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Gran respuesta a las actividades propuestas por Turismo
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Guerra declarada entre el PRO y los libertarios por posiciones de poder en los Concejos
Se espiraliza en la provincia un escenario de guerra abierta entre el PRO y La Libertad Avanza (LLA) por posiciones de poder dentro de los concejos deliberantes, como antesala a lo que será la disputa por las intendencias en 2027.
Como adelantó LPO, en Bahía Blanca se materializó la ruptura de la alianza con la asunción como presidenta del Concejo de la ritondista Gisela Caputo, que desplazó así a Mauro Reyes, alineado al referente libertario en esa ciudad, Oscar Liberman.
Para su designación, la concejal PRO tuvo el voto de los nueve concejales que responden al intendente peronista Federico Susbielles y de otros cuatro opositores. De inmediato, Liberman salió a denunciar una «matriz de pagos de cargos por votos».
Pero en el PRO acusaron a los libertarios de no mocionar ningún concejal para la presidencia a pesar de tantear votos para posicionar al bullrichista Fernando Compagnoni y recordaron que el libertario Reyes también había llegado a la presidencia con los votos del peronismo, pero que ahora «solo tenía tres votos».
Para poner en evidencia el respaldo de Cristian Ritondo a esa movida, el PRO bonaerense salió con un posteo de salutación a Caputo, mientras que el jefe del bloque PRO en Diputados de la provincia, Matías Ranzini, cruzó las quejas libertarias: «Nadie más mocionó para que otro sea presidente del Concejo Deliberante», dijo.
La concejal ritondista Gisela Caputo y un pleno amarillo PRO al asumir la presidencia del Concejo.
Lo sucedido en Bahía no es un caso aislado. Incluso, dirigentes de ambos espacios consultados por LPO lo enmarcan en un contexto de descomposición del acuerdo PRO-LLA que ya se ve en otras ciudades de la provincia por lugares de poder que, en paralelo, marcan el inicio de la disputa por posicionarse hacia 2027.
«Cristian dijo que el PRO tiene que tener candidatos en los 135 municipios», dijo un dirigente amarillo que anticipa la disputa con los libertarios.
Por caso en Bahía, donde Liberman volverá a ir por la intendencia, el desmarque del PRO de la estrategia libertaria va de la mano con el objetivo amarillo de construir una alternativa amarilla para el municipio, que pone como posibles competidores a la propia Caputo o al líder del PRO local, el concejal Emiliano Álvarez Porte.
El PRO y los libertarios al borde de la ruptura en Bahía Blanca por la suba de tasas de Susbielles
El conflicto por la designación de autoridades también se registra en Necochea, donde los libertarios liderados por el concejal Mariano Valiante acordaron con el intendente axelista Arturo Rojas la continuidad de Marcelo Schwarz en la presidencia, a pesar de la intención del PRO de posicionar a un opositor.
Fuentes del PRO en la Quinta sección señalaron a LPO que los libertarios cedieron la presidencia a cambio de un cargo rentado (Secretaria), además de las vicepresidencias primera y segunda.
La situación resquebrajó la relación entre Valiante y la referente del PRO Necochea, la concejal ritondista Eugenia Vallota.
El PRO y los libertarios ya arrancaron la pelea por las intendencias del Conurbano
En el PRO señalaron que Valiante le ofreció a Vallota integrarse al acuerdo con Rojas ocupando la vice segunda, pero que la concejal ritondista lo rechazó. Ahí también hay dirigentes que ven como trasfondo a ese conflicto la disputa por definir quién será la figura opositora que dispute la intendencia en 2027.
En Zárate, donde gobierna el ritondista Marcelo Matzkin, el peronismo que lidera el concejal Leandro Matilla se quedó con el pleno de las autoridades del Concejo a partir del voto clave del concejal libertario Lautaro Fenestraz.
En la estructura bonaerense del PRO además exponen otros casos de desafíos libertarios a intendentes amarillos, como en Vicente López, donde el concejal libertario Luis Palomino votó en contra del presupuesto 2026 de Soledad Martínez.
