes, y son cosas básicas, esenciales. Parece una boludez, pero… cuando termina en gol… —se sonríe Licha, quizá tímido, orgulloso— después vas y trasladás eso al partido”.

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Para el pase 29, De Paul se la deja cortita a Paredes, que está solo, de 5, apenas un metro atrás de él.

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Este lunes 8 de septiembre se cumplieron siete años del debut de Scaloni en la Selección. El único futbolista de mitad de la cancha para adelante que jugó de titular ese día (un 3-0 a Guatemala en el Memorial de Los Ángeles) y también está ahora, en Buenos Aires, este 25 de marzo de 2025, en el Monumental, es el hombre que tiene la pelota. Leandro Paredes jugaba en el Zenit, en el frío de Rusia, cuando Scaloni lo convocó para aquel debut. Su último partido antes de ponerse por primera vez la 5 de la Argentina había sido un 0-0 contra el Spartak Moscú. Hacía apenas tres meses había terminado el Mundial de Rusia, donde Scaloni había estado, y de ahí se llevó un aprendizaje, una observación: “El fútbol va camino a ser más vertical —explicó en una de sus primeras entrevistas como entrenador—, y a mí me gusta eso: robar para llegar lo más rápido posible al arco de enfrente, porque es cuando el rival está desacomodado (…) El fútbol va hacia las transiciones, poner jugadores rápidos”.

En sus primeros dos meses de trabajo (un 0-0 con Colombia, dos victorias por 2-0 a México, un 0-1 con Brasil, un 4-0 a Irak y el 3-0 del debut) Scaloni, Roberto Ayala, Walter Samuel y Pablo Aimar probarán atacar por afuera con Cristian Pavón, Matías Vargas, Maximiliano Meza, Eduardo Salvio, Roberto Pereyra, el Pity Martínez y —también de delantero— Rodrigo De Paul. “Yo quería hacer un equipo rápido —se confesará Scaloni, ahora en Universo Valdano, tras ser campeón del mundo—, pero después vi que los jugadores argentinos, o los mejores jugadores argentinos, no son así. Los mejores jugaban a otra cosa. El fuerte, entendí, era la pelota”.

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Es el minuto 11.47 y el que ahora la recibe —solo, sobre la izquierda— es Enzo Fernández. Cuando la pare con zurda estará aún en campo argentino. Cuando se la adelante con la derecha ya habrá cruzado la mitad. Hace 58 segundos había recibido la pelota exactamente en el mismo lugar, y también se la había dado Paredes. Entonces también avanzó, pero André, volante brasileño, estaba cerquita, lo mismo que el lateral por la derecha, Wesley, que lo miraba a Tagliafico, su única compañía, porque por el medio apenas andaban Alexis y un poquito más lejos Almada y Julián. Ahora, 58 segundos y 23 pases después, Enzo sabe que el lugar es el mismo, los compañeros y los rivales que tiene cerca son los mismos, pero la situación no.

Diez minutos con 51 segundos. Enzo conduce y cuatro compañeros van con él. Seis brasileños marcan, vuelven.

Once minutos, 48 segundos. Enzo conduce y cuatro compañeros van con él. Seis brasileños marcan, vuelven.

Pero como el fútbol es distancia, espacios, técnica, coordinación, engaño, amistad, Enzo sabe, Enzo siente, Enzo ve, que Alexis, Almada y Julián están ahora un poquito más cerca entre ellos, así que acelera, y sus tres compañeros —con Tagliafico, allá afuera, cuatro— lo hacen con él. El jugador del Chelsea acaba de activar una estampida. Los cuatro le apuntan al pecho a la defensa de Brasil.

Wesley, Marquinhos, Murillo y Arana corren hacia atrás como si lo que avanzara fuera un incendio. Enzo tiene ahora un metro que antes no tenía: el que lo aleja de André, el mismo brasileño que lo marcaba, en el mismo sector de la cancha, 58 segundos y 23 pases atrás, y el que le dan los cuatro brasileños que, hundidos por los cuatro argentinos, pican hacia su arco. Hay un sexto visitante que vuelve (Joelinton) y un sexto argentino que también irrumpe, avanza: De Paul. La jugada, sabe Enzo, ya no es la misma. Se decide, empieza a patinar. En cuatro toques y seis segundos ya está en el área de Brasil.

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“Estos chicos juegan muy bien. No les enseño yo a jugar a la pelota, basta con haberme visto a mí cuando jugaba para entender eso —dirá Scaloni esa misma noche, unas horas después del pase que en un instante dará Enzo, el número 31, en el estadio Monumental—. Sí les digo que hay veces que es importante que ellos vean que si se juntan, si juegan a un toque, a veces será a dos, a veces habrá que conducir, esas cosas sí les digo, cuándo conviene qué cosa, pero bueno, cuando se juntan, tocan, juegan, ellos saben que algo lindo puede pasar”.

