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Regina adhiere a la restricción de circulación

A través del Decreto 04/21, la Municipalidad de Villa Regina adhiere a la Resolución del Ministerio de Salud de la provincia de Río Negro que establece restricción en la circulación en horario nocturno.

La medida estará en vigencia hasta el 31 de enero e indica, en líneas generales, que se restringe la circulación de personas por cualquier medio habilitado entre la 1 y las 6 horas, exceptuándose al personal considerado esencial.

La circulación se extenderá hasta las 2 horas los días viernes y sábados, como así también en vísperas de feriados.

Por otro lado, determina que los restoranes, bares y confiterías del rubro gastronómico podrán funcionar en los mismos horarios en que se habilita la circulación con estricta sujeción a los protocolos sanitarios vigentes para dicha actividad.

De forma excepcional se autoriza la circulación del personal dependiente de dichos establecimientos hasta una hora después del horario de cierre, quienes deberán acreditar tal circunstancia ante el requerimiento de cualquier autoridad pública.

De igual modo, se autoriza de forma excepcional la circulación de los clientes de dichos establecimientos, con un límite de hasta una hora después del horario de cierre, debiendo acreditar tal extremo con la exhibición de constancia de consumición, ticket, factura, o constancia semejante emitida por el establecimiento en cuestión ante el requerimiento de cualquier autoridad pública.

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  • ¿Cómo enfrentar el “contragolpe cultural”?

     

    Así como las afirmaciones terraplanistas no modifican el hecho de que la Tierra sea redonda, así como los movimientos antivacunas no cambian la naturaleza contagiosa del Covid, el conservadurismo cultural, expresado hoy por fuerzas como las que lideran Javier Milei y Donald Trump, no modifica esta realidad: las sociedades humanas son constitutivamente diversas, heterogéneas y desiguales; en todas las comunidades humanas, pero aun más en aquellas donde existen el dinero y el Estado, hay multiplicidades y hay disparidades.

    Qué hacer con esta diversidad es un debate que viene concentrando la mayor parte de la historia ideológica, filosófica y política, y que por supuesto no está saldado. Dentro de estas controversias, uno de los capítulos centrales es el concepto de libertad, que ha sido utilizado por la extrema derecha como una de sus banderas. Para los conservadores, hoy llamados libertarios, la libertad se basa en la idea de que somos todos iguales: un rico y un pobre son consecuencia del modo distinto en que cada uno usó sus posibilidades. En esta mirada, la desigualdad fáctica es una consecuencia de una igualdad ontológica. Para las corrientes conservadoras, la libertad agiganta desigualdades. El rol del Estado, además de garantizar seguridad y justicia, debe ser restringir la diversidad: el Estado, que no debería cobrar impuestos, sí debe decretar que hay dos géneros, que la familia debe estar constituida de cierta manera y que las mujeres no pueden disponer de sus cuerpos.

    Desde una mirada democrática y progresista que asume que las sociedades son por naturaleza diversas, en cambio, la igualdad es algo a construir. Pero esa perspectiva hoy está a la defensiva. A través de una serie de subterfugios de ingenieros del caos, la posición histórica que conjuga liberalismo cultural, pluralismo político y justicia social ha sido estigmatizada como “woke” o “progresista”. La expresión “woke” surgió en Estados Unidos, un territorio de alta intensidad en la batalla cultural, en referencia a “despertar” (awake) ante la discriminación (“despierto” en el sentido de “concientizado”); pero hoy se usa de modo despectivo, que es la connotación que le dio Milei en su discurso en Davos. Como si las personas que descienden de esclavos o de pueblos originarios, como si las mujeres, que hasta hace setenta años no podían votar, hoy, justamente porque se reconocieron algunas de esas desigualdades, contaran con privilegios.

    La derecha conservadora está presente en distintas corrientes políticas, del mismo modo que la corriente que defiende las diversidades está presente –aunque no de modo uniforme– en partidos distintos. En Argentina, el peronismo, el radicalismo, el socialismo y la izquierda cuentan entre sus integrantes con personas que defienden este punto de vista. Se trata de una corriente que busca principalmente dos metas: que las personas y los grupos sean cada vez más libres, y que esa libertad se sostenga en formas igualitarias que la hagan real y no puramente declarativa o formal. Es una corriente de opinión que pone en escena grandes tradiciones culturales de la modernidad, heredadas de la Revolución Francesa y la Estadounidense, y que no tiene una única posición en materia de desarrollo económico, justicia distributiva o lucha por la igualdad. Ese “progresismo” no está en contra de ninguna religión, pero sí lucha por una separación completa de cualquier religión y del Estado. Ninguna ley puede sustentarse en creencias religiosas. Pero sí debe haber leyes que, por motivos universalistas, exijan el respeto de todas las religiones. Esta perspectiva, sometida hoy a una fuerte ofensiva, merece una reflexión autocrítica.

