Qué nos queda cuando los vientos no ayudan
En el texto a continuación se indaga el sentido político de una metáfora sobre la navegación. Fernando Pessoa hizo un poema con ella, una canción de Caetano Veloso la popularizó en los años 70 y en 2004 fue citada por el presidente Lula. Su origen se pierde en la antigua Roma para llegar a nosotros, en este invierno de 2025, aún cargada de significado.
I. Poco más de un año después de haber asumido su primera presidencia, Lula dijo en un mitin: “Amigos y amigas, podría citar el discurso de Ulysses Guimarães en la famosa campaña de 1974, la campaña de la resistencia, donde pronunció la frase de una música que tal vez sea de Chico, pero la canta Caetano, la frase que dice: navegar es preciso. Quizá por primera vez en la historia existe una confluencia inédita de factores positivos al alcance de nuestras manos. Tenemos viento, timón y velas. Vamos a izar muy alto nuestro coraje para lanzarnos al mar del futuro”.
La frase que Lula citaba en ese pasaje tiene una larga historia. Nos proponemos restituirla brevemente ahora, cuando parece tambalear la confianza en los vientos y aún persisten el timón, las velas y el coraje. Cuando el “mar del futuro” corre el riesgo de ser solo una extensión del presente, colonizado por poderes que no limitan al espacio su avidez de conquista sino que buscan extenderla también al tiempo. Para esa indagación nos permitiremos un circunloquio. O una navegación.
La metáfora de la existencia como viaje es una de las más antiguas formas de representar la incertidumbre que signa al tiempo de los hombres y los peligros a los que están expuestos durante su travesía. La obra tardía del filósofo alemán Hans Blumenberg (1920-1997) desarrolla una “metaforología” como modo de interrogar ese fondo de sentido constituido por valores, intuiciones y presupuestos que es condición de todo pensamiento, aunque no sea consciente de él: el “mundo de la vida”, lo que los seres humanos tenemos en común en cuanto hablantes de una determinada lengua y pertenecientes a una misma condición cultural.
Blumenberg trabaja sobre lo que llama “metáforas absolutas”, es decir no derivadas, de procedencia inmemorial, reelaboradas continuamente por las generaciones en la medida en que dan cuenta de algún aspecto fundamental de la existencia. Una de ellas, de difícil traducción, es la que en latín ha encontrado una formulación concisa y exacta: navigatio vitae (“navegación de la vida”), es decir la vida como viaje o como navegación incierta, como deriva en lo imprevisible y en lo ignoto. La precariedad y el riesgo constituyen el corazón de esta metáfora del tiempo humano.

II. ¿Cuáles son los implícitos de la “navegación de la vida”? Antes que nada, el mar. No se trata de un viaje cualquiera, ni por un medio cualquiera; la vida es concebida aquí como un peregrinaje a través de un elemento de máxima inestabilidad como el agua, y a merced de poderes sordos como las tormentas o la furia del viento. También a merced de una desgracia marina contraria aunque no menor que las anteriores, un infortunio que los navegantes conocen bien: la “calma chicha”, la quietud absoluta que impide el movimiento y que vuelve vano todo intento por abandonar las coordenadas en las que se está –circunstancia magistralmente narrada por Joseph Conrad en La línea de sombra.
Por ello, el implícito esencial de la metáfora de la vida como navegación es la posibilidad del naufragio. También, que el mar engulle todas las huellas, ciega los caminos y borra los rastros, que duran apenas el instante de la estela. Tanto quienes alcanzan el puerto seguro como los náufragos, “dejan tras de sí la misma intacta superficie”. Cada existencia, por tanto, transita el mar de la vida por primera vez. Pero la navegación es sobre todo promesa de mundos nuevos, esperanza de alcanzar las tierras prometidas, sospecha de que existen otras maneras de vivir y de pensar a las que sólo se accede soltando amarras de las riberas familiares y de la tierra firme de la costumbre.
En el décimo segundo canto de la más antigua navigatio en la literatura occidental, Homero narra el paso ante las sirenas. Circe, la diosa que convierte los hombres en animales, había advertido a Ulises del poder irresistible de su canto en compensación por haberse sabido sustraer a la conversión que le estaba destinada. Las sirenas de lo perdido amenazan la marcha civilizatoria a cada instante con una evocación de plenitud y de placer cuya concreción devastaría lo acumulado y construido en el tiempo frágil de la obediencia y el trabajo.
En una página decisiva sobre la parábola de la Odisea, Adorno y Horkheimer aludían a esa condición trágica: quien quiere perdurar y sobrevivir “no debe prestar oídos al llamado de lo irrevocable; podrá sobrevivir sólo en la medida en que no esté en condiciones de escuchar. Esto es lo que la sociedad ha procurado siempre… los trabajadores deben mirar hacia delante y despreocuparse de lo que está a los costados”. Los remeros conocen el peligro del canto pero no su belleza; Ulises, atado, desdeña el peligro porque conoce su belleza, que abisma en una destrucción sin importancia para el que ha escuchado.