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El pase número 31 todavía no sucedió pero será el que Marquinhos desactivó en el comienzo de este perfil. Lo que entonces era una amenaza habrá sido, finalmente, un boceto, un borrador: minuto 10, segundo 22. Almada se había mandado en diagonal desde la izquierda mientras Alexis, un paso adelante de Marquinhos, se acomodaba de espalda al arco para rebotar. Tagliafico picaba para pasar por afuera. Julián estaba entre el 6 y el 3. Por el segundo palo asomaba, todavía lejos, De Paul. Seis brasileños —cuatro defensores, dos volantes— esperaban de frente la embestida. Eso, en el boceto. Ahora —minuto 11, segundo 52— la escena tiene a los mismos protagonistas: los mismos seis brasileños —cuatro defensores, dos volantes— retroceden en el mismo orden, el mismo lugar.

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“Los que juegan bien siempre pueden jugar juntos. Los que juegan bien, al lado de los que juegan bien, juegan mejor. Lo que hay que hacer, lo importante, en definitiva, es jugar como equipo. Y jugar como equipo es saber ocupar los espacios —explicará Scaloni en la conferencia—. A veces Thiago quedaba adentro y Alexis iba afuera. O Enzo quedaba a la derecha, y entonces Alexis iba a la izquierda. Lo importante es simplemente eso: ocupar los espacios. Nada más”.

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Exactamente un minuto y medio después, los que cambiaron de lugar fueron —obedientes— los argentinos. Antes conducía Almada y ahora Enzo. Antes respaldaba Enzo y ahora lo hace De Paul. MacAllister va por el segundo palo. Entre el 6 y el 3 se infiltra Almada. De 9 quedó Julián. El fútbol suele demandar conocimientos sobre matemática, ingeniería: hay que calcular distancias, pensar cómo reducir una equis cantidad de metros, moverse al compás de la velocidad de los demás. Acaso Marquinhos se había cansado de eso. Habían pasado 90 segundos y 30 pases. Los argentinos —los mismos, simplemente que en otro orden— están ahora más arriba, están todos más juntitos. El pase del boceto había sido fuera del área. Éste, el que Enzo da tres dedos, es simplemente una corrección.

Minuto 11, segundo 53.

Esta vez Marquinhos no llega.

El pase 32 es rapidito: Julián la rebota de primera para De Paul. Cincuenta y cuatro segundos, cincuenta y cinco: los brasileños ahora tienen que correr hacia adelante. De Paul sabe que acaso tendrá un breve hueco —y medio segundo— para patear. Arma el derechazo. El próximo 11 de octubre se cumplirán siete años de su primer partido con la Selección. Jugó por afuera, de wing por la izquierda, en un 4-0 a Irak. Le dieron la camiseta número 27 y lo sacaron en el entretiempo: Eduardo Salvio entró por él. Scaloni se lo había marcado por primera vez a Jorge Sampaoli cuando era su quinto o sexto ayudante, en enero de 2018. De Paul era el enganche de un Udinese que esa temporada se salvaría del descenso por cuatro puntos. Ya entrenador, Scaloni entendió algo, y se lo dijo a Aimar. Paredes tenía un gran pase pero no recorrido, galopes, sudor. De Paul podía hacer, entonces, lo que a Paredes no le salía. Un animal de dos cabezas. El Minotauro de la Selección. Recién diez meses después de esa charla los pusieron a los dos, de entrada, en un mediocampo. La Argentina de Scaloni ganó su primer partido oficial, el 23 de junio de 2019, por la Copa América —y si no, nos íbamos todos a casa: tras una derrota y un empate, cerró la fase de grupos con un 2-0 a Qatar.

“Hay un poco de prejuicio cuando se dice: ‘Ha cambiado el fútbol, el potrero no está más’ —se planta el entrenador en Universo Valdano—. Es un tema que hablamos mucho con Aimar. El niño ya no está más en el potrero, sino que se va a entrenar a su club, o a la Selección. El entrenador, entonces, pasa a ser el potrero. Y si yo estoy continuamente diciéndole ‘pasá la pelota a dos toques’ le estoy sacando la inventiva, que es lo mejor que tiene el futbolista argentino. Si antes, acá, lo que más salían eran enganches; ahora te sacás dos, tres jugadores de encima y te dicen ‘pasala’. ¿Cómo ‘pasala’? ¿Me limpié a dos, puedo hacer el gol y le voy a dar el pase a mi compañero de al lado? Bueno: ése es el que después va a marcar la diferencia. El fútbol no es obligar a los chicos a jugar a dos toques. Nuestra cultura futbolística es la picardía, sacarse jugadores de encima, tirar caños, buscar una pared”.

