educacion-vial-en-la-colonia-de-vacaciones-de-adultos-mayores

Educación Vial en la Colonia de Vacaciones de Adultos Mayores

En el día de la fecha, el equipo de Educación Vial de la Dirección de Tránsito Municipal de Villa Regina, se hizo presente en la Colonia de Adultos mayores, la cual se desarrolla en las instalaciones del Club Círculo Italiano. Hoy nos acompañó el Intendente, Marcelo Orazi, el Secretario de Coordinación, Ariel Oliveros, y el Director de deportes, Damián Álvarez.

En esta oportunidad la charla de concientización y educación vial fue mediante un juego de preguntas y respuestas para que nuestros adultos mayores disiparan dudas acerca del tránsito vehicular en nuestra ciudad. Estamos convencidos de que la educación vial debe ser una política de Estado y desde nuestra Dirección trabajaremos durante todo el año esta temática con todas las instituciones públicas y privadas de la ciudad.

Agradecemos a la profesora Patricia Oliveros y al equipo de trabajo por permitirnos llevar está charla, participar y colaborar con las actividades desarrolladas.

Difunde esta nota

Publicaciones Similares

  • Los Menem culpan a Toto Caputo por el fracaso del presupuesto en el Congreso

     

    Martín y Lule Menem decidieron descargar el peso de su propia derrota parlamentaria con el presupuesto en Luis «Toto» Caputo, el ideólogo del capítulo XI del proyecto que terminó complicando no solo la ley de leyes sino también el tratamiento de la reforma laboral en el Senado. 

    Fuentes del oficialismo apuntaron por lo bajo que la redacción de esa parte del articulado «no fue adecuada», una de las endebles conclusiones a las que habría llegado un puñado de diputados oficialistas 48 horas después del porrazo en el recinto.

    Lo curioso es que el gobierno podría haberse llevado la ley si hubiese abierto la votación por artículos y hubiese aceptado el rechazo al artículo 75, que proponía la derogación del aumento para las universidades y la emergencia en discapacidad. Pero para blindar ese artículo, que contraría la ley de administración financiera, Menem pretendía que se vote junto a todos los artículos del fatídico capítulo, incluyendo los que barrían con los subsidios por zonas frías, la actualización de las asignaciones familiares y la AUH y la prórroga a la emergencia del Garrahan, entre otros temas.

    Un diputado libertario reconoció ante LPO que el ministro de Economía «es el responsable de la elaboración de ese capítulo pero la estrategia para lograr la sanción corría por cuenta de la mesa política», en referencia al ámbito que integran no solo los Menem sino también Javier y Karina Milei, Santiago Caputo, Patricia Bullrich y Manuel Adorni.

    El presidente de la Cámara Baja y su primo, el subsecretario de la Presidencia, habrían elegido como chivo expiatorio a Toto, que hasta el miércoles era el hombre fuerte del gobierno y tenía espalda para hacer sin consultar a Karina. «Le tiran el fardo a Caputo sin asumir que ellos vieron los artículos pero fueron al recinto con soberbia, creyendo que les aprobaban por los ATN y las negociaciones», dijo una fuente al tanto de las conversaciones.

    En el gobierno cuestionan a los Menem por la caída del ajuste a las universidades: «este Presupuesto no nos sirve»

    En efecto, fue el jefe del bloque de LLA, Gabriel Bornoroni, quien planteó en reunión de labor parlamentaria que el oficialismo pretendía que la votación en particular, después de la aprobación del presupuesto en general, fuese capítulo por capítulo. Myriam Bregman, Germán Martínez, Paula Penacca y Pablo Juliano resistieron la propuesta del cordobés, que según deslizó uno de sus colegas de bancada no dice nada que no haya acordado previamente con Menem.

    De hecho, el riojano intervino en ese ámbito y apeló al antecedente de la moción de Margarita Stolbizer para la votación de la Ley Bases, cuando también se procedió capítulo por capítulo en la votación. «Así le fue, porque después dijo que se arrepintió y ahora no es más diputada», le contestaron. Ante la falta de acuerdo, la discusión terminó explotando en el recinto.

    Gabriel Bornoroni, en Diputados.

