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Horarios de la biblioteca al aire libre en la Isla 58

La biblioteca al aire libre en la Isla 58 ha tenido una gran recepción por parte de quienes se acercan al balneario municipal a disfrutar de un entorno natural único. Este espacio brinda la posibilidad de sumergirse en el placer de la lectura pero además ofrece distintas propuestas para toda la familia.

La Dirección de Cultura de la Municipalidad de Villa Regina informa que durante jueves y viernes de esta semana, en forma excepcional, la biblioteca estará abierta en el horario de 8 a 14.

Mientras tanto, a partir de este domingo 24, y todos los domingos, funcionará de 16 a 22 horas. De martes a viernes el horario es de 14 a 20 horas.

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  • El tiempo violentado

     

    Desde hace dos años vivimos con un ruido persistente. Es el bajo continuo de una casa en demolición. Un crujido que viene de estructuras que creíamos sólidas y que ahora se desmoronan. Junto al estruendo del Estado atacado hay otro sonido más sutil pero constante: el del tiempo violentado. El pasado se convierte en arma, el futuro es secuestrado, y el presente se vuelve eterno e inmutable. Es un fenómeno global, pero en Argentina toma forma concreta en el gobierno de Javier Milei. Desde que asumió en 2023, el presidente de la motosierra y sus acólitos han hecho de los historiadores y de su disciplina un blanco preferencial de sus ataques. Buscan instalar una Historia plana y maniquea mediante la “denuncia” de supuestas manipulaciones y tergiversaciones previas del pasado.

    La reemplazan con una puesta en escena de símbolos imperiales romanos, con imágenes y retóricas de evidentes reminiscencias fascistas, como se pudo ver en los estandartes de las agrupaciones de las “Fuerzas del Cielo” y en la misma escenografía del reciente acto de cierre de campaña en Rosario de La Libertad Avanza. Reviven el “Día de la Raza” para blanquear su racismo elitista y homenajean a represores como si fueran héroes, como hizo recientemente la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, durante un acto de la Policía Federal: en un solo movimiento, reinstaló la figura de Ramón Falcón, represor y asesino de obreros a comienzos del siglo XX, y la de Alberto Villar, uno de los organizadores de la Triple A y seguramente responsable del asesinato de muchos compañeros de militancia de cuando la ministra era una revolucionaria montonera en los setenta. Son operaciones banales, pero para nada ingenuas. Abrevan en el pasado para hacer una cuidadosa selección de momentos de la historia en los que se reconocen y anclan su relato fundacional. Momentos en los que se emocionan y con los que se encandilan, lo que les permite correr argumentalmente —sin demasiada precisión— la frontera del “comienzo de la decadencia argentina”.

    Reviven el “Día de la Raza” para blanquear su racismo elitista y homenajean a represores como si fueran héroes.

    Frente a este embate, la pregunta no es solo cómo defendernos, sino cómo recuperar el potencial político de pensar un sentido para la Historia mientras todo parece derrumbarse. ¿Para qué sirve? La respuesta no puede ser un lamento. Tiene que ser una trinchera. Giuliano da Empoli, en su libro La era de los depredadores, describe un mundo donde los señores de la tecnología ya no necesitan ni a la “casta” política ni al Estado. Tampoco a la Historia ni a la democracia. No es que no usen el pasado, sino que, además de maleable, lo vuelven algo volátil. Los sectores dominantes apuestan por memorias difusas que les permiten reescribir la Historia y reactivar las pasiones antidemocráticas del siglo XX. Los gurúes tecnológicos hacen de su ignorancia histórica una estrategia de marketing. En ese cruce entre la nostalgia distópica y la amnesia digital, pensar históricamente se vuelve un acto de resistencia. No como un mero refugio, sino como una forma de recuperar su condición de herramienta política. Preguntarse por el pasado es, en el fondo, preguntarse por el futuro. ¿Qué sociedad queremos? ¿Cómo la construiremos? ¿Qué utopías imaginaron otros antes que nosotros? ¿Cuáles son las nuestras?

