Detuvieron a un hombre por “amenazar” a Milei: sólo le encontraron libros del Che Guevara

Detuvieron a un hombre por “amenazar” a Milei: sólo le encontraron libros del Che Guevara

 

La excusa del Gobierno y sus aliados judiciales es que el hombre ejerció “intimidación pública” a través de un tuit. Pero ocultan el supuesto posteo y la identidad del detenido. Sólo hay “pruebas” de que lee libros. Escandaloso. Si Milei fuera juzgado por intimidar vía X, ¿qué pena le cabría? Por Daniel Satur (La Izquierda Diario).


Según la escueta información oficial difundida por medios afines a La Libertad Avanza, este jueves por la noche un hombre de 37 años fue detenido en el partido bonaerense de Berazategui, acusado de supuestamente “amenazar” al presidente Javier Milei a través de un posteo en la red social X (ex Twitter).

La versión dice que la División Conductas Tecnológicas Ilícitas de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires “investigó” supuestas amenazas virtuales contra Milei y pudo dar con el paradero de su autor, al que finalmente ubicaron en una vivienda de la calle Vergara de esa ciudad del sur del Gran Buenos Aires.

La causa se tramita en Comodoro Py, más precisamente en el Juzgado Criminal y Correccional Federal 12 que conduce el juez Ariel Lijo, quien viene de fracasar en su intento de alcanzar la cúspide judicial como miembro de la Corte Suprema. Para lograr la detención del imputado también intervino el Juzgado Criminal y Correccional Federal de Quilmes, a cargo del juez Luis Armella. El cargo contra el detenido, siempre según la información difundida por las huestes de Patricia Bullrich, es por “intimidación pública” y el hombre quedó detenido (aunque no incomunicado).

¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo?

Hay una regla básica del periodismo conocida como Las 5 W: toda noticia debe responder a las preguntas ¿qué? (de qué hecho se trata), ¿quién? (protagonistas), ¿dónde? (lugar del hecho), ¿cuándo? (en qué momento pasó) y ¿por qué? (causas concretas que llevaron al hecho). Las W hacen referencia a esas preguntas en inglés.

En Argentina y el mundo ya es normal que las corporaciones dedicadas a la información y el entretenimiento ni se preocupen por responder con certeza a esas preguntas elementales. Ni siquiera apelan a compartir la incertidumbre con sus audiencias cuando las respuestas son esquivas. En este caso, se repite la historia.

En una (nueva) muestra de precariedad periodística y apología de la represión a la disidencia que encara La Libertad Avanza, empresas como Clarín Infobae difundieron la versión prearmada por el Ministerio de “Seguridad Nacional”, sin siquiera hacerse preguntas básicas como cuál fue la supuesta amenaza del usuario de X contra Milei que habría “justificado” su detención.

¿Qué amenaza realizó el hombre de 37 años contra Milei? Hasta ahora ninguna fuente oficial lo dijo. Alcanzaría con compartir una captura del posteo en cuestión, pero ni siquiera eso.

¿Quién es el detenido? Sólo lo saben sus perseguidores, aunque es mayor de edad y el hecho por el que se lo acusa (un posteo en redes sociales) es demasiado menor como para pretender ocultar su identidad.

¿Cuándo y en qué contexto cometió esa supuesta “intimidación pública”? Nada por aquí, nada por allá.

Persecusión política

De lo que sí se ocuparon las “fuentes” oficiales es de difundir qué “elementos de interés para la investigación” fueron secuestrados en el domicilio donde se detuvo al acusado. Sin dudas, habría sobradas pruebas de que el hombre lee. Y no sólo eso, sino que entre sus lecturas favoritas están los libros de Ernesto “Che” Guevara. Un sujeto muy peligroso.

Además de los libros del “zurdo”, se mostraron otras evidencias de la “criminalidad” del imputado: un teléfono celular, dos CPU y una notebook . Y se difundió un video del momento de la detención, donde se ve un amplio despliegue policial y el rostro del hombre está bruleado para que nadie lo pueda reconocer.