    Acerca de la autocrítica

    La hegemonía cultural de la extrema derecha impacta en el campo progresista. ¿Los movimientos por la libertad de las diversidades se “pasaron de rosca”? La ofensiva cultural de Milei y las derechas extremas, la derrota electoral del peronismo y los niveles de inflación y pobreza que dejó el gobierno de Alberto Fernández han planteado ese debate. ¿Hay una incidencia de la lucha por las diversidades en el oscurantismo que estamos viviendo hoy? ¿No habremos ido demasiado lejos? ¿Se puede seguir sosteniendo la defensa del colectivo LGTBQi+ en el contexto actual?

    Los procesos sociales y políticos siempre son imperfectos. Conocer esas imperfecciones, practicar la autorreflexión, es clave para mejorarlos. Por otro lado, se trata de movimientos profundos y de larga duración. En Argentina, por ejemplo, el movimiento masivo de mujeres de los últimos años comenzó en 2015 con el “Ni Una Menos”, una gigantesca movilización contra la violencia de género. ¿Frenar el reclamo contra los asesinatos de mujeres hubiera sido “menos radicalizado”? Y hoy, ¿qué está más vigente? ¿El reclamo de que no mueran más mujeres por el hecho de ser mujeres o la propuesta oficial de retirar del Código Penal el agravante por femicidio?

    La autocrítica no equivale a autoflagelación; debe ser una reflexión sobre prácticas y políticas que nos implican. Entre las múltiples causas que produjeron esta nueva etapa histórica global de las derechas extremas están, en efecto, los profundos déficits de la izquierda, la centroizquierda y los partidos tradicionales. Pero no coincido con quienes, subidos a la marea reaccionaria, afirman que la culpa es del progresismo, de un supuesto “wokismo” o de una “excesiva” ampliación de derechos civiles. Ese argumento puede terminar en diputados que voten con Milei regresiones culturales o puede llevar a un catolicismo de gobierno en contra de la libertad de las personas y los grupos. Empieza cuestionando el DNI no binario y termina aboliendo el divorcio.

    Pero entonces, ¿cuáles son esos errores de la izquierda? Si hubiera que elegir uno, diría lo siguiente: mientras las vocaciones igualitarias y de justicia social se tornaban cada vez más difíciles de lograr, en gran parte por no tener una alternativa concreta al capitalismo neoliberal, la izquierda avanzó con leyes y políticas tendientes a garantizar derechos civiles. Dependiendo de los países, se avanzó en materia de identidad de género, aborto, discriminación positiva, educación sexual, matrimonio igualitario, derechos de los pueblos originarios y los migrantes. Cuantas más dificultades aparecían en materia económica y social, cuanto más complicado se hacía sostener el horizonte de movilidad social, más se acentuaron estos derechos como compensación.

    La autocrítica no equivale a autoflagelación: debe ser una reflexión sobre prácticas y políticas que nos implican.

    Ese fue el gran problema. Las libertades civiles no pueden compensar el fracaso económico o social. Si son las únicas banderas que se agitan cuando se desfinancia el Estado de Bienestar, se retiran regulaciones públicas o se producen escaladas inflacionarias, como en el caso argentino, se corre el riesgo de que las fuerzas democráticas queden reducidas y debilitadas. Los límites para corregir o superar el neoliberalismo los terminan pagando los avances en materia de diversidad o pluralismo.

    Mi primera tesis es que, frente a quienes creen que la ampliación de libertades favoreció a la derecha extrema, creo que su causa es el fracaso económico.

    En segundo lugar, la cuestión de los particularismos. Mientras Martin Luther King buscó cambios que mejoraran la desigualdad estructural de la sociedad norteamericana, muchas políticas de la identidad del siglo XXI se concentraron en derechos particulares. Y es difícil pedirles algo más que simpatía pasiva o inactividad a quienes no están directamente involucrados en la conquista de un derecho. Esto no implica que movimientos como “Ni Una Menos”, “Black Lives Matter” o la “Marcha anti-fascista” de febrero de 2025 no hayan sido señales contundentes en la dirección correcta, sino simplemente llamar la atención sobre cuál puede ser el alcance de esas convocatorias.

