¿Cómo enfrentar el “contragolpe cultural”?

 

Así como las afirmaciones terraplanistas no modifican el hecho de que la Tierra sea redonda, así como los movimientos antivacunas no cambian la naturaleza contagiosa del Covid, el conservadurismo cultural, expresado hoy por fuerzas como las que lideran Javier Milei y Donald Trump, no modifica esta realidad: las sociedades humanas son constitutivamente diversas, heterogéneas y desiguales; en todas las comunidades humanas, pero aun más en aquellas donde existen el dinero y el Estado, hay multiplicidades y hay disparidades.

Qué hacer con esta diversidad es un debate que viene concentrando la mayor parte de la historia ideológica, filosófica y política, y que por supuesto no está saldado. Dentro de estas controversias, uno de los capítulos centrales es el concepto de libertad, que ha sido utilizado por la extrema derecha como una de sus banderas. Para los conservadores, hoy llamados libertarios, la libertad se basa en la idea de que somos todos iguales: un rico y un pobre son consecuencia del modo distinto en que cada uno usó sus posibilidades. En esta mirada, la desigualdad fáctica es una consecuencia de una igualdad ontológica. Para las corrientes conservadoras, la libertad agiganta desigualdades. El rol del Estado, además de garantizar seguridad y justicia, debe ser restringir la diversidad: el Estado, que no debería cobrar impuestos, sí debe decretar que hay dos géneros, que la familia debe estar constituida de cierta manera y que las mujeres no pueden disponer de sus cuerpos.

Desde una mirada democrática y progresista que asume que las sociedades son por naturaleza diversas, en cambio, la igualdad es algo a construir. Pero esa perspectiva hoy está a la defensiva. A través de una serie de subterfugios de ingenieros del caos, la posición histórica que conjuga liberalismo cultural, pluralismo político y justicia social ha sido estigmatizada como “woke” o “progresista”. La expresión “woke” surgió en Estados Unidos, un territorio de alta intensidad en la batalla cultural, en referencia a “despertar” (awake) ante la discriminación (“despierto” en el sentido de “concientizado”); pero hoy se usa de modo despectivo, que es la connotación que le dio Milei en su discurso en Davos. Como si las personas que descienden de esclavos o de pueblos originarios, como si las mujeres, que hasta hace setenta años no podían votar, hoy, justamente porque se reconocieron algunas de esas desigualdades, contaran con privilegios.

La derecha conservadora está presente en distintas corrientes políticas, del mismo modo que la corriente que defiende las diversidades está presente –aunque no de modo uniforme– en partidos distintos. En Argentina, el peronismo, el radicalismo, el socialismo y la izquierda cuentan entre sus integrantes con personas que defienden este punto de vista. Se trata de una corriente que busca principalmente dos metas: que las personas y los grupos sean cada vez más libres, y que esa libertad se sostenga en formas igualitarias que la hagan real y no puramente declarativa o formal. Es una corriente de opinión que pone en escena grandes tradiciones culturales de la modernidad, heredadas de la Revolución Francesa y la Estadounidense, y que no tiene una única posición en materia de desarrollo económico, justicia distributiva o lucha por la igualdad. Ese “progresismo” no está en contra de ninguna religión, pero sí lucha por una separación completa de cualquier religión y del Estado. Ninguna ley puede sustentarse en creencias religiosas. Pero sí debe haber leyes que, por motivos universalistas, exijan el respeto de todas las religiones. Esta perspectiva, sometida hoy a una fuerte ofensiva, merece una reflexión autocrítica.

Acerca de la autocrítica

La hegemonía cultural de la extrema derecha impacta en el campo progresista. ¿Los movimientos por la libertad de las diversidades se “pasaron de rosca”? La ofensiva cultural de Milei y las derechas extremas, la derrota electoral del peronismo y los niveles de inflación y pobreza que dejó el gobierno de Alberto Fernández han planteado ese debate. ¿Hay una incidencia de la lucha por las diversidades en el oscurantismo que estamos viviendo hoy? ¿No habremos ido demasiado lejos? ¿Se puede seguir sosteniendo la defensa del colectivo LGTBQi+ en el contexto actual?

Los procesos sociales y políticos siempre son imperfectos. Conocer esas imperfecciones, practicar la autorreflexión, es clave para mejorarlos. Por otro lado, se trata de movimientos profundos y de larga duración. En Argentina, por ejemplo, el movimiento masivo de mujeres de los últimos años comenzó en 2015 con el “Ni Una Menos”, una gigantesca movilización contra la violencia de género. ¿Frenar el reclamo contra los asesinatos de mujeres hubiera sido “menos radicalizado”? Y hoy, ¿qué está más vigente? ¿El reclamo de que no mueran más mujeres por el hecho de ser mujeres o la propuesta oficial de retirar del Código Penal el agravante por femicidio?