La puesta en escena sería para coleccionar memes si no significara una amenaza directa de parte de las más altas esferas del Estado a libertades democráticas elementales. No sólo es un ataque a la libertad de expresión de un usuario de redes sociales, sino que se avanza más aún en la persecución a quien no piensa como el Gobierno y sus cómplices desean.

La denuncia por “intimidación pública” está motorizada por Patricia Bullrich, quien parece estar más abocada a armar causas penales sin pruebas contra ciudadanas y ciudadanos que opinan por redes sociales o en las calles, que a terminar con el narcotráfico o la trata de personas.

La misma figura de “intimidación pública” la usó este gobierno el año pasado, vía el fiscal federal Carlos Stornelli, para acusar a 33 personas detenidas arbitrariamente durante una manifestación frente al Congreso en repudio a la Ley Bases. Al poco tiempo, todos fueron sobreseídos y hasta la jueza María Servini le sugirió al fiscal bullrichista que investigue seriamente.

Algo similar pasó en marzo de este año con decenas de detenidos en una de las regulares protestas de jubiladas y jubilados, también frente al Congreso. En aquella represión la Gendarmería de Bullrich intentó matar al joven fotorreportero Pablo Grillo. Este diario relató el caso de uno de los detenidos, el médico psiquiatra Alejandro Todaro, profesional del Hospital Bonaparte, a quien la ministra y sus secuaces acusaron de “barrabrava” para justificar su detención e imputación. Siempre sin la más mínima prueba, claro.

Hay que pararles la mano

A la ministra de “seguridad” le exita armar shows mediáticos, cargando todo el peso represivo del Estado con detenciones y causa penales contra quienes supuestamente “intimidan” al poder o, incluso, cometen actos rayanos con el “terrorismo”.

En 2017, cuando ocupaba el mismo sillón ministerial, Bullrich mandó a detener a un joven que había difundido por Twitter un cantito de cancha muy entonado por entonces, que decía “(Mauricio) Macri te vamos a matar, no te va a salvar ni la Federal”. Mientras se ocupaba de esas persecusiones, bancaba a los criminales de uniforme que acabaron con las vidas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.

En 2024, cuando apenas llevaba un mes como ministra de Milei, la funcionaria mandó a detener a tres hombres en el marco de una “investigación” contra una supuesta “célula terrorista” que buscaba “atentar” contra edificios de la comunidad judía en Buenos Aires. A los pocos días fueron quedaron libres de culpa y cargo. No sólo no tenían nada que ver con algo de tamaña envergadura, sino que ni siquiera se conocían entre ellos.

Son sólo algunos ejemplos de las burradas protagonizadas por Patricia Bullrich y sus falderos del Ministerio, como el mediocre abogado Fernando Soto. Pero no por bizarros dejan de ser peligrosos. Quien ejerce una verdadera “intimidación pública” permanente e impune es el propio Gobierno. Y sus víctimas, potencialmente, somos los millones que opinamos contra sus políticas de ajuste, hambre y miseria.

Si expresarse libremente por las redes sociales fuera un delito merecedor de la condena implacable de la “Justicia”, ¿entonces qué pena les cabría a Javier Milei y su cohorte de trolls liberfachos, dedicados minuto a minuto a lanzar odioamenazas y demás ataques contra todo aquello que les molesta, lo que incluye el aval a las agresiones físicas protagonizadas por sus seguidores? De mínima, perpetua.

Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Detuvieron-a-un-hombre-por-amenazar-a-Milei-solo-le-encontraron-libros-del-Che-Guevara

 

¿Qué habría sido de mi vida sin leer?

¿Qué habría sido de mi vida sin leer?

 

Confieso que he leído –diría el otro. 