    Por eso, tuvieron que desembarcar Lule Menem y Diego Santilli para tratar de convencer a los diputados que responden a los gobernadores de que apoyaran la ley, haciendo valer los giros de miles de millones de pesos a distintas provincias durante los últimos días. Sin embargo, Osvaldo Jaldo y Raúl Jalil, que pusieron cinco de sus seis legisladores a votar con la oposición, recibieron los fondos y mandaron a sus diputados a votar contra la Casa Rosada, una demostración palmaria de que la estrategia de los Menem en la relación con los gobernadores fue torpe o limitada.

    Uno de los tucumanos del bloque Independencia había admitido a LPO que «no se sabe cómo sortear la trampa de la votación por capítulos pero la decisión del gobernador es defender las universidades y los discapacitados». Jalil, por su parte, habría avisado a los Menem que no podía ofrecer el voto de Fernanda Ávila, Sebastián Nóblega y Fernando Moguillot, los tres catamarqueños que se fueron de Fuerza Patria para armar su propio espacio bajo el nombre Elijo Catamarca.

    Los Menem son como el Pacman.

    De este modo, al gobierno se le secaban las peceras donde podía pescar voluntades a su favor y, mientras buscaba desesperadamente esos respaldos, ningún operador detectó el drenaje que se producía por el lado del radicalismo, donde tres de sus seis integrantes ayudaron a la oposición: el entrerriano Darío Schneider y el chaqueño Osvaldo Cipolini se abstuvieron, y el correntino Diógenes González votó en contra del capítulo.

    Por lo demás, LPO informó que Toto Caputo se habría quejado ante Mauricio Macri de que Santilli prometía más de lo que él podía cumplir con sus restricciones presupuestarias y, al mismo tiempo, más de un gobernador mostró cierto hartazgo ante la subordinación de Santilli a la definición final del ministro cada vez que un cacique provincial llegaba con su carpeta de reclamos al encuentro con el ministro del Interior. «Los gobernadores terminaron cobrándole a Santilli la cara de teflón de (Guillermo) Francos», comentó un aliado del gobierno.

    Al cierre de esta nota, era una incógnita si la bronca de los Menem con Caputo podía escalar pero un libertario de diálogo directo con Milei deslizó que «los Menem son como el Pacman», una alusión al videojuego de la simpática criatura amarilla que se comía todos los puntos sobre la pantalla. «Venía tan sobrado que no se dio cuenta de lo que podía llegar a pasar. Decían: ‘Naaah, pasa, pasa igual’. Ahora que explotó todo, le echa la culpa al otro», agregó.

     

    Difunde esta nota
  • |

    #8M 2022 PARO FEMINISTA Y MOVILIZACIÓN: RECUPEREMOS LAS CALLES

    Un nuevo DÍA INTERNACIONAL DE LAS MUJERES TRABAJADORAS y, una vez más, nos movilizan las injusticias y las violencias. Por eso paramos y nos manifestamos, con la fuerza de esta organización colectiva, para recuperar las calles nuevamente. La consigna desde NI UNA MENOS este año es «La deuda es con nosotres y nosotras. ¡Que la…

    Difunde esta nota
  • | |

    PROYECTO SQUATTERS: OCUPAR EL ESPACIO PÚBLICO QUE FUE COLONIZADO POR EL MARKETING

    Los squatters versión criolla del movimiento contracultural europeo, son un colectivo interdisciplinario que recorren las calles buscando marquesinas publicitarias para transformar los mensajes corporativos, disputando sentido desde 2018. Se unen también a organizaciones sociales para intervenir en los debates públicos, desde la Ley de Humedales al etiquetado frontal y la soberanía alimentaria. Proyecto Squatters es…

    Difunde esta nota
  • ¿Cómo enfrentar el “contragolpe cultural”?

     

    Así como las afirmaciones terraplanistas no modifican el hecho de que la Tierra sea redonda, así como los movimientos antivacunas no cambian la naturaleza contagiosa del Covid, el conservadurismo cultural, expresado hoy por fuerzas como las que lideran Javier Milei y Donald Trump, no modifica esta realidad: las sociedades humanas son constitutivamente diversas, heterogéneas y desiguales; en todas las comunidades humanas, pero aun más en aquellas donde existen el dinero y el Estado, hay multiplicidades y hay disparidades.

