Una investigación de Hugo Alconada Mon develó que desde la SIDE se había librado una orden para “identificar y monitorear” a todos los “grupos sociales vulnerables” que pudieran capitalizar la “creciente polarización política para expandir su influencia”. Según el periodista de la Nación, la disposición fue dictada por el director general de Operaciones de la SIDE, Diego Kravetz, alguien que conoce bien a los “sectores vulnerables” de cuando oficiaba de abogado de las fábricas recuperadas a principio del 2000. No es la primera ni la última vez en la que el Estado, a través de sus organismos de inteligencia, se entromete en la vida de las organizaciones populares que desarrollan sus actividades en los barrios populares, asentamientos y villas. Por Nicolás Salas, para ANRed.
Una caracterización común se da en la visión de los poderes de turno de asumir que el deterioro de las condiciones de vida de grandes sectores de la población pueda llegar a canalizarse en fuerza organizada que se sume a la polarización contra el gobierno. En su momento fue la devaluación, ahora es la motosierra. Tanto el duhaldismo como Milei ahora buscan anticiparse a ese posible escenario, con el atenuante actual de que el Estado se corrió de gran parte de las políticas sociales, a diferencia del 2002, donde 2 millones de planes Jefes y Jefas de Hogar inundaban las zonas periféricas al poder. Es decir, le daban una “opción” de salida a las familias golpeadas por la pobreza y la indigencia.
Hace 23 años los infiltrados en “los grupos sociales vulnerables” fue confesado por el entonces Secretario General de la Presidencia, Aníbal Fernández, quien en su ataque a las organizaciones había blanqueado tener información de lo que se hablaba en las asambleas previas que fijaron el plan de lucha que terminó con lamasacre del Puente Pueyrredón el 26 de junio de 2002.
Dos décadas atrás, el espionaje era parte de un ataque planificado que -se proponía- concluir con el encarcelamiento de las direcciones de los movimientos sociales, posibilidad abortada tras la publicación de las fotos que daban cuenta de la masacre perpetrada por parte de la policía. No es de extrañar que en esta oportunidad sea parte de la estrategia de cuatro patas del gobierno libertario, que tiene como pilares el vaciamiento de la política social, la judicialización de la militancia, la difamación mediática y la represión abierta.
La desarticulación del Potenciar Trabajo y la FISU (entre otros), los allanamientos masivos a militantes, la agitación mediática contra las organizaciones y las sucesivas represiones de Bullrich son solo ejemplos de una estrategia que ya está en desarrollo.
Ningún plan de ajuste estructural, y mucho menos el actual, puede pasar sin la criminalización de quienes se propongan construir una resistencia amplia. El primer año de gobierno de Javier Milei pareciera no ser la excepción y los tiempos de este proceso de avanzada dependerá de lo que dure la luna de miel garantizada por los dólares del FMI que reposan en las arcas del Banco Central.
Al llegar, se encontraron con la puerta cerrada desde el interior, lo que les impidió entrar de inmediato. Ante la sospecha de que podía haber ocurrido algo grave, alertaron a la policía. Al arribar los efectivos, tuvieron que romper la ventana para poder acceder al departamento.
Dentro del departamento, encontraron al gendarme tendido en el baño. Una de las primeras hipótesis de la policía indica que la noche anterior, el gendarme podría haberse resbalado y golpeado la nuca. Sin embargo, también se considera que sus antecedentes de dos accidentes cerebrovasculares podrían haber influido en el accidente. Personal del Hospital Rural de Río Mayo confirmó la muerte y la policía acordonó la escena para preservar cualquier evidencia.
En el límite entre la provincia de Río Negro y del Chubut, el puente que une ambas provincias fue escenario de un operativo que arrojó un increíble secuestro de mercadería: 6.100 kilos de langostinos de contrabando con una valuación estimada en más de 40 millones de pesos. Pocas horas después, otros operativos en la localidad […]…
El Club Emprendedor de Neuquén, parte delCentro PyME-ADENEU, reabrió sus puertas para apoyar a quienes buscan iniciar o potenciar sus proyectos. Con espacios de coworking gratuitos y capacitaciones, este programa fomenta la innovación.
El espacio se consolida como un motor para quienes buscan iniciar o fortalecer sus proyectos en la Patagonia. Maximiliano Grande, referente de la incubadora de emprendimientos, explicó en Cumbre a la Carta de AM Cumbre 1400 que este programa acompaña a emprendedores en cualquier etapa: desde una idea inicial hasta Pymes en expansión. Con asistencia técnica, capacitaciones y networking, el Club impulsa el crecimiento económico en la región.
La Incubadora de Proyectos ofrece programas adaptados a las necesidades de cada emprendedor. “Acompañamos a aquel que tiene una idea, a quien está en marcha y a quien está potenciando su emprendimiento para crecer”, señaló Grande. Esto incluye asistencia técnica, formación, entrevistas y vínculos comerciales, con convocatorias anuales que se ajustan al estadio del proyecto.
Un espacio de coworking gratuito y abierto
Reinaugurado en julio de 2025, el Club de Emprendedores ofrece un espacio de coworking gratuito en el Centro PyME-ADENEU, ahora con acceso directo desde la vereda para mayor comodidad. “Es un espacio abierto para cualquier emprendedor que tenga una idea o cualquier empresario que tenga una Pyme”, destacó Grande. Abierto de 8 a 16 horas, este lugar fomenta la colaboración y está diseñado para la gestión, no para operaciones productivas, lo que lo convierte en un punto de encuentro ideal para innovadores de Neuquén.