***

En este caso, la pared es entre todos. De Paul entiende que la picardía no será patear (porque ya lo tiene a Joelinton encima) ni tampoco gambetear, sino —ya no es un chico: potrero, ahora, es pensar— estirar un poquitito más a Brasil. Estirarlo hasta el hartazgo, la tortura. Minuto 11, segundo 56. De Paul acaba de dar, hacia afuera, el pase número 33. A su derecha hay una autopista vacía. Por ella aparece el único futbolista argentino que no había tocado la pelota en toda la jugada. Otamendi la había controlado a los 10.27. Van 11 minutos y 58 segundos. No se puede hacer más lento. Nahuel Molina Lucero se mete en el área y va a tocar la pelota por primera y única vez.

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“El equipo de fútbol que consigue evitar el pensamiento individual es el que prevalece. Hay una pelota y 22 tipos: cada uno la toca tres minutos sobre 90. Es decir que se juega, en promedio, 87 minutos sin la pelota. Entonces, si vos conseguís moverte para que el gol lo haga un compañero, sos un genio”, piensa Aimar en el suplemento Enganche, de Página 12, el 22 de julio de 2017. Siete días después de esa publicación, Molina Lucero jugaría su penúltimo partido en Boca, el club del que salió: un amistoso en Ciudad del Este contra Nacional de Montevideo (Copa de Campeones del Río de la Plata) que terminó 1-1 y ganó Boca por penales. Guillermo Sara, arquero del equipo que dirigió Guillermo Barros Schelotto, atajó dos.

“Todos los chicos tienen buen pie. Todos. Y además —se suma Scaloni— están los que, sin tocar la pelota, igual preocupan al rival. Eso es clave. Contra Holanda, por ejemplo, sabíamos que Molina podía hacer daño allá. Entonces ¿qué hicimos? La entreteníamos acá”.

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Es el minuto 11.58 y Molina abre el pie para dar el pase 34. Seguramente no, pero acaso sí, se le cruce por la cabeza lo que le pasó la última vez que se la dieron, un minuto y 57 segundos atrás. Fue terrible, horroroso, sencillo: habría que chequear si las agencias de datos contabilizan eso como un toque de balón. De Paul recibió por la derecha y lo fue a apretar Matheus Cunha. Como la pelota venía picando, aprovechó para hacerlo pasar de largo y se la dio de sombrerito, de primera, a su ex compañero en el Atlético de Madrid. Minuto 10 con un segundo: hace una vida. Molina quiere pararla y ponerse de frente, girar, todo a la vez: la pelota se le va por abajo del botín. El director de la transmisión televisiva entiende la gravedad de lo que acaba de pasar y le hace un plano medio al jugador. Mientras vuelve, ya preparado para la marca, Molina junta las palmas, las agita. Todavía no hay subtítulos mentales en las transmisiones pero Molina se está diciendo: “No me puede pasar eso”. Se mancilla: “Qué burro que soy”. Es lateral para Brasil.

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“La idea, nuestra idea, es jugar a la pelota. Algunos dicen ‘La Nuestra’ —parece sonrojarse Scaloni, pensar en voz alta, en una nota con AFA Estudio—. No sé cómo decirlo. ¿Jugar al fútbol? Bueno, eso. Jugar al fútbol”. 

***

Así que Nahuel Molina Lucero ahora pone fuerte el pie, afirma el pase. Es el número 34, el último de todos. Con él pasarán de largo cinco jugadores de Brasil. Hay uno que, en el camino, llega a rascar la pelota, la levanta. Enzo Fernández entra volando por el segundo palo. A los 12 años su papá le consiguió un gimnasio para que se entrenara solo, en doble turno. A Enzo le decían El Gordo y lo que él quería era no parar de correr nunca, su fútbol —soñaba— consistía en estar en todos lados, volar, más que volar: flotar. Y Enzo flota. Hace 29 segundos entretenía la pelota en la puerta del área argentina y ahora la empuja en el área chica de Brasil. Pasaron un minuto, 37 segundos y 34 pases desde que la reventó Marquinhos. Es el gol colectivo más maravilloso de la historia de la Selección. Una reinterpretación del Gol de Diego a los Ingleses, aumentado, hecho por todos. Y pasó este año. En un 4-1 a Brasil.

Scaloni ni lo celebra. Tampoco se detendrá en él durante la conferencia. En un siglo en el que a los equipos se los trata como la filmografía de un director —el Boca de Bianchi, el River de Gallardo, el Barcelona de Guardiola, el Liverpool de Klopp—, lo único que le sale es desaparecer. Menottismo, bilardismo, bielsismo, guardiolismo: ¿existe el scalonismo, podrá existir? Si scalonismo es poner a todos los habilidosos inteligentes juntos —ganar por afano, en el fútbol de la calle, un pan y queso imperial— y que se junten a gambetear y tocar cortito —porque en la calle, las veredas, el empedrado, los pases largos no van—, entonces sí. Luego, acaso no haya scalonismo sin Scaloneta. Ése es el primer movimiento. Un grupo, cracks que se mandan corazoncitos en Instagram, gente que se quiere. El micro descapotable, los pibes arriba: muchos pases cortitos y una botella cortada de Fernet.

