Apuntes sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial: una lectura histórica

Apuntes sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial: una lectura histórica

 

Hace unos años que se viene especulando sobre la inminencia de una Tercera Guerra Mundial. La guerra Ucrania-Rusia y el genocidio Palestino en manos del Estado de Israel -con la integración reciente de Irán- significan una escalada que se está estimulando tanto desde la Administración de Trump como desde la Unión Europea con el incremento del financiamiento armamentístico recientemente aprobado. El régimen productivo-energético y los circuitos comerciales internacionales están siendo profundamente transformados, y estas transformaciones no pueden terminar de consolidarse sin un pataleo bélico por parte de quienes podrían quedar desplazados de la centralidad imperialista: los Estados Unidos de América. Por Lucía Fernández para ANRed.


 

Lejos de las teorías conspiranoicas, y más cerca de los hechos históricos que derivaron en la Primera y Segunda Guerra Mundial, podemos analizar algunas dimensiones que darían cuenta del palpable riesgo en el que se encuentran los conflictos geopolíticos actuales y que podrían efectivamente derivar en un nuevo conflicto bélico entre potencias.

  1. Los conflictos entre Potencias por el control colonial

Lo primero que deberíamos destacar es que tanto la Primera (1914-1918) como la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fueron principalmente disputas entre potencias coloniales por el control de los recursos y las rutas comerciales de nuevos territorios conquistados en las décadas previas. Muchas veces los libros de historia las explican como conflictos entre nacionalidades y regímenes, narrativa que servía para la movilización de las propias tropas a partir de la construcción y estimulación de los nacionalismos que levantaban el espíritu de confrontación entre pueblos, pero ésta fue más una estrategia narrativa que la causa detonante del conflicto.

La emergencia y consolidación del Capitalismo Industrial como modo de producción hegemónica en el Siglo XIX gracias al Carbón le permitió al Capital europeo expandirse hacia mercados y territorios en los cuales apropiarse nuevas fuentes de recursos y materias primas.

El territorio africano, a diferencia del territorio latinoamericano, no fue colonizado en su interior por las potencias europeas hasta las últimas décadas del Siglo XIX, puesto que la trata de personas esclavizadas había sucedido principalmente en las costas. Esta expansión -que coincide con los genocidios indígenas de la campaña del Desierto llevada adelante por el Estado Argentino en 1880- trajo disputas entre las potencias, que para garantizar la paz entre sí se repartieron el territorio africano en la Conferencia de Berlín, en 1884.

Esta repartición colonial, que había beneficiado enormemente a Francia y al Reino Unido, no había dejado conformes al Imperio Alemán (el Segundo ‘Reich’ formado en 1871) ni al Imperio Austro-Húngaro (constituido en 1867), ni al Reino de Italia (de reciente unificación en 1861). El entonces Imperio Otomano, por presión alemana, se sumó con el fin de recuperar el control sobre parte del territorio balcánico.

La derrota de los Países centrales frente a los Aliados consolidó la estrategia de expansión transatlántica de las economías europeas, y trajo consigo la caída del Segundo Reich alemán, así como la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, emergiendo los nuevos Estados de Hungría, Yugoslavia y Checoslovaquia. En el medio sucede la Revolución Rusa, haciendo caer al imperio de los zares y consolidando la Unión Soviética en entre 1917 y 1922.

El Imperio Otomano es desintegrado luego de la derrota en 1922, cuyo centro político se convierte en la actual Turquía, perdiendo el control sobre los territorios como Bulgaria, Egipto, Grecia, Hungría, Jordania, Líbano, Palestina, Macedonia, Rumanía, Siria, partes de Arabia y la costa norte de África. La disputa del territorio armenio termina en el genocidio del pueblo armenio que conocemos. Nuevamente, los grandes beneficiados fueron el Reino Unido y Francia, que se quedaron con el control de Palestina y Jordania, y de Siria y Líbano respectivamente, consolidando la hegemonía que venía construyendo Francia en el Norte de África durante todo el Siglo XIX.

Fue la disputa por estos territorios, donde se empezó a encontrar petróleo en cantidades abismales, lo que fue desatando y condicionando el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, junto con la creciente frustración de Italia y Alemania luego de la derrota y la emergencia de los Regímenes Fascistas y Nazis. Mientras tanto, se consolidaba el crecimiento de los Estados Unidos como potencia que ya contaba con la mayor producción mundial de petróleo y las industrias automotrices.

El fin de la Segunda Guerra Mundial estabilizó un orden internacional que es el que hoy se encuentra tambaleando: se consagra a Estados Unidos como potencia económica y centro del intercambio mundial financiero y mercantil, y se establece el Estado de Israel en territorio palestino como respuesta al holocausto judío del Tercer Reich y como principal aliado de Occidente en Medio-Oriente.