El networking es un pilar fundamental del Club, por lo cual Grande explicó que en estos espacios “se generan aperturas de puertas que, de otra forma, tomarían mucho tiempo”. Por ejemplo, emprendedores de distintos sectores, como tecnología o comercio, coinciden en el Club, intercambian ideas y hasta desarrollan proyectos conjuntos.
Capacitaciones innovadoras para el futuro
El Club no solo ofrece un espacio físico, sino también capacitaciones que integran herramientas modernas como la inteligencia artificial. El viernes 24 de octubre, se realizará una charla sobre storytelling aplicado con IA, una técnica para captar atención y generar vínculos comerciales. Grande resaltó que, aunque la IA es una herramienta poderosa, su uso debe ser responsable: “Sabemos que a veces trae información que no es del todo verdadera, pero estamos trabajando en los usos adecuados”.
Cómo acceder al club de emprendedores
Para sumarse al Club, los interesados deben registrarse en www.adeneu.com.ar, donde encontrarán un banner del Club de Emprendedores con el reglamento de uso y un formulario sencillo. “Se piden datos básicos: nombre, apellido, DNI, mail y una descripción del proyecto”, indicó Grande.
En el marco de un trabajo articulado entre la secretaría de Género del ministerio de Desarrollo Humano, Gobiernos Locales y Mujeres y el Banco Provincia del Neuquén (BPN), se llevará a cabo el segundo Taller para Mujeres Emprendedoras, donde se dictarán herramientas financieras básicas para micro emprendimientos….
Tony Janzen Valverde Victoriano, de 20 años y oriundo del departamento peruano de La Libertad, fue señalado por las autoridades como el líder narco conocido por el alias de «Pequeño J» y presunto autor intelectual del atroz triple crimen de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez. Fuentes cercanas a la investigación informaron que el sospechoso buscó salir del país, motivo por el cual se tomó la decisión de hacer pública su identidad y su imagen.
En un operativo llevado a cabo el miércoles por la noche, efectivos de la Policía Bonaerense irrumpieron en el barrio Zavaleta de la Ciudad de Buenos Aires con el objetivo de localizar a Valverde Victoriano, pero el señalado ya no se encontraba en el lugar.
Durante el viernes, se difundió el video de dicho operativo fallido, donde se observó el momento en que los oficiales ingresaron al barrio en búsqueda de un bar, un sitio que distintos informantes señalaron como uno de los lugares que «Pequeño J» solía frecuentar. Un domicilio cercano, un edificio cuyo tercer piso era uno de sus presuntos aguantaderos, también fue apuntado por las «voces de la calle».
Esta semana, el ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, sostuvo que se creyó que «Pequeño J» fue el autor intelectual del triple crimen con el objetivo de «dar un mensaje» a las líneas medias de la organización narcocriminal.
En el mismo marco, se emitió un pedido de captura nacional e internacional con notificación roja de Interpol para Matías Agustín Ozorio, de 28 años, la mano derecha del capo narco, imputado como coautor del asesinato de las tres jóvenes.
La circular roja de Interpol fue solicitada por Gastón Duplaá, a cargo de la Fiscalía N° 2 de La Matanza, y le imputó a Ozorio el delito de «triple homicidio calificado por el concurso premeditado de dos o más personas, por alevosía y ensañamiento, y por haber sido cometido por un hombre contra una mujer mediante violencia de género».
Según la notificación de Interpol a la que accedió este medio, los asesinos «aumentaron intencionalmente y de manera inhumana el sufrimiento al causar padecimientos innecesarios» a las víctimas. El documento agregó que los atacantes «utilizaron su condición biológica dominante de género al ejercer violencia de género sobre las víctimas mujeres».
La investigación, que pasó a manos del fiscal de Homicidios de La Matanza, Adrián Arribas, junto a un equipo especializado, determinó que Ozorio estuvo en la casa de Florencio Varela.
Allí, junto con otros cuatro detenidos en la causa –Magalí Celeste González Guerrero (28), Miguel Ángel Villanueva Silva (25), Daniela Iara Ibarra (19) y Maximiliano Andrés Parra (18)-, «aplicaron múltiples golpes de puño, patadas y diversos cortes con armas blancas» contra las tres jóvenes, con la intención de quitarles la vida.
Por otra parte, se sumó un nuevo detenido en Bolivia durante la noche del viernes. Se trató de Lázaro Víctor Sotacuro, ciudadano boliviano con DNI argentino para extranjeros, acusado de ser uno de los conductores que brindaron apoyo a la camioneta utilizada para trasladar a las chicas desde La Matanza hasta Florencio Varela.
Sotacuro había cruzado desde la ciudad jujeña de La Quiaca hacia la vecina Villazón, en el sur boliviano, donde fue localizado y arrestado en un hospedaje. Durante el sábado, se esperaba su traslado a Buenos Aires y su entrega a la Justicia bonaerense que lleva adelante la investigación.
La reciente confirmación de la Corte Suprema sobre la muerte del soldado Pablo Jesús Gabriel Córdoba en Zapala marcó un cambio en esta investigación. Este pronunciamiento, viene a consolidar las pruebas y teorías que se habían ido desvelando en los meses anteriores, estableciendo con autoridad judicial lo que muchos sospechaban: la muerte de Córdoba fue […]…
El hallazgo se concretó luego de una intensa campaña de campo realizada por los biólogos Morgan Pendaries y Maximiliano Minuet, integrantes de la Fundación Macá Tobiano, quienes llevaban adelante una expedición para encontrar rastros de la rata vizcacha, una especie única en el mundo.
