Hallazgo en Egipto: 225 estatuillas revelan la identidad perdida de un faraón
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Hallazgo en Egipto: 225 estatuillas revelan la identidad perdida de un faraón

 

Un equipo francés encontró 225 ushabtis en posición original dentro de una cámara funeraria de Tanis. El hallazgo permitió identificar un sarcófago anónimo como perteneciente a Sheshonq III, uno de los faraones más enigmáticos de la Dinastía XXII.

Por Alcides Blanco para NLI

Un tesoro de 225 estatuillas funerarias fue descubierto dentro de una tumba en la antigua capital egipcia de Tanis, en el delta del Nilo, informó el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Egipto.

Una tumba saqueada que escondía un tesoro intacto

La necrópolis de Tanis, famosa por sus tumbas saqueadas desde la Antigüedad, volvió a sorprender al mundo. En un sector que se creía completamente estudiado, la misión arqueológica francesa dirigida por especialistas de larga trayectoria encontró 225 estatuillas funerarias cuidadosamente enterradas bajo capas de limo. Ese detalle —la preservación exacta del lugar original— es un milagro arqueológico en un sitio castigado por siglos de saqueo y movimientos de tierra.

Las piezas, de tonos azules y con inscripciones reales finamente marcadas, se encontraban al interior de una cámara asociada a Osorkon II, pero el contexto del hallazgo volcó todas las miradas hacia otro misterio que lleva décadas sin resolverse: un sarcófago de granito completamente anónimo hallado años atrás en la misma área.

La sorpresa llegó con los cartuchos reales grabados en varias de las estatuillas: pertenecían al faraón Sheshonq III, gobernante de la Dinastía XXII, cuyo lugar de entierro había sido motivo de especulación durante más de un siglo. Con esa evidencia en mano, el equipo concluyó que el sarcófago anónimo —grande, pesado, pero inexplicablemente sin inscripciones— correspondía, en realidad, a este faraón.

Sheshonq III: el “rey sin tumba” que recuperó su identidad

Las estatuillas, conocidas como ushabti, eran consideradas sirvientes mágicos que asistirían al difunto en su vida en el más allá. Que un conjunto tan numeroso haya aparecido completo, agrupado y en posición original no solo es un acontecimiento inusual: es una pieza fundamental para reconstruir las prácticas funerarias del período libio.

La Dinastía XXII, marcada por conflictos internos, traslados de tumbas y luchas por el poder, dejó a muchos faraones en posiciones históricas borrosas. Sheshonq III, en particular, quedó registrado en las inscripciones oficiales pero sin una tumba claramente identificada. Por eso, este hallazgo no solo llena un vacío arqueológico: corrige una omisión histórica.

La presencia de más de doscientas figuras vinculadas a su nombre refuerza la teoría de que los restos del faraón pudieron haber sido trasladados durante un período de inestabilidad para resguardar su ajuar funerario. Que las estatuillas hayan sobrevivido a saqueos y mudanzas internas es casi un acto de resistencia arqueológica.

Qué cambia en la historia del Antiguo Egipto

El hallazgo obliga a revisar buena parte del mapa funerario de Tanis. Allí, a diferencia del Valle de los Reyes, la mayoría de las cámaras reales llegaron destruidas o saqueadas. Por eso, recuperar un conjunto tan numeroso y original es un evento excepcional.

Pero el impacto va más allá de lo material:

  • Permite identificar con certeza un sarcófago que llevaba décadas sin dueño.
  • Confirma el nivel de complejidad ritual de la Dinastía XXII.
  • Abre un nuevo capítulo sobre cómo se movían, escondían y protegían los bienes reales en épocas de crisis.
  • Y desmonta la idea de que Tanis ya no tenía nada nuevo para ofrecer.

En palabras de los propios arqueólogos —integradas en sus informes—, este es el hallazgo más importante en Tanis desde mediados del siglo pasado.

 

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    El nuevo hallazgo que derrumba mitos sobre la Isla de Pascua

     

    Un estudio publicado en PLOS ONE acaba de sacudir viejas certezas: la famosa cantera Rano Raraku, donde nacieron más de mil moai, no fue la fábrica centralizada de una élite todopoderosa, sino un entramado horizontal de talleres autónomos. Rapa Nui vuelve a demostrar que las grandes obras humanas también pueden surgir sin jerarquías.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

    Se identificaron diversos métodos de producción en los distintos talleres.
    Tres enfoques de tallado: (Izquierda) método “cara primero”, donde los rasgos faciales se delinean antes del cuerpo; (Centro) método “en bloque”, con contornos completos en todos los lados; (Derecha) método “de costado”, utilizado en paredes verticales del acantilado. Esta diversidad metodológica sugiere adaptaciones propias de grupos de producción autónomos.

    La imagen repetida hasta el cansancio —la de un pueblo sometido a jefes tiránicos que exigían levantar estatuas gigantes— acaba de sufrir un golpe histórico. Un nuevo y monumental trabajo científico, publicado en PLOS ONE por un equipo multidisciplinario encabezado por Carl Philipp Lipo, reconstruyó con precisión milimétrica cómo funcionaba realmente la producción de moai en Rano Raraku, la cantera principal de la Isla de Pascua. El resultado es tan sorprendente como contundente: no había un mando único, no existían órdenes verticales que regularan la talla de estas figuras colosales, y la obra más famosa de Rapa Nui fue, en realidad, el producto de una red descentralizada de clanes trabajando en paralelo.

    Lejos del mito del “imperio constructor”, la nueva evidencia indica que la sociedad rapanui —ya conocida por su organización en pequeños grupos familiares llamados mata— también producía sus moai de manera distribuida, comunitaria y competitiva. Y lo hacía con una coordinación que hoy, en pleno siglo XXI, muchos Estados envidiarían.


    Un modelo 3D para mirar el pasado como nunca antes

    El estudio ofrece algo inédito: la primera reconstrucción tridimensional completa de Rano Raraku, creada con más de 11.000 imágenes UAV mediante fotogrametría de última generación. Por primera vez se pudo observar la cantera no como un cúmulo de estatuas abandonadas, sino como un paisaje de producción organizado, con sus senderos, límites naturales, puntos de trabajo y secuencias de tallado.

    El análisis detectó 30 focos de cantera independientes repartidos por todo el cráter. Cada uno tenía sus propios moai en distintas etapas de producción, sus propias zanjas de extracción, sus propios procedimientos técnicos y su propio espacio de trabajo delimitado por la geología. No se trata solo de grupos separados: se trata de talleres autónomos, probablemente gestionados por clanes distintos, que trabajaban simultáneamente.

    Red de 30 focos de cantera distintos en Rano Raraku.
    Los polígonos amarillos señalan la distribución de los diferentes talleres, cada uno con conjuntos repetidos de elementos de producción. Este patrón respalda la hipótesis de una organización sociopolítica descentralizada en la producción de los moai.

    Es decir: mientras un grupo tallaba desde la cabeza hacia abajo, otro comenzaba por el bloque completo; mientras unos esculpían en posición horizontal, otros lo hacían en inclinación; y mientras una comunidad definía primero el rostro, otra priorizaba la geometría del cuerpo.

    La diversidad técnica no fue desorden: fue autonomía.


    Los moai, obra de la cooperación horizontal

    La estandarización visual de los moai —esa estética uniforme que recorre la isla— podría sugerir una dirección central, pero el trabajo de Lipo y colegas demuestra lo contrario: la unidad estilística coexistía con la independencia política.

    Cada taller estaba limitado físicamente a apenas unos pocos talladores trabajando al mismo tiempo, quizá 4 a 6 artesanos directamente sobre la piedra, apoyados por 10 a 20 personas encargadas de herramientas, cuerdas y logística. Nada de grandes brigadas estatales ni ejércitos de trabajadores: eran grupos familiares, coordinados a través de tradiciones compartidas más que órdenes verticales.

    El hallazgo, además, coincide con otras líneas de investigación arqueológica:

    • Los caminos de transporte de moai parten del volcán en forma radial, marcando circuitos autónomos de cada clan.
    • Los análisis de vivienda muestran núcleos residenciales independientes, sin arquitectura central.
    • Los estudios sobre herramientas de obsidiana revelan patrones localizados, sin circulación masiva entre grupos.
    • Los experimentos de transporte indican que 15 a 50 personas bastaban para mover incluso los moai más grandes.

    Un rompecabezas que, pieza por pieza, arma la misma imagen: cooperación sin jerarquía.


    Un golpe a los mitos de dominación y colapso

    Durante más de un siglo, muchos estudios —y no pocos documentales sensacionalistas— imaginaron que semejante programa monumental solo podía haber surgido bajo una élite centralizada y coercitiva. Incluso se llegó a afirmar que la construcción de moai habría causado el “colapso” ecológico de la isla, forzado por líderes obsesionados con su propia gloria.

    La nueva evidencia arqueológica es tajante: no hubo tal despotismo.

    Los talleres múltiples, independientes y abiertos demuestran un acceso compartido a la cantera, sin señales de control represivo o exclusividad jerárquica. Las técnicas diferentes, las orientaciones variables, las decisiones locales de tallado y la falta de estandarización rígida dan cuenta de una organización respetuosa de la autonomía, donde la competencia entre clanes no impedía la construcción colectiva, sino que la impulsaba.

    El hallazgo incluso dialoga con debates contemporáneos: la monumentalidad no necesita pirámides sociales. Los autores citan investigaciones —como las de Graeber y Wengrow— que muestran cómo las grandes obras humanas no siempre responden a estructuras verticales, y cómo las redes horizontales, basadas en cooperación, pueden generar resultados igualmente impresionantes.

    Rapa Nui, una vez más, obliga a repensar los clichés del pasado.

    Técnica de producción revelada mediante modelado 3D.
    Los moai inacabados, aún unidos a la roca madre por “quillas” en la parte posterior, muestran cómo los talladores trabajaban por debajo desde ambos lados hasta separar la figura del material original. Esta etapa de producción, difícil de documentar con métodos tradicionales, se vuelve visible en el modelo 3D.

    Un modelo para el futuro: ciencia, memoria y cuidado del patrimonio

    El relevamiento tridimensional no es solo un aporte académico: es también una herramienta clave para la gestión del patrimonio, especialmente tras el incendio de 2022 que alcanzó el cráter y preocupó a toda la comunidad rapanui.

    El modelo, accesible públicamente, permite monitorear erosiones, daños por clima y presión turística. Por pedido de la Comunidad Indígena Ma’u Henua, se convirtió en una plataforma viva de protección del sitio, parte esencial del patrimonio mundial de la UNESCO.

    Y vuelve a recordarnos que detrás de cada moai —esas figuras silenciosas que miran hacia el interior de la isla— no hubo un rey, ni un gobernador, ni un conductor supremo. Hubo familias, grupos pequeños, manos autónomas que tallaron piedra volcánica durante siglos, coordinándose sin obedecer a un poder central.

    Una historia más humana, quizá más fraterna, y definitivamente más sorprendente.

     

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