La autocrítica no equivale a autoflagelación; debe ser una reflexión sobre prácticas y políticas que nos implican. Entre las múltiples causas que produjeron esta nueva etapa histórica global de las derechas extremas están, en efecto, los profundos déficits de la izquierda, la centroizquierda y los partidos tradicionales. Pero no coincido con quienes, subidos a la marea reaccionaria, afirman que la culpa es del progresismo, de un supuesto “wokismo” o de una “excesiva” ampliación de derechos civiles. Ese argumento puede terminar en diputados que voten con Milei regresiones culturales o puede llevar a un catolicismo de gobierno en contra de la libertad de las personas y los grupos. Empieza cuestionando el DNI no binario y termina aboliendo el divorcio.

Pero entonces, ¿cuáles son esos errores de la izquierda? Si hubiera que elegir uno, diría lo siguiente: mientras las vocaciones igualitarias y de justicia social se tornaban cada vez más difíciles de lograr, en gran parte por no tener una alternativa concreta al capitalismo neoliberal, la izquierda avanzó con leyes y políticas tendientes a garantizar derechos civiles. Dependiendo de los países, se avanzó en materia de identidad de género, aborto, discriminación positiva, educación sexual, matrimonio igualitario, derechos de los pueblos originarios y los migrantes. Cuantas más dificultades aparecían en materia económica y social, cuanto más complicado se hacía sostener el horizonte de movilidad social, más se acentuaron estos derechos como compensación.

La autocrítica no equivale a autoflagelación: debe ser una reflexión sobre prácticas y políticas que nos implican.

Ese fue el gran problema. Las libertades civiles no pueden compensar el fracaso económico o social. Si son las únicas banderas que se agitan cuando se desfinancia el Estado de Bienestar, se retiran regulaciones públicas o se producen escaladas inflacionarias, como en el caso argentino, se corre el riesgo de que las fuerzas democráticas queden reducidas y debilitadas. Los límites para corregir o superar el neoliberalismo los terminan pagando los avances en materia de diversidad o pluralismo.

Mi primera tesis es que, frente a quienes creen que la ampliación de libertades favoreció a la derecha extrema, creo que su causa es el fracaso económico.

En segundo lugar, la cuestión de los particularismos. Mientras Martin Luther King buscó cambios que mejoraran la desigualdad estructural de la sociedad norteamericana, muchas políticas de la identidad del siglo XXI se concentraron en derechos particulares. Y es difícil pedirles algo más que simpatía pasiva o inactividad a quienes no están directamente involucrados en la conquista de un derecho. Esto no implica que movimientos como “Ni Una Menos”, “Black Lives Matter” o la “Marcha anti-fascista” de febrero de 2025 no hayan sido señales contundentes en la dirección correcta, sino simplemente llamar la atención sobre cuál puede ser el alcance de esas convocatorias.

Algo similar ocurre con el “lenguaje inclusivo”. Se trata de un cambio cultural crucial, que busca ampliar libertades e incluir diversidades. Pero debe expandirse a partir de la posibilidad, no como imposición. Los mayores fracasos del cambio cultural ocurrieron cuando se pretendió imponer a través de prescripciones. El liberalismo cultural busca ampliar, no restringir, las posibilidades de las personas.

El caso de las cuotas

Muchas veces, en lugar de luchar por cambiar una legislación, una política o un presupuesto, las reivindicaciones progresistas se enfocaron en personas concretas: los varones blancos, incluyendo casos de punitivismo extra-judicial, como escraches a adolescentes, altamente polémicos. En aquellos casos, hubo voces feministas potentes que alertaron que el feminismo no surgió para cambiar al dueño del poder del patriarcado, sino para modificar un tipo de poder y de dominación. El punitivismo y la cultura de la cancelación fueron algunos de los errores más graves. Pero no es verdad que sean inherentes a los reclamos por la diversidad y la libertad: fueron casos minoritarios en causas justas.

Detrás de este tipo de cuestiones aparece un problema que vale la pena debatir a futuro: la tensión entre lo particular y lo universal. Si cada uno de los grupos discriminados reclamara sólo para sí mismo, si todo se tradujera en una simple cuota por grupo, a largo plazo se terminarían socavando algunos de los consensos culturales necesarios para mantener las políticas de acción afirmativa. Un ejemplo es el de las universidades. En la mayoría de los países del mundo existe un sistema de examen de ingreso a la universidad y cupos por carrera. Al observar las universidades se hacía evidente que la abrumadora mayoría de los alumnos eran varones blancos. Eso llevó a reclamar políticas de cuotas raciales, étnicas y nacionales, como las que se terminaron concretando en Estados Unidos y Brasil. Este sistema garantizaba una mayor presencia de diversidades, restando lugares a los blancos. Pero, ¿qué quedaba, por ejemplo, para los blancos pobres? ¿Quién se preocupó de su situación? En muchos casos fueron los grandes olvidados, lo que contribuyó a que volcaran su respaldo a fuerzas políticas conservadoras que dicen defenderlos. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera incluido una cuota general para los estudiantes de colegios públicos de bajos recursos en el ingreso a la universidad? Mientras en un terreno puramente cultural la especificidad por grupo es adecuada, en cuotas vinculadas a desigualdades puede no producir las consecuencias buscadas.