Nunca lo había pensado así, pero quizás eso es lo bueno de estos balances bobos: la posibilidad de llegar, tan cerca de la conclusión, a ciertas conclusiones. Hacerse un panorama general. Nunca lo había pensado así: es probable que nada haya hecho, en mi vida, tanto como leer. Quizá dormir, ese momento de no ser. Pero mientras sí soy, calculo o quiero creer que leo, digamos, unas diez horas cada día. Entre los diarios de la primera mañana, los mails y apuntes y los artículos que reviso y que preparo en la segunda y, ya por la tarde, esas horas de escribir lo que estoy escribiendo –que es leer realmente. Y todo el tiempo, en cualquier momento –en el baño, en la cama justo antes de dormirme, en la comida cuando como solo, en el sillón del tedio posprandial, en los buses y los aviones y los metros y los desayunos de los hoteles y las salas de espera de los médicos– la lectura. No se me ocurre ninguna otra actividad que haya hecho tanto, que haga tanto. Si algo hice en mi vida fue leer.

(Buscarle algún sentido

a esos dibujos. Esperar 

que su silencio me hable, que me diga

eso que guardan para mí.)

Quizá por eso tenía tanto apuro: se ve que quería hacerlo. Aprendí solo: entre las primeras imágenes que recuerdo se cuela un gran cartel callejero que miro desde el asiento trasero del auto de mis padres y trato de leerlo, les pregunto por una letra que no entendí o si lo que he leído es lo que dice. El coche debía ser el citroën dos caballos que compraron primero: en esos días, incluso para un médico ya relativamente exitoso como empezaba a ser mi padre Antonio, acceder a un coche era un cambio sustantivo, un ascenso evidente. En esos días mi padre compartía una clínica psiquiátrica con un par de colegas, mi madre estaba terminando los estudios que mi nacimiento y el de mi hermano habían interrumpido –y yo, visiblemente, intentaba leer.

Sé –supongo– que aprendí así, mirando los carteles de la calle, las tapas de los diarios en mi casa, preguntando. Hacia los cuatro o cuatro y medio ya leía y escribía: nada me fue más fácil, nada me importó tanto. Pero no tengo registro de esos principios –¿cómo puede ser que no sepa cómo fue que aprendí lo decisivo?– ni mucho de esos años: deben haber sido más o menos tranquilos, imagino. Más jardín de infantes, más areneros y cantos y cuentitos, todo eso que se va acumulando sin que sepamos cómo, y nos va armando. Somos, al fin y al cabo, el resultado de un proceso ignoto.

(Pero que un día podremos releer y tratar de escribir, inventarlo bajo el pretexto del recuerdo)

Desde entonces, mi relación con el mundo está hecha de palabras dibujadas. No solo que lo piense con palabras –eso se llamaría escribir– sino que lo percibo a través de sus palabras, lo entiendo o no lo entiendo gracias a sus palabras, sigo sus palabras. Lo leo, de formas tan variadas.

Nada nos parece más natural que un mundo descripto por un conjunto de veintitantos signos. Y, sin embargo, hace cien años, cuatro de cada cinco personas no los conocían: no leían, no escribían. Esa forma, que ahora nos resulta tan banal como comer o conversar, no existía para la mayoría. Y los signos que llevaban palabras –los nombres de las calles, los negocios, los diarios, los contratos, los libros, los misales– estaban reservados a los otros. No sé si alguna forma de aprehender y de ordenar el mundo creció tanto en tan poco tiempo.

(Alguna forma de igualdad, en ese tiempo.)

Para mí, en cualquier caso, siempre fue la única. Yo leo –y por eso, a veces, escribo. Pero leo, sobre todo. 

(Escribir, está claro, es leer descuidado.)

A veces me aburría. Me recuerdo vagamente diciendo meaburro meaburro meaburro con el tono más aburrido que podía lograr a mis cinco o seis años. Mi padre Antonio se permitía incluso un chiste malo a mi costa: ¿Sabes cuál es el animal al que hay que entretener para que no cambie de sexo? El burro, para que no sea burra –¿o será para que no se aburra? Hasta que terminé de entender que la lectura podía llevarme a cualquier parte y nunca más tuve miedo de aburrirme: en el peor –en el mejor– de los casos, siempre podía leer algo. De pronto me sentí autónomo, autosuficiente, todopoderoso: los libros me ofrecieron eso, que no siempre fue bueno.