La entrada Jugar a la pelota se publicó primero en Revista Anfibia.

 

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    ***

    Belén es la historia de la mujer tucumana de 25 años que estuvo presa dos años y medio por un aborto espontáneo en el penal Santa Ester. También es la historia de Soledad Deza, la abogada que logró su absolución. Y la de las otras mujeres que se unieron (nos unimos) al pedido de su libertad en Argentina y el mundo. 

    Cada vez que recuerda el caso, Deza arranca con una frase que podría ser un gran titular: Belén entró al hospital por un dolor de panza y salió presa. Quedó imputada por homicidio agravado por el vínculo, sin autopsia ni ADN, sin una condena firme, sin pruebas en su contra. 

    En aquellos años, Dolores Fonzi protagonizaba La Patota. Por esa remake recibió el premio Platino del Cine Iberoamericanootro. Viajó a la ceremonia, en Punta del Este. Una vez en el escenario, dijo: 

    –Dedico el premio a las mujeres víctimas de violencia. 

    Y levantó un cartel escrito a mano: Libertad para Belén.

    La prensa tucumana cubría la injusticia reproduciendo los discursos judiciales de “asesinato”.  Las feministas tucumanas convocaban, como podían, a través de Facebook. “Que una famosa levante nuestra bandera fue un montón”, recuerda Deza. 

    En la reconstrucción de cómo Belén llegó al cine también hay una épica de mujeres tejiendo en distintos lugares, desde distintos espacios: en aquella entrega de premios frente a la playa de Uruguay estaba Leticia Cristi, productora de K&S. Y fue la primera vez que escuchó hablar de Belén.  

    ***

    En La zona del monstruo, Lucrecia Martel escribe que lo monstruoso no es solamente lo terrible: es lo que desarma las categorías, lo que irrumpe y nos obliga a mirar algo de nuevo. Con esa premisa Dolores Fonzi introduce esta historia: ¿Es necesario cantar de nuevo una vez más la historia de Belén? Sí. Y así también nos muestra a la ciudad que la condenó, con una serie de planos contrapicados que subrayan un punto de vista. 

    A través de la historia de Belén, la película avanza hacia su verdadera protagonista: Soledad Deza, una abogada que Fonzi encarna y filma tironeada entre los hilos del trabajo y lo doméstico, entre los afectos y las luchas. Y si lo monstruoso es lo que irrumpe, acá lo hace de distintas maneras. Cuando Soledad entra en los tribunales tucumanos, escucha a una mujer que protesta porque afirma que su hija, embarazada de ocho meses, jamás hubiera podido entrar en el diminuto pantalón que levanta en alto: lo monstruoso es lo que obliga a volver a mirar. Soledad sigue su camino pero vuelve. Lo monstruoso es también la grieta que habilita otra mirada.

    En el hall de los tribunales, un plano general se detiene sobre siete mujeres que cuchichean en medio de una arquitectura solemne. Lo hacen en el margen. El eco de sus voces se mezcla con la luz que entra desde los ventanales. Vuelve lo monstruoso: lo que obliga a reconocer que, incluso en un espacio pensado para la condena y el castigo, puede abrirse un resquicio para el cuidado. Ese rodeo de Soledad, ese gesto de ir y volver, condensa la política secreta de esta película: prestar atención, arriesgar una mirada, abrir una conversación donde parecía no haber lugar para la complicidad. El plano, sostenido en su quietud, deja ver que el caso de Belén comienza allí, en ese instante en el que alguien eligió volver a mirar.     

    ***

    “Estar con quien se ama y pensar en otra cosa: así es como tengo los mejores pensamientos”, escribe Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Esa dislocación, donde el amor no se confunde con la entrega absoluta ni con el sacrificio, podría ser también la clave para leer la maternidad según Fonzi. En Belén, Soledad es madre, pero su maternidad no parece ser el centro, sino una especie de satélite que orbita en el resto de sus cosas, que está siempre de fondo. Algo parecido pasaba en Blondi. Los hijos como ese estar con quien se ama y pensar en otra cosa. La vida doméstica permea el resto, los niños corriendo o tocando la flauta como el sonido de fondo de las reuniones militantes. Los hijos están ahí, en el trasfondo de la acción, y de ese trasfondo emergen ideas y gestos, como la inspiración para las máscaras, nacida del juego. La maternidad, en Fonzi, no es destino único ni abnegación, sino un ritmo que acompasa otras experiencias. Fonzi filma a las madres como presencias que están y sostienen, sin dejar de estar al mismo tiempo en otra parte. Y sobre todo con otras. Si hubiera que trazar un puente entre las dos películas que dirigió Fonzi, sería el de poner la mirada en las redes que tejemos para acompañar a otras, defenderlas, cuidarlas, sostenerlas,. Una mirada despojada, honesta y feminista.