    Para responder, necesitamos afilar nuestras herramientas conceptuales y convertirlas en gestos de insubordinación. Investigar, enseñar y escribir Historia implica la práctica de un anacronismo consciente. En la disonancia, en lo incomprensible y exótico, anuda la pregunta por la realidad en la que vivimos, y cómo enfrentarla. Anacronismo que no es para juzgar el pasado con los ojos del presente (lo que sería un error analítico), o tomarlo sin más como brújula (lo que sería un endiosamiento), sino para traer al presente discusiones y proyectos aún inconclusos y ver qué formas tienen hoy nuestros propios sueños. El anacronismo no es un error metodológico. Es una estrategia para mostrar que el pasado es un territorio en disputa. Una tierra viva, hecha de capas de luchas y conflictos que, a veces, tiembla. Y cuando la hacemos temblar, desde nuestro pequeño lugar, tratamos de revalidar la idea de que tenemos que pensar en los usos que le damos al pasado. No se trata de traer sin más, nostálgicamente, las luchas del pasado, los nombres respetados y queridos, sino el gesto rebelde, el principio básico de la indignación, que movió a las mayorías populares a lo largo de la historia.

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    En primer lugar, la crítica histórica debe ser anticlimática. Debe oponerse al clímax vacío del “momento histórico” agonal en el que nos quieren hacer creer que vivimos, y a la promesa de un destino manifiesto que, “esta vez sí”, alcanzaremos, obviamente si aceptamos “la única solución posible”: ser de derechas, ser como ellos. Consideran, como expresó en un reciente tuit Agustín Laje, uno de los propagandistas cercanos a Milei, que están ganando la “batalla cultural”: “Qué lindo que se ha puesto todo (…) Pensar que, hace dos décadas, cuando iba al colegio, decir que no eran 30.000 te costaba una sanción; el Che era un santo laico que estampaba camisetas; Néstor y Cristina encabezaban una revolución ‘nacional y popular’ (…) y decir que uno era de derecha, en cualquier rincón, era tabú (…) «Veinte años después nos cagamos en las mentiras del setentismo, y afirmar que no fueron 30 mil se convirtió en un lugar común; ya nadie usa las remeras del Che: el socialismo revolucionario ya no está de moda (…) La agenda woke está en crisis, y la juventud occidental empieza a girar rápidamente a la derecha”. 

    No son buenos tiempos para pensar a la Historia y al pasado como lo que son: conceptualizaciones densas, la acumulación de procesos sociales, con sus flujos y reflujos. Al achatar el tiempo, intentan quitarle a la Historia su razón de ser: no se puede aplicar la crítica a algo que cambia todo el tiempo o es plano.

    El pasado está allí para avisar que quizás se apresuren en cantar victoria. Más allá de esa provocadora fanfarronada, la historia en sus distintas formas puede mostrar que la experiencia humana es lenta, compleja, llena de idas y vueltas, pactos oscuros y victorias pírricas. No hay fechas fundacionales puras, sino procesos largos donde lo nuevo convive con lo viejo, donde las revoluciones terminan administrando lo que juraron destruir. En esa complejidad está su fuerza: desactiva los relatos épicos y simplificadores. Si los poderosos la banalizan y la convierten en cotillón, nosotros, los estigmatizados, no podemos darnos ese lujo. Frente a la voluntad monolítica del nazismo, hubo quienes resistieron. Frente al discurso estigmatizador contra los sindicatos, por ejemplo, es en la historia donde encontramos tanto ejemplos de dignidad, como la certeza de que cada vez que los más débiles se dividieron, los poderosos avanzaron sobre ellos. Puede decirse que son cuestiones de sentido común, pero en un momento en que alguien puede afirmar algo y contradecirse en minutos, balbucear explicaciones insuficientes para salir indemne de una denuncia por corrupción, no está de más recuperar una idea: frente a tantas certezas y verdades tajantes, frente a tanta fragmentación condenatoria (“mandriles”, “comunistas”, “kukas”, wokes”), la mera duda y la argumentación son anticlimáticas y, en el mediano plazo, poderosas. ¿Cuántos de quienes abrazan “las ideas de la libertad” sabrán que se la deben, en gran medida, al enorme sacrificio de “los comunistas” que resistieron en la Europa ocupada o fueron parte del Ejército Rojo?