    Qué hacer con esta diversidad es un debate que viene concentrando la mayor parte de la historia ideológica, filosófica y política, y que por supuesto no está saldado. Dentro de estas controversias, uno de los capítulos centrales es el concepto de libertad, que ha sido utilizado por la extrema derecha como una de sus banderas. Para los conservadores, hoy llamados libertarios, la libertad se basa en la idea de que somos todos iguales: un rico y un pobre son consecuencia del modo distinto en que cada uno usó sus posibilidades. En esta mirada, la desigualdad fáctica es una consecuencia de una igualdad ontológica. Para las corrientes conservadoras, la libertad agiganta desigualdades. El rol del Estado, además de garantizar seguridad y justicia, debe ser restringir la diversidad: el Estado, que no debería cobrar impuestos, sí debe decretar que hay dos géneros, que la familia debe estar constituida de cierta manera y que las mujeres no pueden disponer de sus cuerpos.

    Desde una mirada democrática y progresista que asume que las sociedades son por naturaleza diversas, en cambio, la igualdad es algo a construir. Pero esa perspectiva hoy está a la defensiva. A través de una serie de subterfugios de ingenieros del caos, la posición histórica que conjuga liberalismo cultural, pluralismo político y justicia social ha sido estigmatizada como “woke” o “progresista”. La expresión “woke” surgió en Estados Unidos, un territorio de alta intensidad en la batalla cultural, en referencia a “despertar” (awake) ante la discriminación (“despierto” en el sentido de “concientizado”); pero hoy se usa de modo despectivo, que es la connotación que le dio Milei en su discurso en Davos. Como si las personas que descienden de esclavos o de pueblos originarios, como si las mujeres, que hasta hace setenta años no podían votar, hoy, justamente porque se reconocieron algunas de esas desigualdades, contaran con privilegios.

    La derecha conservadora está presente en distintas corrientes políticas, del mismo modo que la corriente que defiende las diversidades está presente –aunque no de modo uniforme– en partidos distintos. En Argentina, el peronismo, el radicalismo, el socialismo y la izquierda cuentan entre sus integrantes con personas que defienden este punto de vista. Se trata de una corriente que busca principalmente dos metas: que las personas y los grupos sean cada vez más libres, y que esa libertad se sostenga en formas igualitarias que la hagan real y no puramente declarativa o formal. Es una corriente de opinión que pone en escena grandes tradiciones culturales de la modernidad, heredadas de la Revolución Francesa y la Estadounidense, y que no tiene una única posición en materia de desarrollo económico, justicia distributiva o lucha por la igualdad. Ese “progresismo” no está en contra de ninguna religión, pero sí lucha por una separación completa de cualquier religión y del Estado. Ninguna ley puede sustentarse en creencias religiosas. Pero sí debe haber leyes que, por motivos universalistas, exijan el respeto de todas las religiones. Esta perspectiva, sometida hoy a una fuerte ofensiva, merece una reflexión autocrítica.

    Acerca de la autocrítica

    La hegemonía cultural de la extrema derecha impacta en el campo progresista. ¿Los movimientos por la libertad de las diversidades se “pasaron de rosca”? La ofensiva cultural de Milei y las derechas extremas, la derrota electoral del peronismo y los niveles de inflación y pobreza que dejó el gobierno de Alberto Fernández han planteado ese debate. ¿Hay una incidencia de la lucha por las diversidades en el oscurantismo que estamos viviendo hoy? ¿No habremos ido demasiado lejos? ¿Se puede seguir sosteniendo la defensa del colectivo LGTBQi+ en el contexto actual?

    Los procesos sociales y políticos siempre son imperfectos. Conocer esas imperfecciones, practicar la autorreflexión, es clave para mejorarlos. Por otro lado, se trata de movimientos profundos y de larga duración. En Argentina, por ejemplo, el movimiento masivo de mujeres de los últimos años comenzó en 2015 con el “Ni Una Menos”, una gigantesca movilización contra la violencia de género. ¿Frenar el reclamo contra los asesinatos de mujeres hubiera sido “menos radicalizado”? Y hoy, ¿qué está más vigente? ¿El reclamo de que no mueran más mujeres por el hecho de ser mujeres o la propuesta oficial de retirar del Código Penal el agravante por femicidio?

