Karina Milei sueña con que su hermano la elija como sucesora como hizo Néstor Kirchner con Cristina en 2007 en una maniobra que le permitió al kirchnerismo quedarse en le poder durante 12 años.
«Hay que ir por la reelección de Javier Milei», aclaró Karina en el NH Mar del Plata, en el congreso libertario que encabezó frente a 300 personas, pese a que esperaban más de 700. Pero lo que no dijo es que ella se plantea como sucesora de su hermano, en el 2027 o en el siguiente turno electoral.
«Ella quiere que Milei la elija como sucesora, como hizo Néstor con Cristina», explicó a LPO un dirigente libertario al tamto de los planes de la hermana presidencial.
En el mismo acto se difundió la creación de un «comité de disciplina» de La Libertad Avanza, según adelantó LetraP, que tendrá tolerancia cero a las individualidades.
Entre los libertarios dijeron a LPO que el comité servirá como una suerte de Mazorca de Karina para tener a raya a todo el partido, en especial a los influencers como el Gordo Dan, el cabecilla de Las Fuerzas del Cielo que agrupa a los seguidores de Santiago Caputo.
Justamente el Gordo Dan ofició durante los primeros dos años de mandato de Milei como un guardián de la pureza libertaria y fue quien hizo echar a varios funcionarios que se corrieron de la línea. Karina quiere ser la única en detentar ese poder. Además no quiere que los ministros, disputados y senadores vayan a la televisión sin su supervisión previa.
Karina quiere ser la única en definir quien se queda y quien se va del Gobierno y no quiere que los ministros, disputados y senadores vayan a la televisión sin su supervisión previa.
La visión policial de la política que despliega Karina ya es motivo de preocupación entre importantes dirigentes libertarios y llegó a impactar en el Congreso. «Patricia Bullrich le tiene terror a Karina», afirmó a LPO un importante dirigente libertario.
La hermana de Milei ahora tiene en mira el ministerio de Justicia como el próximo lugar para colonizar. Karina le pidió a Mariano Cúneo Libarona que se quedara en el ministerio luego de las elecciones pese a que ya había presentado una carta con su renuncia. El objetivo era darse un tiempo para definir su sucesor.
Santiago Viola.
Ahora, Karina quiere que el puesto de Cúneo lo ocupe Santiago Viola. Viola es el apoderado de La Libertad Avanza y era su candidato para la secretaría Legal y Técnica antes de que Santiago Caputo acercara a María Ibarzábal Murphy, quien se ganó la confianza de Milei y es una pieza clave del gabinete.
Pero los tiempos cambiaron y la obsesión de Karina por la Justicia creció desde el caso Libra y las coimas de la Andis, que la tienen en el centro de las investigaciones de la justicia federal.
Estos movimientos forman parte, según los libertarios, de un objetivo mayor para Karina, que es el de entrar a la fórmula presidencial en el futuro. Milei repite que su jefe es su hermana y por eso en el gobierno no descartan que Karina pida dar el salto en 2027.
La semana pasada, Karina se apersonó en el Senado para dar una demostración de poder en la Cámara en la que acaba de entrar Patricia Bullrich, otra de las figuras del gobierno con aspiraciones a entrar en la fórmula presidencial, pero que teme a la hermana de Milei.
Patricia Bullrich presionó públicamente a Lionel Messi para que se despegue de Claudio «Chiqui» Tapia en medio de la embestida del gobierno nacional contra el presidente de la AFA.
La exministra de Seguridad amenazó con avanzar contra la entidad del fútbol argentino, pero como reveló LPO el problema es que Javier Milei tiene miedo a que Messi salga a bancar al Chiqui, con quien tiene una amistad.
En una entrevista en A24, Bullrich fue consultada acerca de eso y dio a entender que es así al asegurar que el gobierno espera que Milei y sus compañeros de la Selección argentina empiecen a tomar distancia del Chiqui. «Me gustaría saber hasta cuándo, no sé, no sé», dijo Patricia sobre la amistad de Messi con Tapia.
«Quiero ver qué pasa el 5 (de diciembre) cuando se haga el sorteo. Quiero ver si es eso que se plantea de que Messi es tan amigo (de Tapia), me gustaría verlo. Tengo dudas», dijo la senadora electa, acaso sin tener en cuenta que el ídolo no estará en el sorteo porque al día siguiente juega la final de la MLS.