En un mundo dominado por la incertidumbre económica, en el que se achican los recursos públicos, muchos países optaron por un modelo de cuotas para asegurar la presencia de los grupos discriminados no sólo en el acceso a la universidad sino también al empleo público –y en ocasiones al empleo privado–. Esto implica que los logros de la ampliación hacia los sectores discriminados se hicieron sobre la base de una reducción relevante de la participación de los sectores anteriormente privilegiados. Y esta estrategia, correcta desde un punto de vista filosófico, se topa con un problema político. Las personas de carne y hueso que se ven afectadas, que no logran ingresar a la universidad o no consiguen empleo, se van pasando en masa al ejército del “contragolpe cultural”, esperando el surgimiento de un Trump, un Milei o cualquier otro líder que proponga revertir la situación.

Se trata de un error recurrente del progresismo: no percibir el dolor de las víctimas de sus políticas, y no elaborar una respuesta. Mi punto es sencillo: si se presuponen las restricciones económicas, como de hecho las aceptaron la mayoría de las fuerzas de centroizquierda en Europa y América, que los perdedores de la discriminación positiva pasen al otro lado es inexorable. Pero si se cuestiona un modelo que reduce los impuestos a la riqueza y desfinancia al Estado, y se usa ese dinero para ampliar el acceso a la universidad y el empleo, logrando mejorar la diversidad sin afectar drásticamente los espacios previos, la base política de la derecha extrema quedará reducida. Es cierto que esto no es posible para los varones privilegiados, que inexorablemente se verán afectados: será necesario pensar una política cultural específica para ellos.

La defensa de la libertad

Estamos ante un feroz ajuste a las libertades y es urgente emprender una fuerte defensa de políticas por la libertad basada en igualdades. La libertad, convertida en el eslogan hueco de la extrema derecha, no puede ser resignada por las fuerzas democráticas y progresistas. El principio básico de la lucha por la libertad es maravilloso: que las personas y los grupos puedan autorrealizarse en todas las dimensiones de la vida. Esto incluye su identidad de género, étnica, nacional, local, religiosa, así como su libertad de expresión, en la familia, en el trabajo…

Esas libertades tienen un requisito: un piso de igualdad, porque quien sufre desnutrición no puede ser libre, quien no puede acceder a la escuela no puede ser libre. Una comunidad libre es aquella que garantiza un piso de igualdad para todos sus miembros.

Los libertarios conservadores de la extrema derecha afirman que ser iguales es que cada uno se las arregle como pueda. Es una propaganda basada en la negación de la historia tal como sucedió. Los esclavos existieron hasta el siglo XIX bajo el imperio de la ley, y los afrodescendientes continúan siendo discriminados en prácticamente todos los países de América y Europa hasta hoy. La conquista colonial existió. El patriarcado y la desigualdad de géneros existieron… y todavía existen. En muchos países las mujeres votan recién desde hace algunas décadas. Y en la mayoría de los países europeos y americanos jamás hubo una presidenta o una primera ministra mujer. El capitalismo, por su parte, tiene mecanismos poderosos para reproducir la desigualdad de clases entre generaciones: a través de la herencia y también de la “herencia de clase”. La mayoría de los hijos de personas pobres son pobres. La movilidad social ascendente está en crisis en la mayoría de los países, y los mecanismos sociales que la hacían posible se están debilitando a un ritmo vertiginoso. Los libertarios conservadores quieren liquidar esos mecanismos, del mismo modo que se proponen atacar las leyes que tienden a asegurar libertades vinculadas a la diversidad y la disidencia. Esto implicará también contrarrestar su ofensiva individualista poniendo en valor la solidaridad, lo común y lo público. Enfrentar políticamente aquel proyecto exige autorreflexión y determinación.

 

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  • El último milagro de Rosalía

     

    El Camino de Santiago tiene más de doce siglos de antigüedad. Comienza en distintos puntos de España, Francia y Portugal y por él pasan más de medio millón de peregrinos anualmente. Se dice que en el año 813 se detectó que ahí estaban enterrados los restos del apóstol de Jesucristo, Santiago el Mayor, y que el rey Alfonso II mandó a construir una iglesia que hoy es la Catedral de Santiago de Compostela. Desde entonces, feligreses de todo el mundo recorren distintos trayectos a pie, en bicicleta o a caballo para pedirle o agradecerle por algo. Entre esos caminantes, en 2011 y con 19 años, estuvo Rosalía.

