Fracasó la expulsión de Milei: Rubí presentó los papeles y se queda en Argentina

Fracasó la expulsión de Milei: Rubí presentó los papeles y se queda en Argentina

 

 Javier Milei fracasó en su intendo de echar del país al reconocido estratega político español Antoni Gutiérrez-Rubí, que está asesorando a Jorge Macri y finalmente se quedará en la Argentina.

El catalán venía siendo víctima de un ataque de los trolls libertarios en las redes sociales, empujado por el propio presidente. El consultor trabajó en la campaña de Sergio Massa y el libertario lo culpa por los tosidos que lo desconcentraron en el debate presidencial de 2023. 

Dos semanas atrás, como anticipó LPO en exclusiva, Gutiérrez-Rubí recibió una notificación de la Dirección Nacional de Migraciones, que le canceló la residencia temporaria en Argentina y declaró “irregular” su permanencia en el país. Además, le dieron un plazo de 15 días para irse, bajo amenaza de expulsarlo.

Pero

Migraciones había computado mal la irregularidad de la residencia del catalán, que presentó los papeles correspondientes. El consultor incluso tiene DNI argentino.

La fallida deportación del catalán confirma el manejo defectuoso del Estado que el propio Milei dice querer destruir por dentro como un topo.

 

El Senado congela Ficha Limpia por las exequias del Papa y se sostiene el pacto con el kirchnerismo

El Senado congela Ficha Limpia por las exequias del Papa y se sostiene el pacto con el kirchnerismo

 

Ezequiel Atauche propuso en la reunión de labor parlamentaria de este martes que se postergue la sesión por Ficha Limpia prevista para el jueves y, en su lugar, se realice otra en homenaje al Papa Francisco. 

La idea contaba con apoyo de senadores dispuestos a viajar a Roma para las exequias del sumo pontífice, que tendrían que costearse por sí mismos el ticket de los pasajes después que se frustrara la posibilidad de que el gobierno los incluyera en su comitiva, pero también del peronismo, que festeja toda demora en el expediente.

Tal como anticipó LPO, el avance en el Senado del expediente que podría proscribir a Cristina Kirchner estaba atado a lo que pasara esta semana con la comisión investigadora por el Criptogate y las interpelaciones a los funcionarios de Javier Milei en la Cámara de Diputados. La partida del ex cardenal sirvió también de excusa para que Martín Menem y los jefes de las bancadas opositoras en la Cámara Baja declinaran el calendario diseñado para indagar en la estafa $Libra y pospusieran esa hoja de ruta hasta la semana próxima.

Con esa parte del plan en pausa, el gobierno aceptó congelar Ficha Limpia. “Los libertarios quieren llevar el tema al recinto el 8 de mayo pero ese 8 no va a llegar nunca”, dijeron en un despacho aliado del oficialismo.

La negociación enfureció a los santacruceños José María Carambia y Natalia Gadano, que fueron escrachados por Silvia Lospennato en TN y la periodista Cristina Pérez en La Nación+. La senadora estuvo presente en la reunión de labor y se habría opuesto al plan de Atauche pero quedó en franca minoría.

Los santacruceños votarán Ficha Limpia y culparon al gobierno por la demora

En rigor, la sesión sería el 7 de mayo porque 12 senadores deberán estar el jueves 8 en los cierres de campañas de sus provincias: el 11 de mayo van a elecciones Jujuy, Salta, Chaco y San Luis. Además de Ficha Limpia, el oficialismo pretende aprobar la asunción de Emilio Viramonte como secretario administrativo en reemplazo de la renunciada María Laura Izzo, mientras que José Mayans se ilusiona con la posibilidad de rediscutir la composición de las comisiones.

Un senador reconoció el malestar de los patagónicos. “Los prendieron fuego desde el gobierno y ahora los del gobierno no quieren sesionar, no sé cómo van a hacer para conseguir que les voten algo en adelante”, reflexionó.

Desde la Casa Rosada siguieron punto a punto las conversaciones, pero asumieron sus limitaciones para intervenir. “Desde la Ley Bases para acá, no ganamos ninguna”, admitieron ante LPO en Balcarce 50.

