Foto: Roberto Schmidt / AFP.
Trump no es un desorbitado. Provoca adrede una crisis para intentar la restauración hegemónica del dólar. Su proteccionismo es tan ineficaz, como su pretensión de relocalizar empresas que solo son rentables en el exterior. La confrontación directa con China llega tarde y con visibles desventajas. Recurre a un nostálgico lenguaje imperial que no enmienda el declive económico y los fracasos bélicos, mientras las perspectivas de inflación-recesión agravan las tensiones internas. Con retórica etnocéntrica retoma el intento bonapartista y combina su trayectoria lumpen-capitalista con nuevos proyectos de poder digital. La resistencia local y global comienza a socavar sus pretensiones autoritarias. Por Claudio Katz (economista e integrante de Economistas de Izquierda-EDI).
15-4-2025
Fiel a su estilo de arriesgado jugador Trump provocó un caos en los mercados mundiales. Introdujo, retiró y reformuló una tabla de aranceles que desencadenó un desorden mayúsculo. Su bravata recreó las peores pesadillas financieras de las últimas décadas.
El magnate ha instalado un inédito escenario de crisis global precipitada adrede. Algunos analistas estiman que tiende a recular frente a los resultados adversos de sus medidas, pero otros consideran que sigue asustando a sus interlocutores para forzarlos a capitular.
Imagen: Reuters
También sobrevuela la superficial impresión que Trump se ha vuelto loco y que en su decadencia Estados Unidos ha quedado bajo el comando de un desorbitado. El magnate miente, insulta, agrede y parece gobernar a la primera potencia como si fuera un fondo de inversión. Pero en realidad sigue una estrategia aprobada por significativos grupos de poder y no hay que subestimarlo (Torres López, 2025).
Tiene tres objetivos en el plano económico: restaurar la hegemonía del dólar, reducir el déficit comercial e incentivar la repatriación de las grandes empresas. La jerarquía y articulación de esas metas es el gran interrogante del momento.
CENTRALIDAD MONETARIA
Algunos enfoques subrayan acertadamente la primacía de las metas financiero-monetarios sobre las comerciales o productivas. Destacan que Trump pretende instalar un dólar barato para exportar y un dólar alto como reserva de valor. Pretende favorecer las exportaciones estadounidenses, mientras asegura el status privilegiado de la divisa norteamericana como moneda mundial (Varoufakis, 2025).
Los dos principales asesores del presidente -Miran y Besset- han confirmado ese propósito, confesando que las presiones comerciales son un instrumento de las exigencias monetarias
Para lograr la desvalorización del dólar y su permanencia como reserva de valor, Trump necesita reforzar el sometimiento de los Bancos Centrales de Europa y Japón. Esa subordinación es indispensable para preservar el rol de los títulos de la deuda estadounidense (Bonos del Tesoro), como principal refugio del capital.
Retrato oficial para el nuevo mandato de Donald Trump / Imagen: donaldjtrump.com
Esa garantía determina la afluencia del dinero sobrante en el mundo a Wall Street. Tokio y Bruselas deben mantener la compra de esos papeles, para convalidar la cotización del dólar dispuesta por Washington, evitando las tensiones cambiarias que desmoronarían todo el proyecto.
Trump demanda el continuado reinado del dólar y la consiguiente capacidad de Estados Unidos para financiarse a costa del mundo. El imperialismo del dólar le permite a la primera potencia endeudarse sin límite y empapelar a su favor a todas las economías del orbe.
Para lidiar con los serios cuestionamientos que actualmente afronta ese atributo, el magnate pretende recrear los Acuerdos Plaza, que Estados Unidos impuso a Alemania y Japón en los años 80. En ese momento sus dos subordinados aceptaron sostener el abaratamiento del dólar y mantener una paridad que garantizaba la primacía mundial del billete norteamericano.
Trump amolda esa exigencia a los nuevos tiempos y auspicia nuevas monedas digitales atadas al poder político del dólar. El potentado ha creado un fondo de criptomonedas respaldado con su propia figura y promueve ese mercado (stablecoins) como pilar adicional del dólar. Ya posicionó a esos instrumentos entre los 10 mayores tenedores de Bonos del Tesoro (Litvinoff, 2025).
Foto: Casa Blanca.