    Sola, la cantante pop más vanguardista de la escena actual, recorrió 800 kilómetros que le permitieron acceder a la certificación Compostela, un papel sellado por la Oficina del Peregrino de la Catedral. En esa aventura, que duró 32 días, la joven cantante catalana recorrió viñedos, pueblos y hasta escaló pequeños cerros con ayuda de bastones para trekking. Para guiar su camino, utilizó los mojones de piedra con el dibujo de una estrella irregular pintada en azul y amarillo que representa gráficamente el mapa de los senderos oficiales. Durmió en refugios, hostales y conventos que las monjas disponen para el descanso de los peregrinos a cambio de algunos euros. También se unió a grupos de caminantes, charlaban sobre sus odiseas y se tomaban unas cañitas en los bares locales cuando el sol bajaba y las piernas pedían descanso.

    El día que llegó a Santiago de Compostela con los gemelos entumecidos, Rosalía se largó a llorar de la emoción. Sin poder creer su hazaña, caminó hasta la Catedral. Parada delante del Pórtico de la Gloria, mientras observaba la magnificencia del tallado en granito de estilo gótico, rezó y le pidió por su futuro a Santiago el Mayor.

    “Quiero vivir de la música”.

    Que Rosalía haya cumplido su deseo no fue resultado de una fe ciega ni de azares, fue a causa de una mezcla de talento, rebeldía y audacia. Si bien la cantante de flamenco se hizo conocida por combinar el ritmo andaluz con el pop y los sonidos urbanos, Rosalía no escuchó a Camarón de la Isla hasta que tuvo 13 años. En su casa, su mamá cantaba David Bowie, su abuela cocinaba escuchando Pavarotti y ella pateaba el barrio industrial donde se crió con Daddy Yankee en los auriculares. Esa mixtura musical que se fue acumulando en su cabeza desde la preadolescencia es solo el comienzo de lo que hoy traduce a cada uno de sus discos. 

    Rosalía, la filósofa; Rosalía, la teóloga

    En una época dominada por la inmediatez, la hiperconectividad y la información fragmentada, resulta casi subversivo que una artista de alcance global como Rosalía decida publicar un disco de dieciocho temas que se articulan en cuatro movimientos, como las composiciones clásicas. Con la escucha desplazada del álbum hacia la playlist, y una industria que exige canciones producidas para entregar dosis rápidas de satisfacción en donde la música deja de ser arte para volverse estrategia de permanencia, una propuesta así tiene un gran gesto de resistencia. Con LUX, Rosalía pide tiempo, atención y entrega: “Sí, le estoy pidiendo mucho a mi público pero es que más estamos en la era de la dopamina, más quiero lo opuesto”, dijo en Popcast, el podcast de música de The New York Times hace unos días.

    Rosalía aborda la espiritualidad como nunca antes. Este es un tema recurrente en su cabeza. Su primer disco flamenco se llama Los ángeles (2017) y el segundo, El mal querer (2018), en cuya portada aparece como una santa y donde despliega unas cuantas referencias al catolicismo. Sin embargo, en este álbum, la inspiración principal es la mística femenina de distintas épocas y regiones. Resulta que Rosalía se pasó los últimos tres años leyendo gran cantidad de hagiografías, como las de Hildegarda de Bingen, Miriam la Profetisa, Santa Olga de Kiev, Rabi’A Al Adawiyya y Santa Teresa de Jesús, además de teorías y biografías de filósofas y pensadoras como Simone Weil, Chris Kraus y Ursula K. Le Guin. Cada una de estas mujeres inspiró un track distinto y la catalana decidió que algunos fragmentos de las letras debían estar en los idiomas nativos de estas protagonistas. Un poco como un homenaje, otro poco por la admiración que le provoca la musicalidad que tienen las palabras en cada lengua. 

    Mientras algunos repostean en redes videos con fragmentos de entrevistas donde ella refiere a la variedad idiomática del disco y la critican por apropiación cultural, Rosalía se planta: “Pertenezco al mundo y el mundo está tan conectado que por qué pondría una venda en mis ojos”. Su elección es construir desde la globalización como una herramienta de conocimiento y apertura al mundo, pero no con una búsqueda de estandarización, sino con apreciación a la multiculturalidad que genera la posmodernidad en la que vivimos.

    Si no se hubiera dedicado a la música, Rosalía hubiese estudiado filosofía y teología. Para ella hay demasiadas mujeres en la historia de las que no hemos escuchado lo suficiente y LUX es su manera de ponerlas en la mira: “La literatura masculina es de héroes y triunfos, sin héroe no hay buena historia; y si no hay conflicto, no hay buena narrativa. En la literatura femenina no hay hitos, son procesos de transformación de personas que atraviesan desilusiones”, analiza. Para ella, lo central de LUX es la lírica y la música es la excusa para compartir esas palabras que deben ser dichas.

