Sociedad

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    El día que las mujeres conquistaron las urnas

     

    Una historia que cambió la Historia.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

    El 23 de septiembre de 1947, la historia argentina dio un giro fundamental: se promulgó la Ley 13.010, conocida como la Ley Evita, que consagró el derecho de las mujeres a votar y ser elegidas para cargos públicos. Desde entonces, esa fecha se recuerda como el Día Nacional de los Derechos Políticos de la Mujer. No fue un regalo ni un gesto aislado, sino la coronación de una lucha de décadas encabezada por pioneras que se animaron a desafiar un sistema político y social profundamente patriarcal.

    Evita y la sanción de la Ley

    Eva Perón fue la gran impulsora de la norma. Con su poder de convocatoria y su influencia en el Congreso, logró concretar lo que durante años había sido un reclamo postergado. El 9 de septiembre de 1947, en un acto convocado por la CGT frente a la Casa de Gobierno, se dirigió por primera vez a miles de mujeres reunidas en la Plaza de Mayo y expresó con emoción:
    “Mujeres de mi patria: recibo en este instante de manos del Gobierno de la Nación la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo, ante vosotras, con la certeza de que lo hago en nombre y representación de todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria”.

    Tras su sanción, Evita se dedicó de lleno a concientizar y organizar a las mujeres, llamándolas a participar activamente en la vida política. Su militancia derivó en la creación del Partido Peronista Femenino, una experiencia inédita en América Latina.

    Una conquista contra siglos de desigualdad

    Hasta ese momento, las mujeres estaban relegadas a un papel secundario, consideradas “incapaces” por el Código Civil de 1869, que les negaba derechos políticos y civiles. El derecho al voto secreto y obligatorio, reconocido a los varones en 1912 con la Ley Sáenz Peña, les había sido negado a las mujeres durante 35 años más.

    No obstante, desde fines del siglo XIX distintas líderes feministas habían comenzado a abrir camino. Cecilia Grierson, la primera médica del país, organizó en 1900 el Consejo de Mujeres. Alicia Moreau, socialista, fundó en 1907 el Comité Pro-Sufragio Femenino y participó del Primer Congreso Femenino Internacional en Buenos Aires en 1910. Virginia Bolten, sindicalista y anarquista, encabezó luchas obreras y huelgas inquilinarias. Julieta Lanteri, inmigrante italiana y médica, fue la primera mujer en Sudamérica en votar en elecciones municipales en 1911 y hasta se postuló a diputada en 1919. Elvira Rawson de Dellepiane, militante radical, creó asociaciones feministas que reclamaban igualdad civil y política.

    Todas ellas mantuvieron encendida la antorcha hasta que la impronta de Evita convirtió aquel reclamo en una realidad.

    1951: las mujeres llegan a las urnas

    La puesta en práctica de la Ley 13.010 se dio recién en las elecciones del 11 de noviembre de 1951, tras un arduo proceso de empadronamiento y entrega de libretas cívicas basado en el censo de 1947. Ese día, más de 3,5 millones de mujeres votaron por primera vez, superando incluso la participación masculina.

    De las 4.222.467 mujeres empadronadas, más del 90% concurrió a las urnas. La mayoría votó por el peronismo, que garantizó no sólo la reelección de Juan Domingo Perón con el 62% de los votos, sino también una representación inédita: 23 diputadas y 6 senadoras. Entre ellas se destacó Delia Parodi, que en 1953 se convirtió en la primera mujer en ocupar la vicepresidencia de la Cámara de Diputados.

    Avance regional y legado

    Si bien Argentina no fue el primer país latinoamericano en aprobar el sufragio femenino —Ecuador lo había hecho en 1929, seguido por Uruguay (1932), Brasil y Cuba (1934)—, su implementación tuvo un impacto político sin precedentes en la región. La participación masiva y organizada de las mujeres a partir de 1951 marcó un hito en la vida institucional del país.

    El voto femenino se convirtió así en una herramienta de inclusión, igualdad y transformación social, que abrió las puertas a generaciones de legisladoras, ministras y dirigentes que ampliaron la democracia argentina.

    A casi ocho décadas de aquella conquista, el derecho político de las mujeres sigue siendo una de las huellas más profundas del peronismo en la historia argentina.

     

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    Kicillof pisa fuerte: la contracara de Milei en la recta final hacia octubre

     

    Dos caras, dos modelos.

    Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable

    El gobernador bonaerense Axel Kicillof regresó de una gira estratégica por Estados Unidos que dejó en claro un contraste cada vez más nítido: mientras Milei buscaba la foto con referentes de la derecha global como Donald Trump, el dirigente peronista se mostró junto a presidentes latinoamericanos y participó de un homenaje al uruguayo José “Pepe” Mujica. Allí reivindicó la importancia del Estado, la soberanía y hasta se pronunció en defensa de Cristina Fernández de Kirchner en medio de la persecución judicial que enfrenta.

    Dos modelos en pugna

    El contraste no es solo de imágenes sino de proyectos. Mientras Milei ajusta, recorta y paraliza la obra pública, Kicillof se prepara para encarar la recta final de la campaña legislativa en octubre con un objetivo claro: consolidar el triunfo opositor en la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más grande del país.

    En ese escenario, la comparación se vuelve inevitable. De un lado, un gobierno nacional que le da la espalda a la educación, la salud y los jubilados; del otro, un gobernador que busca fortalecer la unidad del peronismo y mostrar gestión en territorio bonaerense.

    El desafío legislativo

    La elección que se avecina no es menor: se renuevan 127 bancas de Diputados y 24 de Senadores. Para Kicillof, la meta es doble. Por un lado, ratificar la victoria obtenida en las elecciones provinciales del 7 de septiembre; por el otro, sumar representación en el Congreso para frenar las iniciativas regresivas del oficialismo libertario.

    El peso político de Buenos Aires vuelve a ser decisivo. El resultado en este distrito definirá el equilibrio de fuerzas en el plano nacional y marcará el rumbo de la política argentina para los próximos años.

    El cara a cara con la gente

    Fiel a su estilo, el gobernador retomará de inmediato sus recorridas por el Conurbano y el interior provincial. El contacto directo con vecinos e intendentes sigue siendo su principal herramienta, a contramano de un Milei que se mueve más en escenarios internacionales que en los barrios populares.

    El peronismo bonaerense ya demostró en las últimas elecciones provinciales que la unidad es el camino para enfrentar a la derecha. Ahora, el desafío es revalidar esa estrategia en un contexto en el que Milei profundiza el ajuste y la incertidumbre golpea con más fuerza a las mayorías.

    La boleta única y el desafío comunicacional

    A la campaña también se suma un nuevo elemento: la implementación de la Boleta Única de Papel (BUP). El desconocimiento generalizado sobre su uso genera preocupación y obliga a reforzar la comunicación para evitar la desorientación del electorado.

