De coger ni hablar

 

Juli está por cumplir un año y medio sin coger. Cool, linda, veintitantos, artista textil y dj, pero no tiene deseo sexual. Es Enero de 2021, la ciudad se mueve al ritmo pandémico y sus amigas repiten como un disco rallado  “coger es lo más”. Ella se siente una freak. Sí tiene ganas de un momento íntimo compartido que (casi siempre) sobrepasa lo accesible en el sexo casual. Un poco por presión social, otro poco por curiosidad, decide bajarse algunas apps: Okcupid, Bumble, Hinge. 

En dos semanas tiene cuatro salidas con diferentes chicos. Solo los besa. La quinta cita es un plan muy pandemia: un vino en las mesas de ajedrez de la plaza de la estación Coghlan, cerca de la casa de ambos. Con este chico decide terminar su celibato. 

Después de este encuentro fortuito una nueva era comienza: tiene encuentros sexuales, se divierte, se siente en control y cómoda. El tiempo pasa y el vínculo crece, el chico le hace propuestas: planificar un viaje juntos a la costa, ir a almorzar el domingo con sus papás, etc. Pero días después de estas soft declaraciones de amor, sin previo aviso, el varón en cuestión la ghostea. Ante la impotencia de haberse expuesto a la posibilidad de encarar un nuevo vínculo y que las cosas hayan culminado con la crueldad de una desaparición, Juli vuelve a pasar meses sin coger. Tal cual el meme de “cómo actúa un chabón la noche anterior a ghostearte”. 

***

“La nueva generación de jóvenes no coge nada”, dicen en todos lados. En Twitter se armó una especie de riña: treintañeras vs veinteañeras. Las de 20 acusaron a las de 30 de alzadas y de no tener ningún tipo de criterio para elegir parejas sexuales. Las de treinti retrucaron que a las otras todo les da cringe y por eso no la ponen nunca. Como representante de los dos grupos al mismo tiempo -tengo veintinueve recién cumplidos- me sentí tocada en parte por ambas acusaciones. 

No tuve mi iniciación sexual en el secundario. Fue más bien después, una noche calurosa de noviembre cumpliendo el sueño indie adolescente circa 2014 de coger escuchando AM de Arctic Monkeys. El 80 por ciento de mis amigas había tenido relaciones antes de los 18, con algún noviecito o algún random pasadas de Frizze evolution en alguna fiesta matiné. No tengo familia religiosa, fui a colegios laicos, me costaba entender porque no lograba enfrentar un encuentro. 

Más tarde lo deduje: mi “tardía” iniciación sexual tiene relación con que mi adolescencia transcurrió en espacios recontra heterosexuales y mi deseo pasaba por otro lado. También transité una maduración emocional más lenta, la intimidad con alguien me generaba ansiedad y necesité terapia para desactivarlo. Desde que empecé a coger, hace casi 10 años, tuve etapas de ponerme full al día y periodos de meses sin ni siquiera dar un beso. 

Las universidades y centros de investigación también están obsesionados con la performance sexual de las generaciones más jóvenes. Un informe de la Asociación Española de Sexología Clínica dice que la epidemia del “no sexo” viene incrementandose en las últimas cuatro décadas. Desde hace 40 años, la nueva generacion tiene menos sexo que la anterior. La Asociación Mundial para la Salud Sexual lo confirmó. 

En 2021, dos universidades entrevistaron a varones y mujeres entre 18 y 23 años y encontraron que, a comparacion con los jovenes adultos consultados diez años antes, nosotros tenemos significativamente menos sexo casual y menos sexo aun formando parte de una pareja estable de largo plazo. Nuestro celibato involuntario también maravilla al psicoanálisis. En 2024, el italiano Luigi Zoja publicó “La pérdida del deseo: Por qué el mundo está renunciando al sexo”

Todas estas investigaciones academicas demuestran que un joven con poco sexo no es un marginado social, tampoco un loser. Es uno de tantos cuya conducta en la intimidad responde a un clima de época. 

Es 2009, llegás a tu casa para almorzar. Te sentas en la PC, abrís el msn, el ares y facebook. Subís un álbum de 54 fotos de la salida a Abadia Matiné del sábado, firmas el muro de Nico, tu compa de banco, para avisarle que no llegas a pasarlo a buscar antes del campo de deportes; le das un toque a la chica que te gusta, le mandas un “hola” por messenger a la otra, también te gusta. Te pones las Converse azules, los auris conectados a tu mp3 y salis a esperar el 114 para llegar a tiempo a gimnasia. En la parada hay otra chica linda, te acercas tímidamente y le preguntas si tiene facebook. 

