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Desde la Municipalidad de Villa Regina se repudian este tipo de hechos y se recuerda que queda prohibido por la ley, el entierro, abandono, quema, comercialización o reutilización indebida de envases vacíos de agroquímicos. Para asegurar que el proceso de recuperación del plástico sea el adecuado es fundamental el compromiso de todos los productores.
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Hace más de cuatro siglos, Europa vivió un fenómeno insólito: diez días simplemente no existieron. El calendario dio un salto del 4 al 15 de octubre de 1582. No fue una falla de relojeros ni un error de escribanos: fue la reforma papal que cambió para siempre la forma de medir el tiempo.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable
Cuando el tiempo se salió de eje
La historia podría comenzar como una novela fantástica: un día te vas a dormir el 4 de octubre, y al despertar… es 15. No hubo amanecer del 5, ni ocaso del 14. Diez días que desaparecieron de la historia, borrados de cuajo.
Pero no fue magia ni conspiración: fue el resultado de un ajuste astronómico y político que marcaría el inicio del calendario gregoriano, el mismo que seguimos usando hoy.
Del calendario de Julio César al error solar
Todo empezó con el viejo calendario juliano, instaurado por Julio César en el año 46 a.C. Ese sistema medía el año con 365 días y 6 horas, un cálculo que parecía preciso… hasta que los astrónomos notaron que el año solar real duraba 11 minutos menos.
Esa mínima diferencia, repetida durante más de 1500 años, fue acumulando un error enorme: el calendario estaba adelantado casi diez días respecto al ciclo solar. Las estaciones ya no coincidían con sus fechas tradicionales, y las fiestas religiosas, como la Pascua, se desfasaban peligrosamente del calendario astronómico.
El Papa que corrigió el tiempo
En 1582, el papa Gregorio XIII decidió poner orden. Convocó a astrónomos, matemáticos y teólogos para diseñar un nuevo calendario. El encargado del trabajo fue Cristóbal Clavio, jesuita y astrónomo alemán, que propuso una fórmula que corrigiera el error acumulado.
Así nació el calendario gregoriano, que ajustó los años bisiestos para mantener el equilibrio solar. Pero había un problema: ¿cómo eliminar los diez días de diferencia ya acumulados?
La respuesta fue tan simple como desconcertante: borrar esos días del calendario.
El salto imposible: del 4 al 15
El decreto papal estableció que el jueves 4 de octubre de 1582 sería seguido directamente por el viernes 15 de octubre de 1582. Nada más. No hubo 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 ni 14.
En países como España, Portugal e Italia, la medida se aplicó inmediatamente. Los ciudadanos se acostaron un 4 de octubre y se levantaron en mitad del mes, sin haber vivido esos diez días. Algunos lo tomaron con humor; otros, con indignación: campesinos y obreros protestaron porque creían que les habían robado diez días de salario.
El tiempo dividido por la fe
El cambio no fue universal. Los países protestantes desconfiaban de la reforma católica y se negaron a adoptarla. Inglaterra, por ejemplo, mantuvo el viejo calendario juliano hasta 1752, casi dos siglos después.
El resultado fue un caos temporal: mientras en Roma era 15 de octubre, en Londres todavía era 5. Los viajeros que cruzaban fronteras podían envejecer o rejuvenecer diez días de un país a otro.
Cuando el mundo se puso de acuerdo (casi)
Con el paso de los siglos, la mayoría de las naciones fueron aceptando el sistema gregoriano, aunque algunas lo hicieron tardíamente:
Rusia no lo adoptó hasta 1918, tras la Revolución Bolchevique.
Grecia esperó hasta 1923.
Y en ciertas iglesias ortodoxas, el calendario juliano aún se utiliza para las fiestas religiosas.
Así, el tiempo mismo se convirtió en una construcción política y religiosa: quién definía el calendario, definía el poder.
El legado invisible de los días perdidos
Hoy nadie nota el salto: el calendario parece inmutable, preciso, casi natural. Pero detrás de cada fecha hay una historia de debates, supersticiones y cálculos astronómicos.
Los “días perdidos” de 1582 no desaparecieron del todo: siguen flotando entre los pliegues del tiempo, recordándonos que hasta lo más exacto —el calendario— es una creación humana, tan arbitraria como fascinante.
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