«Messi siempre ha sido una persona que cuando ha visto que hay algo raro, se ha alejado. Es una intuición, no tengo ninguna información. Ninguna, pero tengo una intuición», aclaró la dirigente.
«Se ve que han construido una relación, han estado durante todo este tiempo en la Selección. Bueno, eso genera relaciones. Ahora, me gustaría ver si ya en el medio de tantos temas que involucran escándalos de este tipo, Messi se mete en el medio o se corre», lo desafió.
LPO contó el domingo que asesores libertarios recomiendan a Milei bajar la intensidad de la pelea con Tapia por miedo a que Messi salgo a bancarlo, como ya hizo el presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Pero el presidente continúa con sus tuits contra el presidente de la AFA y agita versiones de que avanzará contra el Chiqui después del Mundial 2026.
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Claudia Rodríguez deja caer la frase con cierta ambivalencia. Sostiene un cuaderno en la mano sin mirarlo. Uñas anaranjadas, voz honda, coqueta, así se presenta ante un público integrado por alumnxs de literatura latinoamericana, estudios de género y sexualidad, profesorxs universitarios y activistas LGBT que se acercaron a escucharla. Hoy no está en Santiago de Chile, donde vive, sino Estados Unidos, en una universidad pública de Nueva York.
Soy el profesor anfitrión aquí en Stony Brook University, esta universidad pública de Nueva York. Lxs alumnxs presentes han cursado mis materias sobre lo trans y lo queer/cuir en América Latina, han leído la obra de Claudia, hemos hablado de ella. Pero no es lo mismo hablar de ella que escucharle hablar por sí misma. Y ese es el punto: un acto de presencia. Esa presencia es política, aquí, ahora. Es político nombrarse travesti en este contexto -en la era de Trump y en tierra de Trump-. Estoy ansioso, anticipo preguntas, burocracia repentina, el problema del idioma, del cuerpo. Tengo miedo de que nos vean fumando un cigarrillo (está prohibido fumar en el campus). Tengo miedo de que no digan nada, de la indiferencia. Pero exhalo. Ya está.
– Soy poeta travesti chilena. Y monstrua resentida- continúa la invitada.
Rodríguez es la figura emergente de la escena cultural trans y travesti de su país. Su trabajo activista se enfoca en la prevención del VIH en comunidades periféricas. Y su trabajo performático, en la hipocresía patriarcal, la violencia de género, lasupuesta multiculturalidad del Estado chileno. En Santiago, a Claudia se la puede ver parada en una esquina, bajo la sombra del Cerro Santa Lucía chusmeando con una amiga, riéndose de clientes viejos o recordando la historia del activismo travesti local. También se la puede cruzar en una marcha feminista vestida de monja, de Pamela Anderson o de la Estatua de la Libertad con una pancarta: “Para las travestis reales el Estado no puede existir”. Es autora de fanzines y libros de poesía como Cuerpos para odiar y Dramas pobres. Algunos de sus textos fueron llevados al teatro, como la autobiográfica Vienen por mí que la actriz y escritora Camila Sosa Villada estrenó en Córdoba, Argentina. Es una de las voces del libro Travesti, una teoría lo suficientemente buena (Ed.Muchas Nueces), entrevistada por Marlene Wayar.
En su obra, el cuerpo travesti se monstrua (así, como verbo) a través de reconfiguraciones plásticas y peligrosas. El peligro es ese cuerpo, peligro latente pero omnipresente. “Ser travesti es ser una muñeca para los hombres que odian a las mujeres”, escribe Claudia. Estos aforismos abundan tanto en su poesía como en sus reflexiones cotidianas. Es su forma de contextualizar la memoria que bifurca y desdobla en cuerpos inertes, degollados. Cuerpos de mujeres travestis que, como ella dice, “murieron sin haber escrito ni una carta de amor”.
La artista chilena fue invitada por el Instituto de Humanidades de Stony Brook University a participar del simposio Unnatural: Gender, Ideology, and the New Latin America (Antinatural: género, ideología y la nueva América Latina).