El mandatario yanqui sueña con situar al dólar en su trono inicial de Bretton Woods. Su plan B es reciclar esa gravitación al nivel logrado por Nixon y Reagan. En el primer caso, el billete norteamericano fue liberado de la convertibilidad del oro e inició un largo ciclo de predominio sin soporte metálico objetivo. En el segundo, la divisa yanqui quedó fortalecida por el incremento de las tasas de interés, el despunte del neoliberalismo y la financiarización bajo el comando de la Reserva Federal. Esos dos presidentes compartían con Trump el mismo perfil de personajes mediocres, pero introdujeron giros significativos en el status mundial del dólar.
Para repetir esa hazaña el magnate debe frenar la tendencia a la desdolarización, que amenaza la supremacía del billete verde. Esa erosión es motorizada por los BRICS, que comenzaron a concebir instrumentos de sustitución de la divisa estadounidense, mediante operaciones de pago, transacciones comerciales y mecanismos de compensación financiera (Sapir, 2024).
Ya existe incluso un proyecto para crear una moneda de los BRICS -que siguiendo una trayectoria distinta al euro- desembocaría en un efecto semejante. Ese plan contempla la paulatina gestación de un banco emisor, con fondos de reservas y detallados cronogramas de ritmos, tasas y legislaciones (Gang 2025).
Trump conoce esas amenazas y ha precipitado un caos, para desatar la batalla contra los desafiantes de la divisa yanqui. Promueve ese pánico para disciplinar a todos los aliados bajo su mando. A partir de esa centralización, espera recomponer el dólar y resetear el sistema económico global a favor de Estados Unidos.

Pero el magnate necesita acotar el alcance de la crisis que autogenera, porque si esa convulsión recrea el escenario de la pandemia o el contexto del colapso bancario del 2008, el temblor terminará afectando a su propio artífice (Marcó del Pont, 2025a).
El barómetro inmediato de la pulseada es el comportamiento de los Bonos del Tesoro. Japón es el principal tenedor de esos títulos desde que China comenzó a abandonarlos. Los bancos de Europa y otros países asiáticos cuentan también con un significativo acervo de esas láminas. El plan de Trump naufragará aceleradamente, si como se insinuó en la reciente convulsión, los acreedores de la deuda estadounidense venden ese activo.
Pero más allá de ese cómputo inmediato, el gran interrogante es la capacidad general de Estados Unidos para recomponer su moneda. Hay varias diferencias sustanciales con la era de Nixon y Reagan. El declive de la primera potencia es muy superior, el circuito de dominación imperial está erosionado, el desplome de la URSS y el debut de la globalización quedaron atrás y el avance económico de China es arrollador.
La estrategia monetaria de Trump afronta, además, una gran tensión con los bancos, mientras Wall Street observa con desconfianza, un rumbo que amenaza recortar las gigantescas ganancias de los últimos tiempos.
EL BOOMERANG DE LOS ARANCELES
El segundo objetivo de Trump es comercial y apunta a reducir el monumental déficit externo de Estados Unidos. Es una meta de mediano plazo, que no tiene la urgencia del viraje monetario y en gran medida depende de la recomposición del dólar. El magnate introduce y modifica cotidianamente los aranceles por el lugar complementario de esos instrumentos en las tratativas con cada país.
El ocupante de la Casa Blanca radicaliza, en los hechos, la tendencia proteccionista que inauguró la crisis financiera del 2008 y el declive de la globalización comercial. Desde esa fecha se han introducido 59.000 medidas restrictivas en los intercambios internacionales y las tarifas se elevaron al nivel más alto de los últimos 130 años (Roberts, 2025a). La guerra comercial que desató Trump con su pomposo paquete de aranceles sintoniza con ese curso previo.
El potentado recurrió a una fórmula absurda para penalizar a los distintos países. Inventó un arbitrario criterio de reciprocidad para definir el porcentual de cada castigo, con disparatadas estimaciones del déficit comercial estadounidense, que omitieron contabilizar el superávit yanqui en los servicios. También olvidó que los desbalances comerciales no fueron causados por los países sancionados, sino por las propias empresas estadounidenses, que localizaron sus inversiones en el exterior para mejorar sus ganancias.
Donald Trump.
Las posibilidades de éxito del plan trumpista son muy reducidas, puesto que las importaciones y exportaciones estadounidenses ya no operan como una fuerza decisiva del comercio mundial. Cayeron desde el 14 % en 1990 al 10,35 % actual y en ese período tan sólo los BRICS, saltaron del 1,8 % al 17,5 %. La guerra arancelaria no tiene un poder disuasivo por sí mismo y las ventas que exhibe la primera potencia en los servicios son insuficientes para inclinar la balanza (Roberts, 2025b).