    No son buenos tiempos para pensar a la Historia y al pasado como lo que son: conceptualizaciones densas, la acumulación de procesos sociales, con sus flujos y reflujos. Al achatar el tiempo, intentan quitarle a la Historia su razón de ser: no se puede aplicar la crítica a algo que cambia todo el tiempo o es plano. En segundo lugar, y en un presente perpetuo, debemos aprender a ser anaeróbicos, a vivir como si existiera el tiempo histórico, cuando la realidad y la política en las redes lo niegan. Todo es instantáneo: tanto que pasado, presente y futuro son lo mismo. En consecuencia, debemos ser como bacterias que sobreviven sin oxígeno en ambientes hostiles, necesitamos mantener viva la conciencia del tiempo. Separar pasado, presente y futuro en un contexto que los mezcla y los niega. Esto es tan vital como respirar, y sin esa división en tres tiempos, no hay experiencia histórica ni política posibles. ¿Hacia donde proyectar, si las líneas del presente y el futuro se superponen hasta ser la misma?

    En tercer lugar, y sobre todo, debemos ser anamnésicos. Recordar no como un acto de nostalgia, sino como exploración de lo humano. Ver cómo otros enfrentaron sus circunstancias y construyeron caminos hacia los futuros que imaginaron. La anamnesis no es solamente el “rescate del olvido”, sino que es un prolijo trabajo de selección de temas y preguntas orientados por una mirada política. Hay una tarea en recuperar palabras que la ultraderecha reaccionaria se ha apropiado hasta vaciarlas de significado: “libertad”, la más notoria de ellas. Pero ¿qué es un proyecto político sino un pensamiento apoyado en una tradición de lucha y de ideas, adaptadas a su tiempo? 

    La anamnesis nos da la posibilidad de encontrar en el pasado señales de que nada es permanente, de que todo orden puede cambiar. Sobre todo, pensar históricamente no es visitar un santuario, sino prepararse para una batalla. Exhumamos para interrogar, no solo para venerar. La lucha contra la desmemoria es también contra el olvido de las ideas que movilizaron a otras personas antes que a nosotros. Olvido que, gradualmente, llevará a que no nos reconozcamos capaces de construir nuestros propios proyectos; que podemos elaborar nuestro plan de acción en función de un futuro.

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    Hace poco, ante las denuncias del gobierno sobre “adoctrinamiento” en escuelas, circulaba en broma la idea de que, si tan eficaz hubiera sido ese trabajo de propaganda, los libertarios no habrían ganado las elecciones. En ese chiste subyace una idea tan limitada como la de los libertarios sobre el uso político de la historia. Les ha parecido a muchos que con instalar ciertas fechas, recuperar algunos lugares para la memoria, era suficiente. Y eso fue un gran error que llevó a una ritualización excluyente. De allí que los simpatizantes de LLA se sientan excluidos y ahora simplemente piensen en reemplazar el clavo que sacan con otro (obviamente, verdadero). El ejercicio de la memoria histórica es algo vivo, el pasado no es una religión. A los luchadores se los recuerda luchando. A los seres humanos, por su imaginación, su razón, su capacidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto. Por sus posicionamientos éticos, construidos a partir de una imaginación de sociedad. Por sus proyectos comunitarios. Porque un ser humano, antes que nada, es alguien a quien no le da todo lo mismo. Y por eso decide. Decide, por ejemplo, decir que no. El acto más profundo de resistencia.

    Sin aislarnos, debemos abstraernos. Bajar de la rueda, practicar cierto analfabetismo digital, volver a la carne y el hueso. Nos arrastraron a un campo de juego donde podemos perder todo lo que nos hace humanos. Frente a la virtualización de la existencia y la distorsión digital del tiempo, la memoria se ancla en lo corpóreo.