En los pasillos del Senado, hablan de agregar delitos pero lo central es que una votación con cambios obligaría a una devolución de la norma para su aprobación o su ratificación en la cámara de origen.

Sucede que no solo fracasó Santiago Caputo en la estrategia para completar las vacantes de la Corte Suprema sino que también terminó expuesto José Rolandi, el vicejefe de Gabinete Ejecutivo, cuando Carambia dijo por Instagram el último feriado de viernes santo que lo había recibido en su despacho de la Cámara Alta el 8 de abril porque pretendían sondear su voluntad para el proyecto de Ficha Limpia.

Frente a la incertidumbre por la cantidad de apoyos disponibles, un legislador que no estuvo en labor habría sugerido abrir el proyecto a modificaciones. En los pasillos del Senado, hablan de agregar delitos pero lo central es que una votación con cambios obligaría a una devolución de la norma para su aprobación o su ratificación en la cámara de origen.

Ese derrotero consumiría más tiempo, la divisa que beneficia al interbloque de UP en su cerrada defensa de Cristina Kirchner contra la sanción de esa ley. “Si pasa el tiempo, no la embocan y, además, hay que reglamentar la ley también”, concedió una fuente de LLA.

Por lo demás, el plan de Labor con la inclusión de Ficha Limpia en el temario debería votarse este jueves pero fuentes parlamentarias deslizaron que Atauche tenía dudas de someterlo a consideración del cuerpo. La jugada parece arriesgada porque restan 15 días para el 7 de mayo y para entonces podrían ausentarse senadores por la campaña electoral en sus provincias, comprometiendo la suerte del expediente en discusión.

Como sea, un senador cercano al oficialismo interpreta que “el gobierno prefiere mantener el proyecto como prenda de negociación con el peronismo antes que cualquier otra cosa”.

 

El Banco Central intentó comprar USD 500 millones a 999,99 pesos por dólar, pero no se los vendió nadie

El Banco Central intentó comprar USD 500 millones a 999,99 pesos por dólar, pero no se los vendió nadie

 

 El equipo económico esta entusiasmado. Los motiva que, tras el giro en la política económica, no se les haya disparado el tipo de cambio. Los funcionarios festejan que en el mercado oficial, como en los segmentos paralelos, el dólar promedie los $1150. 

El entusiasmo es tal, que el Banco Central publicó una oferta de compra por USD 500 millones a 999,99 pesos por dólar. Técnicamente esta oferta se denomina Bid. Se trata de un documento digital que se carga en el sistema del mercado mayorista. En el Siopel quedan registradas todas las operatorias de grandes volúmenes de divisas. 

Cuando el Siopel registra un Bid, los jugadores interesados presentan su oferta (offer). “El BCRA sube un bid y si un operador se lo matchea con un offer, la operación se concreta y se liquida”, explicó a LPO un operador financiero. 

Esto es lo que no sucedió. Ningún operador matcheó el bid del Banco Central. En criollo: nadie le vendió al Banco Central un dólar a cambio de 1.000 pesos. 

Caputo analiza reperfilar la deuda con los bonistas para patear un pago de USD 4.500 millones

La rueda de este martes cerró, una vez, mas sin intervención de la máxima autoridad cambiaria. Encadena así siete jornadas consecutivas desde que se anunció el cambio en el régimen cambiario tras el acuerdo con el Fondo. Las reservas se mantienen constantes. 

La decisión de Milei y Caputo de no sumar reservas mientras el dólar se ubique por encima de los 1.000 pesos contradice el nuevo acuerdo con el FMI que exige sumar USD 4.500 millones de reservas de acá a junio y para eso habilita al Gobierno a comprar dentro de la banda de flotación.

La fallida movida del Banco Central viene a oficializar lo que tanto el presidente Javier Milei como el ministro de Economía, Luis Caputo, habían filtrado luego de firmar el acuerdo con el FMI: el BCRA no realizará compras de reservas mientras el tipo de cambio se ubique por encima de los 1000 pesos.