Había empezado a leer y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Entonces sí, leer era estar en otra parte, ser otro, vivir vidas lejanas. En esos días, cuando leía las aventuras de Sandokán en la Malasia me subía a esos veleros frágiles, peleaba contra maharajás que cabalgaban elefantes, comía perro en fondas de Malaca. Leer era vivir, entonces.

(Escribir, está claro, 

es leer descuidado. No seguir

al pie de la letra cada letra, permitirles

que se vayan ordenando de otros modos.

Escribir es romper

lo que está dado.)

En 1962 yo ya tenía un hermano y un recuerdo. Mi hermano Gonzalo nació en febrero: dejé de tener un cuarto para mí solo o unos padres para mí solo pero no parece que me haya afectado demasiado; quién sabe. Y un recuerdo: cuando él nació, mis padres –para que no creyera que perder es pura pérdida, otra vez el helado– me regalaron una cámara de fotos. Era una carcasa de plástico negro que se llamaba Agfa Gevaert, usaba rollos gordos de 12 fotos cada uno. Hay objetos que te marcan y construyen.

(No hay bien que por mal no venga, parecía ser la idea: un sistema de compensaciones que se me instaló. Después, durante todo el resto de mi vida, debí buscar, para cada revés, algo que lo contrapesara: no siempre lo encontraba, por supuesto.)

Hacer fotos. En una época en que los chicos no teníamos ningún acceso a ninguna tecnología, no manejábamos ningún aparato –apenas, si acaso, podíamos prender o apagar la luz si nos dejaban–, apretar un botón y hacer un clic y que ese gesto se transformase en un papel con una imagen blanco y negro que, semanas más tarde, mi madre Martha me traería de la farmacia o el laboratorio, era sublime.

(No recuerdo juguetes. Me imagino que tendría juguetes, pero no los recuerdo. Un camión rojo de plástico o goma, pesado, con volquete y un nombre que quizá fuera duravit. Unos ladrillitos de plástico que se encastraban los unos en los otros para dejarte armar una casa muy precaria, mis ladrillos. Quizás algunas piezas de madera, pero no estoy seguro; quizás algunos soldaditos, pero tampoco. Casi no recuerdo juguetes. Es un lugar común, pero aún así: la cantidad de juguetes que tenían los chicos de entonces podía ser –en circunstancias parecidas– 50 o 100 veces menos que la que tienen los de ahora. Lo cual podría darme bruta envidia si no fuera por el argumento que me salva: nos obligaba a imaginar. No nos daban todo imaginado. Aunque quién sabe: para eso, claro, eran los libros.

Y en cambio, según me contaron muchos años más tarde, tenía preocupaciones infrecuentes en un chico de cinco con miedo de dormirse con la luz apagada que necesitaba una lamparita en un rincón o una encendida en el pasillo, y que, justo antes de ese momento horrible en que su madre apagaba y se iba, intentaba retenerla con preguntas: 

–Má, ¿cuál es la diferencia entre socialismo y comunismo?

Nadie es más o menos que su tiempo y su entorno.) 

Empezaba a ser yo.

¿Cómo sabe alguien cuándo empieza?

¿Se puede decir –o pensar– que alguien empieza?

En esos días también me hice de Boca. O sea: empecé a “ser de Boca”. Lo conté, décadas después, en la primera página de un libro que se llama Boquita: “No recuerdo muchos recuerdos anteriores. En diciembre de 1962 mi abuela Rosita me había llevado a pasar unos días en Mar del Plata: un hotelito en Playa Grande. En su baño compartido encontré un diario: yo estaba aprendiendo y leía todo lo que se me cruzaba. No sé si ese diario sería del día o de una semana antes; sí que, mientras me demoraba sobre el inodoro, leí el relato emocionado de cómo un tal Antonio Roma atajaba el penal que le pateaba un tal Delem y le daba a un equipo que se llamaba Boca Juniors la chance de salir campeón. Yo debía saber lo que quería decir campeón –porque fue en ese momento, de puro triunfalista, cuando decidí que iba a hacerme de ese cuadro.