    Otro acierto de Fonzi en Belén es esquivar la solemnidad. La conversación en el bar con Camaño, la abogada oficial que lleva el caso en el inicio, entre Mirindas de manzana y recuerdos lésbicos de adolescencia y las primeras escenas que muestran la vida familiar de Soledad, funcionan como un descanso narrativo y emocional. Si hasta allí la película había mantenido al espectador contra las cuerdas del sistema médico, policial, judicial y religioso, Fonzi introduce un humor seco, absurdo, que no diluye la gravedad de lo que está en juego, sino que le otorga al relato una temperatura habitable, capaz de sostener el espanto sin endurecerse en exceso. Estos momentos, además de aflojar la tensión, proponen un pacto silencioso: la historia es terrible, pero vamos a estar bien.

    La película enfrenta un desafío narrativo: contar el juicio y la condena al comienzo de la historia. Soledad y su socia asisten desde el fondo de la sala. Un tribunal enteramente compuesto por hombres escucha las indagatorias del fiscal, también hombre. La cámara alterna entre la mirada de Belén, la de los jueces, la de los testigos: recuerda que el relato de la justicia se teje con puntos de vista.

    En la perplejidad de Belén se adivina la distancia entre su experiencia y los discursos que allí circulan: no sólo los testimonios y la indagatoria, también los de su propia defensa. Cuando llega su turno de declarar, apenas consigue sostener la voz. En abril de 2016, Dante Ibáñez, Néstor Rafael Macoritto y Fabián Fradejas condenaron a Belén a 8 años de prisión por homicidio agravado por el vínculo. 

    ***

    Fonzi hace pie en los planos por contraste. Filma los alambres de púa que se enredan en los muros de la cárcel y conviven con una frase, adornada con flores y mariposas: “No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza”. Entre esos signos contradictorios, la película abre fisuras de vida: en las rejas de la celda de Belén brotan hojas verdes de helechos. La cárcel también es un lugar con bemoles. Belén es acosada por el infanticidio que le imputan, perseguida por sus propios fantasmas de sangre que alucina ver mientras se baña o cocina. Pero Fonzi también construye belleza entre muros, encuadra a Belén camuflada entre plantas y gatos, en un gesto salvaje que le devuelve libertad.

    La película avanza con el teje y el rebusque feminista, la promesa de anonimáto entre Soledad y Belén; la búsqueda del expediente que va a volverse hazaña contra la burocracia de papeles sobre carpetas, de firmas sobre sellos; la investigación que despliegan Soledad y su socia en el hospital en el que descubren las incongruencias espaciales de las declaraciones en el juicio; el encuentro de la familia con militantes, periodistas y abogadas en un pequeño bunker en el que la cámara gira y gira alrededor de ellas como si trenzara plano a plano la red para conseguir la libertad de Belén.

    ***

    Desde el encarcelamiento de Belén y hasta su absolución, en Argentina hubo una revolución que hoy parece lejana: en 2015 el primer Ni Una Menos reunió, sólo en Buenos Aires, a más de 200 mil personas. Si bien esa primera manifestación fue para visibilizar los femicidios, ya incluyó en su documento la necesidad de “reafirmar nuestro derecho a decir no frente a aquello que no se desea: una pareja, un embarazo, un acto sexual, un modo de vida preestablecido”. 

    Al año siguiente, en Tucumán, unas 40 organizaciones feministas, de derechos humanos, y partidos políticos de distintos colores conformaron la Mesa Provincial para la Libertad de Belén para visibilizar la causa, acompañar la defensa jurídica y exigir la anulación de la condena. Desde esa mesa salieron todas las acciones locales, nacionales e internacionales. 

    El segundo NUM, un mes después de la conformación de la Mesa, incluyó el pedido concreto de liberación de Belén y ya nadie podía desconocer que en Argentina había una mujer presa por un aborto espontáneo. En Tucumán, Soledad Deza se peleaba en medios locales con los antiderechos; iba una y otra vez a Tribunales a pedir el expediente de Belén; por las noches se fumaba uno, dos, tres cigarrillos en la oscuridad de la galería de su casa y pensaba ¿y si sale mal?; se amargaba porque en la escuela a su hija le decían que su mamá era una defensora de asesinas, porque a su marido le hicieron un sumario administrativo por defenderla en redes sociales y porque a sus compañeras de militancia las echaban de sus trabajos, les pintaban los autos, y a ella misma la hostigaban. Por esos años, Soledad también visitaba periódicamente a Belén en la cárcel, le hablaba de María Magdalena (otra tucumana que en 2012 estuvo procesada por “aborto provocado” y fue absuelta tres años después), la escuchaba, la sostenía. 

