La frase se repite como un mantra: “la ropa es muy cara en la Argentina”. Para combatir la suba de precios en el sector, el ministro de Economía Luis Caputo anunció una nueva baja de los aranceles a la importación de telas, ropa y calzado. Justificó la medida como en aquel spot de la silla de José Martínez de Hoz.
El efecto más rápidamente visible de esas políticas, según la experiencia, es la destrucción del empleo, que luego no se recupera. Y el impacto de esas medidas en el precio final es insignificante. A los preocupantes niveles de apertura de las importaciones en textiles e indumentaria se sumó la ofensiva arancelaria sin precedentes de Donald Trump. Y más tarde, la apertura del cepo cambiario. Este viaje al corazón de la memoria que subyace en la tarea de vestir al soberano expone eso que los eslabones de la heterogénea cadena de la industria textil conocen bien: empresarios grandes y pequeños, sindicalistas, cooperativistas y trabajadores rurales saben de manera empírica que los ciclos que ponen énfasis en las finanzas producen un descalabro industrial.
Parte I Donde empieza todo
Desde lejos se ve gris. Pero a medida que uno se acerca, descubre el efecto óptico: son fibras de algodón que el viento desparrama y las pocas lluvias acomodan a lo largo de hectáreas de campo de pasto esquivo. El conjunto es una especie de animal print montaraz, un diseño exclusivo para esta escenografía post apocalíptica que tiene un pie en la agricultura y otro en la industria. Bajo el cielo alto y azul de Santiago del Estero y sin respeto por el silencio de su mítica siesta, los tinglados levantan su enormidad de chapas y su banda sonora es el ruido de las máquinas que desmotan el algodón. Es decir, lo limpian de las cascarillas, los palitos y las semillas. Después de la cosecha de lo que Ramón Ayala llamó “plata blanda mojada de luna y sudor”, las desmotadoras son el primer eslabón de la larga cadena textil.
Según la Fundación Pro Tejer, el 79% de las empresas del sector reportó una caída en sus ventas de un 39% promedio.
—La cosecha del algodón viene muy atrasada por el cambio climático —dice Luis Paz, delegado de la desmotadora Safico y secretario general del sindicato de Desmotadores y Aceiteros de la provincia. Cuenta que los productores pidieron permiso para sembrar en enero, porque recién llovió en diciembre y por la falta de agua no podían hacerlo. Los desmotadores están acostumbrados a arrancar en febrero, en marzo las plantas están completas. Pero desde el año pasado, llegan a abril con muy pocas plantas en proceso de inicio y un solo turno de trabajo, aún así no podían comenzar porque el algodón no estaba.
Paz es un santiagueño grandote, de conversación generosa y entrada en detalles. Prefiere las tareas a la intemperie: la carga del algodón en las máquinas o la descarga de los camiones que traen la fibra en bruto, en forma de fardos o rollos, de los algodonales santiagueños:
—Me gusta estar afuera porque adentro hay mucho ruido. Yo soy más de ir conversando con los compañeros —dice.
Al costado de la ruta y antes del ingreso a la planta, hay un terraplén gigantesco al aire libre en el que, en los picos de producción, puede haber quince o veinte camiones esperando la descarga. En su enorme mayoría, las desmotadoras no son productoras ni tienen hilanderías —el paso siguiente de la cadena—, se dedican sólo a limpiar el algodón de los productores en forma de servicio, por peso:
—Cuando ingresa el algodón pasa primero por la balanza, los camiones que traen a granel van todos a desmote directo y los rollos se van almacenando por productor y se van desmotado por lotes planificados —explica Sebastián García, ingeniero industrial y encargado de turno de la planta.
La industria textil depende del mercado interno: cuando al país le empieza a ir mal, la gente deja de comprar ropa. Todos los eslabones de la cadena sufren, en especial los trabajadores.
Las desmotadoras son muy sensibles al clima y al paso de las estaciones. Son parte, además, de una industria que, junto a la del calzado, es una actividad semáforo de la economía general. Un informe de la Fundación Pro Tejer reveló un panorama desolador en 2024: producto de la recesión, esta industria registró 10.000 despidos:
—La cadena textil es sumamente mercado internista, por eso es tan sensible a las políticas económicas y anticipa el ciclo: cuando al país le empieza a ir mal, la gente deja de comprar ropa — dice Priscilla Makari, economista de Pro Tejer.