    Este aspecto no es menor. En un escenario de disputa cerrada, la claridad en el voto será clave para consolidar la victoria opositora y frenar cualquier intento de manipulación.


    Kicillof se perfila, así, como la contracara de Milei: un dirigente que reivindica la política, la soberanía y la gestión pública frente a un gobierno nacional obsesionado con la foto internacional y con un ajuste que solo castiga a los que menos tienen. Octubre será la prueba definitiva de este choque de modelos.

     

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    El caos como recurso

     

    El contrapunto actual entre la incertidumbre y el orden abre interrogantes perturbadores.

    Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

    Creer o no creer en el caos, esa es la cuestión. O era. Aleteo de mariposa, cisne negro u orden más allá de toda apariencia. Posturas filosóficas de fondo que han dado lugar a terrores financieros, espejismos políticos y ficciones inquietantes de unos frente a la impasible tranquilidad de otros.

    El camino de la idea a la impostura, de la apariencia a la realidad -o, simplemente, del caos como imago mundi o como mera vía muerta hacia el engaño- es una ruta que transitan perpetuos itinerantes a paso sincero e inclementes simuladores disfrazados de peregrinos.

    Sin perjuicio del sustrato que representan tanto las cosmogonías como las referencias bíblicas, desde el territorio de las ciencias se teorizó al respecto con las formalidades propias de este campo y desde las artes de la palabra se construyeron los mundos posibles, las simbologías y metáforas que humanizaron caos, orden e incertidumbre.

    Partamos, entonces, desde la literatura pero con el afán de terminar por ver cómo el asunto que nos ocupa tuvo su incidencia en nuestra realidad socio-política (y la tiene mundialmente), a veces tan cercana a las ficciones más extremas e, incluso, de lo inimaginable en el orbe de las fantasías.

    Hace poco, en “Pequeñas revoluciones”, hablábamos de Agatha Christie y de Friedrich Dürrenmatt. En síntesis, de ella destacábamos la manera en que innovó dentro de una tradición a través de la técnica narrativa pero sin herir las bases de sustento del policial clásico; de él decíamos que introdujo lo determinante del imprevisto  y lo aleatorio, es decir: su idea del caos, en el fracaso de la resolución de un caso criminal.

    La convicción de que el orden existe, con aparentes alteraciones pasajeras si se quiere, pero que siempre se restablece y se hace justicia, es núcleo duro del policial británico o clásico. Inteligencia, lógica, razonamiento y pericia investigativa triunfan inexorablemente. Si algo no se resuelve, es por mera incompetencia.

    Por el contrario, para el escritor suizo, el caos se impone las más de las veces y por el caos mismo se explica la abrumadora cantidad de casos policiales que en la vida social quedan sin resolución o se resuelven por azar mucho después, cuando ya no hay justicia reparadora que valga.

    Si tomamos otra novela de la Dama del crimen –en “Pequeñas revoluciones” habíamos apelado a Roger Akroyd, irrelevante para lo que ahora importa-, Hacia cero (1944), veremos como la autora echa mano del recurso del caos como impostura.

    Presenta un desorden inaudito, un laberinto de azar que cerca del final del relato se revela como construcción artificial de la antesala y tapadera de un crimen planificado –el crimen que importa– que se producirá casi al concluir la novela.

    Azar, desorden e irracionalidad de los acontecimientos son un espejismo para lectores y personajes cándidos. Agatha se divierte sin recurrir a Poirot ni a Miss Marple, le sobra con Battle y el desorden. Dicho sea de paso, Rachel Bennette adaptó la novela para BBC One, que emitió la miniserie de tres capítulos en marzo de este año y ahora puede verse en otras plataformas.

    En contraste, La promesa (1958) de Friedrich Dürrenmatt plantea un caos posible, real, un azar que irrumpe en favor de la injusticia y la ruina psíquica del policía que razona bien, hasta con genialidad, pero termina mal. El mundo posible de la ficción del suizo parte de la convicción y es base de verosimilitud y no recurso. El caos del mundo desbarata también las barreras defensivas de la mente de quien no lo acepta.

    La amenaza del caos, la incertidumbre que dispara lo que aparenta ser caótico, las calamidades a las que habría que intentar anticiparse –las que nos muestran los convencidos del imperio del caos o de sus intermitentes pero inevitables embates-, son para algunos la sal de la vida y para otros una faz aterradora de la existencia. Hay cierta confusión caótica en torno al caos, en verdad.

    Para el financista timorato la teoría del caos es una pesadilla de la que intenta defenderse con la ayuda del análisis estocástico; no comprende que los fundamentalistas de los fundamentlas –valga la cuasi redundancia- duerman tranquilos mientras los demonios del reino aleatorio velan armas inciertas.

    Pero para el politiquero que declama anti-política, orden y transparencia, no hay mayor panacea que el caos. Mejor dicho: que el recurso del caos. Con desprecio de la lógica, sin hesitar, nos dirá que el caos es posible e imposible. Posible porque vivimos en el caos que denuncia e imposible si él, que está más allá del vicio de la política, tomara las riendas del estado. Fácil.

    Nuestra velada con lo que va del siglo XXI –con perdón de la de Ishiguro con el siglo xx– es un manual del recurso del caos. Aunque la memoria es frágil, habrá todavía quienes recuerden el nacimiento de la televisiva derecha simpática a la vera de la crisis de 2001/2002. La crisis no se planteaba como consecuencia de una década de insufrible ajuste y saqueo sino como el caos creado por Chupete.

    Los años pasaron mientras se incubaba el huevo de la serpiente entre los algodones de la Ciudad de Buenos Aires, amarilla como yema y bendecida por la presencia de los reivindicados ex integrantes del Grupo sushi, incomprendida avanzada de la gestión en el fallido gobierno aliancista, ahora bajo el ala del ingeniero de los mejores equipos anti-caos.

    Así, al acercarnos a 2015, supimos a través del ingeniero, sus equipos y espadas digitales, con réplica de medios, que reinaba el caos surgido de las profundidades de una grieta abierta por el populismo. De ahí en más, con el auxilio de Durán, el ingeniero le hizo poner al progresismo las barbas en remojo: había llegado como bendición una derecha moderna, democrática y de excelencia en la gestión. Entregarle las llaves del reino por el voto no sería pecado.

    Lo que siguió mejor ni recordarlo. Pero tropezar dos veces con la piedra del recurso del caos es posible. Y el recurso, según nuestra experiencia política, sirve incluso si se ha inflado hasta el límite de la ridícula explosión. Y más allá también.

    Se ha demostrado con fuerza de sufragio que no suena baladí afirmar que la existencia del estado es la madre de todo caos, que solamente si le diéramos el mando a quien tenga poderes para invocar las fuerzas del cielo nos libraríamos de inflaciones del quince o veinte mil por ciento y que el ajuste es una bendición que jamás perjudicaría ni al menesteroso, ni al pasivo ni a la ciudadanía de bien.

