El caos como recurso
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El caos como recurso

 

El contrapunto actual entre la incertidumbre y el orden abre interrogantes perturbadores.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

Creer o no creer en el caos, esa es la cuestión. O era. Aleteo de mariposa, cisne negro u orden más allá de toda apariencia. Posturas filosóficas de fondo que han dado lugar a terrores financieros, espejismos políticos y ficciones inquietantes de unos frente a la impasible tranquilidad de otros.

El camino de la idea a la impostura, de la apariencia a la realidad -o, simplemente, del caos como imago mundi o como mera vía muerta hacia el engaño- es una ruta que transitan perpetuos itinerantes a paso sincero e inclementes simuladores disfrazados de peregrinos.

Sin perjuicio del sustrato que representan tanto las cosmogonías como las referencias bíblicas, desde el territorio de las ciencias se teorizó al respecto con las formalidades propias de este campo y desde las artes de la palabra se construyeron los mundos posibles, las simbologías y metáforas que humanizaron caos, orden e incertidumbre.

Partamos, entonces, desde la literatura pero con el afán de terminar por ver cómo el asunto que nos ocupa tuvo su incidencia en nuestra realidad socio-política (y la tiene mundialmente), a veces tan cercana a las ficciones más extremas e, incluso, de lo inimaginable en el orbe de las fantasías.

Hace poco, en “Pequeñas revoluciones”, hablábamos de Agatha Christie y de Friedrich Dürrenmatt. En síntesis, de ella destacábamos la manera en que innovó dentro de una tradición a través de la técnica narrativa pero sin herir las bases de sustento del policial clásico; de él decíamos que introdujo lo determinante del imprevisto  y lo aleatorio, es decir: su idea del caos, en el fracaso de la resolución de un caso criminal.

La convicción de que el orden existe, con aparentes alteraciones pasajeras si se quiere, pero que siempre se restablece y se hace justicia, es núcleo duro del policial británico o clásico. Inteligencia, lógica, razonamiento y pericia investigativa triunfan inexorablemente. Si algo no se resuelve, es por mera incompetencia.

Por el contrario, para el escritor suizo, el caos se impone las más de las veces y por el caos mismo se explica la abrumadora cantidad de casos policiales que en la vida social quedan sin resolución o se resuelven por azar mucho después, cuando ya no hay justicia reparadora que valga.

Si tomamos otra novela de la Dama del crimen –en “Pequeñas revoluciones” habíamos apelado a Roger Akroyd, irrelevante para lo que ahora importa-, Hacia cero (1944), veremos como la autora echa mano del recurso del caos como impostura.

Presenta un desorden inaudito, un laberinto de azar que cerca del final del relato se revela como construcción artificial de la antesala y tapadera de un crimen planificado –el crimen que importa– que se producirá casi al concluir la novela.

Azar, desorden e irracionalidad de los acontecimientos son un espejismo para lectores y personajes cándidos. Agatha se divierte sin recurrir a Poirot ni a Miss Marple, le sobra con Battle y el desorden. Dicho sea de paso, Rachel Bennette adaptó la novela para BBC One, que emitió la miniserie de tres capítulos en marzo de este año y ahora puede verse en otras plataformas.

En contraste, La promesa (1958) de Friedrich Dürrenmatt plantea un caos posible, real, un azar que irrumpe en favor de la injusticia y la ruina psíquica del policía que razona bien, hasta con genialidad, pero termina mal. El mundo posible de la ficción del suizo parte de la convicción y es base de verosimilitud y no recurso. El caos del mundo desbarata también las barreras defensivas de la mente de quien no lo acepta.

La amenaza del caos, la incertidumbre que dispara lo que aparenta ser caótico, las calamidades a las que habría que intentar anticiparse –las que nos muestran los convencidos del imperio del caos o de sus intermitentes pero inevitables embates-, son para algunos la sal de la vida y para otros una faz aterradora de la existencia. Hay cierta confusión caótica en torno al caos, en verdad.

Para el financista timorato la teoría del caos es una pesadilla de la que intenta defenderse con la ayuda del análisis estocástico; no comprende que los fundamentalistas de los fundamentlas –valga la cuasi redundancia- duerman tranquilos mientras los demonios del reino aleatorio velan armas inciertas.