Algunas estimaciones incluso destacan que, si Estados Unidos suspendiera todas sus importaciones, 100 de sus socios lograrían recolocar sus ventas en otros mercados en tan solo cinco años (Nuñez, 2025).
El mayor problema de la guerra comercial es la posibilidad de una escalada incontrolable. En 1929-34, la espiral descendente del comercio internacional que sucedió al paquete proteccionistas (Smoot-Hawley), provocó una caída del 66% de los intercambios y ese derrumbe impactó sobre todos los concurrentes. Trump supone que evitará esa secuencia con negociaciones bilaterales forzadas desde su despacho.
Pero lo ocurrido en el pasado, sugiere otro desenlace cuando los conflictos escalan sin contención. El efecto recesivo del proteccionismo sobre la economía mundial es tan conocido, como el vínculo entre la Gran Depresión y la retracción del comercio. Aunque las interpretaciones más corrientes conectan superficialmente ambos procesos -omitiendo las raíces capitalistas de lo ocurrido en los años 30- no cabe duda, que el proteccionismo desencadenó, potenció o precipitó el colapso de ese período.

Lo más relevante de una eventual repetición de ese antecedente sería su efecto sobre la economía estadounidense, que en la actualidad es mucho más vulnerable a las turbulencias globales. Esa incidencia es mayor por la gravitación del comercio exterior, que saltó del 6% (1929) al 15% (2024) del PIB de país.
Trump reintroduce el proteccionismo a destiempo histórico. Los aranceles eran un instrumento efectivo para Estados Unidos en el pasado, pero no cumplen esa misma función en la actualidad. Facilitaban el despegue de las potencias en ascenso, frente a competidores que propiciaban el libre comercio, para mantener su dominio del mercado mundial. El proteccionismo fue utilizado con gran provecho por Alemania en el siglo XIX y por Japón o Corea del Sur en la centuria pasada.
Pero la misma herramienta no le permitió a Gran Bretaña contener su declive y esa ineficacia afecta a Estados Unidos en la actualidad. Trump auspicia un proteccionismo desencajado, porque en lugar de incentivar la industria naciente pretende socorrer una estructura obsoleta. Simplemente desconoce que Estados Unidos ya no es lo que era.
EL SUEÑO DEL RETORNO FABRIL
El tercer objetivo de Trump es productivo. Propicia el retorno de las empresas a su territorio de origen y observa esa relocalización, como la única forma de efectivizar la recuperación hegemónica yanqui. Por eso identificó el debut su ofensiva (¨Día de la Liberación Económica¨) con la reindustrialización del país.
Trump es el primer mandatario que reconoce abiertamente la adversidad generada por la expatriación de las fábricas. Recurre a drásticos instrumentos para revertir esa desventura, porque comprende que la globalización terminó afectando a la potencia promotora de esa internacionalización. Registra que la primacía norteamericana en los servicios, las finanzas o el universo digital, no compensa el retroceso fabril y la consiguiente erosión del pilar de cualquier economía.
Pero su plan de repatriación industrial es más inviable que su proyecto monetario o arancelario. Ninguna alquimia con la moneda o las tarifas, ofrece el atractivo suficiente para inducir un retorno de las firmas, que consiguieron elevadas ganancias en el exterior. Por más persuasivos que sean los incentivos del magnate, producir en Estados Unidos tiene un costo superior. La restauración industrial requeriría una inversión masiva, que las empresas no están dispuestas a realizar con la baja rentabilidad interna actual.
Fuente: Picryl
El giro proteccionista apunta a modificar esa brecha, pero confronta con la dificultad de cerrar la economía, en un escenario de cadenas de suministro globalizadas. En el producto final de muchas mercancías son incorporados insumos de fábricas instaladas en numerosos países.
No es fácil imaginar cómo Estados Unidos podría recuperar competitividad, recreando los viejos patrones de fabricación nacional. ¿Cuánto debería subir un arancel para que resultara más barato volver a fabricar en el lugar de origen?
Basta observar por ejemplo el caso de Nike, que tiene 155 fábricas en Vietnam y un monumental número de empleos ese país, para abastecer un tercio de las importaciones de calzado del Estados Unidos. La diferencia de costos de producción es tan sideral que un retorno a Estados Unidos parece impensable (Tooze, 2025). El desacople del proceso de fabricación en China, involucra un impacto semejante para empresas como Apple.