Hoy la ortodoxia liberal-libertaria maldice a la Argentina de la sustitución de importaciones y la responsabiliza de todos los males del mundo. Pero en aquel momento la matriz insumo-producto de esta industria estaba bastante cubierta: todo lo necesario para la fabricación textil era local. El desmantelamiento del polo petroquímico en los años 80 significó una dura derrota para su logística y financiamiento. Makari cuenta que en la actualidad las fibras sintéticas y los colorantes son importados en casi toda la industria, pero la fibra autóctona, el algodón, sigue siendo un diferencial respecto de otros países de la región. La disponibilidad de esta materia prima, como en tantos otros casos, es un recurso local que le agrega competitividad.
La producción primaria de algodón se concentra en el norte del país: en Santiago del Estero (58%) y Chaco (30%), seguidas muy atrás por Santa Fe (7%), Salta (3%) y San Luis (2%). Por su parte, la producción de lana se localiza sobre todo en el sur: en Chubut (25%) y Santa Cruz (17,5%), Buenos Aires (14,5%), Corrientes (8,4%) y Río Negro (8%). Ambas producciones se destinan tanto al mercado externo como a abastecer la industria local.
El sol santiagueño castiga sin piedad: no hay casi sombra en los alrededores del tinglado.
—Por cada máquina hay un producto y un subproducto en curso —retoma Sebastián García, levantando la voz para sobreponerse al ruido que viene de los tinglados—. El producto es el algodón y el subproducto, en cada una de las máquinas, es la cascarilla, la fibrilla o la semilla. Hasta hace algunos años, toda la semilla que se recuperaba era para hacer aceite. Por ese motivo los desmotadores están encuadrados dentro de la Federación de Aceiteros y Desmotadores. Sus convenios, siempre al alza y por encima de la inflación, son trending topic en las redes sociales cada vez que se firman.
El efecto más rápidamente visible de estas políticas es la destrucción del empleo, que luego no se recupera. Y el impacto de esas medidas en el precio final es insignificante.
Las más grandes exportadoras del sector desmotador son Buyati, Dreyfus y Unión Agrícola Avellaneda. Los precios internacionales del algodón tuvieron una fuerte caída desde 2022 y en los últimos meses la baja del precio es sostenida. Un informe del sindicato de Desmotadores y Aceiteros señala que: “Como durante la época de Macri, pero más rápidamente, el consumo doméstico de algodón se deprimió. La desregulación del sector, la suba de costos por liberalización de precios y la recesión afectaron fuertemente a la producción de hilado de algodón que se encuentra en un 23% más baja que en 2023”. Por ese motivo, la decisión oficial de eliminar las retenciones a la exportación no agrega especial optimismo al sector.
Parte II La trama
Entre el campo y las mesas de corte, el algodón deja de ser fibra y se convierte en tela: es la segunda fase, la elaboración de hilados y tejidos, la etapa propiamente textil. Desde el Siglo XVII, en que la mecanización de los telares dio inicio a la Revolución industrial en Gran Bretaña, las imágenes de la fabricación de hilados y telas son la ilustración obligada de esta industria.
Las tareas de hilado, tejeduría, tintorería (teñido) y acabado de los textiles definen a esta etapa, la de capital más intensivo —por eso el más concentrado— y con los mayores niveles de formalización laboral e impositiva. En Argentina no hay un ranking de empresas textiles, pero un informe de la Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía del año 2022 sostiene que, por participación en el mercado y por volumen de facturación, en el pelotón de las más grandes están TN&Platex, Tipoití, Emilio Alal, Algodonera del Valle, Santista, Algoselán Flandria, Santana Textil, Fibraltex, Vicunha y Textil Iberoamericana. Estas primeras compañías concentran más del 70% de la producción local. La mayor parte de ellas tienen más de 50 años en el rubro y suelen estar articuladas alrededor de una familia de tradición textil, aunque también aparece una progresiva irrupción de capitales brasileños en este segmento.
En la sucesión de pequeños escandaletes cotidianos que promueve el gobierno dizque libertario, la expulsión en 2024 del empresario Teddy Karagozian, dueño de TN&Platex, de su Consejo de Asesores tuvo la involuntaria virtud de poner sobre la mesa el carácter anti industrial de sus políticas. Un mes después de ese episodio, el presidente Javier Milei confirmaría el diagnóstico, precisamente el Día de la Industria, cuando, en su discurso frente a la Comisión Directiva de la UIA, acusó al sector de beneficiarse a costa del campo. La actividad industrial de Argentina, según el INDEC, cayó un 9,4% en 2024, su peor caída desde la pandemia.