Tras quince años sin registros, los investigadores lograron grabarla en su hábitat natural y documentar comportamientos nunca antes observados, como su capacidad para trepar.
La búsqueda se desarrolló en el valle del Arroyo Perdido, entre Paso Darwin y El Escorial, donde se había registrado su última presencia en 2008. Al tercer día de la expedición, las cámaras trampa captaron la imagen inconfundible de su cola larga con forma de pincel, lo que confirmó que la especie seguía viva.
Una “súper rata” adaptada al desierto patagónico
Pendaries explicó que la rata vizcacha es “extraordinaria desde el punto de vista fisiológico”, por su alta adaptación a ambientes áridos y salitrosos.
“Posee riñones muy eficientes para eliminar el exceso de sal y pelos especiales en la boca que le permiten cepillar las hojas antes de comerlas”, detalló el científico.
El roedor tiene el tamaño de una mano, pelaje gris con panza blanca, y una cola espesa que termina en forma de pincel. Su singularidad genética también asombra: es el mamífero con más cromosomas del mundo, con 102, frente a los 46 de los humanos. “Esto hace que su espermatozoide tenga más información para transmitir. Es un caso único entre los mamíferos conocidos”, agregó Pendaries.
La rata vizcacha de Kirchner fue descubierta por primera vez en 2008, cerca de El Escorial, y recién en 2014 se logró su descripción científica. Desde entonces, no se habían encontrado más ejemplares, lo que la transformó en una “especie fantasma” para la ciencia argentina.
“Al principio había mucha incertidumbre; nos parecía difícil hallarla con tanto ganado en la zona. Solo se la había visto en un sitio, con una distribución geográfica muy acotada. Fue una suerte encontrarla, porque si desaparece, la perdemos del mundo entero”, sostuvo el investigador.
Amenazas que ponen en riesgo su supervivencia
El equipo de la Fundación Macá Tobiano advirtió que las poblaciones remanentes de la rata vizcacha están seriamente amenazadas por la presión humana y la actividad ganadera.
El pisoteo del suelo por animales pesados compacta la tierra y destruye las madrigueras, impidiendo que el roedor construya nuevos refugios.
Además, los científicos alertaron sobre el riesgo ambiental de proyectos mineros, como el de uranio en la zona, que podrían alterar de forma irreversible el hábitat de la especie.
“Esta rata vive en suelos arenosos donde puede excavar. Si se avanza con la mina, directamente la perdemos”, advirtió Pendaries.
Ana Carolina Diby puso una mochila en su vida a los 7 años en Picún Leufú y cuando habla con Alerta Digital, parece tenerla puesta después de subir al Aconcagua, remar en la Antártida, escribir un libro y contagiar aventura por sus poros.
Hablamos con ella y, les confieso, esta mujer es para conocerla, admirarla y tenerla ahí, en el lugar al que recurrimos cuando la vida parece ser una cuesta empinada y difícil de sobreponer.
¿A qué edad comienza esa pasión por la aventura de explorar?
Desde que tengo memoria, la aventura ha sido parte de mi ADN. Aprendí a caminar en la cordillera neuquina, y a los siete años tuve mi primera mochila que era más grande que yo. Recuerdo las noches de campamento jugando cuando era una niña con linternas como luciérnagas, también recuerdo explorando caminos en la estepa patagónica y descubriendo huellas de animales en la tierra. A los 15, mis padres me regalaron una cámara amarilla sumergible, una Canon, como si supieran que mi destino era capturar el mundo que me rodea. Con cada viaje que fui a la montaña, mi espíritu aventurero se fue haciendo más fuerte, hasta que un día comprendí que estaba hecha para esto: para explorar, para desafiarme, para descubrir ese mundo que aparecía en mi camino.
¿De dónde eres?
Soy de la provincia de Neuquén, aunque no de un solo lugar en particular. Crecí entre cordillera, aprendí a caminar en villa angostura con sus montañas, lagos y la estepa patagónica, Picún Leufú mudándome de un pueblo a otro mientras mis padres, pioneros en la salud pública, se aventuraban a llevar su vocación a los rincones más remotos. Vivir en distintos lugares me hizo sentir que pertenecía a todos ellos. Cada paisaje, cada comunidad, cada historia que descubrí en el camino fue moldeando mi espíritu aventurero y mi amor por la naturaleza. Nací en Córdoba, pero al mes volamos a Neuquén, donde había estado en la panza de mi madre.
¿Cómo está integrada tu familia?
Vengo de una familia marcada por la vocación y de alguna manera la aventura. Mis padres, la Dra. Nanci Marta Ferrari y el Dr. Gerardo Jalil Diby, fueron pioneros en llevar la salud a los rincones más remotos de Neuquén., cuando la Salud de la Provincia se estaba haciendo. Crecí rodeada de mis cuatro hermanos, compartiendo historias y exploraciones que forjaron mi amor por la naturaleza. Hoy, mi familia está conformada por mi compañero de vida, Raúl Rodríguez, con quien comparto más de 20, ahora Gastón el hijo de mi marido y por mis hijos peluditos de cuatro patas: Tuti, Chu, Mum, Boda, Chan, Pelux, Schnelly y Rechnet, quienes llenan mis días de alegría y compañía. En mi hogar, la vida sigue siendo una gran aventura.
La mochila y la aventura han sido el eje de vida de esta neuquina. Foto: gentileza
¿A quién crees que salió esta pasión tan bella de explorar y la aventura?