Stony Brook forma parte del sistema de universidades públicas del estado de Nueva York. Queda a dos horas en tren desde Manhattan, en un suburbio de familias tipo: blancas, burguesas. Es conocida por sus programas en ciencias exactas, por su hospital y por la escuela de medicina. Las humanidades aquí quedan relegadas a un segundo plano de importancia -y de financiamiento-. Stony Brook es una universidad popular, con aranceles accesibles; por eso muchos de sus estudiantes son hijos de inmigrantes latinoamericanos y asiáticos.
***
El encuentro busca generar un diálogo sobre el impacto de la vuelta de la derecha en América Latina en la política y en el arte. Y cómo esta vuelta que no es nueva se viraliza y se siente tanto en los espacios públicos como en las relaciones interpersonales, en la intimidad.
También exponen Denilson Lopes, especialista en literatura y cine de la Universidad Federal de Río de Janeiro, y Gabriela Arguedas, filósofa feminista experta en bioética de la Universidad de Costa Rica. Todxs hablan de la coyuntura vista desde las ciencias sociales y las humanidades, y también desde la investigación académica y las experiencias personales.
Lopes, el académico carioca, se refiere al deseo de los encuentros cotidianos (inter e intra-generacionales) como un modo tenue pero poderoso de construir redes de afecto. Pone de ejemplo el cortometraje Bailão (de 2009, dirigido por Marcelo Caetano) para explicar cómo, en la sutileza de lo mundano, de los espacios entre la casa y el trabajo, residen otras posibilidades de una sociabilidad si no utópica, fugazmente luminosa, centelleante, en devenir. Pienso en la pista de baile de un bar gay cualquiera, un martes. Pienso en una conversación. Una pausa. Una mirada.
Por Skype y desde Costa Rica, Arguedas (cuyo vuelo de American Airlines se retrasó por una falla mecánica) le apunta a la denominada ideología de género. Se remonta al siglo XVIII, traza la historia filosófica, se enfoca en el neointegrismo católico y en el fundamentalismo pentecostal. Explica: estas dos formas de pensamiento no sólo rechazan los esfuerzos recientes en materia de derechos LGBT, sino que también repudian la soberanía individual, legado de la tradición intelectual de la Ilustración. Quedé impresionado no sólo por la destreza interdisciplinaria de Arguedas, sino por el trabajo político que nos queda por delante. ¿Cómo apelar a los derechos de un colectivo disidente cuando, precisamente, es el individuo quien recibe derechos dentro del sistema legal en la modernidad? ¿Cómo no caer en la quimera de la protección estatal?
Entonces, Claudia. Con las uñas anaranjadas, con su cuaderno como escudo, ¿de qué tiene que hablar? Su intervención comienza con una paradoja que es, a la vez, una reflexión sobre las expectativas culturales, académicas e institucionales y un intento por sintetizar un deseo. Hay en ese “tener que” una postura política ante la obligatoriedad discursiva, ante la aparición de una travesti en público, ante la mirada pegajosa que solicita. Nos provoca a indagar el cuerpo, el deseo y la política a través de una teorización transfeminista que se basa en un recuento de su propia trayectoria activista y poética. Tras una pausa, dice:
– Aprendí del feminismo que hay que poner el cuerpo.
Esa apuesta por un feminismo experimental -cuestiones que guían la obra de Rodríguez- nos interpela como público: ¿cuánto cuerpo hemos puesto y cuánto estamos dispuestos a dar? ¿Qué puede el cuerpo, este cuerpo mío?
La pregunta me transporta a 2015, cuando la vi por primera vez en Chile. Claudia actuaba en Cuerpos para odiar: emergía de la penumbra, se mostraba etérea pero contundente, vestida de blanco, cabello rubio quemado. Interpelaba al público:
— ¿Quieren show?
No era una pregunta retórica. ¿Qué quieren del cuerpo travesti? ¿Qué quieren que les diga?
La inquietud de una alumna me devuelve a Stony Brook. Le pide recomendaciones para seguir pensando la intersección entre la literatura escrita por mujeres y la violencia epistémica. “No te podría decir. No soy mujer, soy travesti”, responde la chilena. Y arroja un ejemplo de su política feminista: hablar desde ese cuerpo encarnado, ese lugar específico. Dejar de pensar en universalizaciones para figurar desde su ontología (si me permiten la verborragia, Claudia propone una ontopoética travesti).
