Imagen de Jorge Fontevecchia, dueño de Perfil.
El viernes 16 la escritora Leticia Martin denunció en su columna semanal en Perfil (titulada, en este caso «Nadie lee nada») que la empresa de Jorge Fontevecchia le adeuda seis meses de pago por sus colaboraciones, por las que encima sólo cobra 50 mil pesos mensuales. Tras 12 horas de estar publicada, las autoridades del medio censuraron la nota. «Hoy estoy demasiado triste y no tengo ganas de ir a votar mañana ni ganas de conservar este trabajo, y quiero contar que hace siete meses que hago esta estupidez. Cincuenta mil pesos de honorarios por mes con seis meses de demora», denunció Martin. Por su parte, Agustín Colombo, periodista y delegado del SiPreBA en Perfil, amplió en sus redes: «ahora es Leticia, pero son decenas los que cobran mal y tarde. No es solo una cuestión salarial, es algo más profundo: condiciones de laburo terribles, multitareas sin recursos y sin tiempo porque todos tenemos tres, cuatro o cinco trabajos. No hubiese habido columna si a Leticia le pagaban como corresponde. Tampoco hubiese habido columna si el dueño de Perfil respetara nuestros derechos». Por ANRed.
En su columna «Nadie lee nada«, que publicó el viernes 16 de mayo en Perfil, la escritora Leticia Martin contó su tristeza y hartazgo por las condiciones de precarización por su trabajo en el medio del empresario Jorge Fontevecchia: escribir sin cobrar, trabajar como si el reconocimiento existiera cuando en realidad apenas queda la dignidad de cumplir con una tarea que, en términos prácticos, ya no vale nada. «Cincuenta mil pesos de honorarios por mes con seis meses de demora. Cincuenta mil». Con la cifra, repetida y seca, la escritora denuncia no solo el abandono económico sino también el desprecio simbólico por su tarea intelectual.
En otro pasaje, Leticia Martin también realiza una observación crítica sobre la lógica viral de las redes que impera hoy en los medios, donde lo que se busca es viralizar rápidamente un contenido en detrimento de su profundidad: «lo que identifica al éxito es la capacidad de contagio».

La autora también se pregunta por qué sigue escribiendo, si nadie lee, si no le pagan, si nadie la reconoce y, sin embargo, insiste: «las escribo como si a alguien le importara leerlas». Hay en su gesto un acto de resistencia, casi de terquedad ética: no rendirse por respeto a quienes escribieron antes, por amor al oficio.
Pero más allá del caso puntual, lo que Leticia denuncia es el modo en que se naturaliza la precarización estructural del trabajo cultural, muchas veces legitimada por el prestigio simbólico de “estar en un medio”. Así, en el capitalismo actual se vuelve habitual romantizar la vocación y el sacrificio, convirtiendo la pasión por el trabajo en una trampa que justifica la explotación. Así, lo que podría ser solo una queja aislada, se convierte en un testimonio de una época.
«Fontevecchia dice que hay que venir por vocación: el problema es que la comida no se paga con eso»
En esa línea, por su lado, en sus redes sociales, Agustín Colombo, periodista y delegado por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) en Perfil amplía sobre la denuncia de Leticia: «desde @DelegadosPerfil nos pusimos a disposición de Leticia desde que la columna se hizo pública, aunque antes también. Siempre reclamamos y empujamos para que la empresa salde deudas con sus colaboradores. Ahora es Leticia, pero son decenas los que cobran mal y tarde. De hecho, Leticia Martin reemplazó hace un año a otro columnista, Rafael Spregelburd, que cansado de la mierda que le pagaba Perfil, le inició juicio. Los dos, en definitiva, dejaron de escribir por lo mismo: les pagaban mal y encima con demoras insólitas».
Foto: archivo @DelegadosPerfil
«La mayoría de los medios tradicionales se acostumbraron a bastardear y precarizar hasta el límite de lo imaginable nuestro laburo – agrega Colombo – Eso, más los cambios en hábitos de consumo más la crisis económica en loop de la Argentina, armó un combo letal. No es solo una cuestión salarial, es algo más profundo: condiciones de laburo terribles, multitareas sin recursos y sin tiempo porque todos tenemos tres, cuatro o cinco trabajos. Una corrosión, un goteo incesante que anda a saber cuándo o cómo te lo factura el cuerpo. Por eso, es una canallada cuando Milei habla de periodistas ensobrados. La mayoría de los periodistas no llegamos a fin de mes por lo que pagan los empresarios de medios y también porque su Gobierno (y los anteriores) pulverizaron el poder adquisitivo de los laburantes. ¿La columna de Leticia salió por esa precarización? En alguna medida, sí. Aunque es falso que nadie la leyó. Salió también porque en Perfil vivimos de conflicto en conflicto. Y eso también atenta contra los procesos y la cadena de trabajo».