    En 2019 la periodista Ana Correa, una de las organizadoras del primer NUM, pensó que la de Belén era una historia para ser contada en una película. Pero escuchó el consejo de sus amigos: ¿Por qué no empezás por un libro? Lo de la película le quedó picando: antes de que Somos Belén (Planeta) entrara en imprenta contactó a Leticia Cristi y Matías Mosteirin, de K&S. Leticia quedó al frente de la producción. Pero el mundo entró en modo pandemia y el proyecto quedó frenado. 

    En 2020, cuando el derecho al aborto se debatió otra vez en el Congreso, Somos Belén fue insumo para los argumentos de muchos diputados y senadores que estaban a favor. 

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    En Belén, el quiebre narrativo (y también el de la historia real) llega cuando en los medios locales se filtra el nombre real de la víctima. La escena, contenida y tensa, expone el peso del secreto y la fragilidad del pacto que Soledad había sellado con ella: para desmontar la injusticia, su caso debía volverse público. Había que inventar un nombre. Ese bautismo, “Belén”, es más que un ardid legal: es la confirmación de que toda historia necesita un hilo que la ate a otras, incluso cuando no se pronuncie ni una sola vez el nombre verdadero de quien la habita.

    Empiezan los amedrentamiento. El miedo de Soledad parece ser el de quien protege a los suyos. Pero cuando Belén le aprieta la mano y le dice: “Yo sé que me vas a sacar de acá”, ese temor se transforma. Fonzi, abrazada a la música de Marilina Bertoldi, entrelaza esas tensiones en planos que rozan el sueño: en la cárcel Belén lava su ropa, cocina, se baña, el agua le moja lentamente el pelo crespo, los gatos se amontonan sobre su cuerpo. La música se quiebra. Lo que parecía un espanto íntimo de la cautiva es, en realidad, la pesadilla de Soledad: el vértigo de fallar, de no poder sostener con su cuerpo la promesa que las une. 

    El expediente aparece y abre otra dimensión del relato. Entre actas plagadas de tachaduras, semanas de gestación imposibles y un cuerpo que se “extravió”, Soledad y su equipo encuentran las pruebas de un procedimiento viciado. Pero de esos papeles también brota algo inesperado: en la casa de Soledad, mientras sus hijos tocan flautas y se mezclan con mates y carpetas, las militantes diseñan una campaña. Graban videos envueltas en pañuelos verdes, planean marchas, pintan banderas. Para las feministas, la organización vence al miedo: plazas de todo el país se llenan de mujeres con máscaras blancas, sosteniendo carteles que reclaman la libertad para Belén. Soledad la llama y le dice “hoy somos más”. La voz que atraviesa el teléfono le anuncia que ya no está sola, que su nombre inventado se volvió colectivo.

    La película entrelaza calle y tribunal. Fonzi yuxtapone la voz de la abogada con el grito de la calle y la imagen de Belén encapuchada saliendo del tribunal hacia el vehículo que la traslada de vuelta a la cárcel. Hace explotar los sentidos que construye cuando la policía que lleva a Belén le dice que mire por la ventana lo que pasa ahí afuera, por ella. La película encuentra su imagen definitiva cuando proyecta sobre la mirada de la protagonista a la marea que grita “ahora que sí nos ven”. 

    Lo que no sabíamos era que ese día, la que nos veía era Belén.

    La mayoría de esas mujeres que desde distintos lugares, espacios y roles contribuyeron a su libertad, no conocieron a Belén. No saben su nombre real ni vieron nunca su rostro. Una fantasía que despertó la película de Fonzi: ¿Abrazar a Camila Plaate es como abrazar, por fin, a Belén?  

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    Soledad Deza fue una de las primeras que vio la película en las oficinas de la productora K&S, en un sillón como si fuera el de su casa. La vio junto a Marcos, su compañero desde hace 20 años.  Estaba la luz apagada, algo que no sucede jamás cuando ven cine en su living. 

    Belén le pareció hermosísima:

    –No es la historia de una chica pobre injustamente encarcelada. Es una historia de libertad disputada y construida por mujeres colectivamente. 