    Pero el recurso del caos tiene la ventaja de habilitar la zanahoria de burro del largo plazo. ¿Quién podría ordenar el desorden de la noche a la mañana? Y el elegido usará alguna de las variantes del “estamos mal pero vamos bien” hasta que las velas no ardan.

    El recurso del caos que en Hacia cero sirve para reforzar asombro y sorpresa finales puede que se agote pronto en la esfera política a pesar de haber demostrado entre nosotros que hasta hace poco gozaba de buena salud. Y las razones de ese agotamiento son mucho más temibles que su eternización.

    La cuestión de creer o no creer en el caos, de valorar o no la teorización científica o de atribuirle -como Friedrich Dürrenmatt- o no incidencia en la vida por encima de la racionalidad podría presumirse que ha perdido relevancia -igual que el recurso- ante la voluntad de un grupo que cuenta con el poder suficiente para construir el caos. Y lo peor: esa construcción estaría muy avanzada.

    La observación del curso del mundo parece reafirmar esta visión de caos deliberado. Entre matanzas, migraciones y deportaciones, genocidios, guerras y retrocesos civilizatorios, se impone por encima de otras razones la idea de una destrucción selectiva, orquestada. Habría que hablar, entonces, del caos como recurso, oscuro y tétrico, y no ya del recurso del caos.

    No es fácil, por supuesto, hallar análisis plenos ni certezas. Por eso, para terminar, dejamos una punta de ovillo como lectura modestamente sugerida: “Introducción al siglo veintiuno”.


     

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    Otro curro libertario: los Menem y los millones de OSPRERA

     

    El socio de Martín Menem, Sergio Aguirre, aparece en el centro de un nuevo escándalo por facturas millonarias a la obra social de los peones rurales intervenida por el Gobierno. La firma Htech Innovation emitió documentos por casi 300 millones de pesos en supuestas “asesorías estratégicas”, apenas meses después de haber sido creada.


    Facturas que huelen a curro

    Según indican desde EnOrsai, la empresa de Aguirre entregó a la OSPRERA, bajo la intervención de Marcelo Petroni, al menos 9 facturas por 173 millones de pesos entre diciembre de 2024 y julio de 2025. Esos comprobantes se suman a otros por 117 millones de pesos emitidos en noviembre de 2024. Todo suma cerca de 300 millones de pesos en transferencias a la compañía ligada a los Menem.

    Lo llamativo es que Htech Innovation fue creada recién el 8 de abril de 2024, con un objeto social ligado a servicios de informática. Pero, mágicamente, tres meses después de su fundación y poco antes de la intervención libertaria en la obra social, amplió su objeto a “consultoría”. Desde allí, comenzó a facturar sumas siderales a la OSPRERA.


    Las reuniones en Casa Rosada

    La trama se vuelve más evidente con las fechas. El 5 de julio de 2024, apenas días antes de la intervención, se reunieron en Casa Rosada Virginia Montero, Sergio Aguirre y el propio Eduardo Menem. Todo consta en los registros oficiales de ingreso. Dos semanas después, la empresa ya estaba lista para vender “asesorías” al organismo.


    El rol de Martín Menem

    No es casualidad. Aguirre es socio de Martín Menem en la firma TR Nutrition SRL, que comercializa suplementos dietarios bajo la marca “Trustein”. Gracias a ese vínculo, y al respaldo del titular de la Cámara de Diputados y mano derecha de Karina Milei, Aguirre se instaló en la intervención de OSPRERA.

    Según denunciaron fuentes gremiales, Aguirre maneja las decisiones, nombra personal de confianza y hasta recibe proveedores en oficinas privadas ajenas a la obra social, ubicadas cerca del Hipódromo de Palermo. “No sólo tiene la voz principal en la toma de decisiones sino que hasta le puso la secretaria a Petroni”, advirtieron a InfoGremiales.


    La madre, también al negocio

    El escándalo llega a niveles de tragicomedia: la madre de Aguirre también aparece facturando millones a la obra social. Sólo en noviembre de 2024, emitió comprobantes por casi 120 millones de pesos. Todo en una institución que debería garantizar atención de salud a los peones rurales de todo el país.


    Salud para pocos, negocios para amigos

    Mientras los afiliados de OSPRERA denuncian la falta de atención y la precariedad de servicios, los libertarios arman negocios paralelos con empresas creadas de apuro y manejadas por amigos y socios políticos.

    El caso de Htech Innovation confirma una lógica: el vaciamiento de las obras sociales en favor de una red de contratistas cercanos al poder libertario. Menem y compañía encontraron en la salud de los trabajadores rurales otro curro millonario.

    La lupa, ahora, apunta a cuánto más de estos negocios ocultos sigue operando bajo la sombra de Milei y su círculo íntimo.

     

  • Consejos para mi amigo, el ilustre

     

    Fotos: Cristina Sille

    “Más allá de las diferencias políticas, la obra y la voz de Cristian son un orgullo colectivo para la Ciudad de Buenos Aires.” Con frases así de halagadoras comenzó la ceremonia oficial. Es miércoles 24 de septiembre y la guerrilla de la comunidad anfibia está sentada en el Salón San Martín de la Legislatura porteña, sobre la calle Perú, muy cerca de Plaza de Mayo. Cristian Alarcón es declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad, propuesta impulsada por el legislador Alejandro Grillo y acompañada por el legislador Emmanuel Ferrario. 

    Es que este diploma es un poco de todos: autores, lectores, amigos que seguimos a Cristian desde Cemento, que recibimos sus mensajes y sabemos que se inicia una intensa y efímera aventura (“Hola, ¿estás?”, como bromeó Hinde Pomeraniec durante su exposición), que subrayamos pasajes de sus libros, que discutimos ideas, que abrimos preguntas, que nos sentimos chiquitos, que compartimos pistas y sobremesas. 

    Asaltamos el Palacio Ayerza —el mismo donde alguna vez funcionó la Fundación Evita—. La ceremonia se convirtió en acción cultural. Con María O’Donnell como maestra de ceremonias y las intervenciones de Hinde Pomeraniec, editora y especialista en cultura; Mario Greco, sociólogo y director ejecutivo de Revista Anfibia; Selva Almada, escritora; y Flavio Rapisardi, académico y referente en estudios de género y comunicación. Los invitamos para hacer hinchada, para que digan unas palabras. Por defecto profesional, se lo tomaron de manera muy protocolar: y escribieron estos textos hermosos. ¿Cómo no compartirlos? 

    A continuación, cartas de amor al periodismo independiente, a la experimentación y al fuego interior. En el cierre, Paula Maffia se calzó la guitarra acústica y compartió tres canciones, entre ellas un cover de Babasónicos para el homenajeado, “Fiesta popular”.