Esta posición contradice la letra del acuerdo con el organismo. Respecto a las reservas, el FMI establece que debe sumar USD 4.500 millones a junio. De la cuenta se desprende que debe comprar más de USD 115 millones por día. Esto explica que en el staff level agreement, documento que contiene las especificaciones técnicas del acuerdo, el FMI  habilite la intervención del BCRA para adquirir reservas, sin necesidad de que el dólar cruce las bandas. Además, el documento firmado por las partes reconoce que, previo al esquema de flotación, el atraso cambiario se ubicaba entre el 15% y el 25%, por encima de los $1.200 y lejos de los $1.000 que pretende pagar el gobierno. 

 

¿POR QUÉ UNA MUJER NO PUEDE DIRIGIR LA IGLESIA CATÓLICA?

¿POR QUÉ UNA MUJER NO PUEDE DIRIGIR LA IGLESIA CATÓLICA?

¿CUÁLES SON LAS RAZONES DOCTRINALES Y LAS IMPLICACIONES DE PODER EN LA RESTRICCIÓN DE QUE UNA MUJER LLEGUE AL TRONO DEL VATICANO? Algunas de las religiones más influyentes del mundo, como el judaísmo, el islam y el catolicismo, podrían tener muchas diferencias en su manera de interpretar los textos sagrados y de cómo concebir al…

El invierno y el humo 

 

La escena es breve pero brutal. En la nueva temporada de The Last of Us, el silencio de la nieve lo cubre todo: una blancura extrema —casi litúrgica— en la que la quietud parece promesa de paz. De pronto, del subsuelo congelado, brotan cuerpos infectados, monstruos agazapados bajo la pureza engañosa del paisaje.

Doce años después de la llegada de Jorge Mario Bergoglio al trono de Pedro, esa escena regresa como imagen incómoda. ¿Qué se oculta bajo la blancura del símbolo Francisco? ¿Qué monstruos agazapados no han sido nombrados, ni enfrentados, ni exorcizados por este papado que prometió renovación?

En 2013 escribí, también para Anfibia, que la Iglesia parecía ese borracho que busca las llaves no donde las perdió sino donde hay más luz. ¿Dónde buscó la Iglesia de Francisco sus respuestas? 

Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa, en marzo de 2013, la Iglesia Católica atravesaba no solo una crisis interna sino un verdadero invierno civilizatorio. El desencanto con las grandes instituciones, el descrédito de los relatos salvíficos, la aceleración del tiempo digital y el colapso ecológico dibujaban un mundo que ya no buscaba respuestas en los altares. La jerarquía eclesiástica, atrapada entre su obsesión doctrinal y su incapacidad de escuchar el rumor del mundo, parecía ir perdiendo no sólo fieles, sino relevancia simbólica. En esa atmósfera de derrumbe, la figura de Francisco emergió como una promesa: un pastor que hablaba de misericordia, un jesuita que caminaba sin oropel, un argentino que traía el Sur al corazón de Roma. Pero la crisis no  no cedió: los escándalos de encubrimiento siguen emergiendo, las juventudes abandonan los credos institucionales y el discurso eclesial parece cada vez más ajeno a los dilemas del presente.

Cuando Bergoglio fue elegido Papa, la Iglesia Católica atravesaba no solo una crisis interna sino un verdadero invierno civilizatorio. La figura de Francisco emergió como una promesa. Pero la Iglesia no es un solo hombre.

Conviene no caer en la trampa de las simplificaciones. La Iglesia católica no es un bloque homogéneo, sino un entramado denso de culturas, poderes, sensibilidades y resistencias. Conviven en ella quienes exigen reformas profundas y quienes sueñan con restauraciones litúrgicas decimonónicas; obispos que arriesgan el cuerpo junto a los pueblos y cardenales que blindan privilegios; curas de barrio que abren sus parroquias a las disidencias y jerarcas que aún niegan los abusos. Esas múltiples iglesias dentro de la Iglesia tensionan cualquier intento de transformación. El papado de Francisco ha navegado —a veces con astucia, a veces con titubeo— entre esas fuerzas contrapuestas. Y aún así no es él quien las inventó, ni quien podía desactivarlas por decreto. La Iglesia no es un solo hombre.