En esos días los equipos eran instituciones sólidas: Roma Silvero y Marzolini, Simeone Rattin y Silveyra fueron un mantra que susurré en tantos recreos. En esos recreos descubrí que ser de Boca era algo que podía compartir con otros –que me hacía cómplice de otros chicos, que nos daba una causa común– pero que algunos de mis mejores amigos se transformaban de tanto en tanto en enemigos porque eran de ese equipo que se llamaba River. En esos recreos descubrí que uno se hacía de un equipo: no es poca cosa, hacerse. Y que, ya hecho, uno no era hincha de un equipo: uno era de un equipo. No es poca cosa, ser.”

Ser de Boca fue uno de mis rasgos de identidad más decisivos durante varios años. Aunque, entonces, eso no suponía casi nunca “ver” a Boca. Ser y ver eran tan diferentes: durante décadas, los seguidores de un equipo de fútbol lo seguíamos a través del relato de otros. Los que iban a la cancha eran una pequeña minoría. No había, por supuesto, todavía, fútbol en la televisión, y la gran mayoría canalizaba su “ser de” escuchando cómo te lo contaban en la radio o leyendo cómo te lo contaban en los diarios. Millones eran fanáticos de algo que solo conocían por interpósitas personas –y palabras. Yo también. Mi padre Antonio todavía no nos llevaba a la cancha y yo, si acaso, miraba en el diario si “mi equipo” ganaba o perdía y, algún domingo por la tarde, raro, empezaba a escucharlo en radio Mitre, Bernardino Veiga.

Pero –ya queda dicho– leía. Leía y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Hubo, entonces, un episodio que me entregó a mi historia. 

Mis muertes 

1963

La primera vez pudo haber sido

–la primera última vez pudo haber sido–

en esos giros y giros y

más giros, el horror

de ese coche que gira,

que salta y se desliza y se deshace,

víctima desbocada del azar, la lluvia, ese momento

en que entendés que ya no sos lo que eras 

sino quién sabe qué,

hoja en el viento, pelusas en el aire, gota

en un estanque: nada. El coche

daba vueltas y vueltas en el campo, vueltas

y más vueltas en sí mismo, retumbaban

los gritos y grititos y mi madre y mi padre, yo

tenía seis años y leía: en el asiento

delantero de ese coche que daba vueltas y más vueltas

como un trompo idiota, yo

leía, trataba de leer, intentaba leer

mi Sandokán de la Malasia. El coche

al fin paró: seguíamos vivos. 

Salimos, chapoteamos, nos abrazamos 

incrédulos, lloramos; 

mi libro había volado, lo encontré

en el barro. Mi libro, puro barro,

era la historia.

De esa mañana saqué un mito: 

mi iniciación a la lectura, mi opción

por la lectura. Si leer

te distrae tan cerca de la muerte, pensé

mucho después, leer

vale la pena. Ahora, cerca, 

escribo. Y otras veces

me pregunté si entonces

el azar y los giros me mataban, a quién

habrían matado. Yo,

seis años, yo ¿me hubiera muerto?

¿O se habría muerto un chico que recuerdo

vagamente, la posibilidad de tantos yo

que ninguno es real, ninguno

verdadero?

Uno que no era yo

se habría matado, 

uno que nunca sabría quién

se moría entonces, uno 

que no sabía que se moría, uno

que no sabía qué se moría, uno

que no era yo porque yo

no habría existido nunca.

Por eso es que lo llaman

accidente, por eso

es que lo olvido. 

Por eso, sobre todo,

lo recuerdo.

(Pero falló y seguí unos años más 

hasta que la siguiente.)

II.

Con perdón: uno tiene sobre sí mismo mitos. Las formas en que se piensa cuando nadie lo ve, nadie lo escucha. Las formas en que se piensa cuando está solo de verdad.