Según el INDEC, la producción textil se redujo en junio del año pasado (la última medición) un 24,9% respecto al mismo mes del año anterior y un 20,4% en el acumulado de este año respecto a igual período de 2023. La Fundación Pro Tejer nuclea a buena parte de esa industria. Fue fundada por Aldo, otro integrante de la familia Karagozian, y calcula que el 79% de las empresas del sector reportó una caída de sus ventas en un 39% promedio. En los últimos tres meses del año pasado, el uso de la capacidad instalada cayó en el 64% de los casos relevados respecto de igual período de 2023 que ya venía con problemas. En promedio, la retracción fue de 12 puntos porcentuales.
La producción de algodón se concentra en el Norte del país y la de lana, sobre todo, en el Sur. En Santiago del Estero las desmotadoras ya trabajan un sólo turno.
En julio de 2024, el periodista Eduardo Feinmann entrevistó a Karagozian. La nota era a propósito de su nombramiento como asesor de Milei. El economista del panel de LN+ Guillermo Laborda le preguntó por el famoso “pedo de buzo” que, según el Javier Milei, caracterizaría en un futuro cercano al crecimiento de la economía argentina. El empresario textil sólo dijo “eso no lo vislumbro”. Tenía otras líneas de acción para compartir con el presidente, como la baja de impuestos o la reestructuración del régimen de indemnizaciones, pero no tuvo tiempo. Ese fue su debut y despedida.
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¿Por qué la ropa en la Argentina es más costosa que en otros países? En su carácter de presidente de la Fundación Pro Tejer, Luciano Galfione a menudo espadea contra ese cuestionamiento recurrente. Con humor e histrionismo, Galfione invierte la carga de la pregunta:
—Hasta la puerta de mi fábrica tengo la misma o mejor tecnología que el resto del mundo —dice— tengo los operarios capacitados igual o mejor que el mundo, tengo índices de productividad y de producción dentro de mi fábrica igual o mejores que el mundo. Explícame entonces vos por qué cuando una remera cruza la puerta de mi fábrica llega al público con un valor que duplica lo que vale en Estados Unidos.
La baja de los aranceles a las importaciones anunciada por Caputo no es la única política libertaria en ese sentido: la habilitación de la compra puerta a puerta y el precio del dólar también empujan a la demanda local a inclinarse por la ropa importada.
La confección es el sector manufacturero con menores ingresos totales y el segundo sector industrial con mayor incidencia de la pobreza entre las personas ocupadas.
El investigador Gustavo Ludmer explica que esta medida aislada apenas abarata la ropa de los sectores de mejores ingresos pero va a destruir los mejores empleos e industrias del sector. Desde la consultora Fundar, Ludmer pronostica que “el efecto principal y más fuerte de la medida será abaratar 11,1% el 15% de prendas que hoy es importado y al que accede el segmento más rico de la población, pero hay un segundo efecto: la medida lleva a sustituir prendas que hasta hoy se fabrican acá”. Reversión de la sustitución de importaciones. El paraíso de Martínez de Hoz.
Desde Pro Tejer afirman que la hipótesis de abrir la importación para bajar los precios no demostró demasiados resultados hasta ahora. A pesar de la restricción externa, el período 2020-2023 fue récord de importaciones, más que durante la gestión de Mauricio Macri. Crecieron las importaciones y aumentaron los precios. Como ejemplo contrario, entre enero y agosto de 2024, cayeron las importaciones y disminuyeron de precios.
—La ropa no es cara en Argentina, la de marca sí —dice Galfione y se enoja— ¿Por qué nos acusan de cazar en el zoológico, si la prenda Nike que en Argentina es mucho más cara que en Estados Unidos no está fabricada en la Argentina, porque viene de Indonesia o de Bangladesh? ¿Por qué nos dicen que nos tenemos que morir porque somos todos unos ladrones?
La sentencia es demoledoramente correcta. El precio de una campera Nike en el sitio oficial de Argentina cuesta un 60% más que si se compra en Amazon, incluído el envío.
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Hilar es retorcer varias fibras cortas para unirlas y producir una hebra continua. Las máquinas tejedoras, por su parte, combinan una gran cantidad de hilos para formar una única pieza de tela. En la primera tarea más, pero en ambas se utilizan máquinas de gran tamaño, que demandan una enorme inversión para cuya amortización es necesario que funcionen las 24 horas, los 7 días de la semana. Si la demanda afloja, como sucede desde enero de 2024, el descalabro es enorme.