No sería justo decir que nada cambió. Francisco llegó a una institución devastada por el descrédito, corroída por los escándalos de abuso sexual, perdida entre intrigas curiales y desconectada de la calle. Enfrentó, desde el inicio, una resistencia feroz dentro del propio Vaticano: cardenales que lo desobedecen, medios católicos que lo acusan de hereje, sectores que aún sueñan con restauraciones litúrgicas y morales. Y aun así, logró abrir grietas. Cambió el tono: menos condena, más compasión. Cambió la geografía: puso a los márgenes en el centro, habló de migrantes, de la Amazonía, de la Tierra como casa común. Cambió, incluso, el rostro del papado: menos púrpura, más calle. Convirtió la palabra “misericordia” en bandera y se atrevió a incomodar al capital financiero y al extractivismo, al denunciar “la economía que mata”. Pero cada paso hacia adelante parece haber venido acompañado por una red de contención interna, una especie de freno eclesiástico que ralentiza o revierte el impulso transformador.

Poco antes de su elección, cuando aún Benedicto XVI era el Papa — renunció estando yo todavía en Roma— me hospedé en la Domus Internationalis Paulus VI, la misma residencia en el centro de la ciudad donde Jorge Mario Bergoglio pasó sus últimos días como cardenal antes de entrar al cónclave. Desde mi cuarto —una celda austera, casi monacal, con una ventana que dejaba entrar apenas el murmullo del Vaticano— me preguntaba, y aún me lo pregunto, por qué el Cardenal Gianfranco Ravasi me había invitado a dar la conferencia magistral en el Sínodo de la Cultura, que en esa edición estaba dedicado a la juventud. Qué lugar imaginaba para una antropóloga latinoamericana, mujer, crítica, en un espacio acostumbrado al monólogo clerical. En esos días, el aire estaba cargado de expectativa: se hablaba de renovación, de escuchar otras voces, de abrir las puertas a los márgenes. Era difícil no dejarse tocar por ese clima. Hoy, desde la distancia, me asalta una pregunta más difícil: ¿seguirá vigente ese impulso?, ¿qué fue lo que realmente se abrió y qué se volvió a cerrar con más fuerza?

Más allá de los muros vaticanos, las mujeres dejaron de esperar permiso. Teólogas, activistas, místicas, defensoras del territorio, madres que denuncian abusos, lesbianas católicas, religiosas feministas: todas ellas desbordan el molde eclesial.

Aunque Francisco impulsó gestos relevantes y cambios simbólicos que no deben minimizarse, queda a deber en temas cruciales. Tres asuntos, en particular, me parecen ineludibles si queremos pensar su pontificado más allá de la simpatía o el desencanto: el lugar de las mujeres en la Iglesia —sistemáticamente relegadas a funciones decorativas o asistenciales—; el silencio persistente del Vaticano frente a las violaciones de derechos humanos en regímenes como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua; y, quizá más inquietante aún, la escasa reacción frente al crecimiento global de liderazgos autoritarios que reivindican una política de fuerza, castigo y supresión de derechos, muchas veces en nombre de valores cristianos. 

La pregunta, ahora que llega a su fin con su pontificado, es cómo asumirá la Iglesia esos desafíos en un mundo cada vez más urgido de posiciones claras.

La Iglesia católica hizo de la mujer un ícono: madre, virgen, mártir, santa. La exaltó en los vitrales y la ha silenciado en los sínodos. Construyó una teología de la femineidad idealizada —misericordiosa pero obediente, amorosa pero sin voz— que le permite sostener una estructura profundamente patriarcal sin renunciar al gesto de la ternura. Francisco, con su tono pastoral, ha reiterado esa visión: el elogio constante a las “abuelas de la fe”, a las “madres que rezan”, a las “mujeres que sostienen la Iglesia”. Pero esa retórica no se tradujo, todavía, en una transformación profunda del poder eclesial. Aunque sería injusto no reconocer ciertos avances. 