Los economistas de Trump igualmente afirman que su proyecto será factible, si se recupera la primacía del dólar y se reduce el déficit comercial. Estiman que ese proceso corregirá los desequilibrios globales de consumo, ahorro e inversión que afectan a la primera potencia. En la vereda opuesta los críticos neoclásicos y keynesianos recuerdan que en su primer mandato Trump no logró inaugurar esa mutación.
El debate entre ambas posturas gira en torno al impacto positivo o negativo del proteccionismo sobre los gastos, los ingresos, el ahorro y el consumo. Pero olvida que el retroceso de Estados Unidos no se ubica en esos campos. Deriva de la baja productividad de la principal economía occidental, frente a su ascendente competidor oriental. Son tan incontables los indicadores de esa brecha, como las evidencias de su continuado ensanchamiento.
Elon Musk (dueño de la red social X), a la izquierda y Donald Trump (presidente de EEUU), a la derecha.
Basta observar la generalizada tendencia de las empresas norteamericanas a privilegiar la inversión financiera o a operar como un cajero automático de Wall Street, para confirmar su decreciente competitividad. Suelen gastar más en recompras de acciones y pagos de dividendos que en inversiones de largo plazo.
Gran parte de esas compañías han globalizado sus procesos de fabricación, para contrarrestar los elevados costos locales de producción. Pero ese viraje las tornó muy dependientes de la importación de bienes de consumo baratos del continente asiático, para mantener deprimidos los salarios locales.
El grado de atadura que tienen con la provisión de insumos chinos, quedó corroborada con la propia decisión de Trump de exceptuar a todos los chips y componentes electrónicos de los aranceles impuestos al rival asiático. El mismo problema se extiende a los bienes de capital e intermedios, que representan alrededor del 43 % de las importaciones totales de China (Mercatante, 2025).
El retroceso norteamericano no obedece a desaciertos comerciales y su reversión no transita por el ultimátum proteccionista. Ciertamente hay un cambio del modelo en curso, que erosiona la división global del trabajo forjada en torno a décadas de internacionalización productiva. Pero ese ocaso no inaugura el proceso opuesto de nacionalización fabril que imagina Trump, porque la capacidad de Estados Unidos para liderar ese viraje se ha estrechado en forma dramática.
EL RETROCESO FRENTE A CHINA
Salta a la vista que China es el epicentro de la guerra económica iniciada por Trump. Fue el principal destino de los aranceles que desataron la vertiginosa escalada mutua. El 34% inicial de Washington fue retrucado con el mismo porcentual por Beijing y la pulseada saltó rápidamente al 84%-104% y al 145%-125%. A esos niveles el comercio entre los dos países tiende a quedar anulado.
La centralidad de China en la ofensiva de Trump fue adicionalmente corroborada por su decisión de mantener las penalidades para ese país, luego de ser pausadas para el resto del mundo. Los elevadísimos aranceles a Vietnam, Camboya y Laos forman parte de la misma confrontación, porque China comanda las cadenas de suministro de esos vecinos y reexporta desde allí sus mercancías.
Beijing respondió con firmeza, disponiendo de inmediato aranceles recíprocos y dejó en claro que no aceptará el chantaje yanqui. Preparó desde hace mucho tiempo esa reacción y pretende librar la contienda en el plano de productividad, evitando devaluar el yuan. Ya apuntala, además, la búsqueda de clientes compensatorios y concibe atractivos específicos para Europa y Asia.
Existe un generalizado temor en el establishment occidental por el resultado final de la pulseada. Circulan muchas evaluaciones que prevén el éxito final de China, si Trump continúa disparándose a los pies.
Todos los días aparecen nuevos datos de la superioridad asiática en incontables campos. El gigante oriental ya genera el 65% de los graduados en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas del mundo. Mantiene una tasa de crecimiento que duplica a su contraparte, alcanzó el 35 % de la industria manufacturera global y en 2030 llegaría al 45 %. Hasta el 2001, el 80 % de los países comerciaba más con Estados Unidos que con China y en la actualidad dos tercios de ese total han invertido esa relación (Ríos, 2025).

En el primer mes de la presidencia de Trump, China inició 30 nuevos proyectos de energías limpias en África, comenzó la construcción de la presa más grande del mundo en el Tíbet y presentó una nueva generación de trenes ultra rápidos. Su reactor nuclear logró un récord de producción de plasma, a una velocidad que lo sitúa cerca de generar energía limpia ilimitada. Sus astilleros botaron el barco anfibio de asalto más grande del mundo y las pruebas del 6G en las redes de la telefonía celular, anticipan su victoria en esa carrera (MIU, 2025).