    La batalla también es en los cuerpos. Sin aislarnos, debemos abstraernos. Bajar de la rueda, practicar cierto analfabetismo digital, volver a la carne y el hueso. Nos arrastraron a un campo de juego donde podemos perder todo lo que nos hace humanos. Frente a la virtualización de la existencia y la distorsión digital del tiempo, la memoria se ancla en lo corpóreo. Es el hueso que no se disuelve, la herida que cicatriza pero no desaparece, el abrazo que perdura. La Historia no se escribe solo en papeles; se inscribe en los cuerpos. En el cansancio del maestro que siembra en el aula. En los gestos cotidianos que tejen comunidad. Volver a la carne y el hueso es resistir el desarraigo. Es recordar que la patria es un territorio compartido por seres que sienten, aman, luchan y construyen.

    La batalla por la memoria se libra en dos frentes inseparables: la reflexión serena y la acción urgente. Y sucede en bibliotecas, universidades y aulas, allí donde se examinan fuentes y se practica la anamnesis contra el olvido programado. Un telegrama, una factura, una minuta pueden revelar la mecánica de decisiones que cambiaron vidas. Este trabajo silencioso, riguroso, es la base de toda afirmación creíble. Y es el que hoy se subestima.

    Debemos “embarrarnos”. Porque la batalla en redes es la manifestación actual de la batalla en las calles. En plazas, asambleas, aulas como ágoras, donde la Historia se socializa, se discute, se convierte en herramienta para leer el presente e imaginar futuros. Abandonar cualquiera de estos frentes es claudicar. La investigación sin anclaje en lo cotidiano está al borde de la erudición estéril, de lógica endogámica. A lo sumo, preserva, pero no construye. La calle sin archivo es presente efímero, manipulable, sin profundidad. Nuestra tarea es conectar ambos territorios. La calle da sentido al archivo; el archivo da profundidad a la calle.

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    Recuerdo a mis estudiantes del Colegio Nacional en 2021, en plena pandemia, escribiéndose cartas para leer cuando terminaran su quinto año. Sin saberlo, realizaron una acción profundamente histórica. Le hablaban al futuro; inscribieron su presente en una línea de tiempo que proyectaban hacia adelante. Afirmaron, recién salidos de la pandemia, que habría un “después”. Que el tiempo seguiría. Hoy, al abrir esos sobres, imagino algunas de las preguntas que les surgieron. ¿Dónde estaba entonces? ¿Qué recorrí desde aquel adolescente encerrado? ¿Siguen vivos mis deseos? ¿Qué quiero construir ahora? Ese diálogo entre lo que fuimos, somos y queremos ser es el núcleo de la conciencia histórica. Pero para poder entablarlo, necesitamos que la experiencia del tiempo vuelva a ser multidimensional.

    Una de mis alumnas, al terminar de leer, me dijo: “Abracé a quien era entonces”. No es solo una metáfora. Es prueba de que el tiempo no es una línea recta, sino un diálogo permanente. Ese abrazo a través del tiempo es lo que hacemos cuando enfrentamos críticamente el pasado colectivo. Es negar esta realidad plana que nos quieren imponer como única.

    En un presente que busca clausurar el porvenir, vendernos consumo y resignación, afirmar que el futuro existe —y que podemos moldearlo— es revolucionario. La Historia no mira solo hacia atrás. Es un bucle, un eco que viaja en todas las direcciones. Interpretamos el pasado para habitar críticamente el presente y abrir la posibilidad de un futuro distinto.

    Más allá del sueldo mezquino, más allá de la derrota coyuntural de los valores que defendemos, el oficio de la Historia es sostener ese espacio de posibilidad. Ese lugar donde un pibe, en una escuela fría o en una casa humilde, pueda no solo imaginar su futuro, sino empezar a construirlo. Y lo hace preguntándose por su lugar en el tiempo, por lo que vino antes, por lo que puede venir después.