Bajo el pontificado de Francisco, mujeres laicas han sido nombradas por primera vez en puestos de responsabilidad en el Vaticano: desde 2021, la hermana Nathalie Becquart es subsecretaria del Sínodo de los Obispos —con voz y voto, un hecho inédito— y en 2022 el Papa nombró a tres mujeres en el Dicasterio para los Obispos. También se designó por primera vez a una mujer como gobernadora de la Ciudad del Vaticano y creció la presencia femenina en áreas estratégicas como la economía y la comunicación. En el reciente Sínodo, su participación aumentó significativamente, tanto en número como en funciones. Son señales importantes, sí, pero todavía excepcionales. Grietas en una estructura que se resiste a ceder el poder y que sigue entendiendo la participación de las mujeres como delegación, no como co-gobierno.

Pero más allá de los muros vaticanos, las mujeres dejaron de esperar permiso. Teólogas, activistas, místicas, defensoras del territorio, madres que denuncian abusos, lesbianas católicas, religiosas feministas: todas ellas desbordan el molde eclesial. No buscan ser incluidas como una concesión, sino cuestionar de raíz la teología del poder que sostiene la exclusión. Aquí no se trata de aplausos morales o reconocimientos simbólicos, lo que se requiere es una transformación política de fondo. 

Recuerdo una imagen: Jueves Santo, cárcel de mujeres de Rebibbia, Roma. Francisco arrodillado, lavando los pies de las presas. Algunas lo miran con desconfianza, otras bajan los ojos, una llora en silencio. El gesto, profundamente humano, conmueve. Rompe la tradición —hasta entonces solo varones eran parte del rito— y abre una importante fisura. Pero luego la puerta se cierra, la ceremonia termina, las mujeres vuelven a sus celdas, y el poder eclesial regresa a su curso. La escena que resume el dilema: el Papa que toca los pies de las olvidadas, pero no les entrega la palabra. El gesto está ahí, indeleble; lo que falta es la transformación que lo haga durar.

La opción por la diplomacia silenciosa fue otra de las marcas del pontificado. En Cuba, Francisco fue clave en la mediación que permitió reanudar las relaciones con Estados Unidos y la liberación de presos políticos. Pero frente a las denuncias de represión, censura y persecución de disidencias prefirió el tono neutro, el llamado abstracto al diálogo. En Venezuela, incluso tras los informes demoledores de la ONU sobre violaciones sistemáticas de derechos humanos, no hubo condenas explícitas. En Nicaragua, donde el régimen de Daniel Ortega encarceló y luego expulsó a figuras religiosas, incluido el obispo Rolando Álvarez, el Papa apenas esbozó llamados genéricos a la paz. El riesgo de esta prudencia es alto: en un mundo hiperviolento, la omisión también habla.

El Papa lava los pies de las olvidadas, pero no les entrega la palabra.

Mientras el mundo se endurece, la palabra papal se ha vuelto más suave. En tiempos donde líderes como Trump, Bukele o Milei convierten la política en espectáculo punitivo, exaltan la violencia como virtud y erosionan derechos conquistados —especialmente los de mujeres, migrantes, disidentes y pueblos indígenas—, el silencio del Vaticano pesa. No es sólo omisión: es una renuncia a la dimensión profética del catolicismo, esa que alguna vez supo denunciar a los faraones de turno.

Francisco habló de justicia social, de cuidado del planeta, de una economía al servicio de la vida. Pero evitó confrontar, con nombre y apellido, a quienes instalan regímenes autoritarios que recortan libertades en nombre de valores cristianos o de una moral restauradora. La Iglesia, que podría ser un contrapeso ético, se repliega en gestos, mientras el poder se vuelve más brutal.En The Last of Us, bajo la nieve se oculta el peligro, la amenaza, la vida contaminada que aguarda su momento. En la Iglesia, quizá también algo late bajo la superficie: no el monstruo, sino el conflicto no resuelto, las preguntas sin pronunciar, las voces todavía silenciadas. El invierno civilizatorio sigue su curso. Bajo esa intemperie, la Iglesia católica navega entre tensiones irresueltas, silencios estratégicos y gestos que no siempre alcanzan. Y el humo —ese antiguo símbolo de continuidad— anunciará en los próximos días si la Iglesia que emerja de ese cónclave dará continuidad a lo empezado por Francisco o, por el contrario, optará por un repliegue: un retorno a formas más cerradas, jerárquicas y restauradoras. Una era de desafíos se asoma en el horizonte: con la muerte de Francisco, ¿se abrirá una nueva etapa o se clausurará, otra vez, el camino de lo posible?