La jornada termina. Los alumnos se dispersan (y me confesarán después que fue el evento más comentado del año académico). Nos quedamos Claudia y yo para la cena celebratoria (de rigor). “¿Querés ostras?”, le digo, y me imagino en aquella escena inicial de Una excursión a los indios Ranqueles, cuando Mansilla se jacta de su colonialismo gustatorio, de sus ostras y de su tortilla de huevos de avestruz. Viene el camarero —un inmigrante salvadoreño—, y toma nuestro pedido:
– Quiero la carne —dice Claudia—. Pero cruda.
***
Como somos amigas (la Claudia me mujerea mucho), después del evento nos escapamos del pueblito de Stony Brook. Ella se queda a pasar unos días en mi departamento en Brooklyn. No tenemos mucho planeado, pero en algún momento ella pide:
– Quiero ir adonde la Marilyn sacó su fotografía.
No me lo tiene que explicar. Conozco la imagen de Marilyn Monroe en The Seven Year Itch. La referencia no es gratuita. En su poemario del 2016, Dramas pobres, Rodríguez escribió: “A veces me parezco a la Marilyn. Cuando tomo el cigarro y miro fijamente al pasado; me vuelvo a levantar, a sentirme travesti y minotaura”. Y en Cuerpos para odiar, Rodríguez protagonizó a La Marilyn. Es que Monroe es una suerte de sombra para ella, una figura trágica, modelo imperfecto de una femineidad mediatizada, decadente, monstruosa.
Aquella foto histórica se tomó en la esquina de la calle 52 y Lexington Avenue. Vamos. Pero no hay nada material para reconocer aquella escena, ni una placa ni flores ni olor a Chanel Nº 5. Hay que ir como si fuera un ritual solo para iniciadas, como si la búsqueda de ese espacio, cual soplo de viento fortuito, tuviese que ser también fugaz, tentativa.
De vuelta a mi casa, Claudia sube al Facebook la foto que le saqué. El álbum se titula: “Una travesti pobre en Nueva York”.
El sábado vamos al Central Park. Es el primer día soleado de la primavera de Nueva York. El pasto todavía está mojado, frío, pero igual nos sentamos a ver los cuerpos que, en su transitar líquido, poliforme, reflejan el ansia del encuentro.
Más tarde vamos a sacarnos otra foto, esta vez con la Estatua de la Libertad, aquella mujer tan sola. Tan travesti. Caminamos hacia la última punta de Manhattan, donde el mar Atlántico chapea contra un muelle que en el siglo XIX servía como batería militar y antes como mercado de esclavos. Entonces divisamos una masa humana que, frente a la bolsa de valores, se aferra al Toro (de bronce) de Wall Street, el Charging Bull. Nos dejamos llevar por el bullicio. Hay familias de turistas que se sacan una foto, mejor dicho, que se turnan para sacarse la misma foto. Varias manos encima de los cuernos lustrosos, sonrisitas. Claudia señala con la mirada: “Quiero con el poto”. Obvio. Con el poto del Toro de Wall Street. Se para al lado y, providencialmente, una pareja de argentinos me pregunta:
– ¿Querés que les saque la foto con las bolas?
– No. Con el poto.
Nos miran. Claro, para ellos el poto no significa nada; o quizás entienden, por el contexto, que poto es culo, ano, orto, pero igual nos miran desconcertados con el desdén del falogocentrismo y el gesto irónico de la travesti.
“Podría ser la portada de mi siguiente libro”, sugiere Claudia. Nos reímos. Y sí, ¿por qué no? Necesitamos una potopolítica, propongo. Potopolítica: liberación del ano, política marica-travesti-torta de los (malos) usos del cuerpo, expresión del deseo antinatural, legado del pecado nefando.
En realidad, Rodríguez lleva rato pensando en la lógica anal, en el precioso ano del hombre, como señala uno de sus poemas:
Una loca dijo:
Ser travesti es ser degenerada como los hombres,
estar dispuesta a todo pero en secreto, para que no
duden del hombre, para que no se diga del hombre
que le gusta por el poto. La lengua en su poto y los
dedos de una travesti.