Desde entonces, Europa se ha servido de las acciones delegadas a Estados Unidos e Israel: sus sistemas financieros y sus industrias de guerra. Los Estados Unidos han continuado la ampliación del control transatlántico de Occidente mediante las permanentes guerras y el control político-estratégico para acceder y controlar los recursos y materias primas -en África, Latinoamérica y Asia, siempre en alianza con Europa.

Pero en el Siglo XXI la centralidad de Estados Unidos ha ido siendo desplazada por China y su despegue económico. China se fue convirtiendo en un deglutor de recursos mientras se desarrollaba, atrayendo más materias primas que Estados Unidos, mientras no paraba de recibir inversiones de capitales Occidentales -tanto europeos como yankys- en los procesos de desplazamiento para el abaratamiento de las industrias de consumo masivo. Esto le permitió a China poder ir acercándose, poco a poco, a los países del Sur Global que vendían las materias primas, y desplazando del podio de los Socios comerciales a los Estados Unidos.

Por otra parte, la creciente alianza de los Europeos con los Estados Árabes como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes (donde hoy reside el depuesto Rey de España Juan Carlos) va desplazando la centralidad del enclave israelí en Medio-Oriente.

En cuanto al Sistema Financiero, que desde la Segunda Guerra Mundial se concentra en New York como epicentro del intercambio mundial, sucede que los capitales europeos han comenzado a retirarse para re-colocarse en sus propias bolsas europeas o colocarse en bolsas chinas.

El mercado financiero chino comienza a cobrar una relevancia tal que ya se ha especulado con trasladar al FMI al país asiático. La misma Cristine Lagarde en 2017 dijo que la sede del FMI hoy se encuentra en Washington porque Estados Unidos es la primer potencia mundial, pero que si ese puesto era tomado por China en 10 años, la sede debería trasladarse a Pekín. Esto implica que podríamos estar cerca del cimbronazo. Las medidas de Trump y la desesperación con la que está actuando indicarían que el riesgo es real, y que no van a caer del podio sin revolear petardos.

  1. El síntoma de la avanzada Neocolonial en los Sures Globales

En los últimos años las voces críticas del Sur Global van consolidando la idea de que desde finales del Siglo XX estamos en un nuevo ciclo de avanzada (Neo)colonial, con una fuerte expansión de la mercantilización de los territorios en todas las Regiones afectadas.

Tanto África como Latinoamérica vienen recibiendo inversiones desde el Norte Global -muchas veces vehiculizadas a través de China- para la ampliación de infraestructuras (rutas, puertos) destinadas a facilitar los corredores comerciales de las industrias extractivistas. El cambio o ampliación de la matriz que implica la Transición Energética, que propulsa a la minería en todo el Sur Global para ampliar la capacidad de la producción de energía eléctrica y nuclear, es otro factor asociado a un contexto de Guerra Mundial.

Finalmente, y al igual que a fines del Siglo XIX y principios del XX, vemos en la últimas décadas un incremento exponencial de los movimientos migratorios producto los desplazamientos que suponen las reconfiguraciones territoriales productivo-extractivas.

Si en las guerras mundiales anteriores fueron las migraciones de los campesinos desplazados de la periferia europea y del antiguo Imperio Otomano los que se repartieron por los Sures y Estados Unidos incrementando a la clase obrera industrial, hoy vemos un movimiento inverso desde los Sures hacia el Norte que reconfigura las identidades populares en Europa y en Estados Unidos. También India y China, junto con algunos países árabes, están recibiendo migraciones desde los países cercanos, estableciendo nuevos corredores migratorios.

Las políticas de deportación y criminalización de la migración que se ven en Estados Unidos y en Europa con el auge de las derechas debería alertarnos sobre el riesgo que implica para las poblaciones migrantes este contexto, ya que al igual que los obreros rebeldes del siglo XIX y principios del XX, están bajo el disciplinamiento y persecución de los Estados, construidos como el chivo expiatorio de los problemas económicos y sociales provocados por la economía mundial. Casi toda la maquinaria represiva de Europa se concentra en las poblaciones migrantes, sean de primera o tercera generación.

La presencia de unidades carcelarias especiales para migrantes como el ICE en Estados Unidos o los CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) en España y sus equivalentes en el resto de Europa, así como el CECOT en El Salvador a donde Trump comienza a enviar migrantes deportados, debería levantarnos las alarmas porque se trata de un régimen especial de privación de la libertad, con aún menos garantías y controles que las cárceles comunes.

El genocidio en Gaza y el crecimiento de la extrema derecha nos alertan. Porque para llevar a cabo una Guerra Mundial no sólo hacen falta recursos armamentísticos y una excusa del imperialismo comercial, sino también una profunda normalización de la crueldad y la muerte. Si la racionalidad moderna supo consumar la organización de un holocausto, las tecnologías digitales y la inteligencia artificial nos exponen a la posibilidad de nuevos mecanismos de muerte masiva. Ya lo vimos todos, esto nos enseña Palestina.

 

 

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