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Desvaticanizar la Iglesia

 

La misión de Francisco estuvo en la zona de lo imposible: debió enfrentar un proceso en el que el catolicismo perdía gravitación histórica mientras era cuestionado tanto por diversas vetas de la cultura secular, como por la expansión de otros grupos religiosos en áreas de nueva y vieja evangelización católica.

Jorge Bergoglio era consciente del esclerosamiento del catolicismo, que también es el clericalismo de la religión romana centralizada y vertical que pretendían blindar sus predecesores, especialmente Wojtyla y, sobre todo, Ratzinger. Hasta el papado de Francisco al catolicismo le fue imposible asumir las agendas de autonomía subjetiva que crecieron a partir de la segunda mitad del siglo 20. Pero también le resultó difícil competir por los pueblos contra la máquina nomádica de la religión evangélica que avanza —pese a lo que todos sus contradictores creen— sin plan centralizado y sin más propuesta que la interpretación libre de los evangelios. El catolicismo enfrentó la modernidad y sus conflictos, de clase y de sujeto, como cuestiones teóricas a partir de la visión de hombres que se pretendían desencarnados. Y en parte lo eran: los sacerdotes, y en especial los Papas, no tenían familia ni trabajo y seguro estaban en paz con la idea de su inmortalidad. Francisco no era ajeno a esa situación pero era consciente de sus determinaciones.

El papado de Francisco intentó ser una práctica transformadora más que una reforma total del dogma.

En ese contexto, el papado de Francisco intentó ser una práctica transformadora más que una reforma total del dogma. Que la Iglesia Católica no sea solo los sacerdotes, que los sacerdotes estén más conectados con la realidad de sus comunidades. El caminar juntos que le propuso a través de la sinodalidad a la Iglesia para reflexionar sobre su misión no era un cambio desde arriba como el que teóricamente surgiría de un concilio: era más “moderado”, pero al mismo tiempo más profundo. Sobre los más diversos puntos, en distintos momentos, el Papa dio indicaciones que fueron discutidas, pero dejan los sedimentos de una transformación en curso. En el arco que va de su ya famoso “quién soy yo para juzgar” a su encuentro con los jóvenes donde amonesta la cerrazón de la Iglesia a la diversidad, de sus encíclicas sobre la fe, la fraternidad universal y la ecología a las disposiciones sobre la participación de los laicos y las mujeres en el culto y en la vida del Catolicismo o sus intervenciones sobre los conflictos internacionales, está la siembra de un planteo de cambio que ya trajo frutos.

La tarea de Francisco consistió en cuestionar el carácter romano y específicamente vaticano de la Iglesia Católica para que pueda ser lo más universal posible. Es una tarea dificilísima porque a pesar de las simpatías que desató entre progresistas no católicos —ampliando parcialmente la relevancia del catolicismo para la vida pública de algunos países—, causó reacciones negativas en el mundo católico y, a veces, indiferencia en los mundos populares donde el sentimiento religioso muchas veces pasaba por otras agendas y por otros nudos.

Francisco entendía que lo importante no eran los espacios de poder, sino los procesos que podían sacudir las murallas para dar lugar a una renovación de los sujetos.

