La declaración surge como respuesta directa a los dichos de la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, quien señaló que las Fuerzas de Autodefensa de Japón podrían ejercer el derecho de defensa colectiva si China emplea la fuerza contra la isla.
Las afirmaciones fueron realizadas este viernes durante una conferencia de prensa en China, donde Jiang Bin calificó los comentarios de Takaichi como una interferencia grave en los asuntos internos chinos y una violación al principio de “una sola China”.
En ese ámbito, el vocero explicó cómo las declaraciones japonesas envían señales erróneas al movimiento separatista taiwanés, las consideró “extremadamente irresponsables y peligrosas” y reafirmó que cualquier intento extranjero de intervenir en Taiwán será enfrentado con una respuesta contundente del Ejército Popular de Liberación.
Declaraciones de Jiang Bin
Jiang, puntualizó que «las declaraciones erróneas sobre Taiwán hechas por el líder japonés constituyen una grave interferencia en los asuntos internos de China y una seria violación del principio de una sola China, del espíritu de los cuatro documentos políticos entre China y Japón y de las normas básicas que rigen las relaciones internacionales».
Las declaraciones de la primera ministra japonesa desafiaron el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial y envían señales muy equivocadas a las fuerzas separatistas de la «independencia de Taiwán«, indicó el vocero.
Además, recalcó que «tales palabras son de naturaleza e impacto extremadamente negativos. Son extremadamente irresponsables y peligrosas».
El vocero ratificó que la cuestión de Taiwán constituye un asunto puramente interno de China, que no admite interferencia extranjera.
«Si la parte japonesa no aprende de la historia y se atreve a correr riesgos, o incluso a usar la fuerza para interferir en la cuestión de Taiwán, solo sufrirá una derrota aplastante ante el Ejército Popular de Liberación con una voluntad de acero y pagará un alto precio», advirtió Jiang.
El presidente argentino Javier Milei nombró a Marcelo Suárez Salvia como embajador en China. Esta decisión, aceptada con una rapidez inusual por el gobierno chino liderado por Xi Jinping, es vista como una señal de acercamiento, particularmente en el contexto de las tensiones recientes….
Todo lo que sobra, molesta y ocupa lugar va a parar al ropero de mi hijo.
Sus cosas entran en una valija que lleva y trae cada semana desde la casa de su madre. Cuando llega, las acomodamos en los estantes de la izquierda. El resto del ropero lo usamos para guardar abrigos, frazadas, recuerdos y un montón de objetos inútiles de los que todavía no nos podemos despegar. Pueden estar allí varias temporadas hasta que pierden por completo su sentido y, por fin, los tiramos a la basura o los donamos.
Mi hijo lo llama “la otra dimensión”. Dice que me vio meter cosas que nunca salieron, como su primera pileta de lona. El ropero se la comió. Dice que es como la habitación del pensamiento abstracto de la película Intensamente, un lugar a donde van a parar los residuos de la memoria antes de borrarse para siempre de la vida de alguien.
Cada tanto la puerta se abre. A veces porque necesitamos algo. Otras, porque hacemos espacio en la casa y nos vemos obligados a mandar cosas a la otra dimensión.
Este es un momento de hacer espacio. En unos meses nacerá Helena y el estudio, el lugar que armamos para trabajar desde que llegamos a esta casa, se va transformando de a poco en la habitación de una niña.
Anoche entró un frente frío. A las once y media se descolgó una tormenta imponente. Sofía se recostó en el sillón y se tapó con una manta. Vicente todavía estaba despierto y quiso salir a la galería a ver cómo caía la lluvia. Abrí las puertas y las ventanas para dejar pasar el aire fresco y me dispuse a mandar cosas a la otra dimensión. En el piso, sobre la alfombra con dibujos infantiles, acomodé de un lado lo que debía entrar y de otro lo que debía salir. Carpetas, archivos, libros, diarios viejos, juguetes en desuso.
En el fondo semivacío del ropero reconocí el bulto azul envuelto en una bolsa transparente. Un bulto que me acompaña desde hace ocho años, cuando mi hijo era un bebé. Sobrevivió a cada digestión de la otra dimensión: diez mudanzas, dos separaciones.
Abrí el paquete. Metí la mano, saqué uno por uno los trapos y los estiré en el espacio libre del piso: el saco de pana azul, la gorra de visera dura, las insignias doradas.
–¿Es un disfraz?
Vicente estaba parado en la puerta con los pies mojados.