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    La voz de Mercedes Sosa, tucumana, mujer y rebelde, canta cuando tenga la tierra sembraré las palabras… una prédica que también es promesa de conquista, de la tierra, de los cuerpos. El epílogo recuerda que su nombre sigue protegido, que eligió contar su historia para que el pasado no se repita: toda historia feminista es un cuerpo que se narra con otros, una superficie donde el miedo y el deseo se traman con la resistencia. El monstruo es el que deja ver algo. El que pone en evidencia, el que muestra, el que obliga a volver a mirar. Belén, como sujeto colectivo, como movimiento feminista, como punto de inflexión en la historia, como película de Dolores Fonzi, también es un monstruo: algo que irrumpe y obliga a mirar el mundo de nuevo, juntas, transformadas, perplejas. 

    Pero el pasado se repite: en este momento, en la provincia de Tucumán, una joven de 18 años está acusada de homicidio agravado por el vínculo. Soledad Deza, desde la Fundación Mujeres x Mujeres, es su abogada defensora. La renombró Eva. Llegó al hospital de Famaillá con dolor de estómago. Le diagnosticaron lumbalgia, le dieron antiinflamatorios, quedó internada en la guardia. Eva pidió permiso para ir al baño y tuvo un parto en avalancha. Se desmayó. Como el equipo médico había cambiado de turno, nadie se acordaba de su cuadro. Recién en las últimas semanas la Corte Suprema anunció que el caso irá a juicio. “Es un juicio destinado al fracaso por lo endeble de su evidencia y los estereotipos de género con que instruyó la investigación el Ministerio Público”, cuenta Soledad Deza.  

    En este momento de nuestra historia, Belén nos recuerda lo que fuimos, lo que pudimos, lo que somos, lo que podemos.

    La entrada El día que Belén nos vio se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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  • La Conferencia de las Partes y apuestas a un futuro cercano.

    La primera quincena del mes de noviembre los ojos del mundo presenciaron el séptimo encuentro de jefes de Estado de todas las naciones en pos de cuidar al planeta, quedando así sentado en la historia el  cómo la raza humana pretende combatir sus métodos de existencia y de relacionarse entre sí, modos que impactan al…

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  • Caputo y Bausili quemaron otros USD 200 millones para contener el dólar

     

    La pulseada entre el Gobierno y el dólar no se toma respiro. El Tesoro y el Banco Central tuvieron que intervenir porque la presión dolarizadora se mantiene, ante la certeza en el mercado que más temprano que tarde MIlei devaluará. 

    El mecanismo es conocido. Primero aparecen las ventas directas del Tesoro, que utiliza depósitos propios para contener la demanda de divisas. Una vez que ese colchón se empieza a agotar, entra en escena el Banco Central, que defiende el techo de la banda cambiaria fijada en $1.481,8. A eso se suma el mercado de futuros, donde la posición corta ya trepa al equivalente de USD 7.000 millones: USD 5.000 millones acumulados en agosto y otros u$s 2.000 millones que habrían sumado en las últimas dos jornadas. 

    La rueda de este jueves fue un ejemplo de manual. El dólar mayorista cerró a la baja luego de una suba inicial, pero la variación fue marginal. El tipo de cambio arrancó en $1.425, escaló a $1.427 y terminó en $1.424. Según operadores, se habrían vendido alrededor de USD 200 millones para frenar la presión. 

    Viaje urgente de Caputo a Washington para reflotar el rescate de Bessent

    La cuenta especializada Target, en X, lo describió con crudeza: “Mayorista cierra en $1.424,50. Misma dinámica de ayer, con el Tesoro vendiendo en $1.425. Vendió buena cantidad. Volumen operado 435 millones. Futuros muy vendedores, el BCRA también habría intervenido en Byma. El MEP achicó brecha a la mitad, en $1.495. Bonos volando con expectativa de anuncios próximos”. 

    La brecha, pese a los esfuerzos del equipo económico, sigue en niveles elevados superiores al 9%. 

    Antes del inicio de la rueda, en el premarket, bonos y ADR argentinos subían con fuerza gracias a un guiño desde Washington: cuando Scott Bessent anticipó en redes sociales que planeaba discutir en persona con el equipo económico argentino los detalles de la ayuda financiera anunciada la semana pasada. Pero el optimismo se pinchó rápido. Una aclaración en CNN de que no se trataría de un desembolso directo, sino de un swap, desinfló la expectativa en minutos. 

    La película dio otro giro horas después. El anuncio de que Luis “Toto” Caputo viajará este viernes a Estados Unidos junto a todo el equipo económico volvió a encender la esperanza de un anuncio inminente. Los bonos recuperaron el envión inicial y cerraron con subas en torno al 2,6%, casi calcando la euforia matutina. Como en un sube y baja, cada palabra y cada gesto reconfigura el humor financiero. 

    En paralelo, la foto cambiaria mostró movimientos mixtos. El dólar blue retrocedió un 0,4% hasta los $1.455. En el segmento financiero, el MEP cayó 0,6% a $1.513, mientras que el contado con liquidación cedió 1% para ubicarse en $1.561,70. La brecha, pese a los esfuerzos, sigue en niveles elevados superiores al 9%. 