Toda la política de Trump es un desesperado intento por frenar el avance chino. Esa expansión tan solo despuntaba a comienzo del milenio, cuando la primera potencia dejó de receptar transferencias de ingresos a su favor del socio asiático. Allí comenzó un intercambio desfavorable, que actualmente alcanzó un pico difícil de revertir.
El magnate pretende modificar ese adverso escenario con drásticas acciones. Pero la distancia entre ambas potencias no obedece solo a diferencias de política monetaria, comercial o productiva. Se ubica en la estructura social y el manejo del Estado.
En China hay importantes clases capitalistas que especulan con sus fortunas y explotan a los trabajadores. Pero esos grupos no controlan el poder estatal y ese límite explica la capacidad y autonomía de la dirigencia política, para orientar la economía con patrones de eficiencia.
Trump carece de alguna fórmula para lidiar con esa desventaja, que desborda todas sus intenciones y proyectos. Para colmo, motoriza medidas que agravan los dos grandes males del capitalismo contemporáneo: la desigualdad social y el cambio climático. Se ha embarcado en una postergada batalla para sostener el liderazgo estadounidense de un sistema en crisis, pero acentúa el declive norteamericano con medidas que adopta, modifica y vuelve a instaurar.
EL NOSTÁLGICO LÉXICO IMPERIAL
Trump intenta recuperar la centralidad imperial de Estados Unidos. Es la única forma de engrandecer a los capitalistas de su país a costa del resto del mundo. El paquete de sanciones, aranceles y chantajes que ha puesto en marcha exige revitalizar el imperio.
El magnate pretende recomponer esa primacía con actitudes pendencieras. Se jacta de haber logrado que 75 países negocien los aranceles, luego del susto provocado por su tabla de tarifas. Pero maquilla la realidad con bravuconadas que oscurecen la marcha real de las tratativas.
Con la Unión Europea profundiza una disputa iniciada con la introducción y suspensión de aranceles del 25%. Trump aspira a imponer un euro-vasallaje, que le permita reindustrializar a su país mediante la desindustrialización del socio transatlántico.
El paso previo de ese operativo es el rearme del Viejo Continente, con gastos de energía, tecnología digital y pertrechos provistos por Estados Unidos. El potentado sembró el pánico entre las élites europeas, que en un rapto de rusofobia se embarcaron en un enceguecido belicismo. Están recortando las erogaciones sociales y ya sustituyen la promocionada transición verde por otra gris de puro gasto militar.
Trump, en Palm Beach. Imagen: Julia Demaree Nikhinson (AP).
Pero ese viraje no está exento de conflictos y el rápido acuerdo que Trump esperaba suscribir con Putin (para apropiarse de las riquezas de Ucrania), no solo está empantanado con Rusia. También ha desatado un inédito conflicto de Washington con Londres, para dirimir quién se embolsa el botín de las tierras raras (Marcó del Pont, 2025b).
Más definitorias son las tratativas con los socios-subordinados de Asia. Japón, Corea del Sur, Taiwán y Filipinas han respondido siempre con invariable disciplina al padrino estadounidense. Pero la gran novedad de los últimos años es la creciente relación económica de esos países con Beijing. Por la magnitud que tienen esos negocios, han aparecido serias dudas del bloque antichino que promueve la Casa Blanca.
Trump despliega mensajes imperiales explícitos para hacer valer sus demandas. Utiliza un léxico tan directo, que el debut de su segundo mandato suscitó numerosos señalamientos periodísticos de esa impronta. La tradicional prevención de los grandes medios con el irritante uso del término imperialismo quedó disipada por la frontalidad del magnate2.
La misma exhibición de poder imperial rodeó el anuncio de la tabla de aranceles. Trump incluyó pomposamente en ese listado a todos los países del mundo, para subrayar que ninguno escapará del látigo de Washington. No tuvo empacho en insertar naciones que no comercian con Estados Unidos o incorporar islas sólo habitadas por pingüinos.
Pero las proclamas imperiales del opulento neoyorkino contienen ingredientes más nostálgicos que efectivos. Trump añora la obra de lejanos mandatarios, que combinaron el proteccionismo con la expansión imperial durante la gloria del capitalismo estadounidense.
Imagen: El País de España.