Pensó en un incendio. Para los empresarios textiles los incendios están entre las peores pesadillas: la producción de alta velocidad tiene un alto riesgo de fuego. A cualquiera que visita una planta textil, una de las primeras cosas que le muestran son los equipos para combatir las llamas. Tomás Karagozian pensó en un incendio cuando su padre, Teddy, le dijo “tenemos que hablar”. Era 22 de diciembre, Tomas, de 33 años, volvía de Qatar. Había ido a alentar a la selección argentina. Se incendió una fábrica y no me lo quiso decir hasta que volviera de Qatar, pensó. Pero no, Teddy tenía una propuesta: “Quiero que seas el CEO de la empresa”. La empresa que ahora, a sus 34 años, conduce Tomás —Tomi para casi todo el mundo— fue fundada por su abuelo Ato Karagozian.
Una campera de marca internacional cuesta un 60% más en Argentina que si se compra en Amazon, incluído el envío.
—TN PLatex tiene tres unidades de negocio, la primera es el core business nuestro: hilo y tela. Tenemos seis hilanderías y tres tejedoras —dice Tomás Karagozian—. Después están las unidades de Producto Terminado y de Textiles Industriales. Estamos probando una marca nueva que vende directo de fábrica al consumidor. Así se transparenta el precio de la prenda y se sabe quién se lleva cada pedacito de la torta. De manera propositiva estamos respondiendo a la crítica de que la ropa es cara por nuestra culpa.
La tercera unidad de negocio entusiasma al joven Karagozian y da algunas pistas de hacia dónde puede evolucionar este mercado en contexto de globalización:
— En los próximos quince o veinte años vamos a crecer mucho en una unidad orientada, a partir de mis capacidades textiles, a sectores que van a traccionar a la Argentina: petróleo, gas, minería, agroindustria, construcción y sector automotriz —dice.
Dos años atrás, la empresa instaló una fábrica en Catamarca en la que se producen bolsones blancos de polipropileno para transportar carbonato de litio y hidróxido de litio. El futuro de los textiles, quizás, ya no dependa tanto de la ropa.
Parte III Alrededor del corte
El 30 de marzo de 2006, en Luis Viale 1269, en el barrio porteño de Caballito, se incendió un taller clandestino de costura que funcionaba también como vivienda de 65 personas, 25 de ellas eran niños. Las víctimas fatales fueron una trabajadora textil embarazada, dos adolescentes y tres niños. Dieciocho años después, solo dos capataces fueron condenados por los cuatro muertos de la Masacre de Luis Viale. Y los empresarios responsables, Daniel Alberto Fischberg y Jaime Geiler, fueron sobreseídos en un fallo escandaloso. Sin embargo, el hecho se convirtió en un punto de inflexión para la actividad costurera. Los medios le dieron difusión, hubo marchas, escraches y mucho debate —con desigual acierto— acerca del trabajo esclavo, la trata de personas con fines de explotación laboral y la discriminación cruzada entre colectividades de inmigrantes.
El tercer eslabón de la cadena textil (habrá que preguntarse alguna vez por la persistencia de esa metáfora: ¿por qué no la tercera escena de esta obra o la tercera cuenta de este rosario?) es la confección. Según un informe de Fundar, el 41% de las personas ocupadas en este sector trabaja por cuenta propia. “Esta cifra, no solo casi duplica el promedio de la economía argentina (22%), sino que también ubica al sector como el de mayor nivel de cuentapropismo dentro de la industria manufacturera”, dice el informe. Y señala, como correlato, una muy baja tasa de personas asalariadas: un 54% contra el 74% del promedio de la economía.
El futuro de los textiles, quizás, ya no dependa tanto de la ropa.
La informalidad laboral en esta industria se generalizó, vaya sorpresa, durante la década de 1990, cuando la celebración del emprendedurismo tenía tantos voceros como hoy, aunque quizás menos sofisticados. Hacia fines de la década, el trabajo en negro representaba el 70% del empleo en el sector, pero ese porcentaje creció escandalosamente al 85% tras la crisis de 2001.