    La autocrítica no equivale a autoflagelación; debe ser una reflexión sobre prácticas y políticas que nos implican. Entre las múltiples causas que produjeron esta nueva etapa histórica global de las derechas extremas están, en efecto, los profundos déficits de la izquierda, la centroizquierda y los partidos tradicionales. Pero no coincido con quienes, subidos a la marea reaccionaria, afirman que la culpa es del progresismo, de un supuesto “wokismo” o de una “excesiva” ampliación de derechos civiles. Ese argumento puede terminar en diputados que voten con Milei regresiones culturales o puede llevar a un catolicismo de gobierno en contra de la libertad de las personas y los grupos. Empieza cuestionando el DNI no binario y termina aboliendo el divorcio.

    Pero entonces, ¿cuáles son esos errores de la izquierda? Si hubiera que elegir uno, diría lo siguiente: mientras las vocaciones igualitarias y de justicia social se tornaban cada vez más difíciles de lograr, en gran parte por no tener una alternativa concreta al capitalismo neoliberal, la izquierda avanzó con leyes y políticas tendientes a garantizar derechos civiles. Dependiendo de los países, se avanzó en materia de identidad de género, aborto, discriminación positiva, educación sexual, matrimonio igualitario, derechos de los pueblos originarios y los migrantes. Cuantas más dificultades aparecían en materia económica y social, cuanto más complicado se hacía sostener el horizonte de movilidad social, más se acentuaron estos derechos como compensación.

    La autocrítica no equivale a autoflagelación: debe ser una reflexión sobre prácticas y políticas que nos implican.

    Ese fue el gran problema. Las libertades civiles no pueden compensar el fracaso económico o social. Si son las únicas banderas que se agitan cuando se desfinancia el Estado de Bienestar, se retiran regulaciones públicas o se producen escaladas inflacionarias, como en el caso argentino, se corre el riesgo de que las fuerzas democráticas queden reducidas y debilitadas. Los límites para corregir o superar el neoliberalismo los terminan pagando los avances en materia de diversidad o pluralismo.

    Mi primera tesis es que, frente a quienes creen que la ampliación de libertades favoreció a la derecha extrema, creo que su causa es el fracaso económico.

    En segundo lugar, la cuestión de los particularismos. Mientras Martin Luther King buscó cambios que mejoraran la desigualdad estructural de la sociedad norteamericana, muchas políticas de la identidad del siglo XXI se concentraron en derechos particulares. Y es difícil pedirles algo más que simpatía pasiva o inactividad a quienes no están directamente involucrados en la conquista de un derecho. Esto no implica que movimientos como “Ni Una Menos”, “Black Lives Matter” o la “Marcha anti-fascista” de febrero de 2025 no hayan sido señales contundentes en la dirección correcta, sino simplemente llamar la atención sobre cuál puede ser el alcance de esas convocatorias.

    Algo similar ocurre con el “lenguaje inclusivo”. Se trata de un cambio cultural crucial, que busca ampliar libertades e incluir diversidades. Pero debe expandirse a partir de la posibilidad, no como imposición. Los mayores fracasos del cambio cultural ocurrieron cuando se pretendió imponer a través de prescripciones. El liberalismo cultural busca ampliar, no restringir, las posibilidades de las personas.

    El caso de las cuotas

    Muchas veces, en lugar de luchar por cambiar una legislación, una política o un presupuesto, las reivindicaciones progresistas se enfocaron en personas concretas: los varones blancos, incluyendo casos de punitivismo extra-judicial, como escraches a adolescentes, altamente polémicos. En aquellos casos, hubo voces feministas potentes que alertaron que el feminismo no surgió para cambiar al dueño del poder del patriarcado, sino para modificar un tipo de poder y de dominación. El punitivismo y la cultura de la cancelación fueron algunos de los errores más graves. Pero no es verdad que sean inherentes a los reclamos por la diversidad y la libertad: fueron casos minoritarios en causas justas.