En Ituzaingó, la tensión pasa entre los libertarios y el ala PRO que se referencia con Gastón Di Castelnuovo, alineado a Diego Santilli. Ese sector tiene tres concejales y en el reparto de autoridades anotó en la vicepresidencia primera a Luciana Prats.
Eso generó discordia con los libertarios, que acusan a Di Castelnuovo de mantener un acuerdo de larga data con los Descalzo que le permitió ahora negociar ese lugar para Prats a pesar de no ser la segunda fuerza en volumen de concejales.
En ese distrito del oeste del conurbano, los concejales libertarios Juan Larralde, Agustina De la Iglesia y Hugo Equiza articulan en un interbloque de cinco bancas con los ritondistas Walter y Christian Lanaro.
Escándalo libertario en La Matanza, Leila Gianni rompió con Pareja y armó un bloque con el PRO
En San Andrés de Giles, la concejal Mercedes Condesse acusó a su par libertario Augusto Bianchi de acordar las autoridades del Concejo como el intendente peronista Miguel Gesualdi, al votar en sintonía con el bloque oficialista.
En la estructura bonaerense del PRO además exponen otros casos de desafíos libertarios a intendentes amarillos, como en Vicente López, donde el concejal libertario Luis Palomino votó en contra del presupuesto 2026 de Soledad Martínez.
Ese cuadro de fragmentación se expone aún más en municipios del conurbano donde gobierna el peronismo, en donde, como contó LPO, crecen los cruces entre el PRO y los libertarios que, además de ir en bloques separados en los concejos, ya chocan por 2027.
EL COMPOSTAJE PUEDE REDUCIR MÁS DE 20 MILLONES DE KILOS DE BASURA POR DÍA EN ARGENTINA
PorLa TapaSi cada argentino hiciese esta práctica, más de 20 millones de kilos diarios de «basura» no terminarían en un relleno sanitario. Cada habitante de este país desecha aproximadamente 1 kilo de «basura» por día. Si nos enfocamos en lo orgánico, esos 22 millones de kilos diarios, en lugar de transportarse y pudrirse en los basurales…
Sabés que no aprendí a vivir
En la masterclass que dio Paolo Sorrentino en Buenos Aires, una profesora de cine le pidió un consejo para sus estudiantes. Él respondió que para lograr originalidad poética no alcanza con ver películas, leer libros y asistir a museos.
—Lo importante —dijo— es ensuciarse las manos en el barro de la vida.
Sólo atravesando ese enjambre que son los afectos aparece algo distinto para contar.
Esa idea de Sorrentino atraviesa de punta a punta Hal & Harper, la miniserie de ocho capítulos que escribió, dirigió y protagonizó Cooper Raiff y estrenó Mubi. Se trata de una historia sencilla, una ficción armada con fragmentos de vida familiar: una casa que se vacía, una familia que se desarma, unos hermanos que se cuidan y lastiman, un padre viudo que vuelve a enamorarse, la noticia de un nacimiento. Nada parece extraordinario y sin embargo todo vibra en una sintonía de realidad que conmueve y desarma.
Hay algo en la forma en que Cooper Raiff filma estos vínculos que resuena con lo que decía Sorrentino: la originalidad no está en el artificio, sino en la manera en que se mira lo más banal. El universo poético de Hal & Harper nace de ese barro afectivo donde crecer es, por momentos, un salto al vacío y por otros, apenas seguir respirando.
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Hal y Harper son dos hermanos en sus veintipico que viven una cercanía tan intensa como difícil de nombrar: Hal (Cooper Raiff), un universitario inquieto, eléctrico, por momentos desbordado; Harper (Lili Reinhart), su hermana mayor, que intenta sostener un trabajo, una relación amorosa de años y una rutina que ya no la entusiasma. También hay un padre (Mark Ruffalo): un hombre silencioso y apesadumbrado intentando rearmar una vida que se vino abajo. A diferencia de Hal y Harper, nombrados una y otra vez, de él nunca escucharemos su nombre, siempre será El padre (pero, si afinamos el ojo, al final, aparecerá en un libro escrito para niños). Ronda los 60 años, está en pareja con Kate, de 38, espera un nuevo hijo y decide vender la casa donde Hal y Harper crecieron. Sobre esa noticia se monta un clima denso que, pronto entendemos, tiene su origen en una herida previa: la muerte muy temprana de la madre.