Viajando en el tiempo, yendo a mi infancia, conociendo la historia de mis padres como llegaron a ese Neuquén de los años 60’ cuando estaba todo por hacer. las dificultades con las que se encontraron creo que eso estaba en los genes de aventurarnos, de explorar nuevos lugares, alejados de todo, lejos de la comodidad de las ciudades, fue siendo algo natural para mí. Sin perder el horizonte de lo que se habían propuesto. Mis padres fueron unos pioneros que se decidieron por la medicina rural en un territorio nacional que se había provincializado recientemente.
A veces creo que también viene de mis antepasados suizos alemanes del Wallis, que amaban la Alta Montañas de los Alpes Suizos.
Viajemos en el tiempo… vamos hacia el año 1991…¿Qué sentiste cuando te nombraron integrante de la Expedición Proyecto Orca Antártica?
Estaba en Suiza trabajando cuando recibí el llamado de Ricardo. Su voz traía una propuesta inesperada: un lugar en la expedición Proyecto Orca Antártica. Rolfi Di Leo, de Ushuaia, no podría ir porque su esposa estaba a punto de dar a luz, y ahora el destino ponía ante mí la oportunidad de viajar a uno de los lugares más remotos del planeta.
Una oleada de emociones me invadió. La Antártida era un sueño, un territorio de hielo infinito, de fauna imponente y de desafíos que solo unos pocos podían experimentar. Cuando finalmente llegué y me vi remando en kayak entre icebergs, en un silencio interrumpido solo por el canto de los pingüinos, el resoplar de las focas, Ballenas y el crujido del hielo, sentí una humildad absoluta ante esa inmensidad de la naturaleza.
Era una mezcla de adrenalina y reverencia. La Antártida no es solo un destino, es un encuentro con lo infinito. Haber sido parte de esta expedición fue un privilegio, una marca imborrable que aún hoy me acompaña.
La enseñanza extrema de navegar en medio del hielo de la Antártida. Foto: gentileza
¿Cuál fue tu reacción cuando te comentaron que se haría en kayak?
Cuando supe que la expedición se haría en kayak, sentí una mezcla de emoción y respeto por el desafío que teníamos por delante. No era cualquier travesía; navegar en las gélidas aguas de la Península Antártica exigía dominar la técnica del “esquimo roll”, una maniobra esencial para recuperar la posición en caso de vuelco. En aguas bajo cero, un error podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Recuerdo una escena que aún resuena en mi memoria: frente a nuestro refugio en Puerto Neko, una imponente pared de hielo se quebró y se desplomó en el mar con un estruendo ensordecedor. En cuestión de segundos, el agua se agitó con violencia y supimos que debíamos reaccionar. Rápidamente, aplicamos el sistema de las embarcaciones acople ideado por Ricardo Kruszewski, uniendo los kayaks para convertirlos en una balsa y evitar que nos volcara el oleaje. A pesar de nuestros trajes secos de una pieza, diseñados para aislarnos del agua helada, la sensación de vulnerabilidad era constante.
El riesgo de esa expedición era inmenso. Uno de los integrantes, un alemán, decidió bajarse del proyecto al darse cuenta de lo que realmente implicaba pasar 60 días en un refugio remoto, sin más conexión con el mundo que una radio de radioaficionados. En los 90, la Antártida era un territorio mucho más inhóspito que hoy; no existía el turismo antártico ni la comunicación satelital constante. Era un viaje hacia lo desconocido, donde el frío, el aislamiento y la incertidumbre eran parte de la aventura. Y, aun así, no cambiaría esa experiencia por nada en el mundo.
¿Ya antes habías practicado esa disciplina?
Mi primer contacto con el kayak fue en las aguas del río Limay, cuando un amigo de montaña, Alfredo Rosasco, que me prestó su kayak slalom y me invitó a dar una vuelta. Recuerdo la emoción de deslizarme por el agua, sintiendo la corriente y tratando de mantener el equilibrio en aquella embarcación ágil y desafiante.
En los años 80, mi pasión principal era la escalada en montaña, pero en nuestro círculo era común que los amantes de la adrenalina alternáramos entre el hielo, la roca y el agua. No tardé en entusiasmarme con el kayak, y pronto empecé a remar con más frecuencia. Cuando recibí la invitación para la expedición a la Antártida, ya tenía experiencia, pero sabía que remar en un río o en un lago no se comparaba con enfrentar las aguas heladas del fin del mundo.
Tuve que perfeccionar técnicas específicas de seguridad, especialmente el “esquimo roll”, una maniobra vital para recuperar la posición en caso de vuelco. No era solo una habilidad, era una cuestión de supervivencia. En la Antártida, un error podía costarte la vida, así que me dediqué a entrenar con disciplina, entendiendo que cada movimiento debía ser preciso, que cada remada era un desafío con la naturaleza helada que nos esperaba.
Mirando hacia atrás, cada instante de preparación valió la pena. cada brazada en el Limay, cada caída y cada lección aprendida, me llevaron hasta allí.
¿Como fue todo?
La planificación fue larga, exigente y llena de desafíos. Nada podía dejarse al azar cuando el destino era la Antártida, un territorio donde la naturaleza dicta sus propias reglas y cualquier error puede costar muy caro.
Juan Carlos López, el científico de nuestra expedición, llevaba años estudiando las orcas en Puerto Madryn. Ricardo Kruszewski, pionero en la fabricación de kayaks SDK, llevaba cuatro años organizando esta travesía semi privada, una odisea que combinaba exploración científica y una aventura sin precedentes.
