El burócrata de Arendt y Sturzenegger: la banalidad del daño como política de Estado
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El burócrata de Arendt y Sturzenegger: la banalidad del daño como política de Estado

 

Hannah Arendt describió al burócrata moderno como alguien capaz de producir un daño inmenso sin odio ni pasión, apenas cumpliendo órdenes. En la Argentina de las últimas décadas, Federico Sturzenegger encarna como pocos esa figura: el técnico que, gobierno tras gobierno, pone su saber al servicio de un mismo proyecto de poder.

Por Tomás Palazzo para NLI

Hay figuras que atraviesan la historia política sin necesidad de ganar elecciones ni dar discursos encendidos. No seducen multitudes ni bajan a la arena con consignas épicas. Su poder es otro: el del expediente, el decreto, la planilla de Excel. Hannah Arendt, al analizar el juicio a Adolf Eichmann, formuló una de las ideas más incómodas del siglo XX: la banalidad del mal. No hacía falta un monstruo para causar estragos; bastaba un burócrata eficiente, obediente y convencido de que solo “hacía su trabajo”.

Federico Sturzenegger no es, claro, un criminal de guerra. El paralelismo no apunta a los hechos sino a la lógica. La del funcionario que se concibe a sí mismo como neutral, técnico, inevitable. El que no decide: ejecuta. El que no es responsable: administra. En nombre de esa supuesta asepsia, se despliegan políticas que arrasan con derechos, salarios, ahorros y soberanía, mientras el ejecutor se declara ajeno a las consecuencias.

El burócrata sin odio

Arendt observó que Eichmann no actuaba movido por un odio explícito ni por un fanatismo profundo. Su rasgo distintivo era la incapacidad de pensar críticamente lo que hacía. El mal se volvía banal porque se integraba a la rutina administrativa. Algo de eso aparece cada vez que Sturzenegger explica sus decisiones con un lenguaje deshumanizado, donde las personas se transforman en “distorsiones”, “ineficiencias” o simples “costos a corregir”.

Durante el gobierno de Fernando de la Rúa, fue parte del equipo económico que sostuvo un esquema que terminó en una catástrofe social, institucional y económica. Más tarde, bajo Mauricio Macri, como presidente del Banco Central, su gestión quedó asociada a tasas de interés exorbitantes, bicicleta financiera y endeudamiento acelerado, un combo que benefició a los sectores concentrados y dejó una herencia explosiva.

Hoy, con Milei, Sturzenegger reaparece como ideólogo del desguace estatal, celebrando despidos, recortes y privatizaciones como si fueran simples movimientos técnicos. El discurso se repite: no hay alternativa. La técnica reemplaza a la política y la obediencia a la reflexión ética.

El servil perfecto del poder real

Sturzenegger no responde a un partido ni a una identidad popular. Su lealtad es otra: el poder económico concentrado y la ortodoxia liberal que, desde hace décadas, busca achicar el Estado solo para los de abajo. Su principal talento consiste en adaptarse a distintos gobiernos siempre que la dirección sea la misma. Cambian los presidentes, cambia el clima político, pero el programa permanece intacto.

Esa continuidad es clave para entender el paralelismo con Arendt. El burócrata no se pregunta por las consecuencias humanas de sus actos. No mira a los ojos a los despedidos, ni a los jubilados que pierden poder adquisitivo, ni a las universidades desfinanciadas, ni a los científicos expulsados. Cumple funciones. Firma papeles. Optimiza procesos.

Noticias La Insuperable ha mostrado en distintas coberturas cómo este libreto se repite: el ajuste presentado como modernización, la pérdida de derechos narrada como valentía reformista, el sufrimiento social reducido a una variable secundaria.

Pensar, la tarea que incomoda

Para Arendt, el verdadero antídoto contra la banalidad del mal no era la moral abstracta sino el pensamiento. Pensar implica detenerse, dudar, hacerse cargo. Justamente lo que el burócrata evita. En ese sentido, Sturzenegger representa una forma extrema de irresponsabilidad política: la del que se escuda en la técnica para no responder por el daño que provoca.

No hay neutralidad posible cuando se decide quién paga una crisis y quién se beneficia. No hay inocencia en el ajuste sistemático sobre los mismos sectores. La obediencia automática deja de ser excusa y se transforma en complicidad.

El problema no es solo Sturzenegger como individuo, sino lo que simboliza: una élite tecnocrática que se cree por encima de la democracia, que reduce la política a gestión y convierte el sufrimiento social en una externalidad aceptable. Arendt advertía que este tipo de funcionarios no necesita ser malvado para ser peligroso. Basta con que renuncie a pensar.