H&H avanza como un cuadro impresionista, como una composición hecha de destellos que se tocan y se separan, manchas que son escenas, tiempos, traumas, angustias y recuerdos. No hay jerarquías: un gesto mínimo tiene la misma fuerza que una discusión feroz, un silencio pesa tanto como una revelación. Una niña pequeña que señala el agujero en un pantalón diciendo “tienes un hueco, papá” aparece fugaz y se superpone con lo que en apariencia es el presente. La serie respira con esa lógica fragmentaria, como es realmente la vida: capas sucesivas de memoria afectiva, donde lo que pasó y lo que está pasando no se distinguen del todo, donde el tiempo existe y no existe a la vez. Los recuerdos no son nítidos, ni producen en todos las mismas huellas. Aparecen como una irrupción que captura a los personajes en un estado de desconcierto. No hay un regreso ordenado al pasado; hay escenas que emergen sin forma fija, casi como texturas emocionales, como sensaciones que permanecen en el cuerpo. Raiff entrena al espectador en ese modo de ver y explota el recurso televisivo de la entrega semanal. Lo hace en capítulos de no más de 29 minutos. Esta estructura concisa, condensada desde un borrador inicial más extenso, funcionó como una destilación del material: el proceso de edición forzó un foco más nítido en la dinámica familiar esencial, elevando la importancia de cada interacción. Así en cada episodio la emoción se concentra en esos destellos de belleza y vulnerabilidad.

Resuena algo de As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty, la película-diario en la que Jonas Mekas construye un mundo a partir de fragmentos domésticos, breves luces que no buscan explicar nada, que solo hilvanan destellos de vida. Aunque aquí hay una intención narrativa muy distinta a la de Mekas, Raiff filma como si buscara lo que el lituano encontraba en sus cintas: el instante que se ilumina, que aparece y desaparece antes de que podamos nombrarlo. Esa lógica de destellos convierte a la serie en un diario emocional donde la memoria es una materia en movimiento, un flujo que avanza sin organizarse del todo.
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El artificio más evidente es también el gesto más honesto de H&H: los actores adultos interpretan a sus personajes también cuando tienen siete y nueve años. La confusión que produce este recurso, más que desorientar, revela. Raiff y Reinhart Corren por el recreo junto a sus compañeros, escuchan que no los invitan a un cumpleaños, resuelven una tarea de primer grado sentados en pequeños pupitres o intentan despertar a un padre con depresión que se olvidó de llevarlos a la escuela: la serie no organiza el pasado ni el presente, porque los personajes tampoco pueden hacerlo. La forma se vuelve entonces un espejo emocional que, al negarse a ser cronológico, sumerge al espectador en el mismo desconcierto en el que se encuentran los protagonistas.



Esta apuesta muestra cómo esa infancia sigue respirando dentro del presente y sigue lastimando a los adultos que hoy son Harper y Hal. La continuidad de los cuerpos también resuena en eso que escuchamos más de una vez en la serie: niños que crecieron demasiado rápido, niños que estuvieron solos ante lo insoportable. Pero también niños que hicieron una especie de pacto, que se cuidaron a capa y espada ante la muerte. Esos cuerpos cargan con la memoria física del trauma, pero también con la posibilidad de la redención. En lugar de ofrecer un pasado explicativo, la serie muestra algo más íntimo: ese pliegue donde el niño y el adulto son la misma persona, donde el tiempo no avanza ni retrocede sino que se superpone, como si cada versión de uno mismo intentara todavía entender qué le pasó. El recurso, lejos de ser una rareza estilística, revela la verdad emocional de Hal & Harper: el presente no se entiende sin un niño que busca aire, y el pasado sólo cobra sentido cuando un adulto se atreve a mirarlo.