    Algo similar ocurre con el “lenguaje inclusivo”. Se trata de un cambio cultural crucial, que busca ampliar libertades e incluir diversidades. Pero debe expandirse a partir de la posibilidad, no como imposición. Los mayores fracasos del cambio cultural ocurrieron cuando se pretendió imponer a través de prescripciones. El liberalismo cultural busca ampliar, no restringir, las posibilidades de las personas.

    El caso de las cuotas

    Muchas veces, en lugar de luchar por cambiar una legislación, una política o un presupuesto, las reivindicaciones progresistas se enfocaron en personas concretas: los varones blancos, incluyendo casos de punitivismo extra-judicial, como escraches a adolescentes, altamente polémicos. En aquellos casos, hubo voces feministas potentes que alertaron que el feminismo no surgió para cambiar al dueño del poder del patriarcado, sino para modificar un tipo de poder y de dominación. El punitivismo y la cultura de la cancelación fueron algunos de los errores más graves. Pero no es verdad que sean inherentes a los reclamos por la diversidad y la libertad: fueron casos minoritarios en causas justas.

    Detrás de este tipo de cuestiones aparece un problema que vale la pena debatir a futuro: la tensión entre lo particular y lo universal. Si cada uno de los grupos discriminados reclamara sólo para sí mismo, si todo se tradujera en una simple cuota por grupo, a largo plazo se terminarían socavando algunos de los consensos culturales necesarios para mantener las políticas de acción afirmativa. Un ejemplo es el de las universidades. En la mayoría de los países del mundo existe un sistema de examen de ingreso a la universidad y cupos por carrera. Al observar las universidades se hacía evidente que la abrumadora mayoría de los alumnos eran varones blancos. Eso llevó a reclamar políticas de cuotas raciales, étnicas y nacionales, como las que se terminaron concretando en Estados Unidos y Brasil. Este sistema garantizaba una mayor presencia de diversidades, restando lugares a los blancos. Pero, ¿qué quedaba, por ejemplo, para los blancos pobres? ¿Quién se preocupó de su situación? En muchos casos fueron los grandes olvidados, lo que contribuyó a que volcaran su respaldo a fuerzas políticas conservadoras que dicen defenderlos. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera incluido una cuota general para los estudiantes de colegios públicos de bajos recursos en el ingreso a la universidad? Mientras en un terreno puramente cultural la especificidad por grupo es adecuada, en cuotas vinculadas a desigualdades puede no producir las consecuencias buscadas.

    En un mundo dominado por la incertidumbre económica, en el que se achican los recursos públicos, muchos países optaron por un modelo de cuotas para asegurar la presencia de los grupos discriminados no sólo en el acceso a la universidad sino también al empleo público –y en ocasiones al empleo privado–. Esto implica que los logros de la ampliación hacia los sectores discriminados se hicieron sobre la base de una reducción relevante de la participación de los sectores anteriormente privilegiados. Y esta estrategia, correcta desde un punto de vista filosófico, se topa con un problema político. Las personas de carne y hueso que se ven afectadas, que no logran ingresar a la universidad o no consiguen empleo, se van pasando en masa al ejército del “contragolpe cultural”, esperando el surgimiento de un Trump, un Milei o cualquier otro líder que proponga revertir la situación.

    Se trata de un error recurrente del progresismo: no percibir el dolor de las víctimas de sus políticas, y no elaborar una respuesta. Mi punto es sencillo: si se presuponen las restricciones económicas, como de hecho las aceptaron la mayoría de las fuerzas de centroizquierda en Europa y América, que los perdedores de la discriminación positiva pasen al otro lado es inexorable. Pero si se cuestiona un modelo que reduce los impuestos a la riqueza y desfinancia al Estado, y se usa ese dinero para ampliar el acceso a la universidad y el empleo, logrando mejorar la diversidad sin afectar drásticamente los espacios previos, la base política de la derecha extrema quedará reducida. Es cierto que esto no es posible para los varones privilegiados, que inexorablemente se verán afectados: será necesario pensar una política cultural específica para ellos.

    La defensa de la libertad

    Estamos ante un feroz ajuste a las libertades y es urgente emprender una fuerte defensa de políticas por la libertad basada en igualdades. La libertad, convertida en el eslogan hueco de la extrema derecha, no puede ser resignada por las fuerzas democráticas y progresistas. El principio básico de la lucha por la libertad es maravilloso: que las personas y los grupos puedan autorrealizarse en todas las dimensiones de la vida. Esto incluye su identidad de género, étnica, nacional, local, religiosa, así como su libertad de expresión, en la familia, en el trabajo…

    Esas libertades tienen un requisito: un piso de igualdad, porque quien sufre desnutrición no puede ser libre, quien no puede acceder a la escuela no puede ser libre. Una comunidad libre es aquella que garantiza un piso de igualdad para todos sus miembros.