Aquel libro, el que salió volando, también era de la Colección Robin Hood: tapas duras amarillas con un dibujo como de historieta, contratapa con una lista de otros títulos, páginas de un papel basto, de un papel oscuro, impresión más o menos. La Colección Robin Hood había empezado unos veinte años antes y ya tenía docenas de títulos, pero yo me empecinaba en los de Emilio Salgari y Julio Verne –que mi madre por supuesto me compraba feliz, como compraba, en su embarazo, aquella droga. Aquel libro que voló se llamaba A la conquista de un imperio, uno de Sandokán. Mompracem era, entonces, mi lugar en el mundo: me gustaban más que nada esos piratas audaces justicieros, la idea del marginal con poder que ayuda a los más impotentes. Sandokán, Kammamuri, Tremal-Naik y, sobre todo, el portugués Yáñez todavía dan vueltas en mi mente. Y los thugs y Mariana y el rajah de Sarawak y la Perla de Labuán y todos esos. Mi osito Gurubito, en esos días, pasó a apellidarse Yáñez. Para seguir ahí no tuvo más remedio que formar parte de mi mundo nuevo.

También me compraban otros libros para chicos: hacia mis cinco tenía el Lo sé todo –nombre sarcástico pensado sin sarcasmos, una enciclopedia en 12 tomos infantiles que incluían desde los mitos babilonios hasta la ciencia más moderna entonces– y unos volúmenes de Monteiro Lobato, un comunista brasilero, igualmente didácticos: Perucho y Naricita me enseñaban las cosas más diversas. Y había otros que también me gustaban, por supuesto, menos “apropiados”: ni sé cuántas veces leí Jack & Jill, una novela romántica de chicos de Louise May Alcott, que escribía para mujercitas, o las Aventuras de Marco Polo, o Tom Sawyer o Robinson Crusoe. Había, ya entonces, demasiados libros, y la única solución era enfermarse. Circulaba una ristra de trastornos –paperas, sarampión, rubeola, escarlatina– que todo chico debía tener y en general tenía. Se parecían: cinco o seis días acostados, algo de fiebre, no muchos dolores, galletitas de agua con jamón cocido, si acaso arroz, la gran chance de leer doce horas por día. Enfermarse era una fiesta, todavía.

(Y alguna vez habría que hacer una historia sobre el papel de la enfermedad en la formación de los escritores. Con frecuencia, los mejores son los que, chicos aún, tuvieron que pasarse mucho tiempo encerrados, mucho tiempo en la cama, y allí “no tuvieron más remedio” que leer.)

¿Qué habría sido mi vida

sin leer?, me pregunté

tantas veces y la respuesta

es simple: no 

habría sido mi vida.

La entrada ¿Qué habría sido de mi vida sin leer? se publicó primero en Revista Anfibia.

 

Buscan desesperadamente a una adolescente en San Martín de los Andes

Buscan desesperadamente a una adolescente en San Martín de los Andes

 

Buscan intensamente a una adolescente de 15 años en San Martin de los Andes. Su nombre es Azul Thiara Coliluan Parada. Familiares y personal policial piden la colaboración a la comunidad para dar con su paradero.

La Policía del Neuquén, activó la “Alerta Nati” desde este viernes 27 de junio, a partir de las 8.

Alerta Nati

Características físicas de la adolescente, contextura delgada, altura 1,65 mts, tez trigueña, ojos marrones; cabellos: largos ondulados. La ultima vez que la vieron a la joven vestía una campera marrón, pullover negro, pantalón de jeans verde, zapatillas y mochila negra.

Ante cualquier información comunicarse con la Fiscalía Única de San Martin de los Andes o la Comisaria de la Mujer, Niñez y Adolescencia SMA. Teléfono: (299) 4087622.

The post Buscan desesperadamente a una adolescente en San Martín de los Andes first appeared on Alerta Digital.

 

Paso a paso: cómo traer productos del exterior sin pagar de más

Paso a paso: cómo traer productos del exterior sin pagar de más

 

Los argentinos tienen una nueva oportunidad para hacer compras internacionales sin pagar impuestos, a partir de una serie de medidass que hacen un sistema más flexible y con menos trabas impulsado por el gobierno nacional y el Correo Argentino.