    Nuestra derrota más profunda no sería aceptar un relato histórico falso. Sería renunciar a la capacidad de imaginar y luchar por los futuros posibles que están ahí, como semillas dormidas en las lecciones del pasado. Porque en el teatro de lo político, la crítica al adversario se ha vuelto un ritual cómodo: un exorcismo que nos absuelve de toda culpa. Nos reunimos para denunciar al otro, ese espejo deformado de nuestros propios errores, y en esa condena encontramos una identidad rápida, sin esfuerzo. Pero esa práctica, tan común, es en realidad una forma de evasión. Al poner todo el error en el enemigo, evitamos mirarnos a nosotros mismos. La energía que debería ir a la introspección se gasta en fabricar monstruos externos. Y aunque eso genera el calor efímero de la indignación, nos deja vacíos, atrapados en un presente sin salida.

    Nuestra derrota más profunda no sería aceptar un relato histórico falso. Sería renunciar a la capacidad de imaginar y luchar por los futuros posibles que están ahí, como semillas dormidas en las lecciones del pasado.

    La autocrítica, en cambio, es incómoda. Nos obliga a sacarnos la armadura de la lucha partidaria y mirar de frente nuestros errores, nuestras complicidades, nuestras oportunidades perdidas. Duele, porque rompe la narrativa heroica que nos contamos. Señalar al otro nos confirma en nuestra virtud; mirarnos al espejo nos enfrenta a nuestra fragilidad. Esta reticencia no es ingenua: es la defensa de un aparato ideológico que teme más a la disolución interna que a los ataques externos. Prefiere la solidez de un relato incuestionable a la riqueza inestable de la revisión.

    El verdadero desafío no es solo superar esa comodidad de criticar al otro. Es redirigir esa energía hacia la imaginación del futuro. Porque si nos obsesionamos con el enemigo, nos volvemos reactivos. Definimos nuestro horizonte en oposición, nunca en afirmación. Si logramos reducir esa lógica de espejos, liberaremos una energía que puede alimentar algo mucho más difícil y más valioso: la imaginación. No como evasión utópica, sino como construcción política concreta. Diseñar instituciones, vínculos sociales, sentidos comunes para un porvenir que aún no existe.

    Ahí es donde la autocrítica se vuelve fértil. Limpia el terreno y nos permite construir, con humildad y audacia, sobre cimientos verdaderos. En este presente que quiere borrar las huellas y cerrar los caminos, la Historia —con sus herramientas críticas y su capacidad de recordar— no es un lujo académico. Es el terreno donde se libra la batalla más importante: la batalla por la posibilidad misma de un mañana.

    Y en ese abrazo a través del tiempo, en esa obstinación por la memoria, en ese cuestionamiento vital sobre nuestra trayectoria en el mundo, está la esperanza que nos impide rendirnos.

    La entrada El tiempo violentado se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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  • Villarruel le dio la bienvenida a Bullrich al Senado: le regaló un vino

     

    Victoria Villarruel recibió este viernes a Patricia Bullrich y, pese a la cordialidad que intentaron transmitir al término del encuentro, las dos terminaron revelando que ninguna está dispuesta a ceder en sus posiciones.

    La ministra de Seguridad llegó al Senado sonriente pero dijo al abandonar el palacio que encontró a la Vicepresidenta en una postura «colaborativa», pretendiendo una suerte de subordinación de Villarruel a la Casa Rosada y su propio desembarco en la Cámara Alta como jefa del bloque libertario.

    Villarruel, por su parte, le regaló un vino a la senadora electa, acaso un guiño pícaro a la mordacidad de las redes sociales.

    Como sea, Bullrich aceptó el vino y se mostró conforme con la reunión, que se extendió por más de una hora. «Ella me explicitó que quiere que el gobierno tenga acá la posibilidad de sacar adelante los proyectos que precisa», dijo la ministra.

    Explota la interna en el gobierno: Villarruel recordó a Bullich que integró una «orga terrorista»

    En la previa de la reunión, Bullrich dijo que su visita al Seando buscaba plantearle a Villarruel que «no boicotee» los proyectos del gobierno, una consideración que aludía al pase de facturas que le dedicó cuando la vice no impidió la apertura del recinto cuando la oposición se alzó con apabullantes victorias para aprobar el aumento universitario y la emergencia por el Garrahan.

    Ella me explicitó que quiere que el gobierno tenga acá la posibilidad de sacar adelante los proyectos que precisa.