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Escuchamos una y otra vez decir que Hal & Harper es una serie sobre la sanación. Lo interesante es la forma en la que Raiff entiende ese healing del que habla. En esa convivencia entre lo que dolió y lo que todavía duele, en esos pliegues entre los niños de antes y los adultos de ahora, la serie sugiere que ninguna sanación es definitiva. Como los destellos de Mekas, el alivio a veces viene como espasmos. Y eso se siente en distintas escenas que no son necesariamente el desenlace: el aro de basquet, la guerra de nerfs en la mitad de la noche, o la más significativa: cuando la pequeña Harper quiere cantar. Es una nena tímida, retraída, con pocas amigas, que pasa los recreos leyendo y no le interesa el deporte. Cuando le menciona al padre su intención de tomar clases de canto, él reacciona con extrañeza, como si no supiera bien cómo manejar ese deseo que desborda la imagen que tiene de ella. Con torpeza, le dice que, para poder cantar, hay que nacer con algo. En el capítulo final, pero en un tiempo que también es pasado, Harper canta en un acto escolar I Will Survive y Hal y el padre quedan deslumbrados. Más tarde, en el auto, hay un instante luminoso, un pequeño alineamiento afectivo que no corrige nada del dolor que comparten y del que no hablan, pero sí lo suspende. Esa escena trasluce lo que H&H viene a decir sobre la superación: que ninguna sanación es de una vez y para siempre, que lo reparador aparece a veces como un destello breve, un glimpse of beauty. H&H mira esos instantes con tiempo; no los convierte en epifanías, apenas los deja brillar lo suficiente como para recordarnos que también de esos instantes se sostiene una vida: miracles and crosses, milagros y cruces, canta Alex G sobre el final.

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Hay algo más que Hal & Harper hace con precisión casi documental: la organicidad con la que muestra cómo el teléfono media los vínculos afectivos. No como un obstáculo ni como una amenaza, sino como una extensión real de la intimidad. Los personajes llaman, escriben mensajes, borran y reescriben, se mandan audios larguísimos que llegan cuando deberían estar dormidos, leen y no responden. Esa mediación, que en otras ficciones aparece como un frío intermedio o es omitida, acá es parte del pulso emocional: un mensaje puede ser una caricia, un llamado puede lastimar. Raiff filma los teléfonos sin distancia, como si entendiera que hoy los afectos también pasan por esas pantallas que guardan voces, silencios, dudas y pequeños instantes de amor. Es una fidelidad tan literal a la forma en que vivimos que, en lugar de enfriar el drama, lo vuelve más real.
La música aparece como un alivio inesperado, una especie de respiración que afloja la densidad emocional en la que nos sumerge cada breve episodio. La playlist resulta una larga lista de canciones de indie folk íntimo, hecha de guitarras suaves y voces frágiles. No es un recurso nostálgico ni un marcador de época: suena como un pulso interno, como si las canciones emergieran desde un rincón de la memoria que los personajes no saben que conservan. Las canciones acompañan además los saltos de diez años con naturalidad, como cuando suenan Miracles de Alex G o Garden Song de Phoebe Bridgers, por un instante todo se ilumina y algo se vuelve más liviano. Como si la música supiera cómo suspender el peso de las cosas.