Conseguir los permisos de la Dirección Nacional de la Antártida fue solo el primer paso. Pasamos por rigurosos estudios psicofísicos, los mismos que se les exigen a los pilotos de avión. La Antártida no es un lugar para improvisar. Estar aislados durante 60 días, sin posibilidad de reabastecimiento ni comunicación fluida, requería una planificación milimétrica.
Me involucré en la logística de alimentos junto al jefe de expedición. No había espacio para lujos ni caprichos: cada elección debía responder a la necesidad de supervivencia. En esa época, los alimentos deshidratados no eran tan accesibles como hoy, así que dependíamos de enlatados y productos de larga duración. Pero la sorpresa nos aguardaba: en el refugio Fliess, en Bahía Paraíso, encontramos unas botellitas de sidra dejadas por una expedición anterior. Un pequeño lujo inesperado que se sintió como un tesoro en medio de la inmensidad helada.
Cada día en la Antártida era una lección de humildad. Navegar en kayak por la Bahía Andvord, rodeados de hielo y con la intención de avistar orcas, nos dejó sin aliento. Sin darnos cuenta, nos convertimos en los primeros en remar en kayak en esos rincones remotos de la Península Antártica.
Es difícil describir lo que se siente. Hay experiencias que solo pueden entenderse viviéndolas en la propia piel. Nada de lo que puedas leer o imaginar se compara con la sensación de estar allí, en medio de la nada, rodeado de la inmensidad blanca, escuchando el crujir del hielo al tocar los kayaks y sintiendo que formas parte de algo mucho más grande que uno mismo.
¿Qué te dejó a nivel personal esta experiencia? Imagino hasta momentos inexplicable que hay que vivirla …¿no?
Ser parte de la expedición Proyecto Orca en la Antártida no solo cambió mi forma de ver el mundo, sino también la manera en que me veo a mí misma. Hay experiencias que te transforman para siempre, y esta fue una de ellas.
Remar en kayak en un mar helado, con los icebergs con sus reflejos y el sonido de los mamíferos marinos rompiendo el silencio, es algo que no se puede describir con palabras. La inmensidad del paisaje te hace sentir pequeña y al mismo tiempo te llena de una energía indescriptible. Es como si, por un instante, formaras parte de la naturaleza en su estado más puro.
Vivir aislada en un refugio durante 60 días, en una convivencia tan intensa con mis compañeros y rodeada solo de pingüinos y el viento gélido, fue una lección de resistencia. La Antártida no tiene concesiones. Te obliga a enfrentarte a ti misma, a tus miedos y a tus límites, y a descubrir de lo qué estás realmente hecha.
Ser mujer en esta expedición también tuvo un significado especial para mí. No éramos muchas en este tipo de travesías en aquel entonces, y demostrar que podía remar en esas condiciones extremas, soportar el frío y la incertidumbre, y adaptarme a cada desafío, me llenó de orgullo. Espero que mi historia inspire a otras mujeres a lanzarse a lo desconocido, a romper barreras y a creer que pueden hacerlo.
Más allá de la aventura, esta expedición me dejó un profundo respeto por la naturaleza y la certeza de que estos lugares deben ser protegidos. Me enseñó a valorar lo esencial, a confiar en mis propias capacidades y a entender que las experiencias más valiosas de la vida son aquellas que te sacuden y te dejan huellas imborrables.
La Antártida me cambió al pasar el tiempo.
Quiero saber: ¿cuál ha sido el desafío más grande hasta aquí en tu vida? ¿Cuál ha sido la aventura más extrema para vos?.
Si hay una aventura que definió mi espíritu y me puso cara a cara con mis propios límites, fue escalar el Aconcagua por la ruta del glaciar de los polacos en 1988.
Imagínalo: tres mujeres solas, Celina Guiñazú, Carina VacaZeller y Carolina Diby, sin guías, en una de las rutas más técnicas y exigentes de la montaña más alta de América. Junto a mi compañera de cordada, Carina Vaca Zeller, nos enfrentamos a una pared de hielo con un desnivel de 60°, donde cada paso requería una concentración absoluta. Bajo nuestros pies, el glaciar se extendía como un abismo silencioso, recordándonos que un error podría ser fatal.
No teníamos margen para el miedo. Solo había espacio para la determinación, la confianza en cada paso, en cada golpe de piolet, en cada movimiento medido con precisión quirúrgica. En ese momento, no éramos completamente conscientes de la magnitud del reto que habíamos asumido. No nos detuvimos a pensar en las estadísticas, en las probabilidades o en lo que significaba que tres mujeres decidieran abrirse camino en una ruta dominada por expediciones guiadas y equipos experimentados. Solo sabíamos que queríamos estar allí, desafiando la montaña, desafiándonos a nosotras mismas.
Cada amanecer sobre el hielo, cada ráfaga de viento cortante, cada respiración entrecortada por la altitud se quedó grabada en mi memoria como un recordatorio de hasta dónde podemos llegar cuando creemos en nuestra fuerza.
He vivido muchas aventuras extremas: sesenta días remando en kayak en la Antártida, sobreviviendo en un refugio aislado rodeado de un océano congelado y glaciares imponentes. Pero el Aconcagua… el Aconcagua fue el momento en el que supe, sin dudas, de qué estaba hecha.
¿Cuál ha sido el desafío más grande hasta ahora en tu vida?
Si hay un desafío que ha sido constante en mi vida, es encontrar el equilibrio entre mi espíritu aventurero y las exigencias de la vida cotidiana.
