Las que marcharon antes
Ningún enjambre pasa desapercibido.
“Ya sabemos que las mujeres estuvimos en el pasado histórico”, dicen las directoras de la colección Nueva Historia de las Mujeres en Argentina, Débora D’Antonio y Valeria Silvina Pita. Esta obra no es un revisionismo de ausencias: es la historia de las mujeres contada por ellas mismas, con los significados que le atribuyeron a trabajar, rebelarse, mandar, comprar, marchar, posar en una foto, amar, o hacer política. Una manta hilvanada a través de tres siglos, hecha de distintas maneras de habitar el mundo, desde una multiplicidad de territorios donde el centro historiográfico ocupado por los varones cede ante el protagonismo de las mujeres y reconfigura el lugar que se les reservó en la periferia.



Las abejas, moscas, arañas y hormigas que se mueven por los lomos de los cuatro tomos de la colección publicada por Prometeo, tienen antepasados tropicales. Son parientes de las orugas, larvas, mariposas, escarabajos y polillas que pintó en el siglo XVIII la artista alemana Maria Sibylla Merian en Metamorfosis de los insectos del Surinam, obra que la transformó en pionera de la entomología y la botánica. Sus grabados cuentan historias mínimas de interdependencia con precisión científica y belleza artística. La obra compilada por D’Antonio y Pita también.

En el verano de 2020, al calor de la experiencia de la marea verde y de la proliferación de los estudios de género en el ámbito académico, Pita, especialista en el siglo XIX y D´Antonio, en el siglo XX, encontraron vasos comunicantes en sus lecturas compartidas para pensar un caleidoscopio de historias y revisitar tres siglos en clave feminista. Pero entonces llegó la pandemia y la tierra se salió de su eje.
El desafío de construir evidencia y pensar preguntas de investigación con todos los archivos cerrados, sin la materia prima, le imprimió una forma particular al proyecto. Las directoras apelaron a sus vínculos profesionales, pero también afectivos y políticos, para construir una obra polifónica. “Y religarnos cuando sentíamos que todo alrededor se desarmaba” dice D´Antonio.


El proyecto fue posible porque recogieron el trabajo de colegas de distintas universidades nacionales con trayectoria en las temáticas que conforman el mapa de problemas de la colección. Reunieron a más de 60 especialistas de distintas generaciones y de todo el país que siguieron las huellas de mujeres argentinas hasta ahora inéditas en los libros. Como la mulata Tomasa, que en la Buenos Aires de 1802 aprieta muy fuerte entre sus brazos al bebé blanco que está amamantando porque no quiere que se lo saquen aún. El ama de leche acuerda un pago de cuatro pesos mensuales después del destete. Lo terminará reclamando en un juicio civil a una parienta lejana, de apellido Rivadavia, después de que el padre se llevara al bebé de imprevisto.

La mirada historiográfica se posó en los tribunales, pero también en las escuelas, las cocinas, las fábricas recuperadas, los sindicatos, los centros clandestinos de detención, las iglesias, las cárceles, los burdeles, los hospitales, las oficinas, las calles, los ingenios, las universidades. Una decisión que permitió explorar las estrategias construidas por las mujeres en busca de intersticios, con una inteligencia particular para sobrevivir, tejer redes, abrir caminos.
“No hay nada más abierto que el pasado, se puede contar algo nuevo y generar múltiples capas de significado, ese es el orden creativo del trabajo histórico” explica D´Antonio. Hacerle otras preguntas lo transforma, conmueve sus sentidos, esculpe nuevas formas en el mismo mármol. Frente al intento reaccionario de borrar huellas y descoser las tramas de las luchas, esta nueva historia de las mujeres disputa los sentidos del trabajo, la política, las ficciones jurídicas, hasta la noción misma de ciudadanía. El foco se pone en lo cotidiano, en las supervivencias femeninas en las rutinas, lo doméstico y lo familiar. Así se construye una genealogía que es inédita en su tipo porque recupera más de 25 años de estudios académicos con rigurosidad y revisión por pares, pero también preguntas y preocupaciones de las mujeres que volvieron del exilio, o los nexos con los feminismos de la década del 70.