–Es un uniforme.
–¿De policía?
–Sí.
–¿Del nono?
–No, no es de mi papá.
–¿Salió de la dimensión?
–Sí, salió de la dimensión.
–¿Y lo vas a tirar?
Sobre el piso, miré los trapos que alguna vez fueron parte de la ropa de trabajo de un represor, un hombre ya muerto que dirigió un centro clandestino y una patota de policías dedicada a secuestrar y asesinar gente durante la última dictadura militar.
Hay una tarjeta con su nombre pegada en la parte interior de la gorra: Raúl Pedro Telleldín. Hace mucho quise hacer un libro sobre él; me acerqué a sus hijos, entrevisté a militares y a policías condenados por crímenes contra la humanidad, escuché a sus víctimas y junté decenas de expedientes. Pero nunca pude escribir una línea y el proyecto quedó archivado, como el uniforme.
Foto: Santiago Salguero
Vicente acomodó la gorra en donde imaginó una cabeza. Es- tiró una manga del saco, dibujó una silueta. Se lo quedó mirando. Parecía la piel usada de una serpiente. El cuero de una bestia.
–Es áspero –dijo–. Poneteló. Dale, pa, poneteló.
3.
Esta mañana pasó mi viejo.
Venía de trabajar, uniformado. El pantalón pinzado, los zapatos negros lustrados (ya no usa borcegos) y la camisa celeste que le ajusta cada vez más la panza. La pistola metida a presión en el cinto. Nunca se baja del auto sin el arma. Aunque no tenga el uniforme puesto, aunque vista short y remera, el bulto está ahí, como un órgano más de su cuerpo.
Esta vez trajo pañales para el acopio y galletas para la merienda de Vicente. Tomó dos mates y dijo que estaba apurado. Sus visitas son así: fugaces, intempestivas, incómodas. Antes de irse, le mostré el cuarto en construcción. Entre los ajuares, estaba el uniforme. Lo saqué para mostrárselo, quería ver su reacción.
Inspeccionó las insignias.
–Era de un jefe –dijo–. Cuando eras chico tenías una gorra como esta para jugar ¿te acordás? Era del Tata.
–Sí.
–¿Y esta también fue del Tata?
–No. Esta es mía.
4.
Busco entre las cajas importantes los archivos de mi investigación. Si voy a deshacerme del uniforme, debería tirar también estos cuadernos, estas fotos, el disco en el que almaceno horas de entrevistas. En una de las libretas tengo anotada la fecha en que el uniforme llegó a mí: sábado 3 de octubre de 2015. Acababa de cumplir 32 años. Vivía en Buenos Aires. Trabajaba en una agencia de noticias. Vicente era bebé. Todavía no me había separado de su madre. Tenía un proyecto: escribir un libro. Un libro sobre un policía, un asesino, un conspirador. No esperaba terminar cuidando su ropa.
Foto: Santiago SalgueroFoto: Santiago Salguero
En la libreta, al lado de la fecha, anoté: llueve en Castelar. Y llovía, posiblemente, en todo Buenos Aires. El olor a asfalto mojado entraba por las ventanas hasta esa oficina tapizada de libros, en la planta alta de la casa, en la que hablé durante dos horas con Carlos Telleldín, hijo de Raúl Pedro Telleldín. Detrás de él, un televisor de cincuenta pulgadas mostraba lo que filman nueve cámaras de seguridad: habitaciones vacías, dos perros mojándose en el patio, un policía custodiando la entrada; en la cocina, una mujer caminaba con un bebé en brazos.
–No te vas a ir ahora… Te vas a cagar mojando –dijo en un momento y dio por terminada la entrevista.
Eran las siete de la tarde. La estación de tren quedaba a cinco cuadras y la lluvia no paraba. Decidí esperar.
–Hacés bien. Bajemos que me quiero sacar esta mierda.
Aflojó el cinto de su pantalón y se perdió escaleras abajo. Lo seguí por salones que olían a madera fina, hasta que llegamos a la cocina que un rato antes había visto minúscula en uno de los cuadros del televisor.
Carlos me dejó solo con la mujer que aupaba el bebé. Joven, morena, alta, por lo menos dos cabezas más que él. Imaginé que debía ser Roxana, su octava esposa. Un rato antes me había hablado de ella. “Tiene 20 años”, había dicho con cierto orgullo. Carlos tenía 54. El bebé debía ser Tomás, su décimo hijo.