Desde pequeña, la naturaleza fue mi refugio, mi hogar y mi pasión. Crecer explorando lugares, montañas, ríos y lugares inhóspitos me dio una conexión con la libertad difícil de explicar. Mi madre siempre me dio seguridad para hacer lo que me gustaba. Sin embargo, la sociedad nos marca otros caminos: estudiar, trabajar, construir una vida en la estructura que todos conocemos.
Cursar mi carrera en la Universidad Nacional del Comahue, en la Facultad de Turismo, significó sumergirme en un mundo de responsabilidades, horarios y exigencias académicas que contrastaban con la inmensidad de los paisajes donde siempre me sentí más viva. Luego, al entrar en el mercado laboral, primero en el sector privado y después en la administración pública de la provincia de Neuquén, sentí esa dualidad más fuerte que nunca.
Pero el desafío más profundo fue emocional: enfrentar el duelo de perder a mi madre a los 26 años. Una ausencia que dejó vacíos en momentos cruciales, en decisiones importantes, en esas conversaciones que una hija siempre espera tener con su madre. Aprendí, con el tiempo, que el dolor y la resiliencia caminan de la mano, que la montaña me enseñó a seguir adelante, a levantarme después de cada tormenta, a respirar profundo y encontrar fuerza en cada paso.
Lograr ese equilibrio entre la pasión y la cotidianeidad no es fácil, pero quizás ahí radica el verdadero desafío: aprender a vivir entre dos mundos, sin perderse en ninguno de los dos.
El libro Pasión y Aventura que presentó hace dos años en Neuquén. Foto: X
¿Qué te inspiró a escribir este libro «Pasión y Aventura: memorias y presente de una aventurera»?
Siempre creí que mis experiencias en la montaña, en los ríos, en la Antártida, eran solo mías y de quienes compartieron conmigo esas travesías. Pero con el tiempo, me di cuenta de que cada aventura, cada desafío superado, despertaba un interés genuino en quienes escuchaban mis relatos. Periodistas, amigos, desconocidos que querían saber más, que se sorprendían al descubrir que en una época donde la montaña era un territorio prácticamente inexplorado para las mujeres, yo ya estaba allí, escalando, remando, nunca pensé que estaba abriendo caminos.
El primer impulso para escribir este libro llegó cuando el periodista Sebastián Bassallo, de radio 10, me contactó para su programa de efemérides al cumplirse 20 años de nuestra ascensión al Aconcagua como dos mujeres solas, sin guías ni equipos de apoyo. Nuestra ascensión había salido en los diarios de Clarín, Nación, Rio Negro, Diario de Mendoza y era unas efemérides.
Luego, la emoción de recibir el prólogo escrito por mi querido amigo y jefe de expedición, Héctor Cuiñas, quien lideró la Primera Expedición Argentina al Himalaya – Shishapagma en 1993 y para la que fui seleccionada, terminó de convencerme de que era hora incorporar a mi libro todas las vivencias y compartir mi historia. Hasta ese momento solo había escrito solo Aconcagua.
“Pasión y Aventura» no es solo un libro de relatos de montaña o expediciones extremas. Es un homenaje a una época en la que la naturaleza era libre, en la que el montañismo se vivía con un romanticismo que hoy se ha perdido. Quiero que quien lo lea lo transporte a aquellos días en los que la aventura no era un producto comercial, sino un desafío personal, un encuentro profundo con uno mismo.
Pero también es un mensaje de inspiración. Me gustaría que las personas –especialmente las mujeres– descubran que no hay límites cuando la pasión es el motor. Que se animen a dar el primer paso, a explorar lo desconocido, a escribir su propia historia de aventura, sea en la montaña o en cualquier ámbito de la vida. Porque la verdadera expedición no es solo conquistar cumbres o navegar océanos, sino atreverse a vivir intensamente.
¿Hay nuevos desafíos? ¿Nuevas aventuras por vivir?
¡Siempre! La aventura no es solo un destino, es una forma de vida. Cada montaña, cada travesía, cada nuevo camino nos enfrenta a desafíos que nos transforman, nos empujan a descubrir de qué estamos hechos. La curiosidad y el deseo de explorar nunca desaparecen; simplemente se reinventan con el tiempo.
Aunque me gustaría contar más, hay una tradición siempre respetamos con mis compañeros de montaña, que respeto: los proyectos se mantienen en secreto hasta que los vivimos y regresamos para contarlos. Es parte del espíritu de la aventura. Hay algo mágico en ese misterio, en esa expectativa de lo que vendrá. Pero puedo decirte algo: la naturaleza sigue llamando, y estoy lista para responder.
¿Tenés miedo cuando emprendés algunos de estos desafíos, aventuras?
Hubo un tiempo en el que el miedo no tenía lugar en mis pensamientos. En los años 90, cuando escalaba montañas y desafiaba mis propios límites, la sensación de temor era casi inexistente. Sabía que había riesgos, pero no me paralizaban. La montaña era un espacio de libertad absoluta, un escenario donde la preparación y la confianza desplazaban cualquier duda.
Escalar sola el volcán Lanín, el Domuyo o enfrentarme a la imponente Ramada de 6.000 metros en San Juan no era una cuestión de valentía, sino de conexión conmigo misma, de probarme en la inmensidad de la naturaleza. Sin tecnología, sin pronósticos precisos, confiábamos en el instinto, la experiencia y el apoyo de los compañeros de cordada. Era una época de montañas libres, donde la aventura y el compañerismo definían cada expedición.