    La Vicepresidenta no dudó en responderle por los mismos medios una vez que Bullrich se fue del Senado. «Yo también le quise comentar cómo es el manejo de la cámara. Yo no tengo facultades para obstaculizar o interrumpir el ejercicio parlamentario en la cámara. Le quise hacer la aclaración a ella. Tengo facultades muy definidas por la Constitución y el reglamento de la cámara, que apuntan a que se garantice siempre la independencia de poderes y el respeto a las facultades que tiene el Poder Legislativo. De mi parte, siempre hubo colaboración y siempre la va a haber», explicó ante la prensa.

    Patricia Bullrich.

    Villarruel también aprovechó para responder a las inquietudes sobre posibles embestidas del Ejecutivo contra ella. «Yo quise ser bien enfática: acá tiene que primar el acuerdo. Todas las normas que se promulgan y todos los acuerdos a los que se llegan, devienen de la conversación más allá de que estés en las antípodas políticas», dijo en tono docente, y agregó republicana: «las instituciones tenemos que cuidarlas. Mi función en el Senado es que se consigan las leyes que el Ejecutivo quiere enviar pero que todo se haga en un clima que propenda al acuerdo político».

    Menem y Karina quieren a Nadia Márquez como presidenta del Senado para arrinconar a Villarruel

    Si bien desde el entorno de ambas dirigentes deslizaron que el encuentro fue correcto, las intervenciones de las dos parecen demarcar un campo en disputa a partir de diciembre. Bullrich llega al Congreso con un poder creciente en el esquema del gobierno, sentada a la mesa política con Karina Milei, Martín Menem, Santiago Caputo, Diego Santilli y Manuel Adorni.

    Los senadores han sido elegidos por el pueblo argentino y no es mi función discutir su representatividad, sea Patricia Bullrich o sean otros.

    Sin embargo, es una incógnita todavía si Karina y Menem le darán autonomía a Bullrich o le intervendrán el manejo de la cámara a través de la presidencia provisional del Senado, con el eventual desplazamiento de Bartolomé Abdala para promover a Nadia Márquez, impulsada por los Menem, como reveló LPO. El problema es que el puntano está decidido a pelear por revalidarse en la línea de sucesión y, al igual que la Vice, conoce el espesor de la lluvia ácida del Poder Ejecutivo.

    Por eso, según decante esa interna, otra posibilidad es que la neuquina recale como secretaria parlamentaria del bloque, un puesto en el que podría rendirle al riojano tanto como lo hizo en Diputados. En cualquier caso, el margen de maniobra de Bullrich habrá de medirse una vez que asuma.

    Villarruel, por ahora, promete «un clima en que los senadores se sientan cómodos y reconocidos». «Han sido elegidos por el pueblo argentino y no es mi función discutir su representatividad, sea Patricia Bullrich o sean otros», desafió.

     

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  • Kicillof arranca la negociación por el presupuesto pero la oposición exige cargos en organismos de control

     

    Axel Kicillof arranca una negociación clave para sus dos últimos años de gobierno. El gobernador presenta el lunes el presupuesto 2026, un proyecto que incluye dos textos clave para la gestión: una autorización para tomar deuda y una ley fiscal que determinará las subas de impuestos.

    En principio la negociación asoma como imposible. Kicillof se niega a abrir una conversación por los cargos que reclama la oposición. Se trata de las cuatro vacancias en la Suprema Corte, pero también lugares importantes que pertenecen a la oposición como sillones en el directorio del Banco Provincia, el Consejo de Educación y el Tribunal de Cuentas. También lugares en Tesorería y el poderoso asiento del subprocurador.

    El gobernador se resiste a ceder esos espacios. Las vacancias en la Corte bonaerense genera preocupación en la Justicia, pero también hacia adentro del kirchnerismo, desde donde creen que los cargos están para ocuparse.

    En el entorno del gobernador sostienen que el presupuesto no debe mezclarse con una discusión por cargos, pero lo cierto es que el Ejecutivo no abre esa negociación en ningún momento del año.