Exalta con particular énfasis al presidente McKinley (1897-1901) que se perfiló como un ¨Napoleón del Proteccionismo¨. Introdujo un drástico incremento del 38-50% de los aranceles (1890), mientras comandaba la expansión al Pacífico (Hawái, Filipinas, Guam) y la conquista del Caribe (Puerto Rico y aspiración de Cuba). Trump idolatra tanto su virulenta defensa de la industria, como su extensión a los tiros del radio territorial estadounidense (Boron, 2025).
Pero esa evocación choca con la realidad del siglo XXI. El magnate no puede instrumentar el proteccionismo invasor de su ídolo y ha optado por combinar la presión arancelaria con la cautela militar. Lejos de retomar las intervenciones del Pentágono por doquier, modera el impulso invasor para contener el deterioro de la competitividad económica yanqui.
En un rapto de realismo, Trump ha tomado nota del fracaso bélico de Bush y del revés económico de Biden. Por eso ensaya un tercer rumbo de moderación militar y replanteo monetario-comercial. Sabe que la capacidad ofensiva de Estados Unidos ha quedado drásticamente limitada, por una economía que detenta el 25 % del PBI mundial (y no el 50 % de 1945), frente al ascendente 18% de China.
Trump exacerba el léxico intervencionista frente a los adversarios externos. Como sus predecesores contemporáneos, necesita contrarrestar el declive económico con gran exhibición del poder geopolítico-militar que preserva su país.

Pero el magnate sabe que la compensación bélica de las falencias económicas, agrava las tensiones entre los sectores militaristas y productivistas del establishment. Los belicistas suelen propiciar campañas destructivas a cualquier costo, que afectan el presupuesto estatal y deterioran la competitividad de las empresas.
Trump navega entre ambos sectores, apuntalando el resurgimiento de la economía con fórmulas proteccionistas. Fomenta el gasto en armamentos, pero acota las guerras y busca limitar el efecto negativo del gigantismo bélico sobre la productividad. La hipertrofia militar que impone el Pentágono es una enfermedad incurable, que la economía estadounidense arrastra desde hace mucho tiempo y que el magnate no puede atemperar.
TENSIONES LOCALES
Las contradicciones internas que afectan el proyecto proteccionista presentan el mismo alcance que las tensiones externas. Entrañan un efecto inflacionario como amenaza más inmediata. Los aranceles encarecerán las mercancías por la simple introducción de un costo adicional a los productos importados.
Ese efecto será importante, tanto en los alimentos básicos como en los productos elaborados. México suministra por ejemplo más del 60 % de los nutrientes frescos y se estima que una tarifa del 25 % a los automóviles fabricados en ese país (o en Canadá) incrementaría el precio final de cada unidad en 3000 dólares. Recientemente Trump celebró la relocalización dispuesta por Honda, para fabricar su nuevo auto Civic en Indiana en lugar de Guanajuato. Pero ese traslado incrementaría el costo promedio de cada automóvil entre 3.000 y 10.000 dólares (Cason; Brooks, 2025).
Es cierto que la inflación podría contribuir también a reducir el valor real de la deuda, pero su revulsivo impacto sobre el conjunto de la economía sería muy superior a ese achicamiento del pasivo.
Todos los analistas concuerdan en señalar el efecto recesivo del giro proteccionista, que podría provocar una contracción de 1,5 o 2 puntos porcentuales del PBI. La retracción del nivel de actividad que estaba fuera de las previsiones económicas ha irrumpido como una gran probabilidad próxima.
El expresidente norteamericano Donald Trump anuncia su tercera postulación a la presidencia en Mar-a-Lago, Palm Beach, Florida, 15 de noviembre de 2022. Imagen: Andrew Harnik / Associated Press.
Esa perspectiva tensiona las relaciones de Trump con la Reserva Federal que resiste la reducción de las tasas de interés. El potentado propicia esa disminución para contrarrestar la probable caída de la producción, el consumo y el empleo. El colapso de los mercados que desató el anuncio de su tablita proteccionista, agravó ese sombrío escenario y las consiguientes disputas del presidente con la jefatura de la FED.
Trump mantiene además la batalla con los sectores globalistas, que defienden los intereses de las empresas y bancos más internacionalizados. La elite de Davos está desprestigiada por sus fracasos, pero espera la oportunidad para retomar la ofensiva. Si los resultados del viraje proteccionista son negativos, ese contragolpe irrumpirá con fuerza y situará a los Demócratas en carrera para las elecciones intermedias del 2026.