***
Si tuviera que nombrar qué nos une a Claudia y a mí diría: el deseo. La forma del deseo, de pensar el deseo, de buscar en sus contornos un territorio propio-compartido a partir del cual nos sentimos cómplices en nuestros respectivos proyectos (de vida, artísticos, políticos, cotidianos). Tenemos, por así decirlo, un trasfondo común a pesar de las muchas cosas que nos diferencian. Y de ese trasfondo surge la necesidad no solo de pensar el cuerpo (individual, colectivo) en estos tiempos de fascismo, sino de poner en práctica la consigna que aprendimos (las dos) de Perlongher: “Lo que queremos es que nos deseen”.
No me sorprende, entonces, cuando Claudia me pregunta: “¿Dónde está el deseo?”.
Salimos del MoMA y vamos a tomar el subte hacia Brooklyn. Seis de la tarde, Midtown. Zona de negocios, de bancos, de trámites pero no del deseo, o por lo menos, del tipo de deseo que queremos ver. “Quizás -me dice- el deseo tiene horario.” Pero en la ciudad que nunca duerme los horarios son flexibles. El deseo también. “Mira que todos andan del mismo color azul marino. ¿Cuál es el color del deseo?” Tal vez tiene en mente una naturaleza muerta de Cézanne, las imperfecciones que se dejan ver en la forma, en el toque, imperfecciones que enmascaran los píxeles de la reproducción digital. Es la búsqueda lo que se deja ver en persona, la búsqueda de la expresión, que es otra manera de decir: el deseo.
Durante el simposio, Lopes había sugerido que el arte puede ser un lugar de encuentros. No lo entendí, y quizás todavía sigo sin entenderlo. Igual, pienso, el arte no escenifica encuentros. El arte es el encuentro. Como el encuentro también es arte.
Por ejemplo: estábamos sentadas en un salón del MoMA. Hablábamos de la muestra fotográfica de Lee Friedlander “Letters from the People” (Cartas del pueblo). Claudia pregunta: “¿Por qué no hay nada en español?”. Miro. “Hay todo un mundo ausente aquí”, dice. Otro pueblo, quizá. Las fotos son de números y letras, graffitis, signos sacados de contexto, combinados para crear otro contexto —un ensamble-. Tiene razón, pienso, pero el fotógrafo busca algo también. Quizás no sabe leer los códigos subterráneos. De repente escucho: “Can you move?”. Nos miramos. Me doy vuelta. “Can you move?”, de nuevo. Es una chica de veintitantos años, rubia, europea. Se interrumpe nuestro encuentro con otro inesperado. “Quiere que nos quitemos de la banca”, le digo a Claudia. Nos pide dejarle el asiento para poder sacarse una foto. Nos corremos un poco. Saca una selfie, nosotras de periferia.
En alguna foto de Instagram estarán nuestras miradas de reojo reflejadas en los retratos de Friedlander, miradas que sirven de trasfondo para el registro fotográfico de una turista europea en el MoMA. Se me ocurre: cuando nos desplazamos se generan otras posibilidades de encuentros, otras constelaciones afectivas y corporales, a pesar de la relación de poder evidente. Luego Claudia me dice: “No hay que buscar hablar desde el centro. La periferia debe nombrar la periferia”. Sonrío. Sí, desde ahí, desde la periferia se pone el cuerpo.
Me sacude la claridad de su pensamiento. Es que había pensado al proponer el simposio, confieso, que serían mis alumnxs y no yo el sujeto de la irrupción de Claudia en el escenario cotidiano. Yo, como sujeto indígena, nunca me he imaginado céntrico en este país genocida. Pero me doy cuenta que mi propio transitar centro-periférico, mi deseo marica, mi piel, mi ciudadanía sexual, dependen precisamente de discursos encarnados, entrelazados, de tensión epistémica. Mejor dicho: me doy cuenta porque ahora lo siento en mi propio cuerpo, junto a Claudia, travesti monstruosa, cuando nos dejamos llevar por el arte del encuentro. No puedo dejar de imaginar, así, que nuestros cuerpos, en un eco luminoso, marcan no sólo coordenadas de pertenencia o de exclusión sino también, y sobretodo, zonas de deseo siempre en movimiento.