    Al darle play a “Berghain” —el primer corte de difusión de LUX que estuvo disponible unas semanas antes de la salida del disco— se vuelve evidente el objetivo de la pieza. La canción empieza con la orquesta de la Sinfónica de Londres y un coro que canta en alemán durante un minuto, dejando en claro que la paciencia y la escucha atenta tiene un rol fundamental en la composición. Después Rosalía sorprende cantando ópera y demostrando que su capacidad vocal de soprano llega perfectamente a ese estilo de canto. Su entendimiento del pop —o sea, una versión alternativa y orquestada— aparece pasado el minuto y medio en manos de la islandesa Björk y luego con el cantante estadounidense de música electrónica experimental Yves Tumor. Así, Rosalía dice que esto también puede ser pop comercial: “Tiene que existir otra manera de hacer pop. Björk lo demostró, Kate Bush lo demostró. Necesito pensar que lo que estoy haciendo es pop porque sino no creo que pueda estar alcanzando el éxito”, le dijo a The New York Times.

    Antes de LUX (a.L.)

    “Rosalía aún no sacó su disco y yo ya estoy cansado de todos los análisis”, decían en redes sociales antes de la salida de LUX. Es cierto que el algoritmo hace lo suyo. Basta que uno le dé like a un posteo al respecto para que miles más surjan a continuación. Son minuciosas las lecturas de “Berghain” a nivel musical, lírico y creativo: que si la que canta ópera es ella, que si la orquesta está acelerada en una postedición, que si el video dirigido por la productora española CANADA refiere a Blancanieves, que si “Berghain” es por la mítica y exclusiva disco berlinesa (ya dijo que no) o porque en alemán significa “bosque en las montañas” (ya dijo que sí), y otros miles de enfoques más. Incluso, unos días después de la salida del tema, TikTok se llena de videos que explican quién es Björk. Los milenials y los de la generación X se indignan con los centenials que no conocen a la artista más alternativa de los 2000, olvidando que la mayoría estaba naciendo en ese momento y que Rosalía es hoy lo que Björk fue en esa década.

    Después de LUX (d.L.)

    LUX fusiona lo más accesible del pop con la experimentación, las influencias de otros tipos de arte y ofrece estructuras musicales no convencionales. Es un disco que no tiene bucles —ese recurso sonoro que se repite continuamente en una canción para crear una base rítmica— hechos en producción, sino que cada repetición sonora es a base de una orquestación viva. Si su álbum previo, Motomami (2022), era digitalización y minimalismo, LUX es un disco maximalista donde lo prioritario es la capacidad humana de cantar, comunicarse y hacer música con instrumentos orgánicos.

    Aprovechando su fama mundial, en Motomami empezó a dar indicios de que sería la dueña de su sonido y no dejaría que ninguna industria le dijera cómo hacer las cosas. Como una profecía de lo que después sería LUX, en “Bizcochito” Rosalía cantaba: “No basé mi carrera en tener hits. Tengo hits porque yo senté las bases. Ya no tengo nada más que decir. Y pa’ decirlo, hace falta mucha clase”.

    “Mis artistas favoritos son los que no te dan lo que quieres, sino los que te dan lo que necesitas”, dijo la artista reflexionando sobre lo que ella misma quiere entregar con este cuarto álbum. Rosalía utiliza la espiritualidad para conectar uno de los rasgos más humanos, como es la fe, y así trasladar pensamientos y sonidos a un disco que dice no tener nada de inteligencia artificial, más que unos versos pasados por el traductor de Google.

    Como parece ser una mesías en un mundo que se debate constantemente entre lo que es real y lo que no, Rosalía recompensa con más música a los que eligen comprar LUX en formato físico. El disco, en plataformas virtuales, tiene 15 canciones, mientras que las versiones reales tienen 18 temas. Sin embargo, hay una pequeña trampa porque la también juega con las facilidades de la digitalidad: cuando ya había entregado su disco para que sea impreso en los vinilos, continuó editando las canciones digitales, por lo que la versión física es una propuesta aún más humana, con pequeñas fallas que la artista corrigió luego. 

    Un tuit se cruza en el timeline: “Si no fuese de Rosalía, nadie escucharía este disco”. Exactamente, sí. Esa es la clave de que un artista con llegada global se arriesgue con un álbum que propone una escucha comprometida y que mezcla estilos con gracia, creatividad y conocimiento. Es el segundo álbum del año con esta valentía de un artista con llegada mundial. El primero fue en enero, cuando Bad Bunny sacó Debí tirar más fotos. En ese, el artista puertorriqueño usó su alcance para difundir su postura sobre la colonización de EE.UU. sobre su tierra, como también para hacer un homenaje a los sonidos de su región. En esta propuesta, Rosalía busca educar a través de la música: incita a valorar la instrumentación, las riqueza de la multiplicidad de lenguas y propone, de alguna manera, leer un libro, aprender teoría política filosófica y también sumar vocabulario, introduciendo conceptos como «dólmenes» (monumento megalítico) y teorizando respecto a lo que es un objeto sagrado. 