    El telón de fondo es la expectativa por el salvataje internacional. La confirmación de un paquete muy importante de dólares frescos del Tesoro norteamericano hoy aparece como la única medida para tranquilizar un poco al mercado. Pero Bessent fue muy claro este jueves: “No estamos poniendo dinero en la Argentina”.

     

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    Una joya del Egipto ptolemaico: hallan en el Delta del Nilo una copia íntegra del Decreto de Canopo

     

    Durante más de siglo y medio, arqueólogos de todo el mundo soñaron con encontrar una versión completa del célebre Decreto de Canopo. Ese deseo acaba de hacerse realidad en Tell El-Fara’in, en el corazón del Delta del Nilo, donde una misión egipcia halló una estela de piedra arenisca que conserva íntegramente este texto real de más de 2.200 años. El descubrimiento promete abrir nuevas ventanas al Egipto de la era helenística.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

    Una de las versiones del Decreto de Canopo, redactada en tres lenguas, se encuentra expuesta en el Museo Egipcio de El Cairo.
    Foto: Wikimedia

    Un hallazgo insólito en un lugar con mucha historia

    El hallazgo tuvo lugar en Tell El-Fara’in, antiguo Imet, en la gobernación de Sharqia, al noreste de El Cairo. Este sitio arqueológico ya era conocido por sus templos monumentales y residencias de alto rango, incluido un santuario dedicado a la diosa Uadyet, protectora del Bajo Egipto.

    La nueva pieza suma un capítulo fascinante a la importancia del enclave. Según Egypt Daily News, la estela mide 1,27 metros de alto, 83 centímetros de ancho y 48 de grosor. En su parte superior aparece un disco solar alado acompañado por dos cobras reales con las coronas blanca y roja, símbolos de la unificación de las Dos Tierras. Entre ellas, la inscripción “Di Ankh” (“El que da la vida”) introduce las 30 líneas de jeroglíficos que componen el decreto.


    Más que un texto: un retrato político, religioso y científico

    El Decreto de Canopo, promulgado en el año 238 a.C. durante el reinado de Ptolomeo III, no era solo una proclama ceremonial. Redactado tras una reunión de sacerdotes en la ciudad de Canopo —hoy sumergida cerca de Abu Qir—, celebraba a la familia real ptolemaica y recordaba a su hija fallecida.

    Pero el texto iba más allá: describía campañas militares, donaciones a templos, medidas fiscales y, sobre todo, una innovación científica notable: la propuesta de añadir un día extra cada cuatro años, antecedente del calendario bisiesto. También instituía un nuevo título sacerdotal y fijaba un festival anual en coincidencia con la salida heliacal de la estrella Sirio, que marcaba el inicio del año nuevo egipcio.


    Una copia excepcional por su estado de conservación

    Hasta hoy se conocían seis copias del decreto, halladas en lugares como Tanis o Tell Basta, casi todas fragmentarias y trilingües (jeroglífico, demótico y griego). La nueva versión rompe el molde: está escrita exclusivamente en jeroglíficos y se conserva íntegra.

    Esta rareza podría revelar cómo los reyes ptolemaicos adaptaban su discurso según el público. En jeroglífico, el mensaje legitimaba al monarca ante los sacerdotes y el pueblo como continuador de la tradición faraónica, pese a su origen griego. Es, en definitiva, un testimonio de la estrategia cultural de los Lágidas para consolidar su poder.

    La versión recientemente descubierta del Decreto de Canopo destaca por estar escrita exclusivamente en jeroglíficos, a diferencia de las anteriores que combinaban varias lenguas.
    Foto: Ministerio de Turismo y Antigüedades de Egipto

    Ciencia y legado en piedra

    La claridad de las inscripciones permitirá comparar esta versión con otras y estudiar posibles variantes regionales o errores de copia. Para especialistas en epigrafía, es una oportunidad única de reconstruir el estilo y la transmisión de decretos oficiales en el Egipto helenístico.

    Además, el hallazgo revaloriza al Delta oriental como zona arqueológica. Regiones como Sharqia, menos visitadas que Luxor o Alejandría, guardan secretos capaces de iluminar la relación entre ciencia, religión y política en uno de los momentos más fascinantes de la historia egipcia.


    Un recordatorio de lo que aún duerme bajo la arena

    Como la célebre Piedra de Rosetta, el Decreto de Canopo es más que arqueología: es el eco de una civilización que supo combinar tradiciones milenarias con influencias extranjeras sin perder su esencia.

    La copia íntegra encontrada en Tell El-Fara’in no solo completa el corpus conocido del edicto. También reafirma que, bajo la arena del Nilo, todavía aguardan historias listas para ser contadas.

     

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