    Los libertarios conservadores de la extrema derecha afirman que ser iguales es que cada uno se las arregle como pueda. Es una propaganda basada en la negación de la historia tal como sucedió. Los esclavos existieron hasta el siglo XIX bajo el imperio de la ley, y los afrodescendientes continúan siendo discriminados en prácticamente todos los países de América y Europa hasta hoy. La conquista colonial existió. El patriarcado y la desigualdad de géneros existieron… y todavía existen. En muchos países las mujeres votan recién desde hace algunas décadas. Y en la mayoría de los países europeos y americanos jamás hubo una presidenta o una primera ministra mujer. El capitalismo, por su parte, tiene mecanismos poderosos para reproducir la desigualdad de clases entre generaciones: a través de la herencia y también de la “herencia de clase”. La mayoría de los hijos de personas pobres son pobres. La movilidad social ascendente está en crisis en la mayoría de los países, y los mecanismos sociales que la hacían posible se están debilitando a un ritmo vertiginoso. Los libertarios conservadores quieren liquidar esos mecanismos, del mismo modo que se proponen atacar las leyes que tienden a asegurar libertades vinculadas a la diversidad y la disidencia. Esto implicará también contrarrestar su ofensiva individualista poniendo en valor la solidaridad, lo común y lo público. Enfrentar políticamente aquel proyecto exige autorreflexión y determinación.

     

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  • Orazi pidió a Nación que el Tren del Valle llegue a Regina

    El Intendente Marcelo Orazi elevó una nota al Ministro de Transporte de la Nación Mario Meoni solicitando que se incorpore a Villa Regina en el recorrido del servicio de pasajeros conocido como ‘Tren del Valle’. “Motiva esta solicitud el anuncio oficial realizado por parte del gobernador de la provincia de Neuquén Omar Gutiérrez de que…

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    Los diez días que desaparecieron: cuando el calendario saltó del 4 al 15 de octubre

     

    Hace más de cuatro siglos, Europa vivió un fenómeno insólito: diez días simplemente no existieron. El calendario dio un salto del 4 al 15 de octubre de 1582. No fue una falla de relojeros ni un error de escribanos: fue la reforma papal que cambió para siempre la forma de medir el tiempo.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable


    Cuando el tiempo se salió de eje

    La historia podría comenzar como una novela fantástica: un día te vas a dormir el 4 de octubre, y al despertar… es 15. No hubo amanecer del 5, ni ocaso del 14. Diez días que desaparecieron de la historia, borrados de cuajo.

    Pero no fue magia ni conspiración: fue el resultado de un ajuste astronómico y político que marcaría el inicio del calendario gregoriano, el mismo que seguimos usando hoy.


    Del calendario de Julio César al error solar

    Todo empezó con el viejo calendario juliano, instaurado por Julio César en el año 46 a.C. Ese sistema medía el año con 365 días y 6 horas, un cálculo que parecía preciso… hasta que los astrónomos notaron que el año solar real duraba 11 minutos menos.

    Esa mínima diferencia, repetida durante más de 1500 años, fue acumulando un error enorme: el calendario estaba adelantado casi diez días respecto al ciclo solar. Las estaciones ya no coincidían con sus fechas tradicionales, y las fiestas religiosas, como la Pascua, se desfasaban peligrosamente del calendario astronómico.


    El Papa que corrigió el tiempo

    En 1582, el papa Gregorio XIII decidió poner orden. Convocó a astrónomos, matemáticos y teólogos para diseñar un nuevo calendario. El encargado del trabajo fue Cristóbal Clavio, jesuita y astrónomo alemán, que propuso una fórmula que corrigiera el error acumulado.

    Así nació el calendario gregoriano, que ajustó los años bisiestos para mantener el equilibrio solar. Pero había un problema: ¿cómo eliminar los diez días de diferencia ya acumulados?

    La respuesta fue tan simple como desconcertante: borrar esos días del calendario.


    El salto imposible: del 4 al 15

    El decreto papal estableció que el jueves 4 de octubre de 1582 sería seguido directamente por el viernes 15 de octubre de 1582.
    Nada más. No hubo 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 ni 14.