El jefe de la Casa Blanca se ha rodeado de empresarios ascendentes (tiburones), que litigan con sus pares del espectro tradicional (halcones). El establishment dio luz verde a su proyecto, pero esperaba aranceles moderados y conductas más próximas a la cautela del primer mandato. La convulsión en curso los induce a exigir un freno de la andanada presidencial. Los multimillonarios están fastidiados con la fuerte reducción de su patrimonio que generó el descalabro de los mercados.
Las tensiones se extienden al propio entorno del magnate, que debe arbitrar entre los proteccionistas extremos (Navarro) y los funcionarios con inversiones en el exterior (Musk). El propio plan de controles arancelarios conduce, además, a introducir una maraña de regulaciones, que choca con el desguace burocrático prometido por la nueva administración (Malacalza, 2025). Los incontables conflictos que afronta Trump superan ampliamente el número de los que puede resolver.
BONAPARTISMO IMPERIAL
La conflictiva embestida externa, la ausencia de resultados inmediatos, la fuerte oposición de los globalistas y la frágil cohesión interna inducen a Trump a reforzar el autoritarismo de su gestión. Por eso volverá a intentar el curso bonapartista que exploró sin éxito en su primer mandato. Necesita reforzar también el poder de la Casa Blanca, para lidiar con la retracción inversora de los capitalistas estadounidenses.
Trump proviene del duro universo empresarial y está habituado a negociar golpeando la mesa para obtener réditos del contrario. Esa conducta lo distingue de sus pares del sistema político, forjados en tratativas, conciliábulos e hipocresías verbales.
Para afianzar su protagonismo se ha embarcado en la hiper actividad y sobresale como firmante diario de incontables decretos. Busca centralizar el mando para desconcertar a los opositores y prioriza la lealtad a cualquier otro atributo de sus funcionarios.
El magnate tantea su fisonomía bonapartista en la tradición estadounidense del líder carismático. Intenta asumir un rol mesiánico de intérprete de la nación, estigmatizando a los migrantes y denigrando al progresismo. Con ese personalismo extremo, pretende apuntalar una imagen de hombre predestinado a consumar el reencuentro con el sueño americano. Pero ese rumbo potencia las tensiones con el establishment globalista, que controla los medios de comunicación más influyentes (Wisniewski, 2025).
Imagen creada por inteligencia artificial. Créditos: Midjourney.
Trump irrumpe en el vacío dejado por el desprestigio de los políticos tradicionales. Usufructúa del clima creado por el rechazo a los turbios enjuagues parlamentarios y utiliza las atribuciones del presidencialismo para potenciar su figura (Riley, 2018).
Despliega una prédica afín a la vertiente conservadora, que exacerba la contraposición cultural de Estados Unidos con el resto del mundo. En confrontación con la tradición asimilacionista rechaza la inmigración latina y enaltece el idioma inglés. Exalta los ideales anglo-protestantes del individualismo y la ética del trabajo despreciando la tradición hispánica, que identifica con la haraganería y la ausencia de ambición.
El discurso trumpista retoma el legado proteccionista (Hamilton) y patriótico (Jefferson) que privilegia la prosperidad interna (Jackson). Disputa con el liberalismo cosmopolita (Wilson) que asocia ese bienestar con la apertura al exterior (Anzelini, 2025).
Con esa mirada Trump regenera los postulados de los soberanistas, que tradicionalmente privilegiaron el racismo y el anticomunismo en la determinación de las alianzas externas. La simpatía de esa vertiente americanista con el nazismo incluyó en el pasado la afinidad con el Ku Klux Klan y el Apartheid sudafricano. Esa herencia es actualmente retomada por Elon Musk y con esa impronta el trumpismo redobla las campañas contra el perfil multiétnico, multirracial y multicultural del Partido Demócrata.
La corriente que lidera el magnate expresa una variante etnocéntrica del imperialismo yanqui, tan distanciada del neoconservadurismo Republicano como del cosmopolitismo Demócrata. Resalta los aspectos identitarios de la ideología estadounidense y realza el patriotismo reaccionario como el componente sustancial de su credo. Pero con esa adscripción ideológica participa del mismo conglomerado imperialista que las otras dos vertientes.
Bush, Biden y Trump conforman tres modalidades del mismo imperialismo que sostiene al capitalismo estadounidense. Las distintas modalidades de esa dominación constituyen modalidades internas de un mismo bloque. El imperialismo es una necesidad sistémica del capitalismo que funciona confiscando los recursos de la periferia, desplazando a los competidores y sofocando las rebeliones populares. Trump gobierna con esos parámetros y su crudeza transparenta esa filiación.