    SEGUÍ DESCONFIANDO DE LA SEGURIDAD Y EL CONFORT

    Por Hinde Pomeraniec

    Hinde es escritora, periodista, autora, editora y sobre todo, una gran lectora. Su último libro es Todos queremos ser felices, una antología de sus newsletters Fui, vi y escribí, publicados en Infobae. Trabajó muchos años en Clarín, fue editora de Política Internacional y de Cultura. Conoció a Cristian como profesora en la beca Clarín, en las aulas de la Universidad Católica. Tienen en común, entre muchas otras cosas, el vicio de sumarle narrativa al periodismo, de hacer literatura de no ficción. 

    Se hace difícil seguirle el rastro a Cristian; cuando lo buscás en un sitio, ya saltó a otro. Cuando imaginás que sigue cómodo en el espacio que gestionó y en el que logró la consagración, ya está armando algo diferente, apostando a que sea todavía mejor. Cristian Alarcón es un guepardo del periodismo; es el más veloz de todos, el que más rápido la ve. Hace mucho tiempo que advirtió la importancia de no relajarse ni quedarse quieto y, en un punto, es como si algo dentro suyo le hiciera desconfíar de la seguridad y del confort. Como si algo, dentro suyo, le dijera todo el tiempo: nada es para siempre y hay que estar preparado para eso.

    Hoy, cuando el modelo de negocio del periodismo hace agua por todas partes, mientras la mayoría de las empresas periodísticas buscan la salvación en la inteligencia artificial, Cristian apunta a la inteligencia y a la sensibilidad humanas. No descree de la tecnología; por el contrario, fue el creador de Cosecha Roja y Anfibia, un sitio online de ensayos y crónicas de largo aliento que mostró muy temprano que se podía hacer periodismo por fuera del papel y también fue temprano promotor del podcast como formato. En ambos casos, y como cada vez que encaró un proyecto, la ambición de Cristian no estuvo orientada a vender el alma a cambio de arrasar con las audiencias sino a crear nuevos públicos para esas nuevas propuestas. Si me apuran, creo, que así como piensa y actúa, es el más pillo y ambicioso de todos.

    Cristian no solo tiene buenas ideas sino que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, sabe ponerlas en marcha. Es un gran creativo, una persona desprejuiciada y  también un emprendedor: sabe “vender” aquello que el público no sabía que estaba necesitando y eso tiene un valor descomunal en un tiempo en el que la novedad se esfuma en segundos y todo se replica exponencialmente hasta perder encanto y sentido. 

    ¿O acaso no es cierto que ahora, cuando todo en materia de información está a nuestro alcance, nos hartamos de cada cosa mucho más temprano que antes?

    Cristian lo sabe y por eso busca nuevas formas para el periodismo y también para sumar periodismo a otras esferas. Es por eso que desde muy temprano se propuso correr los límites del oficio: basta de notitas de caracteres limitados, de tercera persona fosilizada y de primera persona prohibida. Su trabajo en la nueva crónica latinoamericana dio como resultado libros ya clásicos como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y Si me querés, quereme transa, en los que la investigación se hace con el cuerpo en terreno, el periodismo y la literatura se funden en un nuevo género y los instrumentos de la narrativa literaria se utilizan para contar hechos reales, en este caso, de historias de vida atravesadas por el narcotráfico. 

    La pandemia y la propia vida en cuarentena revelaron al Cristian novelista en El tercer paraíso, libro que le valió además una legitimación internacional al ganar el Premio Alfaguara de Novela. Se me ocurre pensar que es como si hubiera querido atravesar el lenguaje como un espejo con doble faz: la literatura esta vez estaba primero, la investigación de su historia personal y familiar y las historias de la botánica, de la identidad queer y del armado de su propio jardín son los reflejos de esa pulsión de escritura. 

    Mientras sostiene el reino Anfibia en tiempos de crisis económicas y de momentos aciagos para la cultura, llega el teatro y con el teatro, el actor que, siendo muy jovencito, había querido ser. El histrionismo de Cristian es uno de los talentos que más admiramos en él quienes lo queremos: el tipo es magnético, dudo que alguien de los que está acá pueda contradecirme. Es magnético cuando habla, cuando cuenta, cuando sueña o recuerda en voz alta. Tiene el magnetismo de un líder, de alguien que te dice: el camino es por allá y vos lo seguís. No es casual que además sea tan buen formador de equipos y de profesionales, le gusta hacer escuela. Hace escuela. 

    En Testosterona volvió a poner el cuerpo y a jugar con los límites de los géneros y de la palabra. Dirigido por Lorena Vega, otra visionaria, propone, una vez más, tomar su propia vida como material para la disección artística. Pero el guepardo no se queda quieto. Corre más rápido que nadie con sus funciones a Europa y a Latinoamérica y al mismo tiempo hace nacer un podcast con su voz: en Lo real real, crónicas del estado emocional argentino, Cristian Alarcón vuelve al entramado que lo estimula: leer el presente argentino desde el cruce entre sociedad, política, economía y cultura, a partir de los datos pero bajo el prisma de las emociones humanas. 

    “Este momento del mundo parece extraño y oscuro. Es un mundo acelerado y de un dinamismo extremo”, dice Cristian en el comienzo del primer episodio, que puede escucharse en Spotify y en Youtube. Luego dirá que aunque el presente parece un mundo imposible de cambiar, en el que impera el individualismo y para el que las categorías que utilizábamos en los análisis ya no funcionan, hay algo bueno aún: “estamos llenos de inquietudes y este tiempo se merece que lo exploremos, que lo interroguemos”. Para eso propone volver a salir a la calle y “habitar las historias para poder contarlas”. Y propone algo más: “pensar en acto”, “pensar desde el sonido” y volver a la crónica desde otros ángulos.

    En eso de habitar historias, de ponerles el cuerpo para después narrarlas, está Cristian por estos días, en un regreso al periodismo más clásico, algo que finalmente es hoy verdaderamente contracultural. El guepardo transmite serenidad, pero ya no nos engaña: todos sabemos que, mientras explora e interroga el mundo de hoy, está tomando impulso para la próxima carrera.

    SEGUÍ CONTAGIANDO POTENCIA DE TRABAJO CON ALEGRÍA Y HERMOSURA

    Por Selva Almada 

    Selva una de las referentes de la literatura latinoamericana. Su último libro es Los inocentes, cuentos dirigidos al público juvenil. Selva, que es entrerriana, vive parte su tiempo en un bosque de álamos entre Buenos Aires y La Plata. En ese paraíso, con jardines más ingleses que litoraleños Cristian tiene su lengua de tierra. Los une la literatura, la trayectoria migrante y ese espacio que es, casi, de convivencia colectiva. Muchas mañanas (y noches) escriben cada uno desde sus teclados, con todo ese universo natural, cultural y afectivo de por medio. 