Son archivos pero también son conversaciones a lo largo de años, problemas y conceptualizaciones compartidas, y modos de intervenir sobre la historia. Su guión visual de fotografías, panfletos, poesías, posters, recetas, tapas de discos y libros, dialoga con los textos, sin ilustrarlos, para ayudar a conmensurar distancias y extrañezas entre el ayer y el hoy. “Queremos sumar voces, salir de los círculos académicos, y que la conversación no quede entre expertas” dicen las directoras. Se trata de poner la obra a disposición de una manera amable y atractiva en las aulas, sindicatos, o espacios de militancia.

Los senderos centrales, colmados de los rastros de aquellas que marcharon antes, son las historias del trabajo, sus formas, espacios, relaciones de dependencia, y la política. Dimensiones que moldean revisiones clave del discurso hegemónico y de los debates de las ciencias sociales, donde las mujeres estaban afuera, eran subsidiarias, destacadas sólo en clave contributiva o heróica. Las aproximaciones situadas permiten acercarse de manera novedosa a la economía política sobre el trabajo, sus sentidos y nociones cambiantes a través de la historia y especificidades locales.

En los brazos de Tomasa se entrecruzan categorías raciales y laborales del trabajo de cuidado remunerado que persisten. Su historia está viva en las discusiones recientes que cuestionan aquello de que si las tareas de cuidado se hacen con amor, no deben ser remuneradas. También destierra, acompañada de otra crónica construída alrededor de una carta, la idea ordenada de la abolición de la esclavitud o de la armonía de clases. El mundo de lo íntimo se despliega y muestra, en la pluma de la esclava Gregoria, estrategias y resistencias que no aparecen en los documentos oficiales. Lo mismo hacen las historias de “las chinitas” apropiadas durante la Campaña al Desierto para trabajar como sirvientas en casa de las elites mendocinas.
Lavanderas, carboneras, cocineras, criadas, planchadoras y jovencitas en “colocación” (intercambio de trabajo doméstico por casa y comida) apelaron a los tribunales para reclamar lo que les correspondía. Como las viudas de los soldados de las guerras de independencia, aunque éstas le demandaron al Estado. Otras mujeres activaron redes de supervivencia a través de la práctica del fiado, los pagarés y los empeños, se endeudaron para alimentar, cuidar y trabajar. Como la costurera Teresa Benites, que dejó su cuarto de alquiler en mitad de la noche para no perder su máquina de coser por una deuda de telas.
Ni sus contemporáneos del siglo XIX ni la historiografía entendieron estas tareas como trabajo. Fue necesario que los estudios laborales feministas crearan una imaginación arqueológica de los objetos para hacer hablar a los vestidos, a las máquinas de coser, a los documentos de los tribunales, a las libretas de crédito y a las tablas para hacer tallarines. El espacio doméstico, con sus artefactos y sus tareas, irrumpió ante las nuevas preguntas y desbordó las distinciones con los lugares de trabajo de los varones.


En las huelgas ferroviarias de 1912 y 1917 fueron las amas de casa, mujeres de los maquinistas y foguistas, las que, apelando a las necesidades del hogar, reforzaron las demandas de los trabajadores sindicalizados. La prensa nacional las calificó de falta de feminidad y virulencia, la prensa de izquierda celebró la militancia familiar y solidaridad con sus compañeros.
La Historia emerge con la materialidad ineludible de un enjambre también porque las mujeres escribieron. Escribieron cartas las esclavas como Gregoria, y las casadas que quedaron en Europa esperando remesas o la propia migración; las viudas de los ferroviarios para agradecer las ayudas a los sindicatos (una alianza que fue central para catapultar las pensiones por invalidez y muerte en accidentes de trabajo), y las mujeres en la periferia de los ingenios tucumanos que le exigieron de puño y letra a Perón soluciones por el mal estado de las escuelas y los caminos. Las viajeras escribieron sobre otras mujeres, las cocineras sobre saberes colectivos. Las feligresas sobre moral, pero también sobre el derecho de las mujeres a la educación en medios eclesiásticos como La Aljaba, la primera publicación periodística del Río de la Plata redactada en su totalidad por una mujer.
Los estudios laborales de la primera mitad del siglo XX las encuentran capitalizando cada espacio de formación con autonomía y para su propio beneficio. Buscaron alfabetizarse en las escuelas fabriles para obreras de la Liga Patriótica, posibilidades de crecimiento laboral en las academias Pitman para secretarias, o profesionalización de trabajos considerados “vocación de mujeres” -y por tanto mal pagos- como la enfermería en la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, creada por la primera médica del país, Cecilia Grierson.