    Detrás de este tipo de cuestiones aparece un problema que vale la pena debatir a futuro: la tensión entre lo particular y lo universal. Si cada uno de los grupos discriminados reclamara sólo para sí mismo, si todo se tradujera en una simple cuota por grupo, a largo plazo se terminarían socavando algunos de los consensos culturales necesarios para mantener las políticas de acción afirmativa. Un ejemplo es el de las universidades. En la mayoría de los países del mundo existe un sistema de examen de ingreso a la universidad y cupos por carrera. Al observar las universidades se hacía evidente que la abrumadora mayoría de los alumnos eran varones blancos. Eso llevó a reclamar políticas de cuotas raciales, étnicas y nacionales, como las que se terminaron concretando en Estados Unidos y Brasil. Este sistema garantizaba una mayor presencia de diversidades, restando lugares a los blancos. Pero, ¿qué quedaba, por ejemplo, para los blancos pobres? ¿Quién se preocupó de su situación? En muchos casos fueron los grandes olvidados, lo que contribuyó a que volcaran su respaldo a fuerzas políticas conservadoras que dicen defenderlos. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera incluido una cuota general para los estudiantes de colegios públicos de bajos recursos en el ingreso a la universidad? Mientras en un terreno puramente cultural la especificidad por grupo es adecuada, en cuotas vinculadas a desigualdades puede no producir las consecuencias buscadas.

    En un mundo dominado por la incertidumbre económica, en el que se achican los recursos públicos, muchos países optaron por un modelo de cuotas para asegurar la presencia de los grupos discriminados no sólo en el acceso a la universidad sino también al empleo público –y en ocasiones al empleo privado–. Esto implica que los logros de la ampliación hacia los sectores discriminados se hicieron sobre la base de una reducción relevante de la participación de los sectores anteriormente privilegiados. Y esta estrategia, correcta desde un punto de vista filosófico, se topa con un problema político. Las personas de carne y hueso que se ven afectadas, que no logran ingresar a la universidad o no consiguen empleo, se van pasando en masa al ejército del “contragolpe cultural”, esperando el surgimiento de un Trump, un Milei o cualquier otro líder que proponga revertir la situación.

    Se trata de un error recurrente del progresismo: no percibir el dolor de las víctimas de sus políticas, y no elaborar una respuesta. Mi punto es sencillo: si se presuponen las restricciones económicas, como de hecho las aceptaron la mayoría de las fuerzas de centroizquierda en Europa y América, que los perdedores de la discriminación positiva pasen al otro lado es inexorable. Pero si se cuestiona un modelo que reduce los impuestos a la riqueza y desfinancia al Estado, y se usa ese dinero para ampliar el acceso a la universidad y el empleo, logrando mejorar la diversidad sin afectar drásticamente los espacios previos, la base política de la derecha extrema quedará reducida. Es cierto que esto no es posible para los varones privilegiados, que inexorablemente se verán afectados: será necesario pensar una política cultural específica para ellos.

    La defensa de la libertad

    Estamos ante un feroz ajuste a las libertades y es urgente emprender una fuerte defensa de políticas por la libertad basada en igualdades. La libertad, convertida en el eslogan hueco de la extrema derecha, no puede ser resignada por las fuerzas democráticas y progresistas. El principio básico de la lucha por la libertad es maravilloso: que las personas y los grupos puedan autorrealizarse en todas las dimensiones de la vida. Esto incluye su identidad de género, étnica, nacional, local, religiosa, así como su libertad de expresión, en la familia, en el trabajo…

    Esas libertades tienen un requisito: un piso de igualdad, porque quien sufre desnutrición no puede ser libre, quien no puede acceder a la escuela no puede ser libre. Una comunidad libre es aquella que garantiza un piso de igualdad para todos sus miembros.