Unos minutos después volvió vestido con un jogging y un buzo gris. Traía una caja con recuerdos debajo del brazo. Nos presentó.
–Él es periodista. Pero no vino por la AMIA, quiere hablar sobre mi papá.
Roxana hizo un gesto de alivio.
El atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) que en 1994 mató a 85 personas, es el motivo por el que el apellido Telleldín se hizo tristemente famoso. Carlos fue el hombre con más acusaciones en esa causa, que sigue impune. En 1994, cuando se dedicaba a reducir autos robados, Carlos fue detenido, acusado de vender la Trafic usada como coche bomba para volar la AMIA. Pasó más de una década preso sin ser juzgado. En la cárcel, estudió derecho. Cuando lo conocí, me dijo “puedo robar un estéreo y no voy en cana, con todos los años que me deben”. En 2020 fue absuelto por ese delito. Ya no vende autos robados. Maneja un gran estudio jurídico y en el ambiente le dicen el rey de los sacapresos. “A mí me metieron en la causa AMIA los enemigos de mi padre que estaban en la SIDE”, repite cuando puede.
Raúl Pedro Telleldín, el papá de Carlos, fue militar, fue peronista, fue policía y dirigió una de las mayores máquinas de exterminio que haya conocido la historia de Córdoba. A mediados de 1975, un año antes del golpe cívicomilitar en Argentina, asumió el mando del Departamento de Informaciones de la Policía, el D2. Manejaba una dotación de hombres y mujeres crueles, que tenían la misión de exterminar opositores, especialmente de izquierda. Su sello fueron las bombas: mandó a explotar oficinas públicas, redacciones de diarios, comercios, casas particulares y hasta las tumbas de sus propias víctimas. En el D2, ubicado a metros de la plaza principal de Córdoba, fueron torturadas cerca de dos mil personas, muchas de las cuales están desaparecidas. Allí dentro, Telleldín era “El Uno”. Así lo llaman, todavía, quienes fueron sus subordinados. Murió en un accidente de autos en 1983. Lo velaron a cajón cerrado. Décadas después, se rumoreaba que seguía vivo, camuflado en otras identidades.
Escuchaba su nombre en cada juicio por delitos de lesa humanidad que me tocaba cubrir como periodista. Parecía misterioso, conspirador y frío. Pero nadie sabía demasiado. Me atraía la idea de que siguiera vivo, camuflado en otra vida; aunque, por los años que habían pasado desde su muerte, era improbable.
Sobre Raúl Pedro Telleldín quise escribir un libro. Un libro periodístico, un libro molesto, porque “si no molesta, no es periodismo”, decíamos por ahí.
Si pienso ahora en todas las molestias que me trajo, ese día no me habría llevado el uniforme a mi casa.
Era la segunda vez que me entrevistaba con Carlos Telleldín. Para ganarme su confianza, le había dicho que yo también era hijo y nieto de policías.
–Nos vamos a entender –contestó.
Estábamos en su casa, mirando una caja con recuerdos de la que sacó un retrato de Perón dedicado al “camarada y amigo Telleldín”.
–Vení, mi amor. Escuchá así aprendés. ¿Sabías que Perón le regaló a mi papá su carnet de la CGT de los trabajadores?
¿Sabías que mi papá fue su custodio, mi amor?
Roxana miró sorprendida. Yo tampoco había escuchado ese dato antes. Carlos hablaba de su padre con una admiración desbordante. Estaba, aseguraba él, en sus antípodas ideológicas. Lo consideraba un criminal. Pero no cualquier criminal: un criminal que obedecía órdenes, y de muy pocas personas: las pocas que estaban por encima de su cargo.
–Mirá esta foto, este chiquito de acá soy yo, y ese es mi papá. Ese uniforme que tiene puesto lo tengo guardado acá en casa, ¿o no mi amor? También tengo unas armas reglamentarias suyas que me gané en un juicio sucesorio.
Desapareció y volvió al rato. En una bolsa trajo el uniforme y un sable. Lo estiró sobre un sillón; el saco de pana azul, la chaqueta más fina, la gorra con las insignias doradas de la Policía de Córdoba. Fue la primera vez que vi el uniforme.
–A este me lo pidió la Presidenta para llevarlo al museo de mi papá.
–¿Cristina Kirchner?
–Sí, ella. A través de Eduardo Valdés, el embajador del Vaticano. Él era amigo de mi viejo, se conocían del peronismo
–¿Y para qué lo quería?