Las trabajadoras domésticas de las décadas del ‘40 y ‘50 enfrentaron las miserias patronales haciendo uso del chisme, el rumor y también conformando el Sindicato de Trabajadoras de Casas Particulares. En el empleo doméstico, visto a la luz de las migraciones internas del primer peronismo y de los mitos urbanos, se entrecruzan cuestiones de clase, género, el orden de la sexualidad, de la cultura y del color de la piel.
Las crónicas sobre el trabajo y sobre lo político comparten una curiosidad por cómo las mujeres resolvieron conflictos, aprovecharon posiciones, se organizaron y demandaron, sin interponer juicios de valor ni sentidos teleológicos a sus experiencias. Pensar históricamente la noción de lo político, además, cuestiona la perspectiva lineal que entiende que los derechos fueron evolucionando.

La política se asume como parte activa de la vida cotidiana, de distintos proyectos que exceden al voto. Las mujeres siempre hicieron política en las escuelas, en las cocinas o en las cárceles. Las santafesinas conformaron un movimiento antifascista femenino en los años ‘30 y ‘40 que articuló conflictos internacionales con demandas locales y reivindicaciones de género; las maestras pampeanas hicieron uso de sus saberes burocráticos, capacidades de gestión y reconocimiento comunitario para transformarse en las primeras legisladoras provinciales; las delegadas censistas del partido peronista femenino transformaron sus cocinas en unidades básicas, y hasta devinieron espías de obispos, párrocos y religiosos durante el conflicto con la iglesia de 1954.
Rumiar sobre la invisibilización impide salirse del registro historiográfico clásico. Para las directoras, disputar ese paradigma requiere partir de la premisa de que las mujeres siempre estuvieron. Por eso fueron en busca de voces cuyas historias se conocen por otras vías para construir un mosaico de temas que dialogan entre sí. Incorporar la dimensión del género modifica cómo se piensa el trabajo, la economía, y la política. Las trayectorias de las primeras mujeres que llegaron al Congreso en la década del ‘50, por ejemplo, desarman las narrativas de maternalismo político anclado en prejuicios de género, porque muestran cómo ellas promovieron proyectos sobre divorcio, reconocimiento del trabajo de las empleadas domésticas, o infraestructura vial y edilicia en sus territorios.
Desde el paradigma de la complementariedad las mujeres se integraban en la trama histórica como parte de una lógica excepcional. En esta obra, por el contrario, sus presencias cotidianas modifican los sentidos mismos del pasado. No se trata de completar la historia sino de recontarla.

Durante las revueltas estudiantiles contra el gobierno de Onganía la prensa diseñó un guión visual centrado en los varones en lucha que condensó sentidos políticos y sociales que se cristalizaron. Dejar afuera las imágenes de mujeres sonriendo a un varón que les sirve en el comedor de la universidad, o riendo cuando la policía las detiene, desaparece del plano no sólo a las mujeres sino también a la dimensión gozosa y erótica de la participación política y de la rebelión.
Las fugas de presas políticas en Córdoba y Buenos Aires en los ‘70 hicieron estallar el sistema de seguridad estatal y cambiaron para siempre la órbita de influencia del Servicio Penitenciario Federal. Las únicas dos delegadas, entre 53 hombres, del Astillero Río Santiago lograron el compromiso de la empresa para crear guarderías en el lugar de trabajo, antecedente directo del artículo 179 de la Ley de Contrato de Trabajo, pionero en el reconocimiento del derecho al cuidado. Además de participar en la guerrilla, y a pesar de no haber sido consideradas un sujeto político sino en relación a los varones, las mujeres del Partido Revolucionario de los Trabajadores mejoraron las condiciones habitacionales, educativas y sociales de sus territorios.
La obra posa la mirada en lugares que fueron conceptualizados por la historiografía como periféricos. Así, lo que está en segundo plano puede tomar un relieve enorme. Durante décadas, por ejemplo, las mujeres aparecían en los archivos con los apellidos de sus maridos. El trabajo con los márgenes requiere una sensibilidad particular para buscar aquello que no se presenta a primera vista como evidente. Los lugares de la periferia pueden producir movimientos insospechados, más imprevistos que los que narra el guión histórico tradicional.