    Los libertarios conservadores de la extrema derecha afirman que ser iguales es que cada uno se las arregle como pueda. Es una propaganda basada en la negación de la historia tal como sucedió. Los esclavos existieron hasta el siglo XIX bajo el imperio de la ley, y los afrodescendientes continúan siendo discriminados en prácticamente todos los países de América y Europa hasta hoy. La conquista colonial existió. El patriarcado y la desigualdad de géneros existieron… y todavía existen. En muchos países las mujeres votan recién desde hace algunas décadas. Y en la mayoría de los países europeos y americanos jamás hubo una presidenta o una primera ministra mujer. El capitalismo, por su parte, tiene mecanismos poderosos para reproducir la desigualdad de clases entre generaciones: a través de la herencia y también de la “herencia de clase”. La mayoría de los hijos de personas pobres son pobres. La movilidad social ascendente está en crisis en la mayoría de los países, y los mecanismos sociales que la hacían posible se están debilitando a un ritmo vertiginoso. Los libertarios conservadores quieren liquidar esos mecanismos, del mismo modo que se proponen atacar las leyes que tienden a asegurar libertades vinculadas a la diversidad y la disidencia. Esto implicará también contrarrestar su ofensiva individualista poniendo en valor la solidaridad, lo común y lo público. Enfrentar políticamente aquel proyecto exige autorreflexión y determinación.

     

    Difunde esta nota
  • ¡La bici mountain bike ya tiene ganadora!

    Durante el mediodía de este viernes se realizó el sorteo de la bicicleta mountain bike entre los contribuyentes que abonaron la boleta mensual por tasas retributivas del mes de octubre y también aquellos que había efectuado el pago anual. La ganadora fue Gregoria Pinto, contribuyente N° 02179, domiciliada en barrio San Martín. El sorteo se…

    Difunde esta nota
  • El laboratorio imposible

     

    Crónica, literatura de no ficción, no ficción creativa, performance, biodrama, pódcast documental, periodismo performático: formas anfibias que tienen en común la rigurosidad en la investigación periodística y el trabajo con una misma materialidad, lo real. Estas formas incluyen, aunque a veces solapadas, dos componentes que habitualmente se suelen pensar solo ligados al mundo del arte: la creatividad y la imaginación.

    ¿Qué podrían aportar las herramientas del arte, incluso de la ficción, para relatar una época, un acontecimiento, un conflicto? Desde la posmodernidad hasta hoy, lo real dejó de ser un lugar seguro para transformarse en un nodo de interpretaciones; tantas como sujetos que interpretan.

    La realidad como construcción discursiva

    En su conferencia “Laboratorio de no ficción creativa para directores de medios de América Latina”, la maestra Cristina Rivera Garza abordó este tema. Dijo que en las narrativas de no ficción creativa hay un trabajo de intervención, de implicación, y no de rescate.

    Eso hacemos en el Laboratorio de Periodismo Performático (LPP): nos comprometimos con los archivos, con los testimonios, intervinimos el espacio, los materiales. Los resignificamos y agrupamos para producir metáfora, para producir sentido.

    Rivera Garza señaló también que el borde entre ficción y no ficción es cada vez más delgado. Echó por tierra ese paradigma según el cual por un lado estaría la ficción “pura” –vinculada al campo de la literatura y de la imaginación– y, por otro, la realidad como algo que está allí afuera, objetivamente descriptible y medible.

    Esa división tajante entre la realidad vinculada con la historia –o el periodismo– y la ficción, con la literatura, cada una con su esfera bien delimitada, ya no funciona.

    En su lugar, propone aceptar la idea de que la realidad es una realidad-ficción que, en su forma constitutiva, en su estructura, tiene una gramática y una semiótica propias. Piensa la realidad como construcción teórico-discursiva.

    Si vivimos una realidad que es resultado de cómo producimos signos y significados, entonces la disociación entre ficción y no ficción es muy difícil de sostener. El campo del psicoanálisis lacaniano también sumó sus argumentos al distinguir la realidad –lo que un sujeto percibe y entiende– de Lo Real –lo que no se puede simbolizar, lo que no se puede aprehender ni entender, comprender, conceptualizar, decir, nombrar, representar–. Lo vinculó a la sexualidad, a lo horroroso, a la muerte, al vacío, al delirio, al trauma. El periodismo performático apunta también a los intersticios donde se aloja Lo Real, a bordear lo traumático, lo inenarrable, a hacer el intento de bordear aquello que no se puede nombrar, a asomarse a mirar al cráter del volcán, como dice Cristian Alarcón.

    El lenguaje del arte ante lo indecible

    ¿Cómo narrar el genocidio del pueblo mapuche? Sobre eso trabajó Sebastián Hacher en su obra Inakayal vuelve.