    En países como España, Portugal e Italia, la medida se aplicó inmediatamente. Los ciudadanos se acostaron un 4 de octubre y se levantaron en mitad del mes, sin haber vivido esos diez días. Algunos lo tomaron con humor; otros, con indignación: campesinos y obreros protestaron porque creían que les habían robado diez días de salario.


    El tiempo dividido por la fe

    El cambio no fue universal. Los países protestantes desconfiaban de la reforma católica y se negaron a adoptarla. Inglaterra, por ejemplo, mantuvo el viejo calendario juliano hasta 1752, casi dos siglos después.

    El resultado fue un caos temporal: mientras en Roma era 15 de octubre, en Londres todavía era 5. Los viajeros que cruzaban fronteras podían envejecer o rejuvenecer diez días de un país a otro.


    Cuando el mundo se puso de acuerdo (casi)

    Con el paso de los siglos, la mayoría de las naciones fueron aceptando el sistema gregoriano, aunque algunas lo hicieron tardíamente:

    • Rusia no lo adoptó hasta 1918, tras la Revolución Bolchevique.
    • Grecia esperó hasta 1923.
    • Y en ciertas iglesias ortodoxas, el calendario juliano aún se utiliza para las fiestas religiosas.

    Así, el tiempo mismo se convirtió en una construcción política y religiosa: quién definía el calendario, definía el poder.


    El legado invisible de los días perdidos

    Hoy nadie nota el salto: el calendario parece inmutable, preciso, casi natural. Pero detrás de cada fecha hay una historia de debates, supersticiones y cálculos astronómicos.

    Los “días perdidos” de 1582 no desaparecieron del todo: siguen flotando entre los pliegues del tiempo, recordándonos que hasta lo más exacto —el calendario— es una creación humana, tan arbitraria como fascinante.

     

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  • Desconcierto en las bases libertarias por la feroz frase de Trump

     

    Los libertarios quedaron desconcertados por la feroz frase de Donald Trump durante la reunión con Javier Milei, con la que condicionó el salvataje de Estados Unidos a Argentina a un triunfo del libertario en las elecciones del 26 de octubre.

    Trump respondió una pregunta concreta de una periodista que lo indagó por las elecciones de medio término. «¿Su apoyo a Argentina depende del resultado de las próximas elecciones legislativas y la capacidad del gobierno para aprobar leyes a largo plazo a través del Congreso?», preguntó la periodista.

    «Creo que si no hacen eso no vamos a estar acá mucho tiempo», dijo Trump y luego dio paso a la explicación de Scott Bessent, que volvió a hablar de las elecciones de medio término.

    En ningún momento ni Trump ni Bessent hablaron de las elecciones presidenciales de 2027, pero en el gobierno, tras el shock inicial, salieron a coro a instalar que el norteamericano no hablaba de unas elecciones que se harán en menos de dos semanas sino dentro de dos años. La operación duró un par de horas, hasta que el propio Trump publicó en su red social que se refería a las «midterms», es decir, las elecciones de medio término.

    «El 26 de octubre no se termina el apoyo de Estados Unidos», salió a aclarar Patricia Bullrich. Manuel Adorni, el portavoz, dijo que «si Argentina siguiera la senda del socialismo o retrocediera en el 2027 nada de esto pasaría y volveríamos atrás». Fue una manera nada sutil de vaticinar un fracaso para las elecciones de este año.

    El Gordo Dan, sin embargo, dijo el verdadero sentir de las bases libertarias, que es que la reunión no salió como esperaban. Es que en la previa los libertarios hablaban de la reunión, que finalmente no fue a solas entre Trump y Milei en el Salón Oval, como el cierre de campaña de La Libertad Avanza para estos comicios.

    «Tal como avisamos en La Misa el otro día, Donald piensa que las elecciones argentinas que se avecinan son las presidenciales y no las «midterms» (las de medio término o legislativas), y por lo tanto tiró obviamente que si perdemos (y en su cabeza el presidente deja de ser Milei y vuelven los kukas) entonces Estados Unidos obviamente no ayudará a una Argentina con un presidente kirchnerista», dijo el Gordo Dan. 

    «Pero bueno, si tan solo tuviésemos un canciller que en vez de andar llamándolo a Luis Juez para pedirle ‘perdón’ por las boludeces que dijo un gordo boludo en tuiter, escuchara lo que viene diciendo Donald Trump respecto del tema, o mejor, escuchara el RESUMEN de lo que viene diciendo Donald Trump en La Misa, la cosa hubiese sido distinta», dijo el Gordo Dan. 

     

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