Aunque los late millenials/early centennials seamos nativos digitales no tuvimos siempre un teléfono inteligente en el bolsillo. Yo no tuve blackberry con internet hasta la mayoría de edad. En mi adolescencia, en la matiné había competencias tácitas o explícitas: ¿quién chamuyaba y se chapaba a más personas en una misma noche? Nuestro vínculo con el encare, de adolescentes, fue un híbrido entre la danza del apareamiento online (like, like, comentario, chat) y el exponernos en vivo y en directo para finalmente poder concretar algo con alguien. Pero un acontecimiento cambió algunas reglas del juego: en agosto de 2016, instagram puso en marcha las storis

¿Qué tienen para decir los jóvenes de entre 20 y 35 años sobre el tema? Hice una encuesta entre mis seguidores de Instagram para conocer cómo veían la libido y la sexualidad de sus amigos y propias. Las respuestas fueron muy variadas. Muchos piensan que ellos y sus contemporáneos tienen un número saludable de encuentros sexuales por mes, otros dijeron todo lo contrario. Ven a sus amigos menos erotizados post pandemia, sobre todo por el estrés relacionado con la economía: 

—Da paja vincularse. La teoría del fin del mundo acabó con toda posibilidad de magia y ánimo al vértigo, a lo impredecible —dicen. 

Algunos pocos dijeron lo contrario, que la gente se quería poner al día y las redes ayudaban. Según pude saber, nuestro aproach al mundo del erotismo se ve influenciado por: los usos de las redes sociales, nuestra salud mental, el porno, los nuevos feminismos, el individualismo o la oda a los objetivos personales, la situación económica local y mundial, y todos estos factores entre sí. 

Barthes decía: “En el juego del amor todo acto es entendido como un signo que debe ser interpretado”. Hoy, las redes se convirtieron en un campo de batalla donde hay que aprender a interpretar gestos (o dejar de interpretarlos compulsivamente), lidiar con la inmediatez, con la espera, e intentar no morir de ansiedad. 

—Las nuevas tecnologías habilitan una forma de poder para quien hace esperar y de control para quien espera porque estará pendiente que le responda —dice Mariana Palumbo en Esperar y hacer esperar. Escenas y experiencias en salud, dinero y amor

El cringe, el fomo y el ghosteo son expresiones nuevas que describen con precisión ciertos comportamientos y sensaciones disparadas por las interacciones online. 

—No me gusta tener que perderme de algún evento por una cita, compiten la incertidumbre del romance versus la certidumbre de salir con tus amigos y saber te vas a divertir —me comenta Juli. 

Las redes pueden darte una sensación de infinitas posibilidades de interacción y a veces terminas “sin el pan y sin la torta” porque te neurotizás y te ponés muy selectivo. La antropóloga y bióloga estadounidense Helen Fisher dedicó su vida al estudio científico del amor romántico. Decía que los humanos estamos biológicamente preparados para elegir entre siete opciones. Cuando hay más, nos abrumamos y no terminamos eligiendo ninguna. Según Juli, el fomo (fear of missing out: miedo a perderse de algo) no es algo que la tire para atrás a la hora de comprometerse con una salida pero el cringe, la vergüenza ajena, sí: 

Hace muy poco, fui a una fiesta y vi un chico lindo, me acerqué, le bailé y me lo chapé. Después, le pedí el ig y lo anoté en las notas del celu porque estábamos en una fiesta en un sótano donde no había señal. Cuando me voy, lo stalkeo y me dio super cringe su feed. Era influencer, medio comediante. Dije ‘a esta persona ni en pedo me la cojo, ya sé demasiado, está demasiado disponible, mucha información te hace cortar antes la interacción’ me confiesa Juli— Instagram tiene muy un alo de construcción de marca personal. 

Parece muy sencillo deserotizarse cuando hay acceso a tanta información descontextualizada:

—La no respuesta es entendida como una forma de incumplir con la reciprocidad que el romance requiere para seguir tiñendo la relación —dice Mariana Palumbo sobre el ghosteo. 

Entonces, inevitablemente el vínculo caduca.  