    En su cuarto álbum, la catalana fusiona la instrumentación orgánica y electrónica con elegancia. Justamente, en “Reliquia”, los violines y el piano acompañan su voz completamente maximizada para que sea la protagonista, hasta que en los últimos 20 segundos de canción una explosión de sonidos electrónicos sorprenden y dan un golpe de satisfacción pop moderno. Este tema tiene a Guy-Manuel de Homem-Christo (uno de los dos Daft Punk) en los créditos compositivos. Con esa misma lógica, Rosalía va colando los idiomas, como hace en “Divinize”, donde canta prioritariamente en catalán e inglés. En ambas piezas se imagina como una figura divina en la relación con su público: Mi corazón nunca ha sido mío, yo siempre lo doy. Coge un trozo de mí, quédatelo pa’ cuando no esté. Seré tu reliquia; I know that I was made to divinize (“sé que fui hecha para divinizar”).

    La cantante, que es una estudiosa aplicada y obsesiva, decidió cuáles eran los estilos de canciones que quería trabajar para esta obra y se enfocó en producir solo la cantidad de temas que cumplieran esos objetivos. Uno, por ejemplo, fue que hubiera una aria, que es una pieza musical en una ópera, creada para que un personaje exprese emociones o reflexiones de la mano de una voz solista con orquesta. Esa aria se materializó en “Mio Cristo Piange Diamanti” (Mi Cristo llora diamantes) y, para hacerla, Rosalía no sólo tuvo que aprender a componer en este estilo, sino que también retomó viejos estudios en piano e italiano, idioma en el que está íntegra la letra. Al final, la artista invita a ser parte de la producción de la canción dejando un extracto de la grabación donde ella dice, en inglés, cómo debe ser la energía del tema con un remate orquestal dramático. 

    Rosalía es celosa del tiempo creativo. No le gusta acelerar los procesos y entiende que la inspiración requiere estudio, método y tiempo para acomodar las ideas. Además de haberse tomado un año para estudiar música, profundizar sus conocimientos en el canto de la ópera y leer a sus autoras favoritas, también regrabó gran cantidad de canciones. Una de ellas es “Sauvignon Blanc”. Un día se juntó con Justice, el dúo electrónico francés, y al mostrarles la canción ellos le marcaron que estaba pronunciando mal “blanc”. Rosalía tomó el teléfono y anunció a su equipo que había que volver al estudio. Surge entonces la pregunta: ¿cuánto sale producir un disco de Rosalía? Ella reconoce con liviandad que se pasó absolutamente de presupuesto y deja entrever que el tour de este álbum será aún más costoso. 

    En una entrevista con Zane Lowe para Apple Music —otra de esas que parece ser una parada obligada en la gira de prensa de artistas que deben ser explicados para el mercado anglosajón— Rosalía le cuenta a Lowe sobre la historia de la poeta y santa japonesa, Ryōnen Gensō. Ella se mutila la cara para poder ser aceptada en un monasterio. Esta figura es la inspiración de la canción “Porcelana”, que tiene, justamente, un fragmento en japonés. En el patio del Frontón Beti Jai en Madrid, él le pregunta si eso le parece extremo y ella, muy acertada, le dice que no es nadie para juzgar qué es lo más extremo que puede hacer una persona. Lowe devuelve, astuto: “Y hacer una obra tan distinta a la anterior, pensando que perderás gente en el camino, ¿no es algo extremo?”. Rosalía le responde con tranquilidad y una sonrisa que transmite paz y reflexión: “Sí, espero que sea así todos los días”. Y agrega que “arriesgarse y tener miedo es una prueba de que estás vivo”. 

    Con millones de cantantes que no pronuncian postura respecto a ningún acontecimiento social o político, ni se animan a dar declaraciones arriesgadas, escuchar a Rosalía a través de su música y testimonios es encontrarse con una artista audaz con convicciones firmes que quiere compartir. Dice no tener miedo al fracaso, que no le importa lo que se espere de ella, más que lo que ella necesita hacer con su arte. En “Yugular”, donde hace una yuxtaposición de lo grande y lo pequeño (“Un país cabe en una astilla. Una astilla ocupa la galaxia entera”), suma una declaración de Patti Smith en el outro. Es de una entrevista de 1976 en Estocolmo, donde dice que quiere verlo todo, ver todos los cielos y atravesar al otro lado. Que ni una ni un millón de puertas bastan como límite en su búsqueda creativa. En otro momento de esa entrevista (que no está en esta canción), Patti dice algo más que Rosalía hoy repite como mantra: “La libertad está dentro de mí. No me importa lo que piensen los demás sobre cómo debería ser. Estoy fuera de la sociedad. Soy artista. El rock and roll es mi arte”.