    El PRO ahora apura a Kicillof con el presupuesto y pide Boleta Única 

    Después de seis años de intentos frustrados para negociar esos espacios, en la oposición parece haber una posición sólida: se abre la negociación o de lo contrario no habrá endeudamiento.

    Sin fondos del gobierno nacional, Kicillof necesita tomar deuda para paliar los últimos dos años de gestión, pero no parece dispuesto a negociar nada. Por tanto, el lunes prepara un escenario inédito: presenta el presupuesto en un acto en el que ya cursaron invitaciones a intendentes y legisladores. Esas invitaciones incluyeron a senadores y diputados de la oposición.

    Facundo Tignanelli, Rubén Eslaiman y Susana González.

    El gobernador se mostrará como aliado de los intendentes para presionar a los legisladores. Les asegurará un fondo para obras dentro del presupuesto, una estrategia para que sean los intendentes quienes pidan a la Legislatura que apruebe el proyecto.

    El problema -advierten en la oposición- es que los intendentes no tienen la representación en la Legislatura que supieron tener en otros años. En los últimos cierres de listas, el peronismo relegó a los jefes comunales. En tanto, en el radicalismo (que mantiene su poder territorial) existe una grieta entre intendentes y legisladores.

    Probablemente el lunes la oposición pegue el faltazo a la presentación el presupuesto. «Nunca nos convocó y ahora que se la ve mala nos hace llamar por dos o tres secretarios», dijo a LPO un diputado y dijo que esperará que envíen el proyecto a la Legislatura para debatirlo en el ese ámbito.

    En seis años nunca nos llamaron para ayudar a solucionar el desastre de IOMA. Ahora nos piden que vayamos como extras para tener su foto política. Kicillof se piensa que soy boludo.

    Otros legisladores consultados también confirmaron que no participarán del acto. No quieren someterse a las críticas que Kicillof pueda lanzarles.

    «En seis años nunca nos llamaron para ayudar a solucionar el desastre de IOMA. Ahora nos piden que vayamos como extras para tener su foto política. Kicillof se piensa que soy boludo», dijo a LPO el diputado Fernando Rovello (PRO) y agregó que van a analizar con los referentes de los bloques opositores los pasos a seguir.

    El año pasado las negociaciones fracasaron y Kicillof administró la provincia sin presupuesto. La oposición y el kirchnerismo llevaron la discusión hasta fin de año hasta que el gobernador cortó por lo sano y le ordenó a Verónica Magario cerrar el Senado.

    En esa discusión, fue el propio peronismo quien reclamaba modificaciones al proyecto que envió el Ejecutivo. Por caso, Mayra Mendoza pedía un fondo para compensar a los municipios afectados por el desarrollo de los puertos de contenedores.

    El ministro de Economía, Pablo López.

    Por estos días, en Casa de Gobierno reconocen que más que un problema, la ausencia de un presupuesto beneficia a Kicillof. El ministro de Economía, Pablo López, se sienta sobe la caja y las partidas hacia los ministerios salen a cuentagotas. La discrecionalidad es total.

    Para la Legislatura, en cambio, no contar con un presupuesto aprobado fue un problema. Como parte del ajuste, Kicillof recortó los recursos y ambas cámaras acumulan deudas que ascienden a los 10.000 millones. Hubo contratos que se cortaron, se acumulan pagos a las empresas de limpieza y faltan insumos básicos.

    Por lo pronto, el martes López irá a Diputados a presentar el proyecto. Será un primer encuentro con los legisladores de una negociación que probablemente termine en los últimos días de diciembre.

    El gobernador necesita tomar deuda y recuperar las siete emergencias que vencieron en marzo pasado (penitenciaria, seguridad, infraestructura, hábitat, vivienda, servicios públicos y energética). Esas emergencias son una forma de acelerar los procesos administrativos esquivando la compleja burocracia del Estado bonaerense.

    Lo curioso es que en vez de modificar las leyes que regulan los sistema de compra, licitación y contratación, los legisladores acceden a otorgarle al gobernador una especie de permiso especial que le permite esquivar la normativa legal.

     

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