    Todos y todas aquí conocemos a Cristian, su larga trayectoria (no porque sea un señor mayor sino porque empezó muy joven) como periodista a secas primero, derivando naturalmente hacia la crónica porque Cristian es, además, un gran escritor y esa deriva era inevitable. Es posible que todos aquí hayamos leído su primer libro, maravilloso e impactante, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, que le dio un revolcón a la crónica latinoamericana y se convirtió enseguida en un referente. En este libro y en el siguiente, Si me querés quererme transa, peló una pluma filosa y al mismo tiempo amorosa con las personas/personajes que fueron el centro de esos relatos. La investigación hasta las últimas consecuencias, las patas en el barro, pero una manera delicada, literaria, de narrarlo. Así como su primera deriva de periodista a cronista era, como dije, inevitable también lo fue la próxima: convertirse en un novelista, en el escritor de El tercer paraíso, una novela que otra vez viene a dar un giro: una autoficción que se corre del yo para narrar una familia, en el contexto de la historia reciente de Argentina y de Chile, un nosotros y también un jardín: quizá la manera más hermosa y poética de salirse de uno mismo sea hacer un jardín, entregarse a su cuidado, atender su fragilidad, dejarse atravesar por su belleza. Claro que las derivas de Cristian no podían terminar aquí. Y volvió sobre sí mismo, no como centro yoico de un relato, si no convertido en su propio objeto de estudio y con él de la tragedia personal de muchos y de muchas intervenidos por la ciencia para intentar hacer de ellos, otra cosa, y puso su cuerpo ahí, a la vista de todos, en un escenario con Testosterona.

    Admiro de él su gran capacidad de trabajo, el talento de formar equipos increíbles en todos los proyectos que ha inventado y dirigido, como Anfibia, por ejemplo. Pero también y sobre todo el don de contagiar esa potencia de trabajo y hacerlo con alegría y hermosura. Allí donde está Cristian siempre hay una fiesta que no deja nunca a nadie afuera: gracias por eso también, amigo.

    NO DEJES DE VIAJAR CON OTROS  

    Por Mario Greco

    Mario es sociólogo, secretario de Cultura, Comunidad y Territorio de la UNSAM y director ejecutivo de Revista Anfibia. Conoció personalmente a Cristian Alarcón hace muchos años en la terraza del departamento de un amigo. Luego de un gran asado y varios vinos, comenzaron a pergeñar un proyecto de intersección entre académicos y cronistas… se iniciaba el proyecto “Revista Anfibia”. Hoy son grandes socios y aliados que, como debe ser, se aman, se pelean, se vuelven a amar.

    Este es un texto no editado, no pasó por el trabajo obsesivo de los alquimistas de las palabras y las frases de Revista Anfibia y evitó las seguras sugerencias del propio Cristian si se lo hubiese compartido. Primer mojón de esta micro laudatio, primer elogio a Cristian Alarcón, un amigo y compañero de proyectos, prestidigitador de lenguajes.

    En El placer del texto Barthes sostenía una distinción entre texto de placer y texto de gozo. Hace un par de años que algunos libros me han llevado cerca de lo que el semiólogo llama textos de gozo, textos y escrituras que  sorprenden, descolocan, rompen códigos y cambian nuestra posición subjetiva de lectores. Libros de factura y géneros diversos, pero atravesados por un hilo conductor, un suelo sensible común: se trata de Regreso a Reims de Didier Eribon, El tercer paraíso de Alarcón y La inquietud del pensamiento de Franco Cassano (libro recientemente editado).

    Comienzo por traerles unos versos de un poema que se llama Hormonas (de Cristian) que publicaramos en el volumen “Cuerpo” de Anfibia Papel:

    “No quería tener ese cuerpo.

    Vivía lejos de los juegos infantiles

    Me la pasaba en los libros

    Rechazaba la vil materia

    que me confirmaba ese mundo

    al que yo pertenecía,

    del que debía irme”

    Un evidente antecedente de la extraordinaria investigación que devino periodismo performático y obra de teatro luego (me refiero a Testosterona con la dirección de nuestra amada Lorena Vega)

    Pero no voy a detenerme en esta articulación conceptual  implícita (incluso la que lo pone en una secuencia posible con el Eribon  de las “Reflexiones sobre la cuestión gay” sino sobre la idea de partir, de emigrar. Esa pulsión que tan bien despliega en su libro Volver a Reims.

    De la Union en Chile a Rio Negro en la Patagonia argentina, y de allí a la ciudad universitaria de La Plata que a fines de los 80 todavía no se reponía de la devastación de la dictadura. Y luego estacionándose en la ciudad de Buenos Aires, siempre en el sur, allí donde la fundó Garay, donde aún resiste vapuleada una memoria del origen. Desde allí a un hinterland de la urbe de las diagonales para una exploración botánica en un edén posible. Para inaugurar los viajes cotidianos entres sures. Un palacio en la urbe donde como el Baudelaire parisino de Benjamin se puede deambular sin parar, para luego llegar al sosiego del reposo de la casa en barrio de quintas.

    Todos esos viajes son experiencias densas y constitutivas, sin los que no se puede entender ni esta ni ninguna vida como la de Cristian. Son momentos de cruce entre biografía e historia social, casos luminosos para la analítica sociológica por lo paradigmáticos y pero también por lo irrepetibles.

    Dice Franco Cassano en La inquietud del pensamiento: “Viajar es volar hacia el otro, convertirse en el otro, desaparecer por un instante de la propia vida mirándose desde afuera, con los ojos de otro. No sólo con aquellos, en esta época del turismo intelectual, de un tuareg o de un santón tibetano, sino con los de un famoso, de un enemigo, de quien detestás y que te odian y que, tal vez tengan una excusa seria para hacerlo. El gran escritor conoce más “otros” que el antropólogo, porque gracias a la fantasía logra hacer más ejercicios espirituales, se proyecta en los otros más diversos, en las tribus lejanas y en los maníacos de la puerta de al lado, en una mujer de hace mil años y en un androide del futuro”.

    Cuantos viajes hay en Cristian Alarcón, ¿quiénes viajan con Cristian Alarcón? Viaja el amor por la palabra, esa pulsión tan chilena, tan de un país de poetas… y luego viaja con él,  el inventor de artefactos industriales que piensa una empresa nueva cada vez, (el viejo Alarcón que se sumerge sin problemas en los más diversos proyectos), viaja un joven maestro de cronistas para devorarse las ciudades latinoamericanas del mundo y viaja la obstinación por comprender lo nuevo, un iluminati en el siglo XXI, viaje el niño ñoño que no se permite sino leerlo todo ante cada clase … y viaja de la mano del encuentro con un país de castillos peronistas, en un cruce de Parra y Walsh que va a parir una variante de la narrativa que se hará texto universitario, viaje a tientas  que fue academia en el periodismo y periodismo en la academia, viaje hacia la anfibiedad. 

    Cassano llama a esto pagar el costo de la inquietud que no se calma. Animarse a tomar la palabra y abonar la cuenta de ese acto.