    ¿Cómo narrar un femicidio y lo horroroso de un cuerpo mutilado? De eso se ocuparon María Eugenia Cerutti y Alejandro Marinelli en Con toda la muerte al aire.

    ¿Cómo abordar el trauma infantil? Sobre eso pensaron Rocío Inmensidades y Ana Larriel en Micropolítica de la supervivencia gorda y también Cristian Alarcón junto con Lorena Vega en Testosterona. 

    ¿Cómo denunciar un ecocidio en lenguaje performático? Eso logró Blanca Lewin con Puchuncaví, el humo en el cuerpo.

    Ahí donde las palabras encuentran su límite para narrar, para decir lo indecible, aparecen el arte, la metáfora y la poesía. De esta reflexión nace el provocador eslogan –¡que indignó a muchos!– de la convocatoria a la primera edición del LPP: “La palabra ya no tiene el poder”.

    El periodismo performático como arte contemporáneo

    Para entender mejor esta transformación es necesario mirar hacia atrás. Desde Aristóteles y la antigua Grecia, el teatro fue concebido como representación, una presentación que existió y puede volver a presentarse en el espacio escénico. La mímesis: una imitación.

    Durante siglos todas las expresiones artísticas fueron eso, una imitación de la realidad. Recién a mitad del siglo XX, con las transformaciones que propuso el arte contemporáneo, esos límites entre ficción y “realidad”, entre ficción y no ficción, se volvieron más difusos.

    En el mundo de la pintura, Cézanne –llamado el padre del impresionismo– fue el primero en alejarse del realismo y en evidenciar la pincelada. Lo siguió el cubismo, que deconstruyó la figura para mostrarla en sus múltiples posibilidades y puntos de vista, tal como lo hizo Picasso. Duchamp dio un paso más y creó su famoso mingitorio. Más acá en el tiempo, Maurizio Cattelan alborotó el mundo con la obra El comediante, una banana pegada en la pared con una cinta.

    Al iniciar ese proceso de autonomía, las vanguardias del siglo XX dejaron en evidencia sus mecanismos de construcción, funcionamiento, engranajes: así expusieron su semiótica. Quedaron atrás las reglas heredadas del arte clásico que permitían determinar claramente qué era una obra de arte y qué no. Ya no importaron las normas de la composición, de tratamiento de color o uso de la perspectiva: era la hora del acto, de la provocación, de la performance.

    Con la danza contemporánea pasó lo mismo: se desligó de sus vínculos con la pintura –la danza como pintura en movimiento– y con la literatura –ya no aspiraba a narrar una historia– y se convirtió en puro movimiento.

    Merce Cunningham, en su trabajo junto con el músico John Cage, fue uno de los que propuso que la base de la danza es el movimiento, lo siguieron artistas como Martha Graham, Mary Wigman y más tarde Pina Bausch.

    En las artes dramáticas, este proceso de autonomía siguió caminos diversos pero convergentes. El teatro del absurdo, surgido tras la Segunda Guerra Mundial con Samuel Beckett, Eugène Ionesco y Harold Pinter, rompió con la lógica narrativa tradicional: ya no importaba construir argumentos coherentes o personajes psicológicamente verosímiles. Sus procedimientos incluían diálogos y acciones aparentemente inconexos. La puesta en escena –silencios prolongados, objetos extraños, atmósferas opresivas– se volvía tan significante como las palabras.

    El teatro brechtiano desarrolló otros procedimientos de ruptura: el “efecto de distanciamiento” destruía sistemáticamente la ilusión teatral. Brecht hacía que los actores se dirigieran directamente al público, interrumpía la acción con canciones y carteles explicativos, dejaba las luces del teatro encendidas y exponía la maquinaria escénica. Su objetivo era que el espectador no se perdiera en la emoción, sino que mantuviera una distancia crítica para reflexionar sobre los problemas sociales.

    Más tarde, el teatro posdramático –término acuñado por Hans-Thies Lehmann– radicalizó esta autonomía al liberarse completamente de la estructura dramática tradicional. Sus procedimientos privilegian la experiencia sensorial: fragmentos de texto no narrativos, paisajes sonoros, movimientos corporales abstractos, instalaciones escénicas y la disolución de los límites entre actores y espectadores. Ya no se trata de representar una historia, sino de crear una experiencia.