TRAYECTORIAS, AMBICIONES Y RESISTENCIAS
Es acertado catalogar a Trump como un capitalista-lumpen, en la acepción que Marx dio a los especuladores financieros de la clase alta, involucrados en múltiples fraudes. La trayectoria del magnate reúne todos los ingredientes de ese patrón por la cantidad de estafas, evasiones de impuestos, bancarrotas forzadas, tratos con la mafia y blanqueos de dinero que han signado su paso por los negocios. Se ha rodeado de personajes de la misma calaña, con pesados prontuarios en el universo de las cuevas financieras (Farber, 2018).
Pero ese itinerario personal no tipificó su primer gobierno, ni tampoco define su mandato actual. Trump actúa como representante de sectores capitalistas muy relevantes y encabeza una administración asentada en la coalición de grupos empresariales americanistas, con empresas digitales que desertaron del globalismo. Se apoya en el sector siderúrgico, el complejo industrial-militar, la fracción conservadora del poder financiero y en las compañías centradas en el mercado interno, que fueron castigadas por la competencia china (Merino; Morgenfeld; Aparicio, 2023: 21-78).
Trump logró el actual mandato con el sostén de una plutocracia digital, que archivó sus preferencias por los Demócratas. Los cinco gigantes de la informática conforman actualmente el sector preponderante del capitalismo estadounidense, que necesita la belicosidad trumpista para batallar con los rivales asiáticos.
Más controvertido es el significado del nuevo poder político que obtienen los millonarios digitales de la mano de Trump. Ya tienen encadenado al público a sus redes y preservan clientes amarrados a una madeja de algoritmos. Esa atadura les permite ampliar su lucrativa intermediación en la publicidad y las ventas. Ahora intentan proyectar ese poder a otra escala, mediante el manejo directo de varias áreas del gobierno.

Esos grupos conforman poderosos oligopolios, que algunas miradas identifican con la depredación y la captura de la renta. Por eso utilizan el término de tecnofeudales para conceptualizar su actividad (Durand, 2025).
Otros enfoques objetan esa denominación, que diluye el sentido capitalista de empresas nítidamente insertas en los circuitos de la acumulación. Su liderazgo tecnológico les permite usufructuar de la plusvalía extraordinaria que absorben del resto del sistema. No se desenvuelven en el ámbito de las rentas naturales, ni obtienen lucros mediante la coacción extraeconómica (Morozov, 2023).
Pero las dos visiones coinciden en remarcar el inédito manejo de la vida social, que ha logrado un sector lanzado a capturar porciones significativas del poder político. Con el amparo de Trump buscan neutralizar, ante todo, cualquier intento de regulación estatal de las redes.
La plutocracia digital está embarcada en el manejo directo de las palancas del Estado, para amoldar la actividad política a su servicio. Algunos autores utilizan la noción de capitalismo político para singularizar esa apropiación. Observan el debut de régimen de acumulación, asentado en la novedosa dependencia de los negocios de un poder político, que define beneficiarios con mayor discrecionalidad fiscal que en el pasado. El trumpismo podría actuar como artífice de esas transformaciones en la cúspide del capitalismo (Riley; Brenner, 2023).
Pero su deriva autoritaria ya incentivó también la resistencia en las calles. Bajo un lema unificado y convocante (¨Quita tus manos¨), 150 organizaciones promovieron una exitosa y una masiva protesta en mil ciudades. Comenzaron a retomar la respuesta desde abajo, que Trump afrontó en su primer mandato y logró atemperar en el debut de su retorno. En grandes actos posteriores se percibe el rechazo al magnate y a los oligarcas que lo rodean.
Las marchas canalizan el descontento con el recorte de los derechos democráticos, que motoriza el ocupante de la Casa Blanca. Si la erosión de la legitimidad interna de Trump empalma con la resistencia que suscita en el mundo, quedarán abiertos los caminos para una gran batalla contra su gobierno. De esa convergencia podría emerger una alternativa que comience a sustituir la opresión imperial por la hermandad de los pueblos.
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1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
2 “Trump sueña con un nuevo imperio estadounidense” (New York Times); “En el escenario global, un Trump imperial ofrece algunas sorpresas positivas” (Washington Post); “Trump, el emperador desaforado” (El País); “Donald Trump está intentando establecer una presidencia imperial” (Le Monde), citados por Anzelini (2025)
Fuente: https://katz.lahaine.org/b2-img/ELDESMADREPROGRAMADOQUEDESBORDAATRUMP.pdf