Día del Árbol: guardianes silenciosos que cuentan la historia de Neuquén
Hay árboles que son como relojes silenciosos de la tierra: marcan el paso del tiempo no con campanas, sino con anillos, con cortezas rugosas y con la sombra que ofrecen a generaciones enteras. En Neuquén, cada especie nativa es mucho más que un elemento del paisaje. Son historias vivas que se elevan hacia el cielo o se aferran al suelo, recordándonos que el territorio respira en cada tronco, en cada hoja y en cada semilla que germina.
El Día del Árbol -que se celebra cada 29 de agosto- invita a mirar hacia arriba, pero también hacia atrás. A reconocer en los pehuenes milenarios de la cordillera un puente con los pueblos originarios que los veneraron como sagrados. A descubrir en el colimamil, pequeño y resistente, la fuerza silenciosa de lo que florece en medio de la aridez.
A valorar en los bosques subantárticos del norte neuquino un pulmón vital que sostiene el aire, el agua y la vida de cientos de especies. Cada árbol y arbusto, desde los más imponentes hasta los más discretos, cumple un rol decisivo en el equilibrio de los ecosistemas y en la memoria colectiva de la provincia.
En este Día del Árbol, son ellos quienes ponen voz a la flora nativa neuquina. Sus testimonios, recogidos desde las Áreas Naturales Protegidas, nos invitan a pensar que cada árbol no es un recurso aislado, sino parte de una trama mayor: la de la biodiversidad que sostiene nuestra vida y nuestra identidad como pueblo.

El pehuén, símbolo sagrado
En Batea Mahuida y Chañy, la guardaparque Florencia recorre cada día los bosques de araucarias. Para ella, custodiar el pehuén es mucho más que una labor técnica: “Es un testigo milenario de la historia del territorio, un árbol sagrado para el pueblo mapuche y una especie única en el mundo. Su presencia impone respeto, fortaleza y resiliencia”.
Con talleres, charlas y recorridos guiados, Florencia transmite a los visitantes la importancia de esta especie que no solo da alimento y refugio, sino que conecta cielo y tierra en la cosmovisión mapuche. “Cuando alguien ve por primera vez una araucaria, siente que está frente a un ser de otra era. Ese asombro es una oportunidad para sembrar conciencia”, explica.
El colimamil, resistencia en la aridez
En el norte neuquino, el guardaparque Fabio custodia el colimamil, un arbusto endémico que sobrevive en rincones del Domuyo y Tromen. “Es pequeño, pero vital. Tiene una distribución muy restringida y, en algunos sitios, alcanza el porte de un arbolito. Lamentablemente, su uso intensivo como leña lo pone en riesgo”, cuenta.
Su tarea diaria es educar a los visitantes sobre la importancia de conservarlo: “Nada es casual en la naturaleza. Cada especie cumple un rol decisivo en el equilibrio del ecosistema. Cuidar al colimamil es cuidar la historia natural de este lugar”.
Los bosques subantárticos, pulmones del norte
Más al norte, en la Laguna de Epu Lauquén, el guardaparque Emmanuel protege un ecosistema único: los bosques subantárticos de roble pellín, lenga y ñire. “Son verdaderos pulmones de la tierra: producen oxígeno, purifican el aire y resguardan las cuencas de agua dulce”, explica.
Entre sus sombras se refugian especies como el monito del monte y aves singulares, además de flores y hongos que enriquecen la biodiversidad. Pero el desafío es grande: incendios forestales, sobrepastoreo y extracción de leña afectan su regeneración. “Nuestra tarea es proteger, patrullar y educar. El bosque es un hogar vivo, y su futuro depende de todos”, resume.
Los cipreses milenarios, un relicto del tiempo
En Cañada Molina, Nico cuida ejemplares de cipreses que superan los mil años de vida. “Es un orgullo saber que estoy protegiendo árboles que son descendientes de un relicto aislado en la última glaciación”, señala.
Junto con otros guardaparques realiza la cosecha de semillas para repoblar el bosque, en un trabajo manual y paciente que asegura nuevas generaciones de cipreses. “Cuando los visitantes descubren su edad y su historia, se sorprenden. Es muy gratificante ver cómo se despierta esa conciencia de cuidado”, afirma.
Árboles que son memoria y futuro
Los relatos de Florencia, Fabio, Emmanuel y Nico nos recuerdan que la flora neuquina es mucho más que paisaje: es identidad, alimento, oxígeno, agua y cultura. En cada árbol late una historia compartida, un lazo entre naturaleza y comunidad.
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