Hoy, los desafíos han cambiado para mí. La intensidad ha dado paso a una conexión más contemplativa con la naturaleza. Ya no busco las cumbres más difíciles ni las rutas más técnicas, pero el espíritu sigue intacto. Sigo eligiendo el movimiento: caminar con raquetas en invierno, hacer trekking, mantener el running como una constante en mi vida.
Tal vez el miedo no haya aparecido en la montaña, pero sí en otros aspectos de la vida. Porque la verdadera prueba no siempre está en la altura de una cumbre o en la inmensidad del hielo, sino en aprender a adaptarnos, a encontrar nuevos caminos y aceptar que cada etapa trae sus propios desafíos.
La impactante experiencia de subir a la cumbre del Aconcagua. Foto: gentileza
Has sido parte de la primera cordada femenina argentina en hacer cumbre por la Vía Directa que está en el Glaciar de los Polacos, en la difícil cara este del Aconcagua. ¿Qué sentiste?
El Aconcagua nos recibió con su imponente presencia, estábamos paradas con Carina VacaZeller al pie del Glaciar de los Polacos su cara estaba cubierta de hielo y la ruta extendiéndose frente a nosotras como un desafío colosal. Ser parte de la primera cordada femenina argentina en ascender por esta ruta era mucho más que una hazaña deportiva; era demostrar que no había límites para nosotras.
Sentí una mezcla de emoción, determinación y absoluta concentración. No había margen para dudas. Cada paso en la pendiente helada de 60 grados de inclinación nos exigía precisión, fuerza y confianza en nuestras habilidades. No llevábamos cuerda, solo crampones, piquetas y la firme convicción de que lo lograríamos. La sensación de vacío bajo nuestros pies era vertiginosa, pero no había miedo, solo un enfoque total en cada movimiento.
Llegar a la cumbre fue indescriptible. En ese instante, todo el esfuerzo, el entrenamiento y los años de experiencia cobraban sentido. No era solo el logro de alcanzar la cima, sino el camino recorrido, la conexión con la montaña, la hermandad con mi compañera de escalada. Nos abrazamos en la cumbre por haber llegado. Jamás nos imaginamos que habíamos hecho historia, no por el reconocimiento, sino por haber llevado el espíritu de la aventura un paso más allá.
Hoy, cuando miro atrás, veo cuán diferente era el montañismo en aquellos años. No había guías ni tecnología avanzada, solo nuestro instinto, nuestra preparación y el compromiso absoluto con la montaña. Ahora, mis desafíos son distintos, más pausados, pero igual de significativos. Disfruto de la nieve, del trekking, del running, pero esa sensación de estar en la inmensidad de la montaña, enfrentando lo desconocido con mis propias fuerzas, es algo que siempre llevaré conmigo.
Porque al final, el desafío no es solo la montaña. Es atreverse, dar el paso y creer en uno mismo.
¿Cómo se puede describir hacer cumbre en el Aconcagua?
Hacer cumbre en el Aconcagua es mucho más que llegar a la cima de una montaña. Es la culminación de días de esfuerzo, preparación y resistencia mental. Pero cuando se asciende por una ruta desafiante como el Glaciar de los Polacos, la experiencia se vuelve aún más intensa, una prueba absoluta de determinación y entrega.
El último tramo antes de la cumbre es un juego entre la voluntad y el agotamiento. Cada paso es una batalla contra el cansancio extremo, contra la falta de oxígeno que convierte incluso la respiración en un desafío. Los crampones muerden el hielo con cada movimiento, los piolets se clavan en la pendiente como si fueran una extensión del cuerpo. El viento sopla con furia, recordándote que la montaña impone sus propias reglas.
Y entonces, después de horas de ascenso en la cara Este del gigante de América, la cumbre aparece ante tus ojos. Un último esfuerzo, un paso más… y estás ahí.
El mundo se abre a tus pies en un espectáculo grandioso: un mar infinito de montañas y valles, nubes que parecen extenderse como un océano blanco y el cielo, tan cerca que casi podes tocarlo. No hay barreras entre vos y el horizonte. No hay ruido, solo el latido acelerado de tu corazón y el viento que parece susurrar historias de quienes han llegado antes.
Es un instante de euforia absoluta. Te invade una emoción indescriptible, una mezcla de gratitud, orgullo y una extraña sensación de pequeñez frente a la inmensidad de la naturaleza. Miras a tu compañera de cordada, intercambian una sonrisa de triunfo, un abrazo que dice más que mil palabras. Lo logramos.
Pero la montaña te enseña algo clave: la cumbre no es el final, sino la mitad del camino. La verdadera hazaña no es solo llegar, sino regresar. Así que, tras un momento de contemplación, toca emprender el descenso con la misma concentración y respeto con los que se subió.
Y aunque con el tiempo la adrenalina se desvanece y los recuerdos se difuminan, hay algo que nunca cambia: una vez que tocas el cielo desde la cumbre, una parte de vos se queda para siempre en lo más alto de la montaña.
¿Como describirías tu vida?
Desde joven, la montaña ha sido mi refugio, alejándome de la rutina cotidiana, es mi maestra, donde aprendí. Un espacio donde me siento plenamente viva y en armonía con la naturaleza. Mi pasión por la escalada comenzó en los años ochenta, una época en la que la información era escasa y la aventura, pura y sin filtros.
Recuerdo mis primeras expediciones con el club andino Neuquén a la alta montaña, a la Cordillera Real Boliviana en el 84. Con el tiempo mis escaladas en solitario, como cuando escalé el volcán Lanín durante el día, o años más tarde, La Ramada de 6.000 metros en San Juan. Estas experiencias me permitieron desafiarme a mí misma y descubrir la fortaleza interior que desconocía poseer. A lo largo de estos ascensos, aprendí a gestionar la incertidumbre y a confiar en mis habilidades, lo que me proporcionó una seguridad y confianza inquebrantables.