Pero para el politiquero que declama anti-política, orden y transparencia, no hay mayor panacea que el caos. Mejor dicho: que el recurso del caos. Con desprecio de la lógica, sin hesitar, nos dirá que el caos es posible e imposible. Posible porque vivimos en el caos que denuncia e imposible si él, que está más allá del vicio de la política, tomara las riendas del estado. Fácil.

Nuestra velada con lo que va del siglo XXI –con perdón de la de Ishiguro con el siglo xx– es un manual del recurso del caos. Aunque la memoria es frágil, habrá todavía quienes recuerden el nacimiento de la televisiva derecha simpática a la vera de la crisis de 2001/2002. La crisis no se planteaba como consecuencia de una década de insufrible ajuste y saqueo sino como el caos creado por Chupete.

Los años pasaron mientras se incubaba el huevo de la serpiente entre los algodones de la Ciudad de Buenos Aires, amarilla como yema y bendecida por la presencia de los reivindicados ex integrantes del Grupo sushi, incomprendida avanzada de la gestión en el fallido gobierno aliancista, ahora bajo el ala del ingeniero de los mejores equipos anti-caos.

Así, al acercarnos a 2015, supimos a través del ingeniero, sus equipos y espadas digitales, con réplica de medios, que reinaba el caos surgido de las profundidades de una grieta abierta por el populismo. De ahí en más, con el auxilio de Durán, el ingeniero le hizo poner al progresismo las barbas en remojo: había llegado como bendición una derecha moderna, democrática y de excelencia en la gestión. Entregarle las llaves del reino por el voto no sería pecado.

Lo que siguió mejor ni recordarlo. Pero tropezar dos veces con la piedra del recurso del caos es posible. Y el recurso, según nuestra experiencia política, sirve incluso si se ha inflado hasta el límite de la ridícula explosión. Y más allá también.

Se ha demostrado con fuerza de sufragio que no suena baladí afirmar que la existencia del estado es la madre de todo caos, que solamente si le diéramos el mando a quien tenga poderes para invocar las fuerzas del cielo nos libraríamos de inflaciones del quince o veinte mil por ciento y que el ajuste es una bendición que jamás perjudicaría ni al menesteroso, ni al pasivo ni a la ciudadanía de bien.

Pero el recurso del caos tiene la ventaja de habilitar la zanahoria de burro del largo plazo. ¿Quién podría ordenar el desorden de la noche a la mañana? Y el elegido usará alguna de las variantes del “estamos mal pero vamos bien” hasta que las velas no ardan.

El recurso del caos que en Hacia cero sirve para reforzar asombro y sorpresa finales puede que se agote pronto en la esfera política a pesar de haber demostrado entre nosotros que hasta hace poco gozaba de buena salud. Y las razones de ese agotamiento son mucho más temibles que su eternización.

La cuestión de creer o no creer en el caos, de valorar o no la teorización científica o de atribuirle -como Friedrich Dürrenmatt- o no incidencia en la vida por encima de la racionalidad podría presumirse que ha perdido relevancia -igual que el recurso- ante la voluntad de un grupo que cuenta con el poder suficiente para construir el caos. Y lo peor: esa construcción estaría muy avanzada.

La observación del curso del mundo parece reafirmar esta visión de caos deliberado. Entre matanzas, migraciones y deportaciones, genocidios, guerras y retrocesos civilizatorios, se impone por encima de otras razones la idea de una destrucción selectiva, orquestada. Habría que hablar, entonces, del caos como recurso, oscuro y tétrico, y no ya del recurso del caos.

No es fácil, por supuesto, hallar análisis plenos ni certezas. Por eso, para terminar, dejamos una punta de ovillo como lectura modestamente sugerida: “Introducción al siglo veintiuno”.


 
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    Una mirada al inquietante ensayo La hora de los depredadores de Giuliano Da Empoli.

    Por Jorge G. Andreadis para Noticias La Insuperable

    Por más que al oír no supiéramos con exactitud qué significa,  nos sonaría feo que nos dijesen que vivimos entre paréntesis. Si nos aclararan que no es personal sino colectivo y que el cierre del signo pronto nos devolvería a la oración principal del mundo, tampoco quedaríamos muy satisfechos.