 

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    LA BOCA: Historia viva de un nombre que nació del río, del barro y de una idea de mundo

     

    En Buenos Aires hay barrios que se cuentan solos, pero pocos tienen un nombre que funcione como documento geológico, archivo lingüístico y crónica inmigrante. La Boca no es solo un punto en el mapa: es una explicación completa sobre cómo se forma una ciudad desde el agua, la lengua y la política popular. Su nombre, anterior al barrio y al club, ya aparece en escritos coloniales que describían esa desembocadura peligrosa, fangosa y estratégica donde el Riachuelo se abría como una boca hacia el Río de la Plata. A partir de allí, todo lo demás fue sedimentación histórica.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

    Primero fue el río: la “boca” geográfica que dio nombre a todo

    Antes de ser barrio, antes de ser conventillos, antes de ser fútbol, “Boca” fue un accidente hidrográfico. En la toponimia náutica del período colonial, la palabra boca era usada para designar el punto donde un río “abre” su salida al mar o a otro cauce mayor, lo que en geografía física se llama estuario menor.

    Las primeras referencias documentales conservadas surgen en las Actas del Cabildo de Buenos Aires, donde ya en la década de 1580 se menciona la “boca del Riachuelo de los Navíos” como área de desembarco y de fondeo peligroso por el fango y los bancos de arena. Esa designación —que aparece en inventarios de fondeaderos y en informes a la Corona— no era un nombre propio sino una descripción técnica, un marcador espacial dentro del sistema de navegación colonial.

    La ciencia geológica explica por qué esa zona se volvió tan característica: allí se daba lo que hoy se conoce como progradación sedimentaria, un proceso en el cual el río arrastra limo, arcilla y restos orgánicos que se depositan en la desembocadura, creando un borde inestable, cambiante. Por eso los mapas del siglo XVII muestran líneas difusas: La Boca era literalmente un territorio que se movía.

    Con los años, esa denominación funcional se convirtió en nombre propio. En los planos de 1810 y 1820 redactados por ingenieros militares aparece ya como “la Boca del Riachuelo”, una unidad reconocible, habitada por trabajadores portuarios, saladeros y astilleros. La toponimia había dejado de ser mera descripción para transformarse en identidad territorial.


    El barrio que inventaron los inmigrantes (y el Estado recién reconoció después)

    Aunque La Boca tenía población desde el siglo XVIII, la fisonomía barrial nació con la inmigración masiva, especialmente genovesa, entre 1870 y 1910. Los registros notariales muestran que los primeros asentamientos eran precarios, construidos sobre pilotes, porque el terreno era un pantano salitroso. La ciencia urbana describe este tipo de poblamiento como ocupación marginal de borde hídrico, común en puertos industriales.

    Los genoveses establecieron allí una microsociedad marítima: astilleros, carpinterías, bares de puerto y sociedades de socorro mutuo. De esa vida cotidiana surgió la lengua híbrida conocida como xeneize, producto del contacto entre dialectos ligures y el castellano rioplatense.

    La Ciudad de Buenos Aires y todo su Municipio 1867
    Departamento Topográfico de la Provincia de Buenos Aires — Dibujo: Carlos Glade; grabado por Julio Vigier.

    El nombre La Boca se consolidó de manera definitiva en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el Estado nacional comenzó a cartografiar la ciudad para unificar parroquias, comisarías y circunscripciones. En los planos oficiales de 1871 —los mismos que se elaboraron tras la epidemia de fiebre amarilla— la zona aparece ya rotulada como “Barrio de la Boca”. Es decir: primero vino la geografía, después el poblamiento y recién entonces la formalización estatal.

    La identidad política también fue temprana: La Boca fue uno de los primeros enclaves obreros organizados de Argentina, con huelgas, periódicos anarquistas y sociedades de resistencia. El barrio se convirtió en un laboratorio social de la modernidad rioplatense.


    Boca Juniors: un club nacido en una esquina que ya tenía nombre propio

    La historia del club aparece última, pero no porque haya sido menos importante, sino porque se montó sobre una identidad barrial ya consolidada. En 1905, un grupo de pibes del barrio —Alfredo Scarpatti, los hermanos Teodoro y Juan Farenga, y Esteban Baglietto— decidió fundar un club de fútbol en la casa de este último, frente a la Plaza Solís.

    Eligieron el nombre Boca Juniors por una razón simple, documentada en testimonios de época: querían que el club llevara el nombre del barrio, pero con un toque inglés, como hacían muchos equipos del período fundacional del fútbol argentino. La palabra “Juniors” era, para ellos, señal de prestigio deportivo y pertenencia cosmopolita.

    El club no creó el nombre: lo heredó, lo amplificó y lo convirtió en marca global. Hoy, cuando se dice “Boca”, millones piensan primero en el club, pero la historia va al revés: sin la boca geográfica y sin La Boca inmigrante, Boca Juniors no existiría.


    Referencias bibliográficas

    1. Actas del Cabildo de Buenos Aires, Archivo General de la Nación.
    2. Diego Del Pino, Toponimia náutica en el Río de la Plata (Ediciones Mar del Sur, 1998).
    3. Roberto Cortés Conde, La formación económica de Buenos Aires (FCE, 2002).
    4. Carlos Mayo, Los saladeros y el mundo del trabajo ribereño (Ed. Biblos, 1987).
    5. Archivo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Plano Municipal 1871.
    6. Julio Frydenberg, Historia Social del Fútbol (Siglo XXI, 2011).
    7. Fundación Museo de la Boca, Anales 1965–1990.

     

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