    La maestra del marketing

    Pese a ser de las artistas más escuchadas del mundo, con 25 millones de oyentes mensuales solo en Spotify, Rosalía viene diciendo hace años que intenta que las reglas de la industria y su disquera no “encorseten” su capacidad creativa. Que cuando entra al estudio, intenta olvidarse del contexto y el negocio y solo quiere pensar en lo que ella busca decir con “riesgo y emoción”, según le dijo a Rolling Stone en 2021. Para Rosalía, lo más importante es la libertad absoluta. En una charla del 2023 con la misma revista volvió a repetirlo: “Como artista, mi mayor deseo es ser lo más libre posible”, refiriéndose a la producción de las letras, la estética y el sonido de Motomami.

    A la catalana le molestan las tipificaciones: “Las categorías no llevan a ninguna parte, solo limitan”, dijo en la misma entrevista. Lo que quiere decir es que la industria sigue pensando en términos absolutos: una canción de pop tiene un estribillo y un puente, el reggaeton sí o sí tiene un dembow y la bachata una güira. Pero si ella responde a esos moldes, su creatividad musical queda cuarteada por completo. Esa intención por desafiar todos los límites y dejar que en su música convivan todas las músicas que la inspiran es lo que la hace una exploradora musical nata. Su discurso en 2025 y en pleno lanzamiento de LUX, sigue en el mismo camino: “No me identifico con etiquetas ni géneros, sino que trato ser una música lo mejor que puedo y empujar siempre la experimentación”, le dijo a Popcast.

    Pareciera que Rosalía es estricta y conceptual por completo en sus propias producciones, pero que con la moda, el cine y las series (hizo campañas para Calvin Klein, va a actuar en la próxima película de Almodóvar y tiene un pequeño papel en la tercera temporada de Euphoria), como cuando colabora con otros artistas —dice—, solo busca divertirse. Sin embargo, esa diversión tiene una puntería para el éxito bastante precisa. Todas sus colaboraciones con artistas como Bad Bunny, Ozuna o LISA (la frontwoman de la banda pop coreana, BLACKPINK) terminan convirtiéndose en éxitos absolutos y sostenidos. Hoy, en su ranking de los temas más escuchados en Spotify, entre los propios, se encuentran estas colaboraciones mencionadas. Rosalía logra que siempre se hable de ella, aunque ella no esté diciendo nada de sí misma. 

    ¿Cómo es, entonces, que Rosalía puede ser una rebelde de la industria y sin embargo entenderla tan bien como para hacer que cada uno de sus lanzamientos sea un suceso aún cuando todavía no se pueda escuchar? ¿Será que entre sus dotes artísticos también hay un talento creativo para el marketing? 

    Rosalía empezó a dar evidencias del concepto de nuevo álbum hace dos años, en un desfile de Dior en París. Mientras mantenía un hermetismo absoluto sobre su actualidad musical, la artista se movía entre pasarelas con un nuevo look. Atrás había quedado el cuero, los engomados y las plataformas de Motomami. De pronto aparecía en público con un look muy natural, el pelo suelto casi sin evidente intervención y un conjunto blanco y negro, ofreciendo una estética “muy puritana”, como dijo la revista Vogue que reseñó su estilismo aquel día. 

    Luego, silencio. Hasta hace unos meses que la fotografiaron leyendo una composición de música en un bar. Después, silencio otra vez. Y finalmente, hace algunas semanas, publicó una partitura en su blog. El mundo se volvió loco. Se sabía que Rosalía estaba tramando un nuevo disco y los ciclos de su tiempo de producción cerraban por completo: se cumplían tres años —el tiempo exacto entre cada uno de sus álbumes— desde el último lanzamiento. Sus fanáticos, los que saben leer música, se pusieron manos a la obra. Tiktok se llenó de usuarios descifrando los sonidos detrás de aquella composición. Algunos la tocaron en piano, otros en violín y una más hizo su intento en arpa. Todos compartieron su video, todos se viralizaron. En un contexto donde rige consumo veloz, fragmentado y fácil de masticar, Rosalía invitó a pensar, analizar y producir música. Mientras otros artistas proponen bailes para que los usuarios los recreen con el fin de volverse virales, Rosalia propuso un desafío creativo que, además, fue una movida de marketing orgánico maestra: un montón de contenido creado para hablar de ella e intentar entender su próximo sonido. 