    Así, el teatro logró su autonomía no solo del texto dramático, sino también de la obligación de representar, de narrar, de explicar. Se concentró en generar experiencias, sensaciones, reflexiones a través de la materialidad escénica: el espacio, el tiempo, los cuerpos, los objetos, la luz, el sonido.

    Si la danza se liberó de la literatura y de la pintura para ser puro movimiento, si la pintura se liberó de las reglas para ser pura abstracción, si el teatro se liberó del texto dramático para ser teatro posdramático, ¿de qué se libera el periodismo para ser periodismo performático?

    Con estas referencias como faro, en el Laboratorio de Periodismo Performático intentamos acercarnos a un tema, a la historia y al foco. Las materialidades con las que trabajamos son testimonios, fuentes, archivos históricos, archivos afectivos, abordadas con los lenguajes del arte: espacio, tiempo, música, luz, movimiento, poesía, metáfora. Construimos narrativas

    que trascienden la palabra escrita, dispositivos escénicos que se despliegan en un espacio tiempo donde la clave estaba en el encuentro de los cuerpos, en el estar ahí presentes.

    Unas palabras sobre la imaginación acuerpada

    La performance es, en esencia, un género anfibio: habita entre las artes plásticas y las artes vivas, entre el espacio teatral y el espacio público, entre el arte y el activismo. Quizá el LPP se aloje allí entre el “cierre periodístico” y la “apertura performática”. Retomando a Rivera Garza podríamos pensar que el LPP le permite al oficio del periodismo recuperar la imaginación que la ficción había legitimado solo para sí misma y que es un rasgo intrínseco de todo ejercicio de escritura y lectura.

    En su segunda edición en Argentina, coordinada por Cristian Alarcón y Lorena Vega, el LPP tomó una forma más escénica y habilitó al periodista a descubrir un nuevo modo de poner el cuerpo, en muchos casos lo invitó a implicarse ahora como performer. En todos los casos debió encontrar modos para que los protagonistas de las historias tomaran la palabra en escena, inventar formas de incorporar los datos y descubrir otro modo de producir sentido y belleza con lo real.

    La irrepetibilidad de la performance callejera, atada a la coyuntura, resultaba difícil para un trabajo de largo aliento. Seguramente, la impronta de Lorena Vega y su trayectoria en el campo del biodrama con Imprenteros alentó a investigadores y periodistas a subirse al escenario. Eric Román Montenegro, varón trans, ciego de nacimiento, da testimonio de su transición a través de un dispositivo musical y un texto que construyó junto con la periodista Ivanna Soto, quien lo guía en escena durante la ejecución de la performance Yo elijo mi

    nombre. La socióloga Eleonor Faur y la artista Ana Minujin, madre e hija, entrevistaron a otras duplas de madres e hijas para la performance La revolución y algo rico para el postre, y les propusieron una consigna: que se enseñaran algo la una a la otra: un juego de palmas y manos, una canción. Apareció así otro componente clave de las artes vivas: el juego. En

    Pena y pachanga, las y los protagonistas de historias migrantes narraban en escena sus propias historias a medida que se desarrollaba una fiesta de salsa.

    Históricamente, la performance intentó escapar al concepto de representación. Allí donde el teatro propone representación, volver a presentar unos acontecimientos, repetir una historia escrita por un dramaturgo para que un grupo de actores la represente en el espacio escénico, la performance prefiere el acto mismo, la acción directa. En su versión más purista se define como única e irrepetible, como puro acontecimiento, como puro acto. En ese sentido el LPP es un dispositivo narrativo dinámico, que está vivo y muta. Cada historia y cada obra encuentra su propia forma de ser narrada.

    El LPP recupera la imaginación y se libera de tener que promulgar verdades. Convoca a la pregunta, a la conversación. Va al encuentro del otro. Se implica en la presencia física, en un espacio-tiempo colectivo. Subvierte la idea del autor solitario. Asume un compromiso ético. Produce conocimiento. Trabaja con el lenguaje para producir belleza con lo real.

    La entrada El laboratorio imposible se publicó primero en Revista Anfibia.

     

    Difunde esta nota

Deja una respuesta