–Qué sé yo… para llevarlo al museo de mi viejo, supongo.
Carlos le decía “el museo de mi viejo” al Archivo Provincial de la Memoria, el espacio para la promoción de los derechos humanos y para recordar a las víctimas del terrorismo de Estado, montado en el edificio donde funcionó el D2.
–Pero si querés te lo doy a vos. Donalo de manera anónima al museo. Tocá, lo tengo rebien cuidado.
Lo extendió, abrió una manga sobre el respaldo del sillón.
–Poneteló –le propuse.
–¿Qué?
–Sí, dale. Probateló.
–A ver, mi amor, ayúdame.
Se sacó el buzo, comenzó a meterse de a poco en el traje.
Las mangas le ciñeron, el forro cedió, se rajó.
–¡La concha de la lora, estoy más gordo que mi viejo! Me acuerdo que lo iba a ver a los desfiles y me parecía que estaba embarazado del panzón que tenía.
Roxana tuvo que ayudarle a quitárselo.
–La concha de la lora… Tomá –dijo–, llevateló, donalo de manera anónima.
Esa noche volví a casa con el uniforme. Para que no estorbe, lo metí en el ropero que estaba en la habitación de Vicente. A su madre, mi pareja por entonces, le prometí que sería provisorio.
Cuando viajé a Córdoba, dos semanas después, llevé el uniforme al Archivo Provincial de la Memoria. Recuerdo que me recibió la directora y una investigadora que solía consultar como fuente. Recuerdo que conté cómo lo había conseguido, expliqué que estaba investigando sobre Telleldín y que, para eso, hablaba con su familia y con policías que lo habían conocido. Sentía que estaba haciendo un aporte; además del uniforme, tenía documentos y podía, creía yo, conseguir información importante. Recuerdo los gestos de las dos mujeres, las muecas de repugnancia que hacían a medida que avanzaba en mi explicación. Una me cortó en seco. “Acá recordamos a las víctimas, no es un museo de criminales”.
Me sentí un estúpido. No supe qué decir. Cuando salí del edificio, con el uniforme en la mano, cuando pisé el empedrado del Pasaje Santa Catalina, me enfrenté a las miradas de las víctimas del D2, que me juzgaban desde las fotos en blanco y negro que hacen de memorial.
Entre todas, distinguí la cara del subcomisario Ricardo Fermín Albareda.
5.
La noche que murió, la noche del 25 de septiembre de 1979, Albareda salió a eso de las diez de la Dirección de Comunicaciones de la Policía de Córdoba y subió al Peugeot 404 blanco. Lo esperaban Susana Montoya, su esposa, y sus hijos Mónica, Fernando y Ricardo, de meses.
Sofia Beran
En el trayecto, dos autos lo cercaron. El “Chato” Calixto Flores y Hugo Britos, policías del D2, iban en uno. Raúl Pedro Telleldín y su lugarteniente, Américo Romano, en el otro. A punta de patadas, lo arrancaron del Peugeot y lo metieron a uno de los autos.
Después, manejaron unos cuarenta minutos por una ruta de curvas y laderas hacia el norte de Córdoba, hasta llegar al Chalet de Hidráulica, uno de los centros clandestinos del D2, escondido en una península del lago San Roque, rodeada de agua, oculta entre una arboleda de pinos y eucaliptus.
Albareda se había hecho policía a los 19 años, cuando salió de la escuela. Como su padre, como su abuelo, como sus hermanos. Vocación y mandato familiar, son cosas que a veces se confunden.
Mientras ascendía, comenzó a estudiar ingeniería electrónica, en 1969. Así que para 1979, tenía una foja de servicio impecable y estudios avanzados. En una semana iba a cumplir 38 años y pronto asumiría como comisario, lo que le abría la oportunidad de quedar a cargo de la Dirección de Comunicaciones.
Su oficina quedaba en la Casa de Gobierno. Por sus manos, durante 16 años, pasaron los télex del sistema de comunicación que llegaban desde la presidencia, también gran parte de la comunicación interna de la Policía.
Albareda tenía también, desde 1970, una identidad secreta, clandestina. Era “Pablo”, en el aparato de contrainteligencia del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Desde su lugar, tuvo un rol clave en el trabajo de contrainteligencia del ERP, sobre todo para adelantarse a los procedimientos del D2. Por eso, desde que asumió, en 1975, Raúl Pedro Telleldín se obsesionó con el traidor que trabajaba desde las entrañas de la fuerza. Para octubre de 1976, ya no quedaba casi nada de la estructura del ERP. En enero de 1978 fueron secuestrados Ester Felipe y su marido Luis Mónaco, último contacto de Albareda con la estructura. Y hasta la noche del 25 de septiembre de 1979, estuvo solo, quizás esperando la caída.