    El anuncio formal del álbum también fue un revuelo digital que trascendió a la realidad. Unas semanas antes de la salida de LUX, Rosalía hizo un vivo en TikTok, algo que suele hacer para charlar con sus seguidores. A lo largo de su carrera la hemos visto tomar vino con sus amigas, probar golosinas exóticas de países exóticos, e incluso asomarse por la ventana del techo de un auto mientras recorría Ciudad de México. Este vivo comienza con ella, en primer plano, mientras se maquilla y se viste. De fondo, suenan los Strokes. Su cabeza está desteñida y su pelo forma un halo, como esos que tienen los ángeles y santos y que es ícono emblema de la estética de su nuevo disco. Habla de lo mucho que ha esperado ese día mientras baja un ascensor y llega hasta un auto para decir: “Poneos el cinturón que nos vamos de rally”. Unos segundos después, Rosalía maneja un coche blanco mientras alguien de su equipo dirige la filmación. Del espejo retrovisor cuelga un rosario.

    Sus fanáticos, en el chat, intentan adivinar dónde está. Entienden que es Madrid, pero no saben a dónde se dirige. Hasta que la cámara empieza a dar indicios. Enfoca un cartel de Metro que dice “Callao”. Los seguidores enloquecen y algunos escriben que están corriendo para allá mientras mantienen el vivo encendido. En pocos minutos, la gente se agolpa sobre el auto de Rosalía, quien descubre que no podrá seguir avanzando y le consulta a su hermana mayor, Pili, qué hacer. Mientras alguien toma el control del auto, se baja y empieza a correr hacia Plaza Callao. En una pantalla de publicidad ya se reproduce una cuenta regresiva. Rosalía corre junto a un mar de gente que intenta fotografiarse con ella. Tiene un vestido blanco amplio que se vaporea con el movimiento que la hace parecer un ángel rodeada de feligreses. Sonríe, abraza y besa a todos. Cuando el conteo llega a 0, la tapa de LUX se devela frente al público. Y así como apareció, Rosalía desaparece entre la multitud. Solo quedan un montón de fans desorientados, un caos vehicular absoluto en la Gran Vía y una multa del Ayuntamiento que llegará más tarde por haber realizado una concentración sin aviso. 

    También se filtró el segundo tema de LUX, “Reliquia”, días antes de que saliera el disco entero. Algunos creen que fue accidental, otros que fue una estrategia de marketing. Lo cierto es que por el lapso de una hora, el tema estuvo disponible en Spotify para su reproducción. Los fanáticos que lo detectaron, grabaron la pantalla de la reproducción sospechando que desaparecería como finalmente sucedió. Una teofanía digital. 

    Hubo aún más cartas en el juego de Rosalía para esta pieza de arte. Y fue la serie de listening parties previas al lanzamiento. La artista invitó a un selecto grupo de periodistas, fanáticos elegidos al azar y a sus amigos celebrities, como Dua Lipa. Presentó LUX en un espacio cerrado, con cortinas blancas que reproducían las letras y rosarios y encendedores como obsequios. La escucha tuvo eventos en Nueva York, México, San Pablo y Buenos Aires, entre otros, pero el más trascendental fue el que montó en Barcelona, su ciudad natal. Allí el evento fue una performance digna de teatro contemporáneo. Los invitados, al entrar, se encontraron con las mismas cortinas blancas de los otros sitios, pero además con un escenario repleto de telas en el suelo, en distintas tonalidades de gris, blanco y crema que emulaban las nubes, como si escuchar el disco fuese estar en el cielo, bien cerca de Dios. Los primeros asientos estuvieron reservados para los fans. Cuando los invitados llegaron, se encontraron también con una mujer acostada de espaldas sobre el escenario de nubes que se mantuvo inmovil por más de una hora, hasta que el salón se llenó. En el momento en que LUX empezó a sonar, la mujer de pelo negro y largo hasta la cintura, comenzó a moverse lentamente. Se fue incorporando, canción sobre canción, cambiando de pose. Se oyó un murmullo general por el asombro colectivo cuando en los cambios de posición de la mujer revelaron el halo que Rosalía lleva teñido en la cabeza. Era ella la que estuvo ahí todo el tiempo, escuchando su propia creación.

    Como en cada álbum, en la escucha oficial de LUX en Barcelona, Rosalía se metió en el lienzo de su obra. Ella no es lo central de su espectáculo sino sus letras, su música y la composición de esta escena. El cuadro está terminado, los óleos ya se secaron y Rosalía ya no está en este taller. Está afuera, oliendo flores, escuchando pájaros y leyendo a Roland Barthes. Mientras el mundo está tratando de interpretarla, descifrarla y copiarla, su mente ya está en otro lado, en el futuro, inventando algo que todavía no sabemos que necesitamos escuchar.

    La entrada El último milagro de Rosalía se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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