Desde fines de 2024, se modificaron las condiciones para importar productos: se ampliaron los montos máximos, se simplificaron los requisitos y se eliminaron algunos impuestos, como el PAIS, para ciertos envíos. En el caso del régimen puerta a puerta, la persona puede recibir hasta 12 paquetes por año, siempre que cada uno no supere los 50 dólares y pese menos de 20 kilos.

Si un envío cuesta más de ese límite, hay que pagar un impuesto del 50% sobre el valor que se exceda, por ejemplo, si lo que compraste vale 70 dólares, tenés que pagar 10 dólares de impuesto.

El trámite es bastante fácil: una vez que el paquete llega al país, Correo Argentino te avisa y tenés que completar una declaración online con los datos del envío. Luego se paga una tasa de gestión y se autoriza al Correo para que actúe ante Aduana en tu nombre, lo que evita burocracia y acelera la entrega.

Este nuevo esquema permite comprar desde libros y ropa hasta pequeños electrodomésticos y tecnología con más facilidad y menos costo. Aunque hay sectores productivos que advierten que el aumento de importaciones podría afectar a la industria local.

The post Paso a paso: cómo traer productos del exterior sin pagar de más first appeared on Alerta Digital.

 

“El fallo de Casación sobre el asesinato de Rafael Nahuel es una crítica al accionar punitivo del estado”

“El fallo de Casación sobre el asesinato de Rafael Nahuel es una crítica al accionar punitivo del estado”

 

A comienzos de junio la Cámara Federal de Casación Penal convalidó la sentencia dictada en diciembre de 2023 a instancias del Tribunal Oral Federal de General Roca por la cual fueron condenados cinco integrantes del Grupo Albatros de la Prefectura Naval por el homicidio de Rafael Nahuel. El joven mapuche de 22 años fue asesinado por la espalda mientras escapaba, junto a otros manifestantes, de una persecución brutal en la zona del Lago Mascardi, en Bariloche. En diálogo con ANDAR, el abogado Guillermo Torremare, miembro de la CPM y vicepresidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), afirmó que “la justicia vuelve a ratificar que los imputados nunca debieron haber utilizado sus armas de fuego en aquellas circunstancias”.

Si bien no se logró el cambio de calificación legal que pretendían las querellas y que hubiera permitido condenas mayores al desestimar la figura de “exceso en la legítima defensa”, lo resuelto por el máximo tribunal penal del país ratifica lo que organizaciones sociales y de derechos humanos vienen denunciando desde hace años: los desalojos de comunidades originarias se realizan con exceso en el uso de la fuerza del estado y provocan daños irreversibles en quienes se manifiestan y reclaman por sus derechos.

Así ocurrió con el brutal operativo que provocó la muerte de Rafael Nahuel, el joven de 22 años asesinado por una bala de la Prefectura Naval Argentina (PNA) en 2017 mientras la comunidad Lafken Winkul Mapu intentaba preservar sus tierras.

Cabe recordar que el hecho fue juzgado en debate oral y público realizado a instancias del Tribunal Oral Federal de General Roca –con la integración de los magistrados Alejandro Silva, Simón Bracco y Pablo Díaz Lacava- durante los últimos meses de 2023, cuando cinco integrantes de la PNA resultaron condenados por el delito de homicidio agravado por el uso de arma y en exceso de legítima defensa. Cuatro de ellos, como partícipes necesarios y el quinto, como autor del disparo letal.

Todos recibieron, según su grado de participación en el crimen, la máxima pena para el delito imputado pero ninguno fue condenado a penas superiores a 5 años y 8 meses de prisión ya que ese es el límite previsto para la autoría del homicidio agravado y en exceso de legítima defensa.

Tal como sostuvieron desde el inicio de la causa las querellas de la APDH –en su carácter de organización de la sociedad civil- y la de la familia de la víctima, nunca se probó la necesidad de defensa de los prefectos con sus armas reglamentaria porque, en rigor, nunca existió agresión de los manifestantes.