Mi formación en técnicas de escalada y la adquisición de equipo adecuado fueron claves para enfrentar cada desafío. Aunque en aquella época no contábamos con Internet y los pronósticos meteorológicos precisos, nos las arreglábamos con información básica y la experiencia acumulada. La independencia y la autosuficiencia eran esenciales, así como la elección de los compañeros de cordada. Estuve rodeada de personas increíbles que, al igual que yo, compartían la misma pasión y compromiso, formando equipos sólidos y unidos.
Uno de los hitos más destacados de mi vida fue ser parte de la primera expedición femenina al Aconcagua por la ruta directa, ascendiendo por el glaciar de los polacos. Esta experiencia fue un verdadero desafío y una fuente de orgullo, ya que nos enfrentamos a la imponente montaña con determinación y sin temor, utilizando solo los elementos técnicos como piquetas y crampones.
Hoy en día, mi enfoque ha cambiado. Ya no practico escalada a nivel deportivo como lo hacía en aquellos años, pero la conexión con la naturaleza sigue siendo una constante en mi vida. Disfruto de actividades más suaves, como caminar con raquetas de nieve en la cordillera durante el invierno y hacer algunos trekking. El running, una actividad que adquirí cuando empecé a escalar, sigue siendo parte fundamental de mi rutina anual. Mantenerme activa y en contacto con la naturaleza es vital para mi bienestar físico y mental. Vivo en zona rural cercana a lo que me gusta.
Mi vida ha sido una continua búsqueda de la naturaleza como una forma de llegar a las aventuras y desafíos, un aprendizaje constante; y cada experiencia ha dejado una huella imborrable en mi ser. Espero que esta entrevista inspire a otros a encontrar su pasión y a vivir sus propias aventuras con la misma entrega y entusiasmo que yo he vivido las mías.
Matías Ferreyra es artista callejero, pero ante todo, es payaso y transforma el humor de la gente. Desde hace 27 años da vida a “Alan Brando”, un personaje entrañable que combina humor, equilibrio y reflexión. Su camino comenzó casi por casualidad, en una murga a fines de los años 90, y desde entonces no ha […]…
El doble femicidio de Luna Giardina (26 años) y su madre, Mariel Zamudio (54), ocurrido en Córdoba, ha desnudado una vez más las grietas en el sistema judicial y policial que debería proteger a las víctimas de violencia de género. La brutalidad del crimen, cuyo principal sospechoso es Pablo Laurta, un hombre con antecedentes de violencia familiar y ligado a movimientos anti-derechos, resalta una preocupante falta de respuestas eficaces ante las denuncias previas de las víctimas.
Luna, estudiante de Agronomía, había huido de Uruguay tres años antes tras sufrir un intento de estrangulamiento a manos de Laurta. A pesar de haber denunciado su agresor y las restricciones judiciales impuestas, el sistema falló: Laurta logró burlarlas, cruzando la frontera ilegalmente y asesinando a madre e hija en su hogar. Las denuncias de Luna sobre el acoso constante fueron ignoradas, a pesar de que en varias ocasiones había pedido auxilio a las autoridades, y su madre, Mariel, incluso la escoltaba cada vez que llegaba al colectivo, temiendo por su seguridad.
En una entrevista por AM Cumbre 1400, en el programa Cumbre a la Carta, Soledad Ceballos, especialista en comunicación feminista, denunció la ineficiencia de los mecanismos judiciales y policiales que “no deben fallar y volvieron a hacerlo”. La falta de acción de la policía y la justicia frente a Laurta, a pesar de contar con medidas de restricción y una orden de colocación de tobillera electrónica, dejó en evidencia una vez más la insuficiencia del sistema de protección para las mujeres víctimas de violencia.
El contexto machista y las luchas invisibilizadas
Ceballos también señaló el vínculo de Laurta con grupos anti-derechos, como «Varones Unidos», que promueven discursos de odio y control sobre las mujeres. «Este tipo de grupos perpetúan patrones estructurales de desigualdad que fomentan la violencia machista», alertó la especialista.
Este femicidio resalta cómo los mitos como el «síndrome de alienación parental» siguen siendo utilizados para revictimizar a las mujeres, minimizando el riesgo y la violencia que enfrentan.
La violencia simbólica y la urgencia de acción
El doble femicidio en Córdoba también deja en evidencia la normalización de la violencia simbólica en nuestra sociedad. Desde los medios hasta las conversaciones cotidianas, hay una desensibilización ante la violencia de género que permite que estos crímenes se repitan una y otra vez. «Si no logramos socialmente unir la violencia simbólica con el femicidio, seguimos estando en problemas», afirmó Ceballos.
La pregunta que queda: ¿hasta cuándo?
El caso de Luna y Mariel es un recordatorio brutal de los fallos institucionales y la ineficiencia del sistema para proteger a las mujeres, además de poner de manifiesto la violencia machista estructural que sigue funcionando en todos los niveles de la sociedad. La pregunta persiste: ¿Cuántos femicidios más deben ocurrir antes de que el Estado y la sociedad den respuestas reales y efectivas?
.Los detalles más atroces y la ejecución de la muerte de la mujer de Plottier tienen un correlato de pruebas en manos de quienes investigan el caso y así serán expuestas en la acusación para que la carátula del caso sea de femicidio con una pena posible de prisión perpetua. En una conferencia de prensa […]…