Las amas de casa que se reunieron en una esquina en el partido de San Martín preocupadas por la inflación del ‘82 con carteles hechos a mano que decían “huelga de compras” y “los jueves no se compra” desencadenaron una protesta que escaló a nivel nacional, hackeando el estado de sitio. Su accionar impulsó el debate sobre el valor social y económico del trabajo doméstico no remunerado, la discusión sobre la jubilación de las amas de casa, y se inscribió en el amplio movimiento antidictatorial de esos años. Les decían “las locas” como a las Madres, pero “de las bolsas”.
Los espacios de fiesta y socialización de las lesbianas impugnaron el orden heterosexual pero también al feminismo académico. Las travestis hicieron un uso político del escándalo televisivo en los ‘90 para desestabilizar los sentidos estigmatizantes, enfrentar los edictos policiales que las criminalizaban e instalar demandas del colectivo en la agenda pública. Sus historias desromantizan la recuperación de la democracia como un absoluto, y muestran que los códigos de conducta, la represión y los pánicos morales no desaparecieron con la dictadura.

Las herramientas del feminismo permiten pensar las fuentes de manera lateral. La decisión epistemológica de apelar a la historia oral pone en entredicho la legitimidad categórica de lo escrito, que está sumamente atravesado por jerarquías. D´Antonio, que entrevistó a presas políticas, cuenta que mucho de lo que narraron no existía en los registros del Servicio Penitenciario. Fue merced de los testimonios orales de las sobrevivientes de la dictadura militar que los organismos de DDHH, el Estado, e incluso ellas mismas, comenzaron a considerar a la violencia sexual y el abuso de mujeres como una forma específica y engenerizada de tortura. Las marchas del silencio por el crimen de María Soledad dejaron como herencia colectiva movilizaciones que ya no son silenciosas y el término femicidio, puesto hoy en discusión por el gobierno nacional, se convirtió en una figura legal agravante del delito de homicidio, dándole entidad concreta y real a la violencia machista.
El camino de la ampliación de derechos no es lineal, ni evolutivo, no es teleológico ni unívoco. Está sembrado de cuerpos. Cuerpos vivos, de las obreras de Confecciones Brukman que la transformaron en una cooperativa en 2001, enfrentándose a la empresa pero también a sus parejas, llevando a sus hijxs a las fábricas y armando redes de cuidado. Madamas que a principio del siglo XX ejercieron el trabajo sexual disputando dinero y sentidos, más allá de la historia de la víctima. Del cuerpo danzante, festivo y colectivo de las Socorristas en red, esa marea fucsia que acompaña abortos seguros y desafía sus significados culturales. Cuerpos que defienden el derecho al juego en las canchas, las plazas y los espacios comunitarios. Cuerpos en vacaciones, en bailes, en fotos del carnaval, pero también en los cortes de ruta, cuerpos que sueñan premoniciones en las comunidades mapuche.
El pasado es complejo, escurridizo, la categoría y las experiencias de las mujeres también. Pero aunque los tiempos cambian, hay un hilo que permanece entre sus pliegues. Con él las mariposas forman colonias, arman racimos hechos de páginas de libros, historias de lo inefablemente pequeño y grande, con nombre propio.
La entrada Las que marcharon antes se publicó primero en Revista Anfibia.