No obstante, luego de la sentencia de 2023 existía la posibilidad de que, en instancia revisora, se revirtieran las condenas y se absolviera a los cinco integrantes del Grupo Albatros, tal como lo solicitaron ante la Cámara Federal de Casación Penal las defensas y en un contexto político propicio para el otorgamiento de beneficios a los agentes de seguridad involucrados en graves casos de violencia institucional.

De allí que la reciente confirmación de la condena por parte del máximo tribunal penal del país no deja de representar un avance porque, tal como sostiene el vicepresidente de la APDH nacional, Guillermo Torremare, “la justicia vuelve a ratificar que los imputados nunca debieron haber utilizado sus armas de fuego en aquellas circunstancias”.

“Hay que considerar el contexto histórico en el que se inició y desarrolló la causa por el asesinato de Rafael Nahuel, con Patricia Bullrich y Germán Garavano como ministros de Seguridad y de Justicia de la Nación, respectivamente, y con discursos políticos que diariamente planteaban la absoluta inocencia de los prefectos implicados”, agregó.

“Hoy es muy fácil encontrar artículos periodísticos de la época en los que se afirmaba la inocencia de los agentes de seguridad y el supuesto ejercicio de legítima defensa frente a las agresiones de los integrantes de la comunidad mapuche que resistían el desalojo, pero nunca se aportó una sola evidencia que diera cuenta de esa realidad. Más bien lo que ocurrió es una verdadera cacería en la que se efectuaron más de 150 disparos de armas de fuego reglamentarias mientras las personas intentaban alejarse”, amplió Torremare.

Y concluyó: “El fallo de Casación sobre el asesinato de Rafael Nahuel, si bien no adoptó el criterio que pedíamos las querellas respecto a la calificación legal, es una crítica al accionar punitivo del estado”.


Fuente: https://www.andaragencia.org/el-fallo-de-casacion-sobre-el-asesinato-de-rafael-nahuel-es-una-critica-al-accionar-punitivo-del-estado/

La entrada “El fallo de Casación sobre el asesinato de Rafael Nahuel es una crítica al accionar punitivo del estado” se publicó primero en Indymedia Argentina Centro de Medios Independientes (( i )).

 

Cargaban droga, vieron a los gendarmes y huyeron nadando

Cargaban droga, vieron a los gendarmes y huyeron nadando

 

Al mejor estilo de una película de acción, un grupo de personas se arrojó al río y escapó nadando desesperadamente hacia Bolivia al notar la presencia de una patrulla de gendarmería. Dejaron atrás mochilas, bultos improvisados como jangadas y un cargamento que hablaba por sí solo: droga, cigarrillos de contrabando, hojas de coca y hasta un arma cargada.

El operativo ocurrió ayer jueves por la mañana en la zona donde confluyen los ríos Tarija y Bermejo, en plena frontera norte. Los efectivos de la Sección “Agua Blanca”, del Escuadrón 20 “Orán”, recorrían la ribera cuando sorprendieron a los sospechosos en pleno cruce fluvial, transportando mochilas sobre los hombros y flotando sobre los bultos. El intento por huir fue inmediato y audaz: se lanzaron al agua y desaparecieron río arriba, en dirección al Estado Plurinacional de Bolivia.

Ante la situación, y considerando el riesgo de la zona, los gendarmes dieron aviso a la Fiscalía Federal de Orán y trasladaron el operativo. Ya en terreno seguro, abrieron la carga y confirmaron lo que sospechaban: 37 kilos con 674 gramos de cocaína repartidos en 36 paquetes, una pistola 9 mm con municiones, 8.750 atados de cigarrillos y 390 kilos de hojas de coca.

Las pruebas Narcotest confirmaron la presencia de cocaína, y la fiscalía ordenó el secuestro inmediato de todos los elementos, por violación a las leyes de estupefacientes, contrabando y tenencia de armas. El procedimiento representa otro golpe a las redes ilegales que operan en la frontera, donde los cruces clandestinos son moneda corriente.

The post Cargaban droga, vieron a los gendarmes y huyeron nadando first appeared on Alerta Digital.