    Sin embargo, podría ser que los paréntesis hubiesen representado un oasis que no supimos apreciar y que ya estuviéramos en viaje de regreso al desierto o verdadero mundo, al mundo de los depredadores. Vivir entre paréntesis, por más feo que suene, podría haber sido una bendición.

    Que el paréntesis constituye -o constituyó, en la peor de las interpretaciones- una anomalía es una de las tantas cuestiones poco tranquilizadoras que pone de manifiesto Giuliano Da Empoli en La hora de los depredadores.

    Plantea que desde el fin de la Segunda Guerra hasta nuestros días, se vivió una excepción al imperio de la fuerza bajo la ilusión de formas no violentas, legisladas, de alcanzar el poder. Lo normal a lo largo de la historia fue conquistar el poder por la fuerza. Y parece, según el autor, que podría seguir siendo así. Si es la hora de los depredadores, también es la del cierre del paréntesis.

    Pero, para llegar hasta aquí, Da Empoli parte de una tesis que podría sintetizarse en la cita «Hoy, la hora de los depredadores ha llegado, y en todas partes las cosas evolucionan de tal manera que todo lo que deba resolverse, se resolverá por el fuego y por la espada.”,  y  después recorre un camino inquietante.

    El derrotero no por inquietante es menos racional. El autor, además, por su actividad, conoce el detrás de escena del poder. En su ensayo anterior, Los ingenieros del caos (2019), había comenzado a analizar las características de la construcción de poder y sus dinámicas en nuestro tiempo. Ahora, con mayor perspectiva, más datos y acontecimientos que considera hitos, profundiza el análisis.

    A través de una analogía histórica –conquistadores españoles y aztecas-, presenta el desembarco de los generales de las tech, informales y amigables al principio, en los dominios políticos de los líderes de las democracias liberales. Estos generales camuflados representan una de las dos categorías de depredador, la más novedosa y original.

    La otra, maquiavélica podría decirse, es la “borgiana” (por César Borgia): sus representantes aborrecen la tecnocracia y no aceptan disidencias. Trump, cuya segunda llegada al poder sería un hito depredatorio, es el ejemplo destacado: impulsivo, autocrático, artero  e impredecible.

    En todos los casos, el depredador se adapta óptimamente al imperio de la violencia y explota mejor que nadie la lógica del predominio extendido de la fuerza. Se beneficia también del caos desde el poder, es decir: ha logrado invertir las ventajas del caos, antes patrimonio de las resistencias.

    Los generales del tech, “los dueños o señores de las tecnológicas”, moldearon gradualmente un nuevo paradigma vital, ya cuentan con poder suficiente para no aceptar límites de normas o leyes, y bregan por imponer un modelo social en el que la Inteligencia Artificial se haga cargo de la toma de decisiones trascendentes.

    Para poder explicar la hegemonía de los depredadores, la impotencia de los viejos líderes de la política democrática –sin quitarles responsabilidad por su inacción en momentos clave-, la reconfiguración axiológica del mundo y, en especial, el retorno de la lógica de la fuerza, Da Empoli recurre a la historia militar.

    G. Da Empoli

    La tecnología de cada época determina que las técnicas defensivas progresen más o menos que las ofensivas: a técnicas defensivas superiores, corresponden periodos de paz, a técnicas defensivas inferiores a las ofensivas, periodos de violencia, como ahora.

    El autor expone a lo largo del libro las afinidades que llevaron a la unión de los depredadores, desarrolla los conceptos que aquí esbozamos y establece todas las relaciones que ha considerado avalan su tesis. Explica, por supuesto, como las TIC y el avance de la IA atraviesan esas relaciones y reconfiguran el orden del mundo.

    Las dotes narrativas de Da Empoli –autor de la novela El mago del Kremlin (2022)- ayudan a que la lectura de su ensayo resulte amena y llevadera.

    Por último, dejamos el enlace al recorte del tramo editorial de Alejandro Bercovich en su programa Pasaron cosas. Allí realiza un paneo de citas de La hora de los depredadores.

     

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