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La serie es vaga sobre los detalles de la muerte de la madre. Escuchamos decir que murió en “un accidente de auto”, que su auto “cayó por un barranco”, que fue “un accidente público”, pero también que “abandonó a su familia”. La narrativa se niega a cerrar ese evento en una causa simple o a nombrarlo de manera definitiva. Esa ambigüedad es deliberada y remite al drama interno: el dolor del padre es tan inhabilitante, su depresión tan profunda, que la muerte se siente en el aire como algo no resuelto, como una herida que lleva la carga de una culpa, independientemente de los hechos. La duda que tenemos es la que tiene Harper niña y adulta: ¿por qué se fue?. La serie no necesita confirmar un suicidio para que los personajes se sientan responsables; es ese hueco narrativo, ese evento nunca del todo comprendido ni hablado por ellos, lo que captura a Hal, Harper y al padre en un estado de desconcierto permanente. La incapacidad del espectador de entender qué pasó es un reflejo de la incapacidad de los protagonistas de cerrar el pasado y avanzar.Un padre paralizado por la pérdida, incapaz de darle a sus hijos la seguridad que necesitan; unos hermanos unidos por una lealtad que los ahoga; la pérdida material de una casa que cristaliza también la pérdida de un tiempo; la inminente llegada de un “nuevo” hermano que enfrenta a los hijos con un “nuevo” padre, un amor distinto como el que se inventa con la pareja del padre cuando la distancia generacional es mínima (no hay palabras para nombrar esto, no es madrastra, ni amiga, es otra cosa). Todo está como pegoteado: se trata de una proximidad tan grande que entorpece el afecto.

La trama familiar se convierte en una crónica sobre la necesidad universal de separarse de la familia para poder armar lo propio, sin distanciarse del todo. Es interesante que tanto el clímax del trauma como su distensión se den a partir de la irrupción de una ajena al triángulo amoroso: Kate, la pareja del padre, reorganiza el mapa afectivo introduciendo un nuevo código, otras formas del amor y las expectativas, recordando que a veces lo que más necesitamos para salir del ensimismamiento es un otro, uno de palo y de afuera. Lo dice Harper cuando agradece a Kate por “hacerlos sentir como en casa”, pero lo sabemos desde los primeros capítulos en los que esta mujer, embarazada y con sus propios miedos, descoloca a los hermanos que tienen que revisar la forma en la que se mueven en esa casa que ya no es del todo propia. Ella es el contrapunto necesario a la historia de pérdida: una figura que se niega a heredar el peso del duelo ajeno, pero que, cuando el padre le pide perdón por huir, buscando con desesperación “recuperar su confianza”, responde con una certeza desconcertante: «nunca la perdiste, confío en ti». Ese gesto es la clave de la distensión: le devuelve al padre la fe en su capacidad de ser mejor, lo libera de su parálisis y desliga a Hal y Harper de su rol primario de cuidadores emocionales. Es esa posición afectiva, sin expectativas de rescate, la que finalmente permite que el vínculo de auxilio que los definía pueda disolverse para dar lugar a algún tipo de autonomía sin desligarse.

Aunque en H&H lo familiar disfuncional está llevado a un límite, el reflejo en los personajes es sencillo y orgánico, porque no hay familia sin perturbación, no hay familia sin nudos, sin capas, sin ese pegoteo. La serie nos recuerda que toda familia, incluso la más funcional, es una constelación única de traumas compartidos y pactos tácitos. Es bajo esa luz que el drama de los hermanos se vuelve universal.
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El último episodio de H&H dura el doble que el resto y es el más ambicioso y logrado de la serie. Tiene una dedicatoria: a los padres y a los niños que tuvieron que actuar como padres (for parents and parentified). El subrayado ofrece una clave de lectura: un padre ausente también es un padre. Una hermana que cuida, también es una hermana. Y hay cuidados que todavía esperan una palabra que los bautice. Lo más precioso de H&H es la compasión para mirar lo que las personas pueden y no pueden hacer. Su mayor acierto está dado por la forma en la que muestra las fallas de sus personajes sin juzgarlos, la manera en que los muestra siendo torpes e intentando enmendar sus errores: en esos tropiezos la serie vuelve a tocar nuestra tesis inicial, esa idea de que sólo en el barro de la vida aparece lo verdadero.