Antes de los 90, las marcas tenían generalmente su propia confección. La cadena era vertical:
—Con el proceso de apertura y desregulación de la economía, las marcas se desprenden de la confección y empiezan a tercerizar —explica Priscilla Makari, de Pro Tejer— pero también pasa que muchos cierran su fábrica y empiezan a importar.
Cuando en 2003 empieza a rendir nuevamente producir localmente, esos que importaban vuelven a fabricar, pero tercerizando.
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Una montaña de pantalones cargo a los que le falta el cierre por acá, otra montaña de remeras a medio hacer por allá y un camino largo que baja y se pierde entre los puestos de trabajo. Dos varones y tres mujeres sub 30 cosen y el ruido de las máquinas tapa las publicidades vintage de una radio barrial que suena como cortina de fondo. Las mesas de corte, gigantescas, se ubican en un sector particularmente iluminado por la luz natural que viene de un patio interno. El edificio de tres plantas de la Cooperativa Renacer está ubicado en Ramos Mejía y no se parece en nada a la imagen estereotipada de taller textil con mano de obra esclava.
— Ahora que estamos organizados todo ha cambiado tanto —dice Sonia— un cambio como de una banda a la otra: de vivir en la esclavitud, sin derechos y en lugares muy tristes, a un lugar de trabajo como este, que vos le podés abrir la puerta a cualquiera y que vean lo que hacemos, cómo lo hacemos, sin problema, y no estar siempre como que a escondidas.
Se llama María Sonia González y llegó a Buenos Aires desde Bolivia hace 17 años con el sueño de crecimiento económico. El primer trabajo que consiguió fue en un taller textil, desde las 7 de la mañana hasta las 21.30:
— Eran talleres de compatriotas. El que nos recibió primero era un señor que quería poner en regla, pero nunca pudo. Era un galpón grande, un laberinto, era todo muy misterioso. Se perdía la noción del tiempo. Llegué ahí porque además nos ofrecían cama adentro. Entonces pensé: acá lo único que me falta es ponerle voluntad.
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La confección es, también, dentro de la industria textil, el sector manufacturero con menores ingresos totales. Esto se debe a la combinación de bajos ingresos por hora y una inestable cantidad de horas trabajables a la semana. Una considerable proporción de empleo es a tiempo parcial, mayormente cuentapropista y femenino. Mientras el 24,6% ocupado de la economía argentina vivió en hogares pobres entre 2016 y 2022, dicha proporción fue de 34,6% para la confección de ropa y 30,6% para el sector textil, dice Fundar. La confección se ubica como el segundo sector industrial con mayor incidencia de la pobreza entre las personas ocupadas, por detrás del sector calzado.
—Hay un tema de legalidad compartida —dice Makari, de Pro Tejer— La marca también es responsable por lo que pase en los talleres, por eso las marcas más grandes tienen mucho más cuidado. Pero no toda la confección es de marcas conocidas. Tenés competencia de la importación de Bangladesh, por ejemplo, donde no hay control del trabajo infantil, tiran al río todos los desperdicios y los químicos. Esos costos son súper bajos y es muy difícil competir.
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— Cuando pasó lo de Luis Viale, allá por 2006 —dice Iber Mamani, referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE)— se juntaba mucha gente, se hicieron asambleas, venían las organizaciones y muchos compas de la izquierda decían “que pasen todos los costureros a planta permanente”. La respuesta era eso o cerrar los talleres clandestinos.
Tanto los medios como la militancia que se comprometía y escandalizaba con la tragedia terminaban culpabilizando a las víctimas por esa voluntad de “autoexplotarse” o de explotación entre compatriotas. Muchos trabajadores migrantes cuentan anécdotas de las maniobras de distracción que debían ejecutar antes de entrar al trabajo porque se había extendido la práctica de escrachar talleres, allanarlos y secuestrar sus máquinas. Con mayor o menor grado de prejuicio, la idea de “trabajo esclavo” aparecía siempre (y aparece aún) asociada al taller textil.
Según Gago, la tarea no consiste en “concientizar” ni en “rescatar” a los trabajadores. Abandonar la postura paternalista supone entender ese cálculo migrante para intervenirlo, acompañarlo, darle legalidad y restarle dolor.
Desde 2015 se viene dando un proceso de consolidación de cooperativas textiles con un impacto sostenido, aunque no siempre visible.