El fulgor plateado del lago y el monte oscuro hacia la ruta era todo lo que veía esa noche, desde la galería del Chalet de Hidráulica, el centinela Ramón Roque Calderón. Le decían Kung Fu y era guardia estable del chalet desde septiembre de 1976. Los faros de dos autos abrieron la negrura del campo y Calderón pudo ver a sus superiores avanzar hacia la casa: adelante Telleldín; detrás, un hombre alto, delgado, que daba pasos con letargo, como si estuviera herido o muy borracho. Los otros lo empujaban para que avanzara. Divisó que el hombre vestía uniforme de la Policía con insignias doradas de un superior; subcomisario o comisario.
–¿Quién es el carteludo? –preguntó Calderón.
–¡No pregunte! –lo cortó Telleldín.
Con alambre, ataron a Albareda a una silla de madera. Los tobillos a las patas, los brazos detrás. Quizá escuchó las olas del lago azotándose contra algún acantilado. Quizás escuchó grillos anunciando el calor. O quizás la mente se le nubló con los primeros golpes y entonces fue el principio del fin.
Calderón había oído gritar a cientos de torturados en los tres años que llevaba custodiando el Chalet de Hidráulica: era el llanto de los que no saben qué va a ser de su vida, como el que le escuchó clamar a Albareda esa noche, cuando comenzaron a torturarlo. Pero siempre, declaró Calderón en el juicio que se hizo en 2009, se quedó afuera. No quería ver. Esa noche no pudo.
–Venga, Kung Fu, quiero que vea algo –lo llamó Telleldín–. Quiero que sepa qué pasa con los traidores.
Una por una, Telleldín arrancó las insignias de los hombros de Albareda, hasta degradarlo por completo. Después pidió una botella de whisky y un botiquín. Cuando lo tuvo, sacó un bisturí, rajó el pantalón por la mitad, agarró los testículos de Albareda.
–Si caminás, si tenés los pies en la tierra, es gracias al peso de las bolas –le dijo–. Pero ahora te las corto y te vas al cielo.
Y con un golpe de bisturí lo capó.
Para callar los alaridos del hombre, Telleldín metió la parte amputada en su boca y comenzó a coser los labios. Agarró la botella y tiró un chorro de whisky en la herida.
Nadie decía nada en el semicírculo de ojos. “Era El Uno” explicó Calderón, “y El Uno te mataba”.
Una hora más tarde, después de hacer fuego, después de comer un asado, Telleldín ordenó cargar el cuerpo de Albareda en el baúl de un auto, y se fueron.
El gobierno de Javier Milei analiza eliminar el Monotributo y bajar el piso de Ganancias, en el marco de reformas con las que busca formalizar la economía.
De acuerdo con información que trascendió, el gobierno nacional les dijo a empresarios que estudia estas modificaciones y que en el nuevo esquema podría pasar a todos los contribuyentes al régimen general.
El objetivo es “formalizar” la economía, según reuniones que mantuvo el equipo económico con el sector privado.
Principales cambios que evalúa el Gobierno
Monotributistas: eliminarían el régimen y los contribuyentes pasarían a autónomos.
Autónomos: se evalúa una escala de $100.000 a $500.000 y habilitar deducciones de gastos personales. En cuanto al IVA, se fija un umbral mínimo equivalente a la Categoría F del monotributo ($3 millones mensuales).
Ganancias: Evaluan la creación de un único mínimo no imponible equivalente a un salario promedio de $1,7 millones en 2025.
Nuevo régimen de empleo: Para las empresas con empleados en relación de dependencia se plantea la reducción de contribuciones y aportes para nuevas relaciones laborales. Aplicaría también para trabajadores que estuvieron 6 meses sin empleo y ex monotributistas.
Según los últimos datos oficiales, Argentina registra unos 2.159.000 monotributistas.
La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) de Argentina anunció un cambio para los monotributistas, que entrará en vigencia a partir del 1 de enero de 2024. …
Un fuerte episodio de tensión se registró este jueves por la mañana en Plaza Huincul, cuando un grupo de monotributistas increpó y amenazó al intendente Claudio Larraza durante una visita a la obra de la nueva plaza de Integración. El mandatario estaba acompañado por el secretario de Hacienda, Alejandro Cancio, y otros funcionarios cuando se produjo el incidente, que incluyó empujones pero no pasó a mayores.
La situación se originó en el sector donde avanzan los trabajos del nuevo parque, trasladado luego de que en su ubicación original comenzara la construcción de un supermercado Carrefour. En el lugar, un grupo de trabajadores que prestaban servicios para el Municipio se acercó para reclamar por la continuidad de las tareas, muchas vinculadas a veredas y cordones cuneta.
Según pudo reconstruirse, estos monotributistas —que realizaban trabajos vinculados a obras públicas— reclamaban que se mantuvieran las contrataciones. Sin embargo, desde la gestión explicaron que varias de esas tareas ya están finalizadas, y que por una reestructuración presupuestaria no continuarán bajo la misma modalidad.
Este fue el origen del cruce que terminó en amenazas directas al intendente, un hecho que encendió las alarmas dentro del gabinete municipal.
Repudio oficial y alerta al Gobierno provincial
A través de un comunicado, el Municipio repudió “enérgicamente los hechos de extrema gravedad” y sostuvo que se trató de expresiones “inadmisibles, que atentan contra la convivencia democrática”. La comuna aclaró que se pondrá a disposición de la Justicia para colaborar con el esclarecimiento del hecho.
Además, se informó a las autoridades provinciales: tanto el gobernador Rolando Figueroa como el Ministerio de Seguridad de Neuquén fueron notificados de lo ocurrido.
Desde el gabinete local también expresaron su acompañamiento al jefe comunal y remarcaron la necesidad de que la comunidad pueda desenvolverse en un marco de respeto, diálogo y seguridad.
La reciente confirmación de la Corte Suprema sobre la muerte del soldado Pablo Jesús Gabriel Córdoba en Zapala marcó un cambio en esta investigación. Este pronunciamiento, viene a consolidar las pruebas y teorías que se habían ido desvelando en los meses anteriores, estableciendo con autoridad judicial lo que muchos sospechaban: la muerte de Córdoba fue […]…
El ministro de Producción de la Provincia, Augusto Costa, sostuvo que este pacto con la administración de Donald Trump afectará de forma negativa a la industria bonaerense
El gobierno de Axel Kicillof salió a cuestionar el acuerdo marco de comercio e inversiones comercial anunciado con Argentina anunciado por el gobierno de Estados Unidos. Dos funcionarios muy cercanos al gobernador, Augusto Costa (Producción) y Carlos Bianco (Gobierno), arremetieron contra el acuerdo.
Costa aseguró que el convenio irá en desmedro de la actividad industrial argentina, que tiene su mayor presencia en territorio bonaerense. Según datos de 2023, casi la mitad de la producción industrial del país se ubica en la provincia de Buenos Aires (48,9%).
«Este acuerdo pega de lleno en la provincia de Buenos Aires y se suma a la política de ajuste y de destrucción del empleo que venimos viendo. Es muy preocupante, realmente», dijo el ministro.
Dijo también que este pacto es «parte de una estrategia ruinosa, de subordinación y entrega de soberanía» que despliega la Casa Rosada, justo en medio de un mundo «convulsionado» en plena guerra comercial de Estados Unidos con China.
Costa consideró como «preocupante» que el anuncio se dé apenas unas horas después de que Luis Caputo se presentará en la conferencia de la Unión Industrial Argentina ante los representantes de los industriales. El ministro remarcó que el ministro de Economía «no mencionó ni una vez la palabra industria ni política industrial».
En tanto, Bianco publicó una serie de posteos en los que consideró al acuerdo como «el más desigual y asimétrico firmado desde el Pacto Roca-Runciman» (el controvertido acuerdo de comercio internacional de 1933 entre Argentina e Inglaterra para exportar carne vacuna), y consideró que se trata de un esquema 90/10, con 15 obligaciones asumidas por la Argentina y apenas dos de Estados Unidos.
Argentina, El Salvador, Ecuador y Guatemala recibieron el mismo framework comercial y con cláusulas casi idénticas. El problema es que esos países no tienen base industrial y son economías primarias.
Dijo que Argentina se sumó a la misma fila que El Salvador, Ecuador y Guatemala y que todos recibieron el mismo framework comercial, publicado el mismo día y con cláusulas casi idénticas. El problema, según Bianco, es que esos países no tienen una base industrial como si la tiene Argentina y son economías primarias.
Bianco señaló que «Estados Unidos exige la liberalización de sectores que representan cerca del 70% de lo que exporta a la Argentina: medicamentos, químicos, maquinaria, tecnología, dispositivos médicos, vehículos y productos agrícolas. Es prácticamente todo su comercio estratégico hacia nuestro país».
La provincia de Buenos Aires aporta el 50% de los bienes industriales de Argentina. Este acuerdo pega de lleno en el territorio bonaerense y se suma a toda esta política de ajuste y de destrucción.
El texto publicado ayer por la Casa Blanca detalla que los países abrirán sus mercados recíprocos para productos clave y que Argentina otorgará acceso preferencial a los mercados estadounidenses para las exportaciones de bienes, incluidos ciertos medicamentos, productos químicos, maquinaria, productos de tecnología de la información, dispositivos médicos, vehículos automotores y una amplia gama de productos agrícolas.
Bianco consideró que lo que Estados Unidos ofrece «es notablemente más impreciso» y repasa la apertura para «ciertos recursos naturales indisponibles» y «ciertos insumos farmacéuticos no patentados». El texto no identifica qué bienes son, qué volúmenes alcanzan ni qué criterios definen esa categoría.
Detalló que Argentina exporta a Estados Unidos petróleo, gas, oro, aluminio, productos agrícolas y diversas manufacturas. «¿Cuáles de ellos serían considerados recursos naturales indisponibles? ¿Incluye combustibles? ¿Incluye minerales estratégicos? No hay una sola respuesta en el documento», dijo.
Mientras Milei festeja su alineamiento incondicional con Donald Trump, Estados Unidos anunció —de manera unilateral— un acuerdo comercial que obliga a la Argentina a seguir la política económica de Washington, abrir su mercado interno sin límites a productos norteamericanos y resignar soberanía regulatoria y productiva. El Gobierno lo celebra como un “siglo de oro”; la letra chica muestra un país reducido a colonia.
Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable
Un acuerdo anunciado desde Washington y aceptado sin chistar por Milei
El gobierno estadounidense informó que ya tiene cerrado el “Marco de Comercio Recíproco e Inversión”, un entendimiento que, lejos de cualquier reciprocidad, impone a la Argentina las reglas del mercado norteamericano, desde la relación con China hasta la desregulación interna. La revelación se conoció mientras Pablo Quirno era recibido por Marco Rubio en Washington, confirmando que las decisiones cruciales sobre comercio y producción argentinos ya no se toman en Buenos Aires.
La Casa Blanca sostuvo que el pacto busca “fortalecer y equilibrar” la relación bilateral. Pero el punteo de medidas adelantadas por Estados Unidos deja bien claro que de equilibrio no hay nada: la Argentina se compromete a seguir la política comercial de Washington, incluso respecto de terceros países, una definición que apunta de manera directa a China —principal destino de nuestras exportaciones de soja y derivados—.
Milei festeja la entrega y presume sus viajes
Milei celebró el anuncio como si fuera una victoria propia, exhibiendo el acuerdo como fruto de su “alineamiento incondicional” con la administración Trump. En un acto en Corrientes, aseguró con tono burlón que “parece que los viajes estuvieron rindiendo un poquito, no?”, dejando en claro que la subordinación diplomática y económica es para él motivo de orgullo.
A pesar de que el acuerdo todavía debe cerrarse técnicamente y pasar por el Congreso, el Gobierno ya lo da por hecho y se enorgullece de avanzar en un modelo económico que beneficia a sectores extractivos y financieros, mientras expone a toda la industria nacional al riesgo de desaparición por importaciones sin freno.
Un texto escrito en inglés y para los intereses de Estados Unidos
La propia Casa Blanca difundió un comunicado donde se afirma que Trump y Milei “reafirman la alianza estratégica basada en mercados abiertos y libre empresa”, una fórmula que, traducida al castellano, significa apertura total del mercado argentino y ventajas extraordinarias para las empresas norteamericanas.
Milei volvió a repetir que el país “se capitalizará fuertemente” y que comienza “un nuevo siglo de oro”, apelando a la misma narrativa que el Gobierno usa para justificar reformas laborales, tributarias y penales que golpean a trabajadores, pymes y productores locales. Quirno, desde redes sociales, habló de una “nueva etapa superior”, sin mencionar que la industria nacional será la que pague los costos.
Apertura asimétrica: ellos traen tecnología, nosotros les regalamos recursos
Uno de los pilares del acuerdo es la apertura “recíproca” de mercados. La palabra recíproca funciona como un chiste involuntario:
Argentina reduce aranceles a productos de altísimo valor agregado provenientes del país más industrializado del planeta: – Medicamentos – Químicos – Maquinaria – Equipamiento tecnológico – Dispositivos médicos – Vehículos – Productos agrícolas Mientras tanto, Estados Unidos sólo baja aranceles a recursos naturales no disponibles en su territorio y a algunos insumos farmacéuticos sin patente.
La asimetría es obscena: Argentina abre sectores sensibles; Washington ofrece concesiones que no afectan en lo más mínimo a su industria.
Incluso, la Casa Blanca adelantó que considerará “positivamente” el acuerdo al evaluar medidas de seguridad nacional, como la famosa Sección 232, una herramienta proteccionista que Estados Unidos usa a gusto. Es decir: no garantizan nada.
Renuncia regulatoria: productos norteamericanos entrarán con normas de Estados Unidos
Otro eje crítico es la eliminación de barreras no arancelarias. Argentina aceptó desmontar licencias de importación, formalidades consulares y la tasa estadística para productos de Estados Unidos. Pero lo más grave es esto:
Los productos norteamericanos podrán ingresar bajo estándares estadounidenses o internacionales, sin exigencias locales adicionales.
Eso implica: – Vehículos con normas de seguridad y emisiones propias de Estados Unidos – Equipos médicos y fármacos certificados por la FDA que ANMAT deberá aceptar sin más
En síntesis: el país cede su potestad regulatoria en áreas clave de salud, industria y seguridad.
Propiedad intelectual: Washington consiguió lo que exigía desde hace una década
Argentina también se comprometió a avanzar en temas que el Special 301 de Washington reclama todos los años: – Cambios en criterios de patentabilidad – Aceleración de plazos de otorgamiento de patentes – Ajustes en indicaciones geográficas – Mayor persecución a la falsificación, incluso digital
Esto impactará directamente en medicamentos, semillas y tecnologías, encareciendo insumos básicos y debilitando la soberanía tecnológica nacional.
Sector agropecuario: ingreso de carne aviar, bovinos vivos y presión sobre economías regionales
En materia agrícola, el acuerdo abre puertas inéditas: – Ingreso de ganado bovino vivo – Entrada de carne aviar estadounidense en un año – Eliminación de restricciones sobre términos queseros – Simplificación de trámites para carnes, menudencias, porcinos y lácteos
Para las economías regionales, pymes alimentarias y cooperativas, esto significa competir contra una de las cadenas agroindustriales más subsidiadas del planeta, un escenario dramático para sectores como lácteos, queserías y frigoríficos medianos.
Minerales críticos: litio y cobre bajo tutela geopolítica
El acuerdo incorpora “cooperación estratégica” sobre minerales críticos como el litio. Para Estados Unidos —que busca asegurar cadenas de abastecimiento para su transición energética— es un triunfo geopolítico. Para Argentina, es ceder capacidad de decisión sobre un recurso clave, justo cuando provincias como Jujuy, Salta y Catamarca discuten mayor participación local.
Comercio digital: datos personales argentinos viajan a EE.UU. bajo su ley
Argentina reconocerá a Estados Unidos como “jurisdicción adecuada” para la transferencia de datos personales. Esto permitirá que empresas estadounidenses recolecten y procesen datos locales bajo legislación norteamericana, menos protectora que los estándares europeos.
También se aceptarán firmas electrónicas bajo leyes estadounidenses, consolidando un alineamiento tecnológico con Washington que deja al país sin margen de regulación propia.
Una entrega histórica con costos enormes para la industria y el trabajo
El Marco de Comercio Recíproco e Inversión se presenta como un acuerdo “histórico”. Y lo es: histórico por la magnitud de la entrega. histórico por la pérdida de soberanía económica. histórico por su impacto destructivo sobre la industria nacional.
Los supuestos beneficios —mayor previsibilidad, reducción de trabas, promesas de inversión— dependerán de que el país no quede atrapado en una dependencia aún más profunda, algo que ya vivió en los ’90 y que terminó en desastre.
Mientras Milei celebra como si hubiera conquistado algo, la letra chica muestra lo contrario: un gobierno dispuesto a convertir a la Argentina en un enclave dependiente de las decisiones que se tomen en Washington.