    Podría resultar inevitable que un perfil de quien hoy es distinguido como personalidad destacada de la cultura de la ciudad de Buenos Aires, inlcuya un recorrido por los hitos biográficos que funcionan como faros de esa “distinción”, se los dejo para que vuelvan a Wiki o al chat gpt para ver una biografía que conjuga premios, periodismo de vanguardia, libros exitosos, y muchos proyectos que llevan su marca.

    Cito un pasaje de Los bárbaros de Alessandro Baricco (comentario):

    “Los humanos viven, y para ellos el oxígeno que garantiza su no muerte viene dado por el acontecer de experiencias. Hace mucho tiempo, Benjamin, de nuevo él, nos enseñó que adquirir experiencias, es una posibilidad que puede incluso llegar a no darse. No se nos da de forma automática, con el equipaje de la vida biológica. La experiencia es un paso fuerte de la vida cotidiana: un lugar donde la percepción de lo real cuaja en piedra miiar, en recuerdo y en relato. Es el momento en el que el ser humano toma posesión de su reino. Por un momento es dueño, y no siervo. Adquirir experiencia de algo significa salvarse. No está dicho que siempre vaya a ser posible”.

    En tiempos de reconfiguración vertiginosa de eso que Baricco llama la posibilidad de una experiencia, hoy rendimos homenaje a quien condensa en su recorrido una tradición a la que nos invita a no renunciar. Una tradición que es parte sustantiva del reconocimiento que se le entrega. Propuesta de abandonar el surfeo cómodo y profundizar, dejar huella, abrir las cabezas, desear…

    Termino leyéndoles un poema que amo de Nicanor Parra que se llama Solo de piano:

    Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia,
    Un poco de espuma que brilla en el interior de un vaso;
    Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan:
    No son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo;
    Ya que nosotros mismos no somos más que seres
    (Como el dios mismo no es otra cosa que dios)
    Ya que no hablamos para ser escuchados
    Sino que para que los demás hablen
    Y el eco es anterior a las voces que lo producen,
    Ya que ni siquiera tenemos el consuelo de un caos
    En el jardín que bosteza y que se llena de aire,
    Un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir
    Para poder resucitar después tranquilamente
    Cuando se ha usado en exceso de la mujer;
    Ya que también existe un cielo en el infierno,
    Dejad que yo también haga algunas cosas:

    Yo quiero hacer un ruido con los pies
    Y quiero que mi alma encuentre su cuerpo.

    POR MÁS TERRITORIOS Y BRÚJULAS, CRÓNICAS Y RUTAS

    Por Flavio Rapisardi

    Flavio es Doctor en Comunicación, docente en la Facultad de Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata. Coautor del libro Fiestas, Baños y Exilios. Los gays porteños en la última dictadura. Es referente en estudios de género, pionero en la militancia por los derechos LGTB. En los 90 fue vicepresidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Con Cristian se conocen desde entonces, y supieron ser anfitriones de eternas trasnoches queer en un living de Barrio Norte. Dicen que su traducción de Judith Butler en los noventa fue la primera inspiración teórica de Alarcón. 

    Tratar de contar una vida en cuatro minutos es tarea imposible. Cristian Alarcón era el nombre con el que lo conocí en los años 90, y luego de estar juntos un año comenzó a usar el “Casanova”. Iluso de mi que lo creí un gesto de reconocimiento de filiación. Nuestra maestra y querida amiga Silvia Delfino, en una charla de café en Buenos Aires de los años 90, mientras yo moqueaba alguna cuita afectiva que se la endilgaba a él, estalló “Pero sobrino, con ese signifciante “Casanova” que esperabas ¿Casa, jardín y delantal?”. Me sentí Susanita y no paramos de reírnos.

    Eran años difíciles como estos, en los que un discurso conservador y berreta pretendía ser la narrativa única y posible, épocas en que la gramática político cultural se hacía más compleja y Cristian, desde Página 12, era uno de sus mejores cronistas. Mientras la segunda ola neoliberal escondía bajo la alfombra la pobreza que producía, desafiliaba a trabajadores de sus modos de vida y organización, la crisis estallaba y hacía síntomas diversos como las transformaciones de los códigos del delito, los movimientos de desocupados, las luchas LGBT y feministas, el surgimiento de nuevos espacios de resistencia juvenil y modos de vida urbano.

    Y en esa realidad Cristian buceó con el poder no solo de la buena crónica, sino también con la crítica cultural, el análisis político y una etnografía de primera persona. Esas “armas de la crítica” las vi templarse en un espacio al que por ubicación geográfica llamamos “el grupo Viamonte” de esta Ciudad de Buenos Aires. En nuestra juventud de los años 90, en el living de un clásico departamento porteño de 6 ambientes se cruzaron la militancia de HIJOS, de las travestis y las trans, militantes feministas, trabajadoras sexuales e intelectuales. En una misma mesa cenaban la militante trans Lohana Berkins, la Gata Rominita de Palermo, el politólogo Atilio Borón, la feminista italiana Paola Di Cori, el crítico cultural estadounidense James Green y nuestra maestra, Silvia Delfino, pionera de los estudios culturales en Argentina.

    Las charlas se hacían largas. La cultura argentina era leída en distintas claves en las que represión policial, la pobreza y las marginalidades se mezclaban con la literatura, el cine, los estudios culturales y el psicoanálisis. Pero ningún devaneo intelectual impidió que en casi todas las reuniones Cristian no cerrara la velada con el correr de lugar las mesas para hacer espacio a meneos de cumbia o música electrónica, fuera día de semana o sábado inglés.

    Mientras la derecha en el gobierno avanzaba con su faena de desposesión y los movimientos populares anhelaban en una melancolía paralizante un sujeto político que ya no volvería, surgían en la sociedad argentina nuevos sectores en conflicto que portaban en sí mucho más que reivindicaciones particulares. Como supo decir Carlos Jauregui, “El el origen de nuestra lucha está el deseo de todas la libertades”. La hora del “hombre nuevo” había llegado a su ocaso por el surgimiento de mujeres, trans, jóvenes y desocupados nuevos que tuvieron en la crónica de Cristian un lugar privilegiado.

    Claro que su escritura se forjó antes de esos mitines, mezcla prodigiosa de Derrida, Foucault, La Nueva Luna y Gilda. Cristián fogueó allí sus lecturas y  su paso por la FPyCS de la UNLP poniéndoles cuerpo, el suyo, con el que caminó villas, discotecas, universidades, oficinas de gobierno, hoteles, manifestaciones. Y en este recorrido universitario hubo una posta que marcó un antes y un después: la desaparición en democracia de Miguel Bru ante la que con sus compañeros/as de entonces dieron batalla pidiendo justicia. Y hoy volvemos a preguntar ¿Dónde está Miguel?