Sonia estuvo varios años tratando de levantar cabeza con la confección. Autoexplotación o empeño, nunca alcanzaba para ahorrar. Una vez proyectó armar su propio taller con sus parientes, les pidió ayuda a sus familiares en Bolivia para señar un local. La estafaron con los depósitos y adelantos del alquiler. Por eso se aferró al consejo que le dio en el colectivo aquel paisano con el que se enganchó a hablar sobre el trabajo textil.
— Yo trabajo por Mataderos en una cooperativa. —me dijo— Te puedo dar el número de un compatriota que te va a ayudar a armar tu cooperativa.
Mamani recuerda que al principio no era tan fácil hablar de organizarse:
— Cuando escuchaban lo de cooperativo mucha gente tenía recelo porque aparece siempre la idea de que todos van a cobrar lo mismo y surge entonces eso de “yo laburo un montón y hay otros que laburan menos y van a ganar casi lo mismo, no me sirve”. Tampoco es que nosotros teníamos la bola mágica o el manual para resolver los temas —reconoce.
Un polo textil es un espacio común en el cual trabajan costureros de la Economía Popular organizada. La enorme mayoría de los polos está encuadrada dentro de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) y tiene figura legal inscripta en el Instituto Nacional de Asociativismo y la Economía Social (INAES). Las condiciones de trabajo están regladas por ese ente oficial. Además el espacio requiere habilitación municipal. Esto, y el aporte de los movimientos sociales, garantizan que no haya trabajo infantil ni jornadas laborales inhumanas. Cada cooperativa tiene posibilidad de facturar individualmente, los balances son públicos y se realizan (o deberían realizarse) asambleas periódicas para tratar los aspectos de convivencia y administrativos.
Desde 2015 se viene dando un proceso de consolidación de cooperativas textiles con un impacto sostenido, aunque no siempre visible. Según Fundar, en 2021 había 2700 talleres en todo el país, de los cuales 400 eran cooperativos. La cifra es más del doble que en 2015, cuando empezó el proceso. Renacer elabora unos 5 mil pantalones por mes. Y es una de las 80 cooperativas que están nucleadas en la rama textil del MTE.
Epílogo
Desde el algodón en el campo hasta el empaquetado de la prenda, los eslabones de la cadena textil contienen y multiplican infinidad de historias. Sólo la cadena textil-ropa ocupa a 539.000 personas en todo el país. De esos, 293.000 son industriales (1,5% del empleo total del país y 12% del empleo industrial).
A partir de ahí, la comercialización abre otro capítulo, aunque las características de las ventas están profundamente vinculadas a los circuitos de producción que coexisten y se solapan entre sí.
La mayor parte de las prendas nacionales comercializadas por las marcas Premium en shoppings, supermercados o locales propios, se fabrican en talleres formales y cooperativas. Esta mayor formalización impositiva y laboral explica –aunque solo en parte- los mayores precios de sus prendas orientadas a los consumidores de mayores ingresos. Los consumidores de ingresos bajos y medios, que en su gran mayoría compran en La Salada y Flores, suelen fabricarse en circuitos más informales.
Las cooperativas, por su parte, muestran una gran flexibilidad en este sentido. Pueden abastecer tanto a marcas y supermercados como a comercios minoristas. Y tienen, o tuvieron hasta 2024, un esquema de abastecimiento al Estado tanto Nacional como provinciales o municipales. Muchas cooperativas fabrican guardapolvos, delantales, ropa sanitaria y ropa de trabajo para licitaciones públicas.
Los hogares argentinos destinan el 6,9% de sus gastos totales a la compra de indumentaria y calzado, una proporción mayor que en otros países de la región como México (4,8%) o Chile (3,5%). El tamaño del mercado argentino de indumentaria totalizó $2.092.425 millones durante 2022, un monto equivalente a 2,5% del PIB total. De ese monto total, el 1,9% se vendió en Supermercados, el 15,4% en Shoppings y el resto, 82,7%, se vendió en el muy heterogéneo grupo conformado por los circuitos de Flores, La Salada, locales minoristas, ferias y manteros.
La apertura de las importaciones produce un efecto de concentración de la economía con consecuencias imprevisibles. O no tanto. El año pasado, en pleno sacudón de las políticas del gobierno libertario a esta industria, el diseñador Benito Fernández publicó en sus redes que se vio obligado a reestructurar su empresa. Dejó de lado la línea prêt-à-porter para concentrarse exclusivamente en la alta costura. Las miles de historias que pueblan esta industria pueden quedar para vestir santos.
La entrada Arqueología de tu remera se publicó primero en Revista Anfibia.