«El viernes, cuando se hizo la edición del sábado, fue un día agitado en Perfil. A Jorge Fontevecchia se le ocurrió que la redacción del diario – achicada a la mínima expresión – debía venir el domingo a hacer una edición electoral impresa. Trabajar en nuestro franco GRATIS. Fontevecchia dice que hay que venir por vocación. El problema es que la comida no se paga con eso. Esta vez le dijimos que no: editores, redactores, correctores y todo el diario (menos Diseño) expresó que solo trabajaría si se nos pagaba una jornada extra. Lo que corresponde. Esas idas y vueltas generaron problemas y reuniones que atrasaron y complicaron, aún más, los contenidos del diario. No hubiese habido columna si a Leticia le pagaban como corresponde. Tampoco hubiese habido columna si el dueño de Perfil respetara nuestros derechos», sentenció el periodista.
Y culminó: «sobre Fontevecchia, un último punto. Vi muchos tuits de personas valiosas que saben muy bien lo precarizador que es, pero que lo entrevistan y lo elogian. A esas personas, un pedido: la próxima, pregúntenle por algo de todo esto. Basta de ensalzar a los verdugos de nuestro oficio», finalizó.
Compartimos la columna de Leticia Martin censurada en Perfil:
Nadie lee nada
“Se viralizó. ¡Conseguiste tu objetivo!”. Vivimos en una sociedad de logros medidos a partir de un término médico. Lo que identifica al éxito es la capacidad de contagio: que algo se difunda con gran rapidez en las redes.
Estaba a punto de escribir sobre esa desafortunada coincidencia entre el verbo adosado al éxito actual con el verbo que usamos para dar cuenta de una enfermedad cuando, de pronto, me asaltó una idea material y primigenia. ¿Porqué hago esto? ¿Se hará viral escribirlo?
Ya hace más de un año que escribo esta columna semanal para PERFIL; un trabajo que implica compromiso, un deadline, tener palabra y encontrar una forma. Que también creí implicaba cierta trayectoria. Pero hace seis meses que no recibo el pago por mis servicios. Ni el pago ni un aumento, como si los servicios o el costo de vida no hubieran aumentado.
Valoro el espacio, el que me hayan abierto las puertas en un lugar prestigioso, la voz de alguien formado como el propietario de este grupo editorial, un profesional al que escucho como si no fuera el último responsable de la discriminación de la que soy parte. ¿O quizá no es por ser mujer que no me pagan? Ni idea. De eso no sé aunque me duele y con eso me pelee. A eso me respondo: “No te hagas la víctima, Leticia, y ponete a escribir”. Sin embargo, cada jueves recuerdo a Fogwill levantando el teléfono para exigir su honorario antes de enviar la columna semanal para al fin cobrar.
No soy Fogwill y tal vez no exista –como se empeñó en señalarme sin que le tiemble la voz Gustavo Wald, el funcionario que el albertismo bancó hasta el último segundo–. Lo asumo, entonces. Si quieren, no soy, no sé, no existo. Pero acá estoy, y si escribo columnas que tal vez no me paguen, las escribo como si a alguien le importara leerlas, como si fueran un trabajo y recibiera a tiempo la remuneración por ser eficiente y responder, como si no me hicieran sentir que les da igual, que cualquiera estaría dispuesto a reemplazarme mañana mismo.
Pero hoy estoy demasiado triste y no tengo ganas de ir a votar mañana, ni ganas de conservar este trabajo, y quiero contar que hace siete meses que hago esta estupidez y que mañana por fin no voy a poner el despertador a las seis am para escribir los 2500 caracteres sin espacios de esta columna que ya escribí y que sigo honrando solo porque otros que me precedieron la han escrito, solo porque de esos otros algo he aprendido, y no me quiero rendir.
Cincuenta mil pesos de honorarios por mes con seis meses de demora. Cincuenta mil.
Enlace donde estuvo publicada la columna hasta que la censuraron: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/nadie-lee-nada.phtml