    A partir de ese momento aula y calle, libro y bandera, estudio y reunión política fueron el suelo de la formación que  eligió. Y ahí forjó ese modo de leer y de escribir en los que el punto de vista evita todo pretendido centro, riéndose de todo intento de ingenuidad en la que, al no convertir a los victimarios en almas bellas, le permitió siempre como acto de justicia denunciar mafias, crápulas varios y a prácticas estatales de aniquilamiento. Sus textos sobre los “comandos de la muerte” de la “maldita policía” no fueron escritos en la calidez del estudio, que en el viejo departamento daba hacia la calle Viamonte, sino en distintos territorios donde sufrió aprietes y amenazas.

    Sus crónicas nunca buscaron ser moneda de cambio, sino intervenciones de escritura con pretensión de verdad y justicia, que como bien escribió en uno de sus libros “siempre están en las calles”. Sus obras “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y “Si me querés, quereme transa” son dos textos que conocemos y sobre los que mucho y muy bien se reseñó. Solo puedo sumar que en su escritura se puede leer que nunca jugó a ser ajeno a las tramas, nunca fue un observador lejano mediado por la letra. Cristián está no solo en la narrativa en primera persona, sino en cada pliegue de esas historias en las que se tejen dolor, injusticia y también esperanzas y sentimientos de los que fue parte junto con los personajes, muchos de los cuales hoy comparten su vida.

    Vida que cambia como los tiempos y que nos pone en disyuntivas históricas. En momentos en que el Poder Judicial de nuestro país se aliaba, degradándose, a las nuevas internacionales reaccionarias del LAWFARE, no dudó de ponerse al frente de una de las iniciativas, INFOJUS, con la que se intentó democratizar ese Poder del Estado que sigue siendo hoy una rémora monárquica que encarcela de formas amañadas y juega siempre a ser un barco ladeado para el lado de los poderosos y las corporaciones. Hoy esta mafia tiene preses a dos compañeras: Milagro Sala y Cristina Fernández de Kirchner.

    En esa época, su libro “Un mar de castillos peronistas” fue un homenaje una invitación, sin temor a tomar posición, a pensar la coyuntura bajo un conjunto de metáforas festivas de conquistas que se amasaron en ese antiguo living de Viamonte y que en los 2000 fueron sancionadas como leyes.  

    También en esa época las revistas digitales “Cosecha Roja” y “Anfibia” se posicionaban como nuevos lugares de producción que desafiaban los modos simplistas de pensar la cultura Argentina en una dimensión no solo de crítica sino de reflexión. Y es en ese camino de “volver sobre si” en clave narrativa parió esa maravillosa novela “El tercer paraíso” donde se rastrea los devenires migrantes de una familia chilena corrida por la injusticia económica y política de pinochetismo. En ese camino recreado como “paraíso” agarró el valor para abrir su obra “Testosterona”. Y digo abrir porque ese texto y esa performance surgen como un develar zonas del pasado intencionadamente nubladas por mandatos culturales que condenan a lo “no macho” a la abyección y que hoy se celebra como ideología gubernamental.

    Todo este recorrido no es externo a Cristian, es Cristian mismo, ese pibe que entró por la Patagonia, siguió por La Plata y terminó en esta Ciudad de Buenos Aires que jamás fue ni podrá serle extranjera, porque esta Ciudad y este país forjaron su obras que como texto e historia, como descripción y manual de operaciones, como aseveración y canto de lucha. Y es por eso que en tu novela nos decís, cito:

    «¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? ¿Cómo ha de actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir sobre la tierra? Dejemos al menos flores. Dejemos al menos cantos»  

    Gracias Cristian, merecido reconocimiento, porque tus historias nos siguen dando territorios y brújulas, crónicas y rutas. En suma territorios para muchos floreceres y ecos para muchas canciones que nunca dejarán de recorrer tiempos y espacios persiguiendo el amor que salva y la justicia que falta.

    La entrada Consejos para mi amigo, el ilustre se publicó primero en Revista Anfibia.

     

  • ¿Nos juntamos a escuchar un disco entero?

     

    Como orejas gigantes de plástico acolchado o con bracitos casi invisibles, ergonómicos a los laberintos de la oreja: el paisaje urbano se llenó de caminantes enchufados, aislados, felices, habitando una vida paralela, la que sucede aislados en sus auriculares. ¿Esto es escuchar música? ¿Cómo y cuándo la escuchamos? ¿Es la música un relleno, una guarnición de sentidos, un estado de ánimo? ¿Qué significa y cómo impacta la música en nuestra vida cotidiana? 

    Vivimos revolcaos en un merengue. Necesidades artificiales, satisfacción instantánea, hiperinformación, comunicación acelerada, interferencia, delivery como solución, consumo, compulsión, fomo, olas de odio. La lista podría seguir y de eso se tratan nuestras vidas si nos dejamos llevar por la seducción magnética de las pantallas: el camino a la apatía, el desgano, el hueco interior y la ilusión de libertad. 

    La sociedad de los algoritmos, las plataformas y las aplicaciones determina la manera de relacionarnos con nuestro entorno, incluida la música. ¿Cómo escuchamos música? A diferencia de las prácticas analógicas del siglo XX, la música hoy funciona como ambiente, como fondo. Nos encanta concebirla como la banda sonora de nuestras vidas, como si fuéramos personajes de una serie. Las plataformas de streaming proponen la fragmentación infinita: singles sueltos, desprendidos de un contexto, playlists que ordenan nuestra atención, y la invitación implícita a delegar en el algoritmo la decisión de qué escuchar.

    Siempre fue agradable llevar el sonido con uno. Allí están, nítidos en la memoria, algunos dispositivos que fascinaron a los aficionados de gorra: la spika en la cancha primero, el radiograbador a pilas después, ícono de la era hip hop. Pero entre todos esos adelantos tecnológicos, ninguno resultó tan revolucionario como el Walkman de Sony. Con él llegó la verdadera portabilidad del sonido. La experiencia de escucha ya no se daba en un medio colectivo, sino que se volvía una cápsula individual, una burbuja de sentidos, una realidad dentro de la realidad. Caminar por la calle con auriculares se parecía a protagonizar un videoclip, una coreografía urbana donde la percepción se veía intervenida por la música. El Walkman también provocó la transformación de los auriculares, con diseños livianos y compactos. Una evolución que llega hasta el día de hoy con una variedad infinita, dispositivos que cada vez se integran más al cuerpo, con sofisticados sistemas de cancelación de ruido, colores y variadas formas que buscan, además, transformarse en un accesorio, como un collar, una gorra o un aro, y decir algo sobre quien los usa (y los luce). 

    El Discman, el formato MP3 y el iPod profundizaron esa tendencia hacia la escucha individual y portátil. Sin embargo, todavía persistía la experiencia hogareña, en solitario o en grupo, donde alguien se tomaba el tiempo de poner un disco de principio a fin. El álbum, más allá de ser un producto estandarizado de la industria cultural, se convirtió en un envase conceptual: una narrativa cerrada donde diseño, sonido y secuencia proponen un orden y un sentido.