H&H no se trata sólo de sanar heridas antiguas, también está hecha de una confianza amorosa en la adversidad, un amor que perdura a pesar de las fallas propias y ajenas, sin mezclarse con los significantes de la incondicionalidad. “Seguridad, nunca; confianza, sí”. Lo escribió Pedro Salinas en una carta de amor y funciona también como un mantra de vida. Algo así le pide Hal & Harper a sus espectadores y es lo que sus personajes se piden entre sí: keep breathing. Ese parece ser el pacto: aprender a confiar.

Fotos: Mubi

La entrada Sabés que no aprendí a vivir se publicó primero en Revista Anfibia.
Incómodos con el ajuste en educación y ciencia, los senadores radicales acordaron votar el Presupuesto a libro cerrado: «Que pase rápido»
Los senadores radicales manifestaron su incomodidad ante Patricia Bullrich por tener que votar el presupuesto tal como llegó de Diputados, por el ajuste sobre educación y ciencia que establece el artículo 30.
«Al radicalismo se le hace indigerible el artículo 30, que despedaza la educación, la educación técnica y la ciencia y la tecnología, se acaba el 6 por ciento del PBI y pasa a ser el 1 por ciento», dijo el peronista Fernando Salino en diálogo con FM La Patriada.
En efecto, ese tramo del proyecto establece la derogación del artículo 9º de la Ley de Educación Nacional, que fijó por encima del 6 por ciento del PBI las partidas para el sistema educativo. Lo mismo propone para los artículos 5º, 6º y 7º de la Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, que garantiza una suba paulatina hasta llegar al 1 por ciento del PBI en 2032.
Otro de los incisos del artículo 30 de la ley de leyes plantea la eliminación del 52 de la Ley de Educación Técnico Profesional, un duro golpe a la formación en oficios valiosos para la industria nacional.
Desde el entorno del jefe de bloque radical, Eduardo Vischi, aseguraron a LPO que el senador correntino «seguirá defendiendo la educación y la salud pública, como lo viene haciendo». Según Salino, la definición sería «que si hay que pasar esto, lo pasamos de un solo trago, no se te ocurra meter alguna cosa distinta porque ahí es donde empezamos a tener problemas».
Milei analiza voltear por DNU las leyes de financiamiento universitario y discapacidad
En medio de la confusión del gobierno sobre su propio objetivo con el presupuesto, la jefa de la bancada libertaria insistió este domingo, durante una reunión por Zoom con representantes de todos los bloques aliados, con la chance de incorporar artículos del capítulo 11 que volteó la Cámara Baja o sacar por decreto la derogación de las leyes de emergencia en discapacidad y aumento del presupuesto universitario.
Sin embargo, Vischi ratificó la postura de rechazar cualquier modificación al presupuesto que debería tratarse en la sesión convocada para este viernes, después de Navidad, con un argumento contradictorio. El legislador correntino habría dejado trascender que para sus colegas era problemático votar el artículo 30 y utilizó ese ejemplo para persuadir a Bullrich de que decline su intento de meter artículos por la ventana.
Fernando Salino, en el recinto.
«Los radicales quieren que se vote el paquete cerrado y que pase rápido», comentó uno de los legisladores que estuvo presente en el Zoom. El bloque de Vischi cuenta con 10 miembros, mientras que los libertarios llegan a 21 integrantes.
La postura de la UCR es fundamental porque, sin el concurso de esa bancada, el gobierno carece de atajos para llegar a la mayoría de los votos o, inclusive, al quórum. Con los dos santacruceños, los dos misioneros y los aliados provinciales apenas araña las 34 bancas y necesita 37 para abrir el recinto.
Al radicalismo se le hace indigerible el artículo 30, que despedaza la educación, la educación técnica y la ciencia y la tecnología.
Por lo demás, una senadora que participó del encuentro virtual comentó a LPO que «nadie dijo demasiado» durante esa charla. «Todos tenían temor de estar siendo grabados, así que era una charla careta», admitió otro sin temor a perder la elegancia.
Al cierre de esta nota, ninguno de los legisladores consultados imaginaba que el gobierno se quedara sin presupuesto, pero no dejaban de consignar la impericia libertaria para cerrar el trámite.