Las redes sociales afectan la relación erótica que uno tiene con los demás, pero también la que uno puede tener con uno mismo. “El deseo es el deseo del otro”, dice Lacan. Siguiendo esta premisa si, por ejemplo, recibo muchos likes, me puedo percibir como deseable, sino, no. Santiago tiene 27 años, es heterosexual, guionista y vive en Villa Urquiza,cuenta como los likes y la aprobación ajena inciden en cómo se siento respecto a si mismo: 

Si me autopercibo lindo, voy a tener más confianza, lo que me va a permitir encarar relaciones con otro desde un lugar de mayor seguridad. 

Al estar expuesto a imágenes que muestran siempre cómo se puede estar mejor, agrega, tiene más juicios y dudas; le generan inseguridades y afectan su deseo hacia él mismo y hacia otros. 

A los once años estaba pasando una tarde post colegio en lo de Sol, una compañera de séptimo grado. Era de día y estaban limpiando el comedor, así que nos mandaron a tomar el nesquik a su cuarto. Hija de un ingeniero en sistemas, Sol tenía computadoras en todas las habitaciones. En su escritorio, Sol abrió una versión dosmilera de los Sims en su PC y me dijo “mirá esto”. El monitor proyectaba un video con dos chicas como protagonistas, desnudas, haciendo cosas completamente escatologicas. Un hito de mis contemporáneos: two girls one cup. Somos una generación que tuvo acceso a la pornografía desde la niñez. 

Santi consume pornografïa desde que tiene 12 años. El porno fue su primera aproximación a una educación de la sexualidad: 

—Me acuerdo de pensar ‘esto es lo que le gustaría a una mina’ pero cuando, de adolescente, empecé a tener relaciones sexuales ví un contraste muy grande — cuenta— hay mucha gente que prefiere quedarse en su casa, ver pornografia o sexchatear, a salir y verse en persona. 

Él prefiere siempre el vivo.  

Rocío, tiene 28 años, es psicóloga y hace 1 año y medio que toma antidepresivos porque la ansiedad no le permitía vincularse, ni tener citas: 

—Cuando empecé a tomar antidepresivos pude salir con gente, pero las ganas de coger medio que se te pasan —dice— Aunque a veces puede ocurrir lo contrario. En general a las personas más bien depresivas, hay algo de poder volver a salir al mundo, de salir de ese estado de dolor psíquico, que les sube la libido. 

La generación de nuestros viejos, en el mejor de los casos, tuvo un trabajo de 9 a 17 hs, vacaciones pagas y tiempo de ocio. Nosotros casi seguro trabajamos en empleos informales y estamos sumergidos en un inconsciente colectivo alimentado por la falsa ilusión de que es posible volverse millonario o famoso. La presión de la productividad se vuelve mucho más grande. La hiperproductividad como mandato del capitalismo hace que las exigencias en torno al trabajo ocupen demasiado espacio en la vida de las personas, dice Florencia Alcaráz

—Estamos muy expuestos a la competitividad con las redes sociales, a gente que hace lo mismo que nosotros y ofrece sus servicios, y eso genera ansiedad —explica Santi. 

Además cuando estás llegando justo a fin de mes, la tentación de quedarse en casa es grande: 

—Me quedo acá, hago la mía, no gasto plata, miro videos en Youtube.

¿Y la era de Milei?. El año pasado Juli se fue de vacaciones y conoció muchos amigos de amigos, pero la mayoría habían votado al PRO o a Milei: 

—Lo viví como un momento de convivencia democrática, pero claramente no me calentaba coger con ninguno —confiesa. 

Además, el avance de los nuevos feminismos del XXI trajo nuevos desafíos. Ahora Juli se anima a encarar a un chico que le gusta, no ocupa inexorablemente un rol pasivo o hacerse desear ni decir que no porque queda más cool. Pero también está más expuesta al rechazo o el otro puede retraerse si es muy frontal. Habitar esos nuevos espacios, con nuevos dolores o miedos sociales también pueden intimidar: —Me pasó de hablar con algún pibe, había interés mutuo, likes y le dije de hacer algo y el interés de él se fue.

***

Juli le dio una vuelta de tuerca y encontró su propia manera de vivir los períodos en los que no coge: —Me siento muy creativa cuando estoy celibe y empecé a flashear con el celibato como una resistencia. Como en el medioevo, cuando muchas pibas terminaban siendo monjas porque era la única posibilidad de desarrollarse creativamente y vincularmente por fuera del matrimonio en esa época.

La entrada De coger ni hablar se publicó primero en Revista Anfibia.

 

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