    “Cuando era chica escuchaba música por horas junto a mis hermanas. Era una forma de viaje. […] Poníamos un disco y otro. Había que turnarse para darle vuelta. […] Cuanto más quieta, mejor. […] Escuchar sin hacer nada útil. Ni siquiera bailar. Entregar la cabeza y el cuerpo al sonido, es decir, a un movimiento que no manejo yo. […] Desparejarse del mundo un rato. Y luego aterrizar”, escribió Fernanda García Lao en un posteo reciente en Facebook.

    Con la llegada del streaming a nivel masivo, esa lógica pareció derrumbarse. La sobreoferta ilimitada, sumada a la inmediatez de las pantallas, redujo la escucha a fragmentos de baja fidelidad. En ese proceso, el vinilo reapareció como símbolo de resistencia: por su sonido cálido y expansivo, pero también por el ritual que exige. Poner un disco demanda tiempo, espacio y disposición. No se trata de inmediatez, sino de pausa, casi lo opuesto al frenesí contemporáneo.

    Esa tensión revela una paradoja: en la era de la abundancia musical, resulta cada vez más difícil escuchar. La saturación de opciones vuelve arduo lo que antes era sencillo: elegir un disco, ponerlo a girar, dejarse llevar. Quienes vivieron esa práctica en el siglo XX pueden sentir nostalgia, mientras que las generaciones más jóvenes, criadas en la fragmentación digital, descubren en ella una curiosidad por lo tangible, lo lento, lo ritual.

    ***

    En Buenos Aires existe desde hace años una pequeña pero persistente escena dedicada a la escucha. Un proyecto pionero, enfocado principalmente en presentaciones en vivo, es el festival Escuchar [Sonidos visuales]: un espacio del Museo Moderno creado en 1998 que se convirtió en referencia por su labor de experimentación, investigación y promoción sonora. Su edición 2025 tendrá lugar el 29 y 30 de octubre. A su modo, el ciclo Parlantes Halofónicos que lleva tiempo explorando otra dimensión de la experiencia: escuchar discos en la oscuridad con la tecnología holofónica ideada en los años ochenta por Hugo Zuccarelli. Hoy se presenta en el Auditorio Espacio Cendas.

    En ese mismo mapa, la novedad es Audiófilo. El ciclo, que sucede en Artlab desde marzo —espacio porteño dedicado al cruce entre arte y tecnología— propone algo tan simple como radical: reunirse para escuchar discos completos en alta fidelidad, en silencio, en compañía. La lógica se invierte frente al paradigma del streaming: ya no llevamos la música en el bolsillo, sino que trasladamos el cuerpo hasta el lugar donde la experiencia cobra sentido.

    Ese desplazamiento transforma todo. La escucha deja de ser individual y encapsulada para convertirse en colectiva. Un grupo de desconocidos se reúne en una sala, sigue las tensiones y climas de un álbum, comparte un mismo pulso. Lo importante ya no es la portabilidad, sino el anclaje: estar presente. Y en un tiempo que promueve la dispersión, detenerse a escuchar un disco completo de principio a fin se convierte en un acto de rebeldía.

    ***

    El distintivo de este ciclo está en el Hi-Fi. La alta fidelidad no es solo un estándar técnico, sino estético: se trata de reproducir el sonido lo más fiel posible a lo registrado en estudio, con su rango dinámico intacto, con matices y frecuencias que se pierden en la compresión digital de un archivo mp3 o de Spotify. Escuchar en Hi-Fi es recordar que el oído humano percibe más de lo que los algoritmos nos devuelven.

    Para eso, Audiófilo cuenta con un secreto de época: cuatro parlantes Altec A7, “The Voice of the Theatre”, diseñados en los años cuarenta y célebres por haber definido el estándar acústico en las salas de cine y teatro durante décadas. Artlab actualiza esa historia restaurando sus componentes y fabricando sus cajas acústicas en madera vista trabajada por ebanistas de audio, según planos originales. Este sistema de audio de colección está instalado en un contexto acustizado a medida con la mayor precisión. Cada frecuencia se expande con una presencia física imposible de replicar en auriculares (de todos los tipos) y equipos hogareños. Escuchar un álbum en los Altec A7 es devolverle al sonido la escala que perdió en la miniaturización contemporánea. Donde hoy se sacrifica profundidad para ganar portabilidad y acceso inmediato al magma digital, estos parlantes restituyen el carácter tridimensional y corpóreo del sonido.

    La especificidad de los equipos de audio y la adecuación de la sala ubican a Artlab en sintonía con un interés global por reivindicar el sonido como experiencia cultural. No es casual que hayan surgido espacios comparables en los últimos años: Public Records en Nueva York con su The Sound Room, Brilliant Corners en Londres, las sesiones de Classic Album Sundays, y el soundsystem móvil Despacio, creado por James Murphy y 2ManyDJs. A este mapa global se suman los célebres listening bars japoneses como Bridge, SheLTeR o Ginza Music Bar, referencias que reinterpretan los tradicionales jazz kissa en clave audiofilia contemporánea. Roca HiFi en Ciudad de México, The Kissaten en Lisboa, y Bambino en París, son otros ejemplos.

    Volviendo al plano local, más allá de la técnica, lo que ocurre en Audiófilo es también una ceremonia. Cada sesión tiene un presentador diferente (periodista, músico, audiófilo) que introduce la obra ——en octubre se ofrecen Disintegration, de The Cure, Getz/Gilberto, de Joao Gilberto y Stan Getz, Abbey Road, de The Beatles y Locura, de Virus entre otros— y luego, un silencio expectante envuelve la sala. Nadie revisa su celular, nadie adelanta tracks. No hay multitasking posible. La música se convierte en el único centro de atención. Depende la sesión, hay temas que sugieren recostarse en sillones y pufs, y otras, más rítmicas, que las personas deciden escuchar de pie

    Ese ritual condensa una paradoja de la época: mientras todo a nuestro alrededor se fragmenta, se acelera o se vuelve producto, Audiófilo propone una práctica lenta, profunda, compartida. Una comunidad efímera se arma alrededor de un disco y, al cabo de una hora, sale transformada.

    Más allá del entretenimiento cultural, cada una de las propuestas de escucha mencionadas —Escuchar [Sonidos visuales], Parlantes Halofónicos y Audiófilo— funcionan como una invitación para reflexionar sobre cómo habitamos el tiempo. Hay una intención de correr a la música del destino de ambiente/fondo al que la vida contemporánea la destina y colocarla en el centro, detenerse a escuchar con atención y dar lugar a la capacidad transformadora del sonido. 

    Quizás allí, en esa resistencia mínima pero persistente, resida la verdadera importancia de estos espacios: recordar que escuchar es una forma de conocer el mundo, y en tiempos de ruido y distracción permanente, es posible aguzar el oído para concretar un acto de libertad. 

    Disco es cultura.

    Las entradas de Audiófo se consiguen en https://tickets.artlabpro.net

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