A simple vista, «La muerte de Marat» parece apenas la escena congelada de un asesinato. Pero cuanto más se la observa, más se abre un pasadizo inquietante: dobleces, símbolos y silencios que Jacques-Louis David sembró como un rompecabezas para detectives del arte. Y en cada pista, una verdad más profunda sobre la Revolución Francesa… y sobre él mismo.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable
El lienzo que respira suspenso
Hay obras que miramos. Y hay obras que nos devuelven la mirada. En esa segunda categoría vive «La muerte de Marat» (1793), el cuadro más perturbador y célebre de Jacques-Louis David. Una pintura que —como recordaría Baudelarie al ver su helado dramatismo— parece contener un alma suspendida.
El revolucionario Jean-Paul Marat, acuchillado en su bañera por Charlotte Corday, yace quieto, casi sereno. Un cuerpo enmarcado por un vacío monumental, donde parece no haber nada… pero donde ocurre todo.
Porque detrás de esa calma engañosa, David escondió un sistema completo de duplicaciones: dos plumas, dos cartas, dos mujeres fantasma, dos firmas, dos fechas. Un mundo doble, como si cada objeto llevara su sombra acusadora.
Las dos manos: entre la vida y la muerte
La primera pista está donde menos lo esperamos: las manos.
La derecha, la de escribir, cuelga inerte como la del Cristo de Caravaggio o la figura devastada de la Piedad de Miguel Ángel. La izquierda, rígida por la muerte, aprieta una carta teñida de sangre.
Una sostiene una vida que se escapa. La otra se aferra al engaño que lo mató.
Entre ambas, David instala un péndulo: Marat no está vivo ni muerto… está en tránsito.
Las dos plumas: ¿el arma verdadera?
David no coloca una pluma. Coloca dos. Una en la mano de Marat, aún húmeda de tinta. Otra, en la caja que funciona como escritorio improvisado.
La segunda apunta directamente al pecho herido del periodista. David deja flotando otra pregunta: ¿Lo mató Corday o lo mataron sus palabras? En plena Revolución, la pluma podía cortar más hondo que un cuchillo.
Las dos cartas: dos voces, dos fantasmas
Las cartas abren el núcleo dramático del cuadro.
En la que sostiene Marat, David reproduce la manipulación de Corday: “Basta con que yo sea muy infeliz para tener derecho a tu amabilidad.”
Bajo esa misiva traicionera, la nota que el propio Marat escribía antes de morir: una promesa de ayuda a una mujer pobre, primera aparición del papel moneda revolucionario en la pintura occidental.
Dos cartas, dos mujeres: Corday, la asesina. La viuda desamparada que Marat buscaba socorrer.
Dos fuerzas femeninas en disputa, como en las antiguas alegorías del vicio y la virtud. Pero ahora, con la República como tablero.
Dos firmas: el artista también se vuelve sospechoso
Todo cuadro termina con una firma, pero David deja dos.
Una es la de Corday, reconstruida por él mismo al copiar su carta. La otra es la suya, tallada como si fuera piedra: “A Marat, David.”
No firma el cuadro. Firma la escena del crimen.
Como Caravaggio, que escribió su nombre en la sangre de San Juan Bautista, David se inserta en el asesinato —no para confesarlo, sino para declararse heredero político de Marat.
Dos fechas: el tiempo desgarrado
Debajo de la firma aparece la última duplicación: Qué año es, ¿1793 o “el Año Dos” de la Revolución?
David superpone ambos tiempos y borra parcialmente el calendario cristiano. El tiempo viejo se disuelve. El tiempo revolucionario empuja desde abajo.
Como Botticelli en su «Natividad mística», David inscribe la hora de una revelación… pero aquí no hay ángeles ni apocalipsis: hay República.
El gran truco: convertir un asesinato en mito
La suma de duplicidades no confunde: construye.
David transforma el baño humilde en un altar laico. El cuerpo enfermo, en un mártir. El crimen, en una liturgia revolucionaria.
Y al mismo tiempo, se inmortaliza junto a él. Porque si Marat es el Cristo de la Revolución, David es su evangelista.
El frío que queda en el aire
Por eso “La muerte de Marat” sigue perturbando, más de dos siglos después. Porque no muestra solo a un hombre asesinado. Nos muestra cómo se fabrica un mito, cómo se manipula una escena, cómo un artista puede transformar un instante sangriento en un símbolo eterno.
Baudelaire lo dijo con algo de espanto: “En el aire frío de esta habitación… un alma se cierne.”