Esto vale específicamente para que los progresistas que repudiaron a Francisco el día de su nominación como Papa y hoy practican una proximidad sincera —aunque en muchas ocasiones sea cosplay de catolicismo— hagan un proceso de reflexión: los valores del papado están en la dimensión específicamente religiosa, en la dinámica del catolicismo, donde lo que importa no es exclusivamente el posicionamiento del papa frente a la disputa entre conservadores y progresistas en Europa o en América Latina. Aunque en esta dirección Francisco tomó una diagonal que muchos no esperaban: actualizó y fortaleció los lazos entre cristianismo y humanismo de forma tal que una parte de los logros de su papado fue devolverle repercusión y consistencia a una Iglesia que venía de padecer la erosión de su imagen por todo tipo de escándalos.

El habitante de Santa Marta sabía que se enfrentaba a un clero que se iba a refugiar en la tradición para boicotearlo. También sabía que se enfrentaría a una oposición de élites que encuentran en el cristianismo un obstáculo para sus proyectos de guerra y acumulación. Y creo que reconocía que la experiencia religiosa popular le quedaba cada vez más lejos al catolicismo (si entendemos por popular el pueblo realmente existente y no el pueblo imaginado por el plebeyismo sin pueblo).

Francisco tomó una diagonal inesperada: actualizó y fortaleció los lazos entre cristianismo y humanismo. Así le devolvió repercusión y consistencia a una Iglesia que venía de padecer la erosión de su imagen por todo tipo de escándalos.

En una entrevista que dió al inicio de su papado frente a Antonio Spadaro, intelectual jesuita y director de la revista Cívitas, Francisco confesó su predilección por Michel de Certeau (jesuita, etnólogo, historiador, lingüista y practicante del psicoanálisis), uno de los más importantes analistas culturales del siglo 20. Francisco se inspiraba en la figura de De Certeau, que a su vez se inspiraba en la del fundador de la orden jesuita en su relación de distancias y amores cada vez más intensos respecto de Dios, la Iglesia y el propio papado.

Y de la misma manera que el fundador de la orden y que el intelectual francés, Francisco entendía que lo importante no eran los espacios de poder, sino los procesos que podían sacudir las murallas para dar lugar a una renovación de los sujetos y los repertorios. En esa entrevista definió su papel en la historia de la Iglesia Católica: disparar procesos sin detenerse en especulaciones sobre hasta dónde llegaría el impulso. Lo hizo promoviendo el lío y haciéndose par de sacerdotes cuya vida conocía muy profundamente en sus dramas y vicisitudes. El impulso de Francisco era como el de San Ignacio de Loyola, el impulso del caminante herido movilizado por una falta y dispuesto a ser atravesado por algo más grande que él. Una tarea infinita a la que se entregó para poder pasar la posta de un proceso cuyo sentido no podemos determinar todavía.

La Iglesia Católica es apostólica y romana. Y esos términos no son gratuitos ni inocuos. Lo más profundo de su legado está en la tentativa de desvaticanizar la Iglesia, de hacerla menos romana y más llena de humanos y ciudadanos. Una Iglesia de pastores.

Mal haríamos en hacer un balance en términos de las categorías más inmediatas con las que se quiere establecer el significado de su obra: hay que salir del argentino-centrismo y del progre-centrismo para poder entender el sentido más profundo del proceso iniciado por Francisco. La Iglesia Católica es apostólica y romana. Y esos términos no son gratuitos ni inocuos. Lo más profundo de su legado está en la tentativa de desvaticanizar la Iglesia, de hacerla menos romana y más llena de humanos y ciudadanos. Una Iglesia de pastores (que sólo por ser pastores podrán tener olor a oveja).

Todavía no podemos saber hasta dónde puede llegar la dinámica iniciada por Francisco porque eso es lo propio del tiempo, que para Francisco y para San Ignacio de Loyola era el ámbito de manifestación del Espíritu Santo. Hay que ver entonces el registro específico de la intervención de Francisco (y no el de Bergoglio): el de la tentativa de liberar al Espíritu Santo de su cárcel romana. Como me lo hizo observar Néstor Borri, Francisco no falleció el domingo de resurrección sino un lunes cuya fecha coincide con la fundación de Roma. Si su tentativa toca profundo en la vida del catolicismo, su obra habrá sido un éxito. Y si hay algún grado de éxito, su humanismo habrá triunfado por consecuencia y por añadidura.

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