III. La frase popularizada por Caetano Veloso en la canción Os Argonautas (1969) que hace apenas poco más de veinte años -pero parece que el mundo fuera otro- citaba Lula, dice completa: “Navigare necesse est, vivere non est necesse” -es decir “Navegar es necesario, vivir no es necesario”. En sus Vidas paralelas Plutarco la atribuye a Cneo Pompeyo Magno, quien en el año 56 a. C., para paliar una hambruna que asolaba Roma, navegó las costas de Sicilia, Cerdeña y África en busca de alimentos para la población. La travesía náutica dio resultado: logró recoger gran cantidad de trigo con que paliar el hambre romano. Pero cuando iba a dar vela para emprender el regreso, se desató una furiosa tormenta que acobardó a los marineros para hacerse a la mar. Fue entonces que Pompeyo -según el pasaje de las Vidas paralelas– “se embarcó primero que nadie, mandó a levar el ancla y gritó: ‘Navegar es necesario, vivir no es necesario’; y habiéndose conducido con esta decisión, favorecido de su buena suerte, llenó de trigo los mercados”.
Plutarco anota en griego la frase que Pompeyo habría dicho en latín, y luego se vierte nuevamente a la lengua original desde el griego. Y así circuló hasta nosotros. De manera que la frase transmitida es la traducción de una traducción, que no necesariamente coincide con la original. Conocemos la sentencia en latín, pero no tal como la dijo Pompeyo. Desde entonces atravesó los siglos como metáfora de que hay cosas más importantes -o “necesarias”- que la propia vida, y que saber vivir es inscribir la propia vida en algo más grande que ella misma. O en una tarea que la excede. También una invitación a la aventura y a la valentía para afrontar el destino.
En el siglo XX, la deriva de la frase transmitida por Plutarco comienza por su cita en el Elogio del cielo, del mare, de la tierra, de los héroes (1903-1912) de Gabriele D’Anunzio, quien la adopta como lema de la vida heroica. Freud la recuerda en un breve ensayo de 1915 sobre “Nuestra actitud ante la muerte”, y Benito Mussolini -probablemente inspirado en D’Anunzio- titula “Navigare Necesse” un artículo periodístico de 1920 en el periódico Il Popolo d’Italia, donde intenta justificar el expansionismo fascista en el pasado imperial de Roma.
Pero es desde un poema ortónimo de Fernando Pessoa llamado “Palabras del pórtico” que la frase (evocada también por el heterónimo Bernardo Soares en Libro del desasosiego) llega a Lula, a través de Caetano. El comienzo de ese poema dice:
Navegantes antiguos tenían una frase gloriosa:
“Navegar es preciso; vivir no es preciso.”
Quiero para mí el espíritu de esta frase, transformada
la forma para casarla con lo que yo soy:
vivir no es necesario; lo necesario es crear.
No espero disfrutar mi vida; ni en gozarla pienso.
Sólo quiero tornarla grande, pese a que para eso
tenga que ser mi cuerpo y mi alma la leña de ese fuego.
Sólo quiero tornarla de toda la humanidad; pese a que para eso
tenga que perderla como mía.

La alternancia de “preciso” (“Navegar es preciso; vivir no es preciso”) y “necesario” (“vivir no es necesario; lo necesario es crear”) dota a la reinterpretación pessoísta de un juego que oscila entre la necesidad y la exactitud. Además de hallarse despojada de necesidad, la vida carece de la precisión que sí tiene la navegación, si realizada con arte. Pero es el verso que Pessoa agrega a la frase de Plutarco lo más importante de aquí en más: “lo necesario es crear”. Explorar esa necesidad y realizarla es la tarea política fundamental cuando los vientos no son favorables y no se dispone de las velas ni del timón. Solo queda el coraje.
La obcecación en lo desconocido que impulsa a navegar quizá sea un modo de preservar el tiempo por venir de su apropiación por quienes buscan hacer de él una propiedad privada, otra más. Si ello llegara a ocurrir, quedarían solo los individuos (y quedarían los individuos solos) con su propia vidita que acomodar, sin nada más grande que ellos mismos donde alojar las ideas, las palabras y los actos. Y lo que tal vez sea aún peor, ya no será posible hacer nada por nadie (salir al mar en busca de alimentos, por ejemplo), ni hacer nada con nadie.
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