A 22 años de la asunción de Néstor, se renueva el llamado a construir un nuevo horizonte desde la cultura popular
Cristina Kirchner contra el relato de la derrota: cultura, memoria y resistencia en tiempos de oscuridad.
El Instituto Patria organizó un acto multitudinario con la presencia de CFK para disputar la narrativa impuesta por el neoliberalismo.

Mientras el gobierno de Javier Milei ejecuta un desguace cultural y social sin precedentes, el “Encuentro de la Cultura Popular” irrumpe como acto de rebelión simbólica y política. Cristina Kirchner, como figura central, vuelve a posicionarse para combatir el desencanto colectivo que se pretende instalar como sentido común. La memoria de Néstor y la épica de Mayo, como faros frente al vendaval reaccionario.
En un presente donde la incertidumbre se ha vuelto moneda corriente, donde el Estado se reduce al mínimo y la cultura es tratada como un lujo prescindible, una fecha histórica vuelve a cargar de contenido político y simbólico: el 25 de mayo. Este domingo, mientras la Casa Rosada permanece sitiada por un relato que glorifica el mercado y aborrece al pueblo, el Polo Cultural y Deportivo Saldías fue escenario de una contranarrativa poderosa: el “Encuentro de la Cultura Popular”, con la presencia estelar de Cristina Fernández de Kirchner.
La expresidenta no eligió cualquier fecha ni cualquier lugar. A 22 años exactos de la asunción de Néstor Kirchner en 2003, la cita en el barrio porteño de Saldías se convirtió en un acto de reafirmación, no sólo de una memoria política concreta, sino de una voluntad de futuro. Frente al intento sistemático del actual gobierno de Javier Milei de borrar huellas, de dinamitar puentes y de pulverizar la historia común, el Instituto Patria apostó por reunir a artistas, militantes y trabajadores de la cultura para lo contrario: recordar, organizar, construir.
“El 25 de mayo vamos a participar del Encuentro de la Cultura Popular”, había anunciado Cristina desde sus redes sociales. Pero no fue sólo una participación: fue una intervención cargada de sentido. El evento, que comenzó a las 9 de la mañana y se extendió hasta entrada la tarde, se planteó como mucho más que una efeméride. Fue un grito. Una convocatoria. Una estrategia cultural frente al brutalismo político de estos tiempos.
Desde el Instituto Patria, organizadores del evento, lo dijeron sin rodeos: “Proponemos desmontar el relato de la derrota —ese que busca convencernos de que no hay alternativa— y, en simultáneo, proyectar, organizar y construir otra narrativa del porvenir”. Palabras que, en la coyuntura actual, tienen la potencia de un manifiesto.
Y es que el gobierno libertario de Javier Milei ha sido particularmente hostil con la cultura. No sólo ha desfinanciado instituciones, reducido presupuestos y puesto en riesgo patrimonios históricos. También ha desatado una ofensiva ideológica que busca vaciar de contenido todo lo que huela a identidad, a organización colectiva, a creación popular. La cultura es vista como gasto. Como “curro”. Como un obstáculo para el modelo de ajuste, saqueo y sumisión que se intenta imponer a sangre fría.
Pero la cultura —y esto se volvió a demostrar este 25 de mayo— no es un adorno, ni un apéndice del poder, ni una cenefa decorativa para colgar en actos oficiales. Es, en tiempos de crisis, una trinchera. Un refugio. Y también un arma.
Por eso, el Encuentro tuvo una estructura pensada para el debate, la reflexión crítica y la producción de sentido común alternativo. Siete fueron los ejes que orientaron los intercambios y paneles: la cultura viva como motor transformador; el derecho de acceso a la cultura y la democratización de su producción; la industria y el trabajo cultural; patrimonio, memoria e identidad; la comunicación y la tecnopolítica; gestión cultural pública; y el pensamiento nacional como brújula ante la fragmentación.
No se trató de nostalgias ni de academicismo. Se trató de organizar respuestas. Frente a un gobierno que promueve la deserción colectiva, que transforma el sálvese quien pueda en doctrina oficial, la apuesta fue clara: volver a pensarnos como comunidad, reconocer nuestras raíces, recordar que hubo y hay otros caminos posibles.
En ese marco, el recuerdo de Néstor Kirchner no fue un gesto melancólico sino un acto de reivindicación política. “Ese mismo día, hace 22 años, asumía Néstor”, recordó Cristina. Y la evocación no es inocente. Porque si algo falta hoy en la Argentina es lo que aquel hombre del sur encarnó: un proyecto nacional con coraje, con sensibilidad social y con vocación transformadora.
El contraste es obsceno. Mientras Milei celebra a Margaret Thatcher y se abraza con banqueros que sueñan con una Argentina sin derechos ni regulaciones, el Encuentro de la Cultura Popular recordó que hubo un presidente que descolgó cuadros, que enfrentó al FMI y que creyó que la política podía ser una herramienta de dignidad y justicia.
En el Polo Saldías, el mensaje fue contundente: no estamos derrotados. No nos rendimos. No vamos a aceptar el futuro de miseria planificada que nos quieren vender como única salida. “Sabemos de la dimensión del desafío, así como conocemos la determinación del enemigo”, dijeron los organizadores. Y es cierto: el enemigo hoy no oculta su rostro. Se ríe de los pobres, se burla de los artistas, cierra ministerios, privatiza la palabra.
Por eso, construir un nuevo horizonte cultural no es un lujo de intelectuales progresistas. Es una necesidad urgente. Porque sin cultura no hay comunidad, sin comunidad no hay política y sin política no hay salida.
Cristina Kirchner, con su presencia, reafirmó su lugar como figura central de ese proyecto alternativo. Lejos de las pasarelas del oficialismo libertario, donde se reparten cargos entre empresarios y se festejan balances mientras crece la indigencia, ella volvió a hablar desde el pueblo. Desde esa trinchera donde se resisten las derrotas y se tejen las esperanzas.
En un país donde el Gobierno celebra la desaparición del Estado y arremete contra la universidad, la ciencia, los medios públicos y el INCAA, el Encuentro del Instituto Patria no fue solo un acto político: fue un gesto de dignidad. Una forma de decir: seguimos acá, pensando, creando, luchando. Y, sobre todo, recordando que ninguna derrota es definitiva mientras exista la memoria